Lo mejor de un viaje a Svalbard en barco: En busca de los osos polares
Toda la vida soñando con un instante y ahí lo teníamos delante de nuestras narices. La proa de nuestra embarcación con la que estábamos haciendo un gran viaje a Svalbard, capaz de avanzar por el hielo como quien rasga una hoja de papel con las tijeras, se había convertido en el mejor punto de observación posible. El mar congelado reflejaba la hilera de huellas que precedieron la escena que teníamos al frente. Una pareja de osos polares, macho y hembra, correteaban sin respiro, se tiraban al agua y, se restregaban en la nieve, ajenos a nuestra presencia. Aquel cortejo tardío entre los grandes depredadores blancos no resulta nada fácil de ver en junio, pero la naturaleza es caprichosa y todo lo que se había resistido en las largas jornadas de navegación bajo una luz perpetua, nos lo regaló en uno de los últimos episodios que discurrieron en el asombroso estrecho de Hinlopen. Así es el Ártico. Así es un viaje de expedición en Svalbard, el lejano archipiélago noruego que coquetea con el Polo Norte incluso más allá del paralelo 80.
Mi cabeza no deja de dar vueltas y más vueltas a aquella aventura. Cierro los ojos y creo seguir sintiendo frío en las manos. Contemplo con nitidez los mejores momentos de un viaje en barco por Svalbard en busca de los grandes osos polares. Como aquella sucesión de glaciares y fiordos, la sensación incomparable e indescriptible de navegar por un mar solidificado y agrietado en color blanco. El eco de aquellas aves marinas que se contaban por decenas de miles en un acantilado de ciencia ficción o las morsas arrastrándose por el suelo y clavando sus colmillos en la arena. Incluso sin el esquivo oso polar, os aseguro que esta aventura ártica me hubiera seguido pareciendo memorable.
Svalbard, un viaje polar que comenzó mucho antes de embarcar
Llevo conjeturando sobre Svalbard hace ya demasiados años. Creo que desde que empecé a interesarme por el depredador terrestre más grande que existe, el oso polar. Dejándome llevar por la imaginación me he encontrado con él en millones de ocasiones. El Groenlandia, en el paso del noroeste, en Franz Josef Land, en la canadiense Churchill y en la remota isla rusa de Wrangel, próxima al Estrecho de Bering. Y, por supuesto en Svalbard, esa conjunción de islas que definen por sí solas eso a lo que llamamos norte. El último puñado de tierra que antecede al polo. Nada menos que a 800 kilómetros más arriba del mítico Cabo Norte noruego surge un juego de montañas escarpadas y constantemente blancas que coquetean entre los paralelos 78 y 80. Refugio durante siglos de balleneros y tramperos solitarios, de geólogos y científicos y, durante el siglo XX, de mineros soviéticos que venían a extraer carbón, habitando ciudades aisladas como Pyramiden, ahora abandonadas a merced del desgarrador frío del Ártico y vigiladas por criaturas polares que vuelven a apropiarse algo que, en realidad, siempre les perteneció.
El tiempo avanzó. ¡Y con tremenda celeridad! Así que fue momento de pasar de los documentales a todo color en el televisor a vivirlo en persona. De ese modo me embarqué en este gran viaje a Svalbard, expedición organizada por Pangea con el objetivo no sólo de ver osos polares sino además, disfrutar navegando a través de uno de los paraísos gélidos más hermosos que el Océano Glacial Ártico ha sido capaz de emerger de sus aguas. Y, quién sabe, si poder formar un grupo para otra expedición el año siguiente (más adelante avanzo más sobre este tema). Mis muchas conversaciones sobre estas islas con Roberto Carlos López Seixas, apasionado de los destinos polares, en la tienda viajera situada en el número 26 de la madrileña calle Príncipe de Vergara (ahora también están en Barcelona en la Rambla de Catalunya 23), se hicieron reales cuando aterricé una “luminosa” madrugada en Longyearbyen, la capital de Svalbard. Había pasado en tres horas de los 30 grados de una Oslo más veraniega de lo normal, a una nevada a bajo cero en la última ciudad habitada más septentrional del planeta.
