Viaje al Sur de África en 4x4 (8): En las cataratas Victoria

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Viaje al Sur de África en 4×4 (8): En las cataratas Victoria

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10 de agosto: TRAS LA PISTA DEL DOCTOR LIVINGSTONE … SUPONGO

 «Los ángeles tienen que detener su vuelo para ver un espectáculo como éste» dijo David Livingstone un soleado día de 1855 cuando después de semanas navegando por el río Zambeze se encontró de lleno con las asombrosas cataratas a las que los indígenas denominaban Mosi-oa-Tunya, que quiere decir «El humo que truena». El explorador que abrió más rutas en África y que asistió a las atrocidades colonizadoras que se estaban cometiendo en el continente quiso dignificar a la Reina Victoria poniéndole su nombre a una de las más impresionantes caídas de agua que se pueden ver en el mundo junto Iguazú, el Salto del Ángel o Niagara Falls. No fue su único descubrimiento (para Occidente me refiero) pero sí el más sonado, lo que le otorgó una gran fama en el que entonces era el Imperio Británico. David Livingstone vivió por África y murió por África, permaneciendo incluso desaparecido durante varios años hasta que David Stanley, enviado por New York Herald, le encontró muy enfermo y solo a orillas del Lago Tanganica y le dedicó una de las frases más célebres de la historia cuando después de una difícil expedición de búsqueda le tuvo por fín cara a cara: «Doctor Livingstone, supongo.»

Este es un pequeño homenaje al que sin duda ha sido uno de los mejores viajeros de todos los tiempos. Y lo saco a colación porque no sólo estábamos pisando la tierra que él pisó sino también porque íbamos a presenciar con nuestros ojos las Cataratas Victoria 104 años después de que él las viera por primera vez. Si ni los ángeles del cielo no se las pueden perder, nosotros ocho no queríamos ser menos. Allá que nos íbamos.

Las Cataratas Victoria se pueden visitar tanto desde Zimbabwe como desde Zambia. Algunos incluso, que cuentan con tiempo y dinero suficiente para sufragarse dos visados, se las hacen desde los dos lados para completar una panorámica de 360 grados. Nosotros, que teníamos medio día, escogimos el lado zimbauense, el cual recomienda un mayor número de guías y otros viajeros debido a que se tiene mejor visión de las mismas desde allí. Tiene cierto sentido porque las aguas del Río Zambeze caen por Zambia, y de esa forma uno las tiene de frente estando en Zimbabwe.

Mapa Kasane-Vic Falls por ti.

SALIMOS DE BOTSWANA EN COCHE Y ENTRAMOS A ZIMBABWE A PIE

En Kasane se pueden contratar toda clase de excursiones y actividades a realizar tanto en Vic Falls (Zimbabwe) o Livingstone (Zambia), pero a un coste un tanto elevado. Nosotros quisimos hacerlo por nuestra cuenta no sólo en función de un posible ahorro sino porque no somos demasiado amigos de que «nos lleven» a los sitios más que lo justo y necesario. Así que minutos antes de que comenzara el amanecer nos preparamos para salir con los coches hasta la frontera Botswana-Zimbabwe, que estaba apenas a unos kilómetros del camping.

Los coches tan sólo los utilizamos para desplazarnos al control fronterizo de Botswana y dejarlos allí aparcados, ya que no queríamos utilizarlos en Zimbabwe, donde habría que pagar un mayor coste de entrada (registro del automóvil) y estar expuestos a las las molestias en un tramo de 70 kilómetros donde la policía trata de sacar tajada a costa de sobornos a turistas. Han sido muchos los casos de policías corruptos deteniendo a los vehículos para inventarse una tasa falsa o un papel que casualmente nadie tiene y , por supuesto, no existe. Así que no estábamos por la labor de jugarnos «una mordida», y menos para estar en el país tan sólo una mañana. No valía la pena el riesgo.

Dejamos los coches bien aparcados en el puesto de control de Botswana y tras firmar nuestra salida fuimos caminando hasta la frontera de Zimbabwe, uno de los países con mayor desbarajuste de África y que cuenta con otra de esas democracias disfrazadas de Dictadura. Bajo la mano de Robert Mugabe, en el poder desde 1980 y acusado de fraude electoral y genocidio entre otras causas, sobrevive como puede una Nación que ha visto elevar los índices de pobreza de forma alarmante. Se podría decir que es una integrante del Tercer Mundo gracias, entre otras cosas, a la labor de este señor que se vanagloria de gastarse millones en sus fiestas privadas mientras sus ciudadanos se mueren literalmente de hambre. No hace mucho salió de nuevo a la voz pública tras negar taxativamente la epidemia de cólera que estaba aniquilando las vidas de miles de personas de su país y no dejar trabajar libremente a las ONGs. Por tanto, aquella valla con aquel estandarte multicolor (verde, amarillo, rojo y negro) de la bandera de Zimbabwe, marcaba un cambio radical con los países del África Austral que están tratando de emerger a pasos agigantados. Tras esa puerta las cosas eran bien diferentes.

Una foto precisamente de Mugabe decoraba aquella caseta en que expedían los visados. Había un precio distinto de la entrada en función del país al que se perteneciera. Para los españoles el coste era de 30 dólares americanos mientras que a los estadounidenses o canadienses éste era mucho más elevado. Creo que el de los rusos incluso el doble. El funcionario que nos atendió preguntó acerca de nuestras intenciones en Zimbabwe y vio que, como la mayoría que utilizaba aquella frontera, haríamos un camino de ida y vuelta para ver las Victoria Falls, ya que cuentan con la suerte de que las mejores vistas proceden de su lado. Entonces nos puso una pegatina con el visado, golpeó cada uno de los pasaportes con un matasellos con los datos de entrada, y nos deseó suerte en nuestro breve paso a este país heredero de lo que los ingleses llamaban Rhodesia del Sur en tiempos de las colonias.

