Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Capítulo 6º (Angkor II)
26 de marzo: ANGKOR II
Una tormenta de imágenes fascinantes se sucedían constantemente en mi cabeza. Aún no había sido capaz de asimilar todo lo acontecido el día anterior cuando me enfrenté cara a cara con los Templos de Angkor por primera vez. Todo era para mí cúmulo de sensaciones y de sueños cumplidos, un viaje de retorno a una infancia de imaginación y fantasía, que no había tenido tiempo de convertir en «carne de realidad». Y tampoco lo tendría, al menos ese día porque, sin apenas solución de continuidad, volvería de nuevo a esos senderos que permanecieron siglos enteros escondidos en el bosque. Teníamos planteada una ruta completamente diferente que nos llevaría a conocer otros Templos que también merecen ser admirados tras su largo letargo.
Aún con su magia prácticamente intacta, habían dejado de estar ocultos tras la espesura. Siempre a la sombra de Angkor Wat, Bayon y compañía, pero en absoluto simples retazos el Imperio Jemer. Al contrario, son continuadores de la línea de grandiosidad y perfección, de la vida entre las piedras y de representar al Universo idealizado. Por ello continuamos con nuestro viaje a los Templos de Angkor, para seguir esta estela, para seguir escalando los picos del mítico Monte Meru y llamar a la puerta de los Dioses que los habitan.
En esta ocasión Alex y yo habíamos quedado a las siete de la mañana para iniciar el recorrido. Con lo que queríamos hacer era más que suficiente para que incluso sobrara tiempo. Y de esa forma también aprovechaba a descansar un poco más porque llevaba un par de días en los que las horas de sueño habían sido más bien escasas. Cuando terminamos de ver Angkor Wat el día anterior tuve una tarde realmente perra en la que mi mayor actividad física fue cruzar la carretera de enfrente del hotel para irme a dar un masaje de aceites aromatizados (10$/60 minutos). Con la tensión por los suelos cené algo ligero, compré en el supermercado de al lado algo de desayuno para llevar en la mochila, charlé un rato con los chavales de recepción, escribí unos minutos en el ordenador y caí rendido para dormir del tirón hasta las 6:30 en que sonó mi despertador. La verdad es que estaba muerto…
La cama fue mi mejor aliada. Me había surtido de energía para echarme un nuevo día a la espalda. Salí del hotel a las siete en punto y ahí estaba Alex con su tuk tuk en marcha. Ya había amanecido pero el cielo no tenía ni la más mínima muestra de color azul. Estaba cubierto de una capa de nubes gruesas y ásperas. Entre eso y el olor a tierra mojada se anunciaba con inminencia la clásica tormenta de verano. No llevábamos ni diez minutos en marcha y empezó a caer un aguacero impresionante. En vez de gotas parecían piedras. Menos mal que Alex le puso rápidamente una capota de plástico al tuk tuk porque sino hubiéramos tenido que salir nadando. Sólo esperaba que no durase mucho tiempo porque a ver quien era el valiente que se atrevía a salir fuera con la que estaba cayendo.
Afortunadamente la tormenta se detuvo en no más de quince minutos. Su amenaza aún era posible, pero si de algo sirvió fue para arrancar de raíz el calor insufrible y dejar para todo el día una temperatura mucho más suave. A ese horno en que se convierte Camboya entre marzo y junio le hacían falta menos grados de los que ya tenía. Así que esa lluvia fue muy de agradecer.
PLANNING DEL SEGUNDO DÍA «DE TEMPLOS»
Habiendo visto ya los «indiscutiblemente indiscutibles», quedaban aún muchos templos de enorme interés que pretendía conocer. El primero sería el más lejano, Banteary Srei, pequeño y en ocasiones olvidado, pero con los más finos relieves de Angkor. Después daríamos media vuelta para dirigirnos al lado este del Baray Oriental y visitar Banteay Samré además de los inmensos templos-montaña Pre Rup y Mebon Este. Iríamos subiendo por el circuito grande para detenernos en Ta Som, una gratísima sorpresa, y en el antiguo estanque artificial Neak Pean. Después de hacer una parada para almorzar, dedicaría el tiempo suficiente al Preah Khan, un coloso ubicado al norte de Angkor Thom que recuerda en grandiosidad al Ta Prohm.
Aunque no lo parezca, el día estuvo bastante menos apretado que el anterior, y pude disfrutar de esta nueva ruta de templos con la tranquilidad suficiente y necesaria que demanda Angkor.
BANTEAY SREI, PEQUEÑA GRAN OBRA MAESTRA DEL ARTE JEMER
No hace más de diez años que para poder ver Banteay Srei había que ir en un vehículo escoltado, puesto que a tan solo 25 km de Angkor Wat se escondían los últimos jemeres rojos quienes, fuera del poder, se convirtieron en terroristas que no dudaban en cometer atentados indiscriminados desde sus inaccesibles campos minados. Quien acudía allí lo hacía a sabiendas del peligro que corría. Y si se arriesgaba, era porque no quería perderse la que para muchos es la gran joya del arte jemer, pequeña y lejana, pero extremadamente bella. Cuenta con más de mil años, exactamente es del 967 D.C, cuando reinaba Jayavarman V, pero tiene particularidades que convierten a Banteay Srei en otra especie distinta a los demás templos que rodean Angkor Wat o Angkor Thom. Sus fundadores, sus técnicas, la mitología que le rodea y su ubicación son diferentes a los demás templos angkorianos. Por ello puedo asegurar que debe marcarse bien fuerte en toda hoja de ruta de Angkor. Había quien iba a pesar de los pesares. Hoy día, sin terroristas ni minas, sería imperdonable perdérselo. En modo alguno iba a dejar que me lo contasen. Eso tenía que verlo como fuera.
