Viaje al Sur de África en 4x4 (11): El Reino de Swazilandia

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Viaje al Sur de África en 4×4 (11): El Reino de Swazilandia

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17 de agosto: SWAZILANDIA, UN VIAJE AL REINO DE LA DESESPERANZA

Una llamada a la puerta de nuestra habitación del Ermelo Inn supuso el punto y final a nuestro merecido y necesitado descanso. Era el recepcionista que avisaba que nos debíamos ir antes de que viniera su jefe. Es lo que tiene ingeniárselas para conseguir una habitación más barata. Así que después de darnos una ducha, recogimos nuestros bártulos y los llevamos al coche. Debían ser las siete y cuarto de la mañana y el día se había levantado frío, con niebla y las calles mojadas a causa de la ligera lluvia caída durante las últimas horas.

Entre Ermelo y la frontera sudafricana con Swazilandia (Oshoek) teníamos en torno a 130 kilómetros en la carretera N-17, aproximadamente una hora en la que nos sorprendió la bruma cubriendo paisajes de gran vegetación, plantaciones europeas que no corresponden al imaginario que se tiene de África. Los molinillos de viento apuntalados en viejas granjas de madera y rodeados de vastas extensiones de pinares fueron el decorado de aquel primer tramo al que le sucederían otros muchos. Porque aquel lunes nuestro objetivo era llegar a dormir a la capital de Mozambique, Maputo, después de hacer un intenso recorrido que atravesara el pequeño y desconocido país de Swazilandia, que es como una mota de polvo en medio del continente africano.

¿SWAZI QUÉ? ¿PERO DÓNDE DICES QUE VAS?

Meses atrás, cuando el viaje aún estaba en la etapa de preparación, muchas de las personas a las que les contaba los planes del verano me preguntaban que qué era eso de Swazilandia. Decían que no habían oído nunca nada de ese país y que no sabrían ubicarlo en un mapa. Creo que si todos hacéis la prueba y cogéis a diez personas al azar, será raro que más de una sepa decir algunas palabras del Reino de Swazilandia. Yo, antes de hacer este viaje, el escaso conocimiento que tenía de este país pasaba por las televisadas fiestas de su extravagante Rey, el cual siempre se estaba casando, teniendo una pléyade de mujeres, a las que elegía tanto en ceremonias con el único requisito de ser vírgenes. Así según él, cualquier persona del género femenino puede optar a la regia candidatura. Actualmente el monarca Mswati III cuenta con doce esposas y dos prometidas, aunque es fácil que este número se haya incrementado en el momento en que estéis leyendo este relato. De los hijos los cálculos son más complejos, pero probablemente estemos hablando de las dos cifras, si tenemos en cuenta que el propio Mswati III es uno de los 60 vástagos reconocidos por su padre, el Rey Sobhuza II.  En resumen, la de Swazilandia es la única monarquía absolutista de África, criticada por múltiples sectores que achacan que gran parte del presupuesto de un país pobre y enfermo, se va en lujos y caprichos injustificables. Se dice que el jet privado del Rey costó la cuarta parte de los fondos previstos para todo un año.

Swazilandia es después de Gambia el país más pequeño de África, sin contar obviamente a islas y archipiélagos. Con apenas 17.000 kilómetros cuadrados de superficie, está en la posición 157ª según los datos del World Factbook que elabora la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, la célebre CIA. Este país está rodeado en su mayor parte (norte, sur y sudeste) con Sudáfrica, mientras que casi toda su franja oriental limita con Mozambique. Es una mota de polvo en el África Austral y al igual que Lesotho está considerado como un reducto bantú que ha sobrevivido milagrosamente. A pesar de esta pequeña extensión cuenta con cuatro regiones geográficas absolutamente diferenciadas: Highveld (tierras altas,1300 m.), Middleveld (colinas y valles, altura media de 700 m.), Lowveld (tierras bajas y yermas en el oeste) y la Cordillera Lebombo (en el sudoeste). Esto supone que el clima se diferencie también en función de si se está en una zona u otra. El oeste tiende a ser más húmedo y fresco, debido a estar rodeado de montañas y valles, mientras que el este tiende a ser más seco y caluroso, favoreciendo la presencia de numerosas especies. Este país cuenta con gran parte de la diversidad animal de África, razón por la cual también atrae a viajeros que huyen de las masificaciones de Parques Naturales de otros países del sur.
Tiene una población de 1.100.000 habitantes, mayoritariamente bantúes, y aunque su capital es Mbabane, la ciudad más poblada es Manzini.

Pero si hay algo que marca a fuego a Swazilandia es liderar la desgraciada lista de países con mayor índice de SIDA del mundo. Actualmente se ha superado la desgraciada cifra del 40% de habitantes infectados en edad adulta. En los años noventa la esperanza de vida era de 60 años, siendo una de las más destacadas de África, pero actualmente ha disminuído irremediablemente a los 30 años. Esto supone que casi una tercera parte de los niños sean huérfanos de padre y madre, siendo abatidos por la pobreza y, por tanto, abandonando las escuelas. 45 personas mueren cada día en un país que supera por poco al millón de habitantes. Cifras devastadoras que poco o nada parecen importar a Mswati III, que sigue ajando el presupuesto de su país para pagar las mansiones de sus esposas o darse suculentos banquetes. Siempre a costa de esos niños sumidos en la más absoluta desesperanza. En un país en que un 70% de la población sobrevive con menos de un dólar al día uno se pregunta la necesidad de tener un Rey. Pero por muy incomprensible que lo veamos desde fuera, Mswati III es la persona más popular, respetada y admirada por sus conciudadanos.