P1080320Atravesamos una puerta metálica y detrás, un cartel de color verde nos daba la bienvenida a Zimbabwe. Ya estábamos dentro de un país complicado de entender, que sobrevive a golpe de la fe de sus gentes, quienes no se derrumban ante adversidades cada vez mayores. Cada día estas personas se levantan con una nueva medida presidencial que anula una libertad más (no hace mucho el traspaso de tierras por herencia o el Derecho a recurrir una sentencia en un Juzgado) o con que lo que ayer valía diez, hoy vale trescientos. Aquel cartel verde de letras blancas está situado a la izquierda de una carretera recta que se sumerge más allá de las miserias humanas hasta una de las pocas cosas que han permanecido intactas a los designios de Mugabe y los colonialistas británicos, el esplendor de unas cataratas de dimensiones sobrenaturales.

P1080325 por ti.

ESTE COCHE ES UNA RUINA

Las cascadas están a 70 km de donde nosotros habíamos entrado y, sorprendentemente, a pesar de ser la mayor atracción turística del país, no cuenta con un solo transporte público que lleve hasta allí. El trayecto de Kazungula (frontera Zim) a Victoria Falls (nombre de la pequeña ciudad construida en el área de las cataratas) suele hacerse normalmente con agencias u operadores turísticos contratados desde Botswana que llevan sus propios vehículos. Pero para los viajeros independientes tan sólo queda la opción de utilizar uno de los falsos taxis que te esperan nada más conseguir el visado. A aquellas horas nosotros éramos las únicas personas que se encontraban allí por lo que no tardaron en aparecer «taxistas» (entrecomillo) para negociar una carrera de ida y vuelta a las Cataratas Victoria. Al principio nos pidieron cantidades astronómicas (hasta 200 dólares) alegando que eran los únicos que nos podían llevar, pero cuando aparentamos no tener demasiada prisa fueron reduciendo sus pretensiones hasta llegar a los 10 dólares americanos por persona. Acordamos dos coches para los ocho y el pago al final del trayecto de vuelta, pidiéndoles que a las tres de la tarde nos dejaran de vuelta en el punto de partida.

Nos separamos cuatro a un coche y cuatro al otro. Los primeros fueron los más afortunados porque se subieron a un P1080328vehículo con buen aspecto. Pero Bernon, Rebeca, Alberto y yo no contamos con esa fortuna porque nos tocó el coche más ruinoso que he visto en mi vida. Como recién salido del desguace nos sentamos en los ajados asientos de un Nissan blanco que parecía del año en que Jesucristo echó a los mercaderes del templo. No dábamos crédito al estado desastroso del vehículo con el que debíamos hacer 140 kilómetros entre ida y vuelta. Pensábamos que al primer kilómetro podía caerse a trozos, tal y como lo habían echo infinitas piezas de su interior. La luna delantera estaba rota, el cuentakilómetros no funcionaba, el plástico parecía podrido, las puertas se abrían y cerraban con alambres, el asiento del copiloto donde me tocó ir tenía varios agujeros que ni los de la capa de Ozono. Y el sonido del motor…parecía el que hace un tractor. Y porque no lo miramos antes porque estoy seguro de que la correa de distribución era un cinturón y la batería una caja de zapatos.

 

A los dos segundos de partir habíamos perdido de vista a nuestros amigos. Y a ojo de buen cubero no debíamos ir P1080331a más de 40 ó 50 km/h. Así claro que no hacía falta el cuentakilómetros, para no desanimar a los ocupantes que este buen hombre ha ido llevado en su vida (los cuales se podrían contar por millones dada la edad del vehículo). Pero vaya, tampoco era para quejarse, por un trayecto de 70 kilómetros no íbamos a pedir una limusina o un ferrari. Con que nos llevara hasta la puerta del Parque Nacional de las Cataratas Victoria nos era más que suficiente. Pero ni algo tan simple íba a ser tarea fácil porque cuando faltaba por cubrir una tercera parte del camino el coche se detuvo repentinamente debido a que…se le había gastado la gasolina. «No, otra vez no… nos hemos vuelto a quedar tirados!!!» nos decíamos todos a nosotros mismos sin atrever si quiera a mirarnos. Pero ya en vez de con rabia nos lo tomamos directamente a risa, como un contratiempo más de lo que parecía un Reality Show en el que un guionista con muy mala uva nos ponía a prueba constantemente.

EL TIMO DE LA GASOLINA

Estábamos parados en una carretera por la que no pasaba absolutamente nadie, donde probablemente también podía haber aparecido un elefante o una manada de leones, porque no había que olvidar que seguíamos en un área natural de primer orden. El conductor del taxi-cacharro no parecía demasiado preocupado y nos dijo que cuando su colega, el que llevaba a nuestros cuatro amigos en el coche, se diera cuenta de que no llegaráramos se daría la vuelta para poder darle un poco de su gasolina. Una historia muy poco creíble y, sobre todo, muy poco esperanzadora.

Si por mera casualidad se cruzaba algún coche, el hombre supuestamente les paraba para pedir ayuda. Los conducidos por gente local, que era mayoría, ni siquiera nos paraban. Pero sí que lo hacían los de turistas organizados o bien que acudían allí por su cuenta. Pero la mayoría tenía combustible diesel y no gasolina, por lo que no servía de nada. La cuestión era que habíamos iniciado un camino de 70 km con el depósito en los niveles más bajos de la reserva, por lo que el propio conductor era consciente de que no íbamos a llegar a cubrirlos con lo que tenía. Pero ya digo que no se le veía para nada nervioso y trataba de correspondernos con una sonrisa cuando le mirábamos y gesticulábamos haciéndole entender que no íbamos sobrados de tiempo precisamente.

