Viaje al oeste de Groenlandia: De los icebergs a la tundra bajo el Sol de medianoche
Existen rincones del mundo los cuales, a pesar de ser sueños en voz alta, dejan que su propia realidad supere con creces las expectativas generadas. Un ejemplo es el Ártico, no sólo un lugar sino, sobre todo, un concepto que para muchos se mueve a la perfección entre aspiraciones grandilocuentes. De ahí que Groenlandia, bajo un manto glacial inmaculado y salvaje, derrumbe de manera instantánea todos los pronósticos emocionales. Dentro del territorio inuit sólo caben las líneas con letras mayúsculas. En esta isla de libertad, hielo y tundra, se alzan escenarios implacables encargados de perpetrar una maraña de sensaciones que te dejan sin habla cuando te contemplas como participante de una de las mejores aventuras de toda tu vida. Un buen ejemplo es el oeste groenlandés, con la Bahía de Disko y el fiordo de hielo depositando en el mar una cantidad ingente de inmensos icebergs, algunos de un tamaño superior al de no pocos edificios. Pero además del mayor generador de hielo del Hemisferio Norte, la tundra aguarda a los pies del desierto blanco con su prolífica fauna ártica merodeando entre hojas y flores perfumadas de pureza.
Ilulissat y Kangerlussuaq fueron las dos bases elegidas para convertir un viaje al oeste de Groenlandia en una expedición donde las palabras o las imágenes resultan inútiles para explicar la magnitud de lo vivido. Pero, al menos, pretendo intentarlo para que ni yo ni las personas que formaron parte de semejante aventura, no perdamos nunca la consciencia de que aquello que nos hizo temblar de emoción fue real, que nuestros recuerdos no exageran en absoluto y pudimos contemplar físicamente el significado de la palabra VIAJE.
¡Ya disponibles las guías prácticas de Ilulissat y de Kangerlussuaq!
NOTA: Volvimos a Groenlandia el pasado junio de 2023. Con aventuras como la de la ciudad abandonada de Qullissat.
¿Qué pudimos ver y hacer en el viaje al oeste de Groenlandia? ILULISSAT (BAHÍA DE DISKO) Y KANGERLUSSUAQ
No era mi primera vez en Groenlandia. Años atrás, poco antes de que naciera el pequeño Unai, pude pasar un tiempo en el sur de este enorme territorio. Haciendo caminatas, practicando con el kayak, volando en helicóptero o persiguiendo las huellas de Erik el Rojo. Pero en esta ocasión deseaba ir mucho más arriba, dentro de la costa oeste, para poder explorar el área de la Bahía de Disko, famosa por ser la receptora de los icebergs que expulsa uno de los glaciares con mayor actividad del mundo (Sermeq Kujalleq). Éste se desprende de bloques enormes, los cuales viajan a través de alrededor de sesenta kilómetros de recorrido en un fiordo de hielo, hasta que terminan a la deriva en el océano, presos de las corrientes que los llegan a hacer navegar durante meses (de hecho diversos estudios estiman que el iceberg sobre el que chocó el Titanic pudo haber salido de aquí). Y para ello Ilulissat es la localidad propicia desde la cual salir a conocer esta maravilla comparable con ciertos vericuetos de la Antártida. En tamaño y cantidad, no existe parangón en todo el Hemisferio Norte y sólo en áreas muy concretas de la península antártica podría verse algo similar.
Por otro lado Kangerlussuaq, ahora hub de buena parte de los vuelos internacionales a Groenlandia en una antigua base estadounidense desde el final de la II Guerra Mundial y durante la Guerra Fría (de hecho, aún sigue en uso), conformaría la segunda etapa del viaje. Esta localidad también occidental pero no costera sino de interior, dentro del fiordo más largo de Groenlandia que se rellena con las aguas del deshielo del casquete glacial o hielo interior que cubre el 80% de la isla (El Indlandsis), nos permitiría no sólo tocar la capa helada sino además poder realizar un safari en la tundra donde poder observar animales propios de esta zona como el buey almizclero, el caribú, el zorro o la liebre ártica.
