Crónica de un viaje a Camboya y Singapur 5: Angkor I

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Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Capítulo 5º (Angkor I)

25 de marzo: ANGKOR I

Hace mucho, mucho tiempo, tanto como pueden ser mil años, existió en Indochina un Reino realmente poderoso, donde sus monarcas eran venerados como Dioses y en el que se construyeron inmensos Palacios y Templos que no tenían igual. El insuperable esplendor de estos magníficos tesoros tuvo su núcleo en Angkor, dentro de la actual Camboya, capital del dominante Imperio Jemer. Viajeros de la época nos dejaron escritos contando cómo las ninfas se contoneaban en muros y ventanas, los rostros impasibles de los Reyes se convertían en piedra para ser eternos, y las torres se alzaban buscando las estrellas. Se había logrado recrear el Paraíso, un mundo paralelo, la morada de los Dioses en la Tierra. La ciudad de Angkor, que tuvo más de un millón de habitantes, gozó de una prosperidad inusual en la época, arrebatando protagonismo a otros reinos lejanos y a la vez enemigos. Sus templos eran la muestra más palpable de las posibilidades de un Imperio destinado a pervivir para siempre.

Pero como nos ha enseñado continuamente la Historia, hasta el Imperio más fuerte ha terminado sucumbiendo con el tiempo. Lo hizo Egipto, lo hizo Babilonia, lo hizo Roma… Y, obviamente, el Jemer no fue P1130127menos que ellos. Derrotado y arrasado en más de una ocasión por la vecina Siam (Thailandia) cayó en el olvido de casi todo el mundo. Sus fabulosos templos quedaron relegados en el más absoluto abandono. Pero contaron con una aliada que les ayudaría a sobrevivir, la Selva. Fue la Madre Naturaleza la que abrazó los muros con las ramas de sus árboles, la que taponó puertas y ventanas con las raíces más gruesas y duras, la que cubrió por completo de verde los pasillos, los patios y las salas que un día se dedicaron a los Dioses. Los escondería hasta que llegaran tiempos mejores, hasta que pudieran volver a brillar para asombro de quienes ni hubieran oído jamás hablar de ellos. Al principio fueron una historia más, después un mito, y por último una Leyenda. Permanecieron ocultos tras la espesura de la selva durante siglos, hasta bien entrado el XIX cuando Camboya no existía como tal e Indochina era una colonia francesa.

Hoy día sus puertas están abiertas para ser re-descubiertos de nuevo por la gente, para que sus ninfas vuelvan a bailar y los ojos todopoderosos de los antiguos Reyes puedan seguir aceptando clemencia. La Selva nos los ha devuelto, aunque con algo de recelo y desconfianza, dando otra oportunidad a la Humanidad. Pero sus miedos, justificados por los actos del Hombre, están haciendo que cada día, poco a poco, los Templos de Angkor vuelvan a ser solo suyos. Y esta vez se los llevará para siempre…

Tengo que decir que Angkor para mí había pasado a ser una obsesión hace mucho tiempo. Era el lugar con más equis marcadas de todo mapamundi que se reflejaba en mi cabeza. Representaba (y sigue haciéndolo) un ideal de belleza, viaje y aventura, capaz de protagonizar hermosos sueños durante muchas noches. Y para ser más precisos, la última noche volví a soñar con ellos, con un Angkor Wat imponente reflejándose sobre el agua. Hasta que mi teléfono sonó a las tres de la madrugada. Me llevé un sobresalto porque siempre identifico una llamada a deshoras con que ha podido suceder algo malo. Era un amigo de España que no se acordaba que andaba fuera y quería consultarme una duda en torno a un viaje. Me dio un buen susto y después no fui capaz de conciliar más el sueño. Estaba demasiado nervioso como para dormir. Deseaba con todas mis fuerzas que pasaran un par de horas más para levantarme y marcharme raudo y veloz al corazón de Angkor.

A las cinco estaba vistiéndome, afeitándome y preparando la mochila con el desayuno y un par de libros sobre Angkor y el Imperio Jemer que me serían útiles ese día. Media hora después el puntual Alex apareció con su tuk tuk. Era todavía de noche pero poco quedaba para el alba, por lo que nos marchamos rápidamente de allí para poder llegar a tiempo a un escenario milenario desde donde la salida del Sol se convierte en puro espectáculo.

La ciudad de Siem Reap era un estallido de gente, todo lo contrario a la carretera de acceso a los Templos, rodeada de bosques. Del oscuro fondo que aún no percibíamos tras los árboles salía un ruido ensordecedor de pájaros, ranitas e insectos. Era el último festín de la selva antes de la salida del Sol. Ya se sabe que a esas horas la Naturaleza es más revoltosa.

HORARIOS Y PRECIOS DE LOS TEMPLOS DE ANGKOR

Cuando ya llevábamos seis o siete kilómetros en el tuk tuk vimos un checkpoint en el que obligaban a detenerse a todos los vehículos que pasábamos por allí. Controlaban que la gente llevase encima el ticket de acceso a los Templos o en su defecto les desviaban hacia las taquillas que estaban situadas unos pocos metros a la izquierda. Me bajé del rickshaw para dirigirme directamente a la taquilla y pagar la entrada con la que poder visitar los templos de Angkor durante tres días consecutivos.

Los visitantes cuentan con varias posibilidades para conocer Angkor. Existen tres tipos distintos de entradas en función de las necesidades del viajero:

  • Entrada de 1 día con un precio de 20 dólares.
  • Entrada de 3 días consecutivos con un precio de 40 dólares.
  • Entrada de 7 días consecutivos con un precio de 60 dólares.

Se puede pagar con dólares, riels, euros y bahts thailandeses. No aceptan tarjetas de crédito aunque disponen de un cajero allí mismo. No hay descuentos ni de grupos, ni de estudiantes ni de jubilados. Tan sólo no pagan los poseedores de la nacionalidad camboyana ni los niños menores de 12 años

No hace demasiado tiempo te pedían llevases tú mismo una foto de tipo carnet, pero actualmente te las hacen ellos mismos en el momento de la compra. No es entonces necesario que lleves fotografías. Basta con mirar al pajarito y esperar unos segundos.

