Viaje al Sur de África en 4x4 (5): Safari en Moremi

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Viaje al Sur de África en 4×4 (5): Safari en Moremi

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6 de agosto: DE SAFARI EN EL COTO DE MOREMI

 Safari es una palabra proveniente del swahili que significa «viaje», aunque muy pocas personas conocen esta acepción original. Más conocida es la que se utilizó tanto en el Siglo XIX como a principios del XX para referirse a aquellas expediciones de colonos blancos en África que tenían como objetivo máximo cazar toda clase de animales exóticos, cuyas cabezas eran tratadas como verdaderos trofeos. Hay que «agradecer» a estos cazadores, entre otros muchos, la estrepitosa merma de la fauna africana hasta el límite mismo de la extinción.

Afortunadamente el significado de safari en nuestros días ha variado para reducirse casi de forma exclusiva a meras P1070997expediciones de viajeros cuya inocente misión es avistar y, por supuesto, fotografiar a las distintas especies que habitan los Parques y Reservas de Naturaleza. Normalmente los safaris suelen ser organizados y estar encabezados por guías locales que conocen el terreno y tienen una mayor capacidad de encontrar «las piezas» de esta caza fotográfica. Pero en casos como en el viaje que estábamos llevando a cabo no había más guía que nuestros ojos ni más rifles que nuestras inocentes cámaras de fotos. Éramos nosotros los responsables de nuestro destino a través de los senderos de los distintos Parques del Sur de África y ver o no ver animales dependía del azar y, sobre todo, de la paciencia. Aunque en lugares como Moremi muy mal se tiene que dar la cosa como para no disfrutar de de una fauna rica y abundante en un entorno realmente hermoso.

Para ello madrugamos por partida doble, unos más que otros, ya que tanto Chema como Bernon habían marchado temprano a Maun a llenar el depósito del Land Rover que menos combustible tenía. La movilización del grupo seguía siendo lenta pero mejor que los días anteriores, así que cuando quedaron plegadas las tiendas, los coches recogidos (esa era la tarea más angustiosa) y desayunamos leche con galletas, dimos comienzo a una ruta en todoterreno que no terminaría hasta la noche. Nos esperaba un recorrido apasionante por las entrañas del Coto de Moremi en el que entraríamos por la Puerta Sur que «ilegalmente» habíamos traspasado el día anterior y saldríamos por la Norte próximos al cierre.

No nos libramos de pagar el camping porque ya había uno de los encargados esperando con la cuenta preparada con 400 pulas, que daba una media aproximada de 5 euros por persona. Asequible, aunque la verdad que aquel Community Camp flojeaba en cuanto a servicios y facilidades a sus clientes.

Arrancamos para realizar nuevamente el tramo de 28´5 km. que nos separaban de la Puerta Sur de Moremi. El Sol apenas estaba empezando a hacerse hueco entre los árboles para colorear de rosa el horizonte de aquel bosque tan impenetrable. Un grupito de impalas, probablemente la especie de antílope más numerosa en el Sur de África, traspasaron el camino dando sus característicos saltos, que de tanto les sirven para escapar de los depredadores. Realmente nos costaba tanto diferenciarlos de las gacelas, que a todo antílope que veíamos le llamábamos directamente «Una Thomson», en honor a las pequeñas gacelas de Thomson que tantas veces ilustran los documentales siendo devoradas por todo lo que tenga colmillos.

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LOS PRIMEROS MINUTOS EN EL MOREMI

Llegamos a la entrada sur del Parque ya pasadas las siete de la mañana, y aunque supuestamente debería haber alguien comprobando los justificantes de pago (120 pulas/persona), el puesto estaba completamente vacío. Tan sólo había un cráneo de elefante y otro de hipopótamo decorando la puerta de acceso. Así que tras corroborar que no teníamos a quien dar nuestras reservas de entrada, comenzamos la marcha por esta reserva natural perteneciente al Delta del Okavango, del que toma aproximadamente 5000 kilómetros cuadrados.

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Estábamos concienciados de que si queríamos ver algún animal debíamos ser constantes y pacientes, sin olvidarnos de cumplir alguno de los preceptos de todo safari, como por ejemplo hacer el mínimo ruido posible y no conducir deprisa (en Moremi está prohibido ir a más de 40 km/h). Hay personas que pretenden encontrarse con algo yendo a a toda mecha dando gritos, y así lo que consiguen es alejar más aún a toda esa fauna que tiene al ser humano como su mayor enemigo.

Así que muy despacio fuimos a través de los caminos de arena, que en un principio no estaban en demasiado mal estado. Tan sólo algunos baches y algunos troncos de árboles que había que esquivar eran suficientes para pasar con los todoterrenos sin la mayor dificultad. Realmente es de marzo a octubre la mejor época para visitar tanto Moremi como el Chobe, ya que es la más seca del año. En otros meses la misión de cubrir estos Parques es más bien compleja debido a que las fuertes lluvias logran anegar los caminos dejándolos casi impracticables.

Los walkie talkies utilizados durante safari se erigieron como necesarios y prácticos al máximo. Cualquier persona de uno de los dos coches podía utilizarlos para avisar si veía animales cerca. De esa forma conseguíamos que hubiera dieciséis ojos, que lograran un campo de visión mucho mayor. La expectación era tan grande que todos íbamos concentradísimos removiendo con la mirada la izquierda, la derecha, el frente y detrás. Y no nos debíamos limitar únicamente al suelo, ya que en los árboles podía haber algo de interés más allá de los pájaros. Tan sólo había que tener en cuenta las clásicas imágenes de solitarios leopardos descansando en las ramas de los árboles.

Como ya era previsible los miembros que veríamos en mayor número fueron los impalas, tiernos y saltarines de P1080009orejas puntiagudas, lomo castaño, vientre blanquecino y cuernos (en el caso de los machos). El impala se encuentra ubicado en la base de la cadena alimenticia de la sabana africana, y probablemente sea la especie más amenazada por su entorno, motivo por el que tan sólo llega a dormir durante dos horas al día como máximo. Y es que nunca puede sentirse seguro, a pesar de los ingeniosos sistemas de seguridad P1080007que desarrolla al nacer. Como por ejemplo, es sabido que sus patas desprenden unas feromonas al saltar, cuyo olor sirve para avisar tanto a su manada como a otros animales próximos de la presencia de depredadores en la zona. A diferencia de las cebras y otros herbívoros, no pastan únicamente en explanadas sin vegetación donde poder escapar más fácilmente de leones, hienas y demás carnívoros, sino que suelen estar entre los árboles. Pero su velocidad, los sonidos que emiten para advertir a otros miembros de su especie y la longitud de sus saltos (pueden llegar a superar los 10 m.) les sirven en muchas ocasiones para evitar ser engullidas. Pero si no es el león será el leopardo, o si no el lince, el guepardo o los perros salvajes. Incluso suelen ser presas de la furia de los babuinos quienes en no pocas ocasiones los atacan destrozándoles a mordiscos. Resumiendo, el impala es casi casi la golosina de la que disfruta cualquiera.