EL SELLO SWAZILANDÉS ESTAMPADO EN NUESTROS PASAPORTES

No había mucha gente en la frontera. Los clásicos trámites fronterizos fueron relativamente rápidos, tanto para salir de la RSA como para entrar a Swazilandia. Muchos de los visitantes de este pequeño país vienen del norte porque está relativamente cerca del Parque Nacional Kruger, utilizando por tanto otro acceso. El funcionario que nos selló la salida nos vaciló un rato haciéndonos creer que nos encontrábamos en la frontera de Mozambique y que nos habíamos equivocado. Y tengo que reconocer que hubo un momento en que incluso dudamos en que fuera verdad lo que nos decía. Era un buen actor el tipo, un bromista. El lado swazi de la frontera todo fue también rápido, teniendo que rellenar un papel para cada uno y para el coche, pagando una pequeña tasa que aplica a los vehículos. En el interior de la puesto había un enorme panel amarillo que decía «Welcome to Swaziland» y que tenía las fotografías del Rey Mswati III y su madre, que como «Gran Elefanta» (su título), ejerce de Jefa del Estado y Líder espiritual de la Nación.

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Allí mismo había una vacía oficina de turismo donde nos hicimos con algunos mapas y folletos, que nos venían bien para trazar y confirmar nuestras visitas, que más o menos estaban claras: Un poco de la capital, Mbabane, las Cascadas Mantenga y uno de los más importantes Parques Naturales del país, el Hlane Royal National Park. Teníamos entre ceja y ceja ver el último Big Five que nos faltaba en nuestra lista, el Rinoceronte, y éste sólo se puede encontrar en dos lugares de Swazilandia, el Coto Mkhaya (privado, requiere reserva previa en las Oficinas de Big Game Parks y debe visitarse con guía) y el Hlane, antiguo coto de caza real que se puede acceder sin reservar con antelación, acudiendo directamente a la puerta de acceso. Por tanto desde un primer momento fuimos concienciados a cumplir la Misión Big Five en el Real Parque Nacional de Hlane, nuestro último cartucho.

NUBES Y SOMBRAS TIÑEN DE GRIS MBABANE

Así que con el sello los pasaportes y nuestro planning medianamente definido accedimos al Reino de Swazilandia bajo un sol inexistente a causa de un cielo plomizo cubierto de nubes y la bruma que aún retozaba por las colinas. Era el paisaje montañoso característico del Highveld, la zona más fría y húmeda del país, que ocupa la casi totalidad del oeste swazilandés. A no más de 30 kilómetros de la frontera nos encontramos con la capital del país, Mbabane, de apenas 60.000 habitantes en su área metropolitana, abrazada por las Colinas de Dlangeni, que superan los 1200 metros de altitud y que, sin duda, ayudan a que el clima de la ciudad sea mucho más fresco y lluvioso. Por esa razón los ingleses en 1903, cuando Swazilandia era una colonia más, trasladaron aquí la capitalidad administrativa de la región. Sin duda estaban echando de menos la característica climatología británica cuando tomaron tal decisión.

La ciudad no es precisamente un cúmulo de virtudes. Edificios ochenteros exentos de estética y armonía entremezclan su diversidad es las siempre ajetreadas calles repletas de tráfico y gente. El centro de Mbabane no dejaría de ser el discreto barrio de una ciudad más grande de Europa. En la parte baja de la ciudad, ya que existen viviendas interpuestas en las propias colinas, hay avenidas relativamente grandes, toda clase de tiendas e incluso un gran centro comercial (The Mall). Raras veces un edificio de Mbabane llega a las cuatro alturas, y si lo hace es que probablemente sea la sede de alguna empresa allí establecida. En la carretera más que coches particulares, circulan numerosas furgonetas blancas, que no dejan de ser clásicos microbuses que van a un destino concreto y que salen de un punto determinado cuando estos se llenan.

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Lo que he dicho ya en muchas ocasiones, las ciudades del África subsahariana, y sobre todo las capitales, carecen de P1090135interés alguno para visitar. Si son útiles para el viajero porque cuentan con gasolineras, cajeros, comercios y una red de transportes con los que moverse al resto del país. Siempre hay algunas que se salvan, por supuesto, pero Mbabane no es precisamente la excepción que confirma la regla. Si alguna vez visitáis esta ciudad, no perdáis demasiado el tiempo y organizaros para ir a otros lugares de Swazilandia, que hay muchos que sí valen la pena. Nosotros apenas estuvimos dando algunas vueltas por allí y entramos a una cafetería (creo que se llamaba Pablo´s Cafe) a beber algo. Un inciso, la moneda de Swazilandia es el Lilangeni (SZL) y su cotización está fijada a la del Rand sudaficano (ver cambio actual). A la hora de pagar aceptan totalmente los Rands, aunque puedes pedir que el cambio te lo den en Lilangenis. Siempre está bien tener algún recuerdo de un país tan raro al que posiblemente nunca se vuelva.

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El único lugar de Mbabane al que le veíamos cierto sentido pasarnos es el Mercado Swazi (o Suazi), separado del centro y a media altura de una de las colinas que rodean la ciudad (En Msunduza Street). Todas las guías que P1090123consultamos tanto en papel como en internet, sólo vimos que se destacara a este mercado. Cierto es que para mí los mercados son el reflejo de lo que una ciudad es en sí. La pulsión de la calle, las maneras, la algarabía, los colores y olores que ofrecen, son quizás los ingredientes que ayuden a comprender mejor a una ciudad y a un país. Así que tras mucho preguntar para encontrar este lugar, logramos hallarlo tras subir con el coche varias pendientes donde ya los pisos se convertían en casas bastante modestas y las calles carecían de asfalto para dejar paso a la tierra húmeda. Aquella mañana el cielo estaba encapotado y no arreciaba una fina lluvia que parecía inocente pero que comenzaba a calar de verdad. Al principio pensamos que nos habíamos equivocado de sitio, que ese no podía ser el mercado super tradicional del que nos hablaban las guías.  Y es que en aquellas hileras verdes con múltiples puestos apenas había gente dedicándole su tiempo tanto a la compra como a la venta.

