Un gran glaciar en Groenlandia a vista de helicóptero
Groenlandia es el Imperio del hielo. De la pared vertical y azulada de un glaciar entregándole a sus hijos, los icebergs, al vasto mar, nace la metáfora perfecta de un lugar así. Sujeta al poder omnipresente de estas enormes masas de hielo glaciar fluye una isla de suelos blancos que hace algún tiempo dejó de pensar si el sueño de ver sus ríos siempre helados sería para siempre. Con el calentamiento global cuesta abajo y sin frenos en un planeta enloquecido, con el consiguiente y catastrófico derretimiento de los glaciares, Groenlandia se ha convertido en un laboratorio al aire libre en el que medir el cambio climático. Durante mi último viaje a tierras groenlandesas tuve la oportunidad de perseguir en helicóptero un gigantesco glaciar como es el Qorqup, para comprender desde arriba cómo nace y cómo muere un río de hielo de grotescas magnitudes. Precisamente en un medio utilizado día tras día con el que se vigila cualquier variación de tamaño en éstos.
La experiencia de volar en helicóptero sobre un glaciar de Groenlandia representó uno de los momentos más extraordinarios vividos en el corazón polar de la tierra de los inuits.
El del glaciar groenlandés se trata de uno de los mejores vuelos en helicóptero del mundo. Conoce cuáles son las demás experiencias sobre destinos apasionantes vistos desde el aire.
El helicóptero que susurraba a los glaciares
Durante mis días en el sur de Groenlandia había tenido la ocasión de contemplar un buen número de glaciares desde distintos ángulos. El Qaleraliq, por ejemplo, me dejó admirar las paredes de sus tres lenguas azules desde una embarcación semirrígida capitaneada por Ayo, el inuit más simpático de todo el sur de Groenlandia. Incluso pisando su suelo de hielo, tras una intensa jornada de trekking con crampones. En el fiordo Qooroq, con una ingente colección de icebergs a la deriva, pudimos navegar hasta tener una visión de una de las lenguas más imponentes del glaciar rey Qorqup.
Precisamente este último sería objeto del vuelo panorámico que teníamos cerrado para las 17:00 horas de un martes cualquiera del mes de julio en Narsarsuaq. Una de las últimas plazas que cerramos con un helicóptero utilizado por científicos que estudian los efectos del cambio climático. La duración prevista era de escasa media hora. Lo justo para remontar el Qorqup hasta los límites blancos y difusos que marca el inlandsis, la capa de hielo o casquete glaciar que cubre nada menos el 80% de Groenlandia. Un desierto blanco que durante miles de kilómetros tapona todo lo que se le pone a su paso, incluidas cordilleras con montañas de más de 2.000 metros.
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Primeros auxilios y un rifle… por si acaso
Tras una conversación con el piloto para definir la ruta a realizar, éste marcó el viaje por completo en su tablet mientras divisábamos más opciones con él. Sin contar a nuestro guía por los aires, seríamos cinco los pasajeros del helicóptero rojo de Air Greenland, poseedor de la concesión gubernamental para prospecciones aéreas, traslados para investigación, salvamentos, etc.
El piloto nos detalló todas las medidas de seguridad en un vuelo escénico de este tipo y nos especificó lo qué debíamos hacer en caso de accidente. Lo que más me sorprendió fue cuando le vimos abrir un compartimento que, además de comida, botiquín y otros alimentos de primeros auxilios, tenía un rifle. «Por si acaso nos estrellamos y viene un oso polar» – nos dijo. O sea, que si sobrevivíamos remotamente tras caer sobre un glaciar aún podría venir a visitarnos el gran carnívoro de Groenlandia. Muy alentador todo, sí señor.
Despegue y rumbo al glaciar Qorqup en helicóptero – Sur de Groenlandia
Tuve la suerte de sentarme en uno de los costados del helicóptero, el derecho para ser más exactos. Las mejores vistas las tiene el copiloto (y el piloto, por supuesto), aunque por suerte, incluso a quienes no les toca ir a los lados, que es a un par, tienen idénticas posibilidades de tomar fotografías, ya que prácticamente todo el lateral, tanto derecho como izquierdo, está acristalado.