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Las frases más escuchadas no sólo de aquel día, sino de todo el viaje fueron: «Thomsons a la derecha», «Thomsons a la izquierda», «Thomsons de frente» y es que fueran gacelas, springboks, impalas u otros antílopes de tamaño mediano, siempre los llamábamos de la misma manera. Hubo un punto en que ya ni aunque las viéramos lo comentáramos con los walkie talkies, a no ser que se nos hubiera cruzado alguno en mitad del camino. Instinto suicida, carne de carretera…

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Moremi sorprende por sus cambios repentinos en el paisaje ya que en un momento dado puedes estar cruzando un bosque cerrado en el que las ramas arañan la pintura del coche, y a los dos segundos encontrarte una llanura despoblada sin un solo árbol a la vista. Es quizás la riqueza y diversidad del entorno el que convierte al Parque en el favorito de muchos viajeros. Y por supuesto la presencia de innumerables charcas hace que sea más sencillo ver animales aproximándose a beber. Precisamente en una de las primeras, que no era demasiado grande, sobresalía la mitad del cuerpo oscuro de un hipopótamo que nos miró fíjamente cuando nos bajamos de los coches para tomarle fotos. Se le veía tan cómodo que aquella charca parecía su piscina privada. Mejor era no molestarle, por si acaso.

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THOMSON A LA IZQUIERDA, THOMSON A LA DERECHA, MÁS THOMSON DELANTE

La primera hora aproximadamente consistió en cubrir el tramo que habíamos hecho por la noche hasta que aquel Ranger con cara de Hulk Hogan nos echara a gritos. Y casualidad o no, el único todoterreno que vimos en toda la mañana fue el suyo, aunque «el bueno de Hulk» no pareció darse cuenta de que éramos nosotros, los locos e incautos de horas antes a quienes amenazó con la cárcel.

A pesar de ser temprano y no haber casi nadie siguiendo nuestro camino, algo que me sorprendió muy positivamente, la suerte comenzó a sernos esquiva y a no dejarnos ver gran cosa. Impalas, impalas…y más impalas. Nuestras «Thomson» eran legión a un lado u otro de aquella carretera de arena. Si algo nos quedó claro ese día fue que el que dijera que los leones pasaban hambre en Moremi estaba mintiendo como un bellaco. Había tantos y en grupos tan grandes que para cualquier felino no deben ser más que  «aperitivos con patas». Sólo les falta llevar un cartel colgado del cuello diciendo «Cómeme».

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Fue memorable el momento en que volvimos a cruzar el camino encharcado de por la noche. Esta vez con más luz la misión no requirió tanto esfuerzo ni tensión. Había confianza, aunque eso no evitó que el agua saltara hasta la luna del coche. La profundidad no era demasiada pero sí la longitud del camino anegado, que es donde está el problema para que las ruedas puedan quedarse atrancadas en el barro.

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Como no pasábamos de las Thomson, en al menos tres ocasiones nos detuvimos en las explanadas, donde era ya más complicado que los animales se escondieran. Pensamos que si éramos pacientes y esperábamos haciendo las necesarias batidas de reconocimiento con los prismáticos (llevábamos uno en cada coche) podíamos terminar viendo algo. Pero nada de nada, tan sólo había pastando otros antílopes de cuernos pequeños que no supimos identificar. Por lo menos el paisaje era bonito, aunque lo que esperábamos era alguna escena de caza o avistar alguna de las especies que aún no habíamos anotado en nuestra lista de objetivos, que a esas alturas eran bastantes.

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Lo que sí que no faltaba era una cantidad extraordinaria de aves de todos los tipos. Muchas de ellas eran de las que no volaban y que se limitaban a corretear por el suelo, siendo las más abundantes las «Pintadas comunes», para otros conocidas como «Gallinas de Guinea». Comedora de insectos y semillas que picotea en el suelo, es algo así como una gallina gorda con pocas plumas. Sé que la descripción no me ha quedado muy fina, pero realmente así me lo pareció. Y si a la mayoría de antílopes les llamábamos «Thomson», a las aves de suelo, fueran Pintadas o cualquier otras, las denominábamos con el extraño nombre de «Cocoas». No es necesario buscarle sentido a nuestras denominaciones porque ni yo mismo se lo encuentro.

Pero si hay un ave representativo en África austral, que terminó imponiéndose como nuestro favorito indiscutible, ese es el Toco, familia directa de los tucanes americanos, caracterizados igualmente por sus grandes y curvados picos. Vimos la variante de pico amarillo (Tockus flavirostris) y la de pico rojo (Tockus erythrorhynchus), aunque quizás los primeros fueron los más numerosos. Y para no variar en nuestro afán de renombrar las especies africanas, cuando nos referíamos al toco lo hacíamos utilizando el nombre de Zazú. Así se llama el Pájaro de la película del Rey León que ejerce de Mayordomo real y de quien el pequeño Simba hace constantemente caso omiso («No quiero escuchar a un pajarraco tan vulgar»… ).  Sea como fuere, la versión africana de los tucanes forma parte inequívoca del entorno natural y nos quedó muy claro después de verles posarse en espinosos árboles o simplemente buscando insectos en el suelo.

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AHORA SÍ QUE VIENE UNA BUENA RACHA

Tuvo que ser una pareja de cebras las que rompieran el silencio de los walkie-talkies. Las dos estaban situadas a nuestra derecha comiendo de unos matorrales y acompañadas por un inocente grupo de impalas. A una de ellas no le hizo demasiada gracia que nos detuviésemos a tan poca distancia como estábamos, por lo que se marchó lentamente detrás de unos árboles donde ya la perdimos de vista. La otra en cambio pareció no inmutarse y siguió a lo suyo.

