Crónicas de un viaje a Indonesia 1: Llegada y Yogyakarta

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Crónicas de un viaje a Indonesia 1: Llegada y Yogyakarta

2 de Julio: PISTOLETAZO DE SALIDA A UN GRAN VIAJE

Tres, dos, uno…cero!! Se terminó una cuenta atrás que había arrancado el mes de marzo cuando compramos los billetes de avión destino Indonesia. Cualquier mínimo tema laboral dejaba de tener sentido para mi. Al menos, hasta que pasaran 24 días muy pero que muy lejos de cualquier atisbo de normalidad y rutina. El padre de Rebeca pasaba por casa para acercarnos al aeropuerto. A partir de ese mismo instante sólo teníamos un baluarte que defender hasta morir, la mochila. Desde que jurara lealtad a la misma que me llevé a los campamentos con catorce y quince años, nunca nos hemos separado. Parafraseando a Mel Gibson en Braveheart «Podrán quitarnos la vida, pero jamás nos quitarán…LA MOCHILA !!!!!». Bueno, en la película no se dice eso exactamente, pero viene al pelo.

El viaje de Madrid a Jakarta prometía ser largo. Para ir casi de una punta a otra del mundo teníamos previsto lo siguiente: Ir a Londres y hacer noche ese viernes. El sábado a la hora de comer tomar un avión de Emirates a Dubai, hacer escala de cuatro horas en su aeropuerto y marchar definitivamente a la capital de Indonesia a la que llegaríamos el domingo a eso de las cuatro de la tarde (hora local). Muchas horas subidos a un avión, muchos miles de kilómetros bajo nuestros pies, y un objetivo muy claro…INDONESIA. Hacia allá íbamos con ilusión y fervor, e incluso con cierto enloquecimiento. Ya se había dado el pistoletazo de salida, y la meta era aún lejana.

Pedir puntualidad en un vuelo en el Aeropuerto de Barajas es como pretender que Belén Esteban gane el Premio Nobel de Literatura. Es decir, Misión Imposible. En ese momento llevaba una racha de lo menos diez retrasos seguidos en trayectos originados en Madrid. Si no es por culpa de los controladores, lo es por haber un excesivo tráfico aéreo. Y si no es ninguno de los casos anteriores, como esta última vez, por estar cayendo una tormenta sobre la capital de España.

El avión de Ryanair salió una hora y media tarde, pero tal y como estábamos viendo el panorama en las pantallas del aeropuerto, la cosa podía haber sido mucho peor. Finalmente llegaríamos a la ciudad del Támesis casi a las diez, con tiempo de tomar un Gatwick Express al centro (sale cada 15 min. un tren de 30 minutos, 25´80 libras i/v), hospedarnos en un hotelito muy sencillo junto a la Estación Victoria (Belgrave House Hotel, 55 libras total 1 noche), darnos una pequeña vuelta por la ciudad y escuchar al Big Ben dar las campanadas de la medianoche.

Hacía una noche fantástica, mucho menos calurosa que las que estábamos pasando en Madrid desde la entrada del verano. Aunque como es típico en Londres sea el mes que sea, unas ligeras gotas de lluvia hicieron acto de presencia y golpearon durante unos minutos muy tímidamente la ventana de nuestro cuarto bien enmoquetado como manda la tradición en las Islas Británicas.

3 de Julio: MEDIODÍA LONDINENSE, MEDIANOCHE DUBAITÍ

Con una mañana absolutamente radiante y soleada y unas horas más de «escala interruptus» quisimos darnos un homenaje lo más british posible. En primer lugar yendo al Garfunkel´s Restaurant de Victoria Street para desayunar las clásicas judías estofadas con bacon, salchicha y algún ingrediente más de esos tan hipercalóricos que gustan en el Reino Unido. Y en segundo lugar saliendo a buscar la imagen por antonomasia de la ciudad de Londres, que no es otra que la del Big Ben y el Parlamento británico vistos desde el Puente de Westminster. Tanto para Rebeca como para mí era nuestra cuarta vez en la capital inglesa y nunca nos perdemos esa panorámica que en realidad todos conocemos desde que nacemos.

Siempre he creido que Londres y Nueva York se disputan la capitalidad mundial, tener el record de más nacionalidades diferentes por metro cuadrado. Ambas son dignas candidatas para conseguir ser esa Gran Torre de Babel del Antiguo Testamento. Sea como fuera, Londres, que era la ciudad en la que nos encontrábamos en esa larga etapa hacia Jakarta, sigue pareciéndonos apasionante e igual de atractiva que la primera vez en que la visitamos. Por unas razones u otras, aquella era la cuarta vez en cuatro años, que teníamos un cara a cara rotundo con su símbolo más reconocible.