Ambos destinos, comunicados por apenas cuarenta minutos de avión, se convirtieron en los protagonistas de un doble viaje de autor de los que realizo con la agencia Pangea en el cual personas apasionadas por buscar algo más en sus aventuras se inscribieron con meses de antelación para participar en el mismo junto a Roberto Carlos López y conmigo. Para ellos va dedicado este pequeño resumen de experiencias vividas de manera conjunta en esta exploración del oeste de Groenlandia, que no fueron pocas precisamente.
Navegación por el Icefiord o Fiordo de hielo en la Bahía de Disko
La estrella de un viaje a la Bahía de Disko se alcanza, por supuesto, navegando en el prodigioso entorno del Kangia o Fiordo de hielo de Ilulissat. Realmente sobran las palabras para comprender qué supone mecerse entre moles de semejante envergadura. Todo ello se explica gracias al que durante mucho tiempo fuera llamado Glaciar Jakobshavn (en groenlandés Sermeq Kujalleq), un inmenso muro causante de un 10% de la suelta de hielo al mar de Groenlandia.
Los datos resultan apabullantes. Hablamos del mayor flujo de masa de todos los glaciares que drenan el casquete de Groenlandia, con más de cinco mil millones de toneladas de icebergs cada año. ¡¡Lo que suelta en un solo día es en agua dulce lo que una ciudad como Nueva York necesita en más de un año!! Pero se trata de un proceso extremadamente lento, puesto que los bloques de hielo que se desprenden del glaciar son tan grandes (aproximadamente un kilómetro de altura) que irremediablemente quedan atrapados en el fiordo, el cual no goza de semejante hondura, hasta que el deshielo permite hacerlos avanzar despacio.
Una vez la profundidad alcanza unos trescientos metros, dichos icebergs son liberados por fin a la Bahía de Disko. Aún así requerirán meses (y a veces años) para su deshielo mientras deambulan a merced de las corrientes oceánicas durante un viaje de cientos o incluso miles de kilómetros.
Ya en la propia ciudad de Ilulissat, municipio con más de 5000 habitantes, los icebergs rediseñan un horizonte donde la silueta de la isla de Disko protege a la zona de un oleaje que, de otro modo, gozaría de mayor fuerza. Pero para ver lo mejor resulta conveniente salir de puerto en uno de los barcos que hacen travesías hacia el Fiordo helado y encontrarse en mitad de verdaderas masas de hielo. No importa la hora del día ni la nubosidad, cada vez que se navega por aquí se ve diferente. Unas veces blanco reluciente con agua calmada en pleno día, mientras que cuando está nublado se aprecian mejor las tonalidades azules. Con sol de medianoche dorando los icebergs o con tonalidades rosáceas combatiendo con los dramáticos grises que espesan las nubes. No existen dos travesías iguales. Lo que sí se repite suele ser la certeza de hallarse ante uno de los paisajes más brutales del planeta.
Si bien se depende mucho de las condiciones climáticas y de cómo viene la mar para poder salir, no existe mejor ruta o excursión en toda expedición al oeste groenlandés que la de aproximarse a los límites del fiordo helado de Ilulissat y admirar los icebergs más grandes y numerosos del Hemisferio Norte. Con las gaviotas llenando las imágenes inmortalizadas por las cámaras, que no dan abasto. Uno ya no sabe ni dónde mirar ni qué fotografiar, porque cada centímetro de aquella maravilla es digno de retratar. Un espectáculo que justifica por sí solo un viaje al oeste de Groenlandia.
Caminata a pie a Sermermiut con vistas al fiordo helado
También se puede admirar el borde del fiordo de hielo (tanto él como el glaciar protegidos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 2014) sin necesidad de subirse a un barco. Simplemente caminando cuesta arriba por Ilulissat, una vez dejada atrás la zona donde viven los perros groenlandeses tiradores de trineo (les alimentan con carne de foca) y llegados a la moderna estructura del Ilulissat Icefjord Centre, un museo interpretativo con un diseño futurista desde el cual, además de conocer de primera mano las particularidades del área, poder tomarse algo calentito, se desliza un sendero de madera accesible que desciende hasta Sermermiut. Éste constituye con seguridad el primer asentamiento paleoesquimal del área habitado durante casi tres mil años (culturas Saqqaq, Dorset, Thule y los propios inuits), aunque ahora queden escasos restos pétreos asomados al fiordo helado (un área excepcional de caza y pesca para nativos así como a los antiguos balleneros holandeses, daneses y vascos).