Varios puestos que alternaban frutas con frutos secos, una droguería que sólo disponía de botellas de lejía, un señor que arreglaba los teléfonos, y el resto absolutamente vacío. Probablemente aquel no fuera «día de mercado» por cualquier motivo que desconozco, pero si no llega a ser por las jaulas donde vendían gallinas vivas de un aspecto un tanto escuálido, hubiera creído ciertamente que nos habíamos confundido y que ese no era el lugar que buscábamos. La gente nos miró con mucha curiosidad, como preguntándose qué demonios hacíamos allí. En el tiempo dedicado a Mbabane no habíamos visto ni un solo turista, y ese Mercado Suazi del que Lonely Planet, entre otras, valora «su colorida artesanía», no era menos. Los únicos hombres blancos allí éramos nosotros. Hubo quien se acercó a pedir tabaco y que después nos enseñó una zanja que estaban abriendo en el suelo como si eso fuese una atracción turística. Sin duda aquello era lo más parecido a una excavación arqueológica que se puede encontrar en toda Swazilandia. Así que nos marchamos con nuestra música a otra parte…

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MANTENGA FALLS, UN HERMOSO SALTO DE AGUA

En la esquina sudoeste del Valle de Ezulwini, en el curso del Pequeño Río Usuthu hay una Reserva de carácter natural y cultural que recibe su nombre de las Cascadas Mantenga. Allí el Usuthu cae con fuerza en un paisaje frondoso y muy tranquilo, que únicamente se altera con el son de los tambores y las voces femeninas que recrean la vida en una antigua aldea. Este es uno de los lugares más interesantes para visitar en Swazilandia y que, además, no requiere de invertir demasiado tiempo. Tardamos un rato en encontrarlo porque no vimos claro el desvío que había que tomar en la MR-103, secundaria a la que se llega por la MR-3 que sale de Mbabane en dirección a Manzini. Pero como preguntando se llega a todas partes, tan sólo fue cuestión de paciencia, que terminaríamos llegando al puesto de control donde se pueden comprar entradas únicamente para ver las cascadas, para ver la Aldea tradcional, o incluso para las dos cosas. Nosotros adquirimos tickets sólo para el salto de Agua de Mantenga, pero no tuvimos problema alguno en colarnos al otro lado, que por lo que sabíamos, era una recreación bastante artificial de lo que en su día fue.

Ya en sí el panorama natural valía bastante la pena. Son 725 hectáreas protegidas por el Gobierno Swazi desde hace P1090176treinta años, lo que ha favorecido la conservación tanto de la flora como de la fauna, quizás esta última más limitada. Además de monos hay presencia de algunas especies de antílope, entre ellos el kudú, que viven relativamente tranquilos por la poca presencia de depredadores en la zona. Tan sólo se ha verificado que allí reside el Cerval, un moteado gato silvestre, rival de pequeños mamíferos, aunque hay quien dice, probablemente con más miras de atraer el turismo que otra cosa, que se ha llegado a avistar algún leopardo. Nosotros únicamente vimos a los monos junto al camino de tierra, pero tampoco esperábamos más porque no es un lugar del todo apropiado para hacer un safari. Para eso están los Parques Mlilwane, Mkhaya o Hlane, donde sí es posible ver numerosas especies animales. El área de Mantenga, coronado por una colina rocosa, es más apreciado por las formas de un precioso paisaje.

La aldea cultural swazi, compuesta por un círculo de casas redondas de paja, es como preveíamos una recreación artificiosa de la vida de antaño. No son construcciones originales, aunque sí son una demostración de dónde vivían antes los antiguos swazis. Junto a estas casas había una especie de escenario al aire libre donde hombres y mujeres nos mostraron las danzas y cantos tradicionales. Estos bailes tribales que seguían el ritmo de las graves voces femeninas estaban acompasados por tambores de distintos tamaños tocados por hombres jóvenes e incluso algunos niños. Era interesante pero quizás tuve la sensación de que era una parafernalia creada por y para los turistas. Es una forma de mostrar su cultura, pero estoy seguro que después de la sonora actuación, se ponen pantalones vaqueros, encienden el teléfono móvil y le dan marcha a sus iPods. Realmente debe quedar muy poco de todo aquello que nos cuentan, aunque es cuestión de creérselo y soñar por un ratito.

La percusión y las danzas tradicionales del África negra me han llamado poderosamente la atención desde siempre. Uno de mis mayores objetivos que plantearé en viajes próximos es el asistir a un Baile de Máscaras quien sabe si en Malí, Costa de Marfil o Burkina Faso. Colecciono viejas máscaras de madera que en ocasiones han sido bailadas en estos rituales mágicos, por lo que sé lo que significa todo aquello y estoy deseando verlo con mis propios ojos. El baile de Swazilandia, donde por cierto estaba como público la chica de Hong-Kong que conocimos en el barco de Kasane, fue un mínimo asomo a esas viejas danzas ancestrales que desgraciadamente están perdiendo gran parte de su significado original.

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Salvo nosotros y la chica de Hong-Kong, que seguía retratándose con su peluche, no había más viajeros en aquel lugar. La mayoría de asistentes al acto eran niños pequeños que estaban de excursión con el colegio. Había muchísimos, los cuales además nos correspondieron con blancas sonrisas y amables saludos en inglés. El camino a las cascadas partía del poblado hacia arriba en un zigzagueo constante que los peques hicieron caminando en fila y que nosotros lo cubrimos en coche. Eso era casi una excursión en sí, pero ciertamente recomendable porque se podía respirar aire fresco y limpio en esa mañana que comenzaba a abrirse. Los nubarrones de Mbabane no nos habían perseguido por fortuna. Esa teoría de los microclimas en Swazilandia es absolutamente cierta. En veinte kilómetros al oeste uno puede estar sujetando un paragüas y pasando frío mientras que permaneciendo en un área más oriental se puede estar en manga corta alumbrado por la luz del Sol. En Mantenga Falls, las coquetas cascadas del río Usuthu, el tiempo era tan espectacular como la claridad de sus aguas cristalinas.