En Svalbard siempre se ha dicho que hay más osos que personas. Y es algo totalmente cierto. Se calcula que residen en las islas noruegas algo más de 2800 habitantes, en su mayoría en Longyearbyen o repartidos en estaciones científicas como Ny-Alesund, así como en enclaves mineros soviéticos aún en funcionamiento como Barentsburg. Pyramiden continúa abandonada a su suerte desde 1998, aunque en algunos momentos del año puede llegar a tener 9 personas que vigilan este “territorio ruso” en tierras noruegas o lo enseñan a curiosos turistas que llegan hasta allí en barco o en moto de nieve cuando el fiordo se congela (algo que sucede normalmente entre noviembre y mayo). En cambio, se calcula que más de 3000 osos polares viven en este archipiélago. La caza de estos mamíferos está completamente prohibida y sólo es posible abatirlos en defensa propia como último recurso. De ahí que su población sea más estable (e incluso en crecimiento) que en otras zonas del Ártico como Alaska o el norte de Rusia donde todavía la ley permite un cupo a los cazadores. Por otro lado el calentamiento global se ha convertido en un enemigo letal de estos animales que ven cómo el mar de hielo se sigue derritiendo a pasos agigantados.
10 increíbles momentos de un viaje a Svalbard: En barco tras los osos polares
Entre finales de mayo y primeros de junio tuve la fortuna de recorrer una parte de Svalbard a bordo del MS/ Ortelius, un barco holandés acostumbrado a cruceros por aguas árticas y antárticas con apenas un centenar de pasajeros. Aunque unos días antes de subirme a él, anduve por Longyearbyen y alrededores. ¿Queréis conocer cuáles fueron los mejores momentos de este viaje a Svalbard en barco en busca de los osos polares? ¿Iniciamos de nuevo el rumbo al paralelo 80? ¡Allá vamos!
Navegando por mares de hielo en Svalbard
La embarcación con la que navegué por Svalbard estaba completamente preparada para condiciones muy hostiles tanto en climatología como en estado del mar, sobre todo tratándose del Ártico. Sin ser un «rompehielos» propiamente dicho, el casco del Ortelius resulta idóneo para la navegación en el mismo. No sólo en zonas con hielos y témpanos a la deriva sino también en el famoso «fast ice» o hielo fijo, sostenido desde la orilla y que a los osos, sobre todo a madres con crías, les encanta debido a su estabilidad. En la época en la que realicé el viaje, el estrecho de Hilopen que separa las grandes islas de Spitsbergen y Nordaustlandet, una zona privilegiada para la fauna ártica, se encontraba en su mayor parte congelado. De ahí que pasáramos horas avanzando por un auténtico mar de hielo, algo que ofrece unas sensaciones únicas. No es algo que se haga todos los días. Y si además existe la posibilidad de avistar osos polares, morsas y demás especies, más emocionante aún si cabe.
Ponerse delante para asomarse en proa y observar cómo se va fragmentando el hielo al paso de la nave, escuchando cómo cruje, es algo casi hipnótico. Incluso en una noche (noche que es de día completamente) nos quedamos parados en este inmenso campo de hielo, debido a que una madre osa polar junto a sus crías, estaba en la zona. Los pudimos ver con los prismáticos (no así fotografiar debido a la distancia) y el capitán decidió pernoctar allí, quién sabe si porque los osos tuviesen a bien acercarse a curiosear (algo que no es extraño). Al final no sucedió pero la experiencia se me quedará grabada para siempre.
NO TE PIERDAS: Razones para embarcarse en un crucero polar en Svalbard. O la recién publicada Guía de fauna de Svalbard con los animales más emblemáticos que ver en las islas.
El reguero de huellas que nos llevó a ver los osos polares en Svalbard
El momento más deseado del viaje a Svalbard en barco de expedición se hizo esperar. ¡Casi hasta el final! Tras el aperitivo de la madre con sus dos crías a una distancia un tanto complicada, se nos quedó la miel en los labios por no haber podido disfrutar de la escena sin necesidad de prismáticos. No pedíamos ni tan siquiera que los animales estuviesen junto al casco de la embarcación, pero sí tener la fortuna de observarlos algo más cerca. Y para eso había que seguir rastreando en pos de nuestro gran objetivo. El día había empezado realmente bien. Por fin la niebla de las dos jornadas anteriores había desaparecido del todo y habíamos estado con las zodiaks bordeando Alkhornet, un pintoresco acantilado donde anida una de las mayores colonias de araos de Brunnich que existen en el Ártico. Y no sé la razón, pero nos olíamos que no nos iríamos a la cama sin ver al oso polar. No nos equivocamos.
