Crónicas de un viaje a Indonesia 11: Los dragones de Komodo

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Crónicas de un viaje a Indonesia 11: Los dragones de Komodo

ESPECIAL SOBRE LOS DRAGONES DE KOMODO

Antes de verte sabe perfectamente dónde estás. Aunque se encuentre  a varios kilómetros de tí puede olerte, seguir tus pasos, sentir tu miedo. Conoce cómo eres y tiene calculado el tiempo exacto que necesitaría para inmovilizarte, capturarte y comerte vivo. Primero comenzaría desgarrando tus extremidades con el objeto de impedir que pudieras escapar. Ya cuando te tuviera en el suelo, paralizado por el miedo y dolorido por las mordeduras, trataría de saborearte lentamente. Si estuviera solo él te auguraría una muerte lenta y quizás tardarías varios minutos en perder la consciencia antes de de que empezara a digerirte. En el caso de ser varios los que quisieran compartir el botín podrías darte por satisfecho porque tu agonía no sería demasiado larga, ya que entre todos te habrían descuartizado en segundos para asegurarse su parte. Al terminar se marcharían a un lugar apartado con sombra para reposar la comida sintiéndose orgullosos de no haber fallado y haber dejado claro que no hay depredador más fuerte y temido en su Isla. Pongamos que hablo de Dragones y que existen más allá de nuestra imaginación…

Los lugareños conocen a esta especie como Ora, los investigadores como Varanus Komodoensis, su nombre científico. Pero el apelativo que gente utiliza más para denominar a esta criatura es el de Dragón de Komodo. Cualquiera que sea su nombre su presencia es absolutamente real dentro de una serie de islas remotas de Indonesia pertenecientes a la vertiente Oceánica de la Línea trazada por Alfred Russell Wallace en el Siglo XIX. El considerado como el mayor reptil del Planeta habita únicamente las Islas de Komodo, Rinca, Padar y una pequeña parte de la costa occidental de Flores. Sus cerca de tres metros de longitud, sus colmillos afilados, sus fuertes garras y su lengua bífida son algunos rasgos de su temible estampa.

Nunca creí que fuera a tener tan cerca no uno sino varios dragones de Komodo. Viajamos en un barco de pescadores hasta su guarida con objeto de observar sus movimientos y retratarlos, algo que garantizara que jamás olvidaríamos que los vimos con nuestros propios ojos. Aunque en ocasiones mi mente me impida creer que todo aquello fue de verdad. En este post, el último de una larga serie con la que he tratado de narrar nuestras andanzas por Indonesia, conoceremos mucho mejor este animal de tintes mitológicos. No se me ocurre mejor broche para cerrar estas Crónicas…

20 de julio: LOS DRAGONES EXISTEN

Los dragones existen. Y teníamos un plan para encontrarnos con ellos en plena Naturaleza. A bordo de un barco de pescadores preparado para hacer este tipo de travesías, partiríamos a eso de las ocho de la mañana del muelle de Labuanbajo. El día anterior en el Gardena Hotel habíamos gestionado una ruta de dos días y una noche en las islas de Rinca, la propia Komodo y en la minúscula Pulau Bidadari donde aprovechar a hacer snorkelling, ya que en esta zona los fondos marinos para realizar dicha actividad (y el buceo con bombona, para quienes tienen el PADI) son de los mejores del mundo. El precio que pagamos fue un total de 1.600.000 rupias (aprox 142€, 71 euros por persona) e incluía las comidas (no bebidas salgo té y café). Lo que no incorporaba era el coste de la entrada de 2 días al Parque Nacional de Komodo (válido para las islas de Komodo y Rinca), que debíamos pagarlo in situ.

CONSEJO PRÁCTICO: Quienes van a viajar a Labuanbajo para hacer «los Dragones» cuentan en ocasiones con información escasa e incluso poco fiable de cómo hacerlo. Las guías no son demasiado claras al respecto. Se habla siempre ferries (como el famoso de Perama) que salen algunos días de la semana pero no todos, y da la impresión que se corre el riesgo de perderse dicha excursión si no se lleva nada reservado. Muy lejos de la realidad porque salvo que ocurra algo extraño (tipo temporal fuerte o tsunami) se puede encontrar en Labuanbajo a alguien que te lleve y te haga una ruta adecuada a los días y el presupuesto con el que cuentes. Basta con salir a la calle, darse una vuelta por las agencias o simplemente hablar con el encargado del hotel y podrás organizarte un planning para ir a ver los dragones, salir de buceo o reservar un bungalow en una isla desierta. Lo importante es negociar bien (regateando lo que se pueda) y si se tiene tiempo, preguntar en varios sitios. Pero, en resumen, no es necesario reservar con antelación. Nosotros, por ejemplo, lo hicimos el día antes y aún así no dejamos de recibir ofertas hasta el último momento.

MAPA DE LA RUTA REALIZADA EN LA «MISIÓN DRAGÓN DE KOMODO»

Si se cuenta con tiempo suficiente y uno quiere asegurarse poder ver a los dragones de Komodo, recomendaría tener al menos dos posibilidades de hacerlo. Cierto es que un sólo día puede bastar, pero para no fallar en el intento recomiendo ir no sólo a Komodo sino también a Rinca. De esa forma la seguridad de poder observar en vivo a los Dragones es de prácticamente un 100%. Por experiencia personal y por lo que hablé con otros viajeros, puede llegar a ser más fácil ver dragones en Rinca. Quizás por eso insistimos en hacer la ruta de 2 días y 1 noche.

Aquí podéis ver un mapa del recorrido realizado en barco durante los días 20 y 21 de julio:

LARGUÉMONOS CON EL CAPITÁN!