En cuanto avanzó la mañana un par de horas más tuvimos que recoger nuestras mochilas en Belgrave Street y volver de nuevo al Aeropuerto de Gatwick para tomar un avión de nada menos que siete horas de duración a Dubai. Con Emirates esto es una escala imprescindible, algo que pudimos conocer un año antes cuando volamos hasta Johannesburgo (Sudáfrica) en el marco de un Viaje al Sur de África. Aunque en esta ocasión no íbamos a tener tiempo ni de salir del Aeropuerto, ya que a las tres horas embarcaríamos destino Jakarta, Indonesia.

Lo más destacable del vuelo a Dubai fue que sobrevolamos Irak durante algo más de treinta minutos, cuando el avión nos dejó a la vista en plena oscuridad el fuego de sus muchos yacimientos petrolíferos. Los nombres que desplegaba el mapa que teníamos enfrente de nuestros asientos nos eran familiares por las noticias de las guerras que han azotado el país en las últimas décadas. Bagdad, Mosul, Kirkuk o Basora fueron los mayores núcleos de población que dejamos abajo a más de 10.000 metros. Mientras tanto la Selección Española de Fútbol se jugaba los cuartos de final del Mundial frente a Paraguay, aunque las únicas noticias que teníamos nos hablaban de un empate a cero en el primer tiempo. Llegamos pasadas las doce y media de la noche con la noticia de que España era semifinalista y se encontraría con Alemania, que había vencido por cuatro goles a cero a Argentina. Un partidazo que si todo iba bien nos pillaría en Yogyakarta en unos días.

Las escalerillas del avión nos mostraron dos caras de la ciudad emiratí. La del calor asfixiante de sus treinta y dos grados bien pasada la medianoche, y la de una lejana pero visible imagen del mayor rascacielos del mundo, el Burj Dubai, que nos devolvió unos gratísimos recuerdos de cuando estuvimos frente a él en el mes de agosto de 2009 (ver video que hicimos junto al edificio de aproximadamente 840 metros de altura).

La alegría futbolística se mezclaba con el cansancio y el hartazgo que le tengo a los aeropuertos, a esperar en una fría silla de plástico a que nos avisaran para embarcar. El sueño ya golpeaba nuestras cabezas aunque Rebeca tenía que sumarle su enorme miedo a volar que sobrelleva como buenamente puede. Yo diría que a duras penas pero con resistencia voraz ante una fobia que los que no la tenemos nos cuesta comprender.

A las cuatro de la mañana saldría nuestro último Emirates, el definitivo a Jakarta. Puntual, como todos a los que me he subido de esta compañía que, particularmente, me parece la mejor. Por el equipamiento de sus aviones, por su seriedad, por la exquisita amabilidad de su tripulación, por los varios centenares de películas que se pueden ver en sus pantallas (algunas antes incluso de su estreno en los cines españoles) y quizás, porque mi experiencia con ellos siempre ha sido positiva.

Fue un viaje de siete horas que pasé entre cabezazos y diálogos de cine. Volví a ver incluso Aladdin, que siendo más pequeño había canturreado hasta la extenuación. Lástima que no estaba mi favorita de Disney, «El Rey León», porque también la hubiera puesto. Mientras tanto cruzábamos casi sin darnos cuenta la India y el Golfo de Bengala. Lo que sí sabíamos era que cuando volviera la luz natural nos encontraríamos ya en nuestra ansiada Indonesia.

4 de Julio: ¿QUE NO HAY BILLETES A YOGYA? CLARO QUE LOS HAY…

Desde la ventanilla del avión, a muy pocos minutos de aterrizar en el Soekarno-Hatta International Airport de Jakarta, tuvimos una pequeña idea de lo que nos podía esperar en el viaje. Pequeñas islas con formas redondeadas pintaban de turquesa el Océano Índico, y muy al fondo, conos pertenecientes a algunos de los muchos volcanes indonesios, daban cuenta de la orografía compleja de la isla de Java. De repente el agua se convirtió en praderas verdes y palmeras y finalmente una larga pista sería la diana de un dardo en forma de avión de Emirates. Welcome to Jakarta, Welcome to Indonesia, dijeron por megafonía. Por fín habíamos llegado. El viaje de verdad acababa de comenzar.

Eran las 15:45 en Jakarta, cinco horas más que en España (en horario de verano), por lo que retrasamos nuestros relojes mientras avanzábamos por la terminal del aeropuerto. Nuestro primer desembarco en el cuarto de baño nos dejó dos detalles, una sala de oración contigua para musulmanes y un acuario lleno de peces naranjas a la altura de los urinarios. Que no se diga que en estos servicios uno no puede estar entretenido.