P1080335Estuvimos detenidos a la intemperie aproximadamente media hora hasta que un todoterreno pilotado por unos italianos se interesaron por nuestra situación y después de explicarles nuestra indignación con lo que había sucedido sacaron una garrafa de gasolina y recargaron el depósito con una cantidad que de seguro era válida para llegar a las Victoria Falls o incluso para más. Fue un detalle de compañerismo entre viajeros que siempre agradeceré, porque la gasolina cuesta dinero y ellos la compartieron sin dudarlo. Una señal inequívoca de que los viajeros nos tenemos los unos a los otros cuando estamos medio perdidos y tan lejos de nuestras casas. Si alguna vez alguien requiere de ayuda o consejo para salir de una situación difícil, es conveniente echarle una mano. De esa forma todos viajaremos con mucha más seguridad. Grazie mille, amici!

Así que pudimos continuar gracias a los italianos y al ya manido «timo de la gasolina» consistente en recurrir a la pena de los turistas para no dejar tiradas a otras personas que quien sabe si algún día podían ser ellas. Se lleva el coche prácticamente vacío y se van cubriendo etapas a base de regargas gratuitas por parte de la gente. De esa forma el negocio de transporte de viajeros sí que es rentable. No hay que olvidarse que el combustible en un país como Zimbabwe es prácticamente un lujo, y son muchas las ocasiones en que muchas Estaciones de Servicio no disponen de él durante semanas e incluso meses, por lo que toda estratagema es poca para poder subsistir aunque sea a costa de los turistas.

EL HUMO QUE TRUENA

Hubo un momento en que captamos por primera vez una lejana imagen en el horizonte que indicaba inequívocamente de que se trataba de las Victoria Falls. Y es que en un día absolutamente soleado se levantaba una pared que parecía hecha de humo o incluso de nubes concentradas en un punto. Ya comentaba al principio que antes de que el Doctor Livingstone bautizara a las cataratas con el nombre de su Reina, la gente local que ya las conocía se referían a ellas como Mosi-oa-Tunya, que viene a decir algo así como «El humo que truena» o «El humo que ruge». Y a esa distancia, que debía ser de unos 20 kilómetros o más, era absolutamente comprensible dicha denominación.

Llegamos a la ciudad de Victoria Falls, un tanto moderna y preparada para acoger turistas. Veíamos hoteles, restaurantes, tiendas, iconos de un decorado semioccidentalizado que no parecía que pintara nada allí. Digamos que es poco creíble encontrarse todas esas cosas cuando la gente de la calle no aparenta precisamente esa bonanza. Victoria Falls se ha convertido en uno de los pocos focos del país que recibe turismo, y por tanto, muchas de las personas de Zimbabwe que se han desplazado hasta allí viven de él, que no está mal mientras no traten de perjudicar a los visitantes con pequeñas estafas y hurtos.

Junto a un árbol precisamente estaba la persona que había llevado a nuestros amigos, quien debía llevar allí largo rato, y que ni por asomo se le veía preocupado por la tardanza de los otros ocupantes. Esa historia de que nos iba a «salvar» trayéndonos gasolina era una milonga que no se la creía nadie.

Nuestro coche, que sorprendentemente no se había caído a cachos durante el camino, nos dejó a las puertas del Parque Nacional, junto a las taquillas donde ya nos esperaban Chema, Pilar, Juan Ramón y Anita, quienes ya estaban extrañados por que tardáramos tanto en aparecer. Se lo explicamos y sin más dilación nos hicimos con ocho tickets por 20$ cada uno, con los que poder entrar directamente y disfrutar de las Cataratas Victoria.

DONDE EL ZAMBEZE SE VIENE ABAJO…

El Parque en cuestión dispone de una red de senderos en perfecto estado para ser transitados por todo tipo de turistas, a excepción de las escalinatas que dirigen a pequeños miradores que resultan bastante agotadoras. De lo que ya no se puede librar nadie es el vapor de agua que te cala la ropa poco a poco pero por entero. Sin ser la época lluviosa era fácil mojarse sin tener a la vista a las cataratas, por lo que en otros meses hay que llevar un chubasquero de forma indiscutible si no se quiere estar empapado durante toda la caminata.

Nosotros quisimos comenzar el camino de izquierda a derecha. Esto era debido a que deseábamos ver ese último P1080343tramo del Río Zambeze justo antes de abandonar su lánguido curso para despedirse estruendósamente en el vacío. Ese estruendo perenne del agua cayéndose a 80 o 100 metros de altura rebota en los oídos de los visitantes, que también se encuentran envueltos en una nube de vapor y bajo la sombra de exultante vegetación similar a la de los bosques lluviosos de Centroamérica. El Zambeze, cuarto río más largo de África después del Nilo, el Congo y el Níger, posee 2574 km que pasan por Zambia, Angola, Namibia, Zimbabwe y Mozambique, desembocando en aguas del Índico. Esa fue la ruta que David Livingstone quiso hacer navegando hasta que se dio cuenta de que había un momento en que sus propósitos se convertían en misión imposible.

Porque nunca imaginó que tendría que salvar tal desnivel dejando caer su gran caudal bajo una sima cuyas dimensiones explican a la perfección que surja tal «espectáculo digno de los mismísimos ángeles del cielo». Estamos hablando de que el salto del Zambeze mide nada menos que 100 metros de largo y 1700 metros de ancho. Serían aproximadamente 500 millones de litros de agua desprendiéndose cada minuto hacia un acantilado al que cuesta ver el final.

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Recorriendo los caminos principales de izquierda a derecha fuimos asomándonos los distintos miradores que nos iban saliendo desde donde poder admirar en distintos ángulos la fuerza de un agua que desprende vapor suficiente como para convertir el área en un entorno de bosque lluvioso muy diferente a lo que se puede ver en los Parques del África Austral. Dependiendo de dónde golpeara el Sol se iban formando pequeños arcoiris que llenaban las sombras de color.