La entrada que te dan es intransferible y viene marcada con las fechas de validez de la misma. En cada uno de los monumentos te reclaman tu ticket y si no es el válido la multa es de aúpa. Lo tienen todo bastante controlado.

Y respecto a los Horarios:

Está contemplado que los viajeros puedan estar en Angkor tanto para el amanecer como para el atardecer, por lo que tiene un horario amplio que va entre las 05:00 y las 18:00 horas.

NOTA IMPORTANTE: Si se adquiere una entrada más tarde de las 17:00 horas, se puede acceder a cualquiera de los Templos y su validez comenzará al día siguiente. Por ejemplo, si uno compra un ticket de 20$ (1 día) a las cinco y cuarto de la tarde para ver el atardecer, podrá entrar durante ese rato y a la jornada siguiente con el mismo precio. Visto lo visto no es una mala opción.

EL PLANNING DEL PRIMER DÍA «DE TEMPLOS»

Leyendo sobre AngkorLa mayoría de la gente identifica Angkor con Angkor Wat, el grande y el que sale en todas las fotos. Pero cuando uno se prepara un viaje a Camboya y empieza a documentarse para planificar un día a día más o menos lógico, se encuentra con que hay mucho más detrás. Los templos se cuentan por decenas, y no hablo únicamente de los menores. Tienen clasificados en el Parque Nacional Arqueológico de Angkor en torno a 900 monumentos. Es necesario, por tanto, escoger qué se quiere ver, hacer una selección de templos en función de los días que uno disponga y de lo que le gusten este tipo de cosas. Particularmente pienso que como mínimo deberían invertirse dos días. Tres para redondear un poco más la cosa y acceder a otros lugares no tan cercanos a Siem Reap. Y si uno es un verdadero apasionado de la Arqueología y al Arte, y quiere regodearse en los templos, verlos con suma tranquilidad y repetir en muchos de ellos, dan para una semana completa (que se puede alternar con excursiones al Tonlé Sap y a la visita de algún museo como el de las minas antipersonas, etc…).

En mi caso consideré tres días suficientes para ver los principales Templos y poder ir a otros menos accesibles como son Banteay Srei, Beng Mealea y no tan típicos como los que forman el conjunto de Roluos. La primera jornada estaba destinada a ser la más intensa y aprovechada de todas, ya que sería la «inaugural» y la que me llevaría a los más célebres Templos de Angkor, los que nadie se puede perder por nada del mundo como son Angkor Wat, Bayon y Ta Prohm. Todos son espectaculares pero los imprescindibles entre los imprescindibles son estos tres. Y en una jornada hay tiempo para estos y otros cuantos más que se pueden hacer sin demasiadas prisas.

Con objeto de aprovechar el tiempo lo máximo posible diseñé un itinerario para cada uno de los días que iba a pasar allí para que no se me escapara lo más fundamental. El del jueves, es decir, el día del estreno, era exigente pero muy factible. Esta fue la ruta que seguí:

En resumen, comenzaría en Srah Srang para ver el amanecer (que no es un templo sino un estanque), el primer templo que visitaría sería Banteay Kdei, antes de marchar al Ta Prohm (Indiscutiblemente indiscutible). Después de este subiría a la Pirámide de Ta Keo. Casi a la entrada de Angkor Thom echaría un vistazo en dos templos menores como son Thommanom y Chau Say Thevoda. En Angkor Thom me movería por los restos del Palacio Real. Después entraría al corazón ubicado en el mismo centro de Angkor Thom, que no es otro que el Bayon (Indiscutiblemente indiscutible) con las caras del Dios-Rey. Tras una pausa para comer le dedicaría el tiempo que se merece al más célebre de los Templos de Camboya, el grandísimo Angkor Wat (Indiscutiblemente Inconmensurable). Lo dejaría para el final como guinda del pastel. Y porque lo bueno siempre se hace esperar…

SRAH SRANG, UN LUGAR PARA INVOCAR AL SOL

Con mi entrada bien custodiada continuamos nuestro camino porque nos esperaban las primeras luces del alba. Era consciente de que mucha gente acostumbra a recibir el amanecer en Angkor Wat, por lo que para evitar reuniones multitudinarias y además porque la tarde es más benévola con el monumento, escogimos un lugar más tranquilo para iniciar nuestra ruta. Y no era un templo sino algo mucho más sencillo, un estanque ubicado varios kilómetros al este de las taquillas y a unos pocos metros del Banteay Kdei. Srah Srang es un Lago artificial de 700 metros de ancho por 350 de ancho del Siglo X que pudo ser parte de un templo budista que no ha llegado a nuestros días. En jemer a esta clase de «construcciones acuáticas» se las conoce como Baray, aunque se suele utilizar dicha dimensión cuando hay mayores dimensiones en juego. En este caso estamos hablando de un estanque, por lo que procede el término jemer de Srah. Ambos son precisamente elementos indispensables de la arquitectura de Angkor para aprovechar al máximo el sentido del agua en su objeto práctico (canales de irrigación, embalses, etc…) y religioso (El Océano primordial, el origen de la vida). Srah Srang se construyó con un afán más espiritual, como acompañamiento de un lugar de culto. Y del cual se ha conservado un terraza o embarcadero en el lado oeste en el que animales y seres mitológicos de piedra custodian aguas quietas.

La estructura del embarcadero es sencilla, consistente en una escalinata que se dirige a ese Océano primordial. En lo alto son leones hieráticos los que vigilan el estanque. Y más abajo lo hacen las figuras de Garuda (Pájaro mitológico antropomórfico) subidas a las nagas (seres mitológicos con forma de serpiente), formando parte de una hermosa balaustrada de piedra.

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No fui el único en acudir a presenciar la salida del Sol, pero no debía haber más de diez personas en total. La mayoría permanecían sentados en las escalinatas esperando los primeros rayos. Sin apenas darme cuenta emergió del horizonte un llameante sol muy rojo que impregnó de color todo lo que nos rodeaba. Fue como el pintor que con su paleta da vida a un lienzo que hasta entonces era vulgar. Se habían encendido las luces con una varita mágica, y con ellas toda una fuente de energía se enchufó potentemente a todos nosotros. El día había comenzado de la mejor manera.