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Hubo un momento en que dejó de comer y se posicionó junto a un árbol caído (probablemente por culpa de algún elefante) para mirarnos muy fijamente, desplegando erguida toda su elegancia que la convierte casi en un animal P1080031mitológico. Se dice que los caballos perdieron las rayas en su evolución y que tan sólo las cebras, también pertenecientes a la familia de los équidos, las conservaron. Pero realmente aún no se ha dado en el clavo para conocer las razones de dichas rayas. Multitud de teorías circulan entre los biólogos, algunas de las cuales les otorgan a éstas funciones importantísimas incluso para la supervivencia de las propias cebras. Unos dicen que les sirve de camuflaje, teniendo en cuenta el daltonismo que padecen los leones y más especies de felinos, otros que con ellas confunden a la mosca tsé-tsé (transmisora de la enfermedad del sueño) para que no les pique e incluso hay quien ha comprobado la existencia de grasa bajo las mismas que regulan la temperatura de los individuos. Y ahora aquí viene una pregunta curiosa con la que liar aún más la cosa y le déis un poco a la cabeza: ¿Las cebras son blancas con rayas negras ó más bien son negras con rayas blancas? La solución se encuentra en este mismo capítulo.

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Proseguimos la marcha pero no hizo falta esperar ni dos minutos para fijarnos en que nuevamente a la derecha teníamos un solitario elefante rondando junto a un árbol. Tras los arbustos parecía que hubiera alguno más, pero tan sólo podíamos escuchar sus gruesas pisadas en la hierba. Nos bajamos todos del coche para echarle unas fotos, aunque dejamos las puertas abiertas por si había que salir corriendo. Aún así no daba la impresión de que nuestra presencia le inquietara porque no se molestó ni siquiera en mirarnos.

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Pero la gran manada del día aún estaba por llegar. Y fue cuando decidimos ir off-road,  es decir, saliéndonos del camino permitido, para aproximarnos a un lugar en el que estaban pasando probablemente más de veinte ejemplares. No se detenían para nada, iban unos detrás de los otros, e incluso llevaban consigo algunas crías. El crujir de los troncos y las ramas justificaba su fama de Bulldozers vivientes, ya que cuando los elefantes surcan un bosque, arrasan todo el área por el que pasan debido a que su gran tamaño y su fuerza provocan la caída de numerosos árboles. Esa es la razón por la que se pretende tener controladas las poblaciones de elefantes, ya que si se rompe el equilibrio con un baby-boom, la supervivencia de los bosques corre grave peligro. Cuando esto ocurre se trata de trasladar a un número determinado de ejemplares de unos Parques a otros donde escaseen más.

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Mientras nosotros estábamos embobados disfrutando del paso de los elefantes, un correoso jabalí se aproximó a beber a una charca aledaña. En realidad si queremos ser rigurosos diríamos que no se trataba exactamente de un jabalí, sino de un facóquero (también llamado facocero), que es en el pariente africano de éste, pero que se le cuenta como una especie y género diferente. Ambos pertenecen a la familia de los Suidae, pero mientras que el europeo proviene del género Sus, el africano pertenece al género Phacochoerus. 

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Pumbita por ti.Al facóquero se le conoce también como «Jabalí verrugoso» por contar con verrugas en la cara distribuidas a pares, y es característico su crin que parece al de un caballo. Otro simpático personaje de la película El Rey León es Pumba (amigo de Timón, el suricato), muy bien llevado a la animación por los profesionales de Disney, que supieron representar a la perfección los movimientos de este animal con fama de ser agresivo, pero muy presente a lo largo y ancho de la geografía subsahariana. Y es que aquel de la charca fue el primero que vimos, pero no tardaron en aparecer otros muchos correteando con esas patitas tan delgadas y esa cara tan peculiar. Desde ese momento hasta el final, para referirnos a los facóqueros diríamos «Pumbas» o «Pumbitas». La verdad que habría muchísimas ocasiones para hacerlo, sobre todo cuando les daba por situarse peligrosamente en los arcenes de las carreteras amagando cruzar de un momento a otro.

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Sin duda aquel rato fue el más prolífico en lo que animales se refiere. A través de las ventanillas de ambos Land Rover pudimos comprobar cómo aquellos paisajes iban rellendándose con multitud de especies herbívoras que comían plácidamente sin que se atisbara el miedo a probables ataques de los depredadores. Verdaderas legiones de impalas, una gran manada de cebras en una explanada e incluso un ñu cabreado que amenazaba con embestir a otros antílopes que le estaban molestando.

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Todos esperábamos que los carnívoros salieran de caza y desplegaran sus técnicas de ataque, pero aquel día parecía P1080021que se habían escondido muy bien. Los leones, como suele ser normal durante el día, debían estar durmiendo tranquilamente mientras esperaban que llegara la noche y las hembras les llevaran prácticamente la comida a la boca. Aún así todo era cuestión de esperar a que eso llegara y continuar disfrutando como lo estábamos haciendo, sin perder detalle de todo lo que se nos presentaba en la que probablemente sea la reserva natural más bella de Botswana. Y además estábamos teniendo la oportunidad de sentirnos allí en absoluta soledad, ya que fueron prácticamente inexistentes los momentos en que nos cruzábamos con otros viajeros. No sé por qué, pero yo me imaginaba que habría coches de distintas agencias de safari señalando todo bicho viviente. Pero por fortuna, Botswana aún no cuenta con un mercado turístico como el que pueda tener Sudáfrica o incluso Kenia. Quizás aún guarde un halo un tanto elitista y exclusivo que las otras no tienen.

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Fue un grupo de cuatro jirafas las que compusieron una de las escenas panorámicas más entrañables de la mañana. En ese momento no estaban comiendo parte de los 65 kilos de hojas que se dice que pueden llegar a engullir cada día, aunque sí se les veía masticar, probablemente como parte de la regurgitación clásica de los rumiantes. Sus cuellos desproporcionados parecían tirar del resto del cuerpo para caminar, aunque muy al contrario de lo que puedan delatar sus pequeñas patas (sobre todo las traseras), son animales tremendamente veloces, capaces de alcanzar los 60 kilómetros por hora.