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Lo bueno de estar en el lado de Zimbabwe es que se puede ir caminando a lo largo del kilómetro y setencientos metros de Cataratas viendo la cortina de agua siempre al frente, donde se encuentra el otro país aledaño, Zambia. Desde allí las vistas no son tan sublimes, pero mucha gente lo escoge durante los meses de septiembre a diciembre para bañarse en la Piscina natural más impactante y peligrosa del mundo, la famosa Devil´s Pool. Durante ese período seco uno puede disfrutar de un baño al borde de las cataratas pudiéndose asomar desde el agua a más de 100 metros, algo totalmente imposible durante el resto del año porque el caudal es mucho mayor e inunda toda esa zona. Internet está lleno de imágenes y artículos al respecto y son muchos los que quieren ir y se encuentran allí que sus expectativas se ven truncadas por ir fuera de esas fechas. Chema y Juanra eran los más deseosos de probar la piscina del Diablo, pero al final, como todos los demás, hubo que conformarse con la contemplación de la fuerza de la Naturaleza desde el lado Zimbauense de las cataratas, que no es poco.

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Acercarse al inmenso precipicio no es lo más adecuado para quienes sufran vértigo. Al igual que en otros fenómenos naturales de altura como el Preikestolen (Stavanger, Noruega), que había visitado meses antes, había momentos en que para asomarse lo mejor era hacerlo bien tumbado o bien agachándose al máximo. Uno no puede fiarse de su equilibrio si aparece un repentino golpe de viento o si se escurrirse por las piedras mojadas.

Lo más sorprendente de las Victoria Falls no es la altura por la que se desploma el Zambeze sino el grosor, la cortina de agua que parece no tener final. La grandiosidad de las cataratas más famosas de África, y cuyo único rival gordo en el mundo es Iguazú, tiene que ver con esa anchura de 1,7 km. visitada tanto desde tierra como desde el aire, ya que hay muchas compañías que organizan vuelos panorámicos en helicóptero (entre 100 y 150 euros por persona). Otra forma más de complementar la visión de este fenómeno perteneciente a la Lista de Lugares Patrimonio de la Humanidad que establece la UNESCO.

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La biodiversidad en el área de las cataratas es visible, aunque en la zona más transitada por los turistas está más ceñida a las aves y a pequeños mamíferos. Haciendo el camino de vuelta pudimos ver varios ejemplares de facoceros (jabalís verrugosos) caminando sobre la maleza. Estaban rebuscando comida en un barrizal que estaba apenas a cinco metros del sendero. Con lo brutos que pueden llegar a ser estos animales lo mejor es no acercarse demasiado a ellos que, por muy majo que sea Pumba el del Rey León, no quita para que sean agresivos, sobre todo si van junto a sus crías.

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Otros animales con los que nos cruzamos fueron monos, los cuales formaban un amplio grupo cuyos miembros bien correteaban por el suelo del camino o bien saltaban de una rama a la otra. La cara era negra rodeada de pelo blanco que le sobresalía por las orejas. Tenían unos ojos color miel preciosos y muy expresivos. Y eran tan inquietos como aquellos con los que había tenido la ocasión de juguetear en un Templo de Jaipur (India) en ese mismo año. No paraban de moverse y necesité de un tiempo para poder fotografiar esos rostros tan deliciosos y tan llenos de vida.

Hubo uno que no tuvo tanta paciencia con que me pusiera tan cerca de él y comenzó a gritarme y amagando con saltar hacia mí, por lo que definitivamente no retardé mi marcha y le dejé tranquilo. Que los monos cuando están juguetones son muy simpáticos, pero si se cabrean pueden hacerte mucho daño. Son veloces, más fuertes de lo que parecen, y cuentan con afilados dientes y uñas que no dudarán en utilizar si se sienten perturbados. Esto como con todos los animales, acercarse lo justo, con mucho cuidado y con mucho respeto, que nunca se sabe cómo van a reaccionar.

EL DÍA QUE GANÉ CINCUENTA BILLONES DE DÓLARES

Ya cuando estábamos a punto de salir pedimos unos refrescos a la persona que tenía las llaves de una pequeña nevera donde había botellas de Coca cola, Fanta, Sprite y otros. El precio era de un dólar americano por cada bebida,  así que cada uno le pagó con lo que tenía a mano (un billete de cinco, de diez o incluso de veinte). Pero nos insinuó que por un poco más podía darnos conseguirnos algún que otro billete del país, el dólar zimbauense, el cual está terminantemente prohibido que caiga en manos extranjeras. Pero, ¿por qué tanto secretismo con la moneda local?, ¿por qué aquel dependiente sabía que podíamos tener cierto interés en conseguir billetes de Zimbabwe?, ¿acaso tenían algo en especial?. Efectivamente el dinero de Zimbabwe es un signo inequívoco de por qué ese país es tan sumamente pobre. Cada billete es un icono de la locura inflacionista que ha llevado a la ruina a millones de personas haciendo que vuelvan a las transacciones de la Edad de Piedra, el trueque. Mejor será que lo explique con datos para que veáis por qué razón los viajeros que entramos a ese país queremos hacernos con algún ejemplar de papel moneda.

Durante el último tercio del Siglo XX la cotización del Dólar Zimbauense (ZWD) era bastante aceptable. 1 dólar americano equivalía a 1´50 ZWD. En 1990 llegó a los 2´60, destacándose como una moneda fuerte. Pero el Presidente Mugabe hizo más ostentoso su delpilfarro económico sin transparencia y comenzó un período inflacionista sin límite que supuso la quiebra total al sistema financiero de Zimbabwe. Así en 1996 1 dólar americano se cambiaba por 400.000 dólares de Zimbabwe. Y continuaron las corruptelas del eterno dictador y a hacer que el dinero que hoy valía x, al día siguiente costara 10x. Con lo que eso puede conllevar.

