Sur de Túnez: Entre Oasis y Desiertos (Parte 2 de 2)
2 de enero de 2010: RUMBO AL DESIERTO ROJO
Después de una nochevieja bizarra y un año nuevo en los oasis de montaña teníamos por delante un día bastante completo. El objetivo máximo era llegar al mar de dunas de Ksar Ghilane, donde el desierto del Sáhara se vuelve rojo e infinito. Pero antes traspasaríamos Chott El Djerid, el lago salado más grande del continente africano, y ejerceríamos de Tuaregs en Douz montando en camello. Cuatro jinetes en una divertida e intensa aventura desértica en los parajes más impresionantes del país. El Sur de Túnez nos estaba deparando un viaje fantástico en un 2010 que recién había comenzado a andar. Y este día, sin duda, fue el más completo de todos.
A las 7:30 de la mañana habíamos abandonado nuestra base de operaciones de Tozeur. El cielo, despejado a más no poder, nos vio partir de la ciudad del palmeral utilizando la carretera a Kebili. No harían falta más que quince minutos para entrar de lleno en el extraordinario Lago Salado, un lugar «de otro planeta»…
CHOTT EL DJERID: EL LAGO SALADO
La carretera Tozeur-Kebili se convirtió en una perfecta línea recta. Esta vía sobrepasa una extensísima planicie de más de 5000 kilómetros cuadrados conocida como Chott el Djerid, que es el nombre del Lago Salado más grande de África. Algo que suele sorprender y llamar la atención del que lo ve por primera vez es que prácticamente todos los días del año se encuentra seco, aunque en invierno es más fácil que haya zonas encharcadas y, sobre todo, regueros de agua paralelos a la carretera. Esto se debe al clima de la región que favorece la rápida evaporación del agua, dejando tan sólo un terreno absolutamente llano de tierra y sal. Nada más. Aunque precisamente es eso lo que hace que sea un lugar completamente distinto a cualquier otro. Porque un viajar por carretera de una punta a otra puede convertirse en una travesía en la que es inevitable no mirar de forma constante a izquierda y derecha. Ya durante los primeros kilómetros (sentido Kebili) presenciamos cómo del suelo a ambos lados del camino emergían riachuelos de agua roja. Y de fondo, una cortina montañosa demasiado lejana, únicos accidentes geográficos visibles tan sólo en el primer tramo de carretera.
Más adelante el color de la tierra se fue blanqueando por una salinidad cada vez más abundante. De hecho Túnez es uno de los mayores exportadores de sal de todo el mundo. El recurso lo tiene, no cabe duda.
El paisaje cambia en función de la hora que sea, de si ha llovido o no, de lo despejado o no que esté el día. Por ello viajar a través de Chott el Djerid es una película distinta cada vez.
Más kilómetros hacia dentro el telón montañoso desapareció, quedándose únicamente una inmensa e infinita plataforma de sal. Nos daba la sensación de estar viendo un terreno completamente nevado. Y de que no había nada más al otro lado más que un vacío sin fín ensordecedor y complicado de asimilar. El Lago Salado es un paisaje desolador lleno de fuerza y energía. No es de extrañar que fuera exactamente aquí donde en la Guerra de las Galaxias Luke Skywalker se quedara ensimismado contemplando dos lunas en el horizonte. George Lucas no encontró mejor lugar que este para situar el escenario de la saga más exitosa de la Historia del cine. En realidad estaba enamorado de todo Túnez, por eso junto a Lago Salado utilizó Matmata o Mos Spa (junto a Oung Jemel, próximo a Nefta), entre otros, para sus grabaciones. Y lo hizo en un momento en que el país no estaba en absoluto explotado por el turismo. En ese caso creo que se hubiese ido con la claqueta a otro sitio.
Para tomar fotos detuvimos el coche en el arcén las veces que hizo falta, aunque pudimos «vivir» el lago de forma más intensa cuando encontramos a mano derecha una rampa de tierra por la que pudimos acceder perfectamente a la sal. Muy lejos se veía un autocar abandonado que con el tiempo se había convertido en un amasijo de hierros. Salvo ese punto, el resto era la inmensidad o la nada. Un desierto de sal sin horizonte a la vista, donde el único rumor era el del silencio. Hasta allí bajé el trípode para inmortalizarnos los cuatro en tan extraño paraje, aunque fue complicado colocarnos porque cuando uno no estaba de paseo, el otro estaba en el suelo tirado. Hubo incluso quien (y no digo su nombre) sacara la lengua para chupar sal y decir: «Pues sí, pues sí…es sal». Sin duda un futuro Premio Nobel por su más que desarrollado sentido de la deducción. Venga chicos, colocáos, que hay foto a la vista!!
Aunque después vimos otros muchos tramos de carretera donde había tiendas de souvenirs (rosas del desierto a tutiplén). Los vendedores de las mismas se las han ingeniado para atraer público y forzar la parada de turistas. Por ejemplo han construído figuras de sal, pequeñas colinas (una incluso con escalera y coronada por una banderita) e incluso han colocado allí una vieja barca de madera de colores. Todos ellos tan fotogénicos en un paisaje así que es fácil «caer como moscas».
