Viaje al Sur de África en 4x4 (3): El Okavango en avioneta

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Viaje al Sur de África en 4×4 (3): El Okavango en avioneta

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4 de agosto: EL DELTA DEL OKAVANGO EN AVIONETA

Desde que el  Río Okavango nace en una de las zonas más húmedas de Angola tienen que pasar más de mil kilómetros para que desemboque en la sequedad de un Desierto como el Kalahari. Este es un caso poco usual de creación de un falso delta interior, que además se expande en un área de sequedad casi extrema. En el noroeste de Botswana reside este fenómeno natural que abarca algo más de 16000 metros cuadrados bañados por una explosión de agua que da forma a cientos de lagunas, charcas e isletas interiores donde habita una gran cantidad de animales, muchos de los cuales viven totalmente aislados y en ocasiones pasan toda su vida sin avistar jamás a un ser humano.

El río Okavango no es precisamente uno de los más anchos y caudalosos, pero cuando derrama sus aguas en Botswana, lo hace con fuerza. Sus formas se asemejan a las de la copa de una palmera o incluso a la de un brazo que finaliza en una mano abierta. Los dedos (o ramas) representarían en los límites de un poderío fluvial que termina desapareciendo bajo la dura y seca tierra del desierto. Se podría decir del Delta que es el mayor oasis del mundo, una irrupción casi milagrosa de vida donde nadie la esperaba.

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Hay reportajes míticos como los que narran las hazañas de los que son los únicos leones nadadores del mundo, los cuales se ven obligados a sumergirse en los pantanos para alcanzar a sus presas que cruzan el agua con absoluta naturalidad, como por ejemplo los veloces impalas. En el Okavango hay presencia no sólo de los cinco grandes (Big Five: Leones, Leopardos, Elefantes, Búfalos y Rinocerontes en menor medida) sino de casi doscientas especies de animales que conviven en este húmedo ecosistema.

Lo que antes parecía imposible para cualquiera que no fuera científico, biólogo, fotógrafo o periodista, se ha convertido en un lugar accesible a toda clase de públicos, ya que hay buenas carreteras a Maun además de vuelos desde la capital Gaborone e incluso Johannesburgo en Sudáfrica. Es decir, llegar se llega bien. Otra cosa es penetrar en la sobrecogedora inmensidad del Okavango, actividad que no se puede realizar sin algo organizado o contratado de antemano. No es precisamente un lugar donde uno pueda entrar con sus propios medios, ya que de lo contrario no se aseguraría el respeto a un entorno que permanece casi intacto. No hay que olvidarse del daño que los cazadores han producido a esta región hasta no hace demasiado, esquilmando la vida de los animales para convertirlos en macabros trofeos que colgaban sin cortapisas en la pared su salón.

Nosotros desde el momento en que nos decidimos a viajar hasta esta región estuvimos convencidos en tratar de explorar el Okavango de varias formas posibles tales como el mokoro (canoa tradicional), la avioneta si no era demasiado cara y, por supuesto el coche, porque aunque Moremi es un Parque Natural independiente, pertenece de facto al Delta. Y para ello precisamente madrugamos el martes día 4 de agosto, para poder arreglar todos esos asuntos y que empezara lo bueno cuanto antes.

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UN TOQUECITO EN EL COCHE

Chemita dió marcha atrás para sacar el Land Rover dorado y como a alguien se le olvidó cerrar el portón trasero, ésta se llevó un buen golpe con un árbol, hundiendo la chapa por abajo. Toda la fe que había por parte de algunos de recuperar la fianza intacta de los coches de alquiler se perdió al instante. Qué ingenuidad la nuestra, porque con ese golpetazo que para nada afectó a que se pudiera abrir y cerrar correctamente, se frotaban las manos los dueños de la compañía de alquiler (SMH Car Hire), expertos estafadores ávidos en inflar los precios de los arreglos y recambios como nadie.