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Entre todas ellas había una que despertó nuestra curiosidad, y es que la susodicha jirafa tenía un cuello delgadísimo al que parecía que hubieran dado vueltas para torcerlo y perder su total rectitud. Realmente su aspecto era sumamente original, aunque desconozco si es un caso normal entre los miembros de una especie ya de por sí morfológicamente extraña. Y es que un animal que mida cinco metros, con un cuello semejante (cerca de 2 m.), con una lengua de hasta 50 cm con la que pueden limpiarse incluso las orejas, que puedan digerir espinos duros, que su sistema digestivo sea similar al de una vaca y que además tenga agilidad, es cuanto menos impactante. Con razón nos caían tan bien…

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ATRAPADOS EN LA ARENA

Había dos formas de llegar al área del Third Bridge, una directa y otra dando un rodeo por la Mboma Island, una zona donde al parecer el camino te presenta otra forma de conocer el parque y quizás ver más cantidad de animales y aves. Mirando el mapa de Moremi ir a Mboma suponía hacer un pequeño bucle y dado que aún no era muy tarde podíamos permitírnoslo. Pensamos que quizás saliéndonos de la vía principal podíamos tener suerte, valiendo la pena el esfuerzo. Estábamos todos de acuerdo y así procedimos, abandonando el camino que llevábamos siguiendo desde el principio para tomar otro más estrecho pero en principio bien asentado. Digo en principio…

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Porque nada más tomar la primera curva cometimos uno de esos errores infantiles que solamente pueden comprenderse cuando no se está muy acostumbrado a circular en este tipo de terrenos. Resultó que el suelo relativamente firme se convirtió en un sendero con demasiada arena, apto únicamente para todoterrenos preparados. El coche que iba primero realizó bien todos los pasos, consistentes en ir a una velocidad media, siempre alto de revoluciones y dando pequeños giros de volante que evitaran ir rectos del todo. En cambio el de detrás tomó el camino a una velocidad inferior a la que debía, y la gran cantidad de arena que había logró ralentizarlo hasta detenerlo directamente. Un par de acelerones para tratar de salir airosos fue el fallo definitivo para encallar el vehículo y dejar los neumáticos bien hundidos. Hasta ahí la cosa no pasaba de ser un despiste normal ya que la solución parecía sencilla cuando disponíamos de cables metálicos para que el coche de delante lo remolcara.

Pero hubo otro error que no esperábamos y que supuso que el despiste normal se tornara a serio contratiempo. Y es que el coche que iba primero y que había hecho todo bien, cuando vio que el Land Rover que tenía detrás no se podía mover de donde estaba se detuvo incomprensiblemente para mirar qué pasaba y preguntar con los walkies si éste se había quedado en la arena. La respuesta fue clara y contundente: «Sí, nos hemos quedado en la arena, pero tú también te acabas de quedar». Y es que no se debe pisar al freno y detenerse en esa clase de terrenos. Igualmente fraguó todas las posibilidades de salvación cuando aceleró fuertemente con el único resultado de hundirlo más todavía. 

Resumo la situación: En medio del Moremi, una de las reservas más importantes del Sur de África, fuera del camino principal, los dos vehículos nos habíamos quedado literalmente atrapados en la arena. Por donde estábamos no pasaba ni un coche que nos pudiera ayudar ni disponíamos de cobertura móvil para tratar de ponernos en contacto con alguien de un camping cercano y advertir que estábamos tirados. Sólo dependíamos de lo que nosotros pudiéramos hacer, por lo que no tardamos mucho tiempo en ponernos manos a la obra. Había que sacar los coches de allí como fuera.

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Y si algo sobraba precisamente era determinación, ese poder innato de estar concienciado para lograr las metas y solventar los problemas. De nada valía lamentarse ni echarse las culpas. Lo único que necesitábamos era poner un poco de nuestra parte y lo que digo siempre…paciencia. La íbamos a necesitar porque no era una tarea sencilla. Había que «desenterrar» de una forma u otra las ruedas que se habían quedado hundidas, algo que hubiésemos hecho muy rápidamente con una pala. Pero sin pala sólo teníamos nuestras manos y por mucho que retiráramos arena, seguía habiendo demasiada. Todos los esfuerzos estuvieron encaminados en un primer lugar a sacar al coche dorado (el de detrás que se quedó primero). Si lo conseguíamos, podríamos utilizarlo como remolque y tirar con los cables de acero para levantar al otro, el negro.

No bastaba además con quitar arena porque cuando aceleráramos con uno de los vehículos volvería a hacer lo propio, es decir, hundirse más todavía. Era necesario colocar unas bases sobre las que se apoyaran las ruedas y así poder tomar velocidad. Y dichas bases fueron troncos, ramas y todo lo que pudiera provocar que los primeros movimientos del neumático no fueran unicamente en la arena.
Estuvimos largo rato intentándolo sacar pero no bastaba lo que hacíamos ni cuando arrancábamos hacia delante o dábamos la marcha atrás. Era desesperante ver que todo el trabajo de desenterramiento se iba al garete en dos segundos.

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Lo mismo hicimos con el otro, el negro, y nada de nada. Sólo conseguíamos que el tiempo corriera en nuestra contra y que cundiera más el desánimo y el cansancio. Yo, al igual que la mayoría, estaba convencido de que íbamos a lograr salir de allí, pero no sin derramar sangre, sudor y lágrimas. En uno de los momentos de mayor desesperación surgió la «inocente» idea de ir hasta el camino principal donde habíamos tomado el desvío, y parar a algún vehículo que por allí pasara para que nos echara un cable, o mejor dicho, los cables, y nos remolcara. Pero ese plan tenía algunas fisuras importantes como que aquel desvío se encontraba a medio kilómetro y que no estábamos en el parque de al lado de mi casa. Por muy tranquilos y confiados que estuviéramos nos encontrábamos en un lugar en el que habitan depredadores como el león, el leopardo, la hiena, el guepardo, el licaón, los perros salvajes u otros amigos herbívoros pero poco amigables como el elefante. Caminar por allí como el que da un paseo es un riesgo muy grande porque aunque en ocasiones parezca que eso está vacío y que no hay nadie, la suerte puede volverse en tu contra transformándose en las afiladas fauces de cualquier carnívoro que esté mínimamente hambriento.

Sí, era un riesgo, pero lo hicimos. Bernon y yo anduvimos hasta un punto en que veríamos si llegaba un coche, dejando atrás a nuestros amigos. No parecía que hubiera nada ni escuchamos nada alrededor pero reconozco que me sentí tan vulnerable como si hubiesen soltado dos ratoncitos en la jaula de una pitón. Por mucha tranquilidad que percibiéramos estábamos en realidad expuestos a cualquier disgusto. Los nervios se me agarraron a la tripa y no hacía más que pensar en que si allí aparecía un león, aunque estuviera cojo de las cuatro patas, lo llevábamos claro (o mejor dicho, oscuro). Y además no pasaba un solo coche a kilómetros. Tan sólo escuchábamos el motor de alguna avioneta que como nosotros el día anterior estaría divisando el Okavango desde el aire. Así que no hubo más remedio que volver con el resto y echar una mano en lo que pudiéramos.