Me bajé del tuk tuk en un parking en el que ya habían aparcados unos cuantos minibuses que habían desalojado grandes hordas de turistas koreanos. Junto a los japoneses forman la más grande invasión de cámaras fotográficas que uno puede ver en Angkor. No siempre te los encuentras, pero si te engancha un buen grupo organizado, lo mejor es tener paciencia y asumirlo lo antes posible. Los tesoros del mundo al fin y al cabo son de todos y cada uno de los habitantes de este Planeta superpoblado. Eso es así queramos o no.
El camino al templo lo hice en aproximadamente cinco minutos bajo una amenaza de tormenta que no terminó pasando de ahí. Ya había llovido todo lo que tenía que llover a primera hora de la mañana. Observé a una mujer que pedía limosna cuya cara estaba completamente desfigurada. Era una de las víctimas del ácido, sufridora del complejo de inferioridad de un marido que roció líquido corrosivo sobre su rostro. Pura venganza, puro machismo asesino. Y una escena más repetida en Asia de lo que nos podamos imaginar.
Y tal y como nos enseña la vida, el horror y la tristeza pueden coexistir con la belleza más pura. Cada paso que damos tiene una de cal y otra de arena a los que nos tenemos que ir acostumbrando. Con el rostro de aquella mujer en mi cabeza apareció de repente el rostro enrojecido de un templo absolutamente maravilloso que nos abría las puertas y nos demandaba sumergirnos a otro mundo menos cruel y mucho más hermoso.
Entonces penetré por una larga galería donde cada muro, cada dintel y cada centímetro de pared estaba vivo, tallado meticulosamente por un orfebre de la piedra capaz de trasladar todo su universo con sus manos y dibujar con la punta de los dedos un paraíso de flores y Dioses de la mitología hindú. Como por ejemplo Indra, el Dios del cielo, las nubes y las tormentas (aunque en la Religión védica, anterior al Hinduísmo era el Rey de todos los Dioses), montando con firmeza su elefante blanco, Airavata, y blandiendo fuertemente su arma más valiosa, el relámpago (vashra).
Banteay Srei está dedicado a Shiva, pero no bajo el paraguas de un Rey Jemer como en la mayor parte de los Templos de Angkor, sino bajo el de un Brahmán, es decir, un sacerdote incluido en el primer escalafón del sistema de castas del hinduísmo. Yajnavaraha, que así se llamaba estre Brahmán, era realmente poderoso. Estaba bendecido por la varita mágica de una inteligencia multidisciplinar que le llevó a ejercer la Medicina Ayurveda, a poseer contrastados conocimientos de Astronomía y de Música, y a formar parte de la Corte de los Reyes Rajendravarman y Jayavarman V como Médico y Físico, incluso de gurú personal del monarca. De hecho él fue nieto de Reyes. Además se cuenta que su riqueza y dedicación no voló únicamente por las alturas del Imperio Jemer sino que también se vació con los más pobres y desfavorecidos. Fue un polímata que si hubiese nacido en la Italia del Siglo XV se diría que fue un Hombre del Renacimiento. Yajnavaraha, junto a su hermano Vishnukumara, quiso honrar a Shiva con un templo de modestas proporciones pero con una ornamentación nunca vista hasta el momento. Y hizo, no cabe duda.
Banteay Srei viene a significar algo así como «Ciudadela de mujeres» o «Ciudad de las mujeres». Se cuenta que dicha denominación, utilizada una vez extinto el Imperio Jemer, se debe a que la mano de obra contratada por Yajnavaraha fue exclusivamente del género femenino. Pero esto no es algo en absoluto comprobado y, al parecer, el nombre del templo viene dado por la cantidad de devatas esculpidas en sus nichos. Aunque durante mi visita no pude dejar de pensar un instante que lo que se decía podía ser verdad porque unos relieves cincelados con esa finura y esa delicadeza sólo podían desprenderse de las manos sutiles y elegantes de una mujer.
La galería procesional se corta en una gopura o puerta porticada de acceso al santuario central. Dos pequeñas bibliotecas custodian tres prasats (uno central y dos laterales). Es entonces cuando toda clase de criaturas presentes en la cosmogenia hindú se nos aparecen en infinitas escenas. Imposible pensar que no estén vivas, que no se muevan, que no actuén, que no te observen meticulosamente.
La fuerza y el poderío divino se ablanda con las bailarinas de finas cinturas y suaves sonrisas, con un universo floral que brota de la arenisca roja con que se levantó el Templo. Los barrotes y puertecillas tras los escalones guardan un tesoro invisible a los mortales. En otra dimensión se libra una batalla inimaginable, inasumible a nuestros ojos perecederos y simples.
Quienes tallaron meticulosamente los muros de Banteay Srei pudieron ver mucho más allá que nosotros. Quizás esas finas manos de mujer tocaron una vez la puerta de los Dioses y les fue impregnada la gracia de poder modelar todo lo que sus ojos habían llegado a ver en el otro mundo. De otra manera no me lo puedo explicar.