Ya se ha perdido la cuenta de la inflación. Los últimos datos que se disponen del año 2008 hablaban de que la moneda había sufrido una inflación total de un 230.000.000 %. ¡¡Doscientos treinta millones porcentuales de inflación!! Ese mismo año la gente ya manejaba billones de dólares, con los que en realidad no se podía comprar ni una mísera barra de pan. Hasta que el dinero local acabó por perder su valor. Gente con bolsas llenas de dinero, de billones y billones que no servían para nada. Actualmente existen los trillones, pero obviamente antes de todo eso la gente había vuelto a los métodos transaccionales de hacía miles de años, el trueque. Poco a poco están aceptando que se paguen muchas cosas con moneda extranjera (Sobre todo Dólares USA), pero la situación económica se ha colapsado, llevando a la hambruna a más de diez millones de personas. Mientras tanto el Señor Mugabe paga verdaderas fortunas para traer armamento de la órbita ex-soviética y sobre todo para disfrutar de suculentos banquetes y botellas de champagne de 10.000 euros cada una.

Yo por un par de dólares americanos me hice con cincuenta billones de dólares Zimbauenses, que me escondí, ya que como dije antes no se permite vender estos billetes a los extranjeros. Y así todos abandonamos el Parque Nacional de las Cataratas Victoria, con unos billetes con incontables ceros que si fueran de otro país rivalizaríamos con el mismísimo Bill Gates. ¿Quién me iba a decir que alguna vez tendría 50 billones?

UN PUENTE COMO RASTRO DE UN SUEÑO NO CULMINADO

Ya con nuestros multimillonarios billetes nos fuimos hacia otra de las panorámicas del Río Zambeze, que se puede ver disfrutar desde lo alto de un Puente muy eiffeliano que separa a Zimbabwe de Zambia. Se levantó en 1905 cuando se había planteado un difícil pero emocionante proyecto de unir El Cairo con Ciudad del Cabo por ferrocarril. Sólo imaginar ese ficticeo trayecto se me ponen los pelos de punta. Tendría un billete ya mismo para atravesar África de Norte a Sur. Pero la cosa se quedó en un mero sueño y el rastro del mismo es este puente transfronterizo entre Zimbabwe y Zambia por el que pasan personas, vehículos e incluso un vetusto tren que recuerda a la época colonial.

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Por una y otra dirección caminaban las mujeres sosteniendo cajas o grandes bolsas en la cabeza, tal y como se hacía en España cuando mi abuela era joven. Siempre me he preguntado cómo logran tener tanto equilibrio. Es como si la cabeza perdiera su curvatura para tener un punto recto donde sostener lo que haga falta. Probablemente con muchos años haciéndolo acabe siendo así. Yo creo que si me tocara llevar alguna carga en la cabeza me haría falta un segundo para que terminara en el suelo.

Mercancías de ida y vuelta y vendedores de artesanía se entremezclan en el cruce de las dos ex-Rhodesias británicas (Zam el norte y Zim el Sur). El puente es una excepcional obra de ingeniería que supera por alto el gran cañón que origina el Zambeze. Las vistas del río desde allí son realmente asombrosas y alguno ha aprovechado este hecho para montar un negocio de puenting y tirolina, aunque los precios siempre superiores a los 60€ te lo hacen pensar más de dos veces. Bueno, en realidad eso y el fiarse de una estructura que si falla te echa a los cocodrilos.

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Muchos viajeros lo cruzan para complementar su visita de las Cataratas Victoria. Oficialmente el visado de 24 horas como máximo cuesta 20 dólares aunque he leído experiencias de otras personas contando que les cobraron tan sólo 10$. Ciertamente gran parte del grupo quería pasar a Zambia para bañarse en la Piscina del Diablo, pero no estar en época (septiembre a diciembre) impedía ni siquiera intentarlo.

BYE BYE ZIMBABWE!

Nuestro tiempo en el área de las Victoria Falls y la ribera del Zambeze se terminaba. Teníamos que ir a los coches para retornar a la frontera, ya que a las cuatro de la tarde zarpaba nuestro barco del Río Chobe en territorio de Botswana. No sé cómo nos las arreglamos pero terminamos los mismos en el coche escacharrado que se había quedado sin gasolina horas antes. Su indiscutible luna rota y ese olor a desgüace no evitó que durante la hora que P1080482duró el trayecto diera alguna que otra cabezada, que se veía interrumpida con las tres paradas que tuvieron que hacer nuestros conductores ante instrucciones del cuerpo de policía de Zimbabwe, que estaban apostados en el arcén. En las tres siempre sucedió lo mismo. Se bajaban los conductores, charlaban unos minutos con los policías y les estrechaban la mano, viéndose descaradamente como les pasaban unos billetitos verdes. Una pequeña tasa inventada para lo que se ha convertido en un negocio. Las mordidas o sobornos en Zimbabwe están a la orden del día. Que no se diga que el turismo no ayuda a la economía familiar de los cuerpos de seguridad del Estado. Pero bueno, al menos no nos sacaron el dinero a nosotros. Celebro que el trayecto contratado incluyera también esos servicios. No quiero imaginarme qué hubiera pasado si tres grupos de policías distintos nos hubiesen hecho pararnos en el arcén. Probablemente tendríamos que pagado varios impuestos a cada cual más ridículo y falso.

