Viaje al Sur de África en 4x4 (2): Raudos a Botswana

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Viaje al Sur de África en 4×4 (2): Raudos a Botswana

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2 de agosto: TOMANDO PROVISIONES Y CORRIENDO A LA FRONTERA CON LOS LAND ROVER

Ahora sí que sí, por fín estábamos en África. Nuestro avión aterrizó a la hora esperada en Johannesburgo, que contrariamente a lo que muchos pueden pensar NO es la capital de Sudáfrica. Sí es la ciudad más poblada (7 millones de habitantes) y su Aeropuerto Internacional es el que más tráfico aérereo produce del continente, pero quienes mantienen rango de capitalidad son Pretoria (capital administrativa), Ciudad del Cabo (capital legislativa) y Bloemfontein (capital judicial). Aunque sí es Sede de la Corte Constitucional, probablemente uno de los órganos más importantes del país.

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Descendimos del avión y enseguida notamos que nos encontrábamos en el invierno sudafricano, ya que la gente llevaba puestos los abrigos. Eso era algo que conocíamos después de ver jugar semanas antes a la Selección Española de Fútbol en la Copa de las Confederaciones y escuchar a la prensa decir que hacía un frío que pelaba en el incipiente invierno austral. Esto siempre choca con los tópicos e imágenes que uno tiene de África, donde parece que siempre hace mucho calor y nunca llueve. Pero Sudáfrica rompe tales ideas preconcebidas generadas en ocasiones por la ignorancia, ya que en sus inviernos (que corresponden al verano de Europa y Norteamérica) son bastante fríos, aunque también hay que decir que no tan crudos como los nuestros. Lo más notable es el contraste de temperaturas entre la mañana y la noche, que puede ser a veces de veinte grados. Aún así el clima sudafricano es un tanto complejo porque si nos retiramos más hacia el norte se va haciendo sutropical y si nos vamos hacia el sur (El Cabo) se convierte en mucho más húmedo. Afortunadamente nosotros íbamos siempre hacia el norte y eso supondría huir del invierno, aunque las noches serían realmente frías cada día.

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Nos fuimos a la cinta del equipaje para recoger nuestras mochilas y maletas. Mientras, esperábamos que Bernon estuviera al caer después de comprobar en los paneles informativos que su avión de Iberia había aterrizado hacía apenas unos minutos. Él era el portador, entre otras cosas, de nuestra Tienda de Campaña apodada «El Palacio» donde dormiríamos seis de los ocho. Juanra y Ana, que no sabíamos si estarían fuera esperándonos o perdidos en un hotel de Johannesburgo, se habían decantado por una pequeña tienda 2Seconds (llamada así porque se monta en 2 segundos) para ellos dos solos.

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Ya con el equipaje en nuestras manos y después de cambiamos de ropa para adaptarnos un poco más a la temperatura exterior, salimos al hall de Llegadas donde Juanra y Ana nos aguardaban escondidos entre la multitud. Ellos llevaban ya un día entero en Johannesburgo y después de preguntarles si habían visto algo nos dijeron que su hotel estaba en un barrio residencial rodeado de vallas electrificadas y numerosos vigilantes armados, algo que lamentablemente está a la orden del día en la que probablemente sea una de las ciudades con más delincuencia y criminalidad de África.

Yo mientras estuve buscando a los de los coches de alquiler, que supuestamente debían estar con un cartelito que llevara mi nombre, para poder entregarnos los vehículos con los que nos manejaríamos durante el viaje. Finalmente tras unos minutos me crucé con la persona de la compañía y le pedí que antes de marcharnos, debíamos esperar al último integrante del grupo, Bernon, quien de verdad se hizo rogar su salida. Y es que tuvo la mala suerte de ser el elegido para revisar su equipaje en Aduanas, lo que provocó que estuviéramos allí cerca de una hora. Tiempo que debíamos haber aprovechado cambiando los dólares que teníamos por la moneda sudafricana, el Rand (pincha aquí para conocer su cotización). No hacerlo fue un error, ya que estábamos muy confiados del que el dólar americano nos lo iban a aceptar en muchos sitios, y como se comprobaría más tarde no sería así. Aunque nuestra estancia en Sudáfrica iba a ser de unas horas ya que el país iba a servirnos de mero enlace con Botswana, Namibia, Swazilandia o Mozambique, necesitaríamos los rands en algunas gasolineras, en parkings y en los peajes, que son muy numerosos y que no aceptan tarjetas de crédito extranjeras (cuestión que conoceríamos in situ más adelante). Más vale rands en mano que en cajero, donde la comisión de los bancos puede suponer un pequeño sablazo.

El Aeropuerto O.R Tambo, bastante moderno y bien equipado, estaba lleno de carteles de temática futbolística, y es que Sudáfrica se encontraba a un año del mayor reto organizativo e internacional de su Historia, el Mundial de Fútbol del verano de 2010. La decisión de la FIFA de celebrar los mundiales en África no estuvo exenta de polémica y a once meses de tal evento aún había dudas al respecto por parte de las federaciones, medios y aficionados. ¿Estarán preparados para tal acontecimiento? Yo tenía también mis dudas, sinceramente.

Bernon llegó por fin con su mochila bordada de banderas de países y la tienda de campaña que sería nuestra casa. A sabiendas que ese día debíamos avanzar con los coches el máximo posible y que no podíamos perder más tiempo nos fuimos en dos vehículos a las oficinas de alquiler, que estaban a 10 minutos de allí. En realidad el trato era que la recogida y la devolución de los Land Rover fuera en el Aeropuerto, e incluso pagamos una tasa para que así fuera, pero por experiencia propia y por lo que supe de otros viajeros, eso nunca es así. Un alquiler de tal envergadura requiere pasarse por la Oficina de la compañía en cuestión para rellenar varios impresos, revisar el estado de los vehículos y «otros asuntos» más.