Contemplar el fiordo desde distintas perspectivas a través de una caminata fácil y otras variantes (divididas en colores azul, amarillo y rojo), con panorámicas cambiantes por días o apenas horas, se muestra otro de los imprescindibles de quienes viajan a Ilulissat. En nuestro caso pasamos de divisar el fiordo completamente congelado a ver el hielo deslizándose en un corredor acuático. Y con una diferencia de apenas un día. En esas rocas es posible vivir uno de los momentos más «zen» y satisfactorios del viaje. Además con una caminata realmente sencilla para estallar de entusiasmo. Nunca fue tan asequible físicamente hablando acceder a un panorama se semejante magnitud.
Ilimanaq y Oqaatsut, pequeños asentamientos pesqueros
Una de las particularidades que despiertan mayor curiosidad de Groenlandia pasa por la inexistencia de una red de carreteras que unan poblaciones. De ahí que sólo se den vías asfaltadas para vehículos en localidades con mayor número de población y, sobre todo, que cuenten con aeropuerto o con un puerto de importancia considerable. Por lo que acudir a ciertos asentamientos separados por escasos kilómetros de las urbes se puede hacer bien en barco, en trineo de perros o motonieve (cuando es invierno, ya que en junio se retira la nieve por completo). Dos de las poblaciones más próximas y encantadoras de Ilulissat son Ilimanaq (al sur) y Oqqatsut (al norte), con poco más de cincuenta habitantes cada una y las cuales merece la pena echar un vistazo y conocer de primera mano un tipo de población más pequeña y relajada con casitas de pescadores y secaderos de fletán mirando de cara a la Bahía de Disko.
Ilimanaq, en la orilla sur del gran fiordo helado, fue fundado en el siglo XVIII bajo la denominación de Claushavn en honor a un ballenero holandés, Klaes Pieterz Torp, el cual se estableció por la zona. El nombre actual de Ilimanaq significa «Lugar de expectativas», las cuales siempre se superan cuando uno se asoma a la quietud del agua de una de las áreas con el mar más en calma de la Bahía de Disko. De hecho el horizonte desde este núcleo de población produce pura hipnosis a quien lo observa. Y lo único que puede suceder para despertar de ese letargo mental es, tal como nos pasó a nosotros, observar el paso de las ballenas las cuales aprovechan la riqueza del área para venir a alimentarse durante el estío.
Si a eso le añadimos un lodge con pared de cristal y vistas prodigiosas (Ilimanaq Lodge) y un restaurante con dos estrellas Michelin (KOKS) trasladado al antiguo Egede desde las Islas Feroe para las temporadas 2022 y 2023, hablamos de un destino tan minúsculo como antológico. Donde las propuestas de senderismo se suceden. Y sin olvidar que camino al hielo hay una población cada vez más grande de bueyes almizcleros, aunque menos fáciles de avistar que los de Kangerlussuaq, a los que me referiré a posteriori.
Oqaaatsut, algo más de media hora al norte en barco desde Ilulissat (y comunicado también por trineo de perros en invierno, cosa que no sucede con Ilimanaq por culpa del fiordo) cuenta también con pasado ballenero, pues los holandeses lo convirtieron en un centro de intercambio y almacenaje allá por el siglo XVIII. Con iglesia de madera, secaderos de fletán (el principal pescado que se consume en Groenlandia) y perros de trineo, ve llegar puntualmente a visitantes extranjeros que vienen a conocerlo y a comer al restaurante H8, un pequeño establecimiento de cocina local con menús (y que conviene reservar por adelantado puesto que cuenta con muy pocas mesas). Diferente a Ilimanaq, muestra la figura fantasmagórica de algunas casas abandonadas y un delicioso aspecto decadente que lo convierte en un etapa interesante de un viaje de este tipo al entorno de Ilulissat y la Bahía de Disko.
Tampoco conviene olvidar que la propia Ilulissat es muy de postal y que también se puede disfrutar del colorido de sus casas de madera frente a un horizonte plagado de hielo.
