Volver a Gijón - El rincón de Sele

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Volver a Gijón

Quiere la casualidad que Gijón fuera mi última escapada por España justo antes del inicio de la pandemia. Mis días alojado en el Hotel La ermita de Deva, un paraje rústico maravilloso en pleno campo a espaldas de la villa, me traen todavía recuerdos a todo color, con la sonrisa de unos días felices donde aún no se hablaba de restricciones, confinamientos perimetrales ni distancia de seguridad. Sólo de praderas de un verde casi fosforito, de desayunos junto a la chimenea y caminar entre arboledas, iglesias románicas y huellas arqueológicas con miles de años junto al Camino de Santiago o la Vía de la Plata. Tengo la fortuna de haber viajado a Gijón unas cuantas veces y tras un paréntesis de dos años y dos difíciles inviernos de por medio, tuve la ocasión de regresar para reencontrarme con la ciudad, pasear una vez más por el encanto urbano de la vieja Cimavilla, por la Calle Corrida o junto a la playa de San Lorenzo mecida por el oleaje de un Cantábrico deliciosamente enfurecido. Entonces me di cuenta de que existe algo mucho mejor todavía que visitar Gijón. Y eso es VOLVER. Volver a Gijón atraído por el aroma a salitre de sus calles, sujetarme a la belleza de sus fachadas modernistas, perderme en ese recetario de sabores que son sus restaurantes así como sus espacios gourmet y sentir, en realidad, que nunca me había ido de allí.

Letronas de Gijón durante la hora azul

Pero además de caminar por sendas y calles conocidas, siempre hay tiempo de descubrir lugares nuevos, por lo que ninguna visita, por mucho que se replique, sucede en vano. Y menos en Gijón, que no sabe estarse quieta y no cesa de reinventarse una y otra vez. Para suerte de quienes nos sentimos atraídos por esta bendita ciudad.

Gijón: Volver a empezar

Como si el mar Cantábrico hubiese invertido su posición para caer directamente desde el cielo. Ese fue mi recibimiento a un despistado madrileño como yo, a quien no se le ocurre otra cosa que olvidarse del paraguas en plena racha de aguaceros en el norte. Acceder a El Môderne Hotel (C/ Marqués de San Esteban 27), un barbilampiño hotel urbano en el mejor ejemplo de edificio art decó en la ciudad me hizo sentirme en la Nueva York o el Chicago de los años treinta. Mientras observaba llover tras la ventana, mi habitación se llenó de ciudad que despertaba con un traje de lunes por la mañana. En mi spotify sonaba Desolation Row de Bob Dylan. Quiere la casualidad que el artista de Minnesota, músico, poeta, Premio Nobel y todo lo que pueda añadirse a la silueta de este genio contemporáneo, pernoctó aquí antes de su concierto del 28 de abril de 2019 en el Palacio de Deportes Adolfo Suárez de Gijón / Xixón.

Mi habitación en el Hotel Moderne de Gijón

La fachada y los dormitorios del hotel urbano encajaban en los planes de Dylan. Pero no en los de salir a la calle, por mucho que los de la Sidrería Canteli (C/ Almacenes, 4) le incitaran a abandonar al cantante su letargo agorafóbico durante unos instantes con una invitación irresistible por medio de un cartel en el cristal que decía lo siguiente: «Dylan, baja ho, que tenemos caldo». Vaya, él se lo perdió. Porque Canteli es de esos chigres de toda la vida convertidos en una experiencia gastronómica (y social) en Gijón donde nada puede salir mal.

Con lluvia y con paraguas rescatado por mi ángel de la guarda en Xixón salimos a pasear por el casco viejo. En plena Plaza Mayor, la cual empezaba a engalanarse con el alumbrado navideño, la fachada inmaculada del Hotel Asturias invitaba a recordar al personaje de Antonio Miguel Albajara, ficticio Premio Nobel de Literatura encarnado por el actor Antonio Ferrandis en la película oscarizada «Volver a empezar», rodada enteramente en la villa. Y con este hotel como su base de operaciones.

Plaza Mayor de Gijón

Cimavilla, suelo mojado, música y un Jovellanos imaginario

Caminar por el barrio de Cimadevilla, Cimavilla para los amigos, siempre es un placer. El que fuera núcleo de los pescadores definido por el periodista Paco Nadal en El País como «un pueblo dentro de la ciudad» invita a realizar un viaje dentro de Gijón. Un laberinto de buscavidas, sidrerías típicas, baretos y mucho olor a mar en el empedrado. Donde aún restaban algunos farolillos y muñecos en papel maché que adornaban fiestas ya vencidas en fecha, en su mayoría arremolinadas en la «Casa del chino». Y es que allí moró Chaoyo Wey uno de los personajes más conocidos durante la primera mitad del siglo XX en una ciudad para nada acostumbrada a ver ojos rasgados en su entramado urbano marinero y que, de un modo u otro, modificó el semblante de la barriada. Cimavilla, desde el Palacio del Jovellanos a las antiguas baterías en esa separación entre Poniente y San Lorenzo, me hace siempre vibrar con sus fachadas desgastadas, sus ventanales de madera y tararear de manera inconsciente algún que otro tema de Australian Blonde junto a la fachada del bar La Plaza, local vivió tiempos mejores con indie más canalla en tierra astur reflotando a la villa como un destino musical de primer orden.