P1080483Faltando 20 minutos para tomar el barco aún estábamos registrando nuestra salida de Zimbabwe. Afortunadamente no había demasiada gente porque de lo contrario no hubiéramos llegado a nuestra «cita fluvial». Lo mismo en Botswana, cuyos formularios de entrada ya nos los estábamos empezando a aprender. Nos pareció muy curioso como tuvimos pisar una especie de charco para «desinfectar» nuestros pies. Ya limpios nos llevamos los coches al camping donde ya nos estaba esperando el vehículo que nos iba a transportar a la orilla del Chobe donde estaba atracado el barco-crucero. Tan sólo tuvimos tiempo para coger la chopetina (chopped), pan y una garrafa de agua ya que aún no habíamos comido. Lo haríamos a bordo, en plan dominguero, que no se dudara de nuestra procedencia. Faltaría más!

SURCANDO EL RÍO CHOBE

Subimos al barco por medio de una pasarela, aunque más que un barco parecía una plataforma flotante. Tenía sillas para por lo menos veinte o treinta personas, ya que está bastante solicitado por los viajeros que llegan hasta Kasane y no quieren perderse el extremo septentrional del Chobe National Park cuya frontera es el río que le da su nombre. Su caudal procede de las tierras altas de Angola, las mismas donde caen tremendas lluvias que inundan todo lo que está a su paso hasta prácticamente las puertas del Desierto del Kalahari. Ni que decir tiene que es conocido por la gran cantidad de fauna que vive de él, y por proporcionar sustento a la mayor población de elefantes que se puede ver en el mundo. El Chobe no es el Zambeze ni el Okavango, pero con ellos forma un tridente mágico capaz de albergar altísimos índices de Biodiversidad que atraen a los más importantes investigadores del mundo animal. ´

No había hueco para nadie más, por lo que cuandó estaba completamente lleno, el capitán de la embarcación arrancó P1080486levemente para irse alejando de la civilización y permitir que acudiéramos a otro interesante encuentro con la Naturaleza. El paisaje prometía así de primeras y mis expectativas respecto a esta excursión de aproximadamente tres horas eran inmejorables. Lástima que no supusiera lo mismo a muchos de los ocupantes del barco, que estaban más decididos a echarse unos tragos de cerveza y no parar de hablar que a disfrutar de la tranquilidad, el movimiento del agua o de las aves y demás animales que estaban por venir. Hubo más de una ocasión en que tanto yo como Bernon tuvimos que pedir silencio cuando nos acercábamos a la ribera porque con tanto ruido era realmente imposible que pudiéramos ver nada en condiciones. Digamos que nos hicieron caso a ratos y a medias y que a mí me dieron ganas de lanzar a más de uno a los cocodrilos…que haberlos los había. Y no íbamos a tardar mucho en encontrarlos.

Hay que reconocer que en un principio la travesía estuvo caracterizada por no suceder nada. El paisaje era bonito y más en un día tan magnífico como el que estaba haciendo, pero es cierto que esperábamos un poco más de movimiento. Aunque todo era cuestión de esperar y no olvidarnos de la premisa que habíamos aprendido en este viaje, la paciencia. Y con ella la Naturaleza se nos fue abriendo lentamente, dándonos pequeños regalos que precederían a otros mayores. Así pudimos comprobar cómo pescan los cormoranes buceando prácticamente durante unos segundos para hacerse con el pescado. Esto es aprovechado en algunos países de Asia como China o Japón, donde se realiza la Pesca con cormorán, sosteniendo los cuellos de estas aves con pequeñas cuerdas y manejándolas para hacerse con gran cantidad de peces. Precisamente un año antes en Japón, en el Río Nagara (Gifu) pude presenciar esta forma de pesca prácticamente extinta. Pero en Botswana, en el Chobe, fue la primera vez en que pude verlos actuar naturalmente, sin más cuerdas que su propio instinto, adentrándose en las calmadas aguas y después abriendo sus alas para secarse al Sol.

Había más aves esperando pescar algo, como las garzas que permanecían hieráticas a tener a tiro a su presa, las jacanas que caminaban livianas sobre los nenúfares sin que éstos se movieran lo más mínimo o el picudo Martín Pescador, que no tiene pez que se le resista. Muchas de las personas que acuden a África de safari no le prestan la más mínima atención a las aves, pero si lo hicieran se darían cuenta de la incontable variedad de especies que habitan en continente. Se dice que unicamente en el Chobe son más de cuatrocientas, por lo que realmente merecen un poco más de atención. No hace falta ser ornitólogo para disfrutar con ellas simplemente contemplándolas.

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UNA EXPLOSIÓN DE NATURALEZA

Superada la primera fase del paseo en barco, comenzó lo bueno cuando comenzamos a darle un rodeo acuático a la Isla de Sedudu, planicie de 3´5 kilómetros cuadrados por la que nunca han llegado a entenderse Namibia y Botswana, países que la autoproclaman como suya. Después de infinitos litigios le tocó decidir al Tribunal Internacional de Justicia en 1999 declarando que su jurisdicción corresponde a Botswana, aunque la circulación de embarcaciones debe ser libre para ambos países. Para los namibios la Isla se llama Kasikili y para la gente de Botswana es Sedudu. Sea como fuere la soberanía de esta Isla no es tan importante. No vive nadie allí… de la especie humana, claro. Porque para ser una explanada plana y encharcada cuenta con numerosas visitas de animales, sobre todo de elefantes, que han llegado a reunirse allí incluso por centenares.