Avistamiento de ballenas en la Bahía de Disko
La mezcla del agua dulce y marina, los sedimentos arrastrados por el hielo y las ventajas frente al oleaje de tener una isla justo al frente permiten que la Bahía de Disko, además de proporcionar unos paisajes descomunales, atraigan a distintos tipos de ballenas (sobre todo jorobadas, aunque también las groenlandesas) para acudir a alimentarse durante los meses de junio, julio, agosto y parte de septiembre. Mientras que los cetáceos prefieren aguas más cálidas para la reproducción, la presencia destacada de krill les atrae en gran número a esta zona, muchas veces junto a sus crías recién nacidas. Por fortuna en estas aguas ya no fondean barcos balleneros como los que acabaron con decenas de miles de ejemplares durante siglos y que la población de ballenas se haya recuperado de manera notable. Tanto que durante los meses de verano sea relativamente fácil observar asomar el lomo de las jorobadas o su clásica bajada de cola mientras comen. Y no sólo a bordo de un barco sino también permaneciendo en tierra. En nuestro caso llegamos a ver ballenas desde la recepción de nuestro hotel (Hvide Falk) o desde la iglesia luterana.
Aunque, por supuesto, una manera de poderlas avistar es a bordo de un barco, bien en una excursión organizada ex profeso para ello o incluso en una travesía corriente de cuantas se realizan desde Ilulissat. Uno de los episodios de los que más cariño guardo de mi estancia en el oeste groenlandés fue cuando desde Ilimanaq, en tierra, pudimos divisar una ballena y minutos más tarde aproximarnos a verla, escucharla y, en definitiva, sentirla, subidos a la pequeña embarcación de Aputsiaqg, quien apagó los motores para que disfrutáramos plenamente de la presencia del gran cetáceo.
Fueron más las ocasiones en que pudimos contemplar el baile de las ballenas durante nuestra estancia en Ilulissat. En realidad pienso en que incluso es difícil marcharse de aquí en temporada estival y no ver, al menos, un ejemplar.
Bajo el embrujo del Sol de medianoche
Uno de los reclamos de poder viajar a Groenlandia en verano tiene que ver con esa luminosidad permanente que aporta el conocido como Sol de medianoche, el cual en aquellos territorios situados en elevadas latitudes no se pone durante semanas. De ahí que durante los meses de junio, julio y buena parte de agosto, estar en Groenlandia signifique disponer de luz solar las veinticuatro horas. El momento en que desciende en mayor medida y donde la coloración desempeña su papel más determinante es, como su propio nombre indica, la medianoche. Entre las once y la una de la madrugada la Bahía de Disko se convierte en un cuadro paisajístico cuyas luces aportan calidez sobre las paredes heladas de los grandes icebergs mientras se desplazan lenta e inexorablemente por las gélidas aguas del Ártico.
Desde septiembre hasta bien entrado marzo no sería tiempo de sol eterno sino del reino de las luces del norte, sus majestades las auroras boreales.
Llamar a las puertas del glaciar Eqi
Algo más de dos horas de navegación norte desde Ilulissat (80 km aprox), dejando la ya mencionada Oqaatsut detrás e internándose por una red de fiordos, lleva hasta pocos metros del frente de la lengua de un glaciar llamado Eqi (en groenlandés Eqip Sermia). Éste no posee las dimensiones del Sermeq Kujalleq pero permite aproximarse al muro de hielo de más de cinco kilómetros de ancho y aproximadamente doscientos metros de altura desde donde se pueden apreciar numerosos desprendimientos que explican la gran cantidad de témpanos que pululan por el fiordo.
El viaje en barco ya es de por sí una aventura. Hasta junio alcanzar cierta cercanía resulta prácticamente imposible, pues además de la gran cantidad de pequeños icebergs, el agua del fiordo se congela. Nosotros fuimos muy al principio y sin la pericia de los pilotos improvisando canales y, más tarde, siguiendo a un barco de transporte, no hubiéramos podido acercarnos tanto. Pero lo logramos, aunque supusiera después quedarnos anclados en el hielo y teniendo que ser remolcados varios metros para poder salir de allí. Por supuesto pudimos admirar un gran desprendimiento que originó un tsunami en la superficie helada. Parece como si alguien hubiese sacudido la alfombra, pero con las ondulaciones a cámara lenta. Aquello fue fascinante, lo minúsculo (nosotros) frente a la grandiosidad de la naturaleza en bruto.