Alguno de estos ávidos comerciantes nos mostró atado a una cuerda a un zorro del desierto muy joven. Esta es una forma menos lícita de hacerse con la atención de los visitantes. No debería estar permitido utilizar un animal salvaje como reclamo porque digo yo, ¿qué culpa tendrá el pobre zorro para no estar correteando por ahí?. La verdad es que a todos nos dio mucha pena y, obviamente, no compramos nada en su puesto.
Y tras muchos kilómetros en otra galaxia superamos por fín la recta inquebrantable de Chott el Djerid. Nada más hacerlo regresaron las palmeras, aunque de forma más o menos escalonada. Porque a medida que se avanza la aridez es más notoria. No obstante el Sáhara va acercándose, aunque aún tuvimos que superar pequeñas poblaciones antes de llegar a nuestra parada en Douz. Por ejemplo Kebili, localidad por la que muchos bereberes abandonaron sus casas tradicionales de barro para dormir bajo cuatro paredes enladrilladas. Esta ciudad no tiene más interés que ser una mera conexión entre Tozeur (90 km) y Douz (28 km), y lo normal es pasarla de largo tal y como hicimos.
Douz: La Puerta del Desierto a lomos de cuatro camellos
De Kebili a Douz no hay más que 20 minutos entre palmerales, tráfico denso y mucha gente cruzando a una lado y al otro de la carretera. Era muy común ver a los hombres sentados tranquilamente en las terrazas tomándose un buen té o echándose un cigarrito sin más pretensión que ver pasar el tiempo y apurar a que llegue la hora de comer. Sin duda, una escena realmente típica.
En Douz aprovechamos a dejar el depósito del coche lleno, ya que como teníamos pensado ir hasta Ksar Ghilane, las impresionantes dunas, convenía ir bien surtidos por si acaso. Cuando fui en 2003 no recordaba haber visto muchas gasolineras entre medias, por lo que preferimos ser previsores a tener que lamentar después. Nos costó llenarlo 24 dinares (12 euros) correspondientes al consumo que le habíamos hecho al coche entre el día anterior y este, unos 260 kilómetros aproximadamente. Pero lo más interesante de esta parada funcional no estuvo en el combustible, sino en los servicios de la gasolinera. Eran dignos de aparecer en el Record Guinness de la putrefacción y la ponzoña. El pasillo por el que se accedía a los cuartos de baño estaba decorado por innumerables huellas de gente que había pisado ciertos elementos orgánicos. A medida que uno se acercaba más a la puerta la presencia fecal se hacía más grande hasta llegar a…un agujero en el suelo en el que los usuarios del «descomer» no habían atinado ni una vez. Figuráos el hedor y el asco al entrar. Aunque he toreado en peores plazas, he creído conveniente mencionar semejante monumento a la toxicidad. Aunque es probable que se os hayan quitado las ganas de comer. Todo sea por la cultura que tienen los lugares así.
Lo más interesante de Douz, a lo que la gente va, es a lo que se conoce como La Gran Duna, un aperitivo de arena por el que a esta ciudad se la llama repetidamente «La Puerta del Desierto». Si nos ponemos quisquillosos realmente el Sáhara comienza 20 kilómetros más al sur, pero la Gran Duna es, cuanto menos, un comienzo prometedor. Sobre todo para quien no va con tiempo de adentrarse mucho más, Douz ofrece la oportunidad de empaparse de desierto y disfrutar de un sinfín de actividades sobre la arena como puede ser montar en camello o incluso en quads. Esta parte se encuentra al sur de la ciudad, bajando por la Avenida de los Mártires (Avenue des Martyrs) con el coche. Al fondo de la misma hay un aparcamiento y un edificio moderno que tiene restaurante y en el que antes de entrar lo lógico es que ya te «hayan entrado» unos cuantos guías locales para venderte montar en camello o incluso excursiones a
distintos lugares del Sur de Túnez. Creo que a nosotros no nos hizo falta ni bajar del coche porque ya teníamos preparado a un tipo que nos hizo su oferta. Sin más pérdidas de tiempo nos pusimos a negociar con él. Sabíamos perfectamente lo que queríamos, montar en camello en torno a 45 ó 60 minutos. Más no porque yo ya me conozco las agujetas que te dejan en el trasero y no era cuestión de sufrir. Empezó pidiéndonos bastante (20 euros por barba), pero al final lo máximo que rascamos fue un precio conjunto de 60 dinares (30€ total, 7´5€ por persona), que no estaba del todo mal. Así que sin más dilación nos montamos a los que serían nuestros camellos para la próxima hora. Lo hicimos con cuidado ya que la transición de estar tumbados a levantados es cuanto menos brusca, por lo que había que agarrarse bien. Aunque el mío se apresuró a levantarse cuando yo tan sólo tenía una pierna enganchada por lo que la caída fue digna de videos de primera.