En aquel momento debía haber en torno a cinco o seis elefantes chapoteando en el lodo, pero no los teníamos tan cerca como nos hubiese gustado. Aún así fuimos rodeando la isleta muy cerca de la orilla donde las garzas compartían territorio con los cocodrilos. Precisamente uno de ellos estaba tumbado sobre la hierba tomando el Sol sin mover los párpados lo más mínimo. Pero su pose de relax total no eximía que en cualquier momento saliera reptando para triturar con sus afilados dientes a una presa cualquiera. La mordida del cocodrilo supera con creces los 1000 kilos por centímetro cuadrado. Una potencia descomunal superada por otros grandes como el gran Tiburón blanco. Animalito…

Desde otra orilla tuvimos ya sí de frente y suficientemente cerca a un grupo de elefantes que superaba la decena. Nos P1080514aproximamos hasta quedar prácticamente encallados y en silencio estuvimos bastantes minutos observando cómo se llevaban los hierbajos a la boca con sus largas trompas (al parecer pueden levantar hasta 300 kilos con ellas!!). Estaban bastante tranquilos y no parecieron inmutarse de que estuviéramos allí. Logramos aguantar el silencio después de mandar callar a la panda de americanos que había convertido el barco en un bar. Porque si hubieran continuado con sus vociferios, los elefantes no hubieran durado allí ni dos segundos.Y es que me gustaba el «silencioso ruido» de aquel río, no escuchar absolutamente a nadie salvo a la Naturaleza en forma de viento, de las ondas de agua o del pesado caminar de los elefantes por los lodazales. El jolgorio de los guiris no casaba en absoluto con ese instante.

Conocimos a una chica de Hong-Kong que llevaba una cámara inmensa y se fotografiaba junto a un peluche. Era propietaria del clásico blog o fotolog «presentado» directamente con su inerte mascota. Viajaba sola sorprendentemente y si no tomó cien fotos a los elefantes es que me he quedado corto. No sería la única vez y el único lugar en que nos la íbamos a encontrar….
Algunos íbamos sentados en el mismo filo de la embarcación, con los pies casi tocando el agua del río, motivo por el cual nos llamaron la atención más de una vez. No fuera a ser que asomara sus fauces un cocodrilo y nos arrastrara hacia el fondo. Sin duda hubiera sido un final dramático pero digno de novela. Puestos a morir, mejor hacerlo siendo originales.

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P1080531Muchas veces se dice en los partidos de fútbol que hay goles o jugadas tan buenas que por sí mismos pagan la entrada. Una ejecución perfecta y una técnica sublime que hacen que el espectador se levante y aplauda a rabiar por un mero goce estético que se disfuta marque quien marque y que hace olvidar el dinero que se ha pagado por verlo. Es algo posible en muchos espectáculos como el teatro, el cine o el concierto de una gran Estrella del Rock. En aquella travesía por el Chobe tuvimos la suerte de asistir a una jugada magnífica, emocionante y enternecedora que fue suficiente como para dar por bien empleados los 25 dólares que nos costó la excursión. Fue cuando acercándonos tímidamente a un humedal vimos la espalda de un cocodrilo camuflada entre los hierbajos y más atrás los oscuros lomos de cuatro hipopótamos. En un principio permanecieron inmóviles, ajenos a nuestra presencia apenas a un par de metros de ellos.

No es que ocurriera nada extraño que se saliera de la norma. Para nada. Aunque realmente fue el único momento en que se consiguió que todo el pasaje de la embarcación permaneciera en absoluto silencio durante más de cinco minutos. Y lo único que hizo falta es que los cuatro grandullones se levantaran y comenzaran su extraña forma de nadar o, mejor dicho, caminar bajo el agua, moviéndose lentamente y aproximándose al máximo donde nosotros estábamos.

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Pensaba que aquel primer hipopótamo que habíamos visto en Maun iba a ser el que más cerca iba a tener en mi vida. Pero me equivoqué porque pude disfrutar del movimiento de los cuatro a una distancia realmente ridícula de ellos. Parecía una familia con el macho, la hembra y las dos crías. Las dimensiones del que tenía pinta de ser el padre eran realmente colosales. Nunca había visto ni vería más tarde a un hipopótamo tan grande, con una cabeza tan descomunal. Precisamente fue él quien nos dedicó una fulminante mirada a los que allí estábamos viéndoles pasar.

Sólo observarles asomar la cabeza, bostezar de forma desmesurada mostrándonos esos dientes capaces de partir en dos una canoa y hacerlo a dos pasos de donde nosotros estábamos consiguió evadirme definitivamente de todos contratiempos tenidos y por tener, las muchas horas en el coche y el eterno viaje en avión hasta Sudáfrica vía Dubai. Cualquier cosa se hacía descarádamente pequeña comparada con aquella escena acuática entre cuatro hipopótamos, que tan sólo estaban haciendo su vida corriente y moliente.

Y eso era lo más maravilloso de todo, que había conseguido emocionarme con el mero devenir de la Naturaleza. Por fín la pantalla de la televisión donde había visto cientos de documentales se había convertido tanto en mis ojos como en los de mis amigos, quienes también sintieron como suya esa parálisis temporal donde parecía que estuviésemos únicamente nosotros y ellos, los rudos y a la vez tiernos hipopótamos.

Después de tenerlos apenas a un palmo se marcharon muy lentamente, fusionando sus corpachones en el agua hasta dejar tan sólo la mitad de la cara al descubierto, permitiéndoles dedicarnos una mirada más. Pero en esta ocasión, el que era el hipopótamo más pequeño, no logró transmitir la furia de su padre, sino todo lo contrario, la dulzura e inocencia de un animal que parecía haber visto por primera vez a estos extraños seres del géreno humano que descomponemos y rompemos, muchas veces sin quererlo, el equilibrio que la Naturaleza lleva manteniendo millones de años. Si mucha más gente hubiese podido ver esos ojos tan tiernos, esa escena tan adorable, probablemente se lo pensaría más de dos veces antes de hacer algo perjudicial para el Medio Ambiente. A veces nos escondemos demasiado en nuestros nidos de hormigón y nos olvidamos de que en realidad todos formamos parte de una misma cadena que no paramos de romper.