El que pretenda encontrarse con unas improvisadas Cataratas Victoria en medio de Swazilandia es probable que se P1090161haya equivocado de lugar y de expectativa. Las Mantenga no se caracterizan por su grandeza precisamente, sino por estar enmarcadas en un entorno excepcional y calmado, donde en los veranos es muy posible que la gente acuda a bañarse. La temperatura no era la más ideal, ya que estábamos en el invierno austral, pero nos costó bastante quitar la idea de darse un chapuzón a un Juanra determinadísimo a hacerlo. Creo que es la persona que conozco que más disfruta del agua. Estaba ya como loco por llegar a Mozambique para probar la playa. Al contrario que otros, entre los que me incluyo, no es un ser de secano. Realmente fue un lugar que nos gustó a todos sin excepción. Aquella caída de agua no tenía nada en especial pero era especial en sí misma. Recomendable, si es que se logra atinar con el desvío que lleva hacia ella.

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DE CÓMO CUMPLIMOS LA MISIÓN BIG FIVE EN EL HLANE ROYAL NATIONAL PARK

Desde Mantenga Falls tomamos de nuevo la MR3 para cruzar Manzini, que en realidad es la ciudad más poblada de Swazilandia, y no Mbabane como la mayoría piensa. Sin salirnos de esa carretera, teniendo siempre a Siteki como referencia, avanzamos 60 kilómetros más hasta un desvío (Hlane, Simunye, Naamacha) hacia la izquierda que penetraba en el Lowveld, el área más oriental y plana del Reino. Una señal indicaba que muy cerca estaba el acceso principal al Hlane Royal National Park, uno de los tres más importantes de los existentes en Swazilandia junto a Mkhaya y Mlilwane. A este le habíamos elegido por no tener la necesidad de llevar reserva previa, y por encima de todo, ser uno de los pocos baluartes del África austral donde resiste una notable población de rinocerontes. Sin duda éste era nuestra último cartucho si queríamos culminar el avistamiento de los cinco grandes de África. Habíamos podido disfrutar de los elefantes, de una preciosa leona, de los leopardos y de los búfalos. Sólo faltaba el rinoceronte, nuestro diploma ficticeo y simbólico de nuestras aventuras a través de los más importantes Parques Naturales del Sur del continente negro. Estábamos determinados a no volver a casa sin inmortalizar en nuestras cámaras a al menos uno de estos ejemplares.

Hlane significa «Área Salvaje» en la lengua de los swazis. Ya las menciones británicas de «Royal National Park» son más evidentes. Y es que aquí lo de «Real» tiene más sentido que nunca, ya que este terreno que sirvió como coto de caza a los monarcas de Swazilandia, fue cedido por el actual Rey Mswati III a la Nación para el uso y disfrute de los amantes de la Naturaleza. En 30000 hectáreas y 200 kilómetros de caminos hechos para ser surcados por los todoterrenos, conviven numerosas especies atraídas por este paisaje de sabana propio del Lowveld del este. En el Hlane Royal National Park sobreviven leones, cebras, jirafas, elefantes, hipopótamos, cebras, toda clase de antílopes y, por supuesto, el Rinoceronte blanco (el negro, que está en peligro de extinción sólo es visible en Mkhaya), que sin duda era el leit motiv de nuestra presencia allí. Es un área protegida mucho más pequeña que otros parques que se pueden ver en otros países del África austral, pero que está bien surtida de fauna. Además dentro hay campings donde se organizan toda clase de actividades con las que avistar animales de diferente manera: Safaris a pie, con guía en 4×4, en bicicleta… entre los más destacados. También acuden a Hlane muchos aficionados a la observación de aves, ya que cuentan con lugares preparados para ello.

En la taquilla pagamos la cantidad de 25 Rands por cada uno de nosotros. Le pregunté a la chica que nos atendió en torno a las probabilidades que teníamos de ver algún rinoceronte y nos contestó que eran bastante altas porque últimamente se estaban dejando ver más. Aún así como el Parque no es demasiado grande, tenían más o menos controladas las zonas donde se movían muchas de las distintas especies que lo pueblan, por lo que nos recomendó que nos hiciéramos en las oficinas que había junto al parking principal con un mapa por apenas 10 rands, que podría sernos útiles a la hora de localizar a los animales. Así que avanzamos hasta dicho parking, donde estaba dicha oficina P1090185recubierta en una caseta de madera donde la gente iba a gestionaban las reservas de los dos campings interiores presentes en Hlane: Ndlovu Camp y Bhubesi Camp. Ndlovu era precisamente el más próximo a ese parking y vimos cómo había desplegadas algunas tiendas de campaña. Salimos del coche con intención de ir a por los mapas y nos percatamos de que apenas a unos metros había una enorme charca, separada del camping por una fina alambrada de espinos que tenían como objeto evitar que los animales cruzaran al lado habitado, ya que podía ser peligroso. Caminamos hacia la charca para comprobar si había algo por allí y en el mismo momento en que lo hacíamos le estábamos poniendo una equis bien grande al que era nuestro mayor objetivo del viaje, cumplir la ya mencionada Misión Big Five. Y es que en aquella poza, así de primeras había nada menos que seis rinocerontes…y un hipopótamo!!!