Con «nuestra primera herida de guerra» marchamos a las Oficinas de la DWNP de Maun. Mientras unos despachábamos temas con ellos, otros se fueron a buscar un taller para ver si el daño del portón tenía arreglo. Pero fue perder el tiempo ya que no era para nada conveniente pagar cuando todavía quedaban tres semanas de conducción difícil donde no haría falta demasiado para cometer más destrozos. Y estoy convencido de que nos hubieran quitado la fianza igualmente.

TRAMITANDO LOS PERMISOS

La Oficina de DWNP, siglas que responden a Department of Wildlife and National Parks, es la encargada máxima de gestionar no sólo el alojamiento en el interior de los Parques, cosa que conocíamos desde un principio, sino también el acceso a los mismos. Y es que desde el 1 de enero de 2009 entró en vigor una nueva normativa según la cual las Puertas de entrada a los distintos Parques Nacionales de Botswana dejan de ser las encargadas de cobrar a los turistas, y que dichos pagos se deben acometer en cualquiera de las oficinas que la DWNP tiene en Gaborone, Maun o Letlhakane o Kasane. (Pincha aquí para ver un documento con las nuevas condiciones de reserva en los Parques de Botswana)

Conclusión, si no llegamos a pagar in situ las tasas de acceso a los parques Moremi y Chobe (120 pulas por persona y día, aprox 12€ cada uno) en las puertas de entrada, después de muchos kilómetros nos hubieran remitido a comprar los tickets en la oficina de Maun. Y no estaba el combustible y el tiempo como para bromear.

Otro problema fue la confirmación de que TODOS LOS CAMPINGS DE MOREMI Y CHOBE ESTABAN COMPLETAMENTE LLENOS (Fully booked sería una de las expresiones más repetidas en aquel viaje), por lo que la única solución que encontramos fue que nos expidieran un pase de un día a Moremi (entre las 6:00 y las 18:00, fuera de esas horas estaba prohibido estar dentro puesto que no teníamos alojamiento) y de dos en el Chobe (contados de forma individual, sin que pudiera caber tampoco la posibilidad de pasar la noche). Por mucho que les instamos a que llamaran a los campings para que nos hicieran un hueco, no hubo forma de convencerles. Así que tuvimos que conformarnos con los permisos de entrada, con los cuales ya tendríamos organizados los días sucesivos. Teníamos la confianza (ingenuos de nosotros..) de intentar convencer a los responsables de los campings una vez estuviéramos dentro con la típica excusa de que se nos había hecho tarde, habíamos pinchado, o que nos habíamos perdido. Según algunas experiencias que habíamos escuchado, ese era un truco que solía funcionar.

Una vez pagados los permisos (con tarjeta de crédito, aunque se podía hacer en pulas y dólares americanos) les preguntamos si organizaban excursiones en mokoro, cuestión a la que contestaron que no, así que lo único que pudimos hacer es marcharnos a probar suerte a cualquiera de los lodge/campings que sí gestionaban esas cuestiones.

LAS RESERVAS DE LAS EXCURSIONES EN EL OKAVANGO

Hasta que no llegaron Chema y Alberto de hablar con un taller y asumir que no íbamos a arreglar el coche, no nos marchamos a probar suerte tanto con el tema de los mokoros como de las avionetas. Así a lo tonto la mañana ya había dado un buen pellizco, dándonos la impresión de que ese día no se iba a aprovechar como pensábamos. Aunque menos mal que estábamos equivocados porque íbamos a reconducir el día de la mejor manera.