 

BANTEAY KDEI EN SOLEDAD, SILENCIO Y CALMA

Dicen que el primer amor nunca se olvida, que tendemos a idealizar esos primeros instantes de emoción no contenida, de felicidad radiante. En Angkor mi primer amor, es decir, mi primer templo, fue Banteay Kdei, ubicado al oeste del estanque Srah Srang. Y creo que jamás olvidaré los minutos que allí pasé en absoluta soledad. Porque lo P1130075bueno de inicar ruta en Srah Srang y no en Angkor Wat es esa, que los lugares menos destacados se quedan para tí solos, para que te adentres más allá de sus muros y te sientas como el arqueólogo que lo descubrió por primera vez. En Angkor, cuando logras permanecer solo (algo complicado), sufres de lo que me gusta llamar «síndrome de Indiana Jones», en el que la realidad y la imaginación se confunden en un lugar mágico del que piensas nadie más conoce. Sin el sombero, ni el látigo ni la media sonrisa socarrona de Harrison Ford, me interné por una puerta con cuatro caras hieráticas. Dicen que son los cuatro rostros de Avalokiteshvara, el bodhisattva de la compasión. Pero en realidad es la megalomanía irónica del Rey Jayavarman VII que se retrató en incontables ocasiones en Angkor, siendo el Templo del Bayon el mejor ejemplo de todos.

Se dice que Banteay Kdei fue un monasterio budista. Precisamente el monarca Jayavarman VII, que reinó en el momento más esplendoroso del Imperio Jemer, fue el que trastocó la línea hinduísta seguida durante siglos para convertir el budismo en la Religión Oficial. Pero durante mucho templo hubo una mezcla de conceptos y estilos que salvo detalles, no es tan sencillo separar. En Banteay Kdei, al igual que en muchos de los templos de Angkor, es posible ver bailando a las Apsarās (ninfas bailarinas de la mitología hindú) y encontrarse un Buda sentado de piedra en el centro de un corredor.

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Banteay Kdei, sin ser de lejos el más grande de los templos, me impresionó a primera vista por sus grandes dimensiones. De punta a punta puede haber fácil 700 metros. Su forma alargada se divide en tres recintos que se suceden en un pasillo recto imaginario en el que cada paso que se da supone entrar un poco más a ese paraíso repleto de seres mitológicos, de garudas que vuelan, apsarās que bailan y Reyes-Dioses misericordiosos.

Las ruinas del templo respiran aventura por los cuatro costados. Sin darme cuenta me vi buscando recovecos o escondrijos, pasadizos escondidos que llevaran a la cámara del tesoro o enemigos pintados incontables veces en libros o películas. Sentí que traspasaba las líneas de la imaginación para volver a ser niño de nuevo y creer en seres malditos, en hechizos sin remedio y en dragones a batir. Angkor no es únicamente Arqueología y Arte, es una fórmula de escape que puede fascinar a mayores y pequeños por igual, es un viaje a un mundo fantástico.

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En el segundo recinto, que parece el más importante de todos, se suceden los patios a izquierda y derecha. Los vanos con fondos oscuros están flanqueados por dulces apsarās que parecen recortarse en movimientos al son de una música que sólo la oye el que la quiere escuchar.

Al final del corredor encontré un árbol que traspasaba las fronteras de la naturaleza para crecer en el interior del templo. Recuerdo que no dejé de tomarle fotos. Ingenuo de mí, aún no había llegado al Ta Prohm…

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TA PROHM, CUANDO LA NATURALEZA RECLAMA LO QUE SUYO

La visita al Banteay Kdei me llevó fácilmente 45 minutos. Una vez pasado ese tiempo retorné a la puerta de entrada donde Alex me esperaba con su tuk tuk. Coincidí con él que la elección del lugar de comienzo de ruta había sido ideal, no sólo porque estábamos evitando durante parte de la mañana a los grupos organizados de turistas, sino porque jugábamos con las horas en que el Sol nos permitía hacer mejores fotografías. En realidad íbamos como él, saliendo del este para terminar en el oeste. Es muy importante tener en cuenta la luz para organizar una visita a los templos.

La siguiente parada, por cercanía, fue Ta Prohm, que terminó ya de desencajarme definitivamente. De hecho se convertiría en mi preferido, en el que más huella me dejara. Aunque esa huella no es nada comparable con la de la Naturaleza, que ya había posado sus manos en este lugar. Precisamente es ese el secreto de su éxito.

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Ta Prohm conocido en la época como Rajavihara (Monasterio del Rey)  fue mandado construir por el gran Jayavarman VII en honor a su madre. Inmerso en la incipiente época budista, sirvió para albergar a cerca de 13.000 personas de las que se ha sabido había 18 altos sacerdotes, 2740 oficiantes, y 2232 asistentes, de los cuales 615 eran bailarinas. Estos números son meros detalles que denotan la importancia que tuvo el Ta Prohm en el momento en que el Imperio gozaba de su mayor expansión y desarrollo. De ahí que sus dimensiones no fueran para nada coquetas. Al contrario, son mucho mayores de los que en principio podríamos imaginar antes de viajar hasta él.

El «Monasterio del Rey» es probablemente el mejor ejemplo de simbiosis Naturaleza-Monumento que exista hoy en día. Al permanecer abandonado durante siglos, la selva engulló gran parte de su espacio. La vegetación creció en todas partes. Se alzaron árboles sobre las murallas, las paredes y las puertas. Sus raíces se convirtieron en tentáculos que estrangulaban la piedra sin piedad. Actualmente todas estas ramificaciones forman parte del conjunto arquitectónico. Son un Todo sin el cual no se podría comprender Ta Prohm.

Es como si la Naturaleza hubiera querido recuperar su parte, retornar al lugar del que fue despojada mil años atrás. Su efecto no se ha hecho esperar. Ha reventado muros enteros y para los expertos hace peligrar la estabilidad del conjunto. Hay quien lo ha definido como un tumor maligno que poco a poco está invadiendo a su presa. Ta Prohm es un organismo vivo atrapado en ramas y raíces. Pero quizás por ello, esta crónica de una muerte anunciada, se convierte en un lugar visualmente maravilloso.