Fue momento entonces de una de las esperas más tortuosas que haríamos durante el viaje (aunque no la mayor). La de la obtención del Visado para el que no sólo tuvimos que rellenar dos formularios (registro de entrada y declaración de aduana) sino también esperar una cola de más de una hora de duración con objeto de pagar 25 dólares y ver estampado el sello indonesio en nuestros pasaportes con una validez de 30 días. Ahí ya aprendimos que en Indonesia las cosas se hacen despacio, con mucha calma. Habíamos dejado Occidente a un lado. Las prisas carecían de sentido alguno. En realidad tampoco las teníamos, puesto que para nuestros planes íbamos bastante bien de hora.

Siendo ya «legales en Indonesia» y con nuestro equipaje sano y salvo lo primero que hicimos fue surtirnos de rupias en una Casa de Cambio que había en la misma terminal, para después salir a la búsqueda de un taxi que nos llevara lo antes posible a la Estación de Gambir, la más importante conexión ferroviaria de esta capital con aproximadamente ocho millones de habitantes. Por 180.000 rupias (1 euro eran aproximadamente 11000 rupias) contratamos un taxi desde el mostrador de Llegadas para ir hasta Gambir, asegurándonos que también iban incluidos los peajes y tasas de aparcamiento.

El trayecto a la Estación duró aproximadamente 40 minutos por carreteras más que aceptables y pasando por edificios bastante modernos. Que nadie piense que Jakarta es una especie de Nueva Delhi. Para nada, esta ciudad con sus peculiaridades y sus trasiegos típicos del Sudeste Asiático, está más avanzada de lo que uno puede suponer de antemano. Ya aviso que en Indonesia hay muchos mundos completamente diferentes y a este le ha tocado gran parte de las inversiones estatales. Es algo evidente se mire donde se mire.

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CÓMO SUBIR A UN TREN NOCTURNO Y NO MORIR EN EL INTENTO

El taxista nos dejó en la Estación de Gambir, junto a la entrada más próxima a las taquillas, en las cuales ya había gente haciendo cola. Sabíamos que había fijo un tren nocturno a Yogyakarta. Esa era nuestra baza porque no queríamos quedarnos a dormir en Jakarta a menos que no hubiera otro remedio. Preferíamos dedicar a Yogya y los templos de Borobudur y Prambanan un mínimo de tres días. No pensamos que nos fuera a acarrear dificultad alguna, pero eso era porque aún no conocíamos los trapicheos que se traen con la venta de los billetes de tren a destinos solicitados como era este. Algo que comprenderíamos después de divagaciones y diálogos con un amigo local que nos echamos, al que apodamos por sus barbas y su boina como «El Ché Guevara indonesio». Como nosotros, quería ir a Yogya y, por tanto, nos sirvió de traductor de aquel despropósito.

En primer lugar en taquilla nos informaron que el Tren Taksaka II dirección Yogyakarta de las 20:45 llevaba un ligero retraso. Después que para adquirir los billetes nos fuésemos a la fila del centro que…¡¡ellos atendían también!!. Así que cerraron la ventanilla y se pusieron en la otra. Pero en ese momento ya no es que hubiera retraso sino que no había disponibilidad de un solo billete ni para ese tren ni para el del día siguiente. Algo que no podíamos plantearnos ni por asomo. Lo que nos extrañó fue que las palabras «Full, it´s full» no echara a nadie de la fila. Todos se quedaron al igual que haríamos Rebeca, el Ché indonesio y yo. El chico de la boina fue quien nos explicó cómo estaba la situación realmente, que era la siguiente:

Los billetes de trayectos con cierta demanda se agotan enseguida porque hay una mafia que los revende en hoteles y agencias de viajes. Estos reventas se hacen con tacos de billetes y por ello la venta en la estación se paraliza. En aquel instante, a menos de dos horas para que el tren saliera directo a su destino, debíamos encomendarnos a que los reventas aparecieran en el último momento y devolvieran los excedentes en taquilla para que pudiesen venderlos a los pacientes clientes que debíamos aguardar esperando un «por si acaso».

No era seguro que los reventas fueran a aparecer pero nos daba esperanzas ver que la gente no se marchaba y que éramos de los primeros en la taquilla. Es decir, si salían billetes de última hora, nosotros teníamos bastantes papeletas para llevárnoslos. Pero debíamos permanecer de pie y encomendarnos a la suerte. Mientras tanto distintos personajes trataban de ponerse delante de nosotros y de conseguir los favores de los taquilleros extendiendo sus rupias.

Cuando el calor casi ahogaba, la multitud de personas en busca del billete perdido aumentaba y el Ché indonesio no dejaba de enseñarnos las fotos de sus hijos, nos pareció escuchar hablar castellano muy cerca de nosotros. Entonces me encontré con una mujer que parecía indignada porque la gente trataba de colárseles. Ella viajaba con su niño y su marido, qiuenes esparaban más atrás en la cola. Para ambos fue un soplo de aire fresco encontrarnos. Necesitábamos como fuera estar en Yogyakarta a la mañana siguiente. Y estábamos dispuestos a conseguirlo. Acordamos, si estaba en nuestra mano, comprar billetes para ellos también, ya que estaban situados en una parte de la cola donde era más complicado conseguirlos. Sus nombres: Nieves, Tirso y el pequeño Oto. Además, madrileños como nosotros. Íbamos a intentar echarles un cable y si era posible ir juntos en el tren. Un tren que ya iba con retraso y del que seguíamos sin tener noticias de si iba a aparecer o no la reventa.