Preguntamos en una agencia de viajes que había en un centro comercial próximo al aeropuerto si podíamos reservar las respectivas excursiones en mokoro y una avioneta. La persona que nos atendió, después de decirnos que vendían «viajes» y no excursiones por la zona, nos ayudó muy amablemente poniéndonos en contacto tanto con The Old Bridge Backpackers Maun para organizar lo de las canoas y con Sefofane Air Charter para que nos consiguieran dos avionetas para cuatro personas o una de siete en su defecto. Reservamos para el día siguiente una ruta de 8:00 a 17:00 con los mokoros por 60€ cada uno, comida y traslados incluidos, por lo que para la tarde del martes en que nos encontrábamos concretamos el vuelo panorámico en avioneta por el Delta (salvo para Rebeca, que tiene fobia a volar) por otros 60€ por persona.
Ambas reservas las fuimos a pagar al Aeropuerto y al Old Bridge en cuanto salimos de la agencia, que la verdad nos echó un buen cable. En el camping de mochileros, que había sido uno de los dos candidatos que sopesamos la noche antes para hospedarnos, nos quedamos impresionados de sus instalaciones, de su cercanía al río y de que no estuviera tan masificado como el Audi Camp. Mucho más auténtico sin ninguna duda.

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…Y POR FÍN APARECIÓ EL PRIMERO

Hasta las 15:30 en que debíamos embarcar para subirnos a las avionetas teníamos unas horas para dedicarlas a lo que quisiéramos, así que sin saber exactamente dónde ir, nos marchamos a hacer el cabra con los coches a cualquier parte. Una premisa, que estuviera cerca del agua y lo más alejado de la gente dentro de la medida de lo posible. Objetivo indiscutible: Ver algún «bicho» (con ese nombre nos referíamos coloquialmente a cualquier animal).

Así que avanzamos con los Land Rover por una carretera solitaria y tomamos uno de los caminos de tierra que se internaban por los árboles hasta llegar al río. En realidad había más ilusión que confianza en encontrarnos con nuestro primer «artista invitado» porque no estábamos demasiado lejos de zonas con gente. Es más, la presencia de ganado indicaba que poco o nada debía haber en los alrededores.

Pero fue arrimarnos con los coches a la orilla y detenernos para observar cualquier mancha extraña en el agua y de repente Juanra, que se postuló durante el viaje como el más rápido en señalar la existencia de animales, gritó emocionado ¡¡Un hipopótamo, mirad!! Yo, algo descreído por las numerosas falsas alarmas que se habían generado en aquellos días, me limité a mirar con interés por la ventana y a no contener la emoción después de corroborar que era cierto. Teníamos a apenas diez metros a nuestra izquierda un enorme hipopótamo tomando el sol boca abajo en el barro. Era grandísimo, mucho más de lo que tenía en mente, aunque no debí extrañarme tanto cuando sabía que un macho suele superar con creces los 1500 kilos de peso. ¡Tonelada y media ahí tirada como si nada!

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Después de avisar con los walkies al otro coche cometimos una primera imprudencia propia de la exaltación, abrir las puertas y salir. Algunos nos posicionamos para poder retratar más adecuadamente a nuestro amigo, que no dudó en levantarse y elevar su mirada hacia nosotros. Después se debió ver importunado resignándose a retornar al agua donde nadie perturbara su tranquilidad. Lentamente se fue metiendo al río, haciendo desaparecer su tosca figura ante nosotros. Se sumergió sin prisa pero sin pausas y se retiró de nuestro lado no nadando, porque los hipopótamos no nadan, caminan dentro del agua.

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En cuanto se marchó todos comentamos la jugada con la ilusión del niño que le han hecho un truco de magia imposible. Que si era muy grande, que si de tal forma era el gesto con que nos miró, que si avanzamos más sin darnos cuenta le habríamos pasado con el coche…  Aún se me ponen los pelos de punta. Había sido el primero, y lo tuvimos tan cerca…. Además nadie había acertado los pronósticos, no habiendo reparado en la importante presencia de estos «caballos de río» (es lo que quiere decir el término griego Hipopótamo, Hippos= caballo, Potamus= río) en las aguas del África subsahariana.