Tenía el corazón que me latía a mil por hora. No habíamos comenzado el safari por el Hlane y así de primeras y a una cercanía asombrosa teníamos un número de rinocerontes que jamás pude imaginar que vería juntos, y a un hipopótamo que se había colado afortunadamente en la escena. Cuando llegamos los «rinos» estaban dispuestos de forma separada en tres tumbados junto a la orilla, dos que caminaban juntos y uno que permanecía solitario a varios metros a nuestra derecha y que no dejaba de mirarnos. Al parecer, esa era una de las charcas preferidas de estos animales, a quienes no parecía importarles estar demasiado cerca del trasiego de los campistas. Nos comentaron que no era normal ver tantos y durante tanto tiempo, porque hay mucha gente que se queda durante horas esperando a que fuera alguno a beber agua, y que se ha tenido que quedar con las ganas.

Ese momento fue fantástico. Mi cámara echaba chispas y no veía el límite para dejar de tomar fotografías del que P1090188acabó siendo una de las mayores sorpresas de todo el viaje. La suerte nos había sonreído y de qué forma. Ahí daban igual los golpes, los pinchazos en las ruedas, el alternador que no dejaba cargar la batería, los chinazos en el cristal o los tropecientos mil kilómetros que llevábamos a nuestras espaldas. Por fín tenía cara a cara al que desde siempre ha sido uno de mis animales favoritos. Sabía que era tan difícil avistar uno en su propio entorno y no en un zoológico, que se había convertido en una de esas pequeñas obsesiones de la infancia. En aquella época no había oído ni nombrar a Swazilandia, pero tuvo que ser con veintinueve años cuando se cumpliera otro de mis sueños más deseados en este extraño y pequeño país. Y ahí estaba, fotografiando a un bicharraco de casi 2 metros de altura y una tonelada de peso con tres pajarillos apoyados sobre su lomo y su cara para quitarle los parásitos. Un magnífico ejemplo de lo que es la simbiosis en la Naturaleza.

El término de «Rinoceronte» hace referencia a los cuernos que sobresalen del hocico. A diferencia de lo que mucha gente piensa, no son formaciones óseas como las de otros animales poseedores de cornamenta, sino que es una mera agregación de queratina, el mismo componente que forma parte de las capas superficiales de la epidermis de los vertebrados tales como uñas, pelo, plumas o pezuñas. Gracias precisamente a ser queratina y no hueso, si se rompieran en una pelea, podrían crecer de nuevo. Los ejemplares de África, que son los más numerosos, poseen dos cuernos, mientras que los casi extintos de India y Java, cuentan con uno solo. El Rinoceronte blanco está considerado como segundo mamífero terrestre más grande, tan sólo detrás del Elefante africano. El negro, que se distingue por sus labios picudos, es el más difícil de ver en África debido a que han sido salvajemente cazados hasta quedar reducidos a pocos y pequeños espacios del Sur. Los «nuestros» eran de la variante del blanco, cuyo nombre no procede para nada del color, ya que son totalmente grises.

Lo que me pareció más que peculiar fue esa convivencia pacífica entre los rinocerontes y el hipopótamo que estaba allí junto a ellos. Hubo un instante en que se puso cara a cara uno de ellos con el hipopótamo que había salido del agua, dando la impresión de que se iban a pelear. Intercambiaron varios gruñidos y resoplaron, pero no pasó de ahí. Después de unos segundos de tensión entre los dos grandullones terminaron echándose sobre la tierra para ponerse a dormitar. Tan frescos ellos se quedaron descansando tan plácidamente a la orilla de la charca. Como buenos vecinos, rinoceronte e hipopótamo durmieron juntos durante un rato. Una escena enternecedora.

Pero si hubo una circunstancia impresionante fue cuando el que debía ser el jefe de la manada, hizo que se levantaran los otros tres rinocerontes que estaban echados en el suelo. Como si fuese un ejército, se cuadraron en fila ante él, que se les quedó mirando muy fijamente, como si pasara revisión a las tropas. Los tres agacharon entonces la cabeza y se quedaron inmóviles. El capitán general de los Rinocerontes, les observaba con la cabeza mucho más levantada, demostrando su superioridad y categoría. Les había sacado del letargo para que le rindieran pleitesía. Después de un par de minutos en esa posición jefe-subordinados, el mandamás empezó a pisotear el suelo con fuerza con su pata derecha, levantando polvo, como los toros bravos cuando están a punto de embestir. Era como un símbolo de poderío. Puso la vista hacia otro lado y se marchó.

Sus súbditos aún aguantaron unos minutos de pie. El trío de rinocerontes puso la vista cada uno  a un lado. El de la izquierda a la izquierda, el de la derecha a la derecha, y el del centro, al centro. Como si su jefe les hubiese dicho que estuvieran atentos y vigilantes, que había extraños al otro lado observándoles detenidamente. Esos extraños éramos nosotros, que precisamente estábamos deleitándonos con su presencia, no quitando ojo a lo que hacían o dejaban de hacer. Si no es por la delgada alambrada que protegía a los campistas, podían haber tratado de embestir, como ha ocurrido en más de una ocasión. A los rinocerontes les ocurre lo mismo que a los elefantes, que al carecer de buena vista, se ponen nerviosos ante el movimiento, por lo que no dudan en realizar cargas ya sea a personas o a vehículos. Además los seres humanos no les gustamos un pelo. Con razón somos causantes de todos sus males, llevando la población de esta especie a la más absoluta ruina. Normal que nos tengan tanta tirria.

¡Y todo eso sin haber comenzado el safari! Así que después de comernos unos sandwiches con el poco embutido que nos quedaba en pie, nos subimos al coche y empezamos a recorrer por nuestra cuenta los senderos embarrados del Parque. El paisaje era un sinfín de árboles secos, en su mayor parte quebrados por ser una zona de alta actividad de tormentas. Los rayos han hecho mella en ese lugar, razón por la cual Hlane no es un paraje natural de película. Es muy pequeño, y posee numerosas zonas con alambradas que separan al Parque de la carretera y de otras zonas donde sí está permitida la caza. Eso provoca que los animales estén más concentrados, lo que supuestamente favorece al visitante. Aunque tiene un factor en contra, posee muy pocas explanadas sin vegetación, estando todo repleto de troncos y espesos ramajes. De ese modo se equilibra la balanza.

