Viaje a Japón y las 2 Coreas: Capítulo 6 (Alpes japoneses)

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Viaje a Japón y las 2 Coreas: Capítulo 6

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8 de Julio: MI PEQUEÑA HABITACIÓN EN AQUEL TEMPLO DE TAKAYAMA

Legañoso, cansado y sin un maldito yen en el bolsillo cambié la cama del hotel por un asiento en ventanilla del tren P1120211de las 8:06 que se dirigía a Takayama. Los euros, los dólares y las tarjetas de crédito fueron inútiles en un trayecto de dos horas donde no pude ni comprar una tableta de chocolate. No entendía cómo podía haber calculado tan mal en aquella casa de cambios de París para haber sacado bastante menos moneda japonesa de la que iba a necesitar. Confiaba en la información que me daba la guía Lonely Planet acerca de la presencia de un cajero próximo a la Estación de trenes de Takayama donde admitirían tarjetas extranjeras. La posibilidad de no poder obtener pasta local no pasaba por mi cabeza, aunque no voy a negar que no estuviera algo nervioso por aquel asunto.

El día no acompañaba en absoluto. Había amanecido con un chaparrón copioso que no se quedó en Gifu sino que vino con nosotros al lomo del tren e incluso llegó a Takayama donde ni el paragüas fue suficiente para no calarme los huesos. Eran las diez de la mañana, nueva ciudad, nuevos objetivos y nuevos problemas. El primero, por supuesto, el del dinero, que no disponía para pagar ni alojamiento ni los billetes de autobús que necesitaba para el día siguiente. Y el segundo, un cansino y potente aguacero que para nada facilitaba la visita de Takayama.

Abandoné la estación con un inútil paraguas en una mano y un pequeño plano en la otra con el que localizar el lugar exacto en que iba a dormir esa noche. Para ese martes mi alojamiento tenía alguna que otra peculiaridad ya que no era precisamente un hotel o un albergue cualquiera. Por primera vez en mi vida iba a estar hospedado en un Templo budista. Tampoco vayáis a pensar que emularía al «pequeño saltamontes» de la serie Kung-Fu. Éste era un templo en el que tenían acondicionadas múltiples estancias para viajeros de bajo presupuesto donde no era obligatorio raparse el pelo, levantarse a rezar a las tres de la madrugada ni hacer las tareas domésticas escoba en mano.

A cinco minutos de la Estación de trenes, bajo una lluvia demoledora, llegué a las puertas del Templo Zenko-ji, donde tan sólo había una bicicleta apoyada en la pared. Varios monolitos con escritura Kanji delimitaban la entrada al recinto, que respiraba soledad y calma. Aunque no es de extrañar que no hubiera nadie fuera a tenor del agua que estaba cayendo. Un ondulado y bonito tejado bermellón adornaba una sobria construcción de madera cuyas puertas corredizas se encontraban completamente cerradas. Di leves toques con mis puños en una de ellas y como nadie salía decidí entrar al hall principal donde había un espacio para dejar los zapatos. Me descalcé y segundos después apareció el encargado que cuidaba el templo. Con un inglés sorprendente y fácil de comprender me mostró parte de las instalaciones, que no mi habitación, la cual aún no estaba preparada. El check-in debía hacerlo más tarde por lo que decidimos dejar el equipaje en un pequeño cuarto de estar y así poder volver más tarde, después de moverme un rato por la ciudad.

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El encargado, que desconozco si era un monje o no, me contó parte de la historia del lugar. Al parecer el edificio tiene aproximadamente un siglo de antigüedad, y forma parte del Templo Zenko-ji, mucho más grande e importante, que hay en la ciudad de Nagano. Sólo se realizan ceremonias religiosas unos pocos días al año, ya que su sacerdote principal vive a cientos de kilómetros de allí por lo que únicamente acude en festividades u ocasiones especiales. Y como todo templo, el Zenko-ji cuenta con su altar, repleto de objetos y ofrendas al Buda Amida, venerado por esta rama del budismo. En la parte trasera, donde se encuentra la mayoría de los cuartos privados y dormitorios, hay un pequeño jardín de rocas, con su vieja linterna de piedra, que decora tantos lugares sagrados de Japón. Las zonas comunes se han modernizado, así como baños y duchas, la cocina o el cuarto de estar. Incluso hay varios ordenadores con conexión a internet. Para que luego digan que los religiosos no se adaptan a los nuevos tiempos.

Y no creáis que conseguir plaza para una noche en este sitio fue complicado. Para nada. La reserva del alojamiento fue probablemente la más sencilla de todas. Un e-mail a la dirección de correo electónico que aparece en la página web del templo (http://www.geocities.jp/zenkojitakayama) y contestación en apenas diez minutos diciendo que ya estaba todo hecho y que nos veíamos en Takayama. El precio de estancia, 3000 yenes, lo pagaría allí mismo en efectivo, por lo que no fue ni necesario adelantar un depósito de la reserva como si se suele hacer en otros sitios.

Me cambié de ropa para ponerme algo más apropiado para la lluvia, así como unas botas más firmes e impermeables que las zapatillas deportivas que calzaba hasta ese momento. Agarré el chubasquero, también el paraguas, y salí en busca de una oficina del Banco Ogaki Kyoritsu, en el que según Lonely Planet, aceptan tarjetas extranjeras, y que estaba además, a un paso del Zenko-ji. De todos los cajeros, había uno donde aparecían los anagramas de las célebres Visas y Mastercard. Introduje la mía y…la aceptó. Salieron varios billetazos a los que no pude ni quise evitar besar. Me sentí como si me hubiese tocado la lotería (¡Venga el que no es exagerado!). Estar en un país extranjero, a más de 10000 kilómetros de casa, y no poder hacer uso de dinero alguno, es cuanto menos, una situación extraña. Tener y no poder utilizar. Y con lo que me quedaba todavía por hacer en Japón…