El Gardena Hotel fallaba más que una escopeta de feria. Cuando no eran las luces era el agua. Tuvimos que hacer un croquis a sus encargados para explicarles que no teníamos agua ni que echar al váter (aquí tampoco existía la cadena y se tenía que utilizar el cubo) pero ni con esas supieron arreglárnoslo. Se pasaron la pelota los unos a los otros y mientras nosotros estuvimos tratando de darnos una ducha con un hilillo ridículo de agua. Pero peor fue cómo cuando nos marchábamos a tomar el barco se desdijeron de que nos hubieran prometido conservar la habitación a nuestra vuelta. Y no sólo eso, que ya se la habían dejado reservada a otras personas. Conseguimos que viniera hasta la recepción la persona con la que habíamos hablado el día anterior y este terminó garantizándonos de que nos guardarían una habitación y que nos fuéramos tranquilos. Era difícil fiarse de su palabra nuevamente, pero con lo que teníamos delante no era cuestión de preocuparse por eso. Ya habría tiempo para ello.

Apareció un señor que se nos presentó como el capitán del barco, aunque sin más palabras que esas, ya que no hablaba inglés. Nos pidió le siguiéramos, por lo que nos fuimos con él hasta donde tenía atracado la embarcación. Cierto es que la pasarela del puerto estaba partida por la mitad y había que hacer malabarismos para pasar y no caernos «con todo el equipo» (mochila, cámaras, gafas y aletas de buceo…). Trajimos con nosotros el saco de dormir por si acaso, aunque después no lo utilizaríamos ya que nos proporcionarían colchones y sábanas (Si llevar saco o no fue una pregunta que no supieron respondernos cuando reservamos el barco).

RUMBO A RINCA!!

La embarcación era suficientemente grande para nosotros dos y para la tripulación compuesta por el capitán y su joven ayudante. Incluso demasiado, diría yo. Aunque no llegaba por muy poco al nivel del klotok con el que navegamos en Borneo semanas atrás era perfecta tanto para transportar turistas como para salir a pescar, que es en realidad para lo que fue concebida.  Contaba con unos banquitos de madera para sentarse y una mesa para las comidas además de poner a salvo las mochilas cuando venían olas fuertes. Lo único que le faltaba era una ducha con la que quitarse la sal después de darse un baño.

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Para Rebeca y para mí era nuestro barco de «Vacaciones en el mar» particular, un Love Boat sin Capitán Scubby ni barman negro sacudiendo la cocktelera pero con un paisaje marino envidiable repleto de pequeñas islas que antecedían a nuestro primer destino: Rinca

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Me encantaba ir de pie en la proa y sentir la brisa del mar, oler la sal y observar cómo en la lejanía empezaba a distinguirse el perfil de una gran isla, que con seguridad era Rinca. En ocasiones pasaban junto a nosotros pequeños botes pesqueros mecidos por las olas cuyos ocupantes nos saludaban con la mano. Me encantan los países donde ver pasar a otras personas es suficiente para compartir gestos que no requieren de palabras.

La duración media de un trayecto entre Labuanbajo y Rinca es de aproximadamente dos horas. La mitad del tiempo que seP1160722 requiere para ir a Komodo. Cuando empezamos a bordear el litoral de esta isla era difícil no prestar atención por si en alguna playa o en alguna roca pudiese apreciarse la silueta de un Dragón. Nunca se sabe. En Pulau Rinca (Pulau significa «Isla» no sólo en indonesio sino también en malayo), de hecho se calcula que habitan en torno a 1100 ejemplares, poco menos que en Komodo, que es algo más grande y que cuenta con unos 1300, según los datos extraídos en los últimos conteos. Ambas pertenecen al Komodo National Park, aunque sea Komodo la que le preste el nombre y tenga toda la fama.

 

Nos fuimos acercando a la orilla. Estábamos en disposición de atracar el barco en el muelle de Loh Kima, principal punto de acceso a la isla. Tan sólo un par de embarcaciones más permanecían amarradas, quizás a la espera de que retornaran algunos de los viajeros que debía haber dentro del Parque Nacional. Reconozco que en el instante en que el capitán y su ayudante empezaron a desplegar las cuerdas tenía muchos nervios, mucha impaciencia por todo lo que suponía para mí llegar a la isla de los Dragones. El sueño había dejado de estar a miles y y miles de kilómetros, hojas y más hojas de libros de aventuras y enciclopedias que mostraban a estos varanos gigantes. Sólo faltaba encomendarse a la Diosa Fortuna y poder encontrarse cara a cara con ellos.

Puede que Rebeca también estuviera nerviosa por lo que estábamos a punto de lograr. Y que por eso cuando iba a pasar del barco a la pasarela de madera se pegara tal trompazo que todavía los lugareños siguen riéndose. No les culpo, yo aún lo hago cada vez que recuerdo aquel golpe seco en el que mi chica pudo quedarse con los dientes clavados en el suelo. Se hizo una herida en codo con el que se había protegido al caer, pero lo que más le estuvo doliendo fue la pierna, en la que tendría una buena contusión. Pero no había mal que por bien no viniese, teníamos sangre fresca con la que atraer a los dragones. Quizás esa ventaja fuera definitiva para no marcharnos con las manos vacías…

BIENVENIDOS A RINCA

El capitán nos pidió que le siguiéramos por el camino de tierra que surgía a nuestras espaldas.P1160726 Entonces cogió un palo del suelo y empezó a caminar. En realidad lo que estaba haciendo era escoltarnos hasta la taquilla donde teníamos que hacer el pago tanto de la Entrada al Parque como la Tasa de Conservación que se aplica a los visitantes de Komodo y de Rinca. En una isla con más de mil dragones, muchos de los cuales casi llegan a los tres metros, pesan alrededor de 70 u 80 kilos y son capaces de comerse un Búfalo de agua, ante todo hay que ser precavidos. No es que los ataques a humanos  por parte de estos reptiles sean muchos pero sí que se han dado algunos casos. Por ello en determinados senderos de la isla es obligatorio ir acompañado por un Ranger que sabe cómo actuar en caso de que se acerque un dragón más de la cuenta y con no muy buenas intenciones.