Hay quien no se conforma con llegar en barco y verlo, sino quien se queda en las cabañas de un lodge de precios prohibitivos donde es posible pernoctar con vistas a la pared del glaciar Eqi. ¡Ojalá algún día! Mientras tanto aseguro que se trata de una de las excursiones preferidas de quienes viajan al oeste de Groenlandia (aunque que te lleven allí no baja de 300€ ida y vuelta con un pequeño picnic).
Safari en la tundra de Kangerlussuaq (Rastreo de bueyes almizcleros)
La segunda etapa de este viaje pasó de la más pura costa occidental groenlandesa a un municipio de interior estilo Far West con barracones militares reconvertidos alrededor de una larga pista aeroportuaria nacida como una base de operaciones del ejército de los Estados Unidos. Poco más de una veintena de kilómetros hasta el Indlandsis y entre medias un valle que recoge el deshielo glaciar. Un territorio de temperaturas extremas, de -40º en invierno y hasta 40º en verano, extremadamente árido y con un paisaje de tundra y pequeñas lagunas glaciales que para los amantes de la fauna ártica se convierte en un auténtico paraíso. Donde la reintroducción de varios ejemplares de buey almizclero en los años sesenta, ante la falta de depredador y la imposibilidad de cazarlos durante décadas, permitió que el área de Kangerlussuaq se convirtiera en el mejor lugar del mundo en el cual poder observar a esta especie en su estado salvaje. Hablamos de un caprino lanudo con forma de bisonte coetáneo de mamuts y otros animales mastodónticos y ya extintos que poblaron la Tierra decenas de miles de años atrás que habita determinadas regiones periárticas. Y un objetivo para quienes vamos en busca de algunas de las experiencias con animales en libertad más sobresalientes de nuestro planeta.
A través de un safari en la tundra de Kangerlussuaq llegamos a observar varios ejemplares, tanto en grupo como solitarios, de este peculiar caprino que se alimenta de las herbáceas de la zona y acude a beber a las pequeñas lagunas de origen glacial. En ocasiones no resultó fácil, pero la mancha blanca en el lomo, que contrasta con el resto del pelaje de color marrón oscuro, nos permitió no sólo vislumbrar sino también retratar a este animal capaz de soportar temperaturas extremas y que en esta zona de Groenlandia ha encontrado su medio perfecto para multiplicar una población diezmada por la caza indiscriminada en el Ártico.
Además de los bueyes, también nos encontramos con otras especies características de la fauna ártica como el reno o caribú, de gran planta si lo comparamos con los que se ven en los países nórdicos así como en Siberia. También pudimos observar y fotografiar al zorro ártico en plena muda de pelaje del blanco al oscuro, a las barnaclas canadienses (gansos salvajes) o a las níveas liebres árticas escondidas en la vegetación aunque su camuflaje blanquecino disminuía su eficacia para la tundra en plena temporada estival.
¿Y el oso polar? Ocasionalmente cada varios años suele aparecer alguno desorientado por la zona, pero la población más numerosa de osos polares en Groenlandia se encuentra en el norte y en toda la costa oriental, precisamente donde apenas hay presencia humana. Así que verlos aquí o en Ilulissat resulta bastante improbable, por no decir imposible. (Realmente una travesía polar en Svalbard, Noruega, existen más probabilidades)
¡Kangerlussuaq, qué lugar tan extraño y tan asombroso a la vez!
La experiencia de pisar la gran capa glacial (Viaje al mítico Indlandsis) desde Kangerlussuaq
Además de la de rastrear a los animales de la tundra ártica, probablemente la excursión estrella en Kangerlussuaq tiene que ver con la posibilidad de pisar la capa glacial, el Indslandsis, el cual abarca algo más del 80% de esa gran isla llamada Groenlandia. Para ello, vehículos de gran tamaño y enormes ruedas aprovechan la carretera militar que unen el puerto y el borde de la capa para poder aproximarse hasta el desierto blanco, ese lugar inhóspito y hostil considerado el segundo cuerpo de hielo más grande del mundo, sólo superado por la banquisa antártica. El día que éste se derrita, algo que está acelerándose en las últimas décadas con el cambio climático, seremos incapaces de reconocer nuestro planeta. Y no sólo porque muchas ciudades costeras desaparezcan sino porque habremos perdido un gran escudo ante la potencia fulgurante de los rayos ultravioletas proyectados por el sol. Y ese daño tendrá consecuencias absolutamente demoledoras sin capacidad alguna de revertir la situación.