El grosor de las raíces se pierde en toda lógica. Algunas de ellas incluso ejercen una función de columnas de forma innegable.  Cuando se observan las dimensiones del árbol que ha vencido todos los obstáculos posibles para convertirse en un gigante se puede comprender que cuando la Naturaleza quiere, no hay quien pueda con ella.

Ta Prohm fue uno de los lugares en los que se rodó la película de Tomb Raider, donde Lara Croft hizo de las suyas en Camboya. Angelina Jolie, que fue la actríz que encarnó a la heroína del videojuego, quedó fascinada por estas extravagancias de la Naturaleza, a la vez que el director de de la filmación, que no pudo obviar obtener numerosos planos tanto en este como en otros templos. De hecho hay un lugar muy especial que aparece en la película. Es un árbol que tapona una puerta con numerosas ramificaciones por el que Lara Croft huyó de sus enemigos. Está agarrado por una de las plantas más devastadoras de la selva, la Higuera Estranguladora. Cuando se rodó el árbol aún estaba vivo. Hace un par de años que esta higuera asesina, propia de los climas subtropicales, le arrebató la vida dejándole prácticamente hueco por dentro. Esta invasora de vivos y muertos, continúa su curso en busca de una nueva víctima. Ya por la película a este cadáver vegetal se le conoce como «El árbol de Tomb Raider». Quienes vayan con visita guiada escucharán por parte del guía muchos detalles del rodaje de esta película de aventuras.

Los árboles que están vivos, sin todavía la dañina higuera estranguladora encima de ellos, son de la especie Tetrameles nudiflora. Dicha especie es la que cuenta con una presencia más evidente tanto en este como en otros templos de Angkor. La de gruesas raíces y larguísimos troncos que quienes vayan se encontrarán en numerosas ocasiones. Sobre todo en Ta Prohm.

Si en Banteay Kdei me quedé deslumbrado, por eso de ser el primero, en el inmenso Ta Prohm me emocioné, casi hasta la lágrima, como muy pocas veces. Con el síndrome de Indiana Jones a flor de piel, siendo un niño otra vez y alcanzando sueños antes lejanos.

TA KEO, UN TEMPLO PIRAMIDAL INACABADO

Cuando salía del Ta Prohm entraba ya un gran número de turistas. Las horas tempranas se habían terminado y con ellas era el momento de ebullición de Angkor. Al menos los habíamos evitado en tres sitios. Hay que reconocer, y con razón, que este es un centro muy atractivo para el turismo que muchos debemos compartir, queramos o no. Al igual que con la luz, para las fotografías, conviene jugar también con las rutas que las agencias diseñan para los grupos organizados. Si se consigue ganar el juego, es posible librarse en muchos momentos de hacer visitas con cien personas más. Y afortunadamente mi amigo Alex se lo sabía de memoria. A él precisamente le invité a tomar unos refrescos con los que aliviar un calor que daba la impresión de crecer a grado por minuto. Tenía que estar preparado para la sauna en que se iba a convertir Angkor durante las horas centrales del día.

Nuestra siguiente parada fue Ta Keo, un templo hindú del Siglo X, que el Rey Jayavarman V quiso dedicar al Dios Shiva, aunque no se pudo terminar nunca, probablemente, por el derrocamiento de este monarca. Ta Keo, a diferencia de los dos templos visitados anteriormente, posee una clara estructura piramidal, cuya cúspide viene rematada por cinco prasats (torres).

Es, por ello, uno de los más destacados Templos-Montaña realizados en Angkor en los que se trató de simbolizar el  Monte Meru, morada de 33 millones de Dioses para la mitología hindú. En realidad todas las construcciones, con todos sus detalles, son una representación terrenal del Universo reflejado en los mitos religiosos tanto del Hinduísmo como del Budismo (este último como una escisión del primero). Ta Keo, al igual que Pre Rup, Bayon, Angkor Wat, Mebon Oriental y otros muchos, ejemplifica esa concrección de ideas del Más Allá.

A la cima de la pirámide se accede a través de empinadas escaleras que más que subir, hay que escalar como se pueda. Los escalones son realmente altos, por lo que cada nivel (hay tres) que se supera se termina convirtiendo en un logro. El final del camino se hace esperar, aunque mientras tanto uno puede ir echando un ojo a lo que va quedando atrás.

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El reto queda casi concluído en cuanto se está en la plataforma superior de la que sobresalen dos prasats a la izquierda, otros dos a la derecha, y el central, que emerge como si fuera el principal de todos ellos. Es pura simetría que conduce a un punto común que irradia muchísima energía.

En el prasat del centro una estatua en piedra de Buda, colocada con posterioridad como es evidente, recibe tímidamente los rayos de luz del Astro Solar que iluminan la cúspide de una montaña idealizada que por unas causas u otras jamás se terminó.

Una vez arriba donde se respira la verde selva que rodea todo aquello, sólo queda una cosa por hacer… bajar. Y con esos escalones que te hacen sentir un ser minúsculo en un mundo de gigantes, no es algo ni mucho menos sencillo. Hay que andar con cuidado si uno no quiere que el Monte Meru se convierta en «un ochomil».

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THOMMANON Y CHAU SAY TEVODA, HERMANOS PEQUEÑOS AL ESTE DE ANGKOR THOM

De Ta Keo salimos en dirección al Palacio Real, es decir, el complejo amurallado de Angkor Thom. A 500 metros de la Puerta de la Victoria (Lado Este) nos detuvimos unos minutos para observar dos pequeños templos, de los que muchos llamarían «satélites», que anteceden con todas las galas y todos los honores a la Ciudad Imperial Jemer. Una vez descendido del tuk tuk, si miraba a la derecha tenía Thommanon mientras que si lo hacía a la izquierda veía Chau Say Tevoda. Los dos pueden parecer similares en una primera impresión, pero no lo son en absoluto. Más bien diría que son un complemento el uno del otro que, sin que actualmente se conozca con firmeza su objeto de dedicación, nacieron casi a la vez en el Siglo XII. Lo que sí está claro es que son hinduístas, ya que en el segundo (Chau Say Tevoda) viene representado en piedra el mito del Ramayana.

Al no poseer unas dimensiones tan majestuosas como muchos de los principales templos de Angkor (El muro exterior de Thommanon por ejemplo mide 46 metros de largo por 40 de ancho, y Chau Say Tevoda es algo menor) suelen pasar desapercibidos. Pero recomiendo bajarse del transporte que se esté utilizando para hacer el recorrido y pasearse por ellos para ver sus muros tan detallados con devatas danzantes, ángeles de la guardia en cuerpos de mujer que protegen el reino de los Dioses.

Thommanon está mejor conservado que su hermano, ya que fue restaurado con profundidad en los años sesenta. Aún así ambos constituyen el mejor preludio al otro lado de la Puerta de la Victoria. No dan para «hacer de Indiana Jones», pero sí para disfrutar del arte jemer con lupa y sin aglomeraciones.

ANGKOR THOM, LAS COSAS DE PALACIO

Cruzamos la Puerta de la Victoria, con las características cuatro caras del Rey-Dios Jayavarman VII, para internarnos en el Complejo Real. Esta era una de las cinco puertas que se construyeron para acceder al corazón del Imperio. Angkor Thom era la capital, en la cual hubo más de un millón de habitantes, siendo una de las ciudades más pobladas del mundo. Entre los muros de un cuadrado de 3 kilómetros por lado, residía la Familia Real y toda la Corte que le acompañaba, al igual que sacerdotes, burócratas y los más altos funcionarios que tejían los hilos de un Reino que se extendía prácticamente por la totalidad de la Península de Indochina. Hoy en día lo que fueron las viviendas del pueblo jemer se han perdido, ya que la mayoría se construyeron en madera. Pero es posible hacerse una idea de lo que fue todo aquello si se penetra más allá de la muralla para ver todo lo que se levantó en Palacio y junto al Palacio, que no fue con madera. Son sus piedras las que dieron forma y siguen haciéndolo a este núcleo vital de toda la región.

El interés para el viajero se halla en el punto central de Angkor Thom, donde está el Bayon, de indiscutible visita por importancia, belleza y magia interior. Al igual que en la cuadra superior, donde se ubicó el Edificio Real y se levantaron otros templos majestuosos tales como Phimeanakas y Baphuon. En realidad hay esparcidos en todo el área restos importantes de la época, aunque habría que invertir una década entera para descubrirlos todos. Pero como el tiempo no es precisamente la mejor baza con la que cuenta el viajero, lo mejor es quedarse con lo principal. En nuestro caso nos dirigimos primero a lo que fue el Palacio y así dejar para el final, y dedicar todo el tiempo que merecía, el Bayon.

Alex aparcó el tuk tuk enfrente de la Terraza de los elefantes para que pudiera iniciar a pie la ruta regia de Angkor P1130222Thom. Esta terraza es uno de los restos más llamativos de la residencia real, y hace honor a su nombre por la larga fila de paquidermos que están esculpidos en relieve y con máximo detalle los muros de laterita sobre los que se asomaba el Palacio. El desfile de elefantes y mahouts (sus expertos montadores) se prolonga a través de nada menos que 350 metros de longitud. La Avenida de la Victoria va a parar hasta ella, cortada por la Plaza Central. Es por ello que aquí se pasaba revista a las tropas y preparaban las comitivas con el mayor lujo posible. La Terraza de los Elefantes debió ser el marco idóneo para todo aquello. Al final de la misma se encuentra otra  hilera de esculturas en relieve conocida como la Terraza del «Rey Leproso» donde  se conserva una estatuilla considerada una de las obras maestras del arte jemer.

Por una de las gopuras, pabellón monumental de entrada a los edificios/templos, de la terraza de los elefantes accedí P1130225a los restos del Palacio Real, cuya construcción se inició en el Siglo X, aunque fue reconstruído en varias ocasiones hasta bien entrado el siglo XIII. El Palacio propiamente dicho tuvo unas dimensiones de 14 hectáreas y debió estar ornamentado con todo detalle tal y como reflejan sus muros. Hay restos de grandes estanques o edificios religiosos, aunque lamentablemente no se ha conservado nada de lo que debieron ser las dependencias de los monarcas, ya que al parecer se construyeron también con madera. En ese caso después de guerras e invasiones varias era más que complicado que sobrevivieran al fuego ninguno de los pabellones de madera que se extendieron en el interior de las murallas custodias de Palacio.

Lo que sí ha llegado hasta nosotros es el Palacio Celestial, un templo puramente piramidal de tres niveles, del que se dice estuvo cubierto de oro. Éste es el Phimeanakas, otra de esas representaciones del Monte Meru, aunque a menor escala que otros como Baphuon (también dentro del complejo real), Pre Rup, o Ta Keo. Su estado semiruinoso no es impedimento para alcanzar un pequeño prasat en la cima después de atravesar sus tres niveles por medio de unas empinadas escalinatas. Cuenta la Leyenda que en este Santuario cada noche el Rey yacía con una mujer con cuerpo de serpiente (Nagini). De lo contrario, el no hacerlo antes que con sus mujeres y concubinas, el Reino quedaría maldito. Y si un día la mujer dejara de acudir a la cita, significaba que al Rey le esperaba una muerte inminente.

Pero Phimeanakas no es nada comparable en tamaño e importancia que debió tener el Baphuon, construido mucho antes en honor a Shiva. También conforma una estructura piramidal que antes de su derrumbe pudo llegar a los 50 metros de altura. Para ascender a lo más alto se tenían que superar nada menos que cinco niveles, que se dice pronto.

Con la desaparición del Imperio Jemer se reutilizó como un monasterio budista. De hecho en la cara oeste se puede apreciar un Buda tumbado de unos 70 metros de largo y 9 de alto, que hace cobrar vida al muro del que sobresale notablemente. Aunque para me hicieron falta unos croquis que pude encontrar en uno de los pabellones explicativos que daban precisamente al gigantesco relieve.

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Lamentablemente el templo se vino prácticamente abajo probablemente debido que las técnicas de construcción utilizadas y su diseño no era las más adecuadas para resistir el paso del tiempo. Además le acompañó la desgracia de ser uno de los lugares en que los Jemeres Rojos hicieron de las suyas. Se sabe que antes de la construcción de Angkor Thom, el Baphuon estaba situado en el centro exacto de la ciudad. Lo que sí se conserva es una calzada elevada sobre pilotes de 200 metros que comunica el Templo con la Terraza de los elefantes.