Saltaron decenas de impalas de un lado al otro, huidizos como siempre. Volvió otra vez nuestro querido Juan Ramón a pronunciar sus míticas frases de «Thomsons a la derecha, Thomsons a la izquierda, y una Thomson en el centro». P1090214Porque por muy impalas que fueran, ellas siempre eran nuestras Thomsons. Pero ese día no estábamos para impalas ni antílopes. Esa jornada estaba dedicada a los rinocerontes, no tenía ninguna duda. De ese modo, en la única explanada medianamente decente que nos encontramos aparecieron cuatro ejemplares. Tres juntos y uno que iba detrás caminando más despacio. Nuestro coche detenido en el camino de barro y yo fuera, con la puerta abierta por si acaso, con la cámara de fotos, captando todos sus movimientos. Sólo esperaba que no se recreara la mítica escena de la película Hatari! en la que John Wayne se las ve y se las desea con las embestidas de un rinoceronte en su jeep. Pero no estaba el Land Rover para muchas gaitas, por lo que después de disfrutar de un momento a solas con ellos, continuamos con nuestro safari.

Y volveríamos a ver a otro rinoceronte solitario y oculto detrás de unas ramas secas. En esta ocasión sí que fue el último. Si a cualquiera de nosotros nos llegan a decir que iban a ser once los ejemplares de nuesto último Big Five no nos lo hubiésemos creído en absoluto. Estas cosas son cuestión de suerte tal y como pudimos comprobar al no encontrarnos en Hlane ni un solo león, cebra, jirafa, elefante y así un largo etcétera. Aún así fue muy entretenido volver a la carga con el Land Rover después de que nos pareciera muy atrás en el tiempo nuestras aventuras en Botswana.

En el extremo sur de Hlane hay una laguna con forma de elipse que cuenta con su propio mirador cubierto en lo alto. Ascendimos al mismo a través de unos improvisados escalones y comprobamos que no había ni un solo animal acudiendo a beber allí.  En las paredes había varios posters con dibujos de pájaros, ideal para ornitólogos y amantes de las aves, que en el parque se encuentran a raudales. Nos sentamos en sus bancos de madera y no escuchamos ni el más mínimo ruido. Confundimos un tronco con un cocodrilo que flotaba en el agua, y es que cualquier mínima señal nos hacía extremar los cinco sentidos para no perdernos absolutamente nada. Muy lejanas se distinguían las siluetas de aproximadamente una veintena de impalas, aparentemente tranquilas, lo que quería decir que no era muy probable que hubiera depredadores cerca.

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Swazilandia se convertía en nuestra despedida de la emoción de saber que tras la espesura hay algo observándote con detenimiento, comiéndote con la mirada, relamiéndose a tu paso. Piensas que eres tú quien le está buscando a él, pero en realidad ya te ha encontrado sin darte cuenta de nada. Sin duda la sensación de realizar un safari, sobre todo por tu cuenta, es una explosión de adrenalina que te hace ser un niño otra vez. Era el último del viaje y bien que lo sentí. Al menos nos nos fuimos sin retornar a la charca de los rinocerontes, donde no había ni uno solo. Un turista que llevaba allí cerca de una hora nos contó que no había visto nada más que unos tocos de pico rojo dando la serenata en la copa de un árbol. Era una muestra de que la escena relatada anteriormente de los rinocerontes y el hipopótamo había sido cuestión de suerte, como todo en África.

GOODBYE SWAZILAND, BEM-VINDOS A MOÇAMBIQUE

Desde la salida del Hlane Royal National Park hasta la frontera Lomahasha (lado swazilandés) – Namaacha (lado mozambiqueño) tuvimos que recorrer no más de 35 kilómetros. En las guías e internet encontré gran disparidad de P1090226horarios. Unas decían que cierran las puertas a las cinco, las más que a las seis e incluso algunas que a las ocho de la tarde. Conviene asegurarse al respecto porque más de uno ha tenido que pasar una noche extra en Swazilandia sin haberlo previsto de antemano. Justo antes de llegar a la que es la última localidad swazilandesa antes de pasar a territorio mozambiqueño pudimos ver cómo las viviendas en este extremo oriental eran las tradicionales chozas hechas de paja, las genuinas y no reconstruídas para el turismo. Allí vive los modos de vida son los mismos que había en la época pre-colonial. Sin duda es una de las pocas reminiscencias que se conservan de cómo eran las cosas antaño. Una gota de tradicionalidad y modos de vida bantú dispersos en un lugar que suena a remoto, el oeste de Swazilandia. Nos vimos obligados a apearnos a un lado de la carretera para asomarnos y disfrutar más de cerca de esa clase de construcciones de paja. Sería la última imagen que tendríamos del pequeño Reino.

Bueno, la última tampoco. Antes quedaban los papeleos de la salida, más pesados que en otros países, ya que tuvimos que incluir en una solicitud impresa los bienes materiales que portábamos, como por ejemplo las cámaras de fotos.  Cuando oficialmente abandonamos Swazilandia, ya notamos algunos cambios en la parte mozambiqueña. Mucha más policía, muchos más soldados, y algo positivo por fín, la lengua portuguesa, mucho más cercana para los hispanohablantes que el inglés. El idioma luso es uno de los hermanos más fuertes del castellano, y ambos tienen similitudes que nos hacen enendernos mejor a unos y a otros.

En la frontera de Mozambique, perteneciente a la población de Namaacha, tuvimos que realizar los siguientes trámites, que nos llevaron en torno a 30-40 minutos:

Obtener el visado de una entrada (válido por tres meses): 725 Metacais que pudimos pagar en dólares (25$). Al parecer el precio varía entre fronteras terrestres así como si se saca desde una Embajada o Consulado. No necesitamos incluir fotos, tal y como había leído en varias webs de internet.