Cuando íbamos camino de la costa occidental de Nordaustlandet para acceder a esta isla por el gran fiordo Wahlenbergfjord nos encontramos de nuevo con que la capa de hielo anclada a tierra, el famoso fast ice del que nos hablaba una y otra vez la tripulación, dividía en dos el estrecho de Hinlopen y, por tanto, hacía más complejo el acceso a la isla «nordeste» (que es lo que significa Nordaustlandet). Y es que el mar no era otra cosa que una enorme placa helada. Un reguero de huellas empezó a sucederse. Huellas que eran definitivamente de oso y, mejor aún, eran relativamente recientes. Entonces el Ortelius inició su avance por el hielo dejado a un costado una línea ininterrumpida de huellas que pertenecían a dos ejemplares. La tensión en el puente de mando y en proa se fue haciendo acuciante y, sin exagerar, podía haber en ese momento más de veinte personas con los prismáticos escudriñando el inalcanzable horizonte blanco. No tardó en llegar el aviso a los pasajeros. «Hay dos osos polares frente a la embarcación. Aún están lejos pero parecen venir hacia aquí». Entonces recordé dos cosas. Que en el próximo viaje a Svalbard no me puedo ir sin prismáticos. Y que uno de los pasajeros españoles con los que compartía camarote, Alejandro, tenía unos. De ese modo fue como pude ver a los osos la primera vez.
Se trataba de una pareja de adultos, macho y hembra, en pleno cortejo. Algo que suele suceder entre abril y mayo, pero que rarísimas veces se ha visto ya entrado el mes de junio. Razón por la cual expertos en osos polares como el holandés Rinie van Meurs, el jefe de la expedición, no daban crédito. El macho debía llevar ya varios días insistiendo a la hembra, quien ya empezaba a estar más receptiva y alternaba gruñidos y amenazas a su pretendiente con baños bajo el hielo y gestos de cierta complicidad. Este proceso que podía alargarse incluso más de una semana hasta que ella aceptara. El resultado final, quién sabe, a finales de diciembre o primeros de enero cuando ellas suelen dar a luz a sus crías en un oscuro agujero excavado en la nieve bajo la intensa noche polar.
En efecto los osos se fueron acercando, aunque ambos, ellos y nosotros, mantuvimos una distancia prudencial para ser meros testigos (y no perturbadores) de una escena que duró horas en la placa de hielo. Les vimos correr, abrir agujeros en el hielo, darse buenos baños, tropezarse, restregarse, reñirse y mimarse. Parecíamos transparentes para ellos y eso nos permitió disfrutar de uno de esos momentos que muchos jamás olvidaremos. Para más inri, avistamos otro macho rezagado que quizás había sido atraído por las huellas de ella, y quién sabe si esperando su oportunidad. Las luchas entre pretendientes están a la orden del día. De hecho no costaba apreciar en cuello y lomo las cicatrices de los zarpazos habituales en este tipo de contiendas.
El glaciar Mónaco al norte de Spitsbergen
Al norte de la isla de Spitsbergen, en la llamada Tierra de Haakon VII, hay fiordos con nombres sugerentes como Liefdefjorden cuyo significado es «el fiordo del amor». El segundo día de navegación, tras una larga noche bordeando el extremo noroeste de la isla más grande del archipiélago de Svalbard, accedimos precisamente a este lugar que se extiende unos 30 kilómetros hasta tocar las paredes azuladas de Monacobreen o, lo que es lo mismo, el glaciar Mónaco, uno de los mayores de su especie en esta zona y quizás de los más fotogénicos. Poco después de cenar la luz era perfecta, justo cuando se adivinaban los primeros témpanos de hielo, salimos a cubierta a disfrutar de un avance paulatino en el que los hielos, brillantes como auténticos diamantes, fueron aumentando en número y grosor.
No sólo el paisaje, sino sobre todo los sonidos que se sucedían, así como una foca barbuda reposando plácidamente en un témpano plano, dibujaron un instante de gran belleza. El frente del glaciar Mónaco, dividido en varios brazos (y donde era visible el retroceso que acucia a éste en los últimos años) era una mole de gran altura que nos impresionó sobremanera. Es en momentos así cuando uno se da cuenta de que Svalbard es mucho más que un lugar habitado por los osos polares. Sin duda uno de los mejores escenarios que el Ártico tiene a bien regalar a la vista a quienes nos acercamos a conocer el último pedacito de tierra que precede al Polo Norte magnético.