Recorrer esos 200 metros con más de cuarenta grados me hizo sufrir un tanto los excesos del calor. A mediodía los termómetros debían haberse roto. Fue entonces cuando las vendedoras del «One drink, one dollar» (una bebida, un dólar) empezaron a hacer su agosto gracias a viajeros deshidratados como yo que requeríamos de combustible para seguir resistiendo. Me bebí dos litros de té verde helado en cuestión de segundos. Para mí ese es mi reconstituyente preferido y en Angkor los pedía a pares.

Había que estar fuerte, que el Bayon se me venía encima…

BAYON: CUIDADO, NOS MIRAN

El Bayon, entre los tres mejores templos que se levantaron durante el Imperio Jemer, está en el centro exacto de la ciudad amurallada de Angkor Thom. Pero es más que conviente separarlo en un epígrafe aparte porque, sin duda, lo merece. Pertenece con todo derecho a ese tridente mágico e insustituible compuesto por Angkor Wat, Ta Prohm y el propio Bayon. Angkor Wat es la panorámica perfecta, Ta Prohm la mejor conjunción posible de Naturaleza y Arqueología. ¿Y el Bayon? El rostro del Imperio Jemer. Y es que su particularidad reside en los dos centenares de caras cinceladas en las torres (prasats) que siglos después siguen sin quitar ojo a sus todavía súbditos.

Este templo es a Angkor lo que Viena es a Europa, barroco puro. En cierto modo esta comparativa tiene que ver con que el Bayon está recargado en exceso. Hay, al igual que en las antiguas catedrales barrocas, un horror vacui, es decir, temor a los espacios planos sin detalles, al vacío artístico. Cuando el Rey Jayavarman VII planteó su construcción, sus arquitectos iniciaron un estilo nuevo que se alejó de los valores estéticos clásicos utilizados hasta entonces. En esta ocasión en la representación en piedra del Monte Meru vendrían reflejados muchos de sus picos con forma de prasats, las apsarās o ninfas se contarían por millares, llenando las paredes con sus relieves danzantes. Y las anchas avenidas se recortarían como oscuras y estrechas galerías en un verdadero laberinto. El Bayon es una explosión de arte jemer concentrado en poco espacio, sin necesidad de kilómetros pero sí de muchos conceptos claves resumidos en cada piedra.

Tuve la fortuna de no compartir la experiencia de descubrir lentamente el Bayon con demasiada gente. Quizás fuera porque el calor había eliminado a unos cuantos o más bien porque había enganchado sin querer una de esas horas en las que la gente anda repartida en otros sitios. Sea como fuere, tras mi paso por el Palacio Real donde los grupos se contaban por decenas, volví a ser por unos minutos ese Indiana Jones dispuesto a encontrar el mapa de un tesoro en un templo que no hace demasiado creía que existía tan sólo en los libros de aventuras. El Bayon es otro de esos lugares que despiertan la imaginación porque simplemente no parecen pertenecer a nuestra misma realidad.

Como decía, su emblema, su característica principal son los rostros que sobresalen en cada una de las treinta y siete torres o prasats que se elevan en todo el monumento. Cuentan los expertos sin ponerse del todo de acuerdo que antiguamente debió haber en torno a cincuenta, pero que algunas de ellas se vinieron abajo por el simple paso del tiempo.

En cada prasat hay de media cuatro caras colocadas en la posición de los cuatro puntos cardinales, algo que estoy convencido no se debe al azar. El templo, aunque es de orígen hinduísta, por lo que nos indican los relieves de sus muros, se acerca en demasía al budismo. Precisamente distintos estudios demuestran la teoría de que las caras del Bayon, así como de otros templos y puertas de Angkor, pertenecen a una intención clara de deificar al monarca. Es decir, se ha representado por voluntad real, en este caso de Jayavarman VII, el rostro de un Buda-Rey. Ésta era una forma de unir el objeto religioso (Dios) en el regidor de los destinos del pueblo jemer (El Rey).

Jayavarman VII era devoto de  Avalokiteshvara, el bodhisattva de la P1130289compasión, también llamado Lokeshvara-Raja, que significa «Rey de la Soberanía del mundo». Al fin y al cabo era como se veía a sí mismo, lo más parecido a un Dios en la Tierra. Por ranto no es para nada es extraña esta actitud de Jayavarman, muy propia de los líderes existentes no sólo en el Imperio Jemer, sino en muchas de las más importantes Civilizaciones a lo largo de la Historia en los que «la Gracia de Dios» les venía de nacimiento. ¿Y qué mejor para un Dios-Rey que esculpir su cara en gigantescas piedras a la vista de todo el mundo? La dualidad el monarca deificado no podía dejar de estar presente en los edificios de carácter religioso como este. El instinto megalómano de Jayavarman VII debió ser imperturbable. 

Los rostros transmiten sensaciones de magnanimidad y compasión, pero a su vez su fuerza es irreductible, imponente, propia de un ser superior que observa siempre desde arriba. Los rasgos físicos del monarca representados en distintas esculturas que se hicieron de él en la época tienen similitudes con estos rostros multiplicados en el Bayon.

¿Os podéis creer que me sentí observado? No me extraña, fuera donde fuera tenía varios pares de ojos clavándose firmemente sobre mí. Bueno, y sobre todos los que allí estábamos metiéndonos por puertas oscuras, recorriendo claustrofóbicas galerías o disfrutando del movimiento de las ninfas que copan los espacios de cada pared. En eso, en las esculturas esculpidas en relieve de apsaras y devatas, el Bayon es un verdadero museo al aire libre.

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Creo que pude invertir algo más de una hora en este fantástico templo. El calor infernal, la sed y el cansancio pesaban mucho menos que la ilusión con que estaba interiorizando todo aquello. En mi mochila no sólo llevaba guías, la cámara o una botella de agua. Había un sinfín de imágenes y sensaciones difíciles de asimilar de un solo trago.