Banteay Srei, a pesar de sus pequeñas dimensiones, me llevó por lo menos una hora, que podía haber sido más tiempo, aunque con la dificultad de compartir un espacio tan reducido con decenas de turistas coreanos de foto, sonrisa y el símbolo de la victoria hecho con los dedos. En un complejo más grande no lo hubiese notado tanto, pero «La Ciudadela de las mujeres» es lo que tiene, que es un joyero diminuto que todos queremos ver. Al menos podemos, y lo celebro, ya que hace diez años era todo un riesgo transitar aquellos caminos de muerte y rencor.
BANTEAY SAMRÉ, CLASICISMO ANGKORIANO
Regresamos por la carretera de Banteay Srei para desandar 16 ó 17 kilómetros y ponernos en un punto claramente suroriental. Nuestro próximo templo estaba a más de medio kilómetro del Baray del Este, más aislado que la mayoría de construcciones de Angkor. Si se toma una instantánea satelital del núcleo central del Imperio, Banteay Samré queda a un lado, casi fuera de las principales rutas de templos. Su aislamiento fue uno de los valores clave con los que contó para no ser demasiado «tocado» durante los siglos de abandono, y permanecer en el día de hoy en un estado de conservación ejemplar. Incluso esta ubicación le ha mantenido fuera de forma injusta de muchos de los circuitos turísticos planteados en el área. Gracias a ello, en parte, pude disfrutar de este templo en soledad durante casi tres cuartos de hora. Los coreanos y japoneses debían andar lejos y yo tenía que aprovecharlo como fuera.
Banteay Samré significa «Ciudadela de Samré», siendo ésta una población próxima a Phnom Kulen. Se construyó en el Siglo XII, aunque no se sabe bajo el reino de quien, si de Suyavarman II o Yashovarman II. Independientemente de estas dudas que se las dejamos a los historiadores, esto nos sitúa muy cerca de los años en que se levantó en gran Angkor Wat, lo que indica que Banteay Samré es también de corte hinduísta y, lo más importante, que su estilo arquitectónico corresponde al período clásico más puro. De hecho muchos expertos consideran que este templo es el más cercano a su estética y distribución interior. Arte clásico jemer.
Casi 200 metros de un ancho sendero de arena que al parecer estuvo cubierto y del que sólo se conservan las balaustradas laterales representando a las nagas (serpientes mitológicas) anteceden a una pequeña escalera flanqueada por dos leones. Un gopura (el oriental) sirve de entrada al primero de los recintos, el exterior, que forma un rectángulo de 83 x 77 metros, amurallado por completo y con una altura de 6 metros.
Un foso seco es el precedente del segundo recinto, al que se accede a través de cuatro gopuras que aparecen en perfecta colocación a norte, sur, este y oeste. Banteay Samré es absolutamente armónico, yo diría que al milímetro. Y lo que no se ve armónico es porque ha desaparecido y ya no existe. Nos encontramos pues en el núcleo principal del templo.
También en forma de círculo, que por poco no es cuadrado, el recinto interior tiene unas medidas de 44 x 38 metros. Un prasat ejercería de corazón que late en el centro de la estructuta, coronado por una flor de loto, que para el hinduísmo representa a la madre de la creación, la que única capaz de aglutinar todo lo que es bueno y hermoso. Sobre el prasat apuntan las cuatro gopuras cardinales de las que he hablado en el párrafo anterior. Desde el este es posible entrar a la propia estructura piramidal por una antesala (Mandapa).
Las galerías concéntricas se entrelazan entre sí mirando siempre al centro. Un bosque de barandillas cilíndricas de piedra cortan la luz del sol en pedazos para dejar los interiores casi en penumbra. Dos pequeñas bibliotecas, que también se ven entrando de este a oeste, rellenan como pueden los cuatro patios interiores, carentes de espacio.
Banteay Samré, aunque recuerde en el nombre a Banteay Srei, no tiene demasiado en común con éste salvo sus modestas dimensiones. La arenisca roja se ha sustituido por la laterita y los finísimos relieves por escenas del Ramayana esculpidas con más tosquedad.
Y entre medias restó la soledad. Visnú, Dios al que se dice está dedicado Banteay Samré, debió querer compensar el agravio del turismo de masas, dejándome permanecer en el interior de su templo sin más compañía que la de las historietas grabadas en la pared. Recuerdo que permanecí un tiempo sentado en una barandilla, observando todo lo que tenía a mi alrededor sin más perturbación que el sonido emitido por la Madre Selva. Tuve una sensación similar a la de Banteay Kdei, que pensé iba a costar recuperar. Debería ser obligatorio para todos los que visiten los templos de Angkor tener la posibilidad, al menos una vez, de permanecer en absoluta soledad en uno de ellos. Es lo más parecido a formar parte de ese sueño levantado muchos siglos antes de que naciéramos.
PRE RUP, LA PIRÁMIDE QUE PUDO SER UN CREMATORIO
A la salida de Banteay Samré le compré a una niña una preciosa marioneta que representaba a un Rey jemer. Me encantó nada más verla y no pude evitar llevármela. En realidad desde ese mismo momento ya tenía una destinataria clara, mi novia Rebeca, que seguro la cuidaría mejor que yo. Alex me la guardó durante todo el día en un cajón que había acondicionado debajo del asiento del rickshaw. De esa forma estaría segura y no tenía que ir cargando con ella hasta llegar al hotel.