– Obtener un permiso de importación del vehículo en la propia frontera. El clásico registro del vehículo que entra a otro país. Aquí mira que le doy vueltas y no logro sacar cuánto pagamos. Sé que era muy poco, casi simbólico, pero realmente no me acuerdo.

– Sacarnos obligatoriamente un seguro a terceros para el coche. Por 25 dólares lo conseguimos nosotros. Hay gente de distintas compañías aseguradoras rondando por la frontera, por lo que es difícil escaparse a este detalle.

Cuando terminamos por fín los asuntos fronterizos ya era totalmente de noche. No había más tiempo que perder porque teníamos aún un hora aproximadamente a Maputo. Pero antes nos paramos a gasolina en Naamacha, un pueblo con las calles repletas de gente. Mozambique posee el colorido de gentío que le falta a otros países del Sur. Muchas personas que han estado allí coinciden en decir lo mismo: Mozambique sí que es el África de verdad. Y por eso precisamente queríamos finalizar nuestro viaje pasando unos días allí. Un poquito de la capital y alguna isla o playa remota tipo tropical, en el «Africa de verdad». Con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva y que no tardaríamos demasiado en comprobarlo.

La carretera a Maputo era oscura, y además había mucha gente a un lado y a otro de la misma. Nos sorprendió la gran cantidad de niños que caminaban tanto a la izquierda como a la derecha, sin más iluminación que la que proyectaban los faros del Land Rover. Desde las bicicletas y motos sin luces que circulan por la noche en Marruecos no había visto cosa igual. Como diría mi madre, son «carne de carretera». Pura y dura.

LOCURA Y NERVIOS PARA ENCONTRAR UN LUGAR DONDE DORMIR

Las indicaciones para ir a Maputo eran buenas por lo que no tuvimos problema alguno en llegar a la ciudad rápidamente y sin atropellos en nuestro haber. Otra cosa fue lo que tardaríamos en conocer dónde íbamos a dormir esa noche. Al principio lo fuimos hablando desde el propio coche, mientras recorríamos las kilométricas avenidas de esa enorme cuadrícula llamada Maputo. Después de un rato tuvimos que pararnos en un bar de la Avenida 24 de Julho para repasar allí tranquilamente las alternativas que teníamos. Pusimos encima de la mesa dos guías, la Lonely Planet Sur de África y la escrita por José Luis Aznar en la Editorial Laertes (serie Rumbo) dedicada únicamente a este país. Ambas coincidían en destacar dos sitios relativamente económicos para mochileros:

* The Base Backpackers (545 Avenue Patrice Lumumba. No tiene página web): Precio medio por persona en habitaciones compartidas de 9 dólares. Internet, cocina, etc… Quizás sus instalaciones estén un tanto descuidadas.

* Fatima´s Place (Mao Tse Tung Ave. http://www.mozambiquebackpackers.com): Sin duda es la más conocida de toda la ciudad. Tiene habitaciones privadas, compartidas y hasta una zona para tiendas de campaña. Cocina, patio con barra de bar e incluso organizan excursiones. Cuenta con un pequeño parking privado.

Nosotros probamos suerte en el primer sitio porque lo teníamos más cerca de donde estábamos, pero al estar completo llamaron al Fatima´s Place para ver si había disponibilidad de habitaciones. Y como sí que había sitios libres, nos marchamos a la Avenida Mao Tse Tung (en Maputo muchas calles tienen nombres de Líderes y dictadores comunistas) para  establecernos allí en el caso de que nos acogieran.

En nuestro correcalles para encontrar el hostel no éramos todavía conscientes de que no es del todo seguro conducir en Maputo por la noche por muchos motivos que contaré más adelante. Además, esta ciudad, con forma de cuadrícula tiene un lío tremendo para circular y no tomar sin querer una calle en dirección prohibida, algo más usual de lo que pueda parecer. Nos aprendimos de memoria todos los comunistas que dan nombre al callejero:  Mao, Marx, Engels, Lenin, Fidel Castro y hasta el psicópata norcoreano Kim Il Sung. Pero terminamos llegando al Fatima´s Place sanos y salvos, y en menos tiempo del previsto.

Allí nos mostraron las habitaciones disponibles, sin demasiado interés por parte de sus encargados, algo que contradice a la buen trato del que hablan las guías. El sitio tenía buena pinta pero las plazas estaban más que limitadas y nos hacían meternos en un cuarto de tropecientos y, realmente, después de tanto tiempo de viaje nos apetecía pasar una o dos noches en un sitio más tranquilo. Hubo un pequeño desacuerdo entre los cinco. Los emparejados queríamos darnos un pequeño homenaje en un hotel, algo que pienso merecíamos y necesitábamos. Y Chema prefería quedarse en el hostel, donde ya había tenido buen feeling con varias personas que allí había. Así que decidimos que aunque estaríamos juntos durante todo el día, dormiríamos en un hotel de Maputo que salimos a buscar de noche. Un poco de intimidad nos venía bien. Creo que era sano estar separados aunque fuese por unas horas.

Así que después de mucho buscar e insistir, de que nos dijeran que todo estaba completo en varios hoteles sin que nos lo termináramos de creer, nos quedamos en un hotel que estaba a menos de diez minutos del Fatima´s Place. Este se llamaba Hotel África en la la Avenida Paulo Samuel Kankhomba. Muy normalito, con las habitaciones un poco de la época de mi abuela. Pero limpio, espacioso, con un buen baño, y un desayuno buffet.