He aquí un video que refleja lo que os estoy contando:

Cuando ya llevábamos más de tres horas de espera infructuosa nos estábamos planteando incluso alquilar un coche para los cinco e incluso ir al aeropuerto para buscar un billete de avión que saliera la mañana siguiente. Pero aún había fe porque todas las personas que había detrás la tenían intacta. No parecían preocupados en absoluto. De repente vimos movimientos de dinero en las taquillas. La reventa había llegado y había devuelto los billetes del tren. ¡Estábamos salvados y nos íbamos a Yogyakarta!

Compramos cinco asientos para nosotros y para la familia. El coste del billete no nos pareció nada asequible: 320.000 rupias (aprox 30€), pero no teníamos otra opción. Al menos habíamos solventado la papeleta y contábamos un lugar donde pasar la noche, el vagón del tren.

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NOCHE EN EL TREN

Salimos a eso de las once de la noche (retraso de dos horas y cuarto). Nuestro vagón debía ser de primera o segunda clase como poco. Había bastante espacio entre asientos y teníamos aire acondicionado (a una potencia fortísima, digna de taparse con algo para no pasar frío). Vídeos musicales con karaoke se encontraban frontalmente con el silencio que uno espera de un Expreso nocturno, pero ya se sabe que en el Sudeste Asiático están realmente enganchados a estos disparates antimelódicos.

Para celebrar que estábamos en marcha me pedí un mejunje que mezclaba fresa y soda con los nada recomendables hielos con los que enfriar el vaso. Tuvimos un rato de charla con nuestros nuevos amigos españoles Tirso, quien conocía El rincón de Sele, Nieves y con el simpatiquísimo Oto, un niño hecho por y para los viajes, que cuando se haga mayor va a tener un bagaje impresionante de experiencias.

Mientras cruzábamos los más de 500 kilómetros (en 9 horas) que cosen la isla de Java para unir Jakarta con Yogyakarta tratamos de dormir como buenamente pudimos. Con una luz tan intensa, el sonido del karaoke y los vendedores de refrescos y chucherías gritando a viva voz una impronunciable secuencia del tipo «Gopi, gopi, yopi, yopi, gopi, popi..etc…» sin cesar, fue bastante complicado conciliar el sueño. Digamos que conseguimos pegar ojo con parches poco duraderos.

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Primera noche en Indonesia, preludio de tres semanas donde ocurriría de todo…

5 de Julio: ACLIMATACIÓN EN YOGYAKARTA

Entreabrí los ojos sin demasiado afán y comencé a recibir imágenes de un paisaje extraordinario de palmeras y campos de arroz corriendo deprisa tras la ventanilla. El resto del vagón dormía todavía, quizás porque afortunadamente alguien con un poco de sentido había pedido que apagaran la televisión para poder ahorrarnos el suplicio a los demás. Por una parte quería despertar definitivamente y no quitar la mirada de la ventana, donde se sucedía a gran velocidad una película absolutamente real de una isla de Java verde y resplandeciente, pero por otra el sueño volvía a cerrarme los ojos como si llevara yunques bien sujetos a las pestañas. Aunque eso no era descansar, echaba en falta una buena cama donde romper tantas horas de avión y de tren. Por fortuna sería un deseo que alcanzaría a la noche siguiente.

Rebeca se despertó a la par que yo, al igual que la familia madrileña que habíamos conocido en Jakarta. Nieves, Tirso y Oto sí parecían haber logrado pegar ojo durante la noche. Al igual que nosotros el primer objetivo de la semana iba a estar en Yogyakarta y los Templos de Prambanan y Borobudur. Aunque su itinerario no estaba para nada cerrado y debían hacer antes unas gestiones. El viaje de esta familia estaba completamente abierto. Por no tener, no tenían ni hotel en Yogya, aunque iban a probar suerte en el que nosotros habíamos reservado.

P1140725A las ocho de la mañana el tren se detuvo en la Estación de Tugu, la principal de esta ciudad de más de medio millón de habitantes. Todos y cada uno de los vagones se vaciaron rápidamente para que Yogyakarta absorbiera a todos sus ocupantes. Nosotros salimos en busca de nuestro hotel, el Istana Batik, del que teníamos una reserva hecha por internet de días antes. Lo habíamos elegido en función del precio (14€/pers/noche), de las críticas y recomendaciones de sus clientes y, sobre todo, de su ubicación, a no más de 100 metros de la Estación y de una de las arterias principales de la ciudad, Malioboro Street. Tirso, Nieves y Oto vinieron con nosotros para ver si había habitaciones triples y si tenía un coste acorde a lo que tenían previsto gastarse. En el camino tuvimos que sortear a una decena de becaks, los clasiquísimos ciclorickshaws javaneses, que pedalada tras pedalada buscaban nuevos clientes a los que transportar.

Por lo que pudimos comprobar el precio de nuestra habitación en internet era mejor que el que mostraban a las personasP1140726 que no tenían reserva previa. Conseguimos que a la familia madrileña se lo ajustaran, pero finalmente prefirieron salir en busca de otras opciones. Nos emplazamos a encontrarnos en la ciudad a lo largo del día, algo que suponíamos ocurriría solo y fácilmente. Mientras nosotros nos fuimos a nuestro cuarto a dejar las mochilas y a darnos una Santa Ducha que necesitábamos como el comer. El hotel, siendo sencillo, nos gustó bastante. Sobre todo la atención y la amabilidad de las personas que trabajaban en él. Finalmente nos daríamos cuenta que ese el santo y seña de los indonesios, una sonrisa sincera y su disposición a ayudar al extranjero siempre que pueden.

DESGRANANDO YOGYA…MALIOBORO STREET

Esta jornada nos la tomamos como pura aclimatación. Deshacernos definitivamente del jet lag, adaptarnos al horario, al calor húmedo, a la comida, a estar por fin de vacaciones… a Indonesia. El único objetivo era movernos tranquilamente por la ciudad de Yogyakarta y, a ser posible, preparar los días posteriores cuando debíamos requerir de un medio de transporte. Habíamos pensado en alquilar coche con conductor, algo que trataríamos de cerrar como muy tarde antes de ir a cenar. Mientras tanto nos esperaba la ciudad más cultural, artística y literaria de la Isla de Java, el paraíso de los batiks, las marionetas y la música tradicional indonesia. Yogyakarta, Yogya para los amigos, es el único resquicio que queda en el país de los viejos sultanatos. De hecho posee un estatus de Región Especial, siendo oficialmente el Sultanato de Ngayogyakarta Hadinngrat. Es el corazón de Java que, por si solo, y por los tesoros arqueológicos tan próximos a la ciudad, atrae a un amplio porcentaje de los viajeros que visitan Indonesia.

De esa forma, la ciudad acunada por el inmenso volcán Merapi, sería la protagonista de un día sin demasiadas exigencias ni pretensiones, un día para nada planificado que nos llevaría en primer lugar a la avenida más larga e intensamente vivida del centro de la isla de Java: Jalan Malioboro.

Jalan Malioboro, Malioboro Street, nombre indonesio o inglés para un mismo lugar. A esta arteria que parte Yogya de norte a sur se la conoce como la calle de las compras. Y es que es un auténtico bazar en ambas aceras, casi sepultadas por los comercios de ropa, artesanía y souvenirs. Se sabe cuándo uno la empieza pero no cuando la termina porque cuando menos te lo esperas acabarás subido a una calesa (andong) o a un ciclorickshaw (becak) pidiendo salir de allí.

De todas las clases de comercios existentes en Malioboro, hay una que sobresale muy por encima de las demás. Me refiero a las numerosísimas tiendas de batiks. Y es que si hay un producto con un 100% de ADN javanés es el batik, una técnica de teñido de telas en la que se utiliza la cera de abeja para cubrir las zonas no coloreadas. Su aplicación bastará para realizar un vestido, un mantel o una camisa con colores vivos y figuras que gozan de una simetría y una extraordinaria calidad. El batik ha sobrevivido a distintas épocas y ha entrado de lleno en el Siglo XXI para ser la cara más visible de la Artesanía de Indonesia. Yogyakarta es el núcleo en que mayor instauración y salida tienen los productos realizados con esta técnica. Algo que conlleva que Malioboro Street sea su más insigne santuario.

Hello Mister, Hi Sir, Bonjour Monsieur, Hola amigo… cualquier saludo bastaba a los comerciantes para intentar atraer nuestra atención y que les compráramos algo. Pero pincharon en hueso duro porque no somos de aligerar con facilidad nuestra cartera, y mucho menos el primer día. En mi caso compro poco y es algo que suelo dejar para el final.

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LA VIDA DE YOGYA A BORDO DE UN BECAK

Un efecto del jet lag es el hambre a deshoras. Apenas debían ser las once de la mañana y tuvimos que meternos en un centro comercial de Malioboro para buscar un local abierto y comer Ayam Goreng (Pollo frito) porque con sueño y el estómago vacío no lográbamos ser personas. Aquel centro comercial tenía poco o nada que envidiar a cualquiera de los que se pueden ver en Europa o Norteamérica. Yogyakarta está bastante más avanzada de lo que podíamos pensar en un principio. Dispone de unos servicios y unas infraestructuras relativamente buenas que hacen entendible que algunos se refieran a ella como la niña bonita de Indonesia.

Aunque aún cuenta con tradiciones que se resignan a dejar de existir, como la de los Becaks o los Andongs que, junto a las motocicletas, forman parte del tráfico hormiguero de la ciudad. Nosotros probamos un becak para ir al Palacio del Sultán (Kraton). Por dicho trayecto pagamos, después del clásico regateo con el conductor, 10.000 rupias (menos de 1 euro). Un precio más que asequible por acoplarse a un maremagnum circulatorio de caos y desorden, por tener un Welcome to Indonesia como Dios manda.

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Yogyakarta tiene miles y miles de becaks. Están en todas partes y sus conductores te reclaman a cada momento los necesites o no. Cuando los tomas, vives in situ de la palpitación de la ciudad con la fuerza de unas piernas capaces de transportar los kilos que sean necesarios.

He aquí un vídeo realizado a bordo de un becak:

Sobrevivimos al tráfico y llegamos finalmente al Kraton.

EL KRATON DE YOGYAKARTA, REFUGIO DEL ÚLTIMO SULTANATO

P1140735Con el nombre de Kraton no sólo se conoce al Palacio del Sultán del Siglo XVIII sino también al barrio que lo rodea, que es la parte más antigua y relativamente tradicional que conserva Yogyakarta donde viven aproximadamente 25000 personas. Aunque es el propio Palacio el lugar de mayor interés y quizás el mas visitado de toda la ciudad. Es de lo poco que ha quedado de la épocaP1140739 pre-colonial, aunque después de ser azotado por no pocos terremotos a lo largo de su Historia ha sufrido numerosos cambios y añadiduras que han modificado el original casi por completo. Pagamos una entrada de 12500 rupias por el acceso al conjunto + 1000 rupias , que incluía además una guía de habla española, quien nos fue trasladando de una dependencia a otra y explicándonos entre otras cosas las peculiaridades de Palacio, de la condición especial de Sultanato que conserva Yogyakarta y la vida y milagros del Sultán IX, una especie de Semidios idolatrado por todos los ciudadanos.

Y es que gracias, en parte, al sultán Hamengkubuwono IX, la región de Yogyakarta es diferente a las demás. Como premio a su resistencia y tesón contra los invasores holandeses, el Primer Presidente de la República, contó con él para su Gobierno y aseguró a Yogyakarta este contexto administrativo de Región Especial en la que el Sultán podía seguir tomando decisiones políticas en este pequeño territorio javanés. Es, por tanto, el último resquicio de Sultanato que tiene su centro de poder en el Kraton. Ya no vive el Sultán IX pero sí su hijo Hamengkubueono X junto a su familia en un edificio que no se puede visitar. En el complejo además resisten los guardianes, ya ancianos, ataviados con ropajes antiguos y una daga con la que proteger a su señor.

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Aunque sí se pueden recorrer otras dependencias de Palacio como el pabellón donde se reciben a políticos, diplomáticos y personalidades de cierto rango, un espacio porticado y amplio capaz de acoger a mucha gente. O el pabellón dedicado a la Música y a las representaciones artísticas donde, casualmente, nos encontramos de frente con una actuación de una Orquesta de Voz e instrumentación tradicional indonesia, el Gamelan. Distintas voces cantantes secundaban los sonidos del xilófono y los gongs, los cuales marcaban una lenta melodía que resonaba en todo el Palacio.

La parte más interesante de la visita fue esta además del pequeño Pabellón dorado, cuyos techos de madera son una verdadera obra de arte.

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Porque el resto es más bien un museo dedicado recorrer la vida del Sultán IX, del cual pudimos ver sus fotos de graduación en Leiden, sus trofeos y recuerdos y un largo número de objetos personales que la guía fue repasando «uno por uno». Esta fase de la visita nos pareció realmente tediosa porque sólo faltó enseñarnos la primera taza de café del sultán. Rebeca y yo terminamos tan desquiciados de este personaje que estuvimos casi todo el día bromeando con frases del tipo: «Mira, aquí el Sultán IX orinó una noche de borrachera, aquí tuvo su primera erección, aquí tuvo su última erección, aquí fumó su primer cigarro, aquí directamente se dio un trompazo…» Tonterías fruto de nuestro hartazgo y las ganas de prescindir de cualquier explicación añadida.

En resumen, el Kraton está bien para visitar, pero tampoco hay que esperar encontrarse el Palacio Real de Phnom Penh ni la octava maravilla del mundo.

Particularmente pienso que aporta mucho más interés el barrio tradicional que tiene alrededor de sus muros. Un vecindario de casas bajas muy tranquilo donde da gusto darse un paseo. Nosotros indagamos en su pequeño laberinto en el momento de la llamada a la oración que se propagaba desde las mezquitas aledañas. Supuestamente buscábamos el Taman Sari (Castillo del agua) pero nos perdimos casi aposta por no hacer caso de las indicaciones de un señor que se vendió como falso guía para recorrer la zona. Pero fue la amabilidad de una mujer, que nos invitó a entrar a su casa y nos presentó a su familia, quien nos sacó de allí después de acompañarnos hasta Taman Sari simplemente buscando unos minutos en los que hablar inglés con dos forasteros. Fue realmente encantadora con nosotros si es que no bastaba el «haberle sacado de su casa» literalmente.

TAMAN SARI: EL CASTILLO DEL AGUA

P1140761A diez minutos del Kraton sentido suroeste se encuentra el Castillo del Agua, que es el nombre que recibe lo que en tiempos del primer Sultán de Yogyakarta (Mediados Siglo XVIII) fuera un gigantesco complejo dedicado al ocio, el descanso y el placer del Señor y su séquito. Aquí hubo Palacios finísimamente ornamentados, jardines exhuberantes y piscinas que justifican la denominación de Castillo sobre el agua. Todo diseñado por un arquitecto portugués del que se cuenta fue asesinado para que jamás fueran revelados los secretos de algunas de las dependencias construidas. Aunque la guerra y los terremotos sepultaron Taman Sari en su totalidad hoy en día hay una reconstrucción en la que se puede atisbar una pequeña parte de lo que allí se dio.

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El precio de la visita que pagamos fue de 7000 rupias + 1000 por entrar la cámara de fotos. Muy pronto se nos ofrecieron guías, pero después de la experiencia anterior preferimos verlo por nosotros mismos. Aunque el centro de Taman Sari fue siempre el Lago Artificial y sus palacios, sólo sobrevive un Complejo de baños don dos puertas de entrada bastante interesantes. Pero tanto en ellas como en las piscinas se adivina una restauración más que notable, dando a entender que lo que existe es una simple gota de agua de un gran Océano casi olvidado.

Es una zona relajada para pasear, sobre todo por el Kampung (pueblo o barrio tradicional) que se levantó entre finales del siglo XIX y principios del XX utilizando parte de las ruinas que milagrosamente siguen en pie. Algunas tiendas de marionetas y batiks aprovechan la presencia de los pocos turistas que caminaban por sus calles.

Lo que comenzó en Taman Sari fue una constante durante todo el viaje con la gente de Java, sobre todo. Y es que nos pararon en numerosas ocasiones para tomarse fotografías con Rebeca, conmigo o con los dos a la vez. Esto es algo que había visto en otros países de Asia como por ejemplo China, aunque sin duda fue Indonesia donde me pareció ver que los extranjeros despertábamos una mayor atención. Aunque en Yogya lo de las fotos con la gente fue sólo un aperitivo de lo que vendría en días sucesivos.

PASAR NGASEM: EL MERCADO DE LAS AVES

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La guía Lonely Planet así como distintas páginas web que había consultado antes de volar a Indonesia hablaban de un Mercado de Aves muy próximo a Taman Sari. En bahasa (la lengua oficial y más hablada en el país) se le conoce como Pasar Ngasem (Pasar=Mercado; Ngasem= Pájaros). Tardamos mucho en encontrarlo y es que, al parecer, el clásico y más antiguo estaba cerrado no sé si por obras o por la razón que fuera, por lo que fuimos a otro Mercado de Aves en un becak (15.000 Rupias). Estaba algo más lejos que este, pero no a una distancia insalvable. Como mucho a diez minutos pedaleando de donde nos hallábamos.

En el Pasar Ngasem vendían jaulas de todas las clases y todos los tamaños. Algunas eran verdaderas obras de arte. Y por supuesto tenían pájaros de todo tipo, puesto que en Indonesia si algo no les falta es tener numerosas especies de aves en muchas de sus islas. Es, digamos, un absoluto Paraíso Ornitológico. En un país donde en cada casa hay pájaros en jaulas de madera un Mercado de las Aves como este tiene mucho sentido.

Pero en este Pasar no sólo hay pájaros. Hay mucho más. Iguanas, serpientes, perros e incluso murciélagos. Sin olvidarnos de los gallos de pelea, pasto de los exitosos cockfighting de muchas de las islas indonesias, combates sangrientos y desagradables donde los haya. Un maremagnum animal de compra y venta con bastante color y un infinito y melodioso piar.

Inmensa la iguana que estaba fuera de su jaula e «inmensísima» la serpiente pitón que guardaban en un terrario. Junto a ella otras muchas serpientes de llamativos colores sacando a la luz sus lenguas bífidas y sus afilados colmillos, custodios de un veneno en ocasiones mortal.