Nos pusimos los cascos para escuchar las instrucciones del piloto y, sobre todo, menguar los efectos del ruido de los motores y las hélices en nuestros oídos. Y, tras revisar que todos los cinturones de seguridad iban bien abrochados, nos dimos cuenta de que el helicóptero ya no estaba posado en el suelo sino que «flotaba» a tres o cuatro metros del mismo. Tomó velocidad en la pista del aeropuerto de Narsarsuaq, el que fuera base estadounidense durante la II Guerra Mundial para que sus aviones repostaran en su paso a Europa por el Atlántico Norte, y nos enfrentamos enseguida al Kiagtût Sermiat, la lengua glaciar que se encuentra apenas a un kilómetro del histórico aeródromo que durante la contienda se llamó Bluie West One.
Kiagtût Sermiat fue nuestra entrada y salida al gran Qorqup. La otra posibilidad había sido remontar éste desde su acceso colapsado de Qooroq (que me hubiera gustado más, ya que está repleto de icebergs), pero casi no había tiempo de pensar porque en apenas unos segundos tuvimos a los pies los últimos hielos del glaciar. ¡Y pensar que los hielos que caen al agua o se derriten pueden tener miles de años! Los glaciares son ríos de hielo que nacen con la compactación de la nieve en zonas más altas. Y que se mueven de manera constante, con lentitud pero sin pausa. Llevan más de un siglo retrocediendo, en realidad desde el fin de la miniglaciación que arrancó en el siglo XIV y terminó a finales del XIX, aunque con el calentamiento global la velocidad de cómo se derriten y van para atrás es muy superior que en décadas anteriores.
La anchura media de Kiagtût Sermiat es de aproximadamente tres kilómetros al poco de abandonar el frente glaciar. Pero cuando se fusiona con su padre el Qorqup hay nada menos que cinco kilómetros entre los dos costados. Son montañas con la piedra desnuda, y que en ocasiones dejan entrever espontáneas cascadas, las que secundan un suelo agrietado del que no costaba percatarse de sus múltiples grietas y charcos completamente azules. Días antes en Qaleraliq habíamos visto esas cavidades y esos improvisados riachuelos más azules que el mismo cielo. Reflejo de los hielos carentes de oxígeno y que apenas han recibido los rayos del sol.
Ascendiendo el Qorqup era imposible negar la evidencia de la grandiosidad de la escena. Había visto glaciares desde un avión pero la suerte de surcarlos en helicóptero está en que éste vuela tan bajo que acabas formando parte de un paisaje colosal. Es lo más parecido a ser tan minúsculo que te conviertes en un insignificante mosquito sobre un océano congelado.
Durante el viaje pensé en mis clases de geografía cuando me hablaban de los valles glaciares, aquellos que un día fueron completamente de hielo como el Qorqup. ¡Pero si incluso los hay en la Comunidad de Madrid! La presencia activa de estos grandes ríos donde los hielos se movían de manera constante horadaban el paisaje hasta darle forma. Lo modelaron con la paciencia de siglos o, más bien, de los milenios. Y cuando desaparecieron dejaron el recuerdo de lo que fueron con un río atravesando un corredor montañoso.
Pero en Groenlandia hay más glaciares de los que cualquiera podría imaginarse. Muchos de ellos tan inmensos que todavía están enterrados en la nieve, como poco a poco íbamos viendo a medida nos acercábamos a esa frontera blanca llamada indlandsis. Porque frente a nosotros, al pequeño helicóptero con el que sobrevolábamos territorio virgen, las montañas empezaban a hacerse más pequeñas. Y no porque lo fueran sino porque cada vez tenían más nieve encima. Tanta que había momentos en que sólo se asomaban algunos picos que, en realidad, eran cúspides de montañas de más de 2.000 metros de altitud.
Si nos hubiéramos adentrado en el indlandsis habría habido un momento en que sólo hubiésemos visto una vasta planicie blanca, sin ni siquiera picos asomando la cabeza. Un inabarcable e inexplorado desierto blanco que en línea recta hasta el norte desde donde nos encontrábamos dejaría una distancia nada desdeñable de 2.000 kilómetros de longitud (Algo que equivale a lo que hay de Gibraltar a Copenhague en línea recta). Pero es que, en realidad, Groenlandia es así en su mayor parte. Sólo en su litoral deja tomar parte a los fiordos y a esos valles de mil flores donde un día hubo un glaciar y que durante el estío se dejan recorrer incluso a pie dejando la nieve a cierta distancia (y para los inviernos).
La barrera del indlandsis marcó nuestro regreso. El helicóptero tomó el mismo camino que en la ida para seguir el curso real del glaciar Qorqup rematando nuevamente en Kiagtût Sermiat. La lástima fue que no quisiera volver a Narsarsuaq dando un rodeo por el Qooroq, que habíamos visto en zodiak tan sólo un día antes y que nos había dejado un panorama de infinidad de icebergs a flote, algunos de los cuales parecían auténticas catedrales de hielo. Pero la vista aérea de Qooroq debía esperar. Al menos hasta que volásemos de vuelta a casa en un avión de pasajeros (donde también las vistas de Groenlandia antes de salir al océano son gloriosas).
El regreso me lo tomé como una cuenta atrás. Los minutos y segundos fueron descontando adrenalina a lo que había sido una vivencia enorme y muy diferente a mis otras veces en helicóptero. Con ésta groenlandesa sumaba cinco momentazos utilizando en este medio de transporte que me había mostrado tiempo atrás unas panorámicas diferentes de las cataratas de Iguazú, de Ciudad del Cabo, de un volcán en erupción en Isla Reunión y de la ciudad de Barcelona a vista de pájaro.
Cuando aterrizamos sólo quedó espacio para suspirar, abrazar a los compañeros de viaje y mantener durante bastante rato una sonrisa perenne de una experiencia que, dure el tiempo que dure, siempre se te hace demasiado corta.
Todo esto surgió en un viaje al sur de Groenlandia con Tierras Polares, aunque la agencia ya no organiza la parte del helicóptero, puesto que este medio de transporte no se destina 100% al turismo y reservar plazas suele ser bastante complicado. El precio medio de un vuelo de este tipo es de 400€, aunque depende de la duración del mismo.
Volvimos caminando hasta el puerto de Narsarsuaq, desde donde flotaban algunos de los hijos pequeños de Qoroq, esos icebergs que nunca faltaron cada vez que cruzábamos el fiordo Tunulliarfik hacia la base de Qassarsiuk. Una tarde en el que el sol remoloneaba para no llegar a irse del todo en las luminosas noches del estío groenlandés sirvió de despedida de una jornada apoteósica que había comenzado muchas horas antes con un kayaking de fábula en Tasiusaq.
El del sur de Groenlandia fue un gran viaje que dio para caminar con crampones por la nieve, hacer kayak entre icebergs, dormir en un campamento frente a un glaciar, hacer buen senderismo y aprender tanto sobre la cultura inuit como de la historia de los primeros vikingos que llegaron a las costas más meridionales de esta tierra de colores tan deslumbrantes. Lo del helicóptero fue ya un colofón que puso en lo más alto el pabellón de mi primera vez en este hermoso y despoblado planeta polar.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
3 Respuestas a “Un gran glaciar en Groenlandia a vista de helicóptero”
[…] viajar. Divisando glaciares o persiguiendo icebergs, tanto a pie como en zodiak o kayak (e incluso en helicóptero), he revivido aquellos sueños de infancia que me convertían en el explorador espontáneo de un […]
[…] pequeño aeropuerto dándonos la bienvenida, un mar de montañas nevadas o un gran glaciar a vista de pájaro (o más bien de helicóptero). Huellas de un glorioso pasado vikingo, una yegua con su potrillo y un mar de flores en Qassiarsuk […]
[…] a varios kilómetros en la población de Narsaq. Un auténtica fábrica de hielo comparable con el glaciar Qorqup (y su brazo Qooroq), que tendríamos la suerte de sobrevolar en helicóptero unas horas más […]