Rinca (que se pronuncia «Rincha») es árida, aunque también cuenta con sus bosques, pero sobre todo es montañosa. No goza de las alturas existentes en Komodo pero sí de una ondulación casi constante de colinas que abrazan una fauna sorprendentemente amplia y variada. Y digo «sorprendentemente» porque en una isla que de norte a sur probablemente no supere los 30 km y de este a oeste su máxima extensión sea de aproximadamente 10 kilómetros haya búfalos, caballos salvajes, jabalíes, ciervos, macacos hasta llegar a 32 especies de mamíferos, no es que sea lo más habitual. Cierto es que muchos de estos animales, desde los más pequeños a los más grandes, conforman el sabroso menú de unos dragones que tienen garantizado su sustento.

Anduvimos durante no más de cinco minutos hasta encontrarnos con un cartel de madera que nos indicaba que nos encontrábamos en el Komodo National Park, sitio declarado Patrimonio de la Humanidad. Era Loh Buaya, donde se ubicaba la taquilla, un pequeño Centro de Interpretación del Parque además de unos de los pocos bungalows para turistas existentes en la Isla y un bar donde tomar un refrigerio antes y/o después de salir a hacer un trekking en busca de los grandes varanos. Allí tuvimos que abonar los costes de nuestra estancia en Rinca y Komodo para dos días:

PRECIOS DEL PARQUE NACIONAL DE KOMODO: Desde 2006 hay que abonar una tasa de conservación que varía en función de los días que se vayan a invertir en Komodo/Rinca. Para un máximo de 3 días el coste es de 15 P1160727dólares americanos . De 4 a 8 días pasa a ser de 25$ y de 9 a 15 días el precio asciende a 35$. Para más tiempo la tasa máxima a pagar es de 45$. Los menores de 16 años tienen un descuento del 50%. Pero este no fue el único pago que hay que realizar, ya que se debe incluir el precio de la entrada al Parque (independiente a la tasa), que es de 20.000 rupias más otras 20.000 referentes a un impuesto turístico del oeste de la Región Manggarai. Parece un poco lío pero en realidad no lo es tanto. Nosotros en total pagamos 15$ + 40.000 Rupias, contando que íbamos a estar dos días. Conviene llevar dólares para la parte de la tasa porque de lo contrario son ellos quienes hacen las equivalencias con la cuenta de la vieja y se sale perdiendo.

EL PRIMER DRAGÓN

La verdad es que el primer Dragón de Komodo que vimos no se hizo esperar. A unos quince metros de la caseta donde formalizamos los permisos había un ejemplar tumbado plácidamente con la mitad del cuerpo a la sombra y la otra mitad al Sol. Debía medir dos metros y tenía la mirada perdida, como si hubiese pusto la mente en blanco. Su lomo escamoso se mimetizaba con el color pardo de las hojas amontonadas en el suelo. Las patas eran gruesas y al estar hacia atrás no impedían que se apreciara una notable longitud de sus garras.

Es habitual que en Loh Buaya y alrededores se acerquen algunos dragones atraídos por el olor a comida, demasiado fuerte para pasar desapercibida. Pero nunca había imaginado que los veríamos tan cerca. Porque aquel fue el primero pero habría unos cuantos más casi sin darnos cuenta.

 

EL TREKKING DE LOS DRAGONES (RINCA ISLAND)

Después de pagar la entrada y observar durante unos minutos nuestro primer dragón apareció un chaval de aspecto aniñado, muy bajito, con un palo rematado en dos puntas (como un tridente pero sin un saliente en el medio) que seP1160733 presentó como nuestro guía para hacer un ligero trekking por la isla. Nos dió a elegir entre uno de una hora y otro de casi tres horas, pero la cojera de Rebeca por el golpe nos hizo tener que decantarnos por la primera opción, puesto que además realizaríamos otro en Komodo en menos de 24 horas (Sin olvidar que en el caso de tener que huir había más posibilidades de salvar el pescuezo porque los dragones contarían con una presa frágil y herida, todo un manjar).  Entonces nos fuimos con el chico a iniciar la marcha, no sin que antes nos contara algunas particularidades de los dragones y mostrara con cierta ironía las calaveras de algunas de sus víctimas favoritas. <<No os separéis demasiado de mí y en caso de que haya algún problema, seguid mis indicaciones>> – fue lo único que nos advirtió. No fueran a tener que exponer nuestros restos al público como hacen con las cabras, los búfalos o los jabalíes.

Justo cuando apenas habíamos dado unos pasos y nos había dicho que hay ocasiones en las que en el trekking se ven cero dragones y que nuestra suerte dependía, como siempre, de lo que nos quisiera mostrar la Naturaleza (es algo que se debe tener muy claro cuando se trata de avistar animales) empezó a corretear a nuestra derecha un ejemplar joven hacia un árbol en cuya copa había subidos varios macacos. Sus fuertes patas lograban levantar un cuerpo realmente grande que arrastraba una cola de bastante longitud. Me impactó presenciar los movimientos sumamente ágiles de aquel Dragón de Komodo que disimulaba cualquier tipo de torpeza y lentitud que en ocasiones puede dar a pensar su peso. Y es que estos animales son rápidos, cualidad necesaria para la caza.

Tratamos de seguirle para ver dónde iba y si se dirigía hacia alguna posible presa, pero se escondió tras unos arbustos, dejando asomar un poco de su cara áspera con motas amarillas, muy comunes en los ejemplares que cuentan con poca edad. Los dragones más jóvenes viven normalmente en los árboles hasta que adquieren un tamaño más considerable y así evitar cualquier enfrentamiento con los adultos que, en ocasiones, se los comen. Esta es una de las especies caníbales por antonomasia y no es extraño que después de una pelea entre dos dragones, si uno muere puede acabar siendo devorado por el vencedor.