Eso no quitaba que no necesitara hacer un paréntesis, detener el ritmo durante un rato y retomarlo para la guinda del pastel, Angkor Wat. Era la hora de comer y haber «maldesayunado» a horas tan tempranas me tenía muerto de hambre y deseoso de una buena dosis de comida oriental. Alex conocía un sitio a pocos metros del Acceso Principal de Angkor Wat que, obviamente por su situación era hiperturístico, pero en el que una vez saciado el apetito no tenía más que caminar un par de minutos para quedarme frente al monumento. Si mal no recuerdo el restaurante se llamaba Chez Sophia y tenía todo tipo de comida, con unos precios proporcionales a los turistas por metro cuadrado que caben en sus instalaciones. Arreglé mi anhelo de alimento con unos deliciosos rollitos de primavera que en vez de fritos estaban hechos al horno, además de pollo con arroz y verduras. De beber, por supuesto, té verde frío… mi gasolina favorita. El precio, muy poco camboyano, 10 dólares.

Durante la comida aproveché para echar una ojeada rápida a las fotos que llevaba hechas y me preguntaba a mí mismo que cómo todas esas maravillas podían existir más allá de la imaginación.

Y CON TODOS USTEDES…ANGKOR WAT !!!

Tras pagar los 10 dólares de la comida me levanté de la mesa y me fui a hablar con Alex que estaba sentado con un compañero suyo. Le conté que iba ya para Angkor Wat y concretamos un punto de encuentro para cuando volviera. Le calculamos un mínimo de dos horas a invertir durante la visita, aunque estaba abierto a quedarme más o menos tiempo si lo estimaba necesario. Él se echaría una dulce siesta en su tuk tuk aparcado en la sombra. Yo me asaría al Sol, pero con la faz de Angkor Wat en la mirada. El regreso prometía ser feliz puesto que se habría cumplido un sueño. Así que caminé lentamente con objeto de iniciar el camino y emprender el último reto de la jornada.

Camboya es Angkor Wat y Angkor Wat es Camboya. Su efigie es tan importante para el pueblo jemer que incluso su silueta se encuentra estampada en la bandera. Representa la imagen más repetida y multiplicada de una Civilización muy avanzada para los tiempos que corrían, que se ha utilizado hasta la saciedad para potenciar el país como un destino turístico de primer nivel. Sólo una fotografía es capaz de arrastrar hasta allí a cerca de un millón de personas al año. Nadie quiere perdérselo. Es por ello que viajeros que plantean visitar países como Thailandia o Vietnam estiran su itinerario para poder presenciar personalmente la perla más reluciente de Camboya. Un porcentaje muy elevado de turistas sólo se queda en Siem Reap y no profundiza más en el país, algo de lo que otros nos podemos aprovechar para visitar lugares menos concurridos nada maleados. Pero para todos y cada uno de nosotros el señuelo fue ese, Angkor Wat. El mío también, desde que lo vi hace muchos años en un libro que creí ilustraba los decorados de una película de ficción más que mostrar la realidad. Cuando me di cuenta que no era así lo tuve muy claro. Me dije «Eso tengo que verlo con mis propios ojos«. Conocía el lugar pero no la fecha. Sería finalmente un jueves 24 de marzo de 2010 difícil de olvidar cuando diera mis primeros pasos por el largo puente que cruza el foso cubierto de agua que rodea el templo. Primer puente, primera puerta…seguimos avanzando.

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Angkor Wat tiene muchos records, aunque probablemente el que más imponga sea el que lo califica como la estructura religiosa más grande que existe. Suyavarman II (1113-1150 d.C.), después de haberse proclamado nuevo Rey por métodos poco ortodoxos (matando a su antecesor), quiso ganarse el respeto de sus súbditos mediante una construcción sin precedentes. Las obras durarían aproximadamente tres décadas, lo que hace suponer que para una extensión tan grande, fueron necesarios muchos miles de obreros, probablemente esclavos, que se dejaron la vida arrastrando pesadísimos sillares (algunos de varias toneladas) para concluir lo antes posible un proyecto de tal magnitud. Levantar un templo como Angkor Wat, el principal del Imperio, tuvo unas connotaciones similares con el otro coloso jamás superado, la Gran Pirámide de Gizeh. Su fama traspasó fronteras y por ello sufrió algunos daños con invasiones vecinas. Afortunadamente Jayavarman VII no sólo se encargó de que hubiera nuevos templos sino que se ocupó de que los que hubiera con anterioridad fueran restaurados y, en algunos casos, mejorados. Aunque fuera él mismo quien abandonara su palpable origen hindú para convertirlo en un recinto puramente budista. Se sabe que una vez pasados varios siglos desde el derrocamiento del Imperio Jemer, la mayor parte de templos de Angkor fueron abandonados completamente, hasta perderse la noción de su propia existencia. Pero Angkor Wat, con tales dimensiones fue difícil de esconder y se sabe que fue habitado por monjes budistas hasta el momento en que Francia proclamara en aquellas tierras su protectorado. Me imagino que quienes lo vieron por primera vez se quedaron cada vez más prendados a medida que avanzaban por la calzada casi 500 metros en los que uno va teniendo más cerca el corazón de Angkor Wat. En esas estaba yo precisamente… no quitando ojo a lo que se iba formando más adelante.

La calzada cuyas balaustradas la forman interminables nagas, salva el foso de 190 metros de ancho y se adentra en tierra firme dejando dos pequeñas bibliotecas o edificios menores a izquierda y derecha. Tres de las cinco grandes torres piramidales del templo empiezan a sobresalir hasta que se abren dos caminos que llevan a sendos estanques en los que la panorámica que se obtiene permanece reflejada en sus aguas.

Angkor Wat está concebido para deleitar en mayor medida de cara para afuera. Su perfección y armonía se aprecia mejor en una moderada lejanía. Pienso que la vista que se obtiene desde cualquiera de los dos estanques (en función de donde mire el Sol) es la mejor de todas. Pude estar fácilmente entre quince y veinte minutos sin apenas moverme del sitio, simplemente contemplando una de las cosas más maravillosas que he tenido la suerte de ver en mi vida.

La fuerza del todo el conjunto aceleró mi corazón e incluso arrancó alguna que otra lágrima por mucho que quisiera evitarlo. Me sentí el ser más afortunado del mundo. Fueron instantes en los que creí estar completamente solo, pero a la vez acompañado de muchas personas importantes en mi vida, de quienes sin saberlo siempre me ayudan a poner una piedra encima de otra para poder subir más alto y mirar qué es lo que que hay al otro lado. Estaba cumpliendo un sueño que venía de lejos. Pienso de verdad que esa imagen la había visto ya muchas veces. De una forma u otra había estado allí antes, estoy convencido de ello.