El siguiente trayecto fue realmente corto. Atravesamos por un camino una llanura verde donde se cultivaba el arroz y las palmeras ondeaban tímidamente al compás del viento. Los paisajes planos y fértiles de Camboya son pura delicia.
Nuestro próximo destino fue Pre Rup, justo en el lado oriental del estanque Srah Srang, el opuesto a donde presencié un limpio amanecer el día anterior. Este es otro de los monumentos clave para comprender el Arte jemer, ya que está considerado como uno de los baluartes más importantes de los Templos-Montaña construídos en Angkor que precedieron el estilo clásico. Levantado sobre un montículo artificial en el año 962, en pleno reinado de Rajendravarman II, sostiene cinco prasats (quincucio) en el tercer nivel de una estructura puramente piramidal a la que se asciende por cuatro rampas escalonadas (norte, sur, este y oeste).
El hallazgo de un sarcófago hizo pensar que se trataba de un lugar de incineración de cadáveres. De hecho Pre Rup significa «rotar el cuerpo», mención a la tradición de moldear las cenizas del muerto para formar un cuerpo y así orientarlo a cada uno de los cuatro puntos cardinales. Los expertos aún no se han puesto de acuerdo respecto a si es cierto o no que aquí se realizaran cremaciones, pero sí parece que sus funciones estaban relacionadas con la muerte. Un altar a los antepasados, un mausoleo, probablemente del Rey y su familia. Teorías que no han pasado de ser hipotéticas.
En Pre Rup se alternaron los materiales de construcción y esto se aprecia en la transición evidente del ladrillo a la laterita. Hay una mayor presencia del primero, sobre todo en los santuarios (prasats) que coronan la cima de esta pirámide de tres niveles.
Los leones se asoman a unas vistas magistrales, que para muchos son las mejores para quedarse a ver el atardecer. Aún así se advierte un entorno, como siempre, espectacular. Si se llevan prismáticos se podrán distinguir de forma más nítida a otros templos sobresalir de la espesura.
Pre Rup es un templo-montaña magistral que considero también de indispensable visita en Angkor. Ya van muchos indispensables, es cierto, aunque os recuerdo que los indiscutiblemente indiscutibles, los imperdonables, eran tres, y de esos ya hablamos en el capítulo quinto. Pero por templos como Pre Rup, Banteay Srei y otros muchos siempre hay que reservar un mínimo de dos o tres días a esta parte de Camboya.
Haciendo estas menciones me ha venido a la cabeza que en Pre Rup, a la entrada, un policía me pidió dinero a cambio de enseñarme el templo. Vaya, cómo está el cuerpo policial en Camboya – pensé en voz alta a la vez que me esfumé de su lado como si no hubiera escuchado lo que me acababa de decir. Y eso que están allí para salvaguardar a los turistas de los falsos guías.
MEBON ORIENTAL, EL PRIMOGÉNITO
Quinientos metros al norte de Pre Rup se encuentra Mebon Oriental o Mebon Este, donde también nos detuvimos. Es prácticamente un calco de este templo montaña, también dividido en tres niveles con cinco prasats (uno central y cuatro esquinados) en la cima. Rajendravarman II, diez años antes de que se levantara Pre Rup, patrocinó la construcción de éste, aunque su tamaño sería menor que el de su hermano. Si a uno de ponen delante de este templo y le dicen que es Pre Rup, probablemente se lo crea.
Mebon Oriental, eso sí, cuenta con una particularidad realmente llamativa. Su ubicación era sobre un islote en el interior de un enorme estanque artificial. Y únicamente se podía acceder al mismo en barco. Actualmente no existe lago alguno (se desecó mucho tiempo atrás), pero debía ser fabuloso ver emerger del agua a aquella pirámide.
Posee esculturas de elefantes por los que merece la pena entrar unos minutos, aunque se haya revisado de arriba a abajo Pre Rup. Es el primogénito de la familia, sólo por eso conviene hacerle un guiño.
TA SOM
Después de detenernos unos minutos en Mebon Oriental subimos la carretera correspondiente al circuito grande y, tras circular no más de cinco minutos dirección norte, llegamos a Ta Som, el quinto templo del día, que por unas cosas u otras terminó convirtiéndose en «una grata sorpresa». Afortunadamente la «sobresaturación» de templos no había llamado a mi puerta todavía. Sé de gente que al tercero se hubiera agotado o no le hubiera visto el sentido a continuar. Pero mi «masoquismo de monumentos» debe salirse ya de todos los límites porque es realmente complicado que pueda cansarme de ver cosas así de seguido una después de otra. Disfruté por igual el primero que el último, porque ninguno es igual, porque siempre se aprenden y descubren cosas nuevas, y porque cuando desapareciera de Siem Reap echaría de menos para siempre los dichosos Templos de Angkor. Por ello más me valía aprovechar el tiempo antes de volcarme en la nostalgia y añoranza de tres días irrepetibles.