Levantar los coches utilizando un gato como cuando se cambia una rueda fue una idea que al final resultaría definitiva. Sólo de esa forma podríamos quitar una gran cantidad de arena que ya estaba pegada a la base de cada vehículo y que no les permitía moverse. Más que tener hundidas las ruedas, estaban encallados como uno de esos barcos que se quedan atrapados de por vida en una playa. Entonces nos fuimos al dorado y le estuvimos dando dale que te pego desde el suelo mientras que otro lo iba elevando con el gato hasta el máximo posible. Con tanta tierra incluso darle a la manivela del gato era un suplicio, pero lentamente se iba consiguiendo nuestro propósito.

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Sin arena y con multitud de ramas incrustadas como si fuesen rampas probamos a sacar el coche. Acelerón con fuerza y…. nada de nada. Otra vez teníamos que repetir el mismo procedimiento (levantamiento, limpieza y colocación de bases) pero en lugar de acelerar y tirar de frente lo haríamos marcha atrás. El recorrido no era tan P1080118grande y teníamos una zona dura junto a unos matojos a apenas medio metro. El tiempo seguía pasando pero esta ocasión tenía que ser la buena. Una, dos y…. fuera!! Se había conseguido desatrancar el coche dorado, el cual se colocó a un lado del camino para poner los cables y poder remolcar al negro, que era el que en peores condiciones estaba. Lo más difícil estaba hecho aunque no se le sacaría así al tran tran. Había que retirar igualmente la arena y colocar los apoyos correctamente. Procedimos entonces a realizar la tarea de remoque. El coche dorado listo para acelerar (Chema al volante) y tres o cuatro personas empujando al negro por detrás (Juanra al volante). Nada podía fallar pero… lo hizo. O al menos eso parecía. Nuestras caras eran un poema pero el bueno de Juanra se dio cuenta de que no estaba la marcha puesta y, por tanto, así era imposible acelerar y hacer fuerza. Así que se volvió a intentar de nuevo y esta vez sí que se logró terminar de una vez por todas un suplicio que había durado prácticamente tres horas.

 

Nunca es plato de buen gusto quedarse atrapado en la arena, pero de los errores también se aprende. Solamente equivocándose uno se da cuenta de qué cosas se hacen mal y qué es lo que se necesita para enfrentarse al problema y evitar que vuelvan a suceder. Se había perdido tiempo físico pero se había ganado seguridad para otros tramos complicados y para tener la absoluta seguridad de que con tesón y constancia se podía salir adelante. Ni que decir tiene que abandonamos la idea de dar el rodeo por la Mboma Island y que iríamos directamente hacia el Third Bridge. No podíamos retrasarnos más si queríamos salir del Moremi antes de que cerrara y que la versión ranger de Hulk Hogan no nos agarrara del pescuezo. Aún contábamos con suficientes horas para seguir recorriendo el Parque con cierta calma, pero no podíamos permitirnos más contratiempos.

¿POR QUÉ HUYEN TODAS ESAS JIRAFAS?

El área del Third Bridge es uno de los pocos donde existe el alojamiento tipo camping, que contrasta con los lodges de a mil dólares la noche. Está en la mitad del parque, a una distancia casi idéntica tanto de la Puerta Sur como de la Norte. Para nosotros fue el único signo evidente de vida humana en varias horas, aunque no sería por las personas que veríamos sino por las instalaciones del camping. Para nosotros carecía de interés alguno detenernos allí por lo que continuamos hacia delante.

El nombre de Third Bridge hace referencia, como es obvio, al tercer puente de madera que te surge por el camino, y que salva el paso por un río. Es un puente tradicional de troncos donde hay que pasar el coche muy despacio y que da la impresión de venirse abajo de un momento a otro. Y el cartel advirtiendo que hay que TENER CUIDADO CON LOS COCODRILOS te hace no tomártelo a broma, no vaya a ser que te acabes dando un chapuzón en compañía.

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Apenas 100 o 150 metros después de haber pasado el tercer puente presenciamos la escena más impactante y esperada del día, otro de esos momentos que se quedan congelados en la retina para siempre. A nuestra izquierda había varias jirafas comiendo ramas espinosas de árboles altos, asequibles únicamente a esa clase de herbívoros. Hasta ahí todo normal, ya que no era la primera vez que teníamos la suerte de ver a estos simpáticos cuellilargos. Y es que de repente, sin que entendiéramos el porqué, las jirafas echaron a correr muy velozmente, cruzando incluso el camino que estábamos siguiendo y provocando que nos detuviéramos totalmente. Era una actitud extraña, propia de quien huye o tiene miedo de algo. Y nosotros no habíamos hecho ningún ruido ni parecía que fuéramos los responsables de esta extraña conducta ya que si se hubiesen sentido incómodos, no hubieran ido de izquierda a derecha pasando a tan pocos metros del coche. Es más, se habrían alejado sin ningún problema, sobre todo por su rapidez de carrera.

Pero, ¿y por qué huyen todas esas jirafas? nos preguntábamos los integrantes de los dos Land Rover. La respuesta no se hizo esperar cuando apareció una leona de los matorrales donde segundos antes las jirafas estaban comiendo ajenas a cualquier otro asunto. Nos quedamos absolutamente petrificados, bajo unos segundos de silencio en que únicamente existió la escultural leona, que llenaba de presencia aquel lugar. Al parecer no estaba sola, pero a los demás no conseguimos verlos ya los arbustos les tapaban por completo. Muy probablemente nos encontrábamos en el infructuoso desenlace de una cacería. Y es que los leones, a pesar de la dificultad de matar a una jirafa, no se retraen para nada en intentarlo. Ellas son muy rápidas, suelen ir siempre en grupo y las coces pueden ser definitivas para quitarles la idea de la cabeza a los depredadores. Pero en ocasiones cuando se juntan amplias manadas de leones, pueden llegar a «hacerse» con una pieza muy codiciada para ellos porque supone como mínimo una tonelada de comida con la que poder darse un festín todos juntos.

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La leona se quedó parada durante unos segundos sin perder la calma. Las líneas de su rostro sereno no reflejaban el posible fracaso de aquella estudiada estrategia. Era sabedora de que sus pretensiones no eran para nada sencillas, pero que aún iba a tener más ocasiones durante el día. Su esbelto, musculado y fibroso cuerpo, de unos 150 kilos de peso aproximadamente, delataba la fortaleza de una hembra nacida para la caza. Y es que en esta especie son ellas las que traen la comida a casa. Los machos tan sólo se dedican a dormir bajo los árboles durante muchas horas mientras que esperan que la cacería haya tenido éxito. En algunas ocasiones, cuando se requiere de todo el regimiento, ellos también participan, pero normalmente este felino de hábitos nocturnos suele depender del buen hacer de las hembras.