Como por ejemplo, asegurar mi salida de Takayama a primera hora del día siguiente. Para mí uno de los destinos a los que deseaba ir sin ninguna duda era Shirakawa-go, que cuenta aldeas tradicionales como Ogimachi o Gokayama, situadas en un sensacional valle rodeado de montañas (hay que recordar que estamos en el área de los famosos Alpes japoneses) que tienen numerosas casas originales de madera y paja con más de quinientos años de antigüedad, que se conocen como como las Gassho-Zukuri, debido a que la forma de sus tejados es como la de dos manos rezando («Gassho» hace referencia a la posición de las manos en el rezo). Para llegar a Ogimachi, la más importante de Shirakawa-go, se necesita la carretera, ya que debido a su accidentada orografía no se adentra el ferrocarril. Salen de Takayama hacia allí varios autobuses al día en la pequeña estación aledaña a la de trenes, que convienen reservar con antelación si se va en temporada alta, ya que es un destino muy turístico, probablemente el que más en el llamado Área de los Alpes japoneses. Yo mi reserva la hice en las taquillas, con un día de antelación, y tampoco tuve problema alguno para conseguir los billetes. Y lo digo en plural porque compré tanto el trayecto Takayama-Shirakawago como el Shirakawago-Kanazawa para el mismo día. Como este recorrido es un tema que preocupa a mucha gente que tiene planeado viajar a esta zona de Japón, más adelante en el apartado dedicado a Shirakawa-go hablaré de horarios, tiempos y demás información práctica que pueda servir de utilidad a todos aquellos viajeros independientes que deseen documentarse.

Alojamiento, tickets de bus, dinero en metálico e incluso una lluvia mucho más leve que la de antes que parecía tener los minutos contados para desaparecer. Lo tenía todo para iniciar mi visita a Takayama con total tranquilidad. Bueno, todo no, necesitaba hacerme con un plano de la ciudad, cuestión solventada rápidamente en la Oficina de Turismo situada en frente de la Estación, donde me seleccionaron aquellos lugares «imprescindibles» y abarcables de sobra en un sólo día. Takayama es pequeña, muy manejable a pie y que no cuenta con importantes monumentos. Su principal encanto reside en su aspecto provinciano, en su olor a madera de las numerosas viviendas tradicionales que conserva, y en un aire puro procedente de los Alpes japoneses, a los que besa en su falda. Para mí no fue, ni mucho menos, el destino más fascinante de Japón, pero me sirvió para alejarme por un tiempo de las largas marchas, las palizas físicas en lo que a caminar se refiere y la sobrecarga de monumentos inevitable en tantas ocasiones. Para ese martes deseaba tranquilos y cortos paseos, disfrutar de la casi ausencia de vehículos, del silencio de los parques y, sobre todo, de no tener en absoluto ninguna prisa. Me viene a la cabeza una de las frases que más veces escuché meses antes en mi periplo por Marruecos «Prisa mata, amigo». Qué buen lema…

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Takayama es una ciudad de artesanos donde la madera goza de un estatus esencial. Significativo es el que probablemente sea considerado como uno de sus capítulos históricos más importantes. Allá por el siglo VIII fue requerida para el pago de impuestos, que en esa época eran en especie, y fundamentalmente se medían en enormes cantidades de arroz. Esta era una materia de la que Takayama nunca ha esado precisamente bien surtida debido a su emplazamiento entre montañas y unas temperaturas demasiado frías en invierno como para llevar a cabo su cultivo. ¿Y de qué manera cumplió sus obligaciones fiscales? Pues tirando de sus mejores artesanos, ebanistas y carpinteros, grandísimos artistas y trabajadores de la madera con la que se hicieron tantísimos templos, palacios y castillos a lo largo y ancho del territorio nipón. Su papel y fama fueron realmente reconocidos. Tanto que Takayama fue controlada por los Shogunes durante varios siglos y declarada con todos los honores como Fuente Oficial de madera, carpinteros y ebanistas del Imperio. Y en la actualidad, cuando la mayor parte de sus edificios corresponden al Período Edo (1603-1868), es absolutamente visible y reconocible la sensibilidad con que se ha trabajado la madera durante este tiempo. Hasta nosotros han llegado en un estado de conservación excelente numerosas viviendas y locales comerciales e incluso templos realizados con esta materia prima que tanto abunda en la región.

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Dejando a un lado la Estación de trenes enganché la avenida más ancha e importante de Takayama. Kokubun-ji-dori P1120221es un corte profundo y extenso que divide a la ciudad en dos mitades y que se permite atravesar el río Miya-gawa (gawa es río en japonés) por el puente Kaji-bashi, reconocible por una extraña figura de bronce con larguísimos brazos apuntando al cielo. Es en este puente desde donde, a mi juicio, se pueden tomar probablemente las más hermosas fotografías de las antiguas casas de madera del célebre barrio tradicional de Sannomachi que se P1120224asoman al río. Y por supuesto, es el comienzo o final, según se mire, de uno de los mercados matinales más auténticos, y también promocionados, de la ciudad. A orillas del Miya-gawa, desde las siete de la mañana hasta mediodía, cuando llega muy justo de fuerzas, los comerciantes sacan sus puestos a la calle, para poner a la venta verduras u hortalizas, especias, ropa e incluso souvenirs con los que adaptarse a los nuevos tiempos que trae el turismo. Un mercadillo de toda la vida que goza de la protección municipal y que se sabe vender muy bien. Entre los puentes Kaji-bashi y Yayoi-bashi, así como en parte de la propia avenida Kokubun-ji-dori tiene lugar este trasiego comercial, que trata de apurar todo lo que puede hasta las doce de la mañana pero cuyas horas punta pasan bastante antes.

La segunda calle a la derecha, si se cruza el Puente Kaji-bashi, es el acceso idóneo a Sannomachi-Suji, un pequeño barrio donde se reúnen en gran número aquellas viviendas, tiendas, cafés y destilerías de sake realizadas en madera y que se conservan magistralmente desde su construcción en el Período Edo. Las calles Sannomachi, Ninomachi e Ichinomachi son, sin duda alguna, las más populares y transitadas por los turistas. Este barrio es una de las razones por las que incluir a la ciudad de Takayama en un itinerario que quiera salirse de las Tokyo o Kyoto de turno. Otros de los motivos de dicha inclusión están sin duda en el emplazamiento que sirve de base para hacer trekking en los Alpes japoneses, disfrutar de excelentes onsen próximos a esta población o, lo que iba a hacer yo un día después, visitar la aldea tradicional de Ogimachi en Shirakawa-go.