P1070565Con el tiempo también reparamos en la imprudencia que había sido estar P1070574expuestos ante el mamífero que más muertes provoca en el continente africano. Aunque su aspecto es la de un animal afable, lento y torpe, todo esto contraria la realidad que demuestra que tienden a ser muy agresivos con su principal enemigo, el ser humano. Este herbívoro es capaz de partir una barca de madera con los dientes, y casualmente meses atrás en el Okavango una turista murió a causa de caer en las fauces de un ejemplar que se vió perturbado por un mokoro que se cruzó en su camino. Los hipopótamos son rápidos tanto en el agua como en la tierra, siendo bastante más veloces que las personas que osan molestarles o simplemente cruzarse en su camino. Ni el león, ni el leopardo, ni la mamba negra, al hipopótamo se le tiene tanto respeto como al mosquito de la malaria, el insecto causante de más fallecimientos en África.

NOTA IMPORTANTE: Esta en una recomendación que repetiré las veces que haga falta pero que hay que tener muy en cuenta. Los animales salvajes, por muy tranquilos que parezcan estar, son impredecibles porque no sabemos cuándo pueden sentirse amenazados y ofendidos por nuestra presencia. No hay que fiarse de las apariencias, porque la fuerza en muchas ocasiones es más grande que los gestos afables. Conservar la distancia es esencial para garantizar la seguridad del viajero.
Con todo esto diré que durante muchas ocasiones prescindimos de la prudencia arriesgándonos y abandonando los vehículos cuando de verdad hacerlo no era lo más recomendable. Mantener la calma es difícil y particularmente busqué un sinfín de fotografías desde ángulos en los que realmente estaba expuesto a cualquier reacción. Sucede que en estos viajes de Naturaleza incomprensiblemente la costumbre hace perder el respeto, y eso no debería ser así.

Como los hipopótamos pueden estar sumergidos sin salir a respirar un máximo de 5 ó 6 minutos, aguardamos en la P1070573orilla esperando asomara su cabeza para tomar aire. Y no fallaron las cuentas porque dejó ver sus ojos a unos cuarenta metros a nuestra izquierda. Estaba suficientemente alejado como para no temer que arramplara de repente contra nosotros. Un señor y una chica joven, que debían vivir en una choza cercana y que cuidaban el ganado, estaban totalmente concentrados en adivinar la presencia del animal. A una distancia importante de la orilla, y sin quitar los ojos del río, señalaban su gruesa cabeza. Fuimos con ellos para tomar alguna que otra foto más cerca y cuando amagó a dirigirse hacia donde nosotros nos encontrábamos éstos se echaron a correr, como si el diablo les persiguiera. Todo quedó finalmente en un mero amago, pero la reacción de gente que tiene que estar acostumbrada a verlos casi cada día fue significativa. Les pregunté si le tenían miedo y me contestaron que por supuesto, ya que es un animal muy peligroso que corriendo es capaz de alcanzar al cualquier persona. Se dice que por tierra pueden llegar a los 40 km/hora, que no es precisamente moco de pavo.

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PROBANDO LOS COCHES

El subidón de adrenalina con el que íbamos nos animó a seguir buscando «bichos» en más sitios así que volvimos a la carretera y esperamos más tiempo hasta girar de nuevo hacia un camino de arena más complejo que el anterior. Zigzagueamos por los árboles y frotamos las puertas con espinosos arbustos con tal de volver a sentir un momento como el anterior. Y de esa forma probábamos por primera vez los Land Rover en un terreno que poco tenía que ver con el asfalto. Allí no había nadie más que nosotros. Nunca cesó la esperanza de que el hipopótamo no fuera el único protagonista de esa mañana. Y precisamente volvimos a ver a otro más mucho más lejos que el anterior, escondido en los últimos coletazos de un Okavango que esparce sus aguas en el desierto. Un paisaje que me encantaba y eso que no había visto nada todavía…

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En una zona realmente anegada el coche dorado, tras intentar ingenuamente atravesarla sin más complicación, se quedó atrapado en el fango. Incomprensiblemente se quiso forzar, pero ciertamente es con ese tipo de cosas como se aprende de primera mano los problemas que puede dar salirse de las pistas establecidas.