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A pesar de que los leones sean relativamente rápidos (50-60 km/h) no lo son tanto en larga distancia, por lo que siempre procuran estar lo más cerca posible de sus presas para llevar a cabo sus ataques. Les gusta ir prácticamente reptando de forma silenciosa, aproximándose lentamente a sus posibles objetivos hasta tenerlos a no más de 30 metros. Es muy normal que sus técnicas no les funcionen bien siempre, pero cuando van sobre todo a por manadas, cuentan con que las crías, los ancianos o los animales enfermos no tengan tanta capacidad de reacción y de escape, para terminar formando parte de su dieta. En este caso suelen enganchar siempre a sus piezas por detrás para así poderlas tirar al suelo y ya sólo esperar a que sus colmillos de 8 centímetros se claven en una garganta que tardará pocos segundos en desangrarse. Es entonces cuando el león se vuelve a alzar en el escalafón más alto de la cadena alimenticia para imponer su Ley. Por algo le llaman el Rey de la Selva.

P1080129Cuando se realiza un safari son cosas como estas las que uno está deseando encontrarse. Formar por una vez parte de un documental donde la cámara la llevas tú y las escenas se desarrollan a tu alrededor. Cada minuto es una película nueva y siempre vives en la incertidumbre de qué es lo que va a suceder ante tus ojos. Realmente se han puesto muy de moda los safaris organizados a Kenia, Tanzania, Sudáfrica o incluso Botswana, con gente experta que sabe dónde llevarte y quienes te sabrán sacar todo el jugo posible del entorno. Pero cuando uno lo hace por su cuenta y depende únicamente de la suerte, de saber esperar, la recompensa es sumamente gratificante. Descubir por nosotros mismos una manada de elefantes, unas jirafas correosas, un grupo de cebras o la rígida mirada de una leona buscando algo que comer era un regalo, una satisfacción incomparable. 

Segundo Big Five… Ya faltaban los otros tres.

LA PISCINA DE LOS HIPOPÓTAMOS

Aprovechamos para comer algo de embutido sentados a las puertas del Aeódromo de Xakanaxa, donde llegan por avioneta los clientes de los lodges super exclusivos que tan sólo se pueden permitir unos pocos. No había allí gran cosa, una pista pequeñísima, que bien parecía un tramo de 300 metros de carretera y una minúscula oficina con grandes y limpios cuartos de baño. Así que nuestro merecido descanso y almuerzo fue sentados en un bordillo, abriendo pan de molde, la chopetina que nunca faltaba y un poco de queso cheddar con el que aderezar tan «suculento plato».

Allí nos dimos cuenta de que teníamos tiempo suficiente para salir del Parque pero que tampoco nos podíamos permitir demasiadas florituras. Según los mapas desde aquel Aeródromo hasta la Kwai North Gate, la puerta norte, había aproximadamente 42 kilómetros, por lo que si los caminos no eran del todo malos, podíamos hacerlos tranquilamente. Lo del lugar donde dormir era nuevamente una quimera imposible de conocer a esas horas. Teníamos permisos de entrada al Chobe para los próximos dos días y no había ninguna duda de que teníamos que tratar de estar próximos al acceso sur para aprovecharlos bien.

Así que nos largamos rápidamente de allí para continuar la marcha. Fueron muchos tramos del recorrido los que contaban con grandes capas de arena donde ni por asomo se nos ocurrió detener los todoterrenos a no ser que hubiera una zona más dura y adecuada para hacerlo. En el caso en que el camino viniera malo el primer coche avisaría a través de los walkie talkies que acelerara la marcha porque venía mucha arena. El problema mayor era cuando un trailer 4×4 de esos donde van los turistas se cruzaba en el camino, situaciones en las cuales nos teníamos que echar de forma radical hacia un inclinado lateral para evitar pararnos y quedarnos de nuevo atrancados. Creíamos que el cupo del día lo habíamos superado ya y que no debía sucedernos de nuevo.

Al rato de estar conduciendo nos fijamos en que a nuestra izquierda había una enorme laguna donde sobresalían siete u ocho grandes corpachones de color negro. Aparcamos a varios metros de la orilla y salimos del coche para observar con nuestros prismáticos lo que parecía a todas luces una gran piscina de hipopótamos. Los había de pie caminando, otros tomando el sol y al menos dos sumergidos en el agua (madre y cría). De vez en en cuando resonaba el eco de sus estruendosos bramidos (pincha aquí para escuchar cómo suena un hipopótamo) que ya nos resultaban inconfundibles. El hipopótamo grande y el pequeño nadaban rápidamente (o mejor dicho, caminaban sobre el agua) y de vez en cuando nos dirigían una de esas miradas que no sabes a qué atenerte. Aún así la distancia con ellos era más que prudencial, aunque nunca se sabía si podía salir uno repentinamente. Ya habíamos visto con qué rapidez son capaces de mover sus gruesos cuerpos.

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Estuvimos fuera haciendo fotos muy tranquilamente, como si nos hubiésemos olvidado de que podía haber leones cerca. En ocasiones era como si pensáramos inconscientemente que nos encontrábamos en un zoológico o en un parque de paseo. Y si hay algo que no se debe hacer nunca es confiarse porque un animal salvaje es igual de peligroso el primer día que el quinto. Que ni la leona nos hiciera recapacitar suponía irremediablemente que no teníamos remedio y que nos estábamos convirtiendo en presas fáciles. Yo si hubiese sido el depredador no habría dejado de seguir a nuestros coches ni un solo momento. Pues menudo festín es la carne tierna española  muy poco hecha.

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Precisamente, unos kilómetros más adelante, nos cruzamos con un todoterreno de turistas que estaban parados mirando pacientemente con sus prismáticos. Nos pusimos a su lado y preguntamos qué era lo que estaban viendo. La respuesta fue que al fondo, bajo los árboles pero casi tapados por los altos hierbajos, había una manada de leones durmiendo. Debían ser machos por lo que decían, pero a nuestra altura no éramos capaces de distinguir más que unas siluetas inmóviles de color castaño claro, que debían ser nuestros amigos los Reyes de la Selva echando una cabezadita. Lástima que ninguno se levantara y no pudiéramos ver de cerca los melenudos rostros del que para mí es y será siempre mi animal favorito. ¿Será quizás porque mi signo del zodiaco es Leo con ascendente en Leo? Un doble Leo no puede tener dudas ante su icono.

¿CÓMO QUE NOS HEMOS EQUIVOCADO DE CAMINO?