Ta Som, sería el quinto, pero no por ello quedaría rezagado entre los menos destacados. Al contrario, para mí supuso una nueva oportunidad de patearme un templo de arriba a abajo sin apenas compañía, de colarme en ventanucos oscuros y de no cesar en la búsqueda de un tesoro escondido. Incomprensiblemente no entra dentro de muchos de los circuitos angkorianos, por lo que queda garantizado, salvo causas extrañas, permanecer en su interior casi en soledad.
Se ve la mano del célebre monarca Jayavarman VII, quien convirtió el Imperio Jemer al Budismo (Ta Som, de hecho, es un templo budista) y al cual le encantaba representarse como el Buda-Rey en torretas y gopuras. Las clásicas cuatro caras de Avalokiteshvara con rasgos del gran Jayavarman que también se pueden ver en Bayon, Ta Prohm o Banteay Kdei, entre otros, observan sin compasión al viajero en las puertas de entrada al este y al oeste de una muralla a la que le cuesta quedarse en pie.
La estructura de Ta Som es bastante simple, un puro rectángulo con cuatro gopuras de acceso. En el centro se alza un prasat cruciforme rematado en flor de loto.
El interior del templo lo encontré en un estado un tanto ruinoso (actualmente se están realizando trabajos de restauración), pero quizás eso le daba un encanto especial. La vegetación ha roto muros y ha esparcido la piedra laterita por el suelo bajo la atenta mirada del Rey que quiso ser Dios.
Me parecieron embriagadoras las apsaras y devatas danzantes esculpidas en los nichos. Una de ellas incluso se tocaba el pelo buscando atraer la atención de un invisible morador del templo. Otras balanceban sus cuerpos para seducir a los infortunados mortales, que no podíamos hacer más que bajar la mirada ante sus ojos pétreos. Sus cantos resuenan eternamente, aunque inaudibles en una selva de insectos chillones e inconformistas. Sin que nos demos cuenta se contonean junto a las escondidas puertas de su mundo, un mundo que está dentro del nuestro y que nos es costoso alcanzar. Sólo ellas, con sus dulces pero falsas sonrisas, saben dónde se encuentra exactamente. Y ríen porque están absolutamente convencidas de que nunca lograremos hallarlo.
PREAH NEAK PEAN
A mitad de camino entre Ta Som y Preah Khan, el último templo que íbamos a visitar en el día, Alex me sugirió ver Neak Pean, una piscina cuadrada grande rodeada de otras cuatro en sus caras norte, sur, este y oeste, en cuyo centro sobreviven las ruinas de un templo budista. Asentí, aunque con hambre y cansancio, ya que llevaba toda la mañana dale que te pego de monumento de Angkor en monumento de Angkor. Y la verdad que tampoco me hubiera perdido nada si hubiésemos ido directamente a comer. Es significado de Neak Pean es «Nagas entrelazadas» ya que es esta precisamente la escultura esculpida en el centro del pequeño templo.
Quizás que el estanque central tanto como sus surtidores estén secos hace que no se aprecie demasiado este conjunto pensado para ser puramente acuático. Si a eso le sumamos que el listón estaba ya muy alto es comprensible que Neak Pean no me dijera nada en absoluto. Pero bueno, es normal que haya cosas que me parezcan mejores que otras. Como que para gustos hay colores.
No tenía fuerzas para ver Preah Khan si no hacíamos una parada para comer y descansar un poco. Nos habíamos hecho seis templos de seguido y necesitaba reposar las ideas incluso más que unas piernas un tanto cargadas. Afortunadamente Alex había calculado perfectamente la jugada, ya que había un restaurante justo enfrente de la entrada principal de Preah Khan. Aunque sabiendo su ubicación interior estratégica y la práctica carencia de lugares donde se podía comer barato, ya que es mayor la demanda que la oferta, estaba claro que me iba a tocar acoquinar. Así fue, 10$ dos platos y bebida, los cuales compartí con una breve charla con una pareja de españoles que venía de Vietnam y se había escapado a Angkor en el último tramo de su viaje. Eran los primeros con los que me encontraba desde que saliera de Madrid. Ya estaba empezando a echar de menos hablar español. Y me temo que ellos fueron quienes pagaron mi desasosiego por no haber practicado en demasía la lengua de Cervantes.
PREAH KHAN
Así como el día anterior reservé para después de comer Angkor Wat y de esa forma poder invertir todo el tiempo que le viera necesario dedicar, para Preah Khan, que tiene extensión para pasarse toda una tarde si se quiere, hize exactamente lo mismo. Estuve fácilmente un par de horas, que puede parecer mucho, pero con 56 hectáreas de extensión (muchos pueblos ya quisieran) no fue demasiado realmente. Dejé a Alex echándose una siesta de campeonato en una hamaca del restaurante donde habíamos comido e inicié un paso tranquilo por una larga galería rodeada de árboles que daba a parar a un puente de nagas de siete cabezas, figuras antropomórficas y garudas (Dios hombre-pájaro) incrustados en los muros que abrazan el enorme complejo. Bienvenido a Preah Khan, parecían decir.
Preah Khan quiere decir «Espada Sagrada», aunque antiguamente su nombre fue otro con un significado distinto, «Ciudad afortunada bendecida por la victoria». Ambas acepciones tienen que ver con que allí tuvo lugar la derrota de los Chams (procedentes de la actual Vietnam) por parte del ejército victorioso de Jayavarman VII. Sea como fuere, esta batalla fue el espolón de una nueva construcción de magníficas proporciones al nivel de los más grandes templos de Angkor.