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Aquella sería la primera vez de unas cuantas en que utilizáramos los imprescindibles cables de acero para remolcar. Los que íbamos detrás en el coche negro y no nos habíamos quedado enfangados, nos limitamos a echar marcha atrás y de esa forma sacar del aprieto a quienes habían sucumbido al agua y al barro. Este movimiento que puede parecer inocente tiene que realizarse con mucha cuidado porque un tirón puede tensar tanto el cable que éste acabe rompiéndose. Lentamente, firme, sin pausa, pero nunca de forma brusca. Así se procedió y así se logró que todo quedara en un susto «gracioso» en el que unos disfrutaron más que otros.

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Estábamos pasándolo de miedo durante nuestros primeras horas «de facto» en el África salvaje. No queríamos parar de indagar por los alrededores, pero tuvimos que regresar al Audi Camp con objeto de comer algo tranquilamente y marchar después al aeropuerto. Precisamente a las puertas del camping tuvimos un divertido encuentro una trole de niños que venían del colegio, a quienes dimos un montón de caramelos y que no quisieron perderse salir en la foto.

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ABRÓCHENSE LOS CINTURONES QUE LAS AVIONETAS INICIARÁN EL DESPEGUE

Queso cheddar, choped (al que nosotros nos referimos siempre como «la chopetina») y algo de fruta compusieron el alimento con el que saciamos nuestros estómagos en el camping. Apenas tuvimos media hora para descansar en las tumbonas que había cerca de la piscina y cargarnos las pilas ante lo que estaba a punto de acontecer: Sobrevolar el Okavango con una avioneta, o mejor dicho con dos, ya que nos separaríamos 3 y 4 personas respectivamente para poder disfrutar de una hora surcando el cielo azul del Delta.

Yo estaba bastante nervioso. Era la primera vez que tenía la oportunidad de montar en avioneta, y que ésta fuera en África y en el Okavango…como que estaba bien, ¿no?. Llevaba bien calentita la cámara de fotos para poder inmortalizar sesenta minutos que jamás podrán olvidárseme. Por mucho tiempo que pase creo que fue una de las cosas más especiales que habré hecho en mi vida.

Recogimos a las 15:30 las tarjetas de embarque y esperamos a que apareciera personal del aeropuerto para que nos dirigiera hacia las avionetas que íbamos a utilizar. Cuando llegaron nos estuvieron explicando mapa en mano el recorrido aproximado que íbamos a realizar, que en resumen consistiría en hacer un círculo que se internara por zonas acuosas del delta, atravesara por completo la Chief Island (la isla principal) y retornara a Maun pasando por los límites del Moremi. Sobre la posibilidad de ver animales nos dijeron lo de siempre, que dependía de la suerte pero que tenía que sucederse un cúmulo de infortunios para que no viéramos nada, sobre todo habiendo «bichos» de gran tamañao como elefantes o búfalos.

Primero marcharon por la pista los tripulantes del avión de tres personas: Pilar, Chema y Bernon. Minutos después P1070615Alberto, Anita, Juanra y yo fuimos a quienes trasladarían en un coche al lugar exacto donde partiría la expedición. Pocas veces he estado tan exultante en un viaje como en esa ocasión. Estaba tan tenso y a la vez tan contento, me sentía tan bien, que no era capaz de ocultar un ápice la pasión con que estaba viviendo todo aquello. Hay quien dice que cuanto más se viaja se tiene menos ilusión ante las nuevas cosas que se ven o se realizan. En mi caso puedo desmontar dicha teoría en un momento asegurando que me sentía absolutamente feliz. Y mis amigos lo veían y sonreían por ello. Debía ser tan evidente que cuando el piloto preguntó quien quería ir delante junto a él, los tres me cedieron el sitio, gesto por el que les estaré siempre agradecido.