A POR LOS LAND ROVER!!

La oficina de SMH Car Hire estaba en Edenvale, en la zona de Kempton Park, en un recinto industrial vallado a conciencia y con patrullas de vigilancia paseándose de forma muy asidua. Dos frases que leí en varias ocasiones serían clave para comprender Johannesburgo, Joburg para los amigos: «Electrified fence» (valla electrificada) y «Armed Response» (Respuesta armada).

Nos atendieron con una gran amabilidad (normal, con la pasta que nos iban a sacar) durante el tiempo que allí estuvimos rellenando nuestros datos antes de llevarnos los Land Rover Freelander 2 que teníamos esperándonos P1070501en el aparcamiento exterior. Cierto es que la transacción exigía de un dinero importante debido a que al ya elevado coste de alquiler de los dos vehículos había que sumarle la carga de un depósito en cada uno referente a los destrozos que pudiéramos ocasionar. Ya comenté en el capítulo introductorio que no se pueden asegurar a todo riesgo esta clase de vehículos y que hay que ajustarse al formato de franquicia. Dichos depósitos, que podían ser de 1600 euros por poner un ejemplo, serían de lo primero que tiraran para arreglar los daños efectuados. A partir de esa cifra pagan ellos. Es por ello que alquilar un todoterreno en Sudáfrica será sin lugar a dudas el mayor porcentaje de gastos de todo el viaje junto al billete de avión. Razón suficiente para no ser un viaje propicio para hacer en solitario o en corto número de miembros. Ocho (cuatro por vehículo) era una buena cantidad para sufragar los gastos tanto del alquiler como de la gasolina. De ser menos había que haberse replanteado el viaje de otra manera.

Ambos Land Rover estaban en perfectas condiciones, aunque antes revisamos a conciencia los rayones o daños que pudieran tener, indicándoselos a los de la compañía de alquiler, para que no nos los tuvieran en cuenta en la devolución. A partir de ese momento los todoterreno serían nuestros baluartes con los que servirnos en el Sur de África. Uno dorado color champagne y otro negro como el carbón, marcarían los buenos y malos momentos de todo el viaje.

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MUY IMPORTANTE: Cuando se alquila esta clase de vehículos y se tiene pensado entrar a otros países no Sudafricanos, hay que indicárselo con antelación para que gestionen los permisos de circulación en los mismos. Sin ellos será imposible pasar a Botswana, Namibia, Swazilandia, Mozambique u otros del cono sur africano. Esto se cobra aparte y no hay que olvidarse de tener a buen recaudo el papel que lo certifique para presentarlo en las respectivas fronteras. Tanto ese papel como el contrato de alquiler se tiene que cuidar al máximo, ya que sin ellos es mejor no moverse.

Los «Otros asuntos» que quisimos tratar con ellos en persona tenían que ver con que nos proporcionaran una serie de artilugios que pudieran tener y que nos favorecieran nuestra marcha durante las tres semanas que íbamos a utilizar los coches. Sobre todo estábamos interesados en garrafas de gasolina y/o de agua y en los cables o cuerdas para poder remolcar un vehículo en caso de quedarse atrapado.
Ante nuestras peticiones nos bajaron al trastero que tenían en el garaje donde conseguimos: Dos grandes garrafas para el agua (25 l. cada una), un camping-gas para cocinar con la carga llena, una mininevera y una barbacoa para nuestras largas noches en los campings. Bueno, en resumen, no se nos dieron mal los «otros asuntos», aunque eso no era óbice para no ir a un Supermercado/Centro Comercial en cuanto saliéramos de allí.

NOTA DE SMH CAR HIRE: Lástima que al final del viaje nos arrancaran de forma injusta y malvada las fianzas de los coches, sin ser capaces de justificar los motivos de sus cargos. Su comportamiento final fue digno de ESTAFADORES SIN FRONTERAS. En el momento de escribir este relato nos encontramos luchando para que nos devuelvan lo que es nuestro. Esa es una de las razones por las que muchas veces conviene acudir a compañías serias y de prestigio internacional en vez de jugársela con auténticos delincuentes disfrazados de cordialidad.

COMPRANDO PROVISIONES EN JOBURG

Tan sólo a dos minutos de la oficina de alquiler había un enorme centro comercial MR PRICE que serviría para lograr acumular víveres y otros objetos necesarios para empezar a tirar millas. Asi que allí marchamos y después de pasar un control en el parking, con vigilantes bien armados, unos cuantos nos subimos al supermercado a comprar mientras que otros se quedaron vigilando los coches, que la cosa no estaba para fiarse.

En el centro comercial había mezcla de blancos y de negros, aunque este sería el único lugar donde los veríamos en dicha armonía, porque fuera, en la calle, sería imposible. Familias blancas y familias negras, en un mismo lugar pero no mezcladas. La vida en los centros comerciales es probablemente una de las parcelas donde más tranquilidad se pueda encontrar.

Una vez en el super nos organizamos para hacernos con las compras que necesitábamos. Éstas se podían clasificar en tres apartados distintos:

+ COMIDA Y BEBIDA: Fue un viaje en el que las dos terceras partes de los días teníamos que comer con nuestras provisiones, las cuales serían cocinadas gracias al camping gas que habíamos conseguido minutos antes. Pastas, sopas de sobre, tomate frito, salchichas, arroz, leche, fruta, agua a raudales, coca cola, vino peleón, bollería y galletas para el desayuno serían elementos esenciales en nuestro carro de la compra.

+ ELEMENTOS PARA COCINAR: Si no nos hubiesen proporcionado un camping gas para cocinar, lo hubiéramos tenido que comprar allí de forma irremediable. Aún así nos hicimos con carbón para las barbacoas, cargas de gas para los lumi-gas y una gran cacerola donde se harían los deliciosos perolos de pasta que nos prepararía Chema.

+ OBJETOS PARA EL COCHE: Muy fácil, dos garrafas de 25 litros cada una para llenarlas de gasolina y sacarnos de más de un apuro, y dos cables para remolcar los coches cuando fuera necesario.

Se podría hacer un cuarto apartado llamado cajón de sastre para incluir otras compras difícilmente clasificables como el papel higiénico o las pilas para los Walkie Talkies con que nos comunicaríamos ambos vehículos.

En la caja, como era previsible por otra parte, no aceptaron los dólares por lo que hubo que pagar con tarjeta de crédito. Donde sí que no aceptaban ni dólares ni tarjetas era en las máquinas que había fuera para pagar el parking, por lo que hubo que sacar algo de Rands con los que salir de allí.

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Durante un buen rato estuvimos ordenando los coches aunque fue una misión harto complicada teniendo en cuenta que en los maleteros debían convivir las compras recientes junto a las mochilas, tiendas de campaña y demás objetos tales como garrafas de agua, mininevera, barbacoa y un largo etcétera complicado de ubicar. Al no habernos alquilado un remolque, debíamos ir en el coche como sardinas en lata, con bolsas y mochilas en todas partes, aunque ciertamente nos terminaríamos acostumbrando.

TIRANDO MILLAS HACIA LA FRONTERA DE BOTSWANA

Salir del lugar donde estábamos para tomar la carretera adecuada fue complicado en un primer momento, si tenemos en cuenta que se mezclaba nuestro desconocimiento del terreno, que el ambiente callejero no era lo más halagüeño posible y sobre todo que en Sudáfrica, al igual que en sus países vecinos, se conduce por la izquierda. Suficientes motivos para dudar, perdernos un rato por el barrio de Edenvale y tener a las rotondas como a los grandes enemigos. Habría que tomarlas unas cuantas veces por la izquierda para mentalizarnos de que allí no se conducía como en España y que debíamos tener mucho cuidado de no irnos al carril contrario a las primeras de cambio. Afortunadamente, salvo algunas excepciones, nos acomodamos bastante rápido a la conducción por la izquierda. Además Chema y Bernon, los primeros que se animaron a tomar los mandos de ambos vehículos, tenían experiencia al respecto tras un viaje a Irlanda años atrás.

En la calle y en los andenes de las carreteras había multitud de gente de raza negra. Cosa para nada sorprendente tratándose de África. La cuestión es que durante todo el tiempo que estuvimos por allí fue imposible ver a un solo blanco caminando por la calle. Nadie. Fue misión imposible tanto aquel día como otros que estuviéramos allí. Y eso que en Johannesburgo un 17% de la población es blanca. Los elevados índices de delincuencia y criminalidad ayudan mucho a que las cosas sean así. Para muchos la vida pasa por residir muy lejos del centro, en buenos barrios estrictamente vigilados, moverse todo el tiempo en coche e ir a lugares concretos tales como centros comerciales, bares, restaurantes, discotecas, al trabajo… Joburg no es precisamente el lugar ideal en el que pasear tranquilamente para tomar el aire. El ambiente fuera está bastante enrarecido y si bien que no ves a nadie con cuchillos o hachas por la calle, son tantos los casos de robos con violencia, que no conviene tomárselo a broma. Esa es una de las razones por las que pienso en el Mundial Sudáfrica 2010 puede haber algún que otro problema. Otra cosa es su nivel económico (superior a cualquier país africano) o su capacidad organizativa, que no la pongo tan en duda.

Después de preguntar en una gasolinera salió todo a pedir de boca. Para ir a Lobatse (frontera Botswana) debíamos ir siempre en dirección a Pretoria por la carretera N-1, y una vez allí tomar la N-4 en dirección a Rustenburg. Al final de la misma nos toparíamos de cara con el puesto fronterizo, cuyas horas de cierre variaban entre las 20:00 y las 22:00, pero que nunca supimos a ciencia cierta. El trayecto a Lobatse sería de aproximadamente de 4-5 horas por carreteras en perfectísimo estado. En eso sí que me sorprendió Sudáfrica.

Se notaba que se estaban acondicionando las autovías y autopistas de cara al Mundial, sobre todo a la salida de Johannesburgo. Varios carriles y una conducción más que adecuada de los ciudadanos nos facilitaron el camino. Una vez en la N-4, teniendo de referencia a Rustenburg, tan sólo tuvimos que capear con una cantidad ingente de peajes, los cuales pagamos con los pocos Rands que Bernon había sacado en el Centro comercial donde nos habíamos provisto de víveres.

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Dicha carretera, prácticamente recta, nos mostró la caída del sol antes de que cumplieran las 18:30 horas, efecto del invierno austral que nos acortaría considerablemente el tiempo de luz durante el viaje. Conducir de noche no es algo que me hiciera demasiada gracia pero en Sudáfrica no es tan problemático como puede serlo en Botswana, donde te salta un animal a las primeras de cambio.

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Entre los dos coches había una conversación bastante fluída gracias a los Walkie Talkies que llevábamos. Durante muchos momentos fueron la salvación ante largas horas en carretera. Con ellos uno podía avisar de algún obstáculo o animal, preguntar algo sin tener que detener la marcha, advertir de velocidades poco idóneas o simplemente contar un chiste. Sin duda en viajes con dos vehículos puede llegar a convertirse en algo insustituible.

prohibidoiramasde60 por ti.En Sudáfrica la gente conduce de una forma bastante prudente, quizás sea por la amplia presencia de radares, siendo los de allí un tanto peculiares, ya que consisten en cámaras de video sujetas en trípodes que la policía controla de pie en las grandes rectas. Es como si aquí un policía se pusiera en el andén, cámara en mano,  a tomarte una foto. Parece ridículo pero en verdad apuntando con dichas cámaras son capaces de ver la velocidad que llevan los coches y tener las pruebas grabadas en video.

Otra curiosidad respecto a la conducción sudafricana es que cuando los coches se echan a un lado (a la izquierda) para dejarte pasar, es de buen recibo dar a los warning (las cuatro luces de intermitencia) como signo de agradecimiento. Al principio no entendíamos las razones por las que los coches pulsaban un botón que sirve en realidad para advertir al vehículo que se tiene detrás de una posible avería u obstáculo en la carretera, pero con el tiempo comprendimos su «educada» utilidad.

Echamos combustible (Diesel) en una de las pocas gasolineras que encontramos en el camino pasado Rustenburg, que recuerdo fue una de las sedes donde España jugó en la Copa Confederaciones. No aceptaron ni tarjeta de crédito ni moneda extranjera, así que agotamos los pocos Rands con que contábamos. Dejamos unas moneditas, lo justo e imprescindible para terminar la cadena de peajes que asolan la N-4.

CRUCE FRONTERIZO Y PRIMEROS KILÓMETROS EN BOTSWANA

Ya con la noche cerrada registramos nuestra salida de Sudáfrica en el puesto fronterizo. Tan sólo unos sellos en los pasaportes fueron suficientes. Apenas avanzamos unos metros y ya estaban las oficinas del lado Botswanés (no sé si se dice así) de la frontera, donde para que nos sellaran tuvimos que cumplimentar un impreso que acabaríamos aprendiéndonos de memoria de las veces que lo rellenaríamos.

En las entradas a países del Sur de África no hay que olvidarse de pagar el pertinente permiso de circulación del vehículo, una tasa con la que poder meter el coche y «disfrutar» de las infraestructuras viarias que tenga.

Los miembros de la Unión Europea así como otros países como Estados Unidos, Canadá y otros muchos no necesitan visado de entrada, por lo que el pase no requiere coste alguno (exceptuando el de la importación fija o temporal de un vehículo). Para conocer qué nacionalidades necesitan visado lo mejor es visitar el apartado que tiene al respecto la Oficina Nacional de Turismo de Botswana.

En el puesto de Lobatse hay una casa de cambio donde poder hacerse con la moneda local, la Pula, que tiene una cotización sino exacta, muy similar a la del Rand sudafricano (Ver cotización aquí). Aunque teníamos información de que en Botwsana son más proclives a admitir el dólar americano, quisimos evitar sorpresas haciéndonos con una buena partida de moneda local.

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ACAMPADA LIBRE PARA NUESTRA PRIMERA NOCHE JUNTOS

Si algo tiene hacerse tarde y no haber reservado alojamiento alguno es que muchas veces no encuentras ningún lugar donde dormir. Como nuestro propósito mínimo para aquel domingo era llegar a cruzar a Botswana y si se podía avanzar algo, hacerlo, no podíamos cerrar nada sino todo lo contrario, dejarlo al azar.

Y el azar apareció varios kilómetros pasada la capital del país, Gaborone, cuando el cansancio del grupo era notable deseábamos descansar lo antes posible. Tras varias charlas con los Walkies probamos a meternos a cualquier camino que saliera de la carretera y buscar un terraplén donde montar las tiendas de campaña. Unos cuantos no éramos demasiado proclives a la idea debido a que son zonas con campos de cultivo y podíamos arriesgarnos a que los dueños o vigilantes de los mismos llamaran a la policía, o peor aún, intentaran hacer algo con sus propios medios. Pero realmente no había otra solución más que avanzar con los coches y que se nos hiciera ya demasiado tarde, cuando lo que se pretendía a la mañana era madrugar.

Hicimos varias incursiones por el campo, una de ellas teniendo la mala suerte de pararnos junto a un vigilante, por lo que a la tercera o a la cuarta fue la vencida, cuando alcanzamos una explanada bastante solitaria, si exceptuamos los mugidos de las vacas y los tintineos de sus cencerros.

Más que miedo a los animales, que aparte de ganado no parecía que hubiera nada más, temíamos a que la policía nos sorprendiese en medio de la noche. Incluso hubo quien sugirió quedarse a dormir dentro de un coche, quizás por la falta de costumbre a estos avatares. Pero al final un buen plato de espaguettis con salchichas con que nos obsequió Chema el Chef, y el despliegue de nuestra tienda-palacio de campaña, hizo desechar tal idea para dormir todos juntos en nuestros respectivos sacos de dormir.

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La noche mostraba unas estrellas resplandecientes en la que sería nuestra primera cena juntos. No sé si era por el hambre o por el buen hacer de nuestro «cocinero particular» pero los espaguettis me supieron deliciosos. Quizás el único pero a la noche lo ponía el frío que había dejado el termómetro en mínimos y no conseguía saciarme ni el cortavientos que me había llevado. Pero por lo demás todo estaba bien.

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Bernon bromeó con que quizás detrás de las tiendas de campaña estuviera Waku Waku al completo (Waku waku era un concurso de Televisión Española donde se hacían preguntas en torno a toda clase de animales). Esa noche no, pero no tendríamos que esperar mucho tiempo para que eso pudiera sucedernos.

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El sueño derrotó en primera ronda al frío que tratamos de taponar dentro de los sacos de dormir. Pero a medida que la madrugada fue avanzando se hizo dueño y señor de la tienda de campaña. Para otra vez debía abrigarme mejor. Muy probablemente fuera en Maun, la base para explorar el Delta del Okavango, donde habíamos marcado el objetivo para el día siguiente. La distancia aún era larga para llegar a los confines más salvajes del Sur de África pero saliendo temprano y machacando un poco los Land Rover, sería algo realmente posible. Y es que si hay algo que nunca se permitió fue dejar de intentar las cosas.

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3 de agosto: NOVECIENTOS KILÓMETROS PARA LLAMAR A LAS PUERTAS DEL OKAVANGO 

Éramos conscientes de que este viaje tenía mucho de coche, sobre todo para ser capaces de cubrir tan largo recorrido en un tiempo más que limitado. Habíamos escogido áreas señaladas muy concretas en los países en los que teníamos previsto estar. Y de Botswana nos interesaba su lado más salvaje, aquel que en tantas ocasiones ha retratado National Geographic u otros responsables de los documentales que se emiten en televisión. Para ello, de todo lo que había en el país africano teníamos especial interés en ese tridente compuesto por el Delta del Okavango, el Coto Moremi y el Parque Nacional Chobe, los cuales mantienen una de las mayores poblaciones de fauna silvestre tales como elefantes, leones, leopardos, búfalos, cebras, jirafas y un largo etcétera que resume lo que allí se puede encontrar. Cierto es que me dolió personalmente tener que prescindir de otros lugares mágicos y recomendables de Botswana, como puedan ser los salares o Pans tales como Makgadikgadi, Nxai, la inconmensurable Kubu Island o las Colinas de Tsodilo que son Patrimonio de la Humanidad por sus pinturas rupestres. Pero como suele ocurrir en los viajes hay que escoger unas cosas y prescindir de otras, por lo que no cabía lamentarse y sí disfrutar de lo que teníamos por delante, que no era poco precisamente.

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Teníamos que tener muy claro que íbamos a tener días de conducción forzosa y que el coche se iba a convertir en casi nuestro caparazón portátil. Para poder visitar todas los lugares que he comentado, entrar al Desierto de Namibia, ver los leones marinos en la costa, etc.. debíamos apretar, aprovechar las limitadas horas de luz y no perder el tiempo. No eran unas vacaciones de descanso, sino un trayecto por medio de los parajes más asombrosos del continente africano.

Y para ello nos pusimos el despertador temprano, en torno a las 7:00 de la mañana, para recoger lo antes posible y comenzar nuestra larga andadura hacia Maun, en el norte, el cual estaba aproximadamente a 900 km. del punto en que habíamos pasado la noche. Si el lunes se nos daba bien, al día siguiente estaríamos inmersos en plena faena en el Delta del Okavango, razón por la que todos estábamos bastante motivados.

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Fui el primero en levantarme para tomar algunas fotos de nuestro primer campamento al aire libre. Y poco a poco fueron saliendo de la tienda los demás. Aún sin estar acostumbrados los unos a los otros y no habernos organizado para nada, la movilización mañanera se hizo algo tardía, ya que la sola tarea de colocar de nuevo todo en los coches, preparar un poco de leche, plegar las tiendas de campaña y en sí salir del letargo del recién levantado, eran tareas complicadas en un primer momento. Esas tardanzas se irían solucionando con el tiempo, aunque por mucho que se quisiera, siendo ocho se hacía muy complicado levantarse, marchar y listo.

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El pensamiento del grupo era hacer el trayecto a Maun en dos fases, la primera desde donde estábamos (poco después pasada Gaborone) hasta Francistown, la segunda ciudad más importante de Botswana, ubicada en el nordeste (recorrido aproximado: 420 kilómetros); Allí deternernos para comer, hacer las compras necesarias, tener los coches al tope de gasolina (eso siempre es importante) y descansar un poco para poder reanudar frescos la marcha. La fase dos consistitía en hacer los aproximadamente 490 kilómetros que hay entre Francistown y Maun atravesando ya zonas más áridas y despobladas, camino utilizado por los viajeros para recorrerse los salares. Sea como fuere, habría que apretar para que no se nos hiciera demasiado de noche en carretera y que nos diera tiempo a buscar alojamiento en Maun.

TRAMO 1: A FRANCISTOWN

El trayecto a Francistown consistió en una absoluta línea recta, sin apenas movimiento de coches, dentro de los cuales íbamos confiados en ver algún animalillo. Teníamos tantas ganas y tanta ilusión por poder avistar animales salvajes, que no hacíamos más que mirar a través de los cristales con tal de ser los primeros en gritar ¡Parad, que he visto algo! Pero éramos demasiado optimistas para donde estábamos. En Botswana la mayor parte de la fauna está mucho más arriba y mucho más escondida de lo que podíamos imaginar. Debíamos ser pacientes, saber esperar. Acabaríamos teniendo suerte, pero eso no quitaba que soñaramos con sorprendernos con el largo cuello de una jirafa buscando comida en la copa de un árbol o con una manada de elefantes haciendo sonar sus trompas con gran estruendo.

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Durante la mañana nos tuvimos que conformar con un chacal y un grupo de monos cruzando la carretera. Al ver el chacal pegamos un buen grito, aunque no nos dio tiempo a detenernos para sacarle una foto, ya que íbamos demasiado deprisa y al mirar atrás ya se había marchado. Su aspecto me recordó al de un lobo, con las orejas más grandes y el color de su pelo más anaranjado, pero de un tamaño poco mayor que el del zorro común. El animal que representa al Dios egipcio Anubis es uno de los depredadores más numerosos de África, que cuando está solo se conforma con aves, roedores o carroña para su dieta pero que cuando va en manada es capaz de ir por animales más grandes, causando estragos a los ganaderos que ven cómo sus ovejas y cabras se convierten en su plato del día. No sería ni el primero ni el último que veríamos (y escucharíamos) durante el viaje.

Y lo mismo digo de los monos, que plácidamente nos hicieron detener nuestros respectivos vehículos para que papá, mamá y los pequeños cruzaran en fila india la carretera. Reconocer la especie concreta de monos o primates se intuye mucho más complicada porque su diversidad se me escapa directamente de las manos. Poco más que sabía diferenciar entre monos y babuinos.

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Poco antes de llegar a Francistown tuvimos un pequeño contratiempo con la policía. Al parecer hicimos un adelantamiento en una línea continua con lucecitas rojas (que indican que está prohibido adelantar), cosa que de verdad no nos dimos cuenta, y más en una carretera totalmente recta donde no viene nadie casi nunca. De pronto la policía, la cual tapaba un camión, venía de frente y nos empezó a dar las luces largas. Al estar delante y no detrás, supusimos que se las estaban dando al propio camión, pero no, iban dirigidas hacia nosotros y así nos lo hicieron saber cuando cambiaron velozmente de sentido y nos exigieron detener los Land Rover.

Eran tres policías. Uno de ellos llevaba la voz cantante y con gesto y voz seria nos indicó que habíamos cometido una infracción grave tanto al adelantar como al no parar en un primer instante a su llamada. Le comentamos que éramos nuevos en el país, que en realidad no habíamos saltado dicha línea continua habiendo hecho el adelantamiento previamente, cuando sí que se podía. Todo con muy buenas palabras y sin quitar la sonrisa de nuestro rostro. Con la policía si te pones nervioso estás perdido. Así que nos hicieron retornar al «punto de la infracción» e insistieron en que debíamos pagar una cantidad de pulas próxima a los 200 euros, mostrándonos la tabla de multas que tenían fotocopiada.

Los otros dos policías parecían más simpáticos, así que mientras unos hablaban con el jefe, yo me fui a charlar con ellos, comentándoles nuestro viaje, contándoles la milonga de que éramos reporteros y que veníamos de España. P1070518Ahí los gestos y las formas cambiaron, comenzando una breve charla acerca de nuestro deporte rey, el fútbol. Que si Torres, que si el Madrid, que si el Barça, que si la Selección Española juega muy bien. Ahí fue cuando se interesaron más por el recorrido que teníamos planteado e incluso me señalaron los lugares donde habían visto más animales, que por supuesto estaban entre el Okavango y Kasane. La cosa parecía hecha por aquí. Mis amigos por el otro lado le hicieron la rosca al policía de gesto severo y cuando me quise dar cuenta nos estábamos deseando suerte y chocando las manos. Tema solucionado, multa sin poner. La policía de Botswana se portó aquel día muy bien con nosotros y condonaría lo que podía haber sido un varapalo económico que no nos podíamos permitir así de primeras. Sin nervios y con buenas maneras se tiene mucho ganado…aunque no todo siempre, lamentablemente.

Llegamos a Francistown a la hora de comer, por lo que dejamos el coche bien vigilado en el parking de un centro comercial y unos aprovecharon para utilizar los servicios, otros para hacer compras y otros para estirar las piernas simplemente. Algunos de nosotros, después de haber pasado un frío que pelaba por la noche, nos compramos unas mantas para echarnos encima de los sacos cuando hiciera falta. También nos hicimos con lápices de colores y caramelos para dárselos a los niños y niñas que nos encontráramos durante el camino. Después de las tiendas nos sentamos en las mesas de una hamburguesería y celebramos juntos mi ya pasado cumpleaños. Encantado de compartir una velada cumpleañera con mis amigos y en África. ¿Qué más podía pedir?

Durante la comida comentamos principalmente que nos estaban sorprendiendo bastante las infraestructuras de Botswana. Carreteras en un estado excelente, toda clase de servicios y facilidades en las distintas poblaciones que íbamos pasando, la posibilidad de pagar con tarjeta en muchas gasolineras y tiendas. No nos podíamos quejar en absoluto de las condiciones de un país tan grande como España y con apenas 1.600.000 habitantes, menos de la tercera parte de los ciudadanos de la Comunidad de Madrid. Ahí es nada…

Nos entretuvimos demasiado en la hamburguesería y quizás fue algo que arrastraríamos para un tramo en que se nos haría totalmente de noche. Las recomendaciones tanto de las personas que han viajado allí como de las guías pasan por evitar en la medida de lo posible la conducción nocturna, debido a que los cruces inesperados de animales de todo tipo son muy posibles a la vez que peligrosos en zonas donde no hay iluminación alguna. Aunque vaya, fuimos nosotros los que no nos aplicamos el cuento una, dos, tres y más veces…

TRAMO 2: FRANCISTOWN-MAUN

Los 497 kilómetros que separan Francistown de Maun estuvieron mucho menos transitados de vehículos que en la primera parte de nuestro recorrido. La carretera, que no tenía una curva ni por equivocación, era quizás más estrecha y tenía algún bache más que esquivar, pero nada importante. Se podía circular por el medio de la misma sin ningún problema porque raro era el coche que venía de frente, y así además se podía maniobrar mejor en el caso que pasara un animal por el medio. Pero vaya, esto no fue algo que ocurriera aquella tarde. Y es que en exceptuando las vacas y los burros pertenecientes a las fincas colindantes, allí lo más salvaje que había era Juanra que no paraba de aullar por el walkie talkie. Si no hubiera sido porque el tipo es un cachondo mental y no paraba de bromear, se me hubiera hecho el camino mucho más largo de lo que era en realidad.

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El paisaje se iba asemejando cada vez más a lo que uno espera de África. Vegetación para nada frondosa, algunas acacias sobresaliendo hacia el cielo. Ideal para encontrarnos con algún animal, pero por mucho que se deseara ese día no era EL DÍA. Aún habría que esperar tiempos mejores y tomarnos aquella jornada como una transición hacia lugares más salvajes y propicios para estar inmersos en los Paraísos de la fauna más impresionantes del Planeta.

Algo tan común en el África subsahariana y que nos acompañaría en las imágenes de fondo de todos los lugares en P1070522que estuvimos fue la incontable presencia de termiteros. Aunque las grandes colonias de termitas vivan en las galerías subterráneas que ellas mismas excavan, éstas también construyen grandes columnas de arcilla que sobresalen del suelo entre 4 y 8 metros. Dicha arcilla está hecha con la mezcla de saliva, tierra y excrementos que utilizan para levantar estas magníficas estructuras que tienen la función de regular la temperatura de sus nidos. Son algo así como un inteligente sistema de ventilación o climatización que siempre está orientado al norte y que con el tiempo adquiere tal dureza que no lo tira ni la peor tormenta del siglo. Es más, cuando se quiere edificar en un terreno con termiteros, es muy usual que se tenga que recurrir a los explosivos para «echar por tierra» estas inteligentes columnas de refrigeración.

Aunque vimos muchísimos termiteros a lo largo del viaje, el primero que nos detuvimos a observar con más tranquilidad nos sorprendió por convivir con un árbol, al que tapaba prácticamente todo su tronco. El equívoco más común y del que salimos recientemente fue pensar que las termitas tenían sus palacios allí mismo cuando en realidad se encuentran a varios metros bajo tierra.

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El tramo que se sucede a lo largo de casi 200 kilómetros desde la población de Nata consiste realmente en un terreno plano y seco, donde el suelo es blanquecino debido a la alta presencia de sedimentos salinos. Si uno se asoma al Google Maps y enfoca este área verá grandes manchas blancas quese asemejan a la nieve sobrepuesta sobre tierra árida. Los salares son protagonistas de algunos de los paisajes más bellos e «interplanetarios» de Botswana, y forman parte de numerosas expediciones a realizar por entero en 4×4 por las difíciles pistas que los atraviesan. Los salares más célebres y visitados son Kubu Island y Nxai.

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A pesar de la escasez de vegetación fue allí donde nos topamos con el primer Baobab que junto a la acacia es el árbol más representativo de África. Su nombre científico tiene un nombre harto complicado a la vez que poco conocido: Adansonia Digitata. Dicho nombre hace referencia tanto a la primera persona que lo describió en sus escritos publicados en Europa (Michel Adanson, 1737-1806) como a su forma de mano abieta (Digitata es en latín «con dedos»). Más que por su altura (media de 20-25 metros) llama la atención por su grosor, siendo más que normal un diámetro de 10 metros. Hay bastantes mitos al respecto como que en Zimbabwe hay un baobab en el que aparcan autobuses, aunque nada lejos de la realidad está el Baobab-bar de Sudáfrica que llegó albergar a 50 personas en su interior.

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Aunque su madera no es lo suficientemente aprovechable para uso humano, es un elemento de vida indiscutible para el ecosistema de su entorno, donde moran distintas especies de insectos y animales. Se dice que puede llegar a almacenar 120.000 litros de agua, la cual absorbe con sus largas raíces (hay otro mito, o mejor dicho leyenda de discutible veracidad, que asegura que éstas se encuentran interconectadas a cientos de kilómetros con las de otros ejemplares). Son muchos los que superan la franja de los 3000-4000 años de antigüedad, siendo indiscutiblemente los Reyes de la Flora africana y el emblema de un continente cuya Naturaleza aún respira aire fresco.

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Tanto la silueta como el asombroso tronco de aquel Baobab sucumbieron ante el objetivo de nuestras cámaras de fotos. Era el signo más evidente de que ya estábamos inmersos en pleno corazón del cono sur de África y que una vez llegados allí, era demasiado tarde para resistirse al hechizo de un continente que de una forma irremediable te engancha, te acuna en sus brazos y se queda contigo para siempre.

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Sin ser aún las seis de la tarde, la temperatura comenzó a descender bajo el árbol, avisándonos de que si no nos dábamos prisa, la noche nos iba a alcanzar faltando todavía un buen rato para llegar a Maun. Así que volvimos a los coches para apretar el acelerador con tal de llegar lo más pronto posible para acabar el largo y cansado recorrido de 900 kilómetros que estábamos cumpliendo a rajatabla.

Ese último tramo estuvo caracterizado por un deslumbrante atardecer que pintó nuestro horizonte con paletas de color rojo, naranja, amarillo y azul creando un lienzo de belleza inasumible que logró silenciar a los ocho, dejándonos como meros espectadores de un espectáculo que sólo África es capaz de recrear de esa manera. Y es que si de algo uno no puede olvidarse de su periplo africano es de unos atardeceres que hipnotizan y hacen suspirar, superándose día a día, como si alguien allá arriba tratara de hacerlos cada vez más perfectos.

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Cuando el horizonte de fuego se apagó no tuvimos más remedio que disminuir considerablemente la velocidad, ya que la iluminación de la carretera dependía únicamente de las estrellas, la luna y los faros de nuestros coches. A ambos lados había numerosos chispazos de luz, que no eran otros que los ojillos de animales como vacas, burros o incluso gacelas, algunas de las cuales se arrimaron demasiado al arcén, dando la impresión de que iban a dar un salto al centro de la calzada en cualquier momento. Una de las víctimas que tuvimos fue un pequeño erizo, que ingenuamente trataba de pasar de un lado al otro, hasta que nuestro coche le pasó por encima convirtiéndole parte del asfalto. Había baches e incómodos agujeros, aunque no tantos como podíamos esperar a esas alturas del viaje, aunque realmente en Maun se terminarían radicalmente el tipo de carreteras que estábamos conociendo hasta pasados unos días. Era sabido por todos que el tramo Maun-Moremi-Kasane iba a ser el más complicado de superar, y donde la pericia de los conductores (Chema, Bernon y Juanra se alzaron como nuestros «expertos» en terrenos complicados)  iba a jugar un papel demasiado importante. Pero hasta el momento no podíamos tener queja alguna ya que en Europa hemos circulado por carreteras secundarias en mucho peor estado que las que estábamos gozando en Botswana.

A unos kilómetros de nuestra llegada a Maun consultamos nuestra guía Lonely Planet dedicada al Sur de África para buscar dónde podíamos dormir, o más bien dónde podíamos consultar disponibilidad, ya que agosto es un mes donde no resulta sencillo encontrar plazas. Entre The Old Bridge y el Audi Camp andaba el juego, puntuando ambos con buenísima nota a la par que sus precios para acampar eran más que asequibles, pero nos terminamos decantando por el segundo ya que unos amigos nuestros habían estado allí meses antes y nos lo habían recomendado. Ya se sabe que muchas veces una buena experiencia ajena es el mejor aval para decantarse por un lugar en concreto.

MAUN NOS RECIBIÓ DE NOCHE

Llegamos a Maun aproximadamente a las 20:30 horas. En la primera gasolinera que encontramos recargamos los coches de combustible al máximo, ya que hasta Kasane no hay ninguna otra. Si en línea recta hay aproximadamente 400 kilómetros y no íbamos a ir precísamente rectos, sino que queríamos rodear Moremi e ir a la marcha lenta de los safaris no podíamos arriesgarnos. Este tema suele convertirse en un verdadero quebradero de cabeza para muchos conductores que confiados en su suerte se quedan totalmente tirados. Lo ideal es llevar lleno tanto el depósito como la garrafa extra, sin la cual es un riesgo marchar por una zona de caminos de tierra, escasa señalización y que no dispone de cobertura para los teléfonos móviles.

Maun, población de 30000 habitantes y considerado puerta sur del Delta del Okavango, es probablemente la base más importante desde la que se puede explorar la que sin duda es una de las áreas naturales más importantes no sólo de África sino del mundo. Casas bajas de hormigón están entremezcladas con chozas circulares con tejados de paja que son las tradicionales de la tribu botawana, que fueron quienes la habitaron originariamente hace menos de un siglo. En Maun no falta ninguna clase de servicios, desde alojamiento para todas las clases sociales (de los carísimos lodges hasta los lugares para acampar) pasando por gasolineras, talleres, tiendas y restaurantes hasta un pequeño aeropuerto. Por ser además el último rincón accesible por carretera y contar con la mayor parte de operadores turísticos que organizan excursiones por la zona, siempre ha entremezclado la convivencia entre locales y viajeros deseosos de disfrutar de lo que está apenas a unos pasos, el fantástico Delta del Okavango, uno de los pocos ejemplos exitentes de desembocadura interior de un río, y el cual conserva una fauna numerosa a la vez que diversa.

Y uno de los lugares donde hospedarse sin mucho dinero era precisamente el Audi Camp donde probamos suerte en primer lugar. No hubo ningún problema en que pusiéramos la tienda de campaña por apenas 45 pulas por persona (4´5€ aproximadamente) y utilizásemos su cocina, sus fregaderos, sus duchas, las barbacoas e incluso su bar. Por tener, tiene hasta piscina, aunque con los fríos nocturnos que hacía, bañarnos no estaba en nuestros planes.

Mientras los más cocinillas preparaban una riquísima barbacoa con la carnaza que habíamos comprado en Francistown, yo traté de informarme en la recepción del Camping sobre varios aspectos concernientes a las excursiones en mokoro (canoa tradicional) por el Okavango, los vuelos panorámicos en avioneta y si podían reservar por nosotros en los campings interiores de parques como el Moremi o el Chobe.

Con la información recopilada que trasladé a mis amigos llegamos a la conclusión de que 1) en el camping organizaban rutas en mokoro a horas tempranas pero habría que mirar más alternativas/precios por la mañana P1070554porque los de allí no nos convencían, 2) los vuelos se contratan directamente en el Aeropuerto de Maun en cualquiera de las compañías que los organizan tanto a primera hora como a la tarde, y (3) si queríamos tener una mínima posibilidad de poder pasar la noche en unos campings que en esa época suelen estar llenos teníamos que personarnos lo antes posible en la Oficina que tiene en Maun el Departamento encargado de tramitar las entradas y alojamientos de los Parques Nacionales (DWNP: Department of Wildlife and National Parks). Ese era el único lugar donde podíamos probar suerte, además de enterarnos de una novedad que entró en vigor en enero de 2009 y cuya información era clave para poder continuar nuestro camino. Si no llegamos a probar suerte allí podíamos haber tenido un lastimosos contratiempo. Ya contaré en el próximo capítulo qué y por qué razón.

Así que el plan para el martes sería en primer lugar visitar la Oficina de Maun de la DWNP para apañar nuestras visitas a Moremi y Chobe además de organizarnos para explorar el Delta del Okavango tanto por el agua como por el aire en los dos días que pasaríamos allí. No sabíamos si sería primero el mokoro o la avioneta, pero sin duda íbamos a intentar los dos.

De eso y otros temas charlamos durante la deliciosa barbacoa donde al son de los croacs de millones de ranitas disfrutamos de una noche a los pies de un lugar que hasta hacía poco tiempo tan sólo había oído hablar a las expertas voces de los documentales de National Geographic.

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En mi cabeza hubo algo que daba vueltas antes de quedarme profundamente dormido en el saco de dormir: ¿cuál será el primer animal que veremos? Entre tanto la emoción dejó un suave cosquilleo que se perdió al traspasar la fase REM y volar al maravilloso mundo de los sueños.

* Podéis ver un pase fotográfico de este capítulo pinchando aquí.

9 Respuestas a “Viaje al Sur de África en 4×4 (2): Raudos a Botswana”

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