Esa pregunta es la que todos nos hicimos cuando Bernon, después de hablar con el conductor del coche de turistas que estaban viendo a lo leones, nos confirmó que habíamos tomado mal un desvío muy al principio de salir. En vez de dirigirnos a la Puerta Norte estábamos más que cerca de la Puerta Sur. Sí, la Sur, donde habíamos comenzado por la mañana. Al parecer había un camino en diagonal que habíamos debido tomar sin querer e irremediablemente estábamos a nada de llegar nuevamente a la casilla de salida.

Era un contratiempo pero nada insalvable, porque de la Puerta Sur sale un camino recto que va por las lindes del Parque y que tiene aproximadamente treinta kilómetros hasta la Norte. Eran las seis de la tarde y teníamos poco tiempo para hacerlo y, sobre todo, para que se hiciera de noche. Y ya sabíamos que la oscuridad en esta zona no era precisamente un factor a favor para buscar alojamiento y no perderse en el intento.

Es por ello que le metimos mucha tralla a los Land Rover para hacer esa parte lo más deprisa posible y que no nos volviera a ver Hulk Hogan ir conduciendo a deshora en sus dominios. Treinta kilómetros podían ser muy cortos o muy largos, en función de cómo estuviese la carretera. Y no sé en otras ocasiones, pero aquel día era asequible para cualquier vehículo, a pesar de los baches. Era pan comido para ambos todoterrenos y lo aprovechamos para acelerar la marcha y dar unos cuantos saltitos a ritmo de Cranberries. Aquel fue el «Momento Rally» del día y verdaderamente lo disfrutamos a lo grande.

 

LLEGAMOS JUSTOS PARA PRESENCIAR EL ATARDECER EN EL RÍO KHWAI

Cuando estábamos cerca de salir del Moremi nos fijamos en que teníamos tras los arbustos a un elefante que no dudó P1080157en cruzar lentamente la carretera, advertencia viviente de que había que tener mucho cuidado con las velocidades, ya que no sería él quien precisamente nos cediera el paso. Con elefante o sin elefante terminamos llegando a la Puerta Norte apenas uno minutos antes de las 18:30, y por tanto, de que se impusiera la prohibición de circular en su interior hasta las 6:00 de la mañana del día siguiente. Los guardas de seguridad de la Khwai Gate nos tomaron nota de las matrículas para ver que se ajustaran al permiso que llevábamos. Aprovechamos a preguntarles dónde había un lugar cercano para dormir, ya que iba a resultar casi imposible acercarse al Chobe. Nos dijeron que a menos de quince kilómetros estaba abierto el Khwai Community Camp, y que sería el lugar idóneo donde pasar la noche. Mientras tanto un pequeño mono saltaba de un árbol al otro para no perder vista de lo que estaba comenzando a surgir en el horizonte, otro soberbio atardecer.

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Sobre las aguas del río, fue diciendo adiós un Sol magnífico cuyo último regalo consistió en teñir el cielo de color rosa. Desde un viejo puente de madera no éramos los únicos que habíamos aprovechado ese hermoso momento para bajarnos a disfrutar del show. La luz se iba apagando poco a poco pero la vida resplandecía ante el frenesí de una Naturaleza a la que le gusta que se haga de noche para desplegar toda su magia. Mientras el ser humano duerme, los animales corren, comen, cazan, son cazados, juegan, sobreviven…

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Compartimos aquel atardecer con una pareja de españoles de Barcelona, con los que intercambiamos una gran cantidad de información, de experiencias y de consejos. Aunque en este último apartado ellos nos llevaban una gran ventaja porque el chico había estado un año antes. Anotamos algunas de sus recomendaciones, que de seguro podían servirnos para los días venideros. Por ejemplo confirmó lo que habíamos leído en guías y en foros, las Cataratas Victoria se ven mejor desde el lado Zimbauense que del de Zambia, algo que si las cosas iban bien haríamos en tres días.

NOS QUEDAMOS EN EL AGUA, ¿QUIÉN DA MÁS?

Pasado el Puente y la pequeñísima aldea de Khwai, cuando dábamos por hecho que todas las dificultades de ese día se habían quedado atrás en aquel atranque en la arena de Moremi, llegaron nuevos aconteceres a los ocho chavales. Las amenazantes charcas y corrientes improvisadas de los que nos habían hablado los polacos que conocimos en Maun se hacían realidad en una hondonada totalmente cubierta de agua. Si queríamos avanzar debíamos pasarla como fuera. A diferencia del camino anegado de la noche anterior, esto era suficientemente profundo como para superar con creces el metro de altura. No sabíamos si íbamos a ser capaces de cruzar y si los coches lo iban a soportar. Pero esta vez contábamos con una baza distinta. Dejaríamos que el primero (el Land Rover negro) lo intentara y si no lo lograba, aun teníamos nuestra oportunidad para ayudarles con el que íbamos nosotros (el Land Rover dorado).

El negro comenzó muy bien y llegó a tener las puertas cubiertas de agua. Iba quizás demasiado deprisa pero parecía que lo terminaría superando. Pero cuando ya estaba a punto de sobrepasar el último tramo de aquella charca se detuvo repentinamente. Las noticias escuchadas por los walkie talkies no eran las más halagüeñas. «Chicos, ha debido entrar agua al motor y es imposible movernos de aquí» dijo Alberto, uno de los portavoces que más uso le dieron a los walkies. El coche se había quedado totalmente varado en el agua, aunque no en una zona profunda sino al final donde podía haber no más de 30 ó40 centímetros. Lo malo es que no estaba atrapado por haberse quedado encajado en el barro, sino que el motor se había parado y no arrancaba de ninguna de las maneras.

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Esta era buena, ¿qué debíamos hacer? Teníamos la opción de esperar a que alguien se detuviera y les sacara de allí o de ser nosotros quienes intentáramos llegar al otro lado y remolcarles. Afortunadamente apareció un gran todoterreno manejado por ingleses que conocían perfectamente la zona y que nos dijeron que si lo hacíamos muy lentamente no tenía por qué ocurrirle nada al coche. Y que si no éramos capaces les esperáramos porque llegarían al cabo de un rato a volver a pasar por allí. Eso era jugárnosla bien jugada, pero era nuestra alternativa. Todo era cuestión de hacerlo correctamente.