Si Ta Prohm está dedicado a la madre de Jayavarman, Preah Khan es una mención directa a su padre, quien aparece moldeado como Avalokiteshvara, el bodhisattva de la compasión, algo que haría consigo mismo a lo largo de su vida. Ambos templos están relacionados de una forma u otra no sólo por las dimensiones o su carácter budista sino también por cómo la Naturaleza se ha ensañado con ellos. Grandes árboles de gruesas raíces han ganado su batalla particular contra las paredes del templo y se están haciendo cada vez más fuertes. En Preah Khan de una forma menos abusiva que en Ta Prohm, cierto es, pero aún hay tiempo para que la Selva continúe arrastrándolo hacia sus dominios. Cuando pase mucho tiempo el final será el mismo tanto para ese como para muchas de las ruinas de Angkor.
Se dice que Preah Khan arrastraba a casi 100.000 habitantes que le servían directamente. Podía ser algo así como una ciudad satélite que giraba en torno al gran templo. Al parecer fue uno de los más grandes centros de enseñanza del Budismo cuyo modelo, aunque parezca mentira, sigue teniendo cierta vigencia en universidades budistas de otros países. Aún así, tal y como era normal en el Imperio Jemer, se le utilizó para venerar también a otros Dioses relacionados con el pasado hinduísta que, como sabemos, tuvo larga vida en la región. Nada menos que 450 deidades tenían sus respectivos altares repartidos a lo largo y ancho de todo el complejo. Otra muestra de la grandiosidad que caracterizó a este lugar es que entre sus filas contó con un millar de bailarinas. Al fin y al cabo no estamos hablando de un templo normal y corriente. Era mucho más que eso.
Una vez se traspasan los muros hay sentido norte 800 metros de longitud que se pueden recorrer desde un mismo pasillo por el cual, a medida que se va avanzando, sobresale un gran número estancias y pequeños patios a izquierda y derecha.
En el santuario central es sorprendente cómo aumenta toda esa maraña de galerías que vulgarizan el más grande de los laberintos. Son cuatro gralerías principales que se cortan en un punto intermedio para todas en el que hay una stupa. Ésta, claramente, es un añadido posterior, pero hoy en día es el símbolo de Preah Khan, el lugar en el que todo camino confluye. De lejos me pareció más una campana que una stupa, pero no era lógico ver elementos cristianos en un templo budista.
No pude evitar quitar ojo a los frontones de cada una de las puertas. Indudablemente merece la pena prestarles atención suficiente porque guardan deliciosas escenas esculpidas sobre los mismos. Dioses de infinitas cabezas, bailarinas, el fragor de una batalla y, en fin, un sinfín de esculturas muy vivas que representan todo un elenco de mitología y religión que de sobra conocían los moradores del templo.
Cuando ya llevaba un rato en el interior de Preah Khan me sucedió algo repentino que no esperaba. Sentí una cierta presión en la tripa, acompañada de sudores fríos. Oh, no, un apretón, ahora no! – me dije a mí mismo en voz baja. Cuando vi a una de las encargadas de limpieza del Complejo le pregunté dónde había un cuarto de baño. Primero no supo que contestar y después dijo que creía que al final del todo le sonaba que podía haber algo. Pero era más de medio kilómetro de distancia para no estar seguro de que hubiese baño finalmente. Y como me temía, no iba a contar con tanto tiempo para aguantar. Probablemente la comida me había dejado un poco tocado el intestino y necesitaba un «plan de evacuación» inmediato. Así me vi buscando escondrijos en Preah Khan suficientemente ocultos para que no hubiera nadie por allí. No era cuestión de saludar en cuclillas a un grupo de turistas japoneses. El tiempo se agotaba y los sudores fríos eran ya bloques de hielo. Sin baño cerca y la gente seguía pasando sin cesar…
Al final me metí por una ventana y fui a salir a una zona de piedras amontonadas por las que no parecía haber nadie. No me quedaba elección, a menos que quisiera hacérmelo encima. Así son las emergencias que nos anuncia el cuerpo. Y era lo que había. Si alguien me hubiera dicho tiempo atrás que me iba a terminar – con perdón – «cagando en el Patrimonio de la Humanidad» no le hubiera hecho ni caso. Desde aquí pido disculpas directamente a las apsaras, devotas y deidades representadas en Preah Khan. No fue mi intención, pero cuando hay necesidad…hay necesidad.
Después de estas breves pero intensas nociones de humanidad, regresé al corazón del templo donde estuve unos minutos hablando mediante gestos con una anciana que, por lo que pude entender, debía soprepasar los noventa años de edad. Tenía el pelo rapado, tal y como es normal que lo lleven en Camboya las personas mayores. Estaba realmente delgada, casi en los huesos. Me puso una pulsera hecha con hilo en la muñeca, a la que bendijo con palabras en jemer que, obviamente, no pude comprender. Y lo mejor de todo fue que me dedicó una sonrisa preciosa y enternecedora.