El acantilado de los araos (y los zorros)
La avifauna de las islas de Svalbard es tan rica que atrae la presencia de ornitólogos y aficionados a la fotografía de pájaros de todo el mundo. De hecho en nuestro barco había varios «pajareros» que coleccionaban imágenes de aves obtenidas con sus cámaras de fotos a lo largo de muchos años. Algunos de los objetivos de dichas cámaras parecían más bien lanzacohetes. Para los conocidos como «birdwatchers» no hay teleobjetivo suficientemente potente para obtener su preciado tesoro. En el caso de quienes viajan a Svalbard tienen en la lista varios objetivos, pero entre todos destaca la escurridiza gaviota marfil, que sobrevuela los cielos árticos a latitudes bien elevadas y suele dejarse ver cerca de los osos polares alimentándose. También se cotiza al alza el eider real o el fulmar boreal. Aún así la presencia de aves marinas es elevadísima, sobre todo de alcas y araos comunes o de Brunnich. También de frailecillos, aunque no se observan con tanta facilidad como en Islandia.
Precisamente una de las mayores colonias de araos de Brunnich que se conocen en el Ártico se encuentra en Svalbard. En concreto en Alkhorn, un escarpado y pintoresco acantilado en la costa oriental de Spitsbergen, regado por las aguas del estrecho de Hinlopen. En este lugar hicimos un recorrido con las zodiaks acompañados por decenas de miles de araos que hacían un ruido «hermosamente» ensordecedor que rebotaba con las paredes de roca magmática de los acantilados.
También vimos a un par de astutos zorros árticos que habían logrado colocarse en posiciones centrales del acantilado aprovechando zonas con nieve esponjosa y preparados para capturar a alguna de estas aves o robarles los huevos. Su pelaje era mayoritariamente blanco, aunque ya empezaba a contar con manchas oscuras en el rostro y parte del lomo, para preparar su camuflaje de cara a la temporada estival.
Nuestro encuentro con las morsas
Particularmente, junto a los osos polares, el animal que más ganas tenía de poder ver en este viaje a Svalbard en barco era la morsa. El más grande de los pinnípedos con sus destacadísimos colmillos tiene amplia presencia en estas islas del Ártico noruego, aunque sus apostaderos no suelen ser tan grandes como en determinadas zonas de Siberia o Canadá. Aún así, los distintos encuentros que tuvimos fueron formidables, sobre todo el último por el número de ejemplares que pudimos contemplar y fotografiar a muy corta distancia.
La primera vez que vimos morsas fue en un día de mucha niebla en el estrecho de Hinlopen. Una hembra permanecía tumbada sobre la capa de hielo. Y, salvo algunos movimientos, estuvo dormitando todo el rato. A pocos metros un macho sacaba su cabeza ocasionalmente de un agujero que había en el hielo hasta que marchó buceando a otra parte. Durante esa misma mañana vimos morsas en más ocasiones. Y muchas veces nos dábamos cuenta porque les escuchábamos respirar con fuerza cuando emergían del agua. Se trata de un animal realmente curioso, aunque con el genio y la fuerza suficiente para que ni los osos polares se atrevan a enfrentarse a ellos (otra cosa es montar caos y hacerse con alguna cría despistada y vulnerable).
El lugar de Svalbard donde mejor pudimos ver las morsas fue en el apostadero de Poolepynten, en la costa oriental de la isla alargada de Prins Karls Forland. Allí desembarcamos con las zodiaks y caminamos muy lenta y silenciosamente hacia una punta donde una treintena de morsas permanecían apelotonadas mientras que otras disfrutaban de un baño en el agua. Nuestra llegada no pareció afectarles y estuvimos cerca de media hora observando su comportamiento y tomando fotografías del grupo más numeroso que encontramos durante nuestra travesía en barco. Este apostadero es un seguro para quien desee no irse de la isla de Spitsbergen sin ver morsas. Ya sea en crucero polar o haciendo una costosa excursión en barco de un día desde Longyearbyen, que se encuentra a aproximadamente tres horas de allí.
