Crónicas de Tierra Santa (FINAL): La celda H2 de Hebrón

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Crónicas de Tierra Santa (FINAL): La celda H2 de Hebrón

11 de diciembre: VIAJE A LA CELDA H2 DE HEBRÓN

Aquel viernes fue un día con una gran intensidad emocional tal y como era nuestra pretensión antes de partir a la ciudad palestina de Hebrón. Un lugar que mañana se visitará como un Museo de Horrores de la Guerra o un Museo de la Ocupación. Pero hoy día, y por mucho tiempo, el que vaya hasta allí podrá ver con sus propios ojos la injusticia y los daños en tiempo real o sentir esa calma tensa que estalla cuando el viento cambia de dirección. Probablemente estemos hablando de uno de los lugares de Cisjordania con la situación más compleja, enrevesada e incomprensible. De esos que se mencionan en la televisión cientos de veces pero que terminan siendo únicamente una noticia más de las que ponen a la hora de comer. Hay dos opciones, o apagar la televisión para no escuchar historias desagradables e ir a otra cosa, o continuar leyendo y acompañarnos en este viaje a un punto caliente del Conflicto entre israelíes y palestinos.

¿Os venís con nosotros? ¿Seguro? ¡Sed entonces bienvenidos a Hebrón City!

EL TRASLADO DESDE BELÉN

Para recorrer los 37 kilómetros dirección sur que separan a Belén de Hebrón necesitábamos un taxi. Recordé que tenía el teléfono del taxista que nos había llevado el día anterior a Beit Sahour, Mar Saba y Herodión y marqué su número para probar suerte. Y creo que sí la tuvimos porque en el tiempo que tardamos en bajar por el ascensor ya estaba esperándonos a la puerta del hotel. Le dimos 100 shekels puesto que había que calcular la ida con nosotros y la vuelta él solo. Eso hace un total de 64 kilómetros y por lo que habíamos estado tanteando con la gente del hotel es una cantidad relativamente justa. Además el tipo nos caía bastante bien, era muy correcto y no trataba de vendernos motos a cada momento.

La carretera estaba llena de torres de vigilancia israelíes. A pesar de ser puro y duro territorio palestino, la presencia P1100871de militares de Israel es realmente notoria. Recintos amurallados de hormigón recubiertos con alambradas de pinchos protegen las torretas blindadas desde la cual se controla el paso de personas y coches. En el interior de estos recintos hay vehículos de combate y armamento suficiente para sofocar cualquier revuelta o actuación en contra de los intereses israelíes en la zona, que son muchos a tenor de la gran cantidad de colonias judías integradas en Cisjordania. Con Hebrón tan cerca siempre se considera conveniente llevar a cabo una vigilancia estricta y no quitar ojo a los enemigos. El taxista nos contó además que tienden a cortar la carretera durante largos períodos e interrogar a los ocupantes de los vehículos que pasan por allí. Es más, él temía que le hicieran detener su taxi y que como le había ocurrido otras veces, le pidieran toda la documentación. Aunque afortunadamente no fue así.

De pronto Hebrón apareció en el horizonte. Habíamos tardado no más de treinta minutos en alcanzar la ciudad más poblada de Palestina, con aproximadamente 160.000 habitantes entre palestinos, militares y colonos judíos. En el lado oriental de la ciudad, sobre una colina, se encuentra Kiryat Arba, el que es precisamente el mayor asentamiento sionista de Cisjordania con 7000 personas. Nuestro taxi se adentró por una larga avenida que estaba absolutamente vacía ya que era muy temprano y además viernes, día de la oración para los musulmanes. De cada farola colgaban dos largas banderas palestinas que dejaban muy claro dónde nos encontrábamos. De hecho estábamos en el H1, su sector.

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Pero,  ¿qué son el H1 y el H2?, ¿qué sucede en Hebrón que le hace ser un foco de conflicto?, ¿por qué es tan importante para los musulmanes y judíos?. Hará falta un poco de luz para iluminar este sendero y hacerlo lo más inteligible. Comprendiendo su Historia pasada y reciente se podrá entender el significado de este viaje a los infiernos.

DE LOS TIEMPOS DE ABRAHAM A LA ÉPOCA DEL H1 Y EL H2

Hebrón es otra de esas ciudades de las que se puede decir que han estado habitadas casi desde el mundo es mundo. Sede de Canaán, viene documentada en el capítulo 23 del Génesis que cuenta cómo Abraham compra la Cueva de Macpela (Makhpela) en la que poder dar sepultura a su esposa Sara y a su familia. Para muchos es el primer escrito que poseemos de una transacción en toda regla:

« Extranjero y forastero soy entre vosotros; dadme propiedad para sepultura entre vosotros, y sepultaré mi muerta de delante de mí […] interceded por mí con Efrón hijo de Zohar, para que me dé la cueva de Macpela, que tiene al extremo de su heredad; que por su justo precio me la dé, para posesión de sepultura en medio de vosotros […] Entonces Abraham se convino con Efrón, y pesó Abraham a Efrón el dinero que dijo, en presencia de los hijos de Het, cuatrocientos siclos de plata, de buena ley entre mercaderes. Y quedó la heredad de Efrón que estaba en Macpela al oriente de Mamre, la heredad con la cueva que estaba en ella, y todos los árboles que había en la heredad, y en todos sus contornos, como propiedad de Abraham […]. Después de esto sepultó Abraham a Sara su mujer en la cueva de la heredad de Macpela al oriente de Mamre, que es Hebrón, en la tierra de Canaán. »

En dicha cueva, por tanto, Abraham enterró a Sara. Aunque posteriormente fue él quien recibió sepultura. Al igual que sus descendientes Isaac y Jacob con sus mujeres Rebeca y Lea. La tradición judía, musulmana y cristiana incluso sitúa aquí la última morada de Adán y Eva.

Un lugar tan sagrado no pasó por alto para Herodes el Grande, quien selló la cueva y construyó un monumento por encima en el que poder venerar a los primeros Patriarcas y Matriarcas. Fue la base de un armazón mucho mayor al que fue dándose forma a lo largo de los siglos. Primero Iglesia Bizantina, después Mezquita en tiempos de Omar, posteriormente un Templo cruzado y finalmente otra Mezquita rematada por Saladino a partir de las estructuras anteriores. Para los judíos y cristianos es la Tumba de los Patriarcas o Santuario de Abraham (Es el segundo lugar más sagrado del judaísmo). Para los musulmanes es la Mezquita de Ibrahim (nombre musulmán de Abraham). Y para todos un antiquísimo monumento inscrito en la lista del Patrimonio de la Humanidad.

Las connotaciones religiosas son tan grandes que el conflicto territorial entre Israel y Palestina tiene una especial relevancia en la ciudad de Hebrón. Y es que ambas confesiones deben compartir el uso religioso de este lugar. Muchos israelíes afirman que como descendientes de Abraham, el Padre del Pueblo Judío, tanto la Tumba de los Patriarcas como la tierra de Hebrón les pertenecen. Obviamente los palestinos, que han habitado este área desde hace diez siglos, consideran a Abraham también como uno de los Padres del Islam, y por ello se aferran fuertemente a estas tierras.

La convivencia de musulmanes y judíos fue de mal en peor, sobre todo a partir de la creación del Estado de Israel en 1948. Pero en el año 67, con la Guerra de los Seis Días en que Israel ocupó Jerusalén, Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y la Península del Sinaí, los enfrentamientos causaron numerosas muertes. Aunque antes de la existencia del Estado (1929) israelí muchas familias judías fueron asesinadas obligando a huir a otros lugares a muchos de los miembros de esta comunidad.

Para reivindicar la pertenencia de Hebrón al Pueblo Judío, el rabino Moshe Levinger se instaló en el Hotel Hebron Park junto a varios de sus seguidores (1968). El Gobierno israelí les permitió quedarse en una base militar para así instaurar la colonia de Kiryat Arba, que actualmente cuenta con cerca de 7000 habitantes, en su mayoría ultraortodoxos procedentes de Estados Unidos. El fin de este grupo no es otro que convertir a la totalidad de Hebrón en una comunidad exclusivamente judía.

En los años setenta las estrategias de los colonos pasaron por tomar el Edificio Daboyah (actual Beit Hadassa),  que fue ocupado por diez mujeres y cuarenta niños. Aunque en un principio el Gobierno ilegalizó dicha acción por enfectuarse en el centro de una población palestina, el posterior asesinato de seis estudiantes de la Torá en una escalada de violencia imparable, sus ocupantes consiguieron el permiso para quedarse, y se admitió además la entrada a sus maridos y a otros miembros de la familia.

A partir de este momento un mayor número de colonos ultraortodoxos, auspiciados por los distintos gobiernos israelíes, fueron ocupando más edificios del centro, como por ejemplo Beit Romano, que pasó de ser un colegio infantil a una Yeshiva (Escuela donde se estudia la Torá). Muchos habitantes musulmanes fueron desalojados a la fuerza y así se aumentó el número de asentamientos. La creación de colonias en Territorio Palestino fue considerado ilegal por las Autoridades Internacionales, pero se hizo caso omiso a las recomendaciones que se dieron para su desalojo, y más después de recibir millones de dólares procedentes de Estados Unidos que financiaron estos ocupaciones.

El 25 de febrero de 1994 ocurrió un hecho que sacudió cualquier mínimo atisbo de Paz. Baruch Goldstein, un colono ultraortodoxo de Kiryat Arba, vestido con uniforme militar y armado con un fusil, entró a la Tumba de los Patriarcas durante las plegarias vespertinas del Ramadán donde había un gran número de musulmanes. Allí mismo disparó indiscriminadamente a tantas personas como su puntería y su munición lo permitieron, provocando una masacre que dio la vuelta al mundo. 29 personas muertas y más de 150 heridos, aunque estas cifras probablemente se queden cortas, ya que el Ejército israelí, pensando que se estaba cometiendo una rebelión, cerró todas las puertas y mató a todo el que pudo salir de allí huyendo de los disparos. El asesino, israelí de origen neoyorkino, fue reducido y muerto a golpes. Actualmente está enterrado con todos los honores en el cementerio de Kiryat Arba.

Mucha gente pensó que aquella barbarie provocaría la salida inmediata de los colonos radicales del centro de la ciudad, sobre todo teniendo en cuenta el inminente traspaso de poderes a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que se había previsto en los Acuerdos de Oslo. Pero la victoria en las elecciones del Likud, partido derechista israelí liderado por Benjamín Netanyahu abortaron cualquier posibilidad de desmantelar los asentamientos. El nuevo Presidente declaró lo siguiente: «No se producirá desplazamiento alguno de la comunidad judía en Hebrón ni ahora, ni mañana, ni nunca, de ninguna manera o forma». Y de hecho así fue, otorgando mayor protección a los colonos ultraortodoxos por parte de la milicia israelí, promoviendo la creación de nuevos asentamientos judíos tanto en el centro como alrededor y mirando a otro lado ante las provocaciones y los ataques realizados a la población palestina.

Como la situación era insostenible y los ataques y crímenes entre los vecinos de la ciudad se iban sucediendo se firmó en 1997 el Acuerdo de Hebrón en el que se concretó un nuevo status, que no terminó por convencer a nadie. La ciudad se separaba en dos áreas, H1 y H2. H1, que ocupa el 80% pero que no abarca el centro histórico ni la Tumba de los Patriarcas sería jurisdicción relativa de la ANP. Y digo relativa porque tendrían control sobre tráfico, sanidad, correos, educación y seguridad local (si un judío cometiese un delito en este área la Policía Palestina debía entregarlo al área israelí). H2, el 20% restante que se adentra en el centro histórico y donde viven 50.000 palestinos y no más de 700 colonos judíos (0´3% de la población), estaría completamente controlado por Israel.

No se impondría un muro como el actual de Cisjordania, pero las delimitaciones serían muy claras con el tiempo ya que un cada vez mayor número de checkpoints y de áreas exclusivamente para judíos formarían parte de la idiosincrasia de Hebrón, sobre todo en el H2. La permisividad de las tropas israelíes con los comportamientos abusivos de los colonos, a los que se les deja ir armados y quienes tienen atemorizada a la población mayoritariamente musulmana de la ciudad, se ha hecho tan evidente que ha sido necesario el envío de Observadores Internacionales. Muchos ciudadanos palestinos de Hebrón han abandonado sus comercios empujados por las agresiones y amenazas a su espacio. Los niños ya no van solos al colegio…

Son un sinfín de situaciones que hacen complicadísima la convivencia las que había leído tanto en prensa escrita como digital. Y para no tener durante más tiempo la venda puesta sobre los ojos y poder ver las cosas por mí mismo sin que nadie me las contara, decidí que Hebrón tendría que formar parte del viaje. Una pequeña ruta a un día a día de infierno para muchas familias. Por eso tanta insistencia en ir a esta butaca de Cisjordania en la que el conflicto se observa en primera fila. Había que estar allí y contarlo después.

DOS FORÁNEOS QUE INICIAN SU ANDADURA EN EL ÁREA H1

Le pedimos a nuestro amigo el taxista que nos dejara en el zoco de la Calle Shalala que comienza muy próximo a Midan Al-Manara. Desde allí es posible internarse físicamente del H1 al H2 y de esa forma apreciar mucho mejor los cambios que hay entre un lado y otro. Al final nos bajamos a no más de 200 metros de Midan Al-Manara, una avenida vacía de edificios desgastados y mucha suciedad. Quien pasaba por allí, algo raro en esa parte, nos miraba como a extraterrestres. Probablemente fuese difícil asumir qué demonios hacían en Hebrón dos foráneos con mochila a las ocho de la mañana en una calle deshabitada del área H1.

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Por un momento dudamos si nos habíamos apeado en lugar correcto. Aquella calle parecía pertenecer a una ciudad muerta y abandonada. De vez en cuando pasaba algún taxi amarillo que nos pitaba por si queríamos utilizar sus servicios. Nosotros nos mirábamos de vez en cuando y consolábamos nuestra soledad diciéndonos de broma: «Pues nada, bien, aquí en Hebrón» como el que le habla al típico vecino al que le van los tópicos del tipo «Parece que va a llover».

P1100882De repente llegamos a una especie de plazoleta en la que había muchos coches y se escuchaba de fondo una mayor algarabía. Era Bab al-Zawiya, el inicio del barrio comercial de la zona puramente palestina. Varios de sus edificios mostraban claramente sus cicatrices, recuerdo del fuego cruzado de tiroteos donde cientos de balas perdidas quedaron poderosamente incrustadas en la pared. Desaires y agravios clavados en memorias de hormigón que se perpetúan en la vista de unos ciudadanos que los miran sin extrañeza alguna. Durante décadas las lluvias de balas han mojado de sangre y odio las vecindades más próximas a los límites de las zonas declaradas en el Acuerdo de Hebrón del año 97.

En Bab al-Zawiya se abren varias calles, entre las que destaca Shalala Street donde nace el gran zoco que no hace demasiado tiempo abarcaba casi la totalidad del centro de la ciudad. En línea recta se llega a la Tumba de los Patriarcas, aunque para ello hay que traspasar la línea invisible H1-H2. Los puestos callejeros tenían todo el ambiente que no habíamos visto antes. Había gente de todas las edades que participaba en el rutinario ajetreo de las compras y las ventas. El humo de asar castañas se mezclaba con el que proyectaban los fumadores de shisha con sabor a manzana. Los niños acompañaban a sus madres a hacer la compra y los ancianos charlaban animadamente y sonreían. El bullicio era tan grande que no había nada que resultara distinto a los mercadillos típicos de las poblaciones musulmanas en cualquier punto del Globo. Todo parecía ser absolutamente normal sin que cupiera en la imaginación de nadie que en realidad fuese como el rabo muerto de una lagartija, que a pesar de estar cortado, sigue moviéndose y aparentando vitalidad.

Avanzamos por Shalala Street, que se fue haciendo cada vez más estrecha. De las tiendas que se sucedían a izquierda y derecha salían mercaderes tratando de convencernos para que adquiriésemos alguno de sus muchos artículos realizados en piel, los clásicos pañuelos palestinos o souvenirs de todo tipo a precios realmente bajos. Pero no hizo falta más que un minuto para que el flujo de gente fuera aminorándose hasta que llegamos a una parte en la que una calle que salía hacia nuestra derecha estuviese absolutamente cortada con vallas metálicas y alambradas de espinos. Junto a esta entrada clausurada había un chico vendiendo calcetines. Le preguntamos si era este el punto en que da comienzo oficial el área H2. Asintió con cara de resignación y dijo «Sí, desde aquí hacia adelante es el H2».

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H2, UN INFIERNO DE OJOS TRISTES

Efectivamente acabábamos de traspasar la línea invisible que separa el zona controlada por la ANP por el área que pertenece jurisdiccionalmente a Israel. A pesar de que son muchos miles de palestinos (aproximadamente 50.000) los que viven en el 20% de la ciudad, la presencia de en torno a 600 ó 700 colonos judíos que arrastran un contingente militar de más de 3000 miembros, se antoja definitiva para el día a día en esta parte.

La calle por la que estábamos caminando, que había comenzando en un colorido mercado, se había convertido en un instante en una galería absolutamente vacía, de puertas cerradas y de un silencio aterrador. Encima de muchos de los comercios que se han visto clausurados hay viviendas de colonos. Éstos, sin que nadie hiciera nada por pararlo (la milicia mira para otro lado), se ocupan de hacer la vida imposible a sus convecinos arrojándoles desde arriba toda clase de objetos pesados tales como piedras, sillas, botellas de cristal, basura… Su único objeto es forzar el desalojo y la marcha de los comerciantes. Matar la ciudad.

Se tomó la medida de instalar una malla metálica que evitara los daños físicos a los propios vendedores y a todo P1100895aquel que pasara por allí para realizar sus compras o para acudir a su casa. Hoy en día es posible ver estas vallas cómo se hunden con el peso de muchas de las las cosas lanzadas en este tiempo y que aún no se han retirado. Con ellas se paró que alguien pueda salir escalabrado, pero no bastó para que los «vecinos de arriba» no cesasen en su empeño de denigrar y minar la moral de los palestinos. Porque ya no se arrojan tantas piedras, latas, muebles o botellas como antes. Ahora han pasado a tirar excrementos, lejía o agua hirviendo, lo que ha provocado el cierre de la práctica totalidad de los comercios tanto de la calle principal como de las aledañas. Ni se hizo nada en su momento ni se hace nada ahora. Es como si hubiera barra libre para ultrajar a los demás. El área H2 es un barrio gravemente enfermo en el que es imposible llevar a cabo una vida normal. Precisamente vivir allí se ha convertido en deporte de alto riesgo.

Rebeca y yo no dábamos crédito ante aquella desolación. Absolutamente solos nos fuimos adentrando por esta calle de silencio y amargura. Nos preguntábamos cómo menos del 1% de la población ha podido perjudicar al 99% P1100897restante, cómo y quién había permitido que una de las ciudades más antiguas del mundo muriera de esa forma. La respuesta no tardó en aparecernos de frente. Cinco militares sosteniendo metralletas del futuro caminaban firmes hacia donde nosotros nos encontrábamos. El sonido de sus botas golpeando en el suelo retumbaba en nuestros oídos. Iban con la mirada perdida, con sus armas bien agarradas como si estuviesen en una plena batalla. Reconozco que su sola presencia lograba intimidarme, que cuando nuestros pasos se cruzaron sentí verdaderos escalofríos. Sus andares fantasmales nos hacían cada vez más pequeños. Tanto que cuando les dejamos atrás no pudimos evitar suspirar de alivio, mirarnos a los ojos y preguntarnos ¿Dónde demonios nos hemos metido? .

En aquel pasaje fúnebre de suciedad y tiendas cerradas a cal y canto vimos que había un comerciante que permanecía con la suya abierta. Llevaba en la cabeza un pañuelo palestino y se sorprendió al vernos aparecer. Su mirada transmitía resignación y a la vez resistencia. Era un auténtico superviviente, uno de los pocos que habían decidido mantenerse a hierro y fuego a su vida, no claudicar ante la degradación. Las sillas que alguien había arrojado a la malla metálica que pasaba por su tienda no habían mellado su empeño y dedicación al trabajo.

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De la calle principal salen ramificaciones estrechas a ambos lados. Desde una de ellas se podía ver un edificio de muros pulcros y macetas en las ventanas. Era uno de los asentamientos ocupados por los colonos que estaba a tan sólo unos metros del mercado principal.

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Justo por debajo había otra callejuela que también pertenecía al mercado. Digo «pertenecía» porque ahora está rodeado de espinos y no se puede acceder al mismo. Es una de las muchas zonas en las que no hay libre acceso, que han sido agrupadas en un área exclusivamente judía, y donde ya no se permite reabrir comercio alguno. La basura estaba desperdigada donde unos años antes la multidud transitaba por el que era uno de los mayores zocos de Palestina.

Regresamos nuevamente a la calle principal y continuamos hacia adelante. Cuando ésta se abría a otra mucho más ancha que sirve para internarse definitivamente en la Qasba (Barrio antiguo) apreciamos claramente la fisonomía bélica que se ha apropiado de la ciudad. Una torre circular de vigilancia secunda una barrera metálica junto a una puerta que cierra el acceso a otro área de la ciudad por la que no pueden transitar los musulmanes. En las casas de enfrente hay redes de camuflaje que cubren las ventanas desde la que multitud de ojos de la milicia israelí vigilan a todo el que pasa. Aunque tampoco faltan las cámaras de seguridad instaladas desde edificios como Beit Romano, actual escuela en la que se estudia la Torá.

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UN VOLUNTARIO CRISTIANO NOS MUESTRA LA CARA DE LA BARBARIE

Un chico palestino se presentó tanto a mí como a Rebeca. Nos comentó que trabajaba en una organización cristiana que ayudaba a la gente más desfavorecida de Hebrón. También se ofreció a llevarnos (no gratis, por supuesto) a alguno de los sitios principales desde donde se podía comprender aún mejor lo que está sucediendo en la ciudad. La verdad que ante todo era una gran oportunidad de conocer lugares políticamente incorrectos que, por supuesto, no aparecen en las guías de viajes, y sobre todo poder hacer muchas preguntas a una persona que lleva toda su vida presenciando el día a día en Hebrón. Seguro que una parte de la película nos iba a quedar bastante más clara porque nos costaba comprender muchas cosas. Así que aceptamos y rápidamente comenzó a hacernos un resumen de la situación actual de la que es una de las ciudades más desdichadas de Palestina. No tardaron en aparecer nuevamente los fantasmagóricos militares dedicados a patrullar el área H2, con su caminar pesado y el dedo índice apoyado sobre el gatillo de sus metralletas nuevas.

Durante los primeros minutos recalcó bastante datos numéricos de población local palestina y judía, de soldados israelíes apostados en la ciudad y de los asentamientos que existen actualmente. Nos habló de muchas cosas que ya sabíamos como la necesidad de instalar las mallas metálicas para evitar que los colonos tiraran «incluso muebles» a la calle. También nos mostró desde callejones en los que uno no repararía en muchas ocasiones algunas de las partes que se han sellado con cemento y alambradas para que los palestinos no puedan hacer uso de ellas.

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Nos señaló más torretas de vigilancia en lo alto de las casas ocupadas así como una placa que recuerda el asesinato de varios colonos que los judíos ultraortodoxos de Hebrón visitan cada sábado acompañados de un amplio séquito militar que trata de evitar cualquier disputa. Aún así en esa parte del H2 no vimos a ningún judío, ya que suelen estar en una zona custodiada por la policía a la que únicamente se puede acceder a través de checkpoints. Le pedimos a nuestro improvisado guía si podía llevarnos a uno de estos controles para poder ver de forma más nítida la vida en los asentamientos. Nos comentó que él siendo palestino, a pesar de ser cristiano, no tenía acceso a muchos de estos sitios, aunque sí a un checkpoint determinado que está muy próximo a Bab al-Zawiya, la plazoleta de los edificios tiroteados donde comienza el zoco de la Calle Shalala. Hacia allí fuimos.

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Antes nos detuvimos junto a una casa cuyas ventanas dan directamente a uno de los asentamientos. Allí viven los P1100925miembros de una familia palestina a la que han intentado comprar por todos los medios con abultadísimas sumas de dinero para que abandonaran el edificio y así fuera traspasado a otros colonos judíos. El cabecilla de familia ha rechadado multimillonarias ofertas porque considera que esa es su casa y la de sus antepasados y que ceder sería un paso más para la colonización de Hebrón. Y tendría motivos para huir ya que desde las ventanas les tiran de todo (incluso cockteles molotov). Recientemente alguien arrojó a su hijo pequeño un líquido corrosivo que le ha dejado prácticamente ciego. En veinte años la casa jamás se ha quedado sola. Siempre se asegura de que haya alguien en ella porque teme que le suceda como a otras personas a las que les han «ocupado» sus hogares después de haberse marchado. Realmente vivir en esa casa debe ser un auténtico infierno.

Numerosas puertas verdes de los comercios clausurados a la fuerza contenían el emblema israelí de la Estrella de David. Sin duda alguna es una forma más de marcar territorio y de provocar una ira que aunque parece dormida no lo está. Eso de las puertas pintadas con símbolos religiosos o políticos me retrotrae a tiempos pasados en que los que a quienes eran simplemente diferentes se les hacía algo similar.

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Unos cubos de cemento con grafittis antisionistas precedía al callejón en el que el checkpoint que íbamos a pasar con el chico. Era uno de los muchos que hay instalados en la ciudad. En el mismo tuvimos que enseñar el pasaporte y las mochilas porque pitaban en el control de metales. No puede pasar casi ningún palestino. Tan sólo las personas que todavía tengan casas en ese apartado y los voluntarios como nuestro amigo que se ocupan, entre otras cosas, de acompañar a los niños al colegio que hay dentro. Nos fijamos no sólo en la presencia numerosa de militares sino de varios Observadores Internacionales que disuaden en parte a que se cometan actividades que vayan en contra de las Leyes Internacionales o que vulneren los Derechos Humanos.

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Esta parte es una de las más complejas de Hebrón en el sentido en que por la carretera sólo pueden circular coches y P1100944peatones que no sean musulmanes, ya que son los accesos principales a los asentamientos de Beit Hadassa, Beit Romano o Tel Rumeida, entre otros, sin olvidarnos de una vieja base militar permanente. El chico, por tanto, sólo podía caminar por un alto en el que aún hay viviendas palestinas y donde se mantiene milagrosamente un colegio para niños musulmanes. Aún así y a pesar de los Observadores Internacionales, en estas casas en las que resisten varias familias, también se deja sentir la tensión y la falta de convivenia entre grupos. Había varios ventanales rotos por piedras lanzadas desde abajo e incluso en la puerta de una casa palestina nos encontramos una pintada hecha con spray en la que se podía leer de forma nítida «Gas the Arabs», que aunque no necesita traducción creo conveniente ponerla: «Gasear a los árabes».

El camino del colegio es realmente una carrera de obstáculos que requiere de la presencia de voluntarios que acompañen a los niños, que tampoco se salvan de ser tiernos objetivos de pedradas y botellazos. El sendero utilizado diariamente por los infantes pasa al ras de la colina que tiene de frente Beit Hadassa. Ni los muchos militares que hay patrullando parece no querer poder evitar que los más pequeños sufran de la violencia de los mayores. Me imagino qué es lo que pensarán cuando acuden al colegio custodiados para no ser golpeados. Son tantas infancias robadas…

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Desde aquella pequeña colina distinguíamos a la perfección los asentamientos de Beit Hadassa y Beit Romano, con automóviles de matricula israelí y alguna que otra ambulancia donada por una rica familia de Brooklyn aparcadas en la calle. Por esa carretera sólo pueden circular vehículos israelíes que salen o vienen de Kiryat Arba y utilizan vías directas a/desde Jerusalén que atraviesan una porción de Cisjordania. Junto a los asentamientos que sirven de vivienda hay una importante base militar que da cama y sustento a muchos de los soldados que patrullan Hebrón y protegen a los colonos.

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El chico nos dió un rodeo bastante grande y tuvimos que caminar también por el barro para subir a lo más alto y así tener unas vistas completas de la ciudad. Las panorámicas desde ese punto agrupaban la práctica totalidad de la ciudad de Hebrón con su H1, H2, su Qasba, su Cueva de Macpela, sus colonias y las siempre presentes torretas de vigilancia asomándose desde los altozanos.

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Para abandonar esa parte hubo que pasar nuevamente por el chekpoint que utilizamos a la entrada. Cuando estábamos a pocos metros de éste sucedió algo realmente curioso. Apareció una enorme furgoneta conducida por colonos ultraortodoxos, los de los de los bucles, las largas barbas y los sombreros, que estaba decorada por fuera con imágenes de rabinos, de símbolos judíos y de pasajes de la Torá. Pero esta no era la mayor extravagancia de aquel vehículo, y es que que disponía grandes altavoces apostados en la parte trasera. De los mismos salía una música estruendosa de carácter festivo que provocó prácticamente que nos tuviéramos que tapar los oídos. Esta técnica de ir a todo volumen de arriba a abajo se debía a que era viernes, día de la oración para los musulmanes, cuando es más fácil molestar a los ciudadanos palestinos que acuden a las mezquitas o que utilizan la jornada para descansar. No sería el único lugar y momento en que presenciáramos una escena parecida.

VIAJE AL INTERIOR DE LA QASBA

A la salida del checkpoint nos despedimos de nuestro improvisado guía, que insistió en llevarnos por la Qasba hasta la Tumba de los Patriarcas, aunque advirtiéndonos de que no podríamos acceder al interior del monumento porque los viernes está dispuesta únicamente para los musulmanes que van a rezar. Pero después de aprender mucho de él creíamos que lo mejor era volar solos por Hebrón y hacer la Qasba y otros lugares por nuestra cuenta. Por tanto se marchó mezclándose con la algarabía de  Bab al-Zawiya.
La cabecera del área H1 era un cambio de atmósfera brutal con respecto al H2. La tensión es mucho menor y las escenas cotidianas son de lo más normal del mundo, afortunadamente. Aunque siempre está presente el recuerdo de los agujeros de bala en toldos y paredes por doquier.

Retomamos el mismo sendero por el que iniciamos la ruta a nuestra llegada. A esas horas que rondaban el mediodía los tenderos no daban abasto. Los puestos de ropa, artesanía, comida y especias eran mayoritarios en el primer tramo de Shalala Street. Por ello el choque con las puertas clausuradas y el silencio de la zona H2 volvió a provocarnos una sensación de desasosiego. Según los datos son más de 2000 las tiendas que han sido bien abandonadas o bien cerradas por dudosas decisiones judiciales israelíes. La «desvitalización» del centro crece a ritmo constante.

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Internándonos mucho más allá de lo habíamos hecho con el chaval llegamos a la Qasba, el antiquísimo barrio árabe de la ciudad. Y aunque seguíamos en H2, al estar en la vía principal que la población musulmana utiliza para ir a la Mezquita de Ibrahim/Tumba de los Patriarcas, vimos bastante más vidilla que en otros lugares próximos. Se agradecía que hubiera una mayor animación en este laberinto de galerías abovedadas supervivientes por los siglos de los siglos a pesar de todos los avatares sufridos. Realmente esta parte es la más bonita de Hebrón.

Aunque tampoco hay tregua para los habitantes de la Qasba porque  los techos de alambre siguen soportando el peso de la basura arrojada desde arriba. Hay partes en que esta era tanta que daba la impresión de que se iba a venir abajo la malla metálica de un momento a otro. Una de las razones de la existencia de más comercio que se ha negado a cerrar lo explica que no está tan cerca de los principales asentamientos de Hebrón y que sean los «ocupantes» de las parte de arriba de algunas casas los que hacen patente su odio con actos que merecen toda reprobación. Actividades mafiosas que quienes supuestamente están allí para garantizar la seguridad de todo ciudadano permiten mirando a otro lado y sirviendo al 0´3% de la población.

En la Qasba, por la que recomiendo perderse, hay al menos un brote interesante de espontaneidad ciudadana que permite retomar escenas mucho más amables y olvidarse por unos instantes de las alambradas, los soldados, las colonias y las tensiones. Aunque parezca mentira también hay tiempo para el relax y y pensar tranquilamente.

Cuando ya tomamos el último tramo por el que se llega a la Tumba de los Patriarcas nos cruzamos con mucha gente que nos iba diciendo que la Mezquita estaba cerrada y que no podíamos entrar. Aún así continuamos hasta una pequeña y oscura galería cerrada custodiada por varios militares controlando los accesos a esta zona, aunque siempre ayudados por las perennes cámaras de seguridad. Justo antes de dicho túnel hay una placa que indica que Jerusalén está 30,9 kilómetros. Son pocos pero está claro que entre dos lugares hay todo un abismo. Yo diría que cada uno pertenece a una dimensión distinta.

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LA TUMBA DE LOS PATRIARCAS Ó LA MEZQUITA DE IBRAHIM

Desde la Kasbah se puede acceder a la Tumba de los Patriarcas por dos lados, uno para musulmanes y otro para P1100979judíos. Los guardias nos pidieron los pasaportes sólo por estar en zona mixta y volverían a hacerlo cuando tuvimos que dirigirnos al área judía ya que no teníamos permitida la entrada en la musulmana por ser viernes. Entonces nos preguntaron sobre nuestro país, nuestra religión y si éramos pareja. Información «de suma importancia» para velar por la seguridad de Hebrón, está claro. Uno de los soldados nos preguntó si éramos seguidores de algún club de fútbol. Yo le hablé que era aficionado del Real Madrid y me contó que tenía familia en Cataluña y que se había hecho del Barcelona. Así que con unos chascarrillos futbolísticos de Cristiano Ronaldo y Messi le mantuvimos entretenido un rato. En el fondo la mayoría de los soldados que vimos en Hebrón no eran más que unos adolescentes que habían tenido que jurar amor eterno a una novia con gatillo, calibre y cargador.

Nos permitieron el paso a la zona judía y rodeamos el monumento para buscar una de sus entradas. Sabíamos que no podíamos acceder a la Sala interior ni ver los cenotafios de los Patriarcas ni de lejos, pero sí que había algún área del edificio al que era posible entrar. Cuando el reloj marcó las doce y media comenzó a sonar la llamada a la oración a los fieles musulmanes desde la torre-minarete característica del edificio. Como siempre era hermoso escuchar los cantos de almuecín con ese toque emocional tan intenso. Pero ocurrió algo que nos pareció realmente desagradable. Desde los altavoces externos de un restaurante judío empezó a sonar a todo volumen una canción que parecía de verbena. La intención estaba clara, callar los cánticos y ofender al personal. Creo que esas actitudes infantiles y de tan mal gusto no tienen justificación alguna, además de que no ayudan nada a conseguir un mínimo entendimiento entre las partes.

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Tal y como dijimos en los párrafos meramente históricos que encabezan este capítulo, la Cueva de Macpela que adquirió Abraham para enterrar a su esposa Sara y en la que tanto él mismo como sus descendientes y esposas recibieron sepultura, es un lugar sagrado para el Islam, el Cristianismo y el Judaísmo. Hasta 1994, momento de la masacre perpetrada por Goldstein, judíos y musulmanes compartían el recinto, aunque oraban a distintas horas del día. Desde entonces se ha dividido por secciones según la confesión que tengan los fieles. Los cristianos supuestamente pueden entrar a las dos partes porque en este caso se les considera neutrales en el conflicto. El edificio iniciado por Herodes el Grande y modificado por bizantinos, cruzados y musulmanes posee el aspecto de una poderosa fortaleza más que de tumba y sala de oración.

El minarete con forma de torreón y las murallas rematadas con almenas que son propias de un castillo son los únicos acompañantes de una escasa ornamentación exterior. La austeridad es una característica inequívoca de todo el conjunto, aunque no hace disminuir la sensación de grandiosidad al que lo observa desde cualquiera de sus ángulos. Es la estructura más notable de Hebrón con diferencia y también su corazón monumental y sentimental. Es el mismo lugar que veneran judíos y musulmanes, aunque no lo hacen juntos ni revueltos. Cada uno tiene su espacio y no tienen ni que mirarse a la cara. Las cruces de David y las medias lunas se dan la espalda desde hace mucho tiempo.

Tratamos de subir a la parte accesible aunque pasamos dos controles más realizados por los soldados israelíes, que comprobaron nuestros pasaportes y certificaron mediante varias preguntas que no profesábamos el Islam. Ascendiendo por la escalinata por la que se accede al interior de la zona judía del monumento era inevitable observar las redes de camuflaje y los muchos militares armados apostados en los tejados. Realmente Hebrón (H2) es una ciudad absolutamente tomada por los miembros de la milicia israelí. Es difícil no toparse con fusiles y metralletas donde quiera que estés.

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Ya dentro no pudimos hacer más que ver la biblioteca de libros y manuscritos judíos y poco más, ya que el viernes sólo pueden entrar los musulmanes. Eso sí, a partir del atardecer es la fiesta del Sabbath la que se lleva todos los honores. Más en un lugar con tantas connotaciones religiosas y sociales como este. Por ello los días más adecuados para hacer una visita relativamente completa a la Mezquita de Abraham, Tumba de los Patriarcas o como se quiera llamar, es de domingo a jueves de ocho a cuatro de la tarde salvo las horas de los rezos.

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Cuando nos fuimos no pudimos evitar hacer una cuenta con los militares que podía haber alrededor nuestro. A los veinte dejamos de contar porque simplemente era imposible tener una cifra concreta. Me sale a cinco por cada colono que reside en la ciudad. Aunque lo más sorprendente fue ver junto a los vehículos de los soldados sortear a los turistas judíos que acudían a la Tumba en un autobús que les dejaba en la puerta. Por el recorrido que habían hecho desde Jerusalén era seguro que no habían visto absolutamente nada de la situación actual en Hebrón. Me pregunto si son conscientes de lo que sucede allí o si permanecen totalmente ajenos a ella.

LA ZONA MUERTA

Teníamos especial interés en poder entrar al área donde se encuentran la mayoría de los asentamientos judíos. Los mismos que antes habíamos visto desde arriba, al igual que la extensión que los rodea y que aglutina muchas de las calles que se han ido cerrando en el barrio antiguo. Porque a diferencia de los lugares H2 por los que habíamos pasado, en este no se permite la entrada a los musulmanes, propietarios hasta hace muy poco tiempo de miles de viviendas y establecimientos que han quedado abandonados. Los setencientos colonos que residen en Hebrón no pueden abarcar todo ese espacio, ya que residen en muy pocos edificios o en casas repartidas por todo el área H2. Eso hace que sea una especie de zona cero de un conflicto bélico. Yo prefiero llamarla, emulando a Stephen King, la Zona Muerta. Porque pocas denominaciones pueden dar más en el clavo que esa. Y para muestra las numerosas imágenes que tomamos de calles tan desiertas por las que tan sólo pasa el viento.

Caminando sobre el pavimento uno tiene la impresión de encontrarse en una ciudad fantasma. La desolación es tan grande que logra abrumarte y hacerte sentir un ser diminuto en un sueño que no es el tuyo. ¿Cómo se ha dejado morir a Hebrón de esa forma? ¿Quién o qué ha podido permitir que tanta gente abandonara su vida para convertir la algarabía en un absoluto cementerio? ¿Por qué tantos muros y tantos espinos donde ayer los niños acudían a clase? La verdad es que poder verlo en primera persona te hace replantear muchos aspectos de la confortabilidad de tu vida y de que la rutina que marcan tus zapatos puede llegar a ser maravillosa. Todo lo que da el día a día en libertad y con más puertas abiertas de las que uno es capaz de asumir.

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Porque en la ciudad fantasma de Hebrón, en esa enorme porción abandonada de la H2, las puertas están selladas y marcadas con un nuevo orden que ha preferido silencio a cualquier ruido incómodo. Al fin y al cabo todos los seres creados por la naturaleza marcamos territorios. No sólo los lobos, los zorros o los perros lo hacen.

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El conflicto es un corazón que late lento, pero late. Nunca ha dejado de hacerlo y creo que falta mucho para que se dentenga. Y cuando lo haga, dentro de diez, cincuenta, cien años, o los que sean, Hebrón, o lo que quede de la ciudad, será un museo de la intolerancia, un museo que recordará la guerra entre dos bandos y las injusticias cometidas. Estoy convencido de que será un símbolo de una barbarie de la que se dirá que no hay repetir. Pero, ¿no será mejor actuar ahora?, ¿no será mejor el diálogo y la cesión de ambas partes para evitar que el cementerio se extienda?. Las paredes del futuro museo ya se están cubriendo para la ocasión y cada vez hay más espacio para los lienzos que retratan esta guerra que ya dura demasiado.

Las barreras de hormigón y alambre forman parte de un paisaje que pudimos presenciar con un nudo en el estómago y un sinfín de preguntas sin respuesta. Todas ellas cortan lo que antes era un tránsito normal y corriente, siegan de raíz senderos elaborado a lo largo de los siglos. Y sobre todo separan. Separan personas, separan ideas y separan ilusiones de Paz.

Los carros de combate aparcados en la acera, custodiaron la entrada de niños judíos al colegio que hay en el asentamiento. Muchos procedían de Kiryat Arba y desconozco qué pensaran al ir a estudiar a un lugar tan raro como es el área H2. Aunque lo lógico es que lo vean normal porque es lo que han tenido desde que han nacido. Me gustaría saber si alguna vez han visto por algún agujero a los niños que van al cole al otro lado y si se preguntan porqué no pueden hablar con ellos. Sólo espero que la inocencia les perdure el tiempo suficiente para que la curiosidad no sea borrada de sus mentes.

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Recorrimos toda la zona con detenimiento y salvo algún colono que se metió rápidamente en una casa no vimos apenas población civil. Sin contar, por supuesto, a los militares patrullando o vigilando zonas muy concretas. En alguna de esas callejuelas solitarias que parecen desvanecerse con el tiempo nos topamos con algún soldadito armado hasta los dientes colocado en guardia como si estuviese en medio de una contienda. El cacharro que llevaba entre manos debía pesar un quintal y lo cierto es que imponía bastante respeto. Aunque a mí las armas nunca me han dado demasiada confianza. Creo que donde más lucen son en las paredes de los museos.

Entre idas y vueltas se nos hizo más allá de las dos de la tarde. Con el inicio del Sabbath y de Hanukah a las puertas fuimos mirando las posibilidades de transporte a Jerusalén. Queríamos volver en esta ocasión en transporte israelí que nos dejara en la Central Bus Station de Jerusalén, por lo que preguntamos a unos soldados y nos señalaron una parada muy cercana a la Tumba de los Patriarcas. Nos dijeron que esperáramos unos veinte minutos pero al final se convirtió en casi una hora y media. Mientras tanto vimos varios altercados entre militares y palestinos a quienes cachearon y pidieron la documentación más de una y más de dos veces. Presenciamos una trifulca a tan sólo dos metros de donde estábamos. A un hombre que caminaba tranquilamente por la calle la milicia israelí le dijeron que viniera hacia donde ellos estaban. Este se enfureció un poco y antes de que siguiera elevando el tono le cogieron dos militares por detrás y le engancharon de los brazos fuertemente hasta que finalmente le dejaron ir. Fue una escena un tanto desagradable en la que hubo un momento en que pensamos que la cosa iba a pasar a mayores.

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REGRESO A JERUSALÉN EN UN BUS BLINDADO Y CON COMPAÑÍA

Apareció después el grupo de tres españoles que habíamos visto casualmente en un café de Belén. E hicimos bastantes migas con ellos. Carlos, Luz y Mariela, así se llamaban. Mariela trabajaba como profesora en Belén. Carlos y Luz eran pareja y amigos de Mariela a quien habían ido a visitar, y ya de paso aprovecharon para marcarse un viajecito por Tierra Santa. Cuando al final apareció el bus 160 dirección Jerusalén (Blindado y de doble ventana) no sabíamos que terminaríamos juntándonos con ellos para un almuerzo-cena muy especial en el Barrio Cristiano. Realmente después de todo lo sucedido en la última semana teníamos ganas de charlar tranquilamente y contar nuestra impresiones. Y creo que ellos también. Por eso estuvimos varias horas juntos y prolongamos unas pizzas hasta bien entrada la noche.

Aprovechamos después para dar nuestro último adiós al Santo Sepulcro (recomiendo ir antes del cierre) y terminar departiendo de todo y de nada junto a un Muro de las Lamentaciones que recibía a sus feligreses en el ya comenzado Sabbath, que se nos había anunciado a las cuatro en punto de la tarde con sirenas instaladas en las calles de Jerusalén Oeste. No podíamos tomar fotos en las instalaciones ya que las reglas judías para esta jornada de descanso total así lo indican. Todos pensamos el enorme contraste que era pasar de estar en el infierno de Hebrón al baluarte religioso del Judaísmo. Pero así es Tierra Santa, que se pasa de la A a la Z sin que te des cuenta.

Realmente había sido un día que quedaría grabado para siempre. Probablemente el de una mayor intensidad emocional.

12 y 13 de diciembre: TEL AVIV, OCCIDENTE EN ORIENTE…PUNTO Y FINAL

Las últimas horas en Tierra Santa las pasamos en la ciudad más occidental de Oriente Medio. Porque estar en Tel Aviv P1110064es otra historia. Tiene más semejanzas con Miami que con cualquier ciudad costera de la región. Apodada como la «ciudad blanca», es una urbe realmente moderna donde los rascacielos y los hoteles de lujo se abalanzan sobre el Mar Mediterráneo. El fervor religioso parece no haber recalado todavía aquí y los rezos se han intercambiado con los surferos que retan a las olas los 365 días del año. En Tel Aviv es muy complicado acordarse de que a no más de setenta kilómetros está Gaza inmersa en un bloqueo bestial que tan sólo rompen los aviones de combate y los tanques. O que en la localidad fronteriza de Sderot (Israel) llueven los qassams (morteros «muy artesanales») que lanzan las huestes de Hamás. O simplemente que Hebrón se está convirtiendo en una ciudad fantasma a pasos agigantados. Mientras todo esto ocurre, en Tel Aviv los cafés y restaurantes se encuentran a rebosar, la gente hace footing por el Paseo marítimo y las discotecas por la noche no dan abasto.

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Nosotros estuvimos un día y medio en la ciudad. Y este tiempo nos lo tomamos muy de relax, al contrario que los anteriores. Habíamos conseguido una oferta en un hotel cinco estrellas por 65€ por persona. El Dan Panorama Hotel, que así se llamaba, estaba justo al mar, y a diez minutos caminando de Old Jaffa, uno de los pocos lugares que más vale la pena visitar. Así que en una habitación fantástica que daba a la playa invertimos gran parte de esos últimos instantes en Israel. La verdad es que nos venía bien un poco de tranquilidad. Aunque entre medias nos fuimos a caminar varias veces por el Paseo Marítimo.

Lo que sí visitamos más a fondo fue la Vieja Jaffa, considerada como uno de los Puertos más antiguos del mundo. Absorbida literalmente por Tel Aviv en los años cincuenta (de hecho el nombre oficial de la ciudad es Tel Aviv-Yafo) hoy en día es un núcleo muy interesante arquitectónica y culturalmente (hay numerosas galerías artísticas), pero es tan sólo la piel de una serpiente que murió ya hace mucho tiempo. Las callejuelas abovedadas son un puro decorado de algo que ya no es. Hoy día funciona como refugio de bohemios y turistas porque de la ciudad de los rascacielos color blanco sólo en Jaffa sobreviven algunos minaretes, testigos mudos de los nuevos tiempos.

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Aunque es cierto que tiene cierto interés, después de haber estado en Jerusalén o Belén, me pareció revivir una versión light, sin azúcar, de una ciudadela típica árabe. Las vistas de la ciudad desde lo alto de Jaffa son más que recomendables. Y creo que es de las pocas cosas que pueden dar un toque de interés cultural a una ciudad con mayor oferta de ocio que cualquier otra de Israel. Esa es la parte que conviene explotar, la noche, la gastronomía y situarse como otra de las bases preferidas por los viajeros para recorrer el país. Siempre a otro nivel que Jerusalén, por supuesto.

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Y fue Tel Aviv entonces la que nos vio decir adiós a este viaje asombroso a Tierra Santa. Tras intensos interrogatorios en el Aeropuerto (al que recomiendan ir con tres horas de antelación como mínimo) antes de facturar el equipaje, pusimos la rúbrica a nuestra aventura. Jerusalén, Masada, el Mar Muerto, Qumrán, Jericó y Belén se perdieron bajo las nubes que traspasó nuestro avión de Alitalia. En ese instante murió el viaje, pero nacieron las Crónicas a las que ahora mismo estoy dando carpetazo y que tanto he disfrutado en hacer. De todo esto sólo me queda una cosa clara, que alguna vez volveré a la habitación 514 con vistas a la Cúpula de la Roca. Y espero hacerlo con la misma ilusión, las mismas ganas y la misma compañía que dieron forma definitiva a diez días maravillosos. Deus vult

FIN

Sele

* Recuerda que puedes acceder a la Guía Práctica e Índice de Relatos de Tierra Santa para hacer una lectura completa de los mismos. 

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