Tras dos horas de aventuras y desventuras en Preah Khan retorné a la galería procesional para dirigirme al tuk tuk de Alex, que me le imaginaba en esos momentos con su gorra puesta sobre la cara durmiendo como un bendito. Pero a mitad de camino me detuve a escuchar a unos chicos que estaban haciendo música. No era un grupo normal y corriente, sino víctimas de las minas antipersonas. Acudían diariamente a ese mismo lugar a tocar distintos instrumentos y así subsistir de los donativos de los turistas. Las minas antipersonales son una verdadera lacra en Camboya. Las cifras de muertos y mutilados son escalofriantes, y lo peor es que continúan creciendo a pesar de los esfuerzos de la ONU, ONGs y otras organizaciones internacionales por desactivar los millones de minas que permanecen esparcidas en los campos. Afortunadamente su labor es incesante y cada vez más eficaz. Aunque se calcula que pueden necesitarse varias décadas para que el país quede absolutamente limpio.
El gran Alex dormía plácidamente cuando llegué al restaurante. Se llevó un buen susto cuando le entré tan de sopetón. También debió ser que no se esperaba a nadie que le soltara en voz alta un Tuuuuuuuuuuuuso de Manual del Perfecto Paleto. Pero como buen profesional que era se restableció de inmediato para incorporarse a nuestro pequeño carruaje. Tenía que haber grabado su respingo. ¡Qué risas nos echamos los dos con la broma!
TARDE TRANQUILA Y NOCHE DE CENA EN SIEM REAP
Dudamos si ir o no a Phnom Bakheng, un templo ubicado en la cima de una colina donde dicen que se asisten a los mejores atardeceres de Angkor. Finalmente desistimos porque el día estaba tan nublado que no se iba a poder ver nada, emplazándolo para el día siguiente, cuando confiábamos iba a abrir el cielo. Así que nos marchamos de vuelta al hotel. Fin de la ruta del 2º día por los Templos de Angkor.
Aproveché para descargar las fotos y vídeos, tomar algunas notas de lo que había visto, darme una buena ducha e incluso descansar un poco. Dejé la ropa sucia a los encargados de la lavandería del hotel (5$) y me quedé charlando de forma prolongada con los chicos y chicas de recepción. Era gente verdaderamente amable y me ayudaron muchísimo en hacer reservas de bus y hotel para el destino después de Angkor (Kratie). De los billetes de bus a Kratie me dijeron que no me preocupara, que les dijese día y hora y que los tendría antes de marcharme (13$). Respecto al hotel les nombré dos o tres que tenía apuntados, llamaron al primero de ellos y me lo dejaron reservado telefónicamente en un santiamén. El de la provincia de Mondulkiri quedamos en hacerlo al día siguiente. Digamos que todo iba como la seda. Sólo tenía que continuar así.
Red, el joven encargado, a mi pregunta de si en Siem Reap vería insectos fritos vendiéndose en la calle, me dijo que por la noche cuando terminara su turno me llevaría a un sitio donde él solía comprar algunos para comerse. Le dije que perfecto, y así hicimos. En su moto nos recorrimos una ciudad hiperturística muy poco acorde a mi idea de Camboya y terminamos saliendo de ella para llegar a unos puestos callejeros muy peculiares. Su género gastronómico era un tanto especial, a la vez que desagradable. Mucha gente me había dicho que en Siem Reap no vería bichos, que era más propio de otras regiones de Camboya. Pero se equivocaron. Red tenía razón, haberlos los había. Otra cosa es que no fueran absolutamente repugnantes incluso a la vista. No me imaginaba ni por asomo una cucaracha (que no cucharada) de esas directas en mi paladar. Red comió alguna que otra, pero no fue posible que yo lo hiciera. No me gustan un montón de platos que a todo el mundo gustan como para llegar a casa y decir que me he comido una cuki crujientita. Creo que unas cuantas personas me hubiesen asesinado…
Ya que el tapeo de insectos no había tenido demasiado éxito, le sugerí a Red cenar en un sitio típico para los locales. Sólo camboyanos, nada de turistas. Y me llevó a una terraza grandísima al aire libre, con pantalla karaoke, en la que cenar los dos no costó ni dos dólares. Ni siquiera disponían de carta en inglés. Únicamente la tenían en jemer. Cuando se viaja es muy positivo conocer gente por este tipo de cosas, entre otras muchas. Se conoce lo real.
Tuvimos una conversación muy interesante en torno a los costes de la vida en Camboya y en España. Red no dejó de llevarse las manos a la cabeza cuando le contaba lo que pagábamos los españoles por alquilar una vivienda. Bueno, y lo que cuestan las hipotecas directamente no llegó a creérselo. Habiendo tanta gente en Camboya que gana no más de 100 dólares mensuales, está claro que el precio de las cosas no es el mismo. Él ganaba exactamente eso, pero me contó que las señoras de la limpieza del hotel no debían recibir una paga superior a 60 dólares. Y con eso vivían todo el mes.
Iniciando la madrugada Red me dejó en el hotel y se fue a su casa. Ya no tenía que entrar a trabajar hasta la tarde del día siguiente. Yo había quedado en menos de seis horas con Alex para iniciar la tercera y última ruta por los Templos de Angkor. Viajaríamos más lejos de los circuitos rutinarios para llegar a un templo perdido en la jungla que no demasiada gente conoce y en el que sólo me faltaría gorro y látigo para sentirme Indiana Jones al 100%.