Dicen que los sueños si se repiten mucho, terminan convirtiéndose  en realidad. Las visiones se pueden tocar con los dedos y las sensaciones se pueden oler. En aquel estanque traspasé todas las fronteras que nos impone nuestra mente en forma de deseos. Ya no lo eran, se estaban convirtiendo a cada segundo en puros recuerdos.

Continué avanzando, a pesar de que el calor rompía el aire, para irme acercando al templo propiamente dicho, al recinto que se dedicó a Visnú y que probablemente fuera concebido como morada de los Dioses y última sepultura del monarca. Su alineación hacia el oeste, los motivos escultóricos de sus paredes y la época en la que fue concebido no ofrece dudas sobre su clara ascendencia hindú, aunque fueron más los siglos en los que fue interpretado como templo budista. El Monte Meru rematado con cinco prasats, el Océano (su foso) y su expansión en un cuadrado, considerada la mayor expresión de la perfección, nos trae nuevamente un intento evidente de representar la cosmogenia propia del Hinduísmo, su gran Universo.

P1130352El conjunto interior se estructura en tres recintos. Cada uno de ellos está a un nivel del suelo que crece a medida que nos acercamos al centro. El primero, empezando por fuera, posee larguísimas galerías en las que se pueden leer los grandes mitos hinduístas a través de inacabables bajorelieves. Sus figuras en pleno movimiento nos narran distintas batallas como la de Visnú con los demonios o la de Lanka. El juicio después de la muerte o las distintas luchas de Krishna también vienen representadas en esta especie de libro pétreo que en la época todos lo comprendían. Es como cuando en las Catedrales e Iglesias cristianas de Occidente, los retablos, cuadros y capiteles se convirtieron en la Biblia de los iletrados. Precisamente con la expresión artística quedaban sobradamente explicados muchos de los capítulos más importantes del ideario religioso existente.

El patio del primer nivel, rectangular, es el más grande de todos los de Angkor Wat. Por sus ventanas de barrotes de piedra se asoman miles de ninfas sonrientes con hermosas siluetas y miradas complacientes. La piedra está viva allá donde se mire.

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A través de otros pequeños patios cuadrados de los que surgen nuevos y oscuros corredores repletos de sorpresas pude alcanzar el segundo nivel, aquel al que no podía acceder el pueblo llano. Sólo los sacerdotes y los beneficiarios de la gracia real podían traspasarlo. Otra galería de corte rectangular, menor que la del primer nivel, se abre a nuevas escenas de milicia y religión. Su patio, en que las devatas también te observan como guardianas del templo, ya ofrece una panorámica real y cercana del tercer recinto, el más sagrado de todos y poseedor de los cinco prasats que se ven desde cualquier parte.

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Al tercer nivel (elevado 55 metros) se accede únicamente por una escalinata bastante empinada. Si al segundo durante el Imperio Jemer sólo podían entrar unos pocos, éste quedaba reservado exclusivamente para el Rey y para el Sumo Sacerdote. El lugar estaba considerado como la verdadera morada de los Dioses, el Palacio Celestial del Monte Meru, por lo que penetrar a él suponía dejar atrás el mundo terrenal. El tesoro ofrecido a las deidades se escondía aquí, aunque obviamente no se ha encontrado ni rastro del mismo. Se cuenta que una gigantesca estatua de oro de Visnú se guardaba en el santuario principal del templo. Era el verdadero corazón de Angkor Wat, la llave del más allá.

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Las vistas desde la parte más alta del complejo sirven para observar la grandeza del monumento y el tapiz verde selvático que abrazó en su guarida a los demás templos que sí quedaron en el olvido.

Ya se sabe que cuando uno sube tiene que bajar, y que cuando se entra a algún sitio, tarde o temprano hay que volver a salir. Sin comerlo ni beberlo superé con creces las dos horas desde que había comenzado el itinerario en Angkor Wat justo después de comer. El tiempo se había ido volando y la prolongada exposición al Sol me estaba afectando a la cabeza y hasta al propio espíritu. El agua agotada y los chorros de sudor desidratándome segundo a segundo eran signos evidentes de que era momento de marcharme, por mucho que quisiera seguir indagando. Retrocedí, por tanto, a través de los tres niveles de Angkor Wat.

Justo a la salida del recinto interior me asaltaron decenas de vendedoras que me ofrecieron refrescos fríos que conservaban en grandes frigoríficos. En esta ocasión dejé el té verde por beber directamente el agua de un coco (1$), algo que me sentó de miedo y que evitó un desfallecimiento que hubiese llegado en pocos minutos.

A la altura del estanque me sucedió algo muy curioso. Una chica me preguntó si era español, a lo que le contesté que sí. Hasta ahí normal, ya que no había visto ni un solo español desde que comenzara el viaje. Lo que ya me dejó impactado fue cuando me preguntó casi afirmando si yo era Sele. «Qué pequeño es el mundo, que tan lejos que estamos me conozcas» – le dije. Me contó que era lectora del www.elrincondesele.com y que también era usuaria en del foro Lonely Planet. Cuando apenas estábamos empezando a hablar se dio cuenta que se había separado del grupo y se marchó. Le pedí que me escribiera cuando pudiera. Y así lo haría en tan sólo unas horas cuando celebró la casualidad que nos había llevado a encontrarnos nada menos que en Camboya. Aunque para rematar me dijo que había viajado a Costa Rica con mis escritos y que incluso había conocido a un buen amigo mío que vive en ese país. Y es que el mundo es un pañuelo

Me quedé pensativo, a la vez que orgulloso, cuando se marchó. Le estuve dando vueltas a lo había ocurrido ese día, a todo lo que había logrado ver con mis propios ojos. Pensé que la felicidad estaba ahí mismo, reflejada sobre las aguas del estanque. No podía pedir más. No todos los días se traspasa la frontera de los sueños…

CONTINUARÁ…

* Pincha aquí para ver un pase fotográfico del primer día de los Templos de Angkor

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