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El piloto, un californiano bastante simpático, nos mostró los sistemas de seguridad de la avioneta, así como los kit de primeros auxilios que había a nuestra disposición por si… nos caíamos y sobrevivíamos al accidente. Una macabra y remota opción que te hace pensar que si no te matas del golpe, después te quedará la rica y hambrienta fauna que habita el Delta.

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<<Delante nuestro había un panel de mandos repleto de botones e indicadores que ni por asomo éramos capaces de comprender. De repente el piloto se pone unos cascos y tira de una palanca, suena fuerte el motor y se para. Nos miramos los cuatro y lo vuelve a intentar. Se enciende el motor y se apaga de nuevo. Después de hacer un aspaviento lo intenta por tercera vez, siendo esta la definitiva. La hélice delantera hace vibrar la avioneta, nos movemos unos metros, tomamos pista, vemos por la ventanilla a nuestros amigos que aún estaban parados esperando para salir, y ahora sí que sí, nos elevamos en segundos y comienza el espectáculo.>>

Necesitamos tan sólo tres minutos de vuelo para abandonar una Maun que entremezclaba casas bajas de hormigón con chozas circulares de barro. A partir de ahí observamos las vallas con que controlan el tráfico de animales y que alivian los accesos de los cazadores furtivos, y entonces entramos a las áreas acuosas que forman los últimos coletazos del Río Okavango.

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Es muy complicado narrar con palabras lo que nuestros ojos vieron a través de las ventanillas de la avioneta. Por mucho que lo intente mi capacidad descriptiva y literaria es incapaz de juntar letras que reflejen aquel paisaje que teníamos debajo. Al menos a ver si intercalando texto e imágenes puedo trasladaros aunque sea un poco a aquel lugar que nos sobrecogió por tanta belleza. Aún así, más que nunca os aconsejo que no os perdáis ver el pase fotográfico correspondiente a este capítulo (Pincha aquí para ver Álbum de Flickr) para seguir nuestras andanzas desde el aire.

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A medida que se avanza con la avioneta se va multiplicando la cantidad de charcas que bañan los pastos donde pacen los herbívoros. Dichas charcas se van transformando en vastos pantanales que no llegan a ser lo suficientemente profundos como para que los animales no puedan cruzarlos. Así fue sencillo observar cómo una manada de búfalos superaba la orilla con objeto de pasar al otro lado.

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En aquel paisaje se entremezclaban los colores como en un caleidoscopio, fundiendo el amarillo con la oscuridad del fango, miles tonalidades de verde con el azul del cielo, el blanco de la sal con el ocre de los baobabs. Era algo así como indagar en el interior de un cuadro impresionista creado por la paleta de un genio o caminar sobre el mapa de un planeta por descubrir.

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E inmersos en aquel horizonte de belleza infinita aparecían como de la nada algunos animales que distinguíamos con gran facilidad debido a que volábamos muy bajo. Como si de la película Memorias de África se tratara, se fueron desplegando tanto en manadas como en solitario. Impalas en gran número, búfalos, elefantes, jirafas, cebras e hipopótamos formaron parte de momentos realmente emocionantes.

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Alberto, que iba en los asientos traseros, era el mejor posicionado para no perder detalle de nada de lo que se veía. Esa es, en realidad, la ubicación más adecuada de la avioneta porque si el que va delante observa muy rápidamente algo y lo gritaba, los del medio lo centraban en un área determinada y el último simplemente disfrutaba y corroboraba lo que los demás decían. Así que si se puede elegir, es más que recomendable hacerse con los asientos de atrás.

Disfrutar de semejante espectáculo desde una avioneta sólo podía ser superado viajando a los adentros del Okavango subidos en una canoa de madera. Y eso era lo que íbamos a hacer a la mañana siguiente. Me imponía sólo pensar desde la inmensidad y la soberana soledad del viento que sopla en el cielo del Okavango que tan sólo hacía falta unas horas para que nosotros fuéramos aquellos puntitos que transitaban el río.