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P1120226Si alguien que pasara por Takayama y tuviera tan sólo una hora y quisiera gozar de lo más importante, lo más llamativo, lo más representativo de la ciudad, le recomendaría que escogiera Sannomachi y se dejara llevar por sus paseos flanqueados por un aroma a madera vieja y una cierta esencia a sake. Le diría que entrara a las muchas tiendas y museos que aquí se encuentran y se empapara de ese aspecto tradicional y provinciano que aquí se puede sentir.

Carteles escritos en kanji, viejos faroles redondos y un Irasshaimase en cada puerta se suceden junto a un liviano crujir de suelos y tabiques.

La primavera es probablemente la Estación más indicada para ver estas calles decoradas con flores rosáceas P1120230agarrándose a maceteros y ventanas, naciendo y muriendo en la madera de las paredes de las casas. Pero además el verano en Takayama, y en los Alpes japoneses en general, es bastante agradecido en lo que a clima se refiere. Nada que ver con las localidades costeras o las situadas más al sur del país donde el calor asfixia y se pega a la ropa.

En esta región, por fortuna, la temperatura es bastante más fresca. De lo que sí es igualmente complicado de escapar es de las lluvias veraniegas. Ya se sabe, los retales del monzón se aferran fuertes a todo Japón excepto a Hokkaido, la gran Isla del Norte, que se escapa de las humedades, el bochorno y las tormentas extremas.

P1120260Después de dejarme llevar por el encanto de Sannomachi marché a conocer un antiguo edificio del Gobierno local llamado Takayama-Jinya, construído por el clan Kanamori en 1615 y utilizado posteriormente por los shogunes del clan Tokugawa. La inmensa Casa Gubernamental se ocupaba además de la recolección de impuestos, de ahí sus graneros y almacenes de arroz, o incluso sirvió de prisión (exponen y explican distintos instrumentos de tortura). Takayama-jinja es un precioso y cuidado Palacio declarado Monumento Nacional, con jardines y hermosas dependencias cuya visita está más que recomendada (420 Yenes). Allí me encontré a dos señoras de Madrid y otra de Barcelona, que eran profesoras, y se habían organizado un viaje de tres semanas en Japón. Qué bueno fue escuchar sus experiencias e impresiones, en ocasiones tan parecidas, en ocasiones tan diferentes. Cada uno es un mundo a la hora de vivir sus viajes…

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Hay otras dos construcciones de madera en Takayama a las que conviene prestar atención. Son las casas de dos acaudalados comerciantes que se encuentran en una dirección totalmente opuesta a la de Sannomachi-suji. Repetidamente indicadas en señales realizadas para turistas, la Casa Kusakabe y la Casa Yoshijima, son dos extraordinarios ejemplos de arquitectura tradicional de los primeros años del Período Meiji (1867-1912). Situadas una junto a la otra, se pueden visitar por 500 yenes cada una, un precio al que no llegan muchos de los Grandes Monumentos japoneses Patrimonio de la Humanidad. Ambas no llegan, por supuesto, a este escalafón. Son consideradas por el Estado nipón como «Importantes Tesoros Culturales Nacionales».

Kusakabe, vivienda de un mercader construída con madera de ciprés japonés, se caracteriza por su funcionalidad, por la disposición de los espacios y por unos altísimos techos donde nacen las espigadas y anchas vigas. Se pueden visitar numerosas dependencias, descalzo, por supuesto, y tomarse un té con galletas en las mesas del jardín (Incluidas en el precio).

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La Casa Yoshijima no sirve ni té ni galletas, pero es otra importante referencia arquitectónica de finales del XIX. Era una antigua fábrica de sake donde se aprecian aún más si cabe los postes y vigas con los que se apoya el edificio. La luz entra más intensamente por un amplísimo ventanal que ilumina las formas con que juega la madera.

Es muy común encontrarse en las calles con gigantescos portones por los que sacan en procesión a riquísimas carrozas (yatai) los habitantes de Takayama en sus dos festividades más importantes: Sanno Matsuri (14 y 15 de abril, correspondiente con la siembra) y Hachiman Matsuri (9 y 10 de octubre, corrspondiente con la cosecha). Son practicamente templos portátiles, e incluso algunos tienen marionetas. Son verdaderos tesoros de los que se sienten muy orgullosos. En la ciudad hay un museo donde se exponen cuatro de ellas y uno puede apreciar de cerca cómo son, además de aprender de las más impresionantes Matsuris del país.

Ni las carrozas, ni las antiguas casas Edo o Meiji son los únicos prodigios de la artesanía o la carpintería. Takayama, una ciudad con verdaderos artistas de la madera, también se enorgullece de las máscaras de león con las que danzan en las fiestas populares. Shishi Kaikan es una Sala de Exposiciones con más de 800 ejemplos de estas máscaras, que además cuenta con vestimenta e instrumentos musicales que acompañan a los entusiasmados danzantes.

Entre paseo y paseo desapareció la lluvia completamente dando paso a los claros vestidos de azul intenso. Las primeras horas de la tarde quedaron para subir a lo alto de la colina donde crece el frondoso Parque Shiroyama, en cuyo centro se conservan viejos muros y piedras, restos ruinosos del antiguo castillo de Takayama. Alrededor de la colina hay numerosísimos templos que no tuve el valor, o mejor dicho, las ganas, de visitar en profundidad. Estaba cansado y me apetecía relajarme esa tarde y si fuera posible, descansar. Takayama no es que me estuviera enamorando locamente como si lo hicieron otras ciudades, y además no tenía planeado visitar uno de sus atractivos turísticos de mayor éxito, la Aldea Hida-no-sato con casas Gassho-Zukuri al igual que en Shirakawa-go- Pero su carácter de Museo al aire libre, compuesto por casas que jamás estuvieron allí, sino que fueron trasladadas para la creación de un espacio turístico, me hizo decantarme por la opción de Shirakawa-go, donde la mayoría de las construcciones llevan ahí más de quinientos años. Y no me arrepentí en absoluto de dicha decisión.

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¿Qué hice entonces aquella tarde soleada en Takayama? Pues volví al templo Zenko-ji, donde tenía mis cosas, para que me dieran mi habitación, que resultó ser un pequeño espacio con un futón en el suelo y con una puerta corrediza que daba acceso directo al altar. Al propio encargado del Zenko-ji le pregunté si sabía de algún Onsen en la ciudad para probar por fin la afición más genuinamente japonesa. Por Onsen se conoce a las Aguas termales de origen volcánico que se encuentran repartidas por todo Japón y cuyo uso, ya sea en Balnearios interiores o incluso exteriores, es multitudinario. El baño, todo un rito a la purificación y al aprovechamiento de las múltiples y riquísimas propiedades del agua, es toda una Institución en Japón. Y rara es la población, hotel de categoría o ryokan de lujo que se precie que no cuente con sus Balnearios tradicionales. En una ocasión leí que si se viaja a Japón y no se va a un Onsen es como si no se hubiera estado nunca allí. Como ir a Italia y no probar la pasta, como ir a Grecia y no subir al Partenón o como ir al Caribe y no darse un baño en el mar. Hay miles de onsen en todo Japón, en recintos interiores y en lugares al aire libre como playas, montañas, ríos… Y la zona de los Alpes Japoneses es célebre por la calidad y pureza de sus aguas. Takayama, una de las ciudades principales de este área, no podía ser menos.

El encargado de Zenko-ji me recomendó el onsen del Takayama Green Hotel, que se encontraba a unos diez minutos de allí a pie y que, aunque moderno, era considerado como el mejor de la ciudad. Tenía tantas ganas de darme un baño que no me lo pensé y fui al hotel. En la puerta me cobraron 1000 yenes (para el tiempo que quisiera hasta la hora de cierre a las 22:00) y por la cara de extrañeza del empleado me figuré que iba a ser el único extranjero que iba a pasar la tarde allí.

En los onsen se cumplen a rajatabla una serie de normas establecidas que se deben conocer antes de acudir a ellos. No hay que olvidar que es una tradición antiquísima en que la personalidad y el carácter japonés juega un papel vital. Yo había leído alguna cosa al respecto. Aún así seguí la premisa del «donde fueres haz lo que vieres» para no equivocarme y disfrutar del baño tal y como lo hacen ellos.

Se deja el calzado de calle antes de entrar al vestuario. No puedes usar, ni siquiera tus propias chancletas, decisión no demasiado higíenica en la que se invita a gritos a a que pasen los hongos. Los onsen suelen estar divididos por sexos, por lo que no conviene confundirse de puerta si no se quiere hacer el ridícilo de entrada. En los vestuarios hay taquillas para dejar la ropa y objetos de valor, cuya llave va enganchada a una pulsera que no se debe perder. También hay algo así como cestitas con un ligero batín hortera como él solo además de una toalla bastante pequeña que tapar lo que es tapar, no tapa demasiado. Porque ahí está otra norma importante. Ni bañador ni nada. Del vestuario se debe salir directamente a los baños completamente desnudo. Todo el mundo va en pelota picada, y como mucho, en alguna ocasión, los más vergonzosos se tapan la entrepierna con la toallita cuando caminan. Pero en absoluto esa es su función.

Una vez dentro del onsen y antes de meterse al agua se debe otro paso esencial y regulado, lavarse a conciencia. Entrar en las piscinas o jacuzzis sin dar este paso es practicamente una ofensa para quienes allí estén. Con objeto de cumplir esta norma ineludible suele haber siempre un lugar donde poder lavarse. En el caso de mi primer onsen había dos filas con taburetes en los cuales si uno se sienta tiene a su disposición una alcachofa de ducha, gel, champú, espuma de afeitar, un barreño, y por supuesto un espejo. Los japoneses, grandes escrupulosos con la limpieza, le dedican un tiempo importante a este paso. Incluso más que el de una simple ducha. Algunos no parece que se laven sino que se esterilicen.

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¡¡Y entonces llega el momento de bañarse!! El agua de las piscinas o jacuzzis según el caso está a una temperatura bastante elevada, superando incluso los 40 grados centígrados. Lo que para los japoneses es «algo caliente» para los extranjeros que no estemos acostumbrados nos resulta «hirviente». Aunque es difícil irse adaptando a tantos grados, es cuestión de paciencia y aguante.

Apoyado de espaldas en el bordillo conseguí esquivar definitivamente el stress que no se había querido quedar en Madrid. Unas gotas de relax con una pizca de somnolencia forman la mezcla perfecta…

Curiosamente observé como los japoneses que se metían en el agua se quedaban sentados con la toallita mojada y bien doblada encima de la cabeza. Al parecer esto mejora los efectos del agua. Desconozco en qué sentido pero si todos lo hacen será por algo.

El recinto contaba con dos piscinas interiores y dos exteriores. En este último caso se las conoce como Rotenburo y son la esencia más exótica y buscada por quienes quieran tener una experiencia onsen en toda regla. Los contrastes de temperatura, que se acrecientan en los inviernos, son ideales para mejorar la circulación de la sangre. Y en Japón se pueden encontrar rotenburos en todos los entornos posibles, algunos de los cuales en zonas muy frías son aprovechados por los monos de cara roja para escapar de las bajas temperaturas. Este del Green Hotel era un jardín lleno de vegetación y el agua manaba de una roca. Artificial pero bonito. Aunque en el jacuzzi, con las burbujas golpeando suavemente la piel, ese tipo de cosas apenas importan.

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Imagen obtenida por cortesía del Takayama Green Hotel

Y así pasé lo menos un par de horas que se fueron volando para no volver jamás…

Mi primera experiencia onsen me trasladó flotando tanto al templo como al Restaurante donde fui a cenar, uno de los pocos que estaba abierto después de las diez. Era el mismo donde había comido aquel día. Las camareras, con las que había hablado anteriormente, compartieron cena conmigo. Sabían algo de inglés y les venía fenomenal practicar con alguien. Además estaban muy interesadas en la cultura española. Me invitaron a toda la bebida que pedí y me cobraron los platos a un precio bastante inferior de lo que reflejaba la carta. Muy simpáticas ellas, vaya.

Después de comprar una tarjeta telefónica y llamar por cabina a mi casa (utilizar el móvil para llamar a casa es un suicidio), me retiré definitivamente a «mi templo por un día», o mejor dicho «por una noche». Acostado en el futón de mi pequeña habitación aledaña al altar no duré ni dos asaltos. El sueño me golpeó y quede KO hasta que sonó el despertador en mi humilde morada.

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9 de Julio: …Y A EMPEZAR LA CASA POR EL TEJADO (Fito Dixit)

En cuanto me desperté no pude evitar la tentación de abrir esa puerta que comunicaba directamente con el Altar del Templo Zenko-ji donde había pasado la noche. Y solo, con la única luz que se colaba por una pequeña rendija del portón principal cerrado a cal y canto, indagué en aquella sala repleta de ofrendas y objetos budistas de culto y de gran valor. Mis pies hacían crujir la madera suficientemente para llamar la atención por lo que no tardé demasiado en retornar a mi cuarto, que permanecía encendido. No fuera a ser que me llamaran la atención por estar en calzoncillos en un lugar sagrado…

Habían pasado unos veinte minutos desde que sonó el despertador a las ocho de la mañana, y tenía que vestirme y ordenar un poco la maleta porque en tan sólo media hora salía mi autobús de la estación con dirección Ogimachi, probablemente la más bella aldea de Shirakawa-go, en el Valle del Shokawa. El día anterior había comprado en taquilla los billetes para hacer dos trayectos. Primero el de Takayama a Shirakawa-go para las 8:50 y después el de Shirakawa-go a Kanawaza para las 17:50.

Dependiendo de la temporada, la frecuencia de buses aumenta o disminuye y, por tanto, las horas de salida y llegada se mueven. Casualmente se habían estrenado nuevos horarios tres días antes debido a la apertura de una nueva autopista que reducía los tiempos entre Takayama y Shirakawa-go de las casi dos horas a apenas cincuenta minutos. He aquí un cuadro que incluye los Horarios, precios y condiciones para los trayectos de ida y vuelta de la Línea Takayama-Shirakawago-Kanawawa. Estos datos los he obtenido de la web http://www.japan-guide.com/bus/shirakawago.html y están actualizados a 25 de septiembre de 2008.

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Además de las horas de salida y llegada, o de los precios, que como se ve en el cuadro, no están para nada sufragados a los poseedores del JR Pass, tenía una duda de la que dependía en buena gana mi estancia de casi un día en Ogimachi. ¿Qué demonios hacía con la maleta hasta que tomara el bus a Kanazawa? No me veía para nada en la aldea con el equipaje a rastras por no tener dónde dejarlo. Afortunadamente esta duda la solventó la señorita de la taquilla que muy amablemente llamó a la Oficina de Turismo de Shirakawa-go para preguntar por ello. Estaba salvado, por 300 yenes custodiaban el equipaje grande, aunque debía recogerlo antes de las 17:30, que es cuando echan el cierre. Problema solucionado.

Puntual como un reloj salió el vehículo de Nohi Bus donde fuimos cuatro gatos y no más. Al ser verano esperaba ver bastante más gente, pero al ser un día de diario y no encontrarnos aún en el corazón de la temporada alta, no hubo que sufrir la embestida de la gran manada proveniente del turismo de agencia. Mejor, porque en agosto y en fin de semana, Shirakawa-go puede convertirse en un Parque Temático y carecer del encanto y autenticidad que sí tiene cuando se encuentra a solas.

Shirakawa-go, al igual que Gokayama son dos pequeños distritos del alejado y hasta hace pocas décadas aislado Valle del Shokawa. Ambos cuentan con pequeñas y tranquilas aldeas agrícolas tapadas por la sombra de las montañas y donde el invierno hace mella hasta el punto de quedarse incomunicadas por fuertes nevadas. La nieve, precisamente, fue clave para el desarrollo de un estilo arquitectónico en toda regla que se aplicó siglos atrás en la construcción de enormes caserones y granjas de madera, que se han conservado hasta ahora, aunque en un número inferior al que hubiéramos deseado. Las conocidas como Casas gassho-zukuri se han convertido en un poderoso reclamo para la industria del turismo que ha hecho célebres a aquellos lugares donde aún quedan. Por formar parte de «un paisaje cultural» sin igual, tanto Shirakawa-go como Gokayama fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1995.

El nombre de Gassho-Zukuri («manos juntas en oración») hace referencia a los grandes tejados de paja de dichas P1120345construcciones, que están tan inclinados que se asemejan a dos manos rezando. Su inclinación es tan pronunciada (60º aproximadamente, un triángulo equilátero) para evitar que se acumule gran cantidad de nieve en los durísimos inviernos y desalojar velozmente el agua de la lluvia que pudre la paja (a veces con 1 metro de espesor), y por tanto, podría filtrarse al interior. Estas casas, que pueden albergar entre 20 y 50 miembros de una misma familia, tienen entre tres y cuatro plantas. La más interesante para ver es la azotea, donde en algunas de ellas se criaban gusanos de seda, y que muestra todo el elaborado ensamblaje de madera, de vigas y cuerdas perfectamente que sostienen una pesada estructura carente de clavos y tornillos

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La aldea de Ogimachi, donde para el autobús de Takayama/Kanazawa, conserva intactas más viviendas de este tipo que en cualquier otro sitio. Otras dos poblaciones más pequeñas como son Suganuma y Ainokura, también forman parte de la declaración UNESCO, aunque no son, ni mucho menos, tan visitadas como ésta.

Cuando llegué a las diez menos veinte, me quité el lastre-maleta de encima y conseguí un pequeño plano en la Oficina de Turismo, aunque hay que decir que para nada es difícil moverse por allí, debido a la existencia de numerosas señales que indican como ir a uno u otro sitio. Muy próximo a la oficina hay un Museo al aire libre similar al de Hida-no-sato de Takayama cuyas casas fueron salvadas de la construcción de una presa. Pero me pareció mucho más interesante adentrarme en el pueblo y ver lo real y auténtico, por lo que crucé el Deai-bashi, un puente peatonal que cruza el Río Shokawaga y llega a una especie de explanada donde se expanden decenas de contrucciones gassho-zukuri.

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De mi viaje a Japón y las 2 Coreas, el de Shirakawa-go fue uno de los días más especiales, y probablemente uno de los más tranquilos. Es un área no demasiado grande donde apenas viven 600 personas, fácilmente visitable en unas pocas horas, y donde no hay que ir suspirando de monumento en monumento. El mero goce visual de un paraíso natural y cultural con livianos tintes de poesía bucólica de antaño, es suficiente para que la visita valga la pena. Y para quien le guste la fotografía como a mí, es una auténtica locura.

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P1120351Las horas pasan despacio paseando entre los caserones, contemplando los viejos y espesos tejados de paja y las majestuosas estructuras de madera. Es posible entrar a algunas granjas que están abiertas al público como por ejemplo la Wada-ke (300 yenes), que perteneció a una familia que trabajaba y comerciaba con seda, y donde se puede apreciar con más claridad cómo están construídas por dentro y cómo es su distribución de los espacios. Comenté antes que lo más interesante estaba en las azoteas, con una amplitud aún mayor de lo que se intuye desde fuera. En Wada-ke observé cómo en su azotea, que sirvió para la cría de gusanos de seda, hay dos enormes ventanales, los cuales permanecían abiertos para aprovechar las corrientes (el viento sopla de norte a sur) y así garantizar totalmente la frescura y la iluminación de este área de la casa. Si uno se fija la orientación de las viviendas es siempre la misma y se debe a este juego con la luz y con el viento.

No es, ni mucho menos, la única casa abierta a los turistas (hay otras como Kada-ke o Nagase-ke), pero puede resultar más que suficiente para conocer de primera mano cómo es el interior de una vivienda de estilo Gassho-Zukuri. En algunas sus propietarios han pasado a aprovechar la planta baja como tiendas de souvenirs y otras como restaurantes. Y quienes no han decidido hacer negocio con el turismo continúan viviendo del trabajo agrícola. Es por ello que es muy posible encontrarse a familias enteras dedicándole horas y horas a los cultivos de sus pequeñas parcelas. Escenas cotidianas y costumbristas, siempre deliciosas ante la mirada del viajero.

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Hay un mirador en lo alto de una colina, que conserva algunos restos de un antiguo castillo, donde me deleité de la P1120363que sin duda es la mejor panorámica tanto de Ogimachi como de las verdes montañas que se abrazan en el valle. Se aprecia bastante bien lo que comenté anteriormente en relación a que las casas siempre están orientadas hacia la misma dirección.
Para llegar al mirador, al que también llaman «observatorio», hay dos formas distintas. La más directa se adentra en la colina a través de un sinuoso sendero. La que no es tan directa da un rodeo por la carretera, donde es posible cruzarse con solitarios y evocadores ejemplos de la arquitectura Gassho-zukuri en los que la vida parece seguir igual que en los últimos quinientos años. Yo tomé una de ida y otra de vuelta porque tenía tiempo de sobra para moverme aquí y allá.

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En la aldea también hay espacio para el culto religioso, sea budista o sintoísta. Del budista destaca el Templo Miozen-ji, que al igual que las demás construcciones de Ogimachi, apuesta involucrarse en plena armonía con el paisaje. Junto a él hay un museo con el mismo nombre donde se muestran objetos cotidianos de la vida rural en el valle del Shokawa a lo largo de los siglos.
De la parte sintoísta hay dos santuarios, el coqueto Akiba-jinja, y otro bastante interesante de mayores dimensiones como el el Shirakawa Hachiman-jinja.

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El cielo había estado toda la mañana nuboso aunque sin tener demasiada pinta de que fuera a llover. Pero los presagios me dieron la espalda y las nubes se agarraron a las montañas convirtiéndose en una espesa niebla primero y descargando el diluvio universal después, que duraría varias horas, durante las cuales era imposible hace absolutamente nada. Yo además no llevaba el paraguas conmigo y si se me ocurría salir a la calle podía acabar hecho una sopa. Me había resguardado bajo la campana de un pequeño templo, lugar donde tuve un golpe de suerte porque fue allí donde me encontré un paraguas apoyado a la pared que, la verdad, no parecía ser de nadie y que me permití tomar prestado. A eso sí que le llamo ayuda divina.

Faltando cerca de las tres horas para que mi autobús saliera a Kanazawa no tenía ni la menor idea de qué hacer en todo ese tiempo cuando ya me había recorrido el pueblo de arriba a abajo. Entonces me dio por pensar si había o no había algún onsen por allí y de esa forma pasar el rato dándome unos buenos baños de agua caliente. La experiencia P1120405Takayama se había quedado clavada, no cabe duda. Consulté entonces la Lonely Planet , donde suele venir ese tipo de información, y comprobé cómo había uno lo bastante cerca como para ir caminando. Pasado el puente Seseragi-bashi y prácticamente pegado al río encontré el Shirakawa-go no Yu, el onsen que del que hablaba la prestigiosa guía de viajes. Me costó 700 yenes más otros 100 extras para poder usar una toalla con un tamaño similar al que puede tener una mera servilleta. El onsen era algo más pequeño que el de Takayama pero contaba con un rotenburo (bañera exterior) espectacular. Era algo así como una terraza asomándose al río y desde donde se podía disfrutar desde la misma bañera de unas vistas preciosas de la montaña sobre la que caía la intensa lluvia. Y allí me quedé, en el mismo Paraíso, con los brazos apoyados en el bordillo, toallita en la cabeza como mandan los cánones nipones y relajándome con el tacto y el calor del agua mientas escuchaba cómo las nubes regaban con un sonoro aguacero el valle del Shokawa. Allí pasé dos horas magníficas, yendo de una bañera a otra, pasándome a la sauna de vez en cuando, echándome barreños de agua fría con los que contrarrestar la temperatura, y asomándome a un paisaje inenarrable que echaría de menos a partir del mismo momentos que de allí me marchara.

Antes de salir y, por supuesto, con la ropa puesta, compartí un té verde casi helado con una pareja de japoneses de Nagoya, que visitaban por primera vez la zona de Shirakawa-go. Eran jóvenes y tanto ella como él hablaban un inglés medianamente correcto con el que nos pudimos entender de sobra. Me contaron que como mínimo iban al onsen tres veces a la semana y que muchos amigos y familiares no lo perdonaban ni un sólo día. En Japón, ya se sabe, son férreos seguidores de las tradiciones, y si son buenas, más aún.

P1120415De camino de vuelta a la Oficina de turismo donde debía recoger mi maleta antes de las 17:30 y esperar veinte minutos a que saliera el autobús destino a Kanazawa me encontré con que había dejado de llover. La niebla seguía baja, acercándose incluso a los espléndidos tejados de las casas. Una pequeña apertura en el cielo dejó caer muy tenuemente algunos rayos de luz del tímido Sol de la tarde. Instantes después brotó un lindísimo arco iris que reinó en el valle durante algunos minutos, obsequiándonos a los pocos que allí quedábamos con una imagen sensacional e inolvidable de un Shirakawa-go de cuento, fascinante y que merece mucho la pena. Era mi última mirada al valle antes de partir, y a ella me aferro como otro de esos regalos con que de vez en cuando nos sorprende el destino.

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El bus salió puntual dirección a Kanazawa y llegó incluso antes de lo previsto a la Estación Central de esta ciudad de medio millón de habitantes que se dirime entre dos vertientes, la del Mar del Japón y la de los Alpes nipones. Mi hotel estaba apenas a cinco minutos caminando desde la salida este de la acristalada y modernísima Estación de trenes/autobuses. Incluso había podido verlo desde la ventanilla justo antes de finalizar el trayecto de una hora que habíamos realizado. El hotel Castle Inn Kanazawa lo había reservado por internet un par de semanas antes de comenzar el viaje. Por su estratégia localización, la exquisita atención de su personal y la relación calidad/precio (1 individual con baño privado 5500 yenes ) fue probablemente el que más me satisfizo en las tres semanas de viaje. Antes de cenar en la misma estación estuve comprando los pockys (mikados) que tanto me gustan. Allí mismo, en el stand de las revistas, muchos hombres ojeaban con toda la tranquilidad del mundo revistas manga de una índole un tanto sexual. Es una de las escenas más repetidas en Japón y que no pude obviar en absoluto.

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10 de Julio: KANAZAWA, MÁS ALLÁ DEL JARDÍN

Mis días en Japón estaban contados. Tres eran los días que restaban para abandonar el país y cruzar en barco hasta Corea del Sur, y ocho, si había suerte, para entrar a la inaccesible Corea del Norte. Para eso faltaba una última confirmación que debía llegar a mi buzón de correo electrónico en las próximas horas.

Pero aquellos tres últimos días en Japón no eran moco de pavo precisamente. Hasta el 13 de julio, cuando zarpara del puerto de Fukuoka al de Busán (Corea del Sur), tenía cosas grandes que ver y que hacer. Kanazawa, el Castillo de Himeji, Hiroshima y la Isla de Miyajima eran los candidatos idóneos a rematar mi estancia nipona de la mejor manera. Comencemos pues, hablando del lugar donde comencé aquel jueves soleado y caluroso..

Kanazawa forma parte de la prefectura Ishikawa-ken y está enclavada en los dominios del clan Maeda, poder feudal que gobernó la ciudad desde el año 1583 y que trajo un largo período de prosperidad que se reflejó en la economía, la cultura y, por supuesto, el arte. Económicamente hablando probablemente fuera uno de los lugares con mayor producción de arroz durante más de trescientos años. Los bolsillos llenos y relucientes de los Maeda atrajeron la presencia de artistas y artesanos de todos los rincones del país, sobre todo de Kyoto, la casa del Emperador, para llevar a cabo su labor creativa con el mayor recorrido y libertad posibles. Kanazawa se convirtió, por tanto, en uno de los focos culturales más importantes del Imperio. La riqueza Maeda y el Arte fueron siempre de la mano, conformando un aura especial que incluso salvó a Kanazawa de los bombardeos de la II Guerra Mundial. Aunque remitiéndonos a la más pura realidad, la ciudad consiguió esquivar los misiles por carecer de una industria tecnológica y armamentística fuerte. Otras como Hiroshima no gozaron, ni mucho menos, de la misma suerte.

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De aquel tiempo en que el clan Maeda gobernó la ciudad se conservan ciertos lugares de interés, con mayor o menor encanto. Un castillo feudal reconstruído tras varios incendios, las casas de los legendarios samuráis, un distrito de cafés y salones de té donde es posible sentir el delicado perfume de las geishas, algún que otro templo de puertas extrañas, y el que para mí es el que debería centrar toda visita a Kanazawa, el Jardín Kenroku-en, sublime, magnífico…

Vayamos al «cómo moverse» por la ciudad para ver todo esto que acabo de comentar. Con objeto de hacer una ruta de aproximadamente un día lo más idóneo es utilizar el Kanazawa Loop Bus, tal y como me recomendaron en el hotel donde había pasado la noche. Este autobús reconocible por su vetusto y clásico aspecto sale de la parada número cero de la Estación Central (8:30-18:00 horas) y realiza un trayecto circular en el sentido de las agujas del reloj, deteniéndose en los principales atractivos turísticos donde uno puede subir o bajar según le plazca (se le informa al pasajero en inglés por megafonía). Pasa con una periodicidad de quince minutos y cuesta 200 yenes por trayecto, aunque existe una tarjeta de 500 yenes que ofrece viajes ilimitados durante un día, y que económicamente compensa. Para el resto de buses metropolitanos el coste es de 230 por trayecto, aunque por 900 se puede adquirir el Kanazawa Free Ticket, con el cual también se pueden hacer usos ilimitados además de disponer de descuentos en algunas de los puntos turísticos con los que cuenta la ciudad. No se debe olvidar, sea cual sea la opción, que se paga a la salida del vehículo, y no a la entrada.

Con todo esto, desde mi humilde opinión, pienso que con tomar el mencionado en primer lugar Kanazawa Loop Bus es más que suficiente. De esta forma se optimizarán tiempo y recursos, conceptos que no se nos deben escapar nunca de las manos.

Teniendo en cuenta este recorrido circular, hablaré, por tanto, de los lugares que conocí en Kanazawa. Por orden fueron los siguientes:

* Higasha Chaya-Gai (Distrito de las geishas): Formado allá por 1820, durante el Período Edo, al otro lado del Río Asano-gawa, tenía el objeto de convertirse en el más famoso barrio de ocio de Japón, con perdón del indescriptible Gion de Kyoto. El glamour llegó con las geishas, que atrajeron a su millonaria clientela en salones con luz crepuscular donde demostraban todo su arte. La calle principal posee una alineada hilera de hermosos edificios de madera, decorados únicamente con viejos faroles u oscuras rejas en los ventanales, que se protegían de la mirada de los transeuntes. Higashi Chaya-Gai quiere decir «Calle de las casas de té de oriente», claro significado que define a la perfección la razón y la fe de este lugar donde aún es posible soñar con cruzarse con alguna geisha. Mi temprano paseo no descubrió más que la calma después de la que pudo ser una noche entretenida donde oscuros personajes de traje y corbata compartieron sake y tabaco a la vera de una bella dama de cuello blanco.

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P1120447La calle más hermosa y sugerente de Kanazawa dormía. Mientras tanto pude disfrutar de la soledad y del silencio después de la batalla, del sonido de un viejo shamisen, del aire de lujosos abanicos y del olor a perfume caro.

Entre los pocos lugares abiertos la «Casa de Geishas Shima» (400 yenes) era uno de ellos. Ésta es una coqueta vivienda del Siglo XIX donde las geishas vivían, realizaban sus estudiadas actuaciones y acompañaban a los hombres ricos que las contrataban. Tiene que haber muchas historias vividas tanto aquí dentro como tras los muros de madera de los edificios de Higasha. Y probablemente no llegaremos a conocerlas nunca.

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* Jardín Kenroku-en: En sus inicios era uno de los jardines exteriores del Castillo de Kanazawa, que se miran cara P1120474a cara. Fueron dos siglos de un gran trabajo hasta que en 1871 fue abierto al público. Kenroku-en viene a significar «Jardín de las seis cualidades», nombre que hace referencia a los atributos con que deberían contar los jardines y que este, sin duda, posee. A saber: aislamiento, amplitud, antigüedad, abundancia, agua y vistas. Dicha mezcla «perfecta para los preceptos chinos» originó al que se considera uno de los jardines más famosos de todo Japón y probablemente el más visitado (entrada 300 yenes). Por si solo es motivo más que suficiente para pasarse por Kanazawa y así disfrutar de la armonía de flores de vivos colores (63 tipos entre las que se encuentra la endémica Kikuzakura) , de arroyuelos jugando en cascadas y deteniéndose en sobrios estanques, de puentes de piedra compartiendo espacio con estratégicos y finísimos pabellones de madera.

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Las garzas caminan ligeras entre el verde musgo cultivado como si fuera hierba y faroles de piedra de distintas formas. El farol más fotografiado y que resume la elegancia del parque-jardín es el Koto-ji, que con sus dos patas recuerda a un instrumento musical llamado Koto. Un museo de belleza natural hecha por el hombre, escenario perfecto para sentirse libre, para observar sin más.

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* Villa Seison-kaku: A las puertas de Kenroku-en se encuentra esta villa que tiempo atrás (1863) mandó construir un señor del clan Maeda como espléndido regalo a su madre. Por 600 yenes se pueden recorrer sus estancias de paredes finamente decoradas y preciosos muebles, además de viejos juguetes entre los que destaca una muñeca que se salvó de un incendio y que, al parecer, daba buena suerte a quien la poseyera.

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* Castillo de Kanazawa: Lástima que allá por 1881 fuera pasto de las llamas en un incendio devastador que dejó en pie la armería y la hermosa Puerta Ishikawa-mon a la que se accede cruzando la carretera desde Kenroku-en. El resto de lo que fuera el baluarte Maeda está totalmente reconstruído. El jardín, que cuenta con algunos restos de las murallas, es incluso más grande que Kenroku-en, pero no es para nada comparable a este.

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* Santuario de Oyama: Dedicado al Maeda Toshiie, fundador del clan, fue diseñado con la ayuda de dos arquitectos holandeses que incluyeron una curiosa puerta con forma de torre y coloridas vidrieras que se se aparta de los conceptos más orientales. Razón por la cual siempre ha llamado la atención en Kanazawa y sea otro de los símbolos que más aparecen en cartelería, postales y guías. El jardín es, cuanto menos, interesante. Aunque pocos jardines en Japón no lo son.

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* Distrito de Nagamachi: Por muchos llamado el Barrio Samurái de Kanazawa conserva tras sus amarillos muros de barro numerosas construcciones que otrora fueron propiedades de los ya extintos guerreros. Las expectativas P1120501que uno trae de casa se desvanecen en uno de los canales que riegan la que ha pasado a ser una zona residencial de alto standing. Saltándome los formalismos diré que es un barrio pijo que no merece, ni de lejos, la fama que se le ha dado, quien sabe, si por atraer turismo «más allá del jardín». Son muy pocos los sitios abiertos a las visitas porque la mayoría de las viviendas son privadas. Aunque afortunadamente no lo son todas. La Casa Nomura (entrada 500 yenes), como excepción que confirma la regla, permite que el viajero conozca de primera mano su interior más refinado y un pequeño jardín que es excelente. A la entrada expone una armadura samurái que da fe de su glorioso y aventurero pasado. El barrio es un lugar pacífico por el que se puede pasear no más de quince o veinte minutos, o mejor aún, donde se pueden comprar unos dulces riquísimos. El resto es simplemente pasable.

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No duré más allá de la tarde en Kanazawa, porque debía tomar un tren hacia Kyoto para ir a dormir al mismo albergue (K´s Hostel) de la anterior ocasión en que allí estuve. Parada técnica antes de mi última etapa en Japón que conformaría tanto viernes como sábado. El domingo debía decir adiós al país nipón y saludar con la mano abierta a una Corea del Sur de la que aún no sabía que esperar. No importaba porque todavía tenía por delante varios toros bravos… el Castillo de Himeji, la renacida Hiroshima, una isla fascinante como es Miyajima y una noche «encapsulado» en Fukuoka.

Pasé mis últimas horas viendo caer la noche en Kyoto y diciendo adiós definitivamente al viejo Gion. Después de cenar un poco me fui a acostar porque madrugaba al día siguiente. La habitación en Kyoto era compartida en esta ocasión y no tuve precisamente suerte. Sobre todo cuando a mi compañero de litera le dio por roncar a lo bestia. Jamás en mi vida había escuchado semejante serenata que, por supuesto, no me dejaba dormir ni embutiendo mi cabeza bajo la almohada. Me puse los cascos del teléfono móvil para escuchar la radio a todo volumen. Y parece difícil de creer, pero conseguí dormir con canciones frikis de pop japonés. Aún desconozco los efectos de dicha música en mi cabeza. Espero que aquel sueño que tuve en que aparecía en Harajuku (Tokyo) vestido de Goku (Dragon Ball) no fuera uno de ellos. KA-ME-HA-ME-HA!!!

Sele


* Podéis ver y descargar las fotos correspondientes a este y otros capítulos en mi Álbum de Flickr.

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