Caminata por la tundra de los renos
Durante este crucero de expedición a Svalbard en el MS/Ortelius las actividades más apreciadas por el pasaje tenían que ver con los desembarcos a tierra. Si bien hubo algunos que se nos resistieron por la escasa visibilidad (debe ser completa para evitar posibles encuentros terrestres con los osos polares) los que hicimos a la ya mencionada Poolepynten o a Tordenskjoldbukta merecieron muchísimo la pena. En el primero vimos a las morsas, mientras que el segundo, el es extremo sudeste del estrecho Forlandsundet, hicimos una caminata más larga por la tundra.
Aquel lugar era territorio del otro mamífero terrestre de las islas junto con los osos y los zorros árticos. Me refiero al reno de Svalbard, una especie endémica de este archipiélago y que se diferencia de los que se ven en el continente por su reducido tamaño. Mucho tiempo atrás, cuando el total del Ártico era puro hielo, los renos viajaban largas distancias. Los que se encontraban en Svalbard cuando comenzó a derretirse éste, se quedaron para siempre en las islas. Dejaron atrás a su peor depredador, el lobo (no presente en el lugar), aunque ganaron un enemigo como el oso polar, aunque éste les da caza en rarísimas ocasiones (más bien en encontronazos fortuitos) puesto que su velocidad no le alcanza para ello. Dicha ausencia de lobos es una de las razones que explican la evolución de los renos para tener patas más cortas y no necesitar hacer carreras demasiadas ambiciosas para huir.
Renos se ven a lo largo y ancho de Svalbard. Tienden a buscar zonas menos nevadas para poder comer el escaso pasto que proporciona el permafrost. De ahí que en primavera y verano se dejen ver con bastante asiduidad incluso en la ciudad de Longyearbyen. En Tordenskjoldbukta no estaban acostumbrados a la presencia humana y no parecían tener miedo. Varios renos se nos fueron acercando durante la caminata, siendo especialmente bonito el momento en que una pareja muy joven nos dio varios rodeos. Parecían preguntarse qué éramos y qué demonios habíamos venido a hacer allí. Su gesto de curiosidad y extrañeza me pareció tremendamente dulce, como cuando una hembra con su cría de pocos meses se puso delante del grupo.
Rastreadores con prismáticos en cubierta y en el puente de mando
Ver animales en su estado salvaje es algo que me apasiona y me llena como muy pocas cosas cuando voy de viaje. Pero cuando todo viene precedido de un rastreo previo, la emoción se multiplica. Conviene no olvidarse de que realizar un viaje de naturaleza para avistar fauna no es ir al zoológico. Y que hay que trabajarse los avistamientos si no queremos irnos de vacío. De ahí que en una expedición de este tipo, si no quería perderme nada de lo que sucediese, tenía que estar «fuera» el mayor tiempo posible y dejar el camarote para la hora de dormir. En proa o en poca, a babor o estribor. Aunque lo más divertido era cuando daban la posibilidad de subir al puente de mando donde se encontraba el capitán del Ortelius dando órdenes (eso de ir por el hielo no es cosa fácil) y unos cuantos expertos de fauna mirando con los prismáticos y buscando pistas para poder localizar los animales. El objetivo máximo de este crucero ártico por Svalbard eran, por supuesto, los osos polares. Pero también se iba en búsqueda de ballenas, morsas, focas, zorros o aves marinas. Sólo así, buscando sin parar, es posible avistar un animal blanco como es el oso, en un paraje de hielo y nieve.
Todo podía demorarse horas, pero las cosas sucedían en un segundo. Al igual que si estuviésemos en un safari en África me reafirmo con que el rastreo es una de las actividades más emocionantes que se pueden hacer. Intensidad, escuchar a los que saben, paciencia y mucha paciencia. No que nos lo den hecho. ¡Hay que trabajárselo! Y merecérselo. De esa manera la emoción está más que garantizada.
Aprendizaje sobre Svalbard y la fauna ártica
Lo bueno de un viaje de este tipo, y sobre todo el de la Expedición Oso Polar, es que he tenido la oportunidad de aprender muchísimo gracias a las enseñanzas de los expertos en fauna, geología o en la historia que también ha tocado a estas islas. Que algunos miembros de la tripulación hayan realizado durante años este tipo de viajes tanto al Ártico como a la Antártida es un valor seguro. Un ejemplo es Rinie van Meurs, una eminencia en cuanto a fauna ártica y escritor de «Polar bears of Spitsbergen/Svalbard», quien suma más de 200 expediciones para observar a estos animales. Aunque había expertos en aves, en vulcanología o incluso en el tema de los primeros balleneros que arribaron a estas islas. E incluso en el modo de actuar de los tramperos (en Svalbard sigue habiendo un par de ellos).