14 Respuestas a “Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Capítulo 6º (Angkor II)”
Sele, qué pequeño es el mundo o en este caso los maravillosos Templos de Angkor. Tengo la foto de la misma ancianita que viste de blanco. Estaba haciendo unas ofrendas en Ta Phrom. Era adorable! Sin duda Banteay Srei (el Templo de las Mujeres) es, de todos los Templos de Siem Reap, mi favorito. Gracias mil por trasladarme una vez más allí con tus textos y fotos.
Un beso para Rebeca y para ti.
Viendo los 2 relatos, creo que me quedo con los templos del primer dia. Me gustan esos templos donde las raices estan invadiendo y retorciendo los muros y piedras.
Que grande el momento «apreton», menos mal que estabas en una zona donde podias esconderte un poco, si no…
Saludos
Que bonita esa sonrisa de la anciana. Como siempre la gente más humilde y la que más ha sufrido en la vida es luego la más generosa y amable.
Muy buenas,
Aquí estoy dale que te pego con la tercera y última entrega de los Templos de Angkor que espero tener publicado para el lunes o como muy tarde el martes. Ya lo indicaré mañana, que sabré si me da tiempo a terminarlo o no. Me esperan dos semanas de «escritura» bastante intensas, ya que me gustaría dejarlo todo cerrado antes de viajar a Indonesia. Entre los relatos, el trabajo y la preparación del viaje últimamente voy sin tiempo para nada.
Así que sin más dilación os animo a continuar leyendo estos relatos antes de que venga el toro con otros nuevos. ¡El trabajo se acumula!
Ya hay algunos que me han confirmado que vienen al evento de Balmaseda, ¿qué me decís?. No me negaréis que es un buen plan de fin de semana antes de decir adiós al veranito. Animáos!
Un saludo a tod@s en este día que en Madrid ya se va asemejando más a lo que debe ser junio.
Sele
Las cukis como que no, yo tampoco soy amiga de ellas (ni crudas ni cocinadas!)
La señora de blanco, y su sonrisa…muy dulce.
Sele, hay que ver cuanta caña le metes!! jajajaja, no sé si podré seguirte el ritmo :/ esta entrada no he podido leerla entera ni de lejos…
Ver los templos de Angkor absolutamente solo y sentirlos 20$
Pasar una tarde agradable con un local y cenar charlando 2$
Las risas que me he pegado con tu pequeño relato del apretón… (!que me voy, que me voyyyy!) No tienen precio jejjejejeje
Un saludo!
Otro gran relato de ese lugar tan increíble, en esta ocasión lo que mas me ha gustado ha sido Banteay Samré, aunque los templos de la entrada anterior me gustaron más, el hecho de que estos últimos sean más solitarios es un gran punto a su favor, pasear perdido entre sus pasadizos debe ser un gustazo.
Y ahora a esperar al lunes para ver el siguiente relato, aunque a ver si saco tiempo, maldito mes de Junio… xD
Una lástima que sea tan al norte el coloquio, si fuera más cerquita me hubiera apuntado 😀
Saludos Sele!!!
Muy buenas,
Os escribo a puntito de irme a la cama. Mañana temprano, a las ocho, saldrá el tercer y último capítulo de Angkor. Y en ese mismo momento empezaré a trabajar en las siguientes fases del viaje, también muy intensas y que seguro os van a gustar. No os perdáis el templo de Beng Mealea, que es una verdadera pasada. Es como el del Libro de la Selva jeje
José Carlos, ya sé que es lejos, pero anímate. Un buen finde por el norte puede estar genial. Balmaseda tiene una pinta tremenda. Y si no, ya para otras charlas, quien sabe.. Espero te guste el relato de mañana.
Víctor, tú lo has dicho, no tiene precio. Es que era tan inminente que no podía hacer otra cosa. O eso o hacérmelo encima, y no era cuestión jejeje
Carme, las cukis no te gustan? Si son sabrosiiiitassss. No te pierdas mañana otro suculento plato que encontré en Camboya y más asqueroso aún. Se me revuelven las tripas de solo pensarlo.
Bueno amigos, hasta mañana pues. Espero hayáis pasado un buen fin de semana!
Sele
Estupenda entrada sobre los templos de Angkor. Me va a ser muy útil para organizar los recorridos, porque me estoy empezando a volver loco. 😀
Excelente explicación de la visita a los Templos de Angkor, sin duda los más impresionantes del Sudeste Asiático , seguidos de los Templos de Bagan en Birmania que son también un auténtico espectáculo y de los de Sukhothai y Ayuthaya en Tailandia a. El Reino de Sukhothai fue quién despidió a los Jemeres de lo que hoy es Tailandia y el Reino de Ayuthaya el que los conquistó y acabó con su hegemonía.Un saludo desde Tailandia.
Buenos días Sele,
magnífica entrada, me van a ser muy útiles para preparar los itinerarios! No te acordarás por casualidad del sitio local dónde fuiste a cenar verdad? Eso es lo que quiero yo! 😉
Hola Sara, sobre el sitio local no me acuerdo exactamente. Pero en Siem Reap encontrarás sitios así seguro jeje
Un saludos!
Sele
Hola Sara, la verdad que han pasado ya muchos años y no recuerdo el sitio de la cena. Pero de ese estilo hay muchos en Siem Reap!!
Saludos,
Sele
[…] de Sele, quien le dedicó 3 artículos extensos a los templos de Angkor (los podéis leer aquí, aquí, y aquí). Con peque todo se hace más lento, y los horarios más cortos, y se pueden visitar menos […]