Más adelante, sin habernos adentrado aún en la zona con más vegetación, el joven Ranger nos señaló la presencia de un Dragón herido que apenas podía moverse. Tenía casi destrozados los huesos de las patas traseras después de intentar cazar un búfalo y sobrevivía gracias a la comida que le llevaban los trabajadores del Parque. Nos pudimos acercar bastante a él y poder observarlo a no más de un metro o un metro y medio. Estaba adormilado y su expresión reflejaba una gran debilidad. Su proceso de recuperación era lento pero aún posible. En un mundo de depredadores y tanta competencia sin la ayuda de los cuidadores que viven en Rinca este animal habría muerto enseguida puesto que tendría todas las de perder si un miembro de su misma especie tratara de luchar con él.

Comprobamos que no todos los dragones tienen la misma suerte y que, como todo ser vivo, no están exentos de morir. Muy cerca de donde estábamos había un ejemplar adulto (los Dragones de Komodo pueden vivir hasta los 40/50 años) en disposición de ser enterrado en una fosa ya preparada para él. Vimos a varias personas sacar su cadáver de los bajos de una cabaña. Antes de levantarlo para llevarlo a su agujero definitivo pude tocar su cuerpo frío y, sobre todo, el filo de unas garras curvadas de unos 7 centímetros.

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Entonces «la comitiva fúnebre» lo levantó en un madero y fuimos detrás de ellos para dar nuestro último adiós al infortunado reptil. Nunca imaginé que en mi vida me iba a llegar a colar en el entierro…de un Dragón de Komodo!

Sin más dilación ni «responsos» nos adentramos definitivamente en la maleza con el joven Ranger. Un camino de tierra P1160770bastante estrecho serpenteaba en la faldas del monte bajo. Los árboles y arbustos del bosque seco cubrían de verde y ocre un paisaje de aspecto más mediterráneo que tropical. Siempre me imaginé estas islas como una jungla pero nada más lejos de la realidad. Tanto en Komodo como en Rinca (sobre todo en la primera), la lluvia es mucho más escasa que en otros muchos rincones de Indonesia. Nuestros pies hacían crujir las hojas secas y probablemente llamaban la atención de las especies animales que habitan estos bosques, que por supuesto no se componen únicamente de dragones. Aunque bien cierto eran a quienes habíamos venido a ver.

Caminábamos en silencio, agudizando los cinco sentidos para no perder detalle de lo que había alrededor. Los grandes varanos se camuflan perfectamente en su entorno y si uno no se fija bien pueden pasar desapercibidos entre las hojas. Y no sólo por eso, hay que mirar bien por dónde se va porque nunca se sabe lo cerca que están o no sus escondrijos. Cuando llevábamos no más de quince minutos caminando por el bosque nos topamos precisamente con un par de agujeros grandes en el suelo. No cabía duda, eran madrigueras de dragones. Estos reptiles excavan en la tierra con sus garras hoyos de entre dos y tres metros de longitud en los que les gusta dormir e incluso esconderse para no ser vistos por sus presas. Fue en ese instante cuando, habiéndonos detenido para ver estas madrigueras, nuestro guía nos advirtió muy seriamente: «¡Cuidado, el dragón está volviendo a su agujero! «. Y en absoluto bromeaba porque a tres metros a nuestra derecha se dirigía velozmente hacia nosotros un Dragón de Komodo adulto que no parecía entender demasiado bien qué era lo que estábamos haciendo allí.

Nos apartamos lo más rápido que pudimos de los agujeros. El guía se puso delante nuestro con su palo extendido y el dragón aminoró su marcha, dando sus pasos más lentos pero observándonos fijamente mientras sacaba a relucir su larga lengua bífida amarilla cada dos o tres segundos. Es sabido que los dragones de Komodo utilizan la lengua para percibir olores tanto a pocos metros como a varios kilómetros a la redonda. Y en ese momento nosotros estábamos muy próximos a uno de ellos, en su centro de su visión…y de su olfato.

Cuando dejamos totalmente libre el acceso a su madriguera acabó retirándose hacia ella, sin dejar de mirarnos de reojo, pero con una calma aparente. Todo se había dado en cuestión de segundos.

Y sin apenas tiempo para asimilar nuestro encontronazo con el Dragón, el ranger señaló hacia el monte y con un gesto de sorpresa nos dijo: «¡Mirad, aquel de allí es más grande. Por lo menos mide tres metros! «. Le teníamos a cierta distancia y era el de mayor tamaño que habíamos visto hasta el momento. Empezó a alejarse y tratamos de ir detrás de él puesto que era un ejemplar superlativo de Dragón de Komodo. Pero el animal nos daba esquinazo continuamente y si no hubiera sido por su larga cola no hubiésemos podido seguirlo en ningún momento. Una vez le perdimos regresamos al camino y allí nos estaban esperando los últimos movimientos del dragón de hacía un par de minutos, que se movía inquieto hasta que terminó escondiéndose definitivamente en su madriguera.

Sin duda todo aquello fue apasionante. Estábamos viviendo unos instantes repletos de emoción y de cierta tensión, puesto que no estábamos ni en un juego ni en un zoológico. Nos encontrábamos caminando en plena naturaleza y habíamos tenido la fortuna de encontranos a varios Dragones, que en realidad son más esquivos de lo que uno pueda imaginarse. Todo el esfuerzo de llegar hasta allí, hasta una remota isla del Océano Índico, había merecido la pena.

El resto del trekking no tuvo demasiados sobresaltos, salvo que íbamos dejando atrás huellas recientes y excrementos de un búfalo salvaje que probablemente no estuviese a más de dos o tres minutos de nosotros. O cuando nos encontramos de frente con un jabalí que olisqueaba en unos arbustos. Me vino a la mente un vídeo que había visto en Youtube unos días antes de viajar a Indonesia en los que un dragón de tragaba literalmente un cerdo salvaje. No lo mordía ni lo masticaba, lo engullía como hace una serpiente con un ratón. Leí además que necesitaban hacer digestiones muy largas en las cuales el cuerpo del animal llega a pudrirse incluso en las entrañas del dragón. Y una curiosidad más, pueden respirar mientras tragan a sus presas porque su lengua tiene comunicación con los pulmones, de manera que no le falta el oxígeno en sus banquetes más difíciles de digerir. Peculiares estos reptiles, ¿no creéis?

Pero la suerte de ver cazar a un dragón es algo más remota. Nos conformábamos con lo que habíamos tenido oportunidad de vivir, aunque aún teníamos esperanzas de podernos encontrar con los reptiles más parecidos a los dinosaurios que habitan nuestro Planeta.

Y dichas esperanzas tenían fundamento. Ya que en los últimos metros del trekking, cerca de unas cabañas de madera, tuvimos a nuestra disposición el sexto dragón de Komodo (y último) que veríamos en la Isla de Rinca.

Tenía la cabeza levantada y parecía estar muy concentrado en un punto fijo. Que en este caso, no parecía que fuésemos nosotros. Al contrario, pudimos acercarnos bastante a él y tomarle algunas fotografías. Y no se puede decir que no fuera fotogénico el animalito.

De gesto altivo y apariencia temible, parece ser consciente de una superioridad manifiesta que exhibe en cada movimiento. Ocultaba sus poderosa mandíbula pero no unas garras curvadas y afiladas como cimitarras con las que era capaz de desgarrar el cuerpo de sus víctimas en segundos. En una de las patas delanteras le faltaba precisamente una garra. Signo de un más que probable daño colateral de alguna batalla reciente.

Ahí estaba él, un capricho evolutivo, una especie que podía haber sido diseñada por el mismísimo Darwin para dar otra razón más a sus teorías. O quien sabe si un souvenir del Jurásico que ha sobrevivido a todo y a todos.

Y doy fe que poder estar junto a estos animales protagonizaron una de nuestras mayores satisfacciones del viaje. Los habíamos dejado para el final, para volver a casa con el mejor sabor de boca posible.

Pero había que continuar y dar por concluida la marcha en la isla con el guía. Antes de desaparecer de allí definitivamente miré hacia atrás para ver por última vez a aquel Dragón de Komodo. Aunque aún no asumía si todo estaba siendo realidad o un sueño más.

NUEVO RUMBO A LA ISLA DE KOMODO

Nos entretuvimos un rato más en Rinca bebiendo unos refrescos en el bar de Loh Buaya. Rebeca había aguantado bien el dolor, pero necesitaba reposar un poco por un golpe que se amorataba a marchas forzadas. Aunque en estos casos ya se sabe que el show debe continuar y por eso regresamos al barco por donde habíamos venido. Sin compañía de ranger ni nadie. Se habían marchado todos…

El capitán nos esperaba así como las personas que habían visto «la gran caída» y que sonreían en sus adentros recordando un tropiezo de época. Subimos al barco, esta vez con sumo cuidado, y volvimos de nuevo a surcar los mares rumbo, esta vez sí, a la Isla de Komodo.

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Desde el Puerto de Loh Kima hasta nuestra parada en Pantai Merah (Pink Beach), ya en la costa de Komodo, donde teníamos planeado hacer snorkelling, había aproximadamente un par de horas de camino.

Tiempo suficiente para tirarnos a la bartola, leer un poco, revisar las fotos y, como no podía ser menos, hacer el payaso ante los vaivenes que daba el barco en un tramo de mayor oleaje. ¿Marejada o marejadilla?

Cercanos ya a las dos horas de travesía divisamos nítidamente los altos y ondulados macizos volcánicos de la Gran Isla de Komodo. Una sucesión de montañas de gran elevación empequeñecía a Rinca y a su monte bajo. Komodo es notablemente más grande, sobre todo a lo largo y a lo alto. Su situación geográfica en pleno Cinturón de Fuego del Pacífico es precisamente la razón de su origen, que no es otro que el procedente de las erupciones volcánicas y los movimientos sísmicos. De hecho cuenta con algunos volcanes de no poca altura como el Gunung Satalibo, de 735 metros, o el Gunung Ara, de 535 metros, a los que gusta subir a los amantes del trekking.

Unos eléctricos escalofríos me subían de los pies a la cabeza. Era la extraña sensación que tenía al pensar dónde habíamos ido a parar. El viaje había sido similar a una larga fila de fichas de dominó que se habían ido cayendo las unas sobre las otras para poder avanzar. Sin detenimiento, sin tiempo casi para absorber todo lo que estaba sucediendo, arribábamos a uno de los grandes retos de todo viajero, la Isla de Komodo. La misma de la que partieron mil y una Leyendas, y a la que muy pocos, bien entrado el Siglo XX, habían osado a entrar por miedo a encontrarse con los monstruos de los que les habían hablado por medio de Historias y mitos infundados.

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Estábamos protagonizando la película de nuestra vida a más de 15.000 kilómetros de nuestras casas.

SNORKELLING EN PINK BEACH

El barco se aproximó a una playa, deteniéndose a unos cuarenta o cincuenta metros de la arena. Entonces salió el capitán y nos invitó a que nos pusiéramos las aletas y las gafas y nos fuéramos a ver qué nos deparaban esas aguas de color turquesa. Estábamos a unos metros de Pantai Merah, la célebre Pink Beach, un lugar muy apropiado y conocido para observar corales y una buena representación de la fauna marina que es capaz de reunir. No me lo pensé dos veces y me tiré rápidamente al agua. No buceaba (o mejor dicho no hacía snorkel) desde hacía tres años en Panamá y estaba deseando poder ver esos vivos colores resplandeciendo bajo el mar.