DE CÓMO SOBREVIVIMOS A CINCO POLICÍAS ARMADOS Y BORRACHOS PIDIENDO DINERO

Estar separados no fue impedimento para que nos tomáramos algo en el hostel donde estaba Chema, a pesar de que parecía que al encargado de la barra le debíamos hasta la vida. Era realmente maleducado este tipo, tratando incluso de hacerte el lío con el cambio, algo muy poco profesional en el albergue con más renombre de Maputo. Al final de tanto charlar y de compartir vivencias con otros viajeros españoles se nos hizo más tarde de las doce de la noche. Que en muchos sitios no supone nada. Pero cuando tienes que coger el coche en una ciudad como Maputo, es un acto casi de temeridad.

Cuando nos montamos en el Land Rover para recorrer la poca distancia que había con nuestro hotel nos dimos cuenta que había aparcado a unos metros un coche de policía. Por lo demás la calle estaba vacía, sin mucha iluminación y papeles en el suelo revoloteando en remolino como en una película del oeste. Salimos muy despacio mirando a un lado y a otro para ver exactamente por qué calle nos teníamos que meter. Aunque nuestro hotel estaba relativamente cerca, había tantos accesos prohibidos que era fácil confundirse y no atinar con la entrada exacta a la Avenida Paulo Samuel Kankhomba donde debíamos ir. Hicimos un giro y accedimos a un callejón estrecho, tremendamente oscuro, con abundante basura tanto en la carretera como en las aceras. No había ni un alma. De pronto, el coche de policía que habíamos visto minutos antes se nos puso detrás dándonos insistentemente las luces largas para que nos detuviéramos. En ese momento nos llevamos las manos a la cabeza mientras cinco policías se dirigían caminando lentamente a nuestro coche.

Iban uniformados y caminaban con dificultad, dando muestras de ir ebrios. Tal hipótesis se confirmó en cuanto bajé la ventanilla para hablar con uno de ellos y me llegó una ráfaga con olor a vino peleón, un hedor nada esperanzador. Con un fusil a la espalda, al igual que los demás, nos pidió los pasaportes y tras leerlos y ver nuestra nacionalidad nos dijo que habíamos transguedido las normas de tráfico y que para continuar debíamos pagarles la no desdeñable cantidad de… 1000 euros. Los demás nos miraban con curiosidad, como si fuésemos gacelas thomson a punto de ser cazadas y listas para comer. Así nos sentimos nosotros. En el coche se hizo el silencio durante unos segundos. Estaba claro que los polis venían a ganarse un salario extra esa noche a costa nuestra, pero no queríamos que la cosa se fuera de madre. Yo, que ya me he encontrado en mi vida con situaciones parecidas, actué como interlocutor. Sorprendentemente estaba menos nervioso precisamente porque se les veía a la legua a lo que venían. Tenía claro que querían dinero y que con paciencia y mucha tranquilidad se podía solventar el problema. Lo que no me gustaba era su actitud y que portaran fusiles yendo totalmente borrachos. Y sin nadie mirando alrededor. Estábamos totalmente expuestos a su dudosa voluntad.

Le dije al policía en un tono relajado, sin dar muestras de tener miedo, que no podíamos pagar ese dinero. Que era nuestro primer día en Mozambique y que pertenecíamos a una ONG de ayudar a los niños pobres. Él insistió en que habíamos realizado algo incorrecto con el coche y que debíamos pagar. Y yo volví a decirle que no teníamos para nada lo que nos pedía. Recuerdo que las niñas atrás se habían quedado inmóviles, escuchando y esperando que todo pasara. Juan Ramón, a quien tenía al lado, me miraba y entre dientes me decía que como se les ocurriese sacarnos del coche nos iban a dejar literalemente en pelotas. Mientras, los otros policías ponían su cara en las ventanillas para mirarnos. Si algo habíamos escuchado y leído hasta la saciedad es que allí el Cuerpo Policial era sumamente corrupto y que sus pobres salarios los levantaban con «mordidas» a ciudadanos y a turistas. En ocasiones ha habido casos de actuaciones realmente agresivas.  Pero en estas situaciones la calma es primordial. Huelen el miedo y saben que cuanto más les temas, más dinero terminas soltando.

Volví otra vez a decir que lo dejaran pasar y que nos permitieran marcharnos al hotel. Entonces después de un silencio tenso el interlocutor de ellos se acercó aún más hacia mi ventanilla y me dijo que «teníamos que ser flexibles y que podíamos dar una solución a todo este problema». Fue entonces cuando me tiré a la piscina y le expliqué que podíamos darles 20 dólares. No sabía cómo se lo iban a tomar, si era mucho o era poco para lo que pretendían. Juanra repitió varias veces que estaba loco. Y yo que confiara en mí. Entonces contestó el guardia: «Veinte dólares no, mejor diez para mí, diez para él, diez para él también, diez para el otro y diez para el de allí». Ya conocíamos su objetivo. Me dirigí entonces a mis amigos y les dije si seguía bajando dicha cantidad o qué hacíamos. La respuesta no se hizo esperar: «Págales y vámonos». Como para convencernos otro de los guardias vino y nos dijo: «Además, si nos dáis ese dinero os ayudamos y os decimos dónde está vuestro hotel». No hubo más cuestiones, les di los cincuenta dólares, un apretón de manos y presté atención a sus instrucciones sobre cómo llegar al dichoso Hotel África II. Se habían llevado una «mordida» no demasiado grande para la que podían habernos dado, pero todo había terminado bien. Anita se había quedado petrificada con la escena, como sin reaccionar. Había pasado verdadero miedo. Tres días más tarde alguien nos contó que le habían apuntado con la metralleta en la boca y le había robado todo lo que tenían. No era para tomárselo a broma. Es complicado sentirse seguro con cinco tipos armados y muy bebidos. Ellos sólo querían dinero… y sabían cómo conseguirlo.

Cuando llegué a la habitación y me tumbé sobe la cama me volvió a repetir ese hedor a alcohol que desprendía la boca de aquel policía. Y me dio por pensar en mi madre, que tranquila en su casa de Madrid no tenía ni la menor idea de dónde nos habíamos metido. Mucho mejor.

Sele

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