Cimavilla debe visitarse tanto de día como de noche. Con luz natural vive anclada entre su agitada historia y llega a ser hasta un poco barroca en sus maneras. Y además con la ruta de realidad aumentada con QRs en el suelo se puede incluso conversar con personajes históricos del barrio. Gijón en un clic, con smartphone y ganas surgidas en tiempos pandémicos donde unos decidieron parar y otros se dedicaron a innovar. Porque ya lo dije antes, eso de estarse quietos no es muy de Gijón.

Sele en el barrio Cimavilla en Gijón

Señal de la Ruta con realidad aumentada por Cimavilla (Gijón)

Pero por la noche, y sobre todo cuando el empedrado está mojado por las lluvias de la jornada, el paseo se convierte en un deambular por un laberinto de estrecheces, iluminación tenue y música al otro lado de la puerta. La distopía me imagina a Jovellanos con chupa de cuero yéndose a tomar unas sidras y unos quesos a la sidrería El Veleru (C/ Rosario, 2) antes de acudir al directo de algún grupo emergente en el mítico bar La Plaza.

Calle de Cimavilla por la noche

Hora azul en Cimavilla (Gijón)

Pero no soy capaz de seguirle el ritmo ni a mi Jovellanos imaginario. Por lo que en mi primera noche de mi vuelta a Gijón terminé catando quesos en La Gijonesa en plena Plaza Mayor, a los pies de Cimavilla y a unos metros del Hotel Asturias. Y poniéndole un altar en mi santoral quesero a Pepe Bada con el mejor Cabrales que puede existir. O degustando salmón ahumado en Zascandil, ya en el barrio de El Carmen, brindando con una amistad muy viajera y residente en Gijón en uno de los restaurantes más deliciosos de una urbe muy gastronómica.

Degustación de quesos asturianos y cervezas asturianas en La Gijonesa

Ruta del Patrimonio Industrial: Ciudadelas y ferrocarriles

Durante la jornada siguiente los pluviómetros descansaron para tomarse un día de asuntos propios. Perfecto para salir a descubrir lugares nuevos. Como la Ciudadela de Celestino Solar, en el número 15 de la Calle Capua, un museo al aire libre y gratuito donde se refleja uno de esos modelos urbanos de infraviviendas a espaldas de los grandes edificios donde casas minúsculas alrededor de un patio. Aldeas en plena urbe, escondidas de todo, que sirvieron para para acoger a los ciudadanos durante la industrialización de una Gijón (a finales del siglo XIX) incapaz de absorber la marea humana de una clase social baja pero que laboraba de sol a sol en fábricas y astilleros.

Ciudadela de Celestino Solar (Gijón)

Casas de treinta metros que alojaban familiares, conocidos y todo tipo de compañías. Las cuales se encargan de narrar historias en las paredes que se han podido conservar como una excepción incómoda rodeada una algarabía de edificios burgueses que sí contaban con vistas al mar. El margen del margen estaba aquí, en la ciudadela. Más de doscientas hubo a lo largo y ancho de Gijón, pero la mayoría dejaron de existir hace décadas. Aunque por fortuna de quienes desean recordar el último siglo, existe la ciudadela de la calle Capua, el patio de atrás en el tiempo del trabajo.

Ciudadela de Celestino Solar en Gijón

Unida se encuentra en espíritu y ganas de divulgar este tipo de espacios con el Museo del ferrocarril de Asturias, un lugar esencial para comprender esa Gijón que entraba en una nueva era en vagones de vía estrecha. Y que, de manera totalmente gratuita, le regala a los ciudadanos y visitantes la oportunidad de pasearse entre locomotoras y piezas de gran valor que reflejan la historia de trenes de pasajeros, de mercancías y hasta los tranvías pintados de amarillo. Un lugar para perderse en los encantos de los viajes más románticos que existen y seguirán existiendo. Cosas que sólo puede aportar esa gran serpiente de hierro llamada tren.

