Radiografía de un segundo

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Radiografía de un segundo

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Te observa, te conoce, te estudia, te sigue, te hipnotiza… Cuando un caimán se detiene junto a tu canoa calcula tus movimientos, prevé tus posibles errores, saborea tu miedo. Dilata sus pupilas para clavarlas en las tuyas mientras continúa totalmente inmóvil apoyado por su disfraz de camuflaje. Probablemente seas una nueva frustración para él, aunque en ese instante, ese pequeño instante, no puede pensar en otra cosa que no sea arrastrarte al agua y desgarrar tu piel con sus fauces afiladas y fuertes como puñales de acero. Su sangre fría casi se paraliza, así como la respiración y cualquier mínima distración. Su mundo se ha detenido en un segundo y es el margen en el que tiene volcado su pensamiento, sus planes y hasta su alma. El antes no existe y no hay hueco para un después. Con los ojos verdes y rajados abiertos como platos se ancla a tu vida, a tus pasos, a un final que no se ha escrito. Los remos hacen pequeñas ondas en el agua oscura mientras que el sonido de los pájaros acuchilla el viento y sacude un silencio inexistente en aquellos canales rodeados de árboles mecidos por la brisa de un mar no demasiado lejano. El reptil sólo guarda un segundo para tí y, además, tú aún no te has dado cuenta.

Los juncos, petrificados como columnas de mármol colaboran en la estrategia del caimán, taponando algunos de sus ángulos y dejando un hueco para poder seguir observándonos. Su piel rugosa y agrietada parece derretirse en el agua quieta para fusionarse con las plantas y un fondo acuático presumiblemente embarrado. Tenemos ante nosotros una imagen congelada, una postal de Naturaleza, la radiografía de un segundo…

Lo que no había previsto aquel reptil era que nosotros desde la canoa también contábamos con nuestro momento, nuestro instante aprovechado en mitad de la parálisis. Un cruce de miradas teñido de casualidad y un ligero movimento de remo desarmó todo su plan, echó por tierra una estrategia basada en nuestra distracción, en nuestros posibles errores de cálculo. Nos convertimos todos en espectadores silenciosos de una escena natural en la primera hora de una mañana cualquiera. Ninguno estaba dispuesto a arriesgar el más mínimo movimiento que nos hiciera variar una situación de privilegio. El caimán en su hogar, en su río calmado, y nosotros, como intrusos, en una barca estrecha, pero levantada a un palmo del agua, distancia que podía ser suficiente para inoperar las opciones de ser atacados por él.

Nos habían contado que días antes, en ese mismo lugar, un niño había sido llevado por los caimanes en un momento de descuido y, quizá, de imprudencia. Él había tenido su segundo, sus millones de opciones, su posibilidad de estar en un lado u otro, pero los reptiles habían sido más rápidos y más certeros en su cacería. La diferencia era estar o no estar, arriesgar o no arriesgar, prever o no prever… utilizar todos los medios a su alcance para no errar.

En la vida, no sólo en parajes hostiles, debemos saber que muchas veces estamos a expensas de un solo segundo para decidir, para variar el rumbo de las cosas, para acertar o para fracasar. Tenemos que jugar las dos bazas, la del caimán que calcula y está atento a cazar su oportunidad, aunque sea mínima. O la de quien, ya sea por conocimiento o pura casualidad, estira un segundo como si fuera una hora y absorbe todo el conocimiento que hay alrededor porque, al fin y al cabo, el tiempo es tan limitado que no conviene pasar de puntillas sin ser aprovechado.

En un segundo, en un sólo segundo… tenemos margen para hacer muchas cosas antes de dejarnos caer al agua. Podemos enfrentarnos, huir, observar simplemente y siempre aprender algo más. Pero hay que hacerlo, hay que saber gobernar nuestro tiempo, los momentos que componen nuestra vida, antes de que sean otros quienes lo manejen por nosotros. Y eso último no debe ocurrirnos nunca, porque los caimanes, los depredadores de este mundo, estarán esperando que flaqueemos para hacernos suyos y arrastrarnos a una corriente de la que será prácticamente imposible escapar.

Hay mil maneras de decirlo, Carpe diem, aprovecha el momento, exprime todas tus experiencias, cumple tus sueños, vive cada día como si fuera el último. Sabes que el infortunio estará esperando a que falles, pero de tí depende estar a la distancia adecuada, de llevar el rumbo y marcar tus tiempos. Si lo haces, habrás conseguido ser el único dueño de tu vida…

En un segundo está la diferencia en ser tú mismo o que sean otros los que decidan por tí. Y ellos, además, tienen los dientes muy afilados…

Sele
 
* La escena del caimán con la que ilustro esta «metáfora» fue parte de una aventura en canoa en el Parque Nacional Tortuguero (Costa Rica). La fotografía la tomé en dicho viaje.
* Mañana martes en Próximos destinos os revelaré un breve pero apasionante fin de semana viajero que tendrá lugar entre los días 25 y 27 de noviembre.

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