No sé si parecíamos los cuatro jinetes del Apocalipsis o la versión friki de los Reyes Magos (Sí, lo sé, eran tres y no cuatro. A eso se le llaman «licencias literarias»). Sea como fuere allí estábamos tan felices montados en nuestros camellos guiados por un chaval con vocación de fotógrafo. Porque dominaba las cámaras a la perfección. De lo contrario me temo que nos habríamos quedado sin fotos de recuerdo de los cuatro. Y la ocasión merecía ser inmortalizada como Dios mandaba. Uno no se sube a un camello todos los días. Para los chicos era la primera vez que lo hacían. En mi caso era ya la cuarta. Así a bote pronto recuerdo una vez en la propia Douz (2002), otra en un bactriano en Mongolia (2005) y otra en Lanzarote, alrededor de un cráter del Parque Nacional del Timanfaya cuando tenía 12 años (1992). Cómo olvidar la rutina de movimientos atrás y alante de la espalda y los gruñidos del camello.
Porque estos animales tienen mala uva cuando quieren. El que estaba montando yo parecía llevar la voz cantante y tener amedrentados a los demás. De vez en cuando sacaba su gruesa lengua y le daba un coscorrón a los camellos de Alicia y de Rebeca, que eran los que más cerca tenía. A los pobres no les dejaba ni vivir y a mí de vez en cuando se me quedaba mirando fijamente. En sus ojos me parecía leer algo así como «A la salida me esperas, majete«. Creo que más que guiarnos el camellero, lo hacía el condenado de mi camello que caminaba donde le daba la gana. Y los demás, a tragar y a llevarse algún mordisco del angelito. El que más suerte tenía era el camello blanco de Víctor que era de todos el más dócil y el más simpático. Yo recuerdo que le vacilaba diciendo que en realidad se había subido a una Llama de los Andes. Y que como se descuidara le iba a escupir en toda la cara tal y como las llamas acostumbran a hacer.
El día que estaba haciendo acompañaba, al igual que el paisaje de desierto casi blanco por el que estábamos transitando. Entre las pequeñas dunas emergían repentinas palmeras que se curvaban buscando el Sol y restos de casas de barro de los bereberes, dueños de estas tierras desde siempre y transmisores de una cultura milenaria en los países del Magreb. La finísima arena se hundía a nuestros pies allá por donde pasábamos. Diría que más que fina era miscroscópica, casi no palpable si se toma entre las manos. Cada partícula formaba parte de un sinfín de dunas y montículos pequeños que se perdían lejos de donde estábamos. Probablemente se fusionen con las arenas del Gran Erg Oriental que nace en Argelia y viene a morir en el suroeste tunecino. Lo que sí es seguro es que Douz ya te deja un sabor dulce en los labios, aunque te atrapa para que continúes más allá y no te detengas en esa porción de desierto. Hay mucho más aún a no tanta distancia como parece.
Realizar fotos desde el camello en marcha era apostar fuerte por que se cayera la cámara al suelo, pero afortunadamente no fue así. Incluso me atreví con un video para que nuestra marcha sobre la arena quedara para la posteridad. Aunque con tanto vaivén no hubo manera de que quedara mínimamente decente.
La hora en camello se nos pasó a todos bastante rápida. Cuando nos quisimos dar cuenta ya nos estaban aparcando en el mismo punto donde habíamos comenzado. Y por lo que parecía, muchos de los camelleros ya estaban recogiendo sus bártulos y esperando mayor fortuna para los próximos días. Porque muy al contrario de lo que nos ímaginábamos, éramos muy pocos los que allí estábamos haciendo lo mismo. En verano hay casi overbooking para subirse a un camello, a pesar de que las temperaturas suelen superar los cuarenta grados con facilidad. Pero estas son cosas de la temporada baja, que se viaja mejor, más a gusto y también más barato. Algo que es de agradecer en los tiempos que corren. Y más en un país que lleva ya muchos años subido a la autopista del turismo de masas que no parece dejar de crecer.
Ya a pie, sin nadie ni nada que nos llevara, abandonamos la Gran Duna por el edificio multiusos que contaba con bar, tiendas de souvenirs y cuartos de baño. Allí tenían preparada una foto de cada uno de nosotros subidos en nuestros respectivos camellos. Ninguno se había enterado cuándo la habían tomado realmente. Las vendían a 4 dinares (2€) y finalmente nos hicimos con la nuestra. Aunque no sé para qué queríamos tantas fotos. Teníamos decenas de imágenes de camellos, solos y acompañados. Sólo nos faltaba una en la que les pilláramos hablando, porque el resto ya estaba hecho de sobra.