Museo del ferrocarril de Asturias (Gijón)

El museo del ferrocarril de Asturias es parte de la Ruta del patrimonio industrial europeo, un modo de reconocer aquellos sitios que conservan ese otro tipo de monumentos que tienen que ver con la ingeniería civil con la que nuestro continente se subió a lomos de un siglo XX que aún no hemos logrado asimilar. Y que evoluciona día a día, pues en los viejos talleres se exhiben nuevas máquinas. Ganas tienen los niños (y mayores) ya de saber las nuevas fechas las conocidas como «Jornadas del vapor» en las cuales se ponen en marcha locomotoras históricas de vapor y diésel. Días donde incluso los propios visitantes pueden desplazarse en estos antiguos trenes por el propio museo en un breve pero intenso viaje de unos pocos metros.

Museo del ferrocarril de Gijón

Noche azul en Gijón

La hora azul, ese instante que muestra un cielo azul oscuro que precede a lo que conocemos como noche cerrada, vistió Gijón con sus mejores galas. Es la luz que mejor le sienta, de ahí que su fugacidad deba ser bien aprovechada, ya sea en el muelle, mirando a la fuente del rey Pelayo o a ese bizarro árbol de botellas de sidra que llegó hace algunos años para quedarse. O desde las letronas, lugar sin el cual una foto sumergido en ellas, el viaje es menos viaje.

Gijón histórico durante la hora azul

Casa natal de Jovellanos en Gijón

También conviene mirar a esa (y a todas las horas) a la Casa Paquet y su peculiar balcón esquinero que a punto está de deslizarse junto a los barcos del puerto deportivo. Un reclamo del furor urbanístico historicista que hizo mella en la Gijón de 1918 con Miguel García de la Cruz como artífice y la reputada familia Paquet como depositaria de un legado que la burguesía aportó sin saberlo a la sutil silueta de la ciudad vieja. Las oficinas de Turismo de Gijón se posan desde no hace demasiado en semejante baluarte residencial. Casualmente conté con la fortuna de poder adentrarme en esta casona noble durante una de las pocas ocasiones en las que se ha podido visitar. De escudriñar sus salones, asomarme al mítico balcón que hace esquina o escuchar el crujir de la madera de la escalera por la que subía el servicio sin que los señores de la casa se percataran de sus tejemanejes cotidianos.

Muelle deportivo de Gijón con la Casa Paquet de fondo

Casa Paquet (Gijón)

Después vinieron unas compras navideñas en el entorno del Paseo de Begoña, o tiempo para observar la programación del Teatro Jovellanos (al cual había podido admirar al otro lado del telón durante la mañana anterior), el trasiego del café Dindurra (a los pies de dicho teatro) y sus columnas art decó, así como permitirme unos brindis en la sidrería Puente Romano (C/ Marqués de la Casa Valdés, 21). Locales de los cuales ya pude contar algo días antes en este artículo de experiencias gastronómicas en Gijón.

Sidrería Puente Romano (Gijón)

Gourmeteando en la villa

Un día más en Gijón. Con lluvia pero con paraguas desde el minuto uno. Nueva jornada foodie para probar sabores diversos y explorar sensaciones inéditas. Las de la escalera de caracol de Coalla Gourmet (C/ San Antonio, 8) y su inagotable colección de vinos o las conservas de Eutimio Gastro (C/ Cabrales 53), donde se le da una vuelta de tuerca al concepto de «compra y saborea». Las de La Gijonesa (C/ San Bernardo 6 o C/Covadonga 24), quienes logran otra cosa muy importante, darle un envoltorio genial a un contenido que de por sí alcanza las cotas más elevadas de los sabores pescados en la tierrina. O la tradición en el mercado del sur donde pasearse entre puestos nos devuelve nuevamente al origen.

Eutimio Gastro (Gijón)

Pero si algo me hizo enloquecer de entusiasmo, quizás porque no lo esperaba, fue pasar varias horas en Umami Gijón (umamigijon.com) para aprender conceptos de cocina con un buen chef (Fran Matoso) y desplegar mi inutilidad manifiesta en los fogones de un modo amena y divertida. No fue una clase de cocina sino mucho más. El modo de encarrilar lo que uno desconoce que puede llegar a hacer si le pone cierto interés y actitud.

Fran Matoso en Umami Gijón

Y comimos. Y brindamos. Bajo la mirada de la playa de San Lorenzo como telón de fondo.

Con la lluvia una vez más, eso sí, aunque como dice un buen amigo, hay mucho que hacer en Gijón cuando llueve. Y lo gastro no entiende de cielos encapotados ni de orbayu.

Volver…

Marché al aeropuerto. Con imágenes a todo color de lugares, sensaciones, amistades y caminares sin rumbo. Con la absoluta certeza de que la clave no está en viajar a Gijón. Sino en volver. Volver a empezar…

Casco viejo de Gijón

Sele

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