Una de las cosas más interesantes del mercado de las aves fue observar in situ el adiestramiento de las palomas mensajeras. Dos personas con sendas palomas sujetas con sus manos se ubicaban en los extremos del mercado, a una distancia importante el uno del otro. Uno de ellos lanzaba al aire su paloma, que acudía rauda y veloz a la otra punta donde la otra persona la estaba esperando con su brazo bien extendido. Y por lo que vimos, estas aves cumplían perfectamente con su cometido. En Indonesia hay gran afición por las palomas mensajeras, con las cuales incluso compiten por cuál es capaz de conseguir los mayores retos. Y por lo que pude saber después, hay concursos en los que participan otros pájaros para saber cuál tiene mejor canto. Sea como fuere, la predilección por las aves de los indonesios está fuera de toda duda. No hay más que fijarse en las ventanas y balcones de las casas…

TARDE NOCHE CON EFECTO JET LAG

Del Mercado de las Aves volvimos al hotel, ya que por esa zona había más sitios para comer. La más de media hora de trayecto en el becak (20000 rupias) se convirtió en una siesta en movimiento. La descompensación de horarios y el cansancio fueron haciéndonos mella y ya puedo imaginarme el show de los dos durmiendo con la boca abierta en nuestro peculiar carruaje.

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Para espabilarnos nada mejor que comer, aunque ya estuviéramos más cerca de la cena que de la hora del almuerzo. Decidimos probar el restaurante del hotel, donde dimos muy buena cuenta de los zumos tropicales (mango y papaya), de la sopa de noodles y de unos excelentes satays (pinchos) de pollo bañados en salsa de cacahuete. La comida particularmente es un punto muy a destacar de Indonesia, una razón más para tener una consideración más que favorable de este país sudasiático.

Se hizo de noche enseguida. A las seis de la tarde parecía que fueran las dos de la madrugada. Dado que tampoco íbamos a visitar nada, nos fuimos al meollo de Malioboro Street para gestionar los tres días siguientes en los que necesitaríamos un automóvil. Pensábamos que se nos ofrecerían los conductores por la calle como nos habían contado pero no fue tan fácil. Porque al parecer casi todos ellos se ponen en contacto con las múltiples agencias locales que hay en la ciudad, quienes son las que presupuestan este tipo de alquileres. Cuando íbamos a entrar a una agencia para preguntar nos encontramos en la calle con Tirso, Nieves y Oto, quienes en principio estaban interesados en compartir coche. Aunque tenían un problema, las gestiones que debían realizar iban mucho más allá que las nuestras, ya que no tenían nada reservado, ni un hotel ni siquiera los vuelos. Por no tener no tenían demasiado claro el itinerario que iban a hacer ni cómo lo iban a hacer.

Les acompañamos para preguntar por los precios de unos billetes de avión y se encontraron con que no había demasiadas plazas disponibles para ir a Kalimantan o a Sulawesi. Después fueron ellos los que nos acompañaron a una agencia cualquiera a pie de calle situada muy próxima a la Estación de Trenes donde negociamos arduamente con el responsable para que nos dejara un coche con conductor a un precio que no se saliera en demasía de nuestro presupuesto. Le contamos los planes de Rebeca y míos, que eran los siguientes:

+ Martes 6 de julio: Hacer los templos de Prambanan y los de los alrededores, que están algo dispersos.
+ Miércoles 7 de julio: Ir a Borobudur muy temprano y después a la Meseta de Dieng. Este viaje requería de un mayor kilometraje, ya que Dieng se encuentra a casi 4 horas de Yogya.
+ Jueves 8 de julio: Ir al Aeropuerto de Semarang (a tres horas de Yogya) donde debíamos estar aproximadamente a las 9:30 de la mañana.

Después de un rato de negociaciones acordamos tener a nuestra disposición un coche con conductor y aire acondicionado por un precio de 400.000 rupias/día (aprox 36€), el cual siempre nos vendría a buscar al hotel por las mañanas para hacer la ruta que teníamos previsto hacer. Lo que no sabíamos si era a repartir entre los cinco o unicamente entre Rebeca y yo, ya que la familia no tenía claro las siguientes jornadas en Java. El alquiler lo planteamos de forma independiente a ir dos o ir cinco.

Lo que sí no nos perdimos fue una buena cena en la que compartimos mesa y piscina, ya que Rebeca y Oto se dieron un buen baño en el hotel después de los postres. Además nos conectamos por unos instantes a www.elrincondesele.com para leer los comentarios de la gente y contestarlos. Después nos marchamos a dormir y a recuperar unas cuantas horas de sueño que nos hacía bastante falta.  Sólo de esa forma el jet lag pasaría a mejor vida.

Hasta ahora nuestro viaje había consistido en «Ir a Indonesia» y trasladarnos a Java Central, a nuestro cuartel general de Yogyakarta. A partir del día siguiente empezaría lo bueno…

CONTINUARÁ

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