Toscana 2011: Siena, San Gimignano, Monteriggioni y Volterra (1 de 2)

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Toscana 2011: Siena, San Gimignano, Monteriggioni y Volterra (Parte 1 de 2)

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Amaneceres con niebla densa robando el verde a praderas y viñedos.  Una cocina desprendiendo olor a orégano, queso fundido, ajo, aceite y pan recién horneado. Un sacerdote con sotana que sale corriendo por una calle hueca. Una estudiante de Historia del Arte que ojeando sus apuntes apura a sorbitos un café capuccino recalentado. Una plaza inmensa y vacía de la que nacen decenas de callejones estrechos que nadie sabe dónde van a parar. Una muralla intacta que recibe la primera brisa de la mañana y aún deja que se escuchen los tambores de guerra de tiempos que son muy lejanos. Torres que parecen gigantes habitadas por las sombras de los centinelas que aún no han dejado de mirar al frente. Retablos bañados en pan de oro cubiertos de polvo y suelos de mármol cegadores. Palacios almenados que fijan a sus muros los escudos de familias de alta alcurnia. Sensación de no saber si uno todavía vive en la Edad Media o en el mejor recuerdo que queda de ella en todo el mundo. ¡SEAN TODOS BIENVENIDOS A LA TOSCANA!

He aquí las notas de un viaje de fin de semana de bajo coste a la más célebre región de Italia, con un avión de Ryanair como testigo, y con la ilusión de pisar de nuevo una tierra privelegiada que dio cobijo a genios cuya obra se convirtió en inmortal. Este será el primero de los dos relatos que narrarán nuestras vivencias en la Toscana. Hoy nos centramos por completo en la ciudad de Siena, puro medievo…puro arte.  

Siempre he querido saber cuál es la sensación de subirse a un avión y no tener ni la menor idea del lugar donde éste va a aterrizar. Cerrar los párpados en Barajas y abrirlos en cualquier ciudad de otro país, dejándome llevar por una sucesión de sorpresas que delimiten qué es lo que va a ocurrir finalmente. Al menos una vez en la vida me gustaría tener esa experiencia. Por ello quise realizar dicho experimento con Rebeca en el día de su cumpleaños y mirarle a los ojos cuando conociera el destino sorpresa al que viajaríamos durante el fin de semana. Una maleta hecha a toda prisa la noche anterior y un coche esperando para marcharnos…al aeropuerto. Rebeca, curiosa como una gata, fue incapaz de reprimir la necesidad de despejar su gran duda y no paró de preguntar que dónde nos íbamos o, al menos, el medio de transporte a utilizar. Pero yo, consciente de su miedo a volar (que no lo convierte en incompatible a la pasión a viajar), omití verdad posible hasta que no pudiera ocultar la evidencia de ninguna de las maneras. Qué divertido fue verla aparecer con su maleta y no dejar de insistir en que abriera el pico de una vez…

HOJA DE RUTA DEL VIAJE A TOSCANA

En la sombra, durante los dos últimos meses había estado documentándome sobre Siena, San Gimignano y alrededores para ir preparando este viaje. Ella y yo ya habíamos hablado de Siena en varias ocasiones, y además siempre teníamos buenas palabras para San Gimignano. A esta pequeña ciudad medieval yo la había conocido a través de un documental y, desde entonces, tenía grabado su nombre a fuego. Sabía que no había errado en la elección y que a Rebeca le iba a gustar esta escapada. Busqué entonces vuelos que nos vinieran lo mejor posible, sobre todo, en cuanto al horario para poder aprovechar lo mejor posible el fin de semana. Y encontré un Madrid – Bolonia con la ida el viernes por la tarde (en torno a las 16:30) y el regreso el domingo a eso de las 19:45. ¡Perfecto! Justo lo que andaba buscando, ya que no hay demasiada distancia entre la capital de la Emilia Romagna y Toscana, estando ambas regiones perfectamente comunicadas por carretera.

La idea ya tenía forma y fecha (Ida 14 de enero, Regreso 16 de enero). Bolonia sería la lanzadera (había estado dos años antes dentro del viaje a San Marino) donde recogiéramos un coche de alquiler (Fiat Panda con Herz a través del comparador de alquileres de coche Rentalcars.com: 52€) para ir a nuestra base de operaciones en Siena, y regresar paulatinamente el domingo haciendo paradas seguras como San Gimignano y «posibles» como Monteriggioni o incluso Volterra, aunque estas dos últimas fueron decisiones tomadas prácticamente sobre la marcha. Todo estaba en función de cómo estuvieran funcionando las cosas. Conviene a veces dejar que el viaje pueda latir solo para ver dónde te lleva…

El mapa del recorrido estaba planteado, siendo optimistas, de la siguiente manera:

Las distancias entre sí eran bastante asumibles en coche: Bolonia – Siena (Aprox 2 horas), Siena – Monterrigioni (Aprox 15 minutos), Monteriggioni – San Gimignano (Aprox 30 minutos), San Gimignano – Volterra (Aprox 35 minutos), Volterra – Bolonia (Aprox 2 horas). Total gasto de 3/4 de un depósito de gasolina en un vehículo modelo Fiat Panda (aprox 45€ gasolina sin plomo).