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Y es que surcábamos por el aire una de las zonas más aisladas y salvajes que hay en el mundo, capaz de generar millones de crónicas válidas para los documentales que copan las horas de siesta de nuestros días. En aquellos terrenos pantanosos mora un número de especies superior al centenar que sobreviven en un entorno tremendamente hostil, donde ninguno puede sentirse seguro. Ni el más fiero de los leones nadadores del Okavango ni el más grande de los elefantes. En el Delta del Okavango se desata un tenso equilibrio que se basa en el instinto natural que logra mantener los principios de la cadena alimenticia.

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Hubo un momento en que ambas avionetas se juntaron para continuar en el último tramo de nuestro viaje aéreo. Y a Bernon, Chema y Pilar nos los imaginábamos igual que nosotros, señalando hacia abajo a las jirafas de turno, gritando después de ver un elefante bebiendo de una charca o de un grupo de impalas huyendo de un supuesto enemigo.

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Sin duda para todos fue una experiencia que bien valió los 60 euros que pagamos. Una fórmula más que eficaz para conocer el Okavango en su máxima magnitud y comprender las razones de su aislamiento y de cómo es capaz de generar más vida animal de la que se pueda asumir.

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Cuando el avión aterrizó en la pista y nos juntamos con los demás, no paramos de describirnos los unos a los otros lo que habíamos visto, mostrar las fotografías tomadas por nuestras respectivas cámaras, y enfatizar repetidamente que el Delta desde el aire era un «jaleo» impresionante. Ya sólo deseábamos una cosa, ser nosotros los que estuviésemos allí abajo.

CAE EL SOL, SUENA LA NOCHE

Salimos con los coches en busca de un bonito rincón para presenciar el atardecer, y nos perdimos en una improvisación que nos acabó llevando a lo más hondo de un poblado en que los niños correteaban por la arena. La gente que vivía en las chozas se sorprendía de nuestra presencia y nos correspondía con saludos y enormes sonrisas. Los touroperadores y guías turísticos no llevan a nadie allí, a la vida real de los grupos étnicos que habitan en construcciones tradicionales hechas en barro y paja. Igual que hace cien años, y doscientos…

No descubrimos la caída del sol en un lugar diáfano y tranquilo. Pero tampoco hizo falta porque en aquel poblado lleno de gente que nos miraba con felicidad e ilusión se impuso un color naranja fuego que sólo dejaba entrever las ramas de los árboles y la oquedad de viejas casas de madera.

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La noche nos terminó llevando al camping para terminar el martes con una deliciosa barbacoa. Mientras la comida se fue haciendo estuvimos charlando con un grupo de polacos que se interesaron por nuestro recorrido. Nos dijeron que les habían aconsejado no hacer en sus Land Rover el camino que va de Moremi a Savuti (en el Chobe) debido a unas inundaciones que habrían dejado la zona impracticable. Sin duda es ese el tramo más complejo del tramo Maun-Kasane, sea la época del año que sea. Ellos habían desechado la idea de atravesarlo planificando su llegada a Kasane retrocediendo a la población de Nata y subiendo por una carretera más practicable. A nosotros, aunque nos metieron un poco el miedo en el cuerpo, no se nos pasaba por la cabeza cambiar de idea. Llegaríamos a Kasane sí o sí.

Después de cenar nos trasladamos a la punta del camping más próxima al río para sentarnos, cerrar los ojos y escuchar la ausencia de silencio, un clamor entonado por una activa e incipiente Naturaleza nocturna. Ranitas, hipopótamos, reptiles, insectos, pájaros nocturnos y un sinfín de animales que éramos incapaces de identificar fueron los causantes de una sinfonía tan estruendosa como evocadora. Ahí fuera la noche latía con fuerza, iluminada por el blanco de una luna a la que le restaban dos pasos para formar un círculo perfecto.

* Pincha aquí para ver un pase fotográfico correspondiente a este capítulo

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