Pero llegar al Indlandsis de este modo no le resta epicidad a un viaje de paisajes extremos donde además de ver fauna (raro es hacer esta ruta y no ver un solo buey almizclero, aunque sea en lontananza y con la ayuda de prismáticos) se vuelve factible apreciar de cerca las lenguas de los glaciares, cascadas de deshielo, parajes arrugados por la morrena y no pocos lagos. Zona que, por cierto, es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 2018. El conocido como Aasivissuit – Nipisat pone en valor áreas vastísima de caza de los inuits así como pueblos paleárticos desde hace más de cuatro mil años.
Después, donde ya no pueden llegar los vehículos, se camina durante unos minutos hasta el suelo blanco y helado del comienzo del Indlandsis. Lugar en el que si quisiéramos hacer una travesía polar y llegar al flanco oriental groenlandés requeriríamos de unos seiscientos kilómetros a través de una capa despoblada. A expensas de profundas y peligrosísimas grietas, el frío extremo, de vientos gélidos y la nada más absoluta.
Avioneta en Ilulissat y Kangerlussuaq
Por tierra, por mar y… ¡Por aire! Otra manera de descubrir todos estos lugares es a través de vuelos panorámicos con los que perseguir valles y fiordos, así como acceder al campo de hielo, pudiendo apreciar las fisuras, las lagunitas de agua celeste y rincones escénicos a los que sería prácticamente imposible aproximarse de otro modo. Si bien los vuelos comerciales entre destinos permiten ver mucho (Un buen ejemplo me parece el trayecto entre Kangerlussuaq e Ilulissat), en avioneta se pueden apreciar mucho mejor determinadas maravillas de la geología de los que presume esta parte del territorio groenlandés).
Nosotros tuvimos la oportunidad de hacer dos vuelos escénicos muy distintos, aunque con el común de internarse en el Indlandsis y, de ese modo, vislumbrar desde el aire las lenguas glaciales. El primero fue en Kangerlussuaq, surcando la tundra y penetrando al casquete glacial por el imponente glaciar Russell, sin quitar ojo a las manadas de bueyes almizcleros que se reunían junto a las lagunas durante el sol de medianoche. Capitaneados por Mia, una jovencísima piloto a los mandos, que hizo mucho para que la travesía fuese espectacular.
El segundo vuelo en avioneta, ya con el segundo grupo, fue en Ilulissat para acceder al Indlandsis y, sobre todo, recorrer de principio a fin el fiordo helado donde drena el majestuoso Sermeq Kujalleq, el glaciar más activo en todo el Hemisferio Norte, y tener la fortuna de apreciar el grosor de su pared o la ingente cantidad de icebergs que se apelotonan antes de salir a la Bahía de Disko. Y, de verdad, no existen palabras para describir esa joya en bruto de la naturaleza ártica donde las dimensiones de lo que se observa te hace sentir un copo de hielo entre la inmensidad de blancos, azules y dorados por el sol. ¡Hubo incluso quien llegó a ver salir una ballena en el mar!
Este tipo de vuelos vienen a rondar los 380-400€, un precio elevado, por supuesto, pero de los que sales diciendo que vale cada euro que se paga. Se reservan a través de la web airzafari.com.
Ceremonia religiosa inuit
Aproximarse a la cultura inuit puede tratarse de otro de los puntos fuertes del viaje. Quizás uno de los momentos más interesantes del viaje tuvo lugar en la pequeña iglesia luterana de Ilulissat, en la cual coincidimos con una ceremonia de confirmación ofrecida por una sacerdotisa danesa en una bonita y multitudinaria misa cantada. Aunque lo mejor fue a la salida cuando pudimos estar junto a decenas de hombres y mujeres inuits que portaban vestimentas tradicionales. Ellas muy coloridas y elegantes, con sus elementos con piel de foca y sus características botas blancas. Ellos, e camnio, vestían camisas blancas con pantalón oscuro. A más de uno se le podría apreciar garras de oso y amuletos con tupilaq (monstruos y criaturas vengadoras del imaginario inuit) tallados en hueso, probablemente de caribú.