Para comparar precios de alquiler de vehículos para Italia recomiendo echar un ojo en el siguiente cajón, donde se puede reservar en compañías conocidas con hasta un 15% de descuento:

Respecto al alojamiento, dormiríamos las 2 noches en el Hotel Moderno de Siena, situado junto a uno de los accesos principales a la ciudad amurallada (ver mapa de situación). Justo en Porta Ovile, donde nacen unas escaleras mecánicas que van a parar a la Piazza San Francesco, es decir, al casco histórico. Un hotel bastante normal pero que no llega a los disparatados precios seneses (60€ la doble al día con el regalo de la entrada a la Catedral/Museo de la Obra de Siena). Además, es de los pocos que no cobraban por el aparcamiento. El único pero se lo encontré a que el Wi-Fi no sea gratuito (Viva el internet rápido y gratis!)

En fín, un viaje low cost a lugares grandiosos, maravillosos…y a un paso.

14 de enero: VAMOS QUE NOS VAMOS…¿PERO DÓNDE?

¡Qué trabajo me costó conseguir que Rebeca entrara al avión sin conocer el lugar donde íbamos a aterrizar! Cuando sonaba la megafonía para embarcar le tapaba los oídos, la pedía todo el rato que me mirara a los ojos y no echara ningún vistazo a la pantalla de nuestra puerta… Ella oía de fondo el nombre de algunas ciudades y me inquiría sobre todas ellas. «¿A Londres?, ¿A Gran Canaria?…», aunque su apuesta durante la mayor parte del tiempo era Lisboa. No llegó a mencionar Italia, lo que me indicaba que iba bastante desencaminada.

Unos minutos antes del embarque, en el control de metales, un lector asiduo de la web, Pedro, me reconoció (Eres Sele el del blog, ¿verdad?) y estuvimos hablando tanto con él como con su pareja. Nos explicaron que los relatos del viaje a Japón les habían servido de guía para la vez que estuvieron en el país nipón y que entraban bastante a menudo a la página. Tanto celo llevaba con que Rebeca no supiera su destino, que se lo tuve que contar a ambos en voz baja cuando ésta recibía una llamada de teléfono. Pedro, además, tendría el detalle de escribir un comentario en el post que había dejado hacía dos horas contando que nos marchábamos a la Toscana con motivo del cumpleaños de Rebeca (Viaje sorpresa a la Toscana. Hasta la vuelta!!).

Pedro (14 de enero 2011 a las 15:52): «Hola Sele y felicidades Rebeca!!!! sólo comentar a todos q acabo de conocer a Sele en el aeropuerto de Barajas… He visto un cara conocida y al fijarme le he reconocido de las fotos del blog. Ahora los tengo en la cola de al lado esperando para embarcar al destino sorpresa. Bueno….pues me ha encantado conocerle ya q soy un fan de su blog y lo utilicé mucho para el viaje q hice a Japón.  Bueno Sele…DISFRUTA DEL VIAJE!!!!»

Pero una vez dentro del avión fue inevitable escuchar que aterrizaríamos en un par de horas en el Aeropuerto italiano de Bolonia. Allí ella se puso a atar cabos y dijo: «¿Bolonia? ¡¡Tú me llevas a ver Siena y San Gimignano!!». Se ve que me conoce muy pero que muy bien. Veo que las veces en que sugerí una ruta a la Toscana aprovechando los horarios de los vuelos de Madrid y de la cercanía de Bolonia con distintos puntos de la región, no habían caído en saco roto.

El vuelo fue tranquilo y a eso de las 19:00 horas llegamos al Aeropuerto Guglielmo Marconi de Bolonia, donde no perdimos más tiempo que el que necesitamos para recoger las llaves de nuestro Fiat Panda en el stand de Hertz y marcharnos a Siena lo antes posible.

TRAYECTO NOCTURNO BOLONIA – SIENA EN NUESTRO FIAT PANDA

Tomar el tranquillo a un coche que no has conducido nunca lleva su tiempo, aunque en estos casos la adaptación debe ser rápida. Cierto es que los factores de «carreteras que no conoces», «la nocturnidad» y «la niebla» típica toscana no ayudan demasiado, pero creo que es más la ilusión y las ganas de emprender un nuevo viaje las que ayudan a que todo sea mucho más fácil.

Quizás lo peor fue la niebla. Pero por lo demás el trayecto fue realmente sencillo, sin necesidad de GPS (que, además, no me gustan) ni nada. He aquí la ruta que recomiendo para llegar de Bolonia a Siena:

+ AUTOPISTA A-1 HASTA FIRENZE (aprox 99 km)

+ TOMAR EN LA SALIDA FIRENZE/CERTOSA LA RACCORDO AUTOSTRADALE SIENA-FIRENZE DIRECCIÓN SIENA (aprox 60 km)

Y en nuestro caso, para llegar al hotel, tomamos la salida Siena Nord, que es la que mejor iba para acceder a la Via Baldasare Peruzzi. Cierto que necesitamos dar alguna vuelta que otra con el coche y preguntar a un policía, pero nada que no fuera más allá de lo normal.

PRIMERA TOMA DE CONTACTO CON LA CIUDAD DE SIENA

En el hotel no nos entretuvimos demasiado. Tan sólo lo que supuso dejar las mochilas en el suelo de aquella habitación estilo años 50 que parecía sacada de una película de Fellini. Queríamos tomarnos una pizza tranquilamente en el centro de la ciudad y dar una vuelta en este viernes-noche que muchos italianos, estudiantes sobre todo (Hay ERASMUS a tutiplén), utilizan para conquistar la calle. Siena tiene vida en cualquier momento y las nottes de Venerdi y Sabato son simplemente una explosión de juventud dentro de muros tan viejos como el último milenio.

Las escaleras mecánicas de Porta Ovile, que mucho me recuerdan a las que acceden al Toledo histórico, nos trasladaron a la Piazza de San Francesco, comandada por la inmensa basílica del Santo dentro de un recuadro muy «italiano» con su comisaría de los «carabinieri» y un viejo Fiat de los años sesenta aparcado dentro. Nuestro objetivo número uno era la Piazza del Campo, el corazón neurálgico de esta ciudad antigua diseccionada en contrade (distritos o barrios, en singular «contrada») con personalidad propia a pesar de que apenas haya separación entre ellos. Comprender la noción de lo que los contrade vienen a ser en Siena será comprender lo que significa esta ciudad y su particularidad más histórico-festiva. Aunque de eso ya hablaremos más adelante.

Subimos por Via dei Rosi, una calle larga y estrecha, de edificios altos de piedra que parecían comernos en plena noche. Las contraventanas y persianas echadas y algún que otro paseante del género femenino golpeando el suelo con sus tacones, provocando un sonido que rebotaba por las paredes como una pelota de goma. Era un placer caminar por el empedrado sin tener que esquivar coche alguno. Para mí una gran conquista de esta ciudad es haber podido conseguir que la presencia de los automóviles en las calles del centro histórico sea prácticamente residual. Siena es indiscutiblemente de los peatones…

Seguimos Via dei Rosi hasta que la seccionó Via Banchi di Sopra, la avenida más importante del centro por sus comercios, sus boutiques y los hoteles de alta gama. Es algo así como la Gran Vía en Madrid o los Campos Elíseos en París, pero cien veces más pequeña y sin coches. Allí a casi cualquier hora hay gente, y más los fines de semana.

Pero no me entretengo más y voy a llegar directo al corazón… a Il Campo, la grandiosa y perfecta Piazza de Siena. No sólo es lo más conocido de la ciudad sino su motor, su razón de ser. Aquí la vida pública de los seneses ha generado más historia de la que nos podríamos imaginar. Este lugar, increíblemente bello, es Siena en sí misma. Recuerdo que nuestra primera imagen de la Plaza nos hizo pronunciar más de una frase de admiración. Su peculiar suelo enladrillado cayendo en pendiente, dividido en ramales (nueve para ser más exacto) como si fuese el caparazón de un molusco se arrima al Palacio Público, del Siglo XIV, cuya torre (llamada del Mangia) rompe los esquemas de la altura y busca el cielo con su perfecto remate almenado.

¿Quién diría que este es el Estadio donde se celebra la carrera de caballos con mayor antigüedad del mundo? Parece mentira, si quiera, imaginárselo como tal, pero así es…

Italia es hermosa por cosas como esta, como Il Campo de la ciudad de Siena, con un equilibrio artístico tan sublime que te hace recordar que muchos de los Grandes Genios de la Historia del Arte, nacieron, vivieron y obraron en este país. Y ciudades como Siena o cualquiera de la Toscana, la mejor cantera de artistas que ha dado el Planeta, hacen merecer el apodo de Bellísima que nunca debe faltar en cualquier mención a Italia que se haga.

Buscamos algo para cenar y removimos algunos de los callejones oscuros de la ciudad medieval antes de preparar la que fuera nuestra conquista definitiva. Cuando volviera el Sol a dar su brillo iba a haber mucho Il Campo, mucha «Mangia» y mucho dejarse perder por vericuetos y rincones.

15 de enero: SIENA ES INMORTAL

A las ocho de la mañana ya estábamos desayunando para iniciar cuanto antes nuestro plan intensivo en la ciudad de Siena. Estábamos dispuestos a destapar muchos de sus secretos en el tiempo que el destino viajero había previsto para esta ocasión. Antes de las nueve ya habíamos alcanzando las alturas en PortaP1180366 Ovile y nos pusimos delante de la Basílica de San Francesco, que marcaría el comienzo de nuestro recorrido. Después de la Catedral, obviamente, es el templo religioso más importante y grande de la ciudad. Fue construida en el Siglo XIII, aunque tuvo distintas ampliaciones en los siglos sucesivos. Sufrió daños severísimos en un incendio en 1655 tras el cual tuvo que recomponerse para ser lo más parecido a lo que podemos ver hoy en día. Más que nada sorprende su tamaño, mayor que el de muchas de las catedrales del mundo y capaz de acoger en su interior a miles de feligreses. La nave es grandiosa y su luminosidad contrasta con la de su origen románico, ya perdido tras las últimas modificaciones. Destacan las vidrieras, artífices de lograr dar calor a un lugar que a priori parece algo frío. Al menos más que sus hermanas en la ciudad.

En la propia San Francesco, dentro de las antiguas dependencias monacales, hay una Facultad a la que se accede precisamente por un viejo claustro con cierto encanto. A pesar de ser sábado y estar en horas relativamente tempranas, unos cuantos estudiantes, ojerosos por la juerga de la noche anterior, entraban resignados con sus libros y apuntes.

Como ya nos habíamos dado cuenta de noche, la Piazza de San Francesco tiene bastante encanto. Utilizando una de las puertas de salida que había junto a la casa de los carabinieri, llegamos a alcanzar una de esas primeras imágenes globales de la ciudad de Siena que nos ganó definitivamente para la causa. En la foto que tomamos desde allí y que podéis ver a continuación se entiende la elevación de la urbe. La planicie no existe. Muy al contrario, ya que Siena creció y se expandió en tres colinas que, precisamente se juntan en la Piazza del Campo.

Salimos de San Francesco tal y como lo hicimos la noche anterior, a través de la Via dei Rossi, tras surcar una gran puerta de piedra de la época medieval que se contituye como uno de los principales accesos al casco histórico propiamente dicho. El silencio matutino en esa arteria imprescindible que tranfiere su sangre a Banchi di Sopra se convirtió en una auténtica delicia. Es el estilo de calle que define a Siena, con edificios altos de ladrillo y palacetes góticos dispersos que conservan aún las estructuras metálicas donde se ponían las antorchas antiguamente, conectados los unos con los otros por medio de arcos y puentes secretos. A ella confluyen estrechas y claustrofóficas callejuelas que alimentan, aún más si cabe, la magia de esta Via repleta de personalidad y pasión. Es la antesala más evocadora y sosegada de una Siena que sabe marcar bien el ritmo.

Un último arco y a mano derecha le damos un costalazo a la calle más distinguida de la ciudad, la Via Banchi di Sopra, con su claro sabor a comercios elegantes tras las paredes de edificios que han logrado sobrevivir a la memoria. Aunque dejamos a la fabulosa Piazza Salimbeni y su Palacio gótico para más P1180376adelante, el sendero hacia Piazza del Campo (convenientemente señalizado por medio de carteles) es refinamiento puro en el momento que uno se acerca hasta otra Piazza, la Tolomei. A nuestra izquierda se nos queda la fachada del Palacio más antiguo de Siena (Palazzo Tolomei), perteneciente al Duecento y con su inconfundible estilo gótico. Realmente hermoso. Al igual que su contrapuesta en lo que a ubicación se refiere, la Iglesia de San Cristóbal, que no hace falta ser muy ducho en Historia y Arte para darse cuenta que está levantada sobre la estructura de un templo de la época romana. Una columna sostiene en la Piazza a una reproducción escultórica de la Loba capitolina alimentando a Rómulo y Remo. Este símbolo que identificamos siempre con la ciudad de Roma está muy presente en Siena, puesto que la Leyenda cuenta que los hijos de Remo, llamados Aschio y Senio (¿posible relación con el nombre de esta ciudad?), llegaron hasta aquí huyendo de su tío Rómulo.

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Ya quedaba mucho menos para llegar a Il Campo. Los arcos de la Loggia della Mercanzia que escondían a distintos santos esculpidos durante el Renacimiento constituía el mejor preludio posible ante lo que venía después. Me trajo un ligero recuerdo a la Loggia dei Lanzi de Florencia, aunque la senesa no llega a la excelencia fiorentina. Es un indicativo más de que Siena guarda un sinfín de sorpresas en su fisonomía que se van sucediendo de forma constante y que van embriagando al viajero.

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PIAZZA DEL CAMPO, EL MOTOR DE SIENA

De la Loggia bajando por una pequeña cuesta dimos con la imagen por antonomasia de la ciudad, la Piazza del Campo. Esta vez, con la luz diurna, aunque algo tamizada por unas nubes farragosas que no tardarían demasiado en marcharse, disfrutamos de una visión 360 grados de una de las Plazas más características de Italia. Un lugar que mantiene sus formas originales del Siglo XIII y que representa las peculiaridades de una ciudad. A partir de ella se abren las calles medievales como las puntas de una estrella infinita, nacen las correrías, los rumores inciertos que traspasan todos los muros… Aquí está Siena.

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Una de las cosas que más llaman la atención es que no esté levantada sobre un plano sino que el suelo tiene una inclinación muy notable. Esto tiene que ver con que en este punto confluyen las tres colinas sobre las que nace la ciudad de Siena. Las nueve franjas dentro del suelo de ladrillo que estrían la Plaza se explican por el Gobierno de los Nueve que durante el medievo llevaron la política de la República. Fue su momento de máximo esplendor y en el que se inició la construcción de los más importantes monumentos de Siena. Dichas franjas, cual regueros, se dirigen al unísono al edificio civil más importante y majestuoso de la plaza, el Palacio Público. Aquí el Podestà (el máximo dirigente político en la Edad Media en las distintas repúblicas que hubo en lo que ahora es Italia) y sus miembros del gobierno dirigían los designios de la ciudad. Este Palazzo,  también gótico, destaca por la Torre del Mangia de cerca de 90 metros, a la que teníamos claro que íbamos a subir sí o sí. Lo contrario era algo implanteable.

Aunque antes de entrar a dicho Palacio nos quedamos un largo rato contemplando la Plaza y tratando de imaginar cómo se realizan en ella las famosas carreras de caballos de cada 16 de julio y 2 de agosto (El célebre Palio de Siena). Ininterrumpidamente desde el Siglo XV (es la más antigua con diferencia) corredores deP1180400 10 de las 17 contrade (salen por sorteo) se juegan el honor de sus respectivos barrios en un campeonato ecuestre apasionante que nadie quiere perderse. De hecho no cabe un alfiler ni en los entrenamientos de los días previos. La gente se coloca en la zona «enladrillada» de la plaza, aunque los más privilegiados ubican sus graderíos particulares en las ventanas de los edificios cuyas ventanas tienen la suerte de dar allí. Aparecen entonces los originales estandartes de cada contrada como si de una guerra cruenta se tratara. Desfilan primero los Mazzieri (Pregoneros que se adelantan), tras ellos los Centuriones, los representantes de los contrade y por último lo más importante, el carro tirado por bueyes que portando el palio, que es el premio que se entrega a la contrada vencedora. Todo con una estética medieval que no hace pensar que se hayan sucedido los siglos. Entonces sólo queda que los corredores con sus respectivos caballos se pongan en la casilla de salida, suenen las campanas del Mangia y caiga una soga (llamada canapo) al suelo para que den tres vueltas a la plaza y quede un sólo ganador de los diez participantes. Sin duda es un espectáculo fabuloso que hace que Siena no tenga ni una habitación de hotel libre con casi un año de antelación…

Nosotros sólo podíamos echarle imaginación para ver toda la plaza dispuesta para el espectáculo, con sus banderas y la gente jaleando a sus jinetes. Aunque aquel sábado por la mañana todo estaba tan tranquilo que parecía que, por momentos, no había nadie más por allí. Dos lunares minúsculos en la Piazza inclinada de Siena…

En el extremo opuesto al Palacio, se encuentra la Fuente Gaia, una obra primorosa esculpida en mármol por Jacopo della Quercia, uno de los artistas más importantes del Quattrocento, tiempo en el cual empezaba a florecer el Arte del Renacimiento. Siena fue una dura rival de Florencia, aunque el esplendor de esta última coincidió con los tiempos más duros de la ciudad en la que nos encontrábamos. Aún así, a pesar de que muchas de sus construcciones son anteriores, Siena tiene tesoros renacentistas tan espectaculares como los florentinos. No hay más que darse una vuelta por la ciudad y comprobarlo. La Fuente Gaia es un claro ejemplo, aunque en este caso las esculturas originales se conservan en el interior del Palacio Público.

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He aquí un vídeo grabado en la Piazza del Campo esa misma mañana:

Nos dirigimos entonces al Palacio Público con dos objetivos: Visitar el Museo Cívico y subir a lo más alto de la Torre del Mangia. Todo ello pudimos hacerlo comprando una entrada combinada de 8 euros y dejando todo salvo la cámara en una taquilla antes de enfrentarnos a los más de 400 escalones con los que cuenta la torre (al parecer había gente algo loca que tiraba cosas, aunque no tanto como para arrojar sus  cámaras). Toda una hazaña cuando son muchas las personas que aguardan cola para llevar a cabo el claustrofófico ascenso, aunque siendo enero (temporada baja) la cosa fue más o menos cómoda. Sobre todo el principio, que ya nos prometía panorámicas envidiables.

Pero a partir de un tramo las estrecheces de la torre hacen que el ascenso agote un poco. Lo que yo suelo hacer es ir hablando con quien sea (si voy solo lo hago conmigo mismo) pero nunca pensar en lo que falta. Y muy importante es no contar los escalones. Cuando hay varios centenares esto se convierte en un ejercicio de automasoquismo extremo con resultados nefastos para quienes odien los lugares cerrados o sean de la cofradía del mínimo esfuerzo.

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Pero que nadie dude que una vez se llega arriba las vistas panorámicas de Siena son tan magníficas que los cuatrocientos escalones se esfuman del pensamiento. Porque no habrá más espacio en el cerebro que el que necesitemos para almacenar un fotograma maravilloso de una ciudad que nos muestra su soberbia silueta que poco ha cambiado en los últimos siglos.

Todo sale a la luz en la Torre del Mangia. Nada permanece oculto y se destapan las caretas. Estar arriba es como manejar a tu antojo una maqueta absolutamente perfecta de Siena, y de paso estudiar sus monumentos, las formas de las casas e incluso el paisaje verde toscano que queda alrededor. ¡Y el Duomo se ve tan bonito desde allí!

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Aunque si hubo algo que nos puso la piel de gallina fue cuando el Sol convirtió al Mangia y a todo el Palazzo en las manecillas de un reloj haciendo tic tac sobre la plaza y los tejados de las casas. Esa imagen que nos sobrecogió aquella mañana se convirtió para nosotros en el emblema de todo el fin de semana, la representación de aquel viaje que estábamos viviendo en nuestras carnes.

¿Cómo entonces iban a ser impedimento los escalones incómodos de una torre? Creo que aunque nos hubieran contado que tenía 1000 escalones no nos hubiésemos quedado abajo. Porque llegar a las campanas de la mítica Torre del Mangia es ponerle la corona a esta ciudad toscana…

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El siguiente paso que dimos, una vez regresamos al mundo terrenal, el del suelo firme, fue visitar el Museo Cívico que hay dentro del propio Palazzo y que conserva no sólo piezas de incalculable valor que en su día ocuparon dicho edificio sino que además permite a los viajeros disfrutar de las estancias y salones originales de la época. La más destacada es la Sala del Mapamundi, poseedora de unos frescos exquisitos de estilo gótico y unos brazos de madera colgando del techo que debían servir para hacer subir y bajar lámparas y cortinajes.

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IL DUOMO DE SIENA /MUSEO DELL´OPERA

Tras dejar Il Campo, al que entre unas cosas y otras dedicamos bastante tiempo, nos dirigimos hacia la Catedral utilizando un callejón que apareció como por arte de magia tras la oscuridad de un arco medieval. A la salida del mismo encontramos una pastelería en la que nos tomamos un café que nos vino tan bien como ese automóvil falto de combustible que se detiene a repostar en una gasolinera.

Los carteles indicativos de los puntos más turísticos de la ciudad son una ayuda importante para orientarse entre aquellas callejuelas. A pesar de que hay tramos que son un verdadero laberinto, dichas indicaciones hacen que llegues fácilmente a los distintos puntos que se visitan de la ciudad. De Il Campo a la Catedral hay no más de tres minutos de distancia. La Siena amurallada no posee un tamaño importante como para que se pueda mencionar la palabra «lejos» en ninguna de las rutas que se puedan hacer en ella.

LA CATEDRAL DE SIENA: IL DUOMO QUE QUISO SUPERAR A FLORENCIA

Aunque desde la Torre del Mangia ya habíamos podido ver cómo se alzaba el edificio de la Catedral de Siena no hay nada como caminar por el suelo adoquinado hasta llegar a la segunda plaza más destacada de la ciudad, sólo superada por Il Campo. Allí se encuentra un estrado tridimensional de armonía pura por una fachada rayada por el verde-oscuro y coloreada por un rosetón extraordinario de la Última Cena. Il Duomo esconde una cúpula impresionante y un campanile cuyo número de ventanas crece en función de la altura (1-2-3-4-5-6) y que se convierte en el segundo punto de mira de la ciudad medieval.

El edificio puede recordar en un primer vistazo al Duomo de Florencia (Santa Maria de las Flores), salvo en la cúpula con tambor del gran Brunelleschi que es tan característica, pero la de Siena es anterior y palpa en mayor medida los conceptos del gótico. De hecho a la de Siena se la considera como una de las obras maestras del gótico italiano, aunque posee algunos toques románicos que se perciben, sobre todo, en el campanario. Fue diseñada por Nicola Pisano, quien inició los trabajos en el Siglo XIII, aunque por allí anduvieron otros artistas de la talla de Bernini, Donatello o el propio hijo de Pisano, Giovanni.

El plan establecido pasaba por hacerla de un tamaño que superara al templo de la ciudad de la que eran rivales, pero esos trabajos no se terminaron nunca porP1180452 culpa de una plaga de peste que en 1348, vaciaron de moral y de fondos las arcas senesas. Los restos de esta ampliación frustrada forman parte del Museo de la Obra de la Catedral, por lo que no fueron mal aprovechados. De la Catedral y del Museo dimos buena cuenta a coste cero, gracias a que pudimos disfrutar de una promoción invernal que nos daba nuestro hotel por alojarnos dos noches. De todas formas hay tickets individuales con precios que van entre los 3 y los 6 euros (Catedral 3€, Museo 6€, Baptisterio 3€, Cripta 6€ y Oratorio de San Bernardino 3€), aunque salen más a cuenta los pases colectivos como el OPA SI Pass, con el que por 10 euros puedes entrar a estos cinco puntos y además se obtiene hasta un 50% de descuento en otros lugares turísticos de la ciudad. En nuestro caso al llevar la tarjeta Catedral + Museo sólo tuvimos que hacernos con el del Baptisterio, que nos lo habían recomendado antes de ir. Las taquillas están en la misma plaza y ahí se pueden comprar las entradas juntas o combinadas.

El primer sitio donde entramos, siguiendo un orden lógico, fue al Duomo. Si su frontal, con triángulos encerrados en cuadrados y esculturas realizadas con suma delicadeza, es primoroso, lo que viene dentro se sale de toda calificación posible. La nave central, rayada al igual que el campanile, sostenida por enormes arcos de medio punto, esconde un paraíso pictórico en la techumbre y un libro historiado de mármol en los suelos (hay 56 piezas elaboradas por artistas distintos, en su mayoría tapadas para ver la luz cada agosto). Es difícil mejorar la belleza de la fachada pero el interior de Catedral de Siena consiguió dejarnos directamente sin habla.

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La Cúpula guarda gran similitud con la del Panteón de Roma , aunque sus casetones están pintados con un fondo azul y una estrella en mitad de cada uno de ellos. El óculo del centro llena el templo de luz, reflejándose en el altar renacentista de Baldasarre Peruzzi o en el maravilloso Púlpito de Nicola Pisano elaborado con mármol de carrara y en el que fieros leones de piedra sostienen la estructura.

Una de las Salas más interesantes de la Catedral es la que custodia antiquísimos libros de coro, de piel de pergamino y en la que cada letra capitular es un tesoro. Aunque además de sus libros, basta con echar una ojeada al techo para afirmar que sí, que probablemente estemos en uno de los edificios religiosos más hermosos de la Toscana, al nivel de la enemiga Florencia con la que tanto batalló una Siena que veía cómo poco a poco se le iba arrebatando el protagonismo.

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Si se está en Siena entre el 15 de agosto y el 15 de septiembre se descubren los suelos cultivados con escenas del Antiguo Testamento trabajados por los artistas más importantes de la región. El precio sube a 6€ la entrada a la Catedral pero sabiendo cómo son estos recuadros (ya que alguno suelto de ejemplo queda a la luz) debe ser todo un espectáculo verlos.

Como espectáculo es el Museo de la Obra de la Catedral (precio individual 6€), cuya entrada incluye subir a una de las partes del edificio que no se terminaron por la peste y se ha convertido en una panorámica esencial de la ciudad, prácticamente al nivel del Mangia o incluso mejor. Por ello siempre viene la denominación conjunta en italiano que dice Museo dell’Opera e Panorama Duomo Nuovo (Horarios y precios actualizados del Museo, la Catedral, la Cripta, el Baptisterio y el Oratorio en www.operaduomo.siena.it). Vale la pena entrar porque guarda muchas de las obras de arte (esculturas, pinturas, tapices, etc…) de la Catedral de Siena que ha tenido entre los Siglos XIII y XV.

Y el Panorama de la Nueva Catedral, la ampliación fallida, es una idea magnífica que tuvieron los responsables del museo para añadirlo a sus instalaciones. Porque es una terraza con vistas inmejorables de la ciudad. Yo diría que las mejores porque desde el Mangia hay un problema… que no se ve el Mangia (Es como en Roma donde es mejor subir al Castelo Sant´Angelo que a la Cúpula del Vaticano). En cambio desde el Panorama Duomo Nuovo la torre así como Il Campo o toda Siena están a tu disposición en 360 grados. Se puede regresar a la Piazza del Campo volando como un pájaro…

Y la Catedral queda tan cerca que se puede disfrutar como nunca de sus detalles…

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Además cuenta con la fortuna de que permanecer tan arriba no requiere haberse subido cuatrocientos escalones. En realidad no creo ni que hicieran falta cien.

EL BAPTISTERIO

Terminada nuestra visita al Museo, una vez abandonamos aquella terraza panorámica, bajamos por unas escaleras hasta la entrada de un edificio aparte, el Baptisterio (Precio: 3€). Estos, tradicionalmente, se separaban de las Catedrales o Basílicas hasta bien pasado el Renacimiento.  El de Siena es de planta octogonal y al primer vistazo uno se da cuenta de que es un clarísimo exponente del horror vacui, porque no hay apenas centímetro de pared o techo que no posea pinturas o mosaicos. En ellas intervinieron artistas como Ghiberti o Neroccio di Goro, entre otros muchos. Pero, sin duda, el Rey del Baptisterio de Siena es su pila bautismal.  obra del prolífico Jacopo della Quercia sobre la cual se incluyeron bajorelieves en bronce del propio della Quercia o de grandes como  Donatello, Ghiberti, amén de más escultores de la época. Los motivos escultóricos de la pila, así como muchas de las imágenes del edificio están dedicados a San Juan Bautista, como no podía ser menos tratándose de un baptisterio.

Y DESPUÉS FUE MOMENTO DE… PERDERSE EN EL LABERINTO

P1180495Está claro que Siena está repleta de monumentos, que cada iglesia guarda un secreto, que brotan los Palacios como flores en primavera y que hay museos con obras de arte maravillosas… pero es la calle la que te termina de conquistar, la que de verdad muestra como es la ciudad. Abundan las callejuelas arqueadas, algunas de ellas con tramos tan oscuros en los que no se ve realmente dónde van a parar. Trocitos de un laberinto que da vueltas en el espacio y en el tiempo, donde no desentonan ni las antorchas ni los caballos en la puerta esperando ser montados por dueños altivos. El ruido que retumba en la Plaza del Campo desaparece de raíz en estas vías estrechas, quedando sólo sitio para las contraventanas que se abren y cierran además de unos pasos que no se saben hacia dónde van.

No es raro ver banderas de los contrade colgadas en las ventanas todo el año para mostrar orgullosos sus colores e identificarse de cara a la enorme rivalidad que hay entre todos los barrios. El Palio es dos veces al año, en verano, pero parece que corran todos y cada uno de los días. Nunca bajan la guardia. Todo esa parafernalia competitiva recuerda a la de los estandartes dispuestos en las casas antes de una gran batalla. Yo diría que la definitiva.

Perdernos en Siena fue una acto incuestionable que ahondó en los entresijos de esta ciudad. Caminar sin rumbo por sus calles vacías saca la otra faz que se aleja del sentido turístico que se le ha dado en las últimas décadas a todo lo que supone para la Toscana y para Italia. El verano ambomba el suelo de Il Campo o de la Plaza de la Catedral, pero deja respirar, con un calor no tan fuerte como en otras regiones italianas, a las arterias que parten de estos dos puntos. Siempre queda espacio para admirarlos, para sentirse cómodo en ellos.

Y llevando a cabo esta labor de pérdida a propósito encontramos una pequeña trattoria de la que no recordamos ni el nombre ni la calle en la que estaba. Pero no tiene importancia porque fue una más de las que parecen esconderse detrás de una casa, abundantes y deliciosas. Cuanto más cerca de Il Campo más caras, por lo que siempre recomiendo no ser demasiado perezoso y buscar un sitio para comer de los que se ocultan en las calles menos importantes del centro histórico. Seguro que la recompensa gastronómica valdrá la pena, y que permanecerán en la cartera más euros de los previstos. Por 12€ se puede comer en Siena el típico plato de pasta y un buen entrante. Por 20€ se asegura una comilona inolvidable. Dependerá de los gustos y el presupuesto que lleve cada uno.

La sobremesa, en la que colaboraron un par de cafés capuccinos, aminoró la velocidad de nuestros pasos. Fuimos a parar a las traseras del Palazzo Tolomei en la Via delle Terme, de allí a la Via della Sapienza y después de unos cien metros a mano izquierda bajamos una cuesta con escaleras que nos llevó a la Casa Natal de Santa Catalina, la Patrona de Italia (y Co-Patrona de Europa). Los católicos italianos sienten pura devoción por Santa Catalina de Siena y son muchos los que llegan hasta el que fuera su hogar para mostrar su respeto y su Fe en quien después de una vida de oración, mortificación y milagros, terminó muriendo en Roma a la edad de Cristo. Los viajes de personalidades, entre los que destacan los efectuados por distintos Papas (por ejemplo el último, Benedicto XVI), tienen huella en las distintas placas apostadas en las paredes.

La casa de Santa Catalina, en comparación con otros edificios de temática religiosa, no está entre los monumentos que más impresionan a los visitantes que no acuden a él por su religiosidad. Pero aún así resulta interesante ver cómo cada una de las habitaciones, cocina incluida, se han convertido en salas pictóricas, diría que altares de una iglesia separada en varias partes.

Casi lo mejor es que desde allí, subiendo por una callejuela que se inicia en un túnel, es posible captar imágenes estupendas de la ciudad medieval. Los cuartos traseros de Siena dejan espacio a las panorámicas donde no se las espera. Esa, nuevamente, fue otra de las ventajas de dejar de seguir rumbos fijos una vez se han visto los lugares más destacados de una ciudad. Gracias a «deambular» donde nos llevara el viento o el instinto, Siena continuó desnudándose bajo un cielo azul que nada tenía que ver con el mes de enero.

JUGANDO AL FUTBOLÍN EN UN LUGAR INSOSPECHADO

P1180502Terminamos llegando hasta el extremo occidental de la ciudad vieja, donde se encontraba la Basílica di San Domenico, muy próximo al Stadio Comunale. Está en consonancia con el tamaño de San Francesco, no sé cuál supera a cual, pero ambos son extraordinarios y, a vista de un novato, incluso parecidos. Tiene una planta en forma de T con una nave central muy luminosa. Los motivos ornamentales tienen que ver con la vida y milagros de la ya mencionada Santa Catalina, quien tuvo aquí sus primeras visiones divinas, con tan sólo seis años. Hay un altar con la cabeza de la santa, que tiene su cuerpo repartido por media Italia (leí que un pie andaba en Venecia), por culpa de ese afán de coleccionistas de reliquias que tenían los religiosos de la época en toda Europa. Por lo demás es un templo realmente sobrio que no alcanza en absoluto (como S. Francesco) los estilos preciosistas que sí se pueden ver en numerosas iglesias senesas.

Otra similitud con San Francesco es que posee dependencias monacales y universitarias. Entrando al claustro vimos que había puertas que llevaban a las distintas aulas. Pero algo nos sorprendió más que ninguna cosa. ¡Había un futbolín! ¡Y con la bola en el centro!. Tratándose de un lugar religioso, de un claustro que posee las galerías donde pasean y meditan los monjes (siguen haciéndolo a pesar de su otra función como centro de enseñanza) no puedo negar que nos chocara a ambos. Pero cómo sería que no necesitamos más que unos segundos para dejar la visita y abandonarnos a este noble juego. Echamos varias partidas, haciendo apuestas incluso, y nos costó cumplir ese tópico de «la última y nos vamos». Al contrario, estuvimos bastante tiempo y lo pasamos de vicio echando un futbolín en el sitio más insospechado que nos pudiéramos imaginar. Desde ahora queda bautizado como San Domenico de Siena, patrón de los futbolines…

TARDE-NOCHE DE PASEO Y COMPRAS

Las últimas horas de la tarde, cuando el enfoque de la luz es el mejor y la ciudad se cubre de una atmósfera especial, sirvió para admirar nuevos Palacios, entre los que no puedo dejar de destacar el de Salimbeni (al inicio de Banchi di Sopra) o el Chigi. Ambos (al igual que el Tolomei) son poseedores de las fachadas más atractivas de la ciudad, señal del poder económico de las familias senesas del medievo. Sus ventanas triples propias del gótico italiano tapan un sinfín de intrigas que forman parte de las muchas historias que se cuentan de la ciudad.

Aprovechamos después otras opciones que ofrece Siena, hacer alguna que otra compra en sus tiendas de artesanía (eso de vivir en una casa nueva nos hizo traernos algún que otro trasto que hubo que camuflar para que los de Ryanair no lo considerasen como equipaje extra). Para eso hay mucho, aunque nos sorprendió la gran cantidad de tiendas en las que vendían muñecos de madera de Pinocho (una de ellas era específica del niño de madera al que le crecía la nariz). El autor de «Las Aventuras de Pinocho» era de la Toscana (más concretamente de Florencia), por lo que razón de más para que hubiera numerosas menciones a lo largo de esta y otras ciudades de la región. Desde ese fin de semana tenemos un pequeño «Pinocchio» imantado en la nevera, recuerdo del hijo pródigo no sólo de Siena o Florencia sino de toda Italia.

Pero para nosotros fue mágico podernos tomar un helado en pleno enero, sentados en el suelo enladrillado y cuesta abajo de Piazza del Campo, tal y como suelen hacer los muchos estudiantes que copan este lugar cualquiera sea la hora del día. Toda una suerte la del tiempo que nos había deparado un fin de semana arriesgado pero que, por experiencia de otros años (Atenas, Florencia o Dinamarca), solía irnos bastante bien. Otro motivo más para estar enamorado de la temporada baja, ideal para viajar sin prisas ni tumultos por Europa. Y con un encanto especial…

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La noche se arrimó a los tejados y cúpulas de Siena, dando otro cambio de revoluciones más. Todo se volvía más lento, los universitarios se preparaban para conquistar la ciudad y otros se retiraban a sus casas para cenar tranquilamente. Huían las últimas aves hacia sus nidos, se apagaban las luces. Entonces volvimos a escuchar unos tacones que se perdían al final de la calle…

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Sele

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