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El extremo sur de la Isla de Sedudu también estaba a rebosar de vida y realmente no dábamos abasto con todo lo que se nos iba presentando por el camino. Y es que esa lenta disminución de la luz del día parecía ser el momento idóneo para que más animales aparecieran. Como por ejemplo un solitario elefante que no cesaba en su empeño de dar vueltas a los hierbajos con la trompa antes de llevárselos a la boca. No tenía compañía de otros de su especie aunque curiosamente no se separaban de él varias garzas, con las que probablemente mantuviera esa simbiosis que les permiten convivir en comunidad aprovechándose los unos de los otros. Segundos después de ver el elefante emergió con ímpetu en lo más alto de un árbol un imponente ejemplar de Ágila pescadora africana, más conocida como Pigargo africano (nombre científico: Haliaeetus vocifer). Este ave rapaz que habita próximo a ríos, lagos y demás medios acuáticos, tiene una envergadura que supera los dos metros. Es capaz de enganchar a presas de hasta dos kilos de peso, que no se basan únicamente en peces sino también en tortugas, crías de cocodrilo e incluso mamíferos de pequeño tamaño que pueda tener a su alcance. Sus rasgos inconfundibles se resumen en el plumaje color café y la cabeza de color blanco, que le da un aspecto muy similar al Águila Calva, símbolo de los Estados Unidos. La diferencia física más notable es que el pico del pigargo africano termina en negro mientras que el de su pariente norteamericana es completamente amarillo.

aguila pescadora chobe por ti.

Después junto a unos arbustos secos nos encontramos con dos Kudús, madre e hija. El Padre de familia les esperaba más arriba, subido a una pequeña colina con árboles que le tapaban. Cuando bajó para reunirse con ellos dio la maldita casualidad que se me gastó la batería de la cámara. Busqué la de repuesto para reemplazarla y cuando lo hice y volví a mirar ya se había ido, dejándoles solos otra vez.

Y a un par de metros de los antílopes había dos babuinos sentados plácidamente sobre el tronco de un árbol caído. El babuino, también llamado Papión o Mono del Viejo mundo, está presente en la práctica totalidad de los países del continente africano. Incluso ha sido representado en imágenes y esculturas durante el Imperio egipcio tal y como atestigüan numerosos monumentos. La hembra se distinguía perfectamente no sólo por ser mucho más pequeña, sino también por sus características nalgas abultadas que le sobresalen del trasero. El macho le sobrepasaba en tamaño tanto en cuerpo como en su pronunciado hocico.

En un principio estaban sentados uno enfrente del otro, como si estuviesen charlando en el banco de un parque. De repente el macho le dio la espalda y entonces ella se puso a despiojarle. Lo hacía a conciencia, sumergía sus afilados dedos en el pelo y cada poco segundos le sacaba un bicho que después tiraba al suelo. Él de vez en cuando nos echaba una de esas miradas asesinas tan clásicas de los babuinos. Y digo clásicas porque probablemente esta sea la especie con más mala leche que se puede encontrar en África. Tan sólo tienen respeto por los Big Five, porque a los demás son capaces echárseles encima sin dudar un segundo. Son tremendamente fuertes y sus dientes afilados, con los que en ocasiones realizan crudísimas masacres a otros animales, llegando incluso a comérselos si es preciso, ya que son omnívoros.

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UNA GRAN BOLA DE FUEGO

Siempre se ha dicho que los atardeceres en África son inigualables, que es como si el Sol fuese mucho más grande y más poderoso que en otros lugares del mundo. Y ciertamente no es un simple tópico, es una realidad latente que envolvió de color fuego el extraordinario paisaje mientras íbamos regresando. Aquella gran bola de fuego convertía a los animales, a las ramas y a los arbustos en oscuras siluetas, tintaba de oro las aguas del Río Chobe y hacía resplandecer a las paredes del cielo.

Desde el barco nadie quiso perderse semejante concierto de colores. Las cámaras de fotos volvían nuevamente a tener trabajo para poder congelar la habitual Danza Solar, que se resistía a perderse definitivamente en el horizonte. Y algunas de las parejas que allí estábamos aprovechamos también para tener una foto juntos en aquel río resplandenciente. A veces me da la impresión de que el atardecer es una Institución creada por y para los enamorados con objeto de asegurarse cada día un momento que sea sólo de ellos y que nadie ni nada pueda romperlo.

Y después el ocaso dejó quedarse al rosa durante seis o siete minutos. A nosotros ya nos esperaban para llevarnos al Camping y poner así fin a una ruta fantástica. La primera hora había sido un tanto sosa, en cambio las siguientes nos proporcionaron bellas estampas de aquellos lindes norteños de un país como Botswana al que muy poco nos quedaba por disfrutar.

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CENITA PARA DOS

Imantados por la inercia de uno de los días más intensos que vivimos durante el viaje, Rebeca y yo quisimos darnos un pequeño homenaje aquella noche. No había cuerpo para chopetinas, espaguetis ni para comer en el suelo en platos de aluminio. Ese día no…

Así que rascamos nuestras carteras, cogimos las llaves del Land Rover y nos fuimos al Chobe Safari Lodge donde habíamos probado suerte con el alojamiento a nuestra llegada a Kasane. Cuando estuvimos viendo sus instalaciones con claro diseño colonial tomamos nota de su restaurante. Los dos sabíamos que tarde o temprano íriamos a cenar allí.

Proporcionaban cenas de buffet libre por 20 dólares por persona. Y tenían muchísima variedad, incluyendo comidas exóticas y de caza. Nunca he visto tantas carnes distintas. Probamos, entre otras, la de Kudú en un guiso delicioso.

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En fin, que disfrutamos de una agradable y romántica cena para dos, de un par de horas para nosotros solos, las primeras desde aquel día de escala en Dusseldorf. Realmente era algo que nos venía muy bien. Lo necesitábamos. Y en aquella noche estrellada junto a un río en el que resonaban los ecos de los hipopótamos, entrelazamos nuestras manos y nos rendimos al embrujo de nuestra última luna de Botswana.

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