Ciudad abandonada de Qullissat
Un año después, regresamos al oeste de Groenlandia. E hicimos una ruta de navegación hasta Qullissat, la que fuera una ciudad minera que fue abandonada por completo en el año 1972 (porque la mina dejó de ser rentable). En actualidad, sus casas y edificios abandonados permanecen como testigos mudos de su pasado, fuera de los circuitos turísticos.
Algunos consejos gastronómicos en Ilulissat y Kangerlussuaq
Hay quien piensa que viajar a Groenlandia es sinónimo de no comer bien. Y se equivoca. Tanto en Ilulissat como en Kangerlussuaq hemos podido darnos algunos festines gastronómicos. He aquí algunas recomendaciones para quien se dirija a esta zona del mundo y no quiera depender únicamente de los supermercados Brugseni de turno (que para comida rápida y de picnic vienen bien, eso es verdad):
En Ilulissat:
- Inuit Cafe (Kussangajaannguaq 22, tel +299 94 48 88): En pleno centro de Ilulissat este clásico regentado por una familia cingalesa ofrece un mix de comida groenlandesa y asiática donde destaca la calidad del producto. Ideal para pedir cangrejo real o probar carnes variopintas de la dieta inuit como el reno, la ballena o el buey almizclero. Mi preferido indiscutible en la ciudad.
- Café Iluliaq (Fredericiap Aqqutaa 5, tel +299 94 22 42): Un clásico de Ilulissat con buenas raciones. Halibut (fletán) empanado o en escabeche y platos asiáticos (hacen un pad thai exquisito plagado de gambas, aunque la sopa Yum también es muy recomendable) así como ternera con ostras o pizzas, son algunos de los platos de uno de los pocos establecimientos de la ciudad que abren ininterrumpidamente hasta las nueve de la noche (los demás cierran entre comidas y cenas). Buena calidad/precio.
Para tomarse el café o una copita de manera relajada y con vistas a los iceberg, recomiendo ir al Hotel Icefiord (J. Sverdrupip Aqq. 10,) con uno de los espacios más encantadores de Ilulissat.
En Kangerlussuaq:
- Cafetería/restaurante del aeropuerto: Hamburguesa de carne mechada de buey almizclero con remolacha y cebolla. También destaca la pasta bolognesa con carne de reno. Si se quiere más intimidad y lujo se puede ir al restaurante aledaño Musk Ox, aunque el capricho se paga a base de bien.
Realmente en Kangerlussuaq no hay apenas sitios para comer, puesto que el centro neurálgico de esa población es el aeropuerto. El resto, barracones militares reconvertidos y otros aún en uso.
TRUCO PARA TENER CONEXIÓN A INTERNET EN GROENLANIDA
Para tener datos todo el tiempo en el teléfono móvil yo soy usuario fiel de la oferta de Holafly para cuando viajo por el mundo y no quiero complicaciones y disponer de red todo el tiempo. Para Groenlandia hay incluso eSIM, por lo que no hace falta de una tarjeta física, ya que se hace todo de manera virtual. Ya puedes comprarla online y recibirla cuando quieras (imprescindible utilizar el código elrincondesele para aplicar un descuento en el momento de la compra). Se debe instalar antes de salir y activar la nueva línea una vez aterricemos en suelo groenlandés. Muy pero que muy sencillo. Y muy rentable, porque las tarjetas que venden allí en las oficinas de correos, tienen un precio superior al doble.
GRACIAS POR TAN MAGNÍFICA COMPAÑÍA
Roberto y yo estamos agradecidos de haber disfrutado de un gran viaje al oeste de Groenlandia con dos grupos estupendos. Pablo, Piluca, Vidal, Lina, Fernando, Radi, Miguel, Amalia, Antonio, María o Esther. Así como Cristian, Raúl, Teresa, Juan Antonio, Rolando, Marta, Guillermo o Tolo. Gracias por formar parte de una de las aventuras de nuestros días así como saber apreciar los rigores del Ártico y aprovechar las ventanas de oportunidad que nos fue brindando un destino con unas condiciones climatológicas complejas.
¿VOLVEREMOS A GROENLANDIA EN 2024?
Por supuesto. Ya en el verano de 2023 hemos añadido nuevos destinos al mapa.
Pero fuiste de los que te quedaste con las ganas de viajar a este destino mayúsculo, ponte en contacto conmigo si quieres recibir información futura para el viaje que realizaremos en junio/julio de 2024.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele