Toscana 2011: Siena, San Gimignano, Monteriggioni y Volterra (2 de 2)

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Toscana 2011: Siena, San Gimignano, Monteriggioni y Volterra (Parte 2 de 2)

El amanecer en la Toscana es distinto a cualquier otro. Una niebla de extraordinaria densidad roba el protagonismo al Sol y hace prácticamente opacos los primeros rayos de del día. Una maraña blanquecina se vuelve arboleda en el campo y muralla en la ciudad, se cuela por las puertas y ventanas e inhibe cualquier sonido. Humedece y limpia el aire, y una vez conseguido se marcha muy lentamente, convirtiéndose en brillo matutino, en una nubecilla insignificante, en una mota de polvo que se dispersa sin más. Será entonces cuando brote el color de los viñedos y olivares, el motor de una vespa despierte y del horizonte emerjan las ciudades y pueblos majestuosos que aún mantienen la esencia que les ha permitido sobrevivir a los etruscos, los romanos, los bárbaros, a la Edad Media, al hombre renacentista y a todo lo que llegó después. ¿Que cuál es la esencia? La belleza prestada por las civilizaciones que pasaron por ahí, que dejaron sus huellas, que hicieron Arte para el mundo y su lejana posteridad. La Región de la Toscana, probablemente la más hermosa de Italia, está repleta de lugares asombrosos, tantos que serían muchos los viajes que habría que hacer para descubrirlos todos. En nuestro caso, tras embriagarnos de Siena, nos encomendamos a nuestro Fiat para recorrer en un domingo majestuoso las ciudades de San Gimignano o Volterra, y una muralla perfecta sobre la colina en Monteriggioni.

San Gimignano, un pueblo con los primeros rascacielos de piedra que se levantaron en el Siglo XIII. Volterra, un municipio que viaja de Etruria al Renacimiento bajándose en la Edad Media y recibiendo una fama postrera por aparecer en la saga vampírica de Crepúsculo (Twilight). Monteriggioni y sus muros circulares de los que escribiera Dante en la Divina Comedia. Con ellos pasamos un domingo difícil de olvidar.

16 de enero: PEDACITOS DE LA TOSCANA MEDIEVAL

UN RECORRIDO SIN DISTANCIAS LARGAS

En el capítulo anterior, en el que hablaba de la Hoja de Ruta del viaje, comenté que en realidad las ciudades segurasdel viaje iban a ser Siena (sábado) y San Gimignano (domingo), aunque en este último día trataríamos de hacer alguna que otra parada en función del tiempo que tuviéramos. Lo que debíamos tener claro era que no podíamos estar más tarde de las seis en Bolonia para tomar el avión de vuelta a casa. Por eso lo mejor era tenerse estudiado dos o tres lugares y adaptarlos a un recorrido asequible. Y desde Siena a San Gimignano nos iba perfecto Montriggioni, que quedaba a mitad de camino por la carretera hacia Florencia. Algo más a desmano, aunque no demasiado, teníamos Volterra (a 45 min. de S. Gimignano), pero no podíamos dejar la oportunidad de ir a ver este pequeño municipio del que había oído hablar tan bien y que las lecturas de la última semana me habían animado a tenerlo muy en consideración.

Las distancias a recorrer durante la jornada dominical fueron las siguientes:

Siena – Monteriggioni: 15 kilómetros

Monterrigioni – San Gimignano: 32 kilómetros

San Gimignano – Volterra: 31 kilómetros

Volterra – Aeropuerto de Bolonia: 176 kilómetros

Kilómetros totales: 254 kilómetros

Dado que no son lugares muy grandes, hubo tiempo para poder verlos con cierta tranquilidad. Siempre a bordo de nuestro Fiat Panda alquilado (52€), que se mantuvo fiel cual corcel en las embestidas a Toscana de un domingo caluroso, tan impropio del mes de enero.

MONTERIGGIONI: EL CÍRCULO DE LOS GIGANTES

Escogimos la carretera secundaria frente a la principal tipo autovía que teníamos a nuestro alcance para llegar a Monteriggioni en un suspiro. Queríamos introducirnos en la niebla matutina, oler los viñedos y su perfume de rocío, llenarnos de campo de infinito verdor toscano. Era temprano para que la prisa pudiese con nosotros. Habíamos desechado el desayuno del hotel para comenzar cuanto antes nuestra aventura y quizás porque preveíamos íbamos a disfrutarlo más en el terreno, como así sería después. Los quince kilómetros a cámara lenta que nos separaban del primer objetivo marcado finalizaron cuando quedamos casi a las puertas de la gran muralla. Allí permanecimos parados durante unos minutos, como si presentásemos nuestros respetos al gran círculo de piedra antes de poder caminar hasta él y penetrar a su interior.

Nos acercamos a una de sus puertas. No se escuchaba un alma en la ciudadela. Sólo se percibía el rumor de cualquier batalla olvidada. Porque Monteriggioni se creó para eso precisamente, para ser un bastión defensivo en caso de guerra entre dos Repúblicas enemigas, Florencia y Siena. Los seneses levantaron murallas altas y gruesas en el Siglo XIII para detener las embestidas procedentes del norte. Aprovecharon las formas de la colina para crear una estructura amurallada perfecta (570 metros de longitud siguiendo un círculo), que sólo vió alguna añadidura en el Siglo XVI. Probablemente no exista en Italia murallas mejor conservadas que las de Monteriggioni, con catorce torretas y dos puertas de acceso, al norte y al sur (esta última llamada Porta Romana).

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P1180522Su ubicación próxima a los principales atractivos de la Toscana hacen que esté potenciando como una de las paradas obligatorias del turismo que visita la zona. Por eso hay extramuros un inmenso espacio de aparcamiento (de pago, por supuesto) con el que detener el acceso de los vehículos al interior y además hacer caja de las visitas que en el período estival, llenan Monteriggioni hasta la bandera. Afortunadamente aquella mañana, tal y como dije en un principio, no había un alma ni un coche en el parking. Así bajo el silencio Porta Romana advirtió nuestros pasos hacia Piazza Roma, que es el mayor espacio abierto de este pueblo minúsculo que tan sólo cuenta con una calle principal en sentido norte y sur. Una iglesia parroquial, de estilo románico, tremendamente sencilla, estaba conectada armoniosamente con las casonas de alrededor. Se encontraba cerrada, aunque no debía tardar mucho en abrir sus puertas tratándose del domingo.

Las casas de piedra desprendían cierto olor a leña consumida en la chimenea, a las últimas brasas supervivientes a la noche. El entorno era magnífico. La calle estaba vacía de gente. Los edificios reconvertidos en hoteles con encanto tenían echados el cierre, así como algunos bares. Tan sólo había uno, en la misma plaza, que nos dejara ver al trasluz un par de figuras moviéndose. Iba a ser nuestra oportunidad para la prima colazione (desayuno), aunque antes nos dedicamos a vagabundear por el pueblo que, de tan pequeño que es, se recorre en apenas unos minutos.

Monteriggioni ha aparecido en películas muy conocidas como «La vida es Bella» (de Roberto Begnini) o «Gladiator», ha sido una de las pantallas del videojuego Assasin´s Creed II, y el fondo de un sinfín de anuncios publicitarios. Su aspecto anacrónico, sin duda, lo hace ideal para ello. Aunque sus murallas fueron célebres mucho antes, cuando Dante nos habló del infierno en la Divina Comedia (Canto XXXI del Infierno), comparando las catorce torres de Monteriggioni con un círculo de gigantes rodeando el abismo infernal. Así pues sirvieron de inspiración a uno de los grandes genios de la literatura universal, formando parte de este escrito cuyas letras, una por una, son una encriptación de algo que aún desconocemos. Dante escribió lo siguiente:

però che, come su la cerchia tonda (porque, así como en su cerca redonda)

Montereggion di torri si corona, (Montereggione de torres se corona,)

così la proda che ‘l pozzo circonda, (así, por la orilla que al pozo circunda,)

se alzaban en torres de media persona (torreggiavan di mezza la persona)

li orribili giganti, cui minaccia (los horribles gigantes, a quienes fustiga)

Giove del cielo ancora quando tuona. (del cielo aún hoy llueve cuando truena.)

Estas palabras las ilustra perfectamente la imagen que desde abajo de la colina prestan estas murallas «que de torres se corona». Por ellas Monteriggioni será siempre eterna…

Cuando terminamos de ver Monteriggioni acudimos al único bar que vimos abierto y desayunamos unos croissants recién hechos. Aunque este lugar loP1180527 recordaré siempre por haberme tomado el mejor café capuccino de mi vida. Ligero de café, crema de principio a fín con cacao espolvoreado en su justa medida.  Qué bien que decidiéramos prescindir de la prima colazione del hotel y disfrutar de uno más auténtico en el interior del círculo amurallado de este precioso monumento medieval. Si se va de Siena a San Gimignano es parada más que obligada.

EL SINUOSO CAMINO A SAN GIMIGNANO

Podíamos ir a S. Gimignano utilizando en mayor medida la autovía, desviándonos en la localidad de Poggibonsi, pero preferimos seguir recurriendo a las carreteras estrechas y serpenteantes que tienden a ofrecer mejores vistas y la posibilidad de detener el vehículo cuando uno así lo desee. Gracias a utilizar esa opción pudimos disfrutar de una panorámica del pueblo medieval de Colle di Val d’Elsa, que nos quedaba a medio camino. Amarrado a una colina, con el Río Elsa cercenando un acantilado, se asoma el alma de piedra de otro lugar importante de la Toscana, que puede ser, como Monteriggioni, otra escala perfecta de un viaje por la región.

Lástima la limitación del tiempo que nos hizo tener que descartarlo y reservarlo para otra ocasión, que la habrá. Pero la estampa desde la carretera prometía grandes cosas. Y seguro menos aglomeraciones que en otras localidades de la Toscana. Porque por mucho turismo que haya, nadie puede dar abasto con la increíble cantidad de lugares que merecen la pena. ¡Son cientos!

SAN GIMIGNANO: LA CIUDAD DE LAS TORRES BELLAS

El Sol rompía una mañana que rozaba los veinte grados de temperatura. La niebla era un bonito recuerdo y la tierra cargada de olivares, cipreses desordenados y anárquicos, junto a amplios viñedos ya secos, conformaba el paisaje invernal adheriéndose al cristal delantero del Fiat. Daban ganas de detenerse en cada momento a tomar fotografías o desviarse por algún sendero perdido que seguro llegaba a algún castillo o ermita de siglos de antigüedad.

Aunque cuando de repente en el horizonte pudimos distinguir las torres elevadas de San Gimignano todo pasó a un segundo plano. La verticalidad asombrosa de estas construcciones medievales nos dejó boquiabiertos a ambos. Entonces me vino a la mente cómo supe de la existencia de tan insólito lugar…

Fue una tarde lejana de típica siesta veraniega con el documental de La 2 de Televisión Española de fondo. Entre sueño y sueño, entreabrí los ojos y me encontré en la pantalla con una ciudad antigua repleta de torres altísimas que parecía una serie de rascacielos en versión medievo. Su nombre, San Gimignano, en honor a un obispo que les salvó de las acometidas de Atila (Rey de los Hunos, el del famoso dicho de «Donde pisaba no crecía la hierba»). Su ubicación, Italia, entre las ciudades de Siena y Florencia (a las cuales aún no había viajado). Ahí desperté definitivamente del letargo y comencé a escuchar lo qué decían, qué razones llevaron a construir torres de semejante tamaño. Si todo aquello era real…

El porqué de aquellas torres de los siglos XII, XIII y XIV tiene que ver con el florecimiento comercial, cultural y artístico de este municipio que era paso obligado en la llamada Via Francígena que unía a Roma con Francia. Su importancia estratégica generó riqueza en muchas de las familias que para muestra de su poder económico se hacían levantar su propia torre. A más altura mayor capacidad y, por supuesto, mayor ostentación de cara a las demás familias acaudaladas. Esta tradición se hizo visible en algunas de las ciudades notables de la península como Bolonia o incluso Florencia. Pero el tiempo hizo que la mayoría se vinieran abajo y no quedasen para la posteridad. En Bolonia precisamente su símbolo son las Dos Torres (Due Torri) que se conservan en su centro histórico, pero se sabe que tuvo muchísimas más.

En el caso de San Gimignano hubo nada menos que 72 torres de gran altura y han llegado hasta nosotros 15, un número muy por encima de la media de otras poblaciones del país. Por eso este lugar, declarado Patrimonio de la Humanidad, es el mejor ejemplo que existe en el mundo de estas metrópolis que nos dejaron antes que nadie los primeros rascacielos del mundo. Era, sin duda, un skyline urbano de la Edad Media capaz de asombrar a cualquier forastero que llegara a avistar por primera vez semejante conjunto de edificios. Hoy día sigue haciéndolo, sobre todo, por la concentración de las torres en un espacio bastante modesto. Y porque 15 es un número muy importante de construcciones de este tipo. Eso explica que San Gimignano esté tan concurrido en temporada alta, tanto que los vecinos llegaron a pedir que se racionaran las visitas porque no querían vivir en un Parque Temático del turismo.

Así que San Gimignano llegó a mis ojos a través de ese documental cuyo nombre no recuerdo y desde entonces había tenido la fijación de ir hasta él. Años después lo hacía a bordo de un coche de alquiler y con la piel de gallina de la emoción. Estaba realmente alegre por lo que suponía verlo más allá del televisor, por poderlo tocar con las manos.

Aunque no normal es entrar por Via San Giovanni (que va de sur a norte), nosotros lo hicimos por el lado opuesto, dejando el coche en uno de los muchos parkings que hay fuera del casco histórico. Son miles y miles las visitas que este lugar alberga cada día, y si no existieran dichos aparcamientos, los accesos a la ciudad estarían totalmente colapsados (en verano cuando más). Así que nuestra entrada a San Gimignano no fue la usual, pero de esa forma la fuimos destapando poco a poco, de forma pausada, hasta que después de indagar en estrechos callejones empezamos a tener muy cerca las primeras torres que recortaban la esbelta silueta de la colina donde nació la ciudad. Flanqueando las murallas alcanzamos el Arco dei Becci (s. XIII) que separa la mencionada Via San Giovanni con una de las plazas con mayor encanto de S. Gimignano como es Piazza della Cisterna.

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La Plaza de la Cisterna es el espacio con más sabor a medievo que uno puede encontrarse en un viaje a la Toscana como este. No sólo por estar compuesto de los largos torreones sino también por sus palacios, por su adoquín original y hasta por las Leyendas que la persiguen desde que nació. Su nombre tiene que ver con el pozo que recoge el agua almacenada en el subsuelo y que rompe el equilibrio de la plaza. Es un aljibe de la época y un ornamento más de los muchos que podemos observar. Destacan las llamadas torres gemelas güelfas, el Palacio Cortesi, el callejón de los ofrebres y la inquietante Torre del Diablo, aunque es posible mencionar lo menos diez puntos de interés histórico-artístico.

P1180551Es completamente indiferente mirar a un lado o a otro. Por ello es fácil recurrir a los giros de 360 grados para intentar asimilar todo lo que uno tiene delante. Recuerdo que además, como por arte de magia, de la nada apareció un vehículo que aparcó a la puerta de una tienda que venía periódicos, revistas y souvenirs para turistas. Hasta ahí todo normal, aunque la zona fuera peatonal, pero el ruido del motor lo delató… era un ferrari con un rojo tan profundo como unos labios besándote apasionadamente. Y tal como vino, se marchó, cerrando el paréntesis que había abierto en un espacio en el que uno llega a plantearse si es cierto que tiene los pies plantados en el Siglo XXI o quizás es una broma.

Sólo resta otra plaza que pueda robarle algo de protagonismo a la de la Cisterna. Y esa no es otra que la Piazza del Duomo o de la Catedral, cuyo nombre puede llevar a equívoco porque allí no se halla catedral alguna, sino una colegiata de estilo románico a la que se accese subiendo por unas escalerillas, y a la que no pudimos entrar puesto que los domingos sólo se lo dejan a los feligreses que van a misa (no pudimos pasar haciéndonos los italianos…). A este se le puede considerar el corazón de San Gimignano quizás por reunir un mayor número de torres alrededor suyo y contar con el edificio religioso más importante de la ciudad (La Colegiata del siglo XIII que fue catedral en el pasado), además del viejo Palacio de la municipalidad (Palazzo vecchio del Podestà, junto a Torre Rognosa de 54 m.), amén del Palacio del Pueblo (Palazzo novo del Podestà) que se yergue junto a la Torre Grossa (51 m.). Entre la Cisterna y esta piazza hay unos arcos que corresponden a una logia (Loggia del Comune) donde se reunía el pueblo en la época medieval.

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Dado que el Palazzo Vechio (S. XII) se convirtió en un teatro hace casi trescientos años y que a la Colegiata no podíamos entrar, centramos nuestros esfuerzos en el Nuevo Palacio del Podestà, que conserva intactas algunas de sus dependencias, y que es la puerta para subir a lo más alto de la Torre Grossa. Una visita a San Gimignano se quedaría algo huérfana si no se pudiera disfrutar de una panorámica desde alguna de las quince torres que permanecen en pie. Así que el Palazzo es una oportunidad fantástica para ello.

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P1180562El precio de la entrada al Palacio (dependencias y museo cívico) junto al ascenso a la Torre Grossa es de 5 euros, asequible para los precios que se mueven normalmente en los principales monumentos italianos. Del Palazzo quisiera destacar sobre todo la Sala Dante, llamada así porque el propio Dante Alighieri pronunció en la misma un discurso como Embajador de la Liga Güelfa (rival de los Gibelinos) dentro de su visita a la floreciente San Gimignano. Nada que ver con la faceta de escritor por la que se convirtió en eterno. Aunque su historia es superada por los frescos que decoran las paredes del salón, entremezclando motivos religiosos como la Maestá (Virgen en Majestad) de Lippo Memmi con otros meramente militares que recuerdan batallas pasadas. El resto de dependencias son de un carácter más museístico, por lo que sólo la de Dante ya vale los 5€.

 

Aunque si alguien entra al Palazzo del Podestà es, sobre todo, para tocar el cielo en la Torre Grossa. La subida es sencilla, para nada claustrofóbica como la del Mangia de Siena, con escaleras muy anchas que aprovechan toro el grosor del edificio. Cuando menos te lo esperas te das cuenta que ya estás en lo más alto y tienes sólo para tí una visión desde arriba de la ciudad de los rascacielos de piedra, para algunos «el Manhattan de la Edad Media». Allí encaramados en lo alto hicimos nuestro San Gimignano y el campo toscano que no parecíatener límite. Es entonces cuando apreciamos desde un plano cenital la grandiosidad de estas construcciones que cuentan con más de siete siglos de antigüedad, y que constituyen otra de esas hazañas arquitectónicas que el Hombre pudo solventar con menos medios de lo que nos podríamos imaginar.

A la bajada nos esperaba el patio del Palazzo que parecía sacado de un cuento, como tantas cosas en San Gimignano.

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Si Via San Giovanni corta San Gimignano desde el centro hasta el sur, Via San Matteo lo hace buscando el norte. Ambas son las arterias principales de la ciudad, en las cuales se suceden los arcos y se encuentran las tiendas de mayor encanto. Tras nuestro paso por la Torre Grossa, tomamos en primer lugar San Matteo y entramos a no pocas tiendas de alimentación con productos frescos de la Toscana, así como vinotecas con lo mejor de la zona del Chianti en cuanto a vinos se refería.

San Giovanni, en cambio, está más dedicado a la venta de artesanía y regalos. Casi todo tallado en madera y con la sempiterna figura de Pinocho que se quedó con nosotros en forma de imán de nevera. Esta calle es para hacerla lentamente, piano piano, e ir descubriendo nuevas casonas y palacios junto a los comercios tradicionales a los que es difícil resistirse a pasar al menos unos segundos. Además siempre había como mínimo una torre vigilando nuestos pasos…

Retornamos a la Piazza del Duomo para tratar de ir a las ruinas de la vieja fortaleza y nos quedamos realmente asombrados de sus cuartos traseros dentro de una placita absolutamente vacía en la que daba gusto estar. Es un desahogo al resto de rincones de San Gimignano y tiende a pasar desapercibida, pero nuevamente capta la magia de este lugar tan memorable. Un intermedio entre la Colegiata y la Fortaleza que bien vale pasar por él…

La Rocca, el nombre que recibe la fortaleza, es un área interesante para pasear, sentarse al sol y, sobre todo, para tomar fotografías interesantes desde un ángulo privilegiado dentro de la misma ciudad. Aquí los restos del baluarte defensivo de San Gimignano y de un viejo castillo que perteneció al Obispado de Volterra en la Edad Media del que no quedan apenas unas piedras, forman otra de las etapas básicas de cualquier ruta por la ciudad que se precie. Las vistas de las torres y, por supuesto, del paisaje campestre de alrededor, son muy recomendables.

Vistas geniales aunque tampoco las mejores. Porque un aspecto clave para que uno pueda traerse la típica foto deP1180598 postal de San Gimignano con todas sus torres a la vista es saber que hay que salirse fuera, alejarse a unos 2 kilómetros máximo. Algo sencillo con un coche de alquiler y no tanto si se ha llegado aquí en transporte público. En nuestro caso, cuando dimos por finalizada la visita a la ciudad, buscamos una colina que tuviera el sol detrás, para que no chafara las fotografías y nos dejara diáfana la panorámica de San Gimignano resplandeciendo sobre su colina. Entramos a un pueblo minúsculo de las afueras que estuviera suficientemente elevado y con la luz perfecta, y ahí pudimos traernos «las postales» con las que se ha ilustrado parte de este relato.

Ahí terminó nuestra incursión a este lugar que me había arrastrado hasta él, como un imán, a partir de una siesta interrumpida por la locución de un típico documental. San Gimignano, que considero una perfecta excursión de media mañana o media tarde (en temporada alta es mejor esta última) tanto si se viene desde Florencia como si de hace desde Siena, no disminuyó un centímetro las expectativas que me había creado en mi cabeza desde hacía ya unos cuantos años. Todo lo contrario, me maravilló… nos maravilló a los dos, porque cuesta creer que aún exista un lugar como este.

VOLTERRA, ENTRE ETRURIA Y LOS VAMPIROS DE CREPÚSCULO

Aún disponíamos de aproximadamente tres horas o tres horas y media antes de emprender el camino de regreso hacia Bolonia. La duda estaba en si nos quedábamos en algún lugar cercano tipo Certaldo para ver la casa de Boccaccio (autor del Decameron), o arriesgar y alejarnos más de la cuenta para ir a otra de esas ciudades medievales con encanto como Volterra, precisamente de la que me había estado informando la semana anterior al viaje. Le calculamos unos cuarenta minutos de distancia como máximo y que podríamos estar allí algo más de dos horas. Sopesamos los pros y los contras, si valía la pena, y finalmente nos decantamos por hacer una visita relativamente rápida a Volterra, pero al menos no perdérnosla. Queríamos que el remate de un viaje fabuloso tuviera lugar en un lugar fabuloso… Y Volterra lo era.

Sobre el papel 31 kilómetros separaban S. Gimignano de nuestro objetivo, pero no en línea recta ni en cómodas carreteras de dos o tres carriles. Esas no se acercan si quiera hasta aquí. Pero mucho mejor, porque aunque se necesite más tiempo del normal para cubrir esa distancia, a quienes nos gusta conducir son ese tipo de vías las que más nos motivan.

P1180604La fuerza lumínica de este domingo tan radiante pisaba el acelerador por sí misma, haciéndonos escalar el asfalto para volver a bajar de nuevo, dar giros cerrados de curvas precisas y preciosas .y formar un todo con la naturaleza de las tierras cultivadas y reverdecidas por esa niebla densa que rasga el campo cada mañana. Y, de repente, Volterra, una pequeña ciudad que con sólo pronunciarla te hace retroceder varios siglos en el tiempo, desde Etruria a Roma, de Roma al medievo, del medievo al renacimiento… pero nunca más adelante. La Toscana es así, se ha quedado en otras épocas simplemente porque no existen motivos para el cambio.

Al igual que en las demás ciudades históricas, los coches no tienen cabida intramuros salvo los de los residentes, por lo que es obligado dejar los vehículos fuera de ellos o en algún parking. Justo a la entrada a los principales monumentos y calles de la localidad encontramos un aparcamiento subterráneo de gran tamaño. No teníamos tiempo que perder pues Volterra nos estaba esperando. ¡Y nosotros a ella también!

Volterra se encuentra amarrada a una colina de unos 500 metros de alto. Los valles del Cecina y el Era, dos ríos cuyas aguas fluyen alrededor, cortan como con una sierra este accidente geográfico que nutre a la urbe. Las casas de piedra son de un estilo bastante uniforme y tan sólo se atreven a sobresalir los edificios principales en temas religiosos y políticos tales como la Catedral, el Baptisterio (separados ambos) y el Palacio de los Priores (Ayuntamiento), con su inconfundible torreón de almenas. Las calles se expanden alrededor suyo, aunque en muy poco espacio, casi como si se agazaparan para evitar salirse lo más mínimo de las murallas.

El origen de esta ciudad es muy anterior al nacimiento del Imperio Romano. De hecho fue una de las capitales más importantes en tiempos de los etruscos, quienes le regalaron su nombre, Velathri, además de convertirla en una fortaleza con altos y poderosos muros. Ya en tiempos de los romanos pasó a ser Volterrae y creció, aunque las formas actuales provienen de la Edad Media y de algunas píldoras procedentes del Renacimiento. Fue foco de grandes batallas por el poder entre Güelfos y Gibelinos (a quienes daba su apoyo) hasta que la República de Florencia lo reabsorbió para sí. Durante varios siglos perteneció al Gran Ducado de Toscana y en 1860 toma parte de la Italia Unida que formaba un nuevo país. Es por ello que Volterra tiene parte de distintos trocitos de la Historia de la Región, aunque predominen mayoritariamente los rastros del medievo, que son los que la definen de cara al se asoma hasta ella.

Esta ciudad siempre permaneció a la sombra de otras tantas que recibieron toda la fama de la Toscana. Quizás su acceso, no tan directo desde Florencia (es mejor si se hace desde Pisa, que la tiene a poco más de 60 km), le ha permitido pasar inadvertido a las hordas del turismo que asolan Italia año tras año. Hasta que a la escritora estadounidense Stephenie Meyer, creadora de la saga de libros de Crepúsculo (Una serie vampírica, en inglés Twilight), se le ocurrió situar la residencia de los Volturi, la más vieja familia de vampiros, en Volterra. Fue más bien por un parecido en los nombres la razón de ubicar exactamente aquí uno de los capítulos de sus narraciones, aunque la autora reconoció que a partir de esa casualidad quiso conocer todo acerca de la ciudad y la vió perfecta para lo que quería transmitir. El paso de los libros a las pantallas de cine, con el mediático Robert Pattinson, fue toda una revolución. Y Volterra notó su efecto. De hecho varias escenas de la segunda parte de la serie (Luna nueva) fueron recreadas aquí (y en Montepulciano, quienes les dieron más facilidades de rodaje). Desde entonces es inevitable que sus visitantes asocien la ciudad con los vampiros de Crepúsculo. Recientemente su Alcalde reconoció que la película hizo que no notaran en absoluto la crisis económica que sí se ha percibido en el resto de Italia. Las plazas hoteleras vuelan…

Con esto comenzamos a indagar entre los sombríos callejones de Volterra quien sabe si en busca de los rostros pálidos de algún vampiro infiltrado entre los escasos turistas que había caminando por ellos. Esta ciudad es una verdadera delicia para perderse si uno así lo desea porque siempre habrá lugares en los que tener esa sensación de no saber dónde se encuentra la salida del laberinto.

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Rápidamente llegamos a la Piazza dei Priore, no sólo la más hermosa de Volterra sino también la que más tiene que ver con Crepúsculo, puesto que aquí se desarrolla el capítulo en que Edward Cullen (Robert Pattinson) busca el castigo mortal de los Volturis porque no soporta la idea (equivocada) de que su amada, Bella Swan, haya muerto. Y no es de extrañar que Meyer situara la escena en esta Plaza puesto que no hay mejor Palacio que el de los Priores para ubicar el hogar de esta familia de vampiros sedienta de sangre. En realidad el Palazzo dei Priori es una maravilla del gótico y presume de ser edificio más antiguo de la Toscana que funciona como Ayuntamiento. Una inscripción reza que fue construido en 1239, por lo que es muy anterior a otros palacios que podemos ver hoy en día en la región.

P1180613El insigne Palazzo se estructura en tres niveles con de ventanas bíforas y termina en un precioso torreón bajo el que hay un enorme reloj. Los escudos de los comisarios florentinos del Siglo XV (sus gobernantes en el momento en que Volterra forma parte de la República de Florencia) decoran la fachada de piedra que mira a la plaza. Hay distintas teorías que hablan que fue el edificio en el que se basaron para hacer el Palazzo Vecchio de Florencia, con el que guarda un gran parecido. Nos fue inevitable gesticular ante semejante belleza que, por mucho que hubiéramos leído, no esperábamos fuera tal. La totalidad de la Piazza dei Priore nos pareció espectacular, con la magia de su intemporalidad y su misticismo impreso en cada rincón al que dirigiésemos la mirada. Volterra bien valió las cien curvas que superamos para llegar.

Pero no es el de los priores, ni mucho menos, el único palacio de Volterra (que superan la decena), ni siquiera de la Plaza. Porque justo enfrente queda el Palazzo Pretorio de infinitos ventanales, con otro torreón y la figura de un pequeño cerdo de piedra sobresaliendo en el mismo. Y aún queda espacio para el Palacio Episcopal en cuyo interior hay un Museo de Arte Sacro que se abre al público para exponer algunas joyas pictóricas, escultóricas, así como algunos objetos procedentes de la catedral y de algunas de las iglesias de la ciudad. Todo es magnífico en este lugar. En muy poco espacio hay mucho, quizás demasiado para asimilar de una sola tacada.

Detrás del Palacio de los priores pasamos a la Catedral, casi unida al mismo (les separa muy poca distancia). Dentro de la Piazza San Giovanni están los templos religiosos más importantes de la ciudad, la Catedral y el Baptisterio. La primera es de un clarísimo estilo románico, sobre todo en el exterior, bastante sobrio.P1180622 Aunque cuando uno entra se percibe la mezcla de otros estilos como el renacentista. La nave central de la Catedral dedicada a la Virgen de la Asunción cuenta con arcos de franjas blancas y negras como en otros muchos templos de la Toscana. Por ella caminamos despacio, no perdiendo detalle ni de sus fabulosos techos ni de las capillas de los laterales. Estuvimos absolutamente solos, al igual que en el Baptisterio que teníamos justo enfrente. Este edificio se aprovechó de una construcción estrusca precedente y se inauguró en el Siglo XIII. Tiene forma octogonal, al igual que el que vimos en Siena el día anterior, aunque sus dimensiones son mucho menores que los de este. La pila bautismal de mármol es del Siglo XV y su autor el escultor Andrea Sansovino, que también trabajó en el Baptisterio de Florencia y en la Iglesia del Popolo en Roma.

 

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P1180626Vistos estos lugares nos decidimos a callejear por Volterra que, al fin y al cabo, es lo mejor que se puede hacer para captar su esencia. Caminar por las calles es un rocambolesco ejercicio de intuición, más que nada porque las capacidades de orientación se ven limitadas al máximo. El aprendizaje de lo que viene a ser esta ciudad a lo largo de siglos e incluso milenios tiene que ver con esta labor de «pérdida concienzuda» que siempre recomiendo en esta clase de sitios. Al fin y al cabo detrás de un callejón cualquiera puede aparecer un lugar fascinante que uno no espera. O la verdad escondida en el golpeo de unos tacones o incluso en el cierre con llave de una vestusta puerta de madera.

 

P1180627Por la Casa de los Buonparenti, unida a las plantas superiores de otras construcciones por pasarelas que se ven a pie de calle, por un teatro romano perfectamente conservado, por las tiendas de artesanía que venden piezas labradas de alabastro (muy típico en esta zona), por tener una Puerta etrusca de casi dos mil quinientos años (Puerta del Arco) como uno de los restos de los más de siete kilómetros de fortaleza que levantaron antes de pasar por el tamiz de Roma, por la mareante cantidad de ristorantes y trattorias que hacen la boca agua con sólo mirar el menú, por no estar demasiado masificado (a pesar de Crepúsculo), por las vistas desde los salientes de la colina… Por eso Volterra es uno de los más deliciosos caprichos que darse en la Toscana, todo un ejemplo de que es necesario viajar a esta región diez veces si hace falta para terminar afirmando que es imposible verlo todo. Tanta concentración de Arte e Historia es simplemente inabarcable.

La última ración de pasta fresca del viaje robó los últimos minutos a este cuento de la Cenicienta en versión italiana. Nuestro tiempo en Toscana se había consumido, por esta ocasión, y debíamos ir previendo nuestro regreso al Aeropuerto de Bolonia, de donde habíamos partido el viernes por la tarde. 176 kilómetros bastarían para quedarnos a las puertas de nuestro avión de Ryanair. Muy cerca de Florencia nos metimos en un atasco impresionante que nos hizo temer por unos instantes perder el avión. La sangre no llegó al río, aunque sí la niebla que, poderosa como la de la mañana, se empeñó en taparnos la visión para despedirse a lo grande de nosotros.

Y así llego el final a un largísimo cumpleaños, a la apertura de un regalo que no salió precisamente de una caja y que aún hemos terminado de desenvolver.

FIN

* Recuerda que este es el segundo de los dos relatos que narran el viaje a la Toscana. Si queres leer el primero pincha aquí.

* Puedes ver una Selección de fotos de todo el fin de semana pinchando aquí.

* Además del viaje-documental a Castellón de este fin de semana, hay previsto un próximo destino para el fin de semana siguiente. ¡Que el ritmo no pare!

16 Respuestas a “Toscana 2011: Siena, San Gimignano, Monteriggioni y Volterra (Parte 2 de 2)”

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