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Rebeca se animó unos pocos minutos después a pesar de que la sal con la herida se convertían en una mezcla explosiva. Para ella era la primera vez y tenía muchísimas ganas de ponerse las gafas y mirar todo lo que había allí abajo. Y disfrutó. Vaya si lo disfrutó. Mejor dicho, disfrutamos juntos de lo más maravilloso del Océano, que son sus arrecifes de coral repletos de peces de todas las formas y colores. Hacer buceo/snorkel en aguas como estas puede definirse como el único tipo de safari en el que de un vistazo pueden llegar a apreciarse más de doscientas especies animales. Todas a la vez componen una melodía única y armoniosa.

Bajo la mar hay un arcoiris que palpita. Komodo y sus aledaños son un Paraíso submarino en el que los buceadores pueden tener a su alcance absolutamente todo lo que se puedan imaginar. El snorkelling es más limitado, sobre todo cerca de la orilla, pero en aguas más profundas uno puede vanagloriarse de ver sin ninguna dificultad tiburones, mantas raya o tortugas marinas.

LA ISLA DE LOS MURCIÉLAGOS (FLYING FOX ISLAND)

Estuvimos cerca de una hora aleteando en el entorno de Pink Beach. Justo después, ya cuando no quedaba demasiado tiempo para atardecer, el barco se metió a aguas algo más profundas y echó el ancla. Allí nos quedamos definitivamente para cenar y pasar la noche. De esa forma entraríamos a Komodo temprano al día siguiente para hacer un trekking por la isla, la cual teníamos frente al barco y donde veíamos que poco a poco se iba escondiendo el Sol.

Pero más cerca que Komodo teníamos otra isla, muchísimo más pequeña y totalmente plana. El capitán nos informó que P1160848cuando se fuera definitivamente el Sol veríamos salir un buen número de Zorros Voladores, los míticos murciélagos gigantes (cuya envergadura puede ser mayor a un metro) que habíamos tenido la oportunidad de tener muy cerca en Bali días atrás. Dicho y hecho. El último rayo de Sol provocó que empezaran revolotear sobre la isla un sinfín de murciélagos produciendo unos chillidos muy agudos antes de formar un corredor alado hacia Komodo donde normalmente pasan toda la noche para comer de sus árboles frutales. No hay que olvidar que esta especie se alimenta eminentemente de fruta, la cual es muy abundante en la gran isla que tenían a no más de dos minutos de vuelo.

No puedo decir que fueran cientos porque me estaría quedando corto. Miles y miles de zorros voladores batieron sus alas durante el crepúsculo. Algunos volaron sobre nuestras cabezas, pero todos coincidían en realizar un mismo viaje a la Isla de Komodo donde para ellos comenzaba su día. Verlos marchar y escuchar sus gritos puntilleando el eco fue una escena superlativa, una gota colmando el vaso del mar sobre el que flotaba nuestro barco.

Y a los murciélagos les acompañó una luz magnífica que con vida propia interpretó de forma magistral una obra pictórica de colores sensacionales. La genialidad que se repite a cada tarde en las aguas de Komodo…

… Y que a nosotros nos hipnotizó de pleno mientras probábamos un delicioso pescado con tallarines fritos de guarnición. Aún puedo saborearlo y escuchar el himno de los murciélagos retirándose a las montañas.

21 de julio: LOS IMPREDECIBLES SENDEROS DE KOMODO

Despertar muy lentamente cuando las primeras luces del día se colaban en el barco y los zorros voladores regresaban aP1160876 casa tras una larga noche de caza era una auténtica gozada. Abrimos tímidamente los ojos y observamos un inmenso amanecer tras las montañas de Komodo, reflejándose como fuego en el agua del mar. No debían ser más de las seis de la mañana cuando nos encontramos con que ya era miércoles 21 de julio de 2010 y comenzaba una nueva jornada viajera en Indonesia, de las pocas que nos quedaban. Ya podíamos oler el plátano frito que nos habían puesto encima de la mesa para desayunar, junto a dos tazas de té calentitas. El capitán nos informó que tenían intención de que fuéramos los primeros visitantes del día en la Isla de Komodo y, por ello, encendieron los motores a la par que nosotros dimos nuestro primer bocado al plátano frito.

Al irnos acercando a la isla apreciamos la silueta un pueblo de casas de madera habitado por no más de 2000 personas, Kampung Komodo. Escuchamos de fondo la llamada a la oración, ya que la religión musulmana es mayoritaria en este lugar. De hecho se dice que sus residentes son descendientes de convictos bugis que fueron exiliados de por vida a la peligrosa isla de los dragones.

Pero nosotros no íbamos al pueblo sino a la entrada propiamente dicha al Parque Nacional de Komodo, que se encuentra en P1160878Loh Liang. Es lo que para Rinca Loh Buaya, es decir, el campo base para observar dragones e inciar distintos trekkings por la isla. El nuestro fue el primer barco en atracar esa mañana en el muelle que, al igual que Rinca, estaba roto por la mitad. Tuvimos que hacer malabarismos para salir de él de la mejor forma posible y sin riesgos de caídas, que con la del día anterior ya habíamos superado el cupo de toda la semana. Al fondo un grueso muro indicaba con exactitud dónde nos hallábamos: KOMODO NATIONAL PARK: WORLD HERITAGE SITE (Parque Nacional de Komodo: Lugar Patrimonio de la Humanidad). ¡Sólo de pensarlo se me pone la piel de gallina!

Nos dirigimos hacia la oficina donde se formalizan normalmente los pagos y uno debe que comprar/mostrar los tickets de entrada (nuestro caso es este último, ya que los adquirimos en Rinca). Allí firmamos en el libro de visitas, mostramos que disponíamos de nuestros correspondientes permisos y gestionamos hacer un trekking de dos horas (dificultad media) con la obligada compañía de un ranger. Para hacer dicho trekking tuvimos que abonar 50.000 Rp extra y esperar unos minutos a que viniera el que iba a ser nuestro guía, en principio para nosotros solos.

Nos dimos cuenta que no llevábamos ni una botella de agua y que la íbamos a necesitar, por lo que marchamos a buscar una a una zona de bar/tiendas que había a unos 200 metros. Allí no había nadie salvo la señorita que nos vendió el agua y un ciervo merodeando que parecía desorientado y que probablemente fuese una futura presa para alguno de los más de mil dragones de Komodo que hay en la isla.

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Regresamos al campo base y ya estaba nuestro guía. Pero también un grupo de seis personas más esperando a hacer el mismo trekking que nosotros y con los que debíamos compartir la marcha. A priori no me importaba, pero por experiencia sabía que este tipo de «observaciones de la naturaleza» yendo mucha gente no tienden a salir demasiado bien. Dos españoles, un austríaco, un americano y cuatro letones (2 chicos y 2 chicas) seríamos quienes tuviésemos el privilegio de inaugurar la marcha del miércoles 21 de julio en la Isla de Komodo. Así que nos encomendamos a la suerte y fuimos a por ello.

EL TREKKING DE LOS DRAGONES (KOMODO ISLAND)

P1160887El Ranger nos explicó que íbamos a hacer la ruta en el sentido contrario al habitual porque preveía pudiésemos tener más posibilidades de ver dragones, pero que para ello requería de nosotros al menos una premisa, no hacer ruido. Algo lógico cuando se trata de no espantar a los animales sino poder verlos actuar en su entorno con suma naturalidad. Pero me temo que aquel hombre, y quienes estábamos totalmente de acuerdo con dicha recomendación, dimos en hueso duro. Los letones no nos lo pondrían nada fácil en ningún momento. Y eso que el sendero a recorrer pedía limitarse a disfrutar del paisaje accidentado y esperar que los acontecimientos surgieran solos.

Subimos a un altozano desde el que pudimos apreciar una panorámica inenarrable del tapiz verde, amarillo y ocre del bosque de Komodo desembocando en un mar cubierto de islotes. Komodo es un lugar hermoso al que valdría la pena viajar con o sin dragones.

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No podíamos engañarnos. No iba a ser en absoluto fácil ver dragones a lo largo del trekking. A la isla de Komodo se le calculan 1300 ejemplares, que son 200 más que Rinca aproximadamente. Pero en una extensión mucho mayor se sobrentiende que estos reptiles gigantes se encuentren mucho más repartidos y, por tanto, sea más complejo poder encontrarse con ellos.

Creo que no toparnos con ningún dragón fue uno de los motivos que hizo perder el interés a nuestros compañeros letones y que estos empezaran a hablar cada vez más alto, dificultando en mayor medida cualquier posibilidad de lograr nuestroP1160896 objetivo. Me asombraba verles caminar como si estuviesen en el Parque de su casa, charlando a viva voz, bajo la mirada sorprendida del ranger. Yo reconozco que me empecé a inquietar y deseé casi que no nos encontráramos con ningún dragón, puesto que su comportamiento no merecía tener esa suerte. No entiendo a las personas que rompen la armonía y el silencio de la Naturaleza y que nos hacen pagar a los demás su falta de educación. Con lo que cuesta llegar a Komodo (tanto en trayectos como, sobre todo, en dinero) no es lícito desaprovechar de esa manera una oportunidad que muchos darían cualquier cosa por tener. Suele ser siempre la gente egoísta, sin educación, ni talento, la que emborrona las ilusiones de la mayoría.

Tuvimos que chistar en alguna que otra ocasión para garantizar que los letones estuvieran al menos un par de minutos seguidos sin cacarear. Y daba la casualidad que cuando lo conseguíamos cruzaban a nuestro lado aves terrestres, cerdos salvajes además de algún que otro ciervo. Hubo incluso animalillos despistados que comían hierbajos junto a las madrigueras vacías de los dragones que parecían estar desaparecidos de la isla.

Las blancas cacatúas sobrevolaban por encima de nosotros y salvo alguna huella de dragón hecha con la cola, no parecía que nuestra misión en Komodo fuera a tener el mismo éxito que en Rinca. Entonces celebré que hubiésemos tomado la decisión de incluir esta isla en nuestro itinerario. No quería ni imaginarme qué decepción hubiera sido volvernos a casa con las manos vacías. Y es que es lo de siempre, la Naturaleza se muestra cuando quiere. Por eso mismo cuantos más intentos se hagan, mucho mejor.

P1160898Llegamos a Banu Nggulung, un área en el que hasta hace no mucho se dejaba  diariamente comida para alimentar a los dragones y donde los viajeros tenían más posibilidades de observar a varios ejemplares de una vez. Pero actualmente dado que sólo se utiliza esporádicamente para realizar conteos, es un lugar cada vez menos transitado por estos reptiles. El ranger nos pidió le esperásemos un par de minutos que iba a salir a probar suerte en algún nido cercano en el que no hacía mucho había visto algún que otro dragón. Pero lamentablemente no regresó con buenas noticias y continuamos la marcha, aunque ya con menos esperanzas de llegar a buen puerto.

El barro de un arroyuelo semiseco nos dejó ver las huellas de las patas de varios dragones pero ya asumimos que si nada cambiaba (y los letones no se callaban un poco) eso era lo más cerca que íbamos a estar de ellos ese día. Aunque uno nunca tiene que bajar la guardia porque cuando menos te lo espera la Naturaleza te regala una nueva oportunidad. Nos cruzamos con otro grupo que estaba haciendo el trekking y su guía se puso a hablar con el nuestro. En ese momento nos pidió le siguiéramos porque tenían localizado a un Dragón de Komodo bastante grande husmeando cerca de una cabaña. Rebeca y yo adelantamos el paso un poco para no dejar que los letones estropearan el momento y voilà… teníamos frente a nosotros un ejemplar que llegaba fácilmente a los tres metros de longitud.

Junto al ejemplar que se nos había escapado en Rinca era el Dragón más grande que habíamos visto en los dos días de ruta. Su poderoso corpachón era imponente, al igual que su gesto hierático y arrugado que reflejaba su desconfianza hacia nosotros.

Me alegré que finalmente suerte se hubiera apartado de nuestro lado y pudiésemos observar detenidamente a un dragón, esta vez sí, el último de los que encontraríamos en ese viaje.

De la boca del varano colgaban hilillos de saliva que, de espesa que era, tardaba en alcanzar el suelo. Precisamente es la saliva uno de los factores más importantes con que cuentan estos depredadores para obtener un mayor éxito éxito en sus cacerías, sobre todo cuando se trata de alcanzar las piezas más grandes, que suelen ser más costosas de reducir. Se calculaP1160904 que más de cincuenta tipos de bacterias, algunas de ellas muy virulentas, habitan la boca de los Dragones de Komodo debido al sangrado de las encías y a que muchos pedazos de carne masticada se pudren en sus colmillos. Esto provoca que la mordedura de un dragón no sólo sea potente para desgarrar o desangrar a una presa sino que sea también tan sumamente tóxica que el animal que escapa de un ataque pero ha sido mordido previamente, terminará muriendo a los pocos días por culpa de las infecciones que le han contagiado. Este es el truco preferido de los dragones con animales grandes como los búfalos o los caballos salvajes a quienes muerden y, sin prisa alguna, esperan varios días a que ellos solos terminen sucumbiendo a las heridas y a su particular veneno. Después, gracias a la capacidad que tienen de oler a varios kilómetros sacando la lengua y sacudiendo la cabeza, salen a buscar a sus presas bien muertas o aún moribundas para darse un buen festín.

Aquel había venido a ser la culminación de lo que Rebeca y yo llamábamos «El Reto de elrincondesele.com». La Misión Dragón de Komodo era una de nuestras mayores apuestas y, por ello, habíamos dado los pasos necesarios para cumplir lo que era un sueño que ambos teníamos desde pequeñitos. Y lo habíamos logrado…

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Lo más duro fue tener que marcharnos y dejar allí a nuestro último dragón. Esta vez sí teníamos en mente si alguna vez en la vida podríamos volver a ver a uno de estos varanos gigantes moviéndose en plena libertad. El tiempo lo dirá. Mientras tanto nos quedan los recuerdos imborrables de dos días inmensos.

Regresamos al muelle para subirnos de nuevo al barco. Aunque antes nos preguntaron si nos importaba llevar con nosotros a Labuanbajo a dos personas más. No pusimos ninguna objeción salvo que antes de llegar a dicha ciudad íbamos a hacer snorkelling en una isla próxima. Por supuesto, aceptaron de buen grado. Resultó que los nuevos expedicionarios eran el americano y el austríaco que habían hecho el trekking con nosotros. Si hubieran sido los letones otro gallo hubiese cantado. Volvieron a sonar los motores y fuimos dejando atrás Loh Liang. No pudimos hacer más que dar un apenado último adiós a la Gran Isla de Komodo.

PULAU BIDADARI, UNA NUEVA OPORTUNIDAD PARA MIRAR BAJO EL MAR

P1160951El hombre austríaco se llamaba Manfred y el chico norteamericano, más joven, Michael. Ambos no se conocían más que de haber compartido los gastos del barco que les había llevado hasta allí y que, a la postre, tuvo que marcharse a Lombok. Por eso nos pidieron llevarles con nosotros a Labuanbajo. Compartimos con ellos un buen almuerzo, una vez más con el pescado como protagonista. De fondo el azul turquesa del mar y pequeñas y solitarias islas que aparecían y desaparecían en nuestro camino. Simpáticos grupos de delfines nos acompañaron dando sus típicos y acompasados saltos por encima del agua. Aquel era un bellísimo baile en un mar quieto y plano como una piscina en la que sombras de otras criaturas marinas circulaban a toda prisa aprovechando las corrientes de uno de los fondos más limpios y claros del mundo.

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El trayecto entre Komodo y Pulau Bidadari, que ya está frente a las costas de Flores, relativamente cerca de Labuanbajo duró en torno a las cuatro horas. No sólo nos dio por comer, hablar o leer tranquilamente sino que también hubo tiempo para echarnos una rica siesta en mitad del mar. Tengo que reconocer que aquel barco lo disfrutamos por completo. Sin duda, fue una de las mejores inversiones realizadas en todo el viaje, y si regresara a esta parte de Indonesia volvería a hacerlo de la misma manera.

Cuando llegamos a la Isla Bidadari ya nos habíamos echado la crema a la espalda y teníamos las aletas y las gafas preparadas para poder tirarnos al agua cuanto antes. Bidadari es un islote minúsculo, casi llano, desde el que no se ve Labuanbajo porque lo taponan otras islas. Es tan pequeño que no vive absolutamente nadie allí y tan sólo se puede encontrar gente como nosotros que sin mayor pretensión que dejarse llevar por lo que el fondo marino de la isla esté dispuesto a  contar. La claridad del agua era la más idónea para disfrutar de unas cuantas horas de espaldas viendo latir a los corales y perseguir a conciencia a gran cantidad de peces con formas y colores realmente llamativos.

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Obviamente tan cerca de la orilla conviene olvidarse de tener un encuentro con tiburones, barracudas o las manta rayas, puesto que suelen encontrