Viaje al Sur de África en 4×4 (7): La solución al problema «Chobe»
8 de agosto: ATRAPADOS EN EL CHOBE (POR SEGUNDO DÍA CONSECUTIVO)
La agitada noche de las hienas, el leopardo y el elefante rompe-árboles había pasado una gran factura a la cohesión del grupo. El estar allí tirados sin una solución cercana a la vista hizo revivir tensiones y situaciones de nerviosismo en que se dijeron palabras que no se sentían realmente. Pero esto era una cuestión del momento, de querer pagar el pato con recriminaciones sobre lo que se debía haber hecho previamente o lo que se debería hacer después. Todo eso era lógico hasta dentro de un punto porque en medio de África sólo nos teníamos a nosotros mismos que estábamos las veinticuatro horas del día juntos desde hacía ya una semana.
En los viajes siempre hay momentos muy buenos (picos) y momentos menos buenos (valles). Cuando se está en «un valle» con un grupo donde cada uno es de su padre y de su madre es sencillo que rebroten las diferencias entre los miembros, y en realidad la solución es muy fácil teniendo paciencia y haciendo piña, sintiéndose todos partícipes de un mismo objetivo. Y ese no era otro que salir de allí, algo que para nada dependía de nosotros.
Antes de las ocho de la mañana recibimos la primera llamada de la responsable que nos habían asignado de Land Rover Sudáfrica. Ella, que siempre se dirigió a nosotros con muy buenas maneras, nos confirmó que hacía dos horas había salido de Johannesburgo un vehículo con el que poder continuar nuestro camino. En cambio los de la Oficina de alquiler no se habían enterado todavía de ese hecho y no fueron capaces de confirmárnoslo hasta bien pasada la mañana.
Haciendo cuentas sobre la duración un viaje de Johannesburgo hasta la Mababe Gate veíamos imposible que el coche llegara durante ese día. Contando que el conductor apenas parara para comer, echar gasolina y hacer sus necesidades, podría llegar como muchísimo ya bien entrada la noche. Y hasta Maun todavía, que había carreteras en buen estado, pero hacer el tramo hasta Mababe sin la luz del Sol no era moco de pavo ni para los más expertos.
Por un lado sabíamos nos estaban trayendo el nuevo coche y por el otro veíamos como inevitable perder un día más en aquella explanada, y sobre todo, pasar otra noche movidita. Como mínimo, si todo iba bien, el contratiempo del alternador podía arrebatarnos dos días de un planning ya de por sí ajustado. Nos esperaba, por tanto, un sábado muy pero que muy largo.
El camino hacia la puerta de acceso estaba lleno de huellas las cuales les mostramos por foto a los guardas con los que ya habíamos hecho amistad. Sin duda eran de nuestras «amigas» las hienas, que nos habían estado acompañando y dando calor durante toda la noche. Cuando les contábamos cómo habíamos vivido tal experiencia se rieron diciendo «Y qué me vas a contar a mí, que para ir a mi casa tengo que atravesar toda esa zona de árboles donde hay que ir con un rifle». Ellos vivían durante sus días de trabajo al otro lado de la arboleda en unas casas preparadas para pasar largas temporadas.
Al ver que nuestro aspecto físico era tan deplorable nos ofrecieron muy amablemente utilizar las duchas de sus viviendas, un gesto muy de agradecer. Les tomamos la palabra y rápido fuimos a la tienda de campaña para sacar de las mochilas los champús, cepillos y ropa limpia con los que acabar momentáneamente con esa suciedad que se nos había pegado hasta la cara. Alguien de cuyo nombre no quiero acordarme decía que «el tema le olía a Enciclopedia Larousse o a esos diccionarios inglés-francés que todo el mundo tiene pero que nadie usa». Genio y figura, el chascarrillo dio para reirnos durante todo el viaje.
Hay que ver la porquería que podíamos tener encima. Cayó a la bañera tanta agua negra que si lo llegan a ver los de Medio Ambiente declaran aquella casa como Zona Catastrófica. Algunos incluso, que nos habíamos creído que estábamos bronceados, volvimos a la realidad de la tez blanca. Sea como fuere, aquella ducha nos vino bien a todos, amansó a las fieras y en vez de oler a Larousse, volvíamos a oler a limpio.
Precisamente cuando Rebeca y yo volvíamos recién duchados a nuestro «Campamento Base», después de pisar unos hierbajos, salieron disparadas hacia un árbol dos largas y gruesas serpientes que no tardaron ni tres segundos en subir de la tierra a lo más alto del tronco. Parecía que teníamos la negra con los reptiles, y el pobre Chemita mientras buscándolas como un loco.
El día se nos estaba haciendo muy largo y poco o nada pudimos hacer más que dar un poco de conversación a los guardas, jugar a las cartas, teorizar sobre el viaje del nuevo Land Rover desde Johannesburgo y sobre cómo podíamos plantear los días sucesivos, pasear en un área minúscula (ya que allí podía salirte cualquier cosa), jugar a las cartas, descansar, discutir un rato más, revisar las fotos y videos realizados hasta el momento, leerse las guías y poco más. Sin olvidarnos, por supuesto, de salir disparados hacia el teléfono cuando recibíamos alguna llamada bien de la Compañía de alquiler o bien de la gente de Land Rover.
A Alberto, como informático que es, le fueron encomendadas tareas en la garita de los guardas para que pudiera arreglar un ordenador prehistórico que no arrancaba ni a la de tres. Y siguió sin hacerlo porque aquel aparato que bien pudo haber usado Pedro Picapiedra, estaba ya para pocos trotes y sólo valía para terminar abandonado en un contenedor de basura. Al menos les agradó el detalle de intentarlo y dedicarle tiempo, algo que ellos estaban haciendo de sobra con nosotros ayudándonos en todo lo posible.
Recibir llamadas no les importaba, pero que la realizáramos nosotros ya no les gustaba un pelo. Cada vez que llamábamos a Johannebsurgo para ver cómo iba el trayecto hacia Mababe nos lo apuntaban en un papel.
Pero teníamos un problema, y era que llevábamos «desaparecidos» varios días en lo que a cobertura móvil se refiere y nuestras familias no sabían absolutamente nada de nosotros desde el día que nos subimos en avioneta para sobrevolar en Delta del Okavango. Yo me imaginaba a mi madre, acostumbrada a saber de mí al menos por SMS, toda preocupada. Y aún, por lo que parecía, nos quedaba tiempo de incomunicación. Así que me las ingenié para que me dejaran poder llamar a mi familia y que a su vez hicieran una cadena de llamadas a los demás padres/hermanos de la gente del grupo.
Como de primeras no me iban a dejar llamar a España, a mi casa, les pedí que me dejaran hablar un par de minutos con nuestra Embajada quienes darían noticias de nuestro infortunio. Me dijeron que les escribiera el número de la Embajada y que ya veríamos. Les puse dos números, el del móvil de mi padre y el de mi madre. Y se lo terminaron creyendo y permitiéndome llamar. Primer intento: El teléfono de mi madre estaba apagado o fuera de cobertura. Segundo intento: Lo cogió mi padre. Para que no pensaran que les había engañado y no salieran por ahí las palabras «papá» o «mamá» le hablé rápido y en clave explicándole lo que había pasado y que estuvieran todos tranquilos, pidiéndole además que se pusiera en contacto como pudiera con la familias de los demás.
A eso de media tarde se presentó en la Mababe Gate una grúa que había recibido órdenes de llevarse el Land Rover averiado hasta Maun. Al parecer les había contratado nuestra compañía de alquiler para que lo retirara y ya poderlo arreglar en un taller. De esa forma ya no teníamos que preocuparnos por él, aunque en cierto modo no nos quedábamos muy tranquilos viendo cómo iba a ser arrastrado por la grúa en aquellos caminos del Demonio. Tomamos fotos de todos sus ángulos para que en el caso de que se lo cargaran pudiéramos tener pruebas de cómo nosotros lo habíamos dejado y no nos cobraran de más. Aunque eso a SMH Car Hire, la compañía más estafadora de todo el Sur de África, no le iba a importar en absoluto.
Comimos, para no variar, espaguettis con salchichas. De beber agua, pero no la que habíamos comprado en el centro comercial del Johannesburgo, sino la que habíamos obtenido de una fuente que había allí al lado. Afortunadamente llevábamos pastillas potabilidazoras para poder degustar aquel agua sin que nos acarreara una siempre incómoda diarrea. Una pastillita por cada litro y era suficiente para beber con total seguridad.
Y después de la comida nos echamos una siestecilla al aire libre. Sí, digo bien, al aire libre. Nos quedamos dormidos como corderitos encima de las esterillas. Como si se nos hubiese olvidado que en un lugar así no estábamos solos ni por equivocación. Pero la noche había sido tan tensa que poco a poco fuimos atrapados por una siesta dulce que alejaba los problemas por un rato. Aunque no a las hienas… Y es que Bernon, cuando fue a buscarnos nos vió que estábamos (y éramos) insconscientes de habernos rendido al sueño y estar durmiendo en hilera. A escasos cinco metros una hiena nos observaba sentada y con la boca haciéndosele agua. Si no aparece nuestro amigo no sé lo que hubiera pasado porque nada más verle se marchó corriendo. Después, para echarnos un poco la bronca (de forma justa) por habernos quedado dormidos fuera de la tienda, nos inmortalizó con su cámara. Y es que después de la que se había liado por la noche era un delito haberse dejado vencer por el Dios Morfeo…
Tras unas cuantas horas sin saber absolutamente nada de cómo iban las cosas con nuestro nuevo vehículo intentamos llamar de nuevo. Pero nuestros amigos los guardas ya no estaban muy por la labor de dejarnos y se inventaron toda clase de excusas para que no usáramos el teléfono. Que si la tarde de los sábados lo tenían prohibido, que si les habían echado la bronca por habernos dejado llamar y un largo etcétera. Menos mal que Alberto, que los tenía en el bote, les terminó convenciendo para realizar la que sería la llamada definitiva. A escasos minutos de que la Mababe Gate cerrara sus puertas (18:30) logramos saber que la persona que conducía el Land Rover que nos iban a dar para proseguir nuestro viaje se encontraba a la altura de la población de Nata, a casi tres horas de Maun, además que no tenía ni la menor idea de llegar hasta donde nosotros estábamos ni si podría conseguirlo. Y es que el segundo coche, conducido por otra persona y en el que tendría que volver a Sudáfrica era un utilitario normal con el que ni por asomo podría cubrir ese delicado tramo Maun-Mababe. Nuevo problema que podía dilatar aún más nuestra marcha del Chobe.
Pero aquí el detalle que se marcaron los guardas fue realmente magnífico. Se ofrecieron a ir con alguno/s de nosotros a Maun por un camino que ellos conocían en el que se podía llegar en tan sólo tres horas, las mismas que necesitaría la otra persona en llegar desde Nata. Blanco y en botella, no había discusión posible porque era la única forma de tener el Land Rover nuevo a nuestra disposición esa misma noche y de esa forma poder irnos por la mañana temprano a retomar nuestro viaje. Así que con ellos se fueron Alberto, Chema y Bernon, quedándonos en el campamento base a pasar otra «noche de hienas» Juanra, Anita, Rebeca, Pilar y yo.
Esta vez no lo haríamos en solitario ya que una pareja de franceses que se había perdido y no había logrado llegado a tiempo a su camping se unió a nosotros para compartir nuestro devenir nocturno en el sur del Chobe. Ellos iban mucho más preparados, con un gran todoterreno de esos que llevan adosada al techo su propia tienda de campaña. Cuando les contamos todo lo que nos había sucedido la noche anterior no dieron crédito. Compartieron con nosotros una buena cena con una buena conversación en que mezclamos el español con inglés barriobajero y francés desastroso (aquellos años de la Academia dónde quedaron…). Viendo que andábamos tan pobres de comida nos cocinaron un delicioso arroz con verduras y un filete de ternera que terminamos devorando. Ya no importaba tanto como la noche anterior que se desprendiera olor a comida y que se pudieran acercar los bichos atraídos a kilómetros. El hambre apretaba… y mucho.
Y las hienas también apretaron porque durante la cena varios pares de ojos brillaban ocultos tras la oscura frondosidad de un bosque que se había cerrado a nuestra vista. Cuando Juanra y yo marchamos alegremente a los baños de las garitas de los guardas para fregar los platos nos topamos con la silueta que bien podía ser de una hiena o de uno de los muchos perros salvajes que campan por allí. Había tan sólo treinta metros desde las tiendas de campaña pero se me hicieron tan largos que parecieron trescientos.
El chico francés había rodeado nuestro campamento con velas encendidas para evitar que los animales se acercaran demasiado. Pero no debía conocer a las hienas porque cuando ya la mayoría nos habíamos ido a dormir y tan sólo quedaba Juanra despierto, apareció una de ellas quedándose a tan sólo unos metros de nuestro amigo, ya que fue decir la palabra «hiena» y el francés haberse subido corriendo a la tienda de campaña de su todoterreno. Después de quedarse mirando fijamente hacia nosotros (ya que Juanra, enamorado de estos animales, nos despertó a todos para que la viéramos) enganchó con la boca una de las velas para llevársela detrás y comérsela. Al ver que la cera no estaba demasiado buena se marchó adentrándose al bosque, probablemente indignada por no haber conseguido premio alguno con su incursión a nuestro improvisado territorio.
A eso de la una de la madrugada llegó el nuevo coche, un precioso Land Rover Discovery color blanco, mucho más apto que el Freelander para transitar por terrenos complejos. Al despertar marcharíamos raudos y veloces hacia Kasane, el punto más septentrional de Botswana, para dejar atrás dos días que en un principio parecían perdidos, pero que terminarían siendo los más recordados por todos nosotros.
9 de agosto: OBJETIVO KASANE
No sé si ya por costumbre o confianza dormí como un lirón aquella segunda noche de acampada forzosa en el Chobe. Desconozco completamente si hubo elefantes, leones o Tiranosaurios Rex pero tampoco me debió importar porque caí fulminado en el saco hasta que el despertador me sacó a patadas del mundo de los sueños. Y creo que a todos nos sucedió lo mismo.
No quisimos apurar mucho más nuestro parón que ya duraba dos días y tratamos de movilizarnos lo más rápido posible. Lo de siempre, recoger las cosas y meterlas al coche. Al menos con el cambio habíamos ganado espacio, porque el Discovery nuevo era mucho más grande y nos permitía ir mucho más ligeros.
Nos despedimos de nuestros amigos los guardas de la Mababe Gate, no sin antes pedirles un último favor, que nos firmaran una autorización para poder abandonar el Chobe sin problemas, ya que los permisos se nos habían agotado el día anterior. Y por supuesto que accedieron sin pega alguna, ya que les habíamos proporcionado 48 horas de entretenimiento cuando apenas reciben no más de diez coches al día en la mayor parte de las ocasiones.
Nuestro objetivo primordial era atravesar el Chobe National Park para ir sentido Kasane, nuestra base para explorar tanto las Cataratas Victoria como el propio Río Chobe, y de ahí marcharnos en un par de días a comenzar una nueva singladura en Namibia. Kasane supondría el abandono momentáneo al aislacionismo vivido (sufrido y disfrutado a partes iguales) para darnos una pequeña dosis de civilización (Tiene 7000 habitantes), sin olvidarnos de comprar comida/bebida y comunicarnos con nuestras familias, a las que teníamos un tanto preocupadas.
Parecía que todos tuviéramos prisa por marcharnos, por decir adiós definitivamente a nuestro campo-base en la explanada porque tardamos menos que nunca en estar preparados. Cuando ya estaban todos los deberes hechos y comenzamos a circular con los coches, la pareja francesa que había estado con nosotros vino corriendo detrás para pedirnos que les ayudáramos porque… se les había descargado la batería de su 4×4. No nos podíamos creer que la historia se repitiera, aunque fuera con distintos destinatarios. Justo en Mababe Gate, donde nuestro Land Rover había dejado de funcionar repentinamente, obligándonos a quedarnos dos días. Y a ellos les estaba pasando lo mismo. No pudimos hacer más que utilizar sus pinzas para que arrancaran pero cómo acabó aquel problema lo desconocemos. Quien sabe si tuvieron que pasar otra noche entre las hienas.
Por mucho que nos apenara no nos íbamos a quedar para comprobarlo porque demasiado tiempo habíamos perdido. Así que vovimos a sobrepasar aquella puerta de acceso que nos llevara a recorrer de sur a norte el magnífico Chobe National Park, que por otra parte no nos deparó mucha suerte en lo que a observación de fauna se refiere. Aquel día los animales debían estar escondidos porque aparte de un elefante que se nos cruzó por delante amagando con cargar no pasó nada más. Gran parte del camino era bastante estrecho, con matorrales a ambos lados, y donde hubo que conducir con bastante cuidado no sólo para no quedarnos atrapados en la arena sino también para evitar algún choque inesperado. Y es que si cruza un animal y se va deprisa no hay tiempo para reaccionar.
Entre Mababe y Savuti hay aproximadamente 50 kilómetros de camino de dificultad moderada. Savuti puede considerársele el corazón del Chobe no sólo por su situación sino por atraer a numerosísima fauna. En este lugar precisamente se había dado el último ataque de leones a turistas en Botswana. Un pobre alemán que salió del coche cuando no debía y…que terminó convirtiéndose en el improvisado banquete de los felinos. También Savuti es uno de los pocos ejemplos documentados que existen de intentos de cazar elefantes por parte de los propios leones, que por una cosa un otra parecen haber salido más fieros de la cuenta. Con razón nos decían que los paquidermos estaban estresados y reaccionaban con violencia en muchas ocasiones. Otra preocupación más.
Nosotros nos tuvimos que conformar con ver sus cráneos, los cuales estaban dispuestos en la propia caseta de los guardas de Savuti. El del elefante pesaba tanto que era imposible cogerlo. Menos costó agarrar al Kudu por los cuernos, inmensos y retorcidos mástiles oscuros que muchos cazadores ansían tener como trofero. Y curiosamente, en dicha caseta había también un dispensador gratuito de preservativos, algo normal por otra parte en un país con altísimos índices de contagio por VIH.
Continuamos dirección norte para seguir avanzando sin pena ni gloria por los senderos de arena donde se han llegado a retratar espeluznantes escenas en los documentales. Pero que aquel día parecían estar totalmente tiesos. Salvo las típicas Thomson correteando de un lado para el otro, no había demasiados signos de mamíferos por la zona. Aunque sí que pudimos disfrutar del giro de cuello de un enorme búho que reposaba sobre las ramas de un árbol. Como si de la niña del exorcista se tratara, puso su cara a 360º de donde la tenía en un primer momento sin mover un ápice su cuerpo. Aquel ave nocturna fue la única que tuvo el honor de amenizarnos el camino durante unas primeras horas caracterizadas por el bostezo generalizado.
El no ver apenas animales fue compensado con infinitas conversaciones que pasaban de la vulgaridad a la trascendentalidad sin cambiar ni siquiera de carril. Por lo menos en el que yo iba junto a Anita, Rebeca y Juanra, se trataron todos los temas habidos y por haber, mezclados con una música que poco o nada pegaba con el entorno. Para la próxima vez en que alquilemos coche no debo ser olvidadizo y traerme mis discos porque salvo Los Rodríguez, Piratas y alguna canción de Cranberries no había más que se salvara de la quema. Después de que Juanra y Anita lean estas palabras muy probablemente querrán matarme porque ellos fueron los propietarios de la música que allí se escuchó. Si lo digo con cariño, amigos…
Del Chobe National Park pasamos al Chobe Forest Reserve, paso ineludible para todo el que va o viene desde Kasane. Aquí más que los safaris fotográficos clásicos se desarrollan otros que sustituyen las cámaras por los rifles y las miras telescópicas, ya que se permite que haya caza «controlada» de la rica variedad animal cuyo único delito cometido ha sido pasar las lindes de la protección. No es lo mismo ser Reserva boscosa que Parque Nacional, por mucho que las diferencias en el terreno sean mínimas.
Nos dio la impresión que estaban construyendo una carretera en la reserva que llegara hasta Ngoma Bridge, ya a 50 kilómetros de Kasane, donde sí reaparece un buen tramo de asfalto. Si eso es cierto habrán logrado dos cosas: Hacer parte del Chobe accesible en un utilitario y restar autenticidad y tranquilidad a un área donde normalmente transitan muy pocos vehículos. Si me dan a elegir prefiero que siga habiendo baches y grandes charcas que vadear porque de esa forma se podrá garantizar la conservación de lo que es el hogar de innumerables especies animales. Hay ocasiones en que las cosas conviene dejarlas como están.
Ahora mismo ya existe una importante porción del Parque Nacional Chobe accesible desde Kasane por carretera asfaltada. Es la más septentrional del mismo, y a esa sí que se puede circular en un vehículo 2×4 sin problemas. Ya si se quiere profundizar más es necesario pasarse al 4×4, pero no niego que pueda haber suerte alguna vez y avistar algo desde el asfalto. Nosotros precisamente nos encontramos con nuestra cuarta especie perteneciente a los Big Five, el Búfalo. Pero no uno solitario ni dos si quiera. Era una importante y vistosísima manada de entre trienta y cuarenta ejemplares que se movían todos juntos como si de un solo miembro se tratara.
El cuarto Big Five del viaje es quizás el más numeroso y su pertenencia a esta prestigiosa denominación no se debe a su rareza sino por ser otra de las piezas preferidas de los amantes de la caza, de donde viene precisamente dicha clasificación. Es algo más pequeño que la especie residente en Asia, la cual ya está domesticada en un 95% , pero esta es absolutamente salvaje y conserva el respeto de los depredadores, que sólo se atreven a atacar a las crías, a los ancianos o a quienes se han separado de forma inconsciente del grupo. Porque eso es precisamente el Búfalo africano (también llamado Búfalo cafre o del Cabo), un grupo personificado en sus poderosos cuernos. Si el grupo se siente amenazado o ve que uno de sus miembros corre peligro, se defienden de lo que sea. Menudos son con sus 1000 kilos de peso cuando se juntan por decenas. Cualquiera se mete con ellos.
Y nosotros, para no variar, no nos conformamos con sacarles fotografías desde el coche como niños buenos, sino que una vez más tuvimos que salir para verlos de pie. En pocos minutos se fueron retirando poco a poco montando una algarabía que retumbaba a kilómetros. Porque más que caminar parecía que golpearan el suelo, haciéndolo casi temblar. Multitud de cornamentas grises se fueron perdiendo tras el horizonte sin ser conscientes de que nos habían regalado con su presencia el haber podido anotar en nuestro currículum de fauna el penúltimo Big Five. Ya sólo quedaba uno, y no era en absoluto fácil de ver a pesar de su gigantesco tamaño, el Rinoceronte. Otra de esas especies a las que me gusta tildar de «prehistóricas» debido a que su rudo aspecto que me recuerda al del extinto triceratops, mi dinosaurio preferido.
A eso de las tres de la tarde llegamos a Kasane, pequeña ciudad a orillas del río Chobe situada en lo que se le conoce como las Cuatro Esquinas de África. Y es que es aquí donde se juntan las fronteras de cuatro países: Botswana, Namibia, Zimbabwe y Zambia. Por ser un área de Naturaleza deslumbrante y estar ubicada junto a tres pasos fronterizos, Kasane es junto a Maun, la base ideal para explorar las maravillas naturales a este lado del África austral. Se le utiliza de enganche para visitar las Cataratas Victoria (tanto por el lado zambiano como por el zimbauense) al igual que para explorar las dos orillas del río Chobe que están sumamente pobladas por elefantes, búfalos e hipopótamos, sin olvidar que se encuentra a quince minutos de la Entrada Norte del Parque Nacional Chobe.
Kasane cuenta con un pequeño aeropuerto, es accesible por carretera asfaltada (si se va por el camino de Nata), tiene una amplia oferta en lo que alojamiento se refiere (cuenta con varios lodges y campings de todos los precios), posee bares, restaurantes, centros comerciales y compañías que organizan excursiones y actividades de todo tipo por la zona. Es, como decía antes, una dosis de civilización en un país como Botswana que está más preparado de lo que muchos podíamos pensar de antemano.
Nosotros, como siempre, íbamos sin tener nada reservado. Y menos mal que era así porque resultaba imposible prever que nos íbamos a quedar parados dos días. Estábamos aprendiendo que en África planificar es más bien bosquejar, crear un boceto de lo que se pretende hacer pero nunca diseñar con precisión lo que en realidad se va a hacer. Si se tienen en cuenta estas variantes se habrá ganado mucho en evitar disgustos o intatisfacciones innecesarias. Ir a África es como subirse a un barco en el que controlas el timón a medias y en el que dependes de las inclemencias del tiempo, de las corrientes de aire y hasta de que no te asalten los piratas.
La guía recomendaba en especial dos campings, los cuales pertenecían cada uno a un Lodge determinado: Chobe Safari Lodge y Thebe River Lodge/Camping. El primero estaba al norte de la avenida principal de la ciudad, y sin duda era el que hubiésemos elegido en el caso de no estar absolutamente completo. Era una preciosa estructura de madera asomándose al río con buenas habitaciones, apartamentos más sencillos y finalmente una zona para acampar. Contaba con restaurante-buffet de primerísima calidad, bar de copas, piscina, tienda y agencia de viajes donde contratar toda clase de excursiones. Sin duda un lodge con buenísima apariencia que nos tuvimos que conformar con ver pero no tocar por mucho que les pidiéramos que nos hicieran un huequecito en una habitación familiar. No voy a negar que después de nueve días sin dormir en una cama me apetecía hacerlo. Y a la inmensa mayoría también.
Nos fuimos, por tanto, al Thebe River Lodge/Camping, bastante más modesto pero donde al menos había sitio para acampar durante dos noches (45 pulas, 4´5 dólares americanos por persona). Y con ellos precisamente gestionamos para el día siguiente a las 15:30 una de las dos actividades que queríamos realizar estando allí, un crucero fluvial por el Río Chobe de unas tres horas de duración. El coste era un tanto elevado para lo que teníamos acostumbrados (250 pulas, 25$) pero es algo que hay que hacer estando en Kasane sí o sí. Para la otra actividad consistente en visitar las Cataratas Victoria por Zimbabwe nos organizaríamos nosotros mismos porque las excursiones que gestionaba el camping hasta allí llegaban incluso a superar los 100 dólares sin contar el precio de los visados (30$), algo prohibitivo para nuestros presupuestos.
La tarde la aprovechamos para ir a comer a un sitio vulgar de comida rápida en la que saciar con hamburguesas y muslitos de pollo todos los días de espaguetis con salchichas que nos habíamos pegado. Un refresco…FRÍO!!, patatas fritas, postre, sentados tan a gusto en una terracita. Llevábamos más hambre que el perro de un ciego porque no quedaron ni los huesos.
Merodeando por allí y rebuscando en la basura había dos facoceros (jabalís verrugosos). Cuanto menos nos parecía extraño encontrarse en ese ambiente urbano a los simpáticos Pumbas que tan sólo unas horas antes habíamos visto corretear en la sabana. Pero Kasane está levantada en plena naturaleza y en ocasiones los animales se buscan la vida atravesando las lindes del campo. Esto es África!!
Hicimos la segunda gran compra del viaje en un centro comercial de la ciudad. Estábamos escasos de comida y debíamos recargar ambos vehículos con alimento y agua necesarios para sobrevivir el resto de viaje. Dos compras generales y alguna esporádica de cosas concretas era suficiente para un viaje de tres semanas. Con los coches como despensa teníamos espacio de sobra para que no nos faltara de nada.
Ya por la noche no hicimos más que charlar y beber junto a un fuego. Estuvimos hablando de los países que habíamos visitado en estos años, de nuestras anécdotas más curiosas y divertidas, e incluso hubo tiempo para sostener alguna que otra acalorada discusión. Reír y reñir, siempre a la par.
Había sido una jornada de transición bastante tranquila sin grandes historias como en otros días, pero que sirvió de antesala a nuestra inmersión zimbauense en las que teníamos previsto tanto visitar las Cataratas más espectaculares del continente africano como bajar por un Río lleno de sorpresas. El día 10 de agosto vendría señalado en rojo en nuestro calendario. No había cabida para la decepción.
* Pincha aquí para ver una Selección de Fotos correspondientes a este capítulo
5 Respuestas a “Viaje al Sur de África en 4×4 (7): La solución al problema «Chobe»”
Eres increíble, de unn día en el que prácticamente no paso nada has logrado hacer un relato muy interesante. Jajaja me parto de risa con la cara de mala leche del búfalo en la foto, la que se hubiera liado si en vez de marcharse cuando nos vieron salir del coche se hubieran ido hacia nosotros todos juntitos.
Acabo de leer el relato, y mañana publicas más cosas y el viernes, ésto es un no parar … pero cómo nos gusta.
Pues yo más bien me parto de risa con el jabalí verrugoso, que feo es el condenado!!!
Por cierto que yo ya sé el destino del viaje de diciembre,ja,ja,ja me lo has dicho tú .
Un beso. Alicia
Vaya aventura. Mira que llegamos a ser sufridores los viajeros!. Lo bueno del caso, es que después de unas semanas, todos estos contratiempos forman una parte muy importante del viaje y se recuerdan incluso con cariño.
Un abrazo
M.Teresa
Eyyyy que se me ha pasado este capítulo!!! tx tx tx (o como sea la onomatopeya de chasquear la lengua, jajajaja) bueno habrá que leerlo con calma :-)))
De momento me quedo con la introducción: todos somos de nuestra madre padre, y viajar es como convivir, pero condensado. Ahí aflora lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Es logico, comprensible y nada censurable que hayan habido roces, lo raro e insano sería lo contrario. Me has hecho pensar que a mi me gustaría especialmente participar en un viaje en grupo, pero un grupo grande, y a poder ser donde no hubieran parejas. Sin duda sería un GRAN VIAJE!.
De nuevo gracias Sele.
Carme
Tus descripciones son muy buenas, y las fotos estan preciosas