El amanecer en la Toscana es distinto a cualquier otro. Una niebla de extraordinaria densidad roba el protagonismo al Sol y hace prácticamente opacos los primeros rayos de del día. Una maraña blanquecina se vuelve arboleda en el campo y muralla en la ciudad, se cuela por las puertas y ventanas e inhibe cualquier sonido. Humedece y limpia el aire, y una vez conseguido se marcha muy lentamente, convirtiéndose en brillo matutino, en una nubecilla insignificante, en una mota de polvo que se dispersa sin más. Será entonces cuando brote el color de los viñedos y olivares, el motor de una vespa despierte y del horizonte emerjan las ciudades y pueblos majestuosos que aún mantienen la esencia que les ha permitido sobrevivir a los etruscos, los romanos, los bárbaros, a la Edad Media, al hombre renacentista y a todo lo que llegó después. ¿Que cuál es la esencia? La belleza prestada por las civilizaciones que pasaron por ahí, que dejaron sus huellas, que hicieron Arte para el mundo y su lejana posteridad. La Región de la Toscana, probablemente la más hermosa de Italia, está repleta de lugares asombrosos, tantos que serían muchos los viajes que habría que hacer para descubrirlos todos. En nuestro caso, tras embriagarnos de Siena, nos encomendamos a nuestro Fiat para recorrer en un domingo majestuoso las ciudades de San Gimignano o Volterra, y una muralla perfecta sobre la colina en Monteriggioni.
San Gimignano, un pueblo con los primeros rascacielos de piedra que se levantaron en el Siglo XIII. Volterra, un municipio que viaja de Etruria al Renacimiento bajándose en la Edad Media y recibiendo una fama postrera por aparecer en la saga vampírica de Crepúsculo (Twilight). Monteriggioni y sus muros circulares de los que escribiera Dante en la Divina Comedia. Con ellos pasamos un domingo difícil de olvidar. Leer artículo completo ➜