Cada día había, como mínimo, una conferencia (en inglés) sobre algo que tuviese que ver con el viaje. El de los métodos de caza de los osos polares que dio el propio van Meurs fue realmente bueno. Pero hubo de un montón de temas a lo largo de toda la travesía por Svalbard. Auténticas clases magistrales que hacen de la estancia a bordo aún si cabe más productiva.
Una incesante colección de paisajes árticos
Centrar el éxito del viaje a Svalbard en ver o no ver osos polares es, a mi juicio, una equivocación. No podemos ponerle un solo objetivo al viaje cuando éste además resulta de una gran complejidad y no depende únicamente de nosotros (en realidad muy poco). De lo contrario se correrá el riesgo de vivir la travesía en una constante frustración. Además de osos hay otros animales y, sobre todo, unos paisajes maravillosos de montañas nevadas, islotes, glaciares, témpanos de hielo flotando, mares completamente helados, lagos cristalinos, fiordos, acantilados. Svalbard paisajísticamente hablando es un portento. Y absorber maravillado estos lugares me ofreció la satisfacción suficiente para gozar al 100% de este viaje. Un viaje que repetiría una y mil veces aunque no hubiese visto un solo oso polar.
Si el día está nítido y no hay neblinas, las vistas desde la cubierta son magníficas en todo momento. El ya mencionado glaciar Mónaco es un mero ejemplo. Pero se ven decenas de glaciares y se entiende el porqué nombraron al lugar Spitsbergen, que viene a significar «montañas escarpadas» debido a que muchas de ellas, sobre todo al norte, son muy puntiagudas.
Pyramiden, una ciudad soviética abandonada en Svalbard
Un día antes de tomar el barco el norte de Svalbard hice una excursión en otra embarcación más pequeña con el objeto de ir desde Longyearbyen hasta Pyramiden. Se trata de una ciudad minera de la época soviética que llegó a albergar a más de 1000 habitantes y que, tras el desmantelamiento de la URSS y la quiebra económica que suponía mantener las minas abiertas, quedó abandonada a su suerte en 1998. Hoy día es una rareza digna de visitar en la que la naturaleza trata de recuperar lo que un día tomó el hombre. Languidecen en silencio la cantina, el viejo hospital, las casas de los trabajadores, el gimnasio, la piscina, el puerto y, por supuesto, la zona minera clavada en una montaña con forma de pirámide (de ahí su nombre). Con el busto de Lenin presidiendo la solitaria avenida principal, las gaviotas han puesto sus nidos en todas y cada una de las ventanas, los renos se pasean por las calles y sólo se pueden hacer visitas con un guía ruso armado para evitar problemas con los osos polares que de vez en cuando se dejan ver por allí. Una visión apocalíptica en mitad de la nada.
Para llegar a Pyramiden surcamos las aguas aún sin descongelar del todo en el Billefjorden. De camino nos detuvimos a disfrutar de la panorámica del un glaciar como Nordenskjøld. Sobre hielos flotantes reposaban algunas focas barbudas. Y al fondo la pared glacial de color azul que nos hizo recordar lo aislada de la vieja ciudad de la que los rusos huyeron de la noche a la mañana.
En Svalbard existe la obligación por ley de que si se sale de Longyearbyen resulta imprescindible portar un arma o ir con alguien que vaya armado. En todas las excursiones que salgan de la capital del archipiélago, los guías siempre llevan un rifle con el que estar preparados ante un encontronazo con los osos polares. Eso sí, cuentan con unas directrices para su uso únicamente en caso de defensa propia. Si el animal se encuentra aún a cierta distancia hay que dar tiros al aire para asustarlo y sólo disparar sobre él cuando el riesgo de ataque es máximo y no ha existido otra opción posible. Cuando esto sucede se lleva a cabo una investigación sobre lo sucedido por parte de los agentes de la autoridad dado que este animal goza de una protección máxima. Por ejemplo, el oso disecado que se expone en el museo polar de Longyearbyen (cuya visita recomiendo encarecidamente) fue abatido por unos estudiantes cuando tras varios avisos el depredador llegó a estar a dos metros de ellos con el objeto de atacarles El oso murió por un disparo y su cuerpo fue donado al museo más interesante de la capital de Svalbard.
Bonus track: Los compañeros de a bordo en un crucero ártico por Svalbard
Además de la naturaleza que nos rodeaba, la emoción de escuchar que teníamos osos delante de la embarcación o esas noches de luz en el hielo me tengo que quedar con todos los momentos de conversaciones y risas con las personas que conocí a bordo del Ortelius. Tuve la suerte de coincidir en el camarote cuádruple con dos españoles con los que fue fácil hacer piña desde el minuto uno (Diego y Alejandro, grandes viajeros y muy buenas personas) y conocer a un matrimonio colombiano que sabe bien aplicar eso de «viajar es invertir en vida» que tantas veces me gusta repetir (Saúl y Maria Eugenia, sois dos personas excepcionales. Y sí, espero ir algún día a Duba). Así que compartir todo esto fue mucho más interesante que hacerlo solo. Sobre todo cuando la pasión por la naturaleza se convirtió en nuestro punto en común más evidente.
En aquel barco había muchos viajeros y viajeras empedernidas. Gente que había estado en Antártida o Groenlandia, que había hecho el mítico paso del noroeste y que incluso repetía mediante crucero polar en Svalbard. Porque eso de estar en el último confín del Ártico buscando osos polares es algo que engancha. Y que merece la pena repetir. Tal como comenté al principio, me pareció un viaje realmente hermoso que seguiría siendo una gozada incluso aunque no se viera un solo oso polar.
RESUMEN DE LA NAVEGACIÓN POLAR EN VÍDEO:
He aquí un resumen en vídeo de todo lo que os acabo de contar. Poned el volumen bien alto y dadle al play!!
Mi idilio con Svalbard nació hace mucho tiempo. Pero tengo la sensación de que esta relación no ha hecho más que dar sus primeros pasos.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
10 Respuestas a “Lo mejor de un viaje a Svalbard en barco: En busca de los osos polares”
Viaje sensacional!!
Con la compañia de mis amigos españoles..ni hablar!!
Tu manera de describir este sueño hecho realidad, insuperable!!
En verdad podamos en otras oportunidades compartir!!
Abrazo
Saul & Maria
PD: Planeemos Duba!! jajaja
Un viaje para repetir!!
Después de un mes de este grandioso viaje, veo tus imágenes, como lo redactas y sobre todo como vives la historia y dan ganas de volver, echo de menos esos madrugones, la cubierta, el hielo y los momentos de risa. Si hay algo mágico en esta vida es poder vivir momentos como este, el ártico en las Islas Svalbard es sumamente alucínate. Volveré! =D
Un abrazo, Diego.
Gracias Diego! Me alegra que ese sabor de boca que se te ha quedado sea tan bueno. Ya te dije que este tipo de cosas se valoran incluso más cuando las has dejado atrás.
Yo también espero volver. Me queda mucho por ver en aquellas islas.
Un abrazo fuerte!
Sele
Quiero ir a Svalbard con Sele…… estoy interesado en hacer este viaje, necesito información de precios, fechas….un saludo . José Luís.
Gracias José Luis. Te he puesto un correo privado 😉
Saludos,
Sele
El polar es uno de los lugares más misteriosos de la tierra y me encantaría visitarlo alguna vez en el futuro.
Debe ser un viaje maravilloso, con unos paisajes increíbles además de la fauna, pero en mi total desconocimiento, me preocupa el echo de que estos viajes turísticos, no destruyan aún más el hábitat de estos animales con lo que ya sufren por el cambio climático. Al fin y al cabo, como bien dices, el barco va rompiendo el hielo…
Hola. Me gustaría tener mas información para poder hacer este viaje a Svalbard.
Gracias
Un saludo
Pedro J. Artés
Hola Pedro,
Tomo nota de tu correo. En caso de plantearlo para 2023 (es algo que estoy meditando seriamente), me pondré en contacto contigo.
Un saludo!
Sele
Hola
Me gusta viajar, siento una fascinaciçon especial por los países nórdicos.
He visto tu web y me ha gustado mucho tu reportaje.
Me estoy planteando hacer un viaje en Agosto.
Mi interés principal además de los paisajes es hacer fotos de osos polares.
Es muy complicado?
Tampoco me quiero gastar una fortuna.
Te agradezco cualquier comentario o sugerencia.