Así que allá fuimos, tensionados a más no poder y únicamente pensando en que la meta era estar al cabo de unos segundos en el otro lado echando una mano a nuestros amigos. No podíamos pemitirnos quedarnos atrapados los dos nuevamente, aunque contábamos con la confianza de que aún a esas horas había algo de movimiento por allí de los últimos vehículos que estaban abandonando el Moremi.
Seguimos pues las recomendaciones que nos habían dado los ingleses y marchamos lentamente pero yendo firmes hacia adentro. Enfrente nuestro provocamos una ola delantera que nos fue siguiendo casi hasta el final. A través de las ventanillas laterales observábamos cómo el agua las estaba prácticamente inundando. El coche fue respondiendo y finalmente lo logramos. Siguiendo los consejos de los expertos habíamos logrado pasar al otro lado. Otro momento de alegría en que te secas el sudor de la frente y dices «Por muy poco«.

 

El problema ahora estaba en que no era el remolque la solución para el coche negro. Simplemente no arrancaba. El agua había debido calar el motor. Y eso en determinadas circunstancias podía ser definitivo. Por lo que antes de hacer nada abrimos el capó y esperamos a que éste se secara para seguir intentándolo. Unos lugareños que cruzaron descalzos por la charca se aproximaron a nosotros para interesarse en lo que había sucedido. Eran rastafaris en plena selva de Botswana, algo así como las versiones africanas de Bob Marley. Nos ofrecieron marihuana para tener una noche más happy, pero se llevaron un no por respuesta porque era lo menos que necesitábamos en ese momento. Estuvimos un rato charlando con ellos y cuando se marcharon nos dijeron que tuviésemos cuidado porque había hipopótamos muy cerca. Si su intención era meter más presión, bien que lo lograron.

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Tuvimos que hacer varias intentonas para que el motor terminara reaccionado y poder salir nuevamente del atolladero en que nos habíamos metido. El peligro siempre está en mojar ciertos puntos vitales del vehículo, que pueden provocar que este no reaccione. Pero esta vez la respuesta de la suerte estuvo firmada por un Sí. Acabábamos de pasar otra prueba de un viaje que parecía un examen constante.

PERDIDOS A LA LUZ DE LA LUNA O EL MOMENTO JIRAFA

Sin más luz que la de la luna y la que proporcionaban nuestros faros nos fuimos a buscar el camping que nos habían recomendado en la puerta norte del Moremi. Pero aquella búsqueda tuvo dificultades que ni la del Santo Grial o el Arca de la Alianza. Para estar tan cerca tuvimos que vadear ríos, entrar en senderos llenos de baches, dar vueltas y más vueltas, sin obtener premio alguno.

Una vez se sale de Khwai los carteles indicativos pasan a mejor vida y los vehículos deben guiarse por su instinto, la posición de las estrellas o incluso la brújula de los Boy Scouts. Aún con esos medios encontrar el Community Campsite se convierte en una quimera, o más bien, en cuestión de suerte.

Gira a la izquierda, de frente, a la derecha, corre y atraviesa por el medio que te has pasado la salida… eran las frases más escuchadas en aquel Rally nocturno sin fin. Hubo un momento en que tuvimos que frenar absolutamente el vehículo porque una jirafa que corría se paró en todo el medio. Aquel instante con el animal detenido en mitad de la noche, con la luna llena y las estrellas como único escenario nos dejó a todos con la boca abierta, haciéndonos asumir de golpe que todo lo que estábamos viviendo era realmente único. Fue como recapacitar y decir, «esto no puede ser, no puedo estar en África perdido en la noche y teniendo que parar porque a una jirafa se le ha antojado pasar ahora por nuestro camino». Aún cuesta asimilar todo aquello como una experiencia real.

Llegamos casi a las dos horas de búsqueda, y en ocasiones de desesperación, teniendo incluso que recurrir a un Lodge que costaba 600€ la noche para que su encargado nos indicara cómo llegar al Camping. Pero sus instrucciones liaron aún más la madeja haciendo que lo que parecía simple se convirtiera en Misión Imposible. Por mucho que lo intentáramos, estábamos perdidos, y si no hubiera sido porque nos encontramos a un vehículo de safari con turistas, todavía andaríamos dando vueltas. El conductor de aquel todoterreno nos dijo que fuésemos detrás de él, que iba directo hacia el dichoso camping (lo de dichoso lo digo de forma literal).

Parecíamos salvados cuando por fín llegamos a un lugar para dormir. En sí no era un camping sino las oficinas del Khwai Community Camp, pero vaya, para pasar la noche sólo deseábamos un sitio seguro donde plantar las tiendas de campaña y sentarnos junto a un fuego. Creíamos que la ayuda había sido prestada de forma desinteresada y en lo único que pensábamos era en cenar, charlar un rato e irnos a dormir. Obviamente aquel pedazo de tierra donde nos dejaron acampar no era un camping ni se lo parecía ya que carecía de todas las facilidades posibles. Ni duchas ni agua ni nada. Tan sólo unos sucios váteres lejos de nuestra tienda desde donde era posible escuchar los bramidos de los hipopótamos retumbando en aquella silenciosa noche estrellada.

Cenamos espaguettis con salchichas para no variar. Aquel plato se erigiría en elemento indispensable del menú día sí, día también. Se nos estaba quedando cara de salchicha de tanto comer lo mismo. Aunque lo importante era no pasar hambre y darle buen uso al camping-gas que se había convertido en nuestra cocina particular.

Ya era un clásico vernos todos juntos cenando en círculo con una buena hoguera en medio que Juanra, alias el pirómano, se encargaba de alimentar. Y es que el bueno de Juan Ramón era capaz de provocar un fuego en un iceberg. Antes de sacar los bártulos del coche él se encargaba de buscar ramas y maderos para montar la hoguera sin que casi nos diéramos cuenta. Era lo que mejor venía para aliviar el frío que hacía por las noches. Porque era irse el Sol y caer los grados. Durante el viaje era muy común estar a 26º a mediodía e irnos a dormir con 5º…y bajando.

Yo, que estaba medio constipado, me tomé unos sobres y me metí pronto en el saco. Lo que mejor me venía era descansar y estar bien fresco para el día siguiente, que sería aún más intenso del que acabábamos de pasar. Porque si lo visto y oído hasta el momento da para cinco relatos, lo que sucedería tan sólo unas horas después daría para una película.

* Pincha aquí para ver una selección de fotos de este capítulo

* Respuesta a la pregunta relativa a si las cebras son blancas con rayas negraso o más bien son negras con rayas blancas: LAS CEBRAS SON NEGRAS CON RAYAS BLANCAS. CUANDO NACEN SON ABSOLUTAMENTE NEGRAS Y LAS RAYAS APARECEN POSTERIORMENTE.

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