KSAR GHILANE, EL SÁHARA MÁS GENUINO
Próxima parada: Ksar Ghilane. Distancia desde Douz: 138 kilómetros. Este siempre fue un trayecto imposible de hacer en un vehículo normal que no fuera 4×4. Pero no hace mucho se finalizó una nueva carretera que une ahora ambos lugares en apenas un par de horas. Y es que aunque Douz es la puerta del Sáhara, Ksar Ghilane es el puro Sáhara. Para el que va buscando un desierto de arena de verdad, este será su sitio. De eso no me cabe ninguna duda. Y es que Ksar Ghilane se encuentra justo al Este del Grand Erg Oriental. Los Ergs son amplias extensiones de arena que contrastan con los desiertos pedregosos (Hammadas). En el Sáhara los más conocidos son el Occidental y el Oriental, ambos nacientes en territorio argelino. Este último de 600 km de ancho por 200 km de largo, que es el que nos afecta, tiene una importante representación en Túnez. Ksar Ghilane es un minúsculo oasis, el último rincón accesible al Grand Erg.
La primera vez que vi un desierto de verdad fue precisamente en este lugar. Y siempre deseé volver a caminar por sus interminables arenas rojizas. En este viaje esa experiencia inolvidable quise compartirla con Rebeca y con mis amigos Víctor y Alicia, que también estaban deseando conocerlo. Por eso pienso que valía la pena coger carretera y manta, apretar al acelerador y perderse por una zona en la que apenas se ve gente. Todo fuera por redondear este viaje con una panorámica colosal del desierto. Y si teníamos que volver de noche, se hacía, porque las carreteras tunecinas son bastante fiables.
Durante el trayecto fuimos prácticamente solos. Tan sólo nos cruzamos con algún camión que obligaba a morder el polvo de los arcenes que no existían. O algún camello vagando solitario por aquellos secarrales. En realidad nada más que eso. Un monótono y vacío paisaje estaba presente tanto en la C-104 (carretera desde Douz) como en la C-211, donde tomamos el desvío hacia la derecha. Todo correctamente señalizado y sin ninguna pérdida. En la carretera que se interna más al sur de Túnez para dirigirse a Ksar Ghilane, casi recién estrenada, vimos algún que otro control policial. Hacía un par de años que una pareja austríaca había sido secuestrada en la zona por terroristas de Al-Qaeda provenientes de las dunas de Argelia, fronteras no vigiladas.
Fueron llevados al Norte de Malí, que ya entonces era la celda más elegida para los secuestros tal y como sucede actualmente. Realmente aquel fue un caso aislado en Túnez y para evitar que se repitiera, las Fuerzas de seguridad del Estado se pusieron las pilas y aumentaron aún más si cabe las medidas de seguridad. Hay mucho dinero del turismo en juego. Por ello debe considerarse a Túnez un lugar bastante seguro. Probablemente el que más del Maghreb.
Por la carretera también nos topamos con alguna que otra jaima bereber habitada por los últimos nómadas del país. Hoy día es cada vez más difícil toparse con estas tiendas de campaña de quienes no residen en un lugar fijo. Los nómadas de tiempo atrás ahora viven en Douz o Kebili. Muy pocos conservan este modo de vida tan viejo como el Hombre.
Cuando nos quisimos dar cuenta la tierra se había convertido en una arena cada vez más fina. Y justo en ese momento tuvimos que tomar el último desvío de apenas cuatro o cinco kilómetros para llegar por fín a este minúsculo enclave bereber del que se sabe que hace dos mil años ejerció de frontera del Limes Tripolitanus durante el Imperio Romano. Las jaimas se mezclaban con unas pocas viviendas más recientes de piedra. Son muy pocos los que viven allí no superando la cifra de 200 personas. De estos la mayoría trabaja o bien en el aprovechamiento agrícola del oasis o bien en la infraestructura turística que allí se ha desarrollado en los últimos años.
Tratamos de adentrarnos al oasis, ya que al fondo del mismo daba paso el desierto de dunas, que era donde queríamos estar. Pero una vez finalizado el tramo asfaltado el camino se convirtió en arena y cuando el coche amagó varias veces con quedarse atrapado, decidimos dejarlo aparcado junto a unas casas y no arriesgarnos a tener que sacarlo del atranque de cualquier manera. Rebeca, que traía obsesión compulsiva del viaje veraniego al Sur de África, donde en varias ocasiones tuvimos que quitar arena para poder continuar, no quería ni por asomo que intentáramos pasar. Con habernos quedado tirados en una reserva donde había leones, ya era más que suficiente. Aunque creo que menos gracia le hizo subirnos al todoterreno de un tunecino cualquiera para que nos acercara lo máximo posible a las dunas, que realmente estaban a diez o quince minutos a pie. Es poco amiga del autostop. Qué le vamos a hacer. Aunque todo fuera por bajarnos del todoterreno de un desconocido, dar unos pasos hacia adelante y tener ante nosotros un inmenso desierto de Dunas que se pierde hasta el infinito.
El tono rojizo de la arena es común en el Gran Erg Oriental y contrasta con el amarillo blanquecino de la de Douz. Metido muy hacia dentro están los restos de la fortaleza defensiva romana (un Ksar) camuflado por las dunas y donde se llega utilizando varios de los medios ofrecidos por los responsables del turismo de la zona. En Ksar Ghilane se puede montar en camello, a caballo, en quad y hasta en moto de cross si es necesario. En temporada alta todas estas actividades dibujan el paisaje del desierto y le resta un tanto de autenticidad y tranquilidad, que es lo que mucha gente va buscando. Pero en un día 2 de enero en que había escasez de turismo, nos hicieron constantes ofertas «a la baja» para aprovechar mejor el desierto. Al igual que para dormir en jaima,
donde normalmente es difícil que haya plazas y, en cambio, estaban absolutamente vacías. Nos llegaron a ofrecer una noche en jaima por 15 euros, cuando en verano es mucho más costoso. Me hubiera gustado quedarme, pero no lo habíamos previsto y teníamos todo en el hotel de Tozeur (El hilo dental de Víctor, por ejemplo, más sagrado que su propia vida), por lo que finalmente lo que hicimos fue sumergirnos en aquel mar de arena que no tiene fin y caminar por las dunas para disfrutar de aquella belleza. Aunque antes de hacerlo nos paramos a retratar a una pareja de hermosos camellos que parecían estar teniendo una amena conversación. <<Pues se ha quedado una buena mañana», «Pues sí pues sí, es cierto. A ver si acierta el hombre del tiempo de una vez, que lleva cinco años diciendo que va a llover«.>>
Siempre he tenido predilección por los desiertos. Me invitan a respirar profundo, a meditar y a sentirme satisfecho con sólo mirar un horizonte que nunca termina e imaginar qué es lo que habrá más allá. La imaginación juega a esconderse en recovecos imposibles y el corazón busca un refugio donde quedarse. En cada parpadeo las dunas parecen moverse y cambiar de color, aunque jamás se marchan.
Caminar por la arena es ser un iluso porque jamás irás hacia ningún lugar. En el desierto no existe el dónde pero tampoco el cuando. Sólo existen los porqués, pero su trascendencia es tan nimia que se terminan perdiendo como las huellas que van dejando tus pies. Por eso soy capaz allí de olvidarme de dimes y diretes, de rutinas y sorpresas, de incomprensiones y certezas. Sólo puedo respirar, sonreir y parpadear deseando volver algún día a gozar de un paisaje en el que no hay nada pero que representa el Todo.
Después de una buena dosis de desierto rojo y de que Ali y Víctor casi se perdieran en el horizonte, regresamos al oasis a ver si podíamos comer algo. Pero no encontramos ningún establecimiento abierto. Tan sólo junto a una poza de aguas termales que están calentitas y da gusto bañarse vimos una especie de kiosko, pero sólo vendían bebidas. Así que después de preguntar en los hoteles-jaima y de no obtener respuesta terminamos recurriendo a un hombre que hacía pan de forma artesanal en el fuego. Por tanto terminamos almorzando este pan recién hecho que nos supo a gloria absoluta. Pagamos un dinar por cada pieza cada pan y otro por darnos un plato con aceite para que untar sobre él. Fue una comida sencilla, económica y que nos hizo cumplir con nuestros respectivos estómagos que ya estaban empezando a rugir. Ya si queríamos más florituras deberíamos esperar a la noche.
A eso de las cinco pasadas el sol fue bajando para ir buscando un horizonte en el que quedarse. Atardecer en el desierto siempre proporciona hermosas y fulgurantes sensaciones. Si uno observa las dunas a las dos de la tarde y veinte minutos antes de caer el sol, estará presenciando dos desiertos distintos. En Ksar Ghilane el rojo se vuelve naranja en un santiamén mientras el viento comienza a refrescar cuando poco antes ardía.
Y cuando el Sol ya se esconde definitivamente sobre una duna cualquiera, el cielo azul se torna rosa regalando un final feliz al que contempla un espectáculo fantástico que tiene lugar cada 24 horas y cuya entrada es gratuita. El cliente tan sólo debe llegar hasta el Desierto del Sáhara. Y todo allí estará preparado a prueba de errores. Es cuestión de ansiar un atardecer especial y proponérselo como reto. Garantizo que vale la pena.
REGRESO NOCTURNO A TOZEUR BAJO UN MANTO DE ESTRELLAS
Como ya oscurecía, lo mejor era ir hacia el coche para regresar a Tozeur. Le dimos un par de dinares a quienes nos habían custodiado el coche a las afueras del oasis, y nos marchamos por donde habíamos venido. Prácticamente hasta llegar a Douz no nos topamos con más de tres o cuatro coches en todo el camino. La ausencia total de luces provocaba que sobre nosotros hubiese un cielo estrellado absolutamente resplandeciente. Tanto que detuvimos el vehículo en el arcén y silimos fuera para proyectar nuestra mirada a un techo sensacional que únicamente se puede ver en lugares aislados de toda contaminación tanto ambiental como lumínica. En las ciudades ya nos hemos olvidado de mirar a las estrellas, simplemente porque es difícil encontrarlas. Coincidimos los cuatro en que aquel era el cielo estrellado más puro que habíamos visto jamás.
El viaje de regreso nos llevó prácticamente las cuatro horas porque uno no puede conducir con tanta alegría como por la mañana. Muy cerca de Douz nos dimos un buen susto al aparecernos de la nada un carromato tirado por un caballo que no vimos en absoluto hasta que estuvimos muy cerca de él. Afortunadamente reaccionamos a tiempo, y más teniendo a Víctor como copiloto, que era para mí como Luis Moya a Carlos Sainz. Las carreteras tunecinas son realmente buenas pero hay que extremar la precaución por la noche cuando se sabe que puede cruzarse en tu camino un camello o que mucha gente regresa a casa caminando por los arcenes en plena noche.
Cuando cruzamos desde Kebili a Tozeur el enorme tramo de Lago Salado parecía que a ambos lados había niebla. El blanco del suelo también hacía de pared lateral cuando no había más luz que la de las estrellas. Me daba una sensación extraña pasar por allí y, sobre todo, no poder evitar mirar a izquierda y derecha. Quien pase por allí de noche comprenderá a qué me refiero.
Llegamos a Tozeur a eso de las diez de la noche. Y lo hicimos absolutamente reventados. Teníamos sueño a más no poder, por lo que después de estar unos minutos en la habitación nos fuimos sin más dilación a cenar algo. Escogimos entre todos el Restaurante Azzurra porque era el que más cerca teníamos del hotel. Por unas pizzas y la bebida pagamos 9 dinares por persona (aproximadamente 4´5€). Y conseguimos espabilarnos lo suficiente para poder cubrir los no más de cinco minutos que nos separaban del hotel. Lo dicho, estábamos agotados y sólo queríamos dormir.
3 de enero de 2010: TOZEUR A FONDO. VUELTA A CASA
No madrugamos tanto como estábamos acostumbrados. El domingo en el que debíamos volver a casa estaría dedicado en su mayor parte a la ciudad en la que estábamos alojados, Tozeur. Con algo menos de 40.000 habitantes, es considerada honoríficamente como «El Oasis de Túnez», ya su palmeral es uno de los más grandes del país. Este es uno de sus mayores atractivos, al igual que su casco histórico que todavía conserva ese aire tradicional que no logra arrebatarle el ser un baluarte del turismo en la región. Prácticamente todo el que viaja a Túnez en un tour organizado pasa por Tozeur. Eso es un hecho. Afortunadamente los hoteles de 4 y 5 estrellas se encuentran en la Zone Touristique, a dos kilómetros del centro, por lo que las construcciones recientes no tocan tan de lleno el corazón más antiguo de la ciudad. Aunque sobra decir que aquí ya nadie se sorprende de ver turistas y se es consciente de la fuente de ingresos que reporta a la ciudad. Por eso las mil y una noches pasaron de largo hace ya varios años, aunque no quita que Tozeur sea un lugar atractivo para visitar.
Tomamos el coche para ir en primer lugar las Rocas Belvedere que la guía recomendaba por sus vistas tanto de la ciudad como del palmeral. Estas se encuentran al final de la Avenue Abdulkacem Chebbi yendo siempre en sentido oeste. Una vez allí nos dimos cuenta que no era más que un pseudo-parque infantil con unas caras moldeadas en las rocas donde resonaba música de verbena (en árabe pero de verbena). Lo más interesante está en subirse a ellas y apreciar una panorámica verde por las miles y miles de palmeras teniendo de fondo los minaretes de la ciudad vieja. Más atrás se puede llegar a intuir el desolado paisaje del Lago Salado, aunque esto requiera mayor esfuerzo. Aún así las Rocas Belvedere no tienen más que cinco minutos.
EL PALMERAL EN CALESA
La mejor manera de hacerse a la idea de los más de 10 kilómetros cuadrados de palmeral es pasear por sus senderos en una de las cientos de calesas que ofrecen este servicio. No tardaron en llegarnos las primeras ofertas para visitarlo de esa forma en un tiempo estimado de una hora. Se notaba que en enero no había demasiados turistas por lo que sus precios fueron a la baja desde un primer momento. Contratamos a un calesero durante 60 minutos por un precio total de 15 dinares (20 si contamos la propina que el buen hombre se ganó a pulso), que nos hizo un recorrido bastante interesante por un palmeral que conserva el sistema de irrigación diseñado en el siglo XIII por el matemático Ibn Chabbat.
Algunos calculan que puede haber allí bastantes más de doscientas mil palmeras. Parece claro que esa cifra puede quedarse incluso pequeña. Lo que sí es seguro que Tozeur vive por una parte del turismo y por otra de estos árboles de los que se saca partido a la corteza, la hoja y, por supuesto, a sus frutos, los dátiles que, particularmente, me encantan. Debe ser de los pocos alimentos muy dulces que me gustan. Y es que un 70% de un dátil son azúcares.
El tipo que conducía la calesa no hablaba nada, pero falta no le hacía porque era inquieto a más no poder. Nos tomaba fotos constantemente y nos señalaba hasta la última hoja de la palmera más chuchurría. El hombre del turbante amarillo luchó a conciencia su propina durante el tiempo que estuvo con nosotros.
Aunque no fue su pericia para conducir calesas o para tomar fotos la habilidad más apreciada por todos nosotros. Porque lo que él controla como nadie es la moda y el foclore femenino. El Armani tunecino sacó de una especie de baúl que guardaba en el carro un sinfín de collares, flores y diademas con los que convirtió a la buena de Alicia en la tonadillera más original a este lado del palmeral. Porque con esos colgantes que podía llevar el gran M.A. Barracus y esos floripondios de plástico más propios de Aramis Fuster, nuestra Ali fue el foco de nuestras risas en la calesa. No sólo disfrutamos de la artista nosotros sino las demás personas que también estaban paseando en calesa por allí. Con todos ustedes Alicia Gullón…todo folclore y buen humor!!
El hombre no dejó de ponerle cosas a nuestra heroína. Y mientras tanto le daba tiempo a conducir, a mostrarnos las excelencias del hermoso palmeral de Tozeur, a bajarse en marcha de la calesa cuando le daba la gana y, si hacía falta, tomarnos una fotografía. Puro nervio.
Por muchas cosas valió la pena nuestro paso por el Palmeral, pero de todas ellas destaco dos. El hombre adrenalítico y la nueva reina de Tozeur. Con razón se mereció una propina de 5 dinares con los que felicitar su tremendo esfuerzo por hacernos una de las travesías en calesa más divertidas que se han dado en territorio tunecino. Yo diría incluso que en la totalidad del continente africano.
AIRES DE TRADICIÓN EN EL CORAZÓN DE TOZEUR
Ya sin calesa nos fuimos a la Avenue Habib Bourguiba, que es la arteria principal que atraviesa el centro del viejo Tozeur. En esta avenida abundan los comercios de artesanía y souvenirs, los cafés, los restaurantes y en muchas ocasiones el tráfico denso y ruidoso. Pero conserva precisamente esa porción de tradición no robada por los nuevos tiempos. Que no es mucha si lo comparamos con otras ciudades del Norte de África, pero sí intensa y digna de ser disfrutada. La mayoría de los turistas pasan Tozeur de largo para ir bien al desierto, bien a los oasis de montaña o incluso a ambos, utilizando únicamente los hoteles de categoría apilados a las afueras. No es una ciudad que requiera más de un día completo. Probablemente ni si quiera eso. Aunque sí que se le puede sacar todo el partido si se le dedica al menos un tiempo a recorrer sus calles. Y para el que pisa un país musulmán por primera vez, puede suponer una transición lenta y asumible a unas formas de vida muy diferentes a las que estamos acostumbrados a ver en Europa.
Las elevadas siluetas de las mezquitas de el-Ferdous o de Sidi Mouldi presiden Tozeur en su sentido más religioso. Desafortunadamente los que no profesen el Islam no pueden acceder a ninguna de ellas. Una norma que impera mayoritariamente en los países magrebíes. Ni la mezquita de Kairouán, más al norte, que es la más conocida de todas las construcciones religiosas de Túnez, permite la entrada a los no musulmanes. Es una pena, pero es lo que hay.
A lo que sí que entramos fue al Mercado de alimentos de la Plaza Ibn Chabbat en cuyas carnicerías permanecían colgadas las cabezas de carneros, vacas e incluso camellos. Parece que toda tienda que venda carne que se precie debe tener dispuestas en sus ganchos las testas muertas de estos animalitos. No son cosas que uno acostumbre a ver todos los días en el mercado de su barrio, por lo que suele causar sorpresa. Yo después de ver en Marruecos la cabeza de un camello con ramitas de menta en la boca, ya no me sorprende nada. El mal aliento no se perdona ni cuando se es un cadáver.
Detrás del mercado, a no más de 100 metros, se encuentra la pequeña pero encantadora medina de Tozeur, el barrio más antigo y cautivador de la ciudad. Ouled El-Hadef, que hace mención al clan Hadef, cuenta con más de seiscientos años de antigüedad y conserva el aroma de las laberínticas medinas compuestas por estrechos callejones, puertas que son en sí una obra de arte y escondidos balcones esperando que alguien se asome a través de los mismos.
La ténica de los ladrillos salientes con la que dibujaban distintos motivos ornamentales está presente a lo largo y ancho de Ouled El-Hadef. En realidad el ladrillo es el elemento que nunca falta en las construcciones de Tozeur de hoy y de siempre. Es, junto a las palmeras, todo un símbolo de la ciudad.
Nos encantó perdernos por sus callejuelas, que no respiran la algarabía de tiempos pasados, pero que son altamente recomendables para comprender el origen de una ciudad de paso necesario para caravaneros y comerciantes bereberes. Por falta de tiempo tuvimos que dejar atrás la visita al Museo Arqueológico y de Tradiciones, pero en sí la medina es todo un museo al aire libre que todavía continúa con vida por lo que compensa con sólo caminar por ella.
TODO LO BUENO SE ACABA
Terminamos comiendo pollo asado en la Avenida Habib Bourghiba antes de hacer unas compras de última hora y devolver definitivamente el coche en la oficina de alquiler. En ese momento comenzó el bajonazo propio de las despedidas de esos rincones en los que te sientes a gusto. Es una reacción muy clásica que tiene lugar cuando los viajes llegan a su fin. Inevitablemente aparecen sensaciones de melancolía y nostalgia, de echar de menos muchos de los espacios que se visitan, y sobre todo, añorar ese estado mental de felicidad plena. El tiempo siempre es demasiado corto y las vivencias demasiado intensas. Por fortuna no todo está perdido. Siempre quedarán los recuerdos de una experiencia que al fin y al cabo se termina convirtiendo en una nueva esperanza.
El de Túnez fue un viaje fantástico con unos compañeros más fantásticos todavía. ¡Qué mejor manera de terminar un año y comenzar otro!
FIN
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10 Respuestas a “Sur de Túnez: Entre Oasis y Desiertos (Parte 2 de 2)”
Gracias por este relato y por hacernos recordar tantas y tantas cosas que vivimos…La verdad es que a medida que el relato legaba a su fin iba sintiendo esta nostalgia de la que hablas por abandonar tan maravillosos rincones…
El relato ha sido excelente y me muero de ganas de poder ir algún día por esos lares. Gracias por la info!
Con lo bien que me lo estaba pasando y ésto se acaba ,sniff,sniff …
Para mí,la experiencia del desierto,el paseo en camello, llegar hasta Ksar Ghilane,contemplar el cielo llenito de estrellas…son momentos vividos de este viaje que ahora recuerdo con el relato y que te apetece repetir.
Y del paseo en calesa qué voy a decir, que si no fuese por el calesero y por mí ,no hubiese sido tan divertido ni nos hubiésemos reído tanto ,así que olé!!
Sele,gracias por haberme permitido ser parte activa del rincón, pero un poco más y te quito protagonismo a tí, ja,ja,ja
Un beso.
Hola Ali,
No es que te haya permitido ser parte activa del rincón. Es que ERES parte activa del Rincón. Te has convertido en una lectora fiel y además tú ya has probado las mieles de un viaje made in El rincón de Sele. Que siempre tiene sus cosas buenas y sus cosas menos buenas, pero creo poder decir que al menos os divertistéis en esta pequeña aventura y que vivistéis una buena experiencia. En mi caso así lo fue. Siempre uno se pregunta si va a congeniar o no con sus compañeros de viaje. Y con vosotros dos la compenetración fue excelente. Me sentí realmente a gusto compartiendo este viaje con vosotros. Y hablo también por Rebeca que sintió exactamente lo mismo. Así que ya sabéis, hay que repetir. Pasarlo muy bien en Fez y ya sabes lo que te dije ayer, subir a ver un atardecer a las Tumbas Benimerín (allí las llaman las Merinides). Y tened cuidado en el barrio judío, que lo ví un pelín chungo (aunque se puede ir perfectamente). Ya nos contarás!
E Isabel (Los diarios de a bordo), Túnez es uno de esos paraísos tan cercanos que en ocasiones no se le presta demasiada atención, cuando tiene muchas cosas que ofrecer. Te animo a que lo conozcas algún día.
Saludos a everybody!
Sele
Hola Sele !!
Gracias por el relato, que me ha hecho recordar esos días tan divertidos que pasamos juntos.
Oye, a que Ali está pila guapa vestida de Cleopatra…de hecho ahora que empiezan los Carnavales ya te imaginas de que se va a disfrazar, jeje.
Me temo que lo del hilo dental, me acompañará de por vida…
Un abrazo.
K pena lo del zorro. Solo por curiosidad, cuanto costaba liberarlo? Si no hubiera sido mucho yo se lo habria comprado y luego liberado lejos de akel tipejo. Como siempre, una gozada tus relatos!
Hola Sele !!
Te enviamos recuerdos para Rebeca, para ti y para todos los lectores del rincon desde Fez,Marruecos.
Un abrazo de Ali y Victor
Desde Fez! Qué ilusión y que envidia sana de estar en la mejor medina del mundo.
Pasadlo muy bien chicos!!
Sele
Que bueno Sele! Gran viaje; como siempre!
Enhorabuena!
[…] sur de Túnez existe otro paisaje desértico que me dejó sin palabras en las dos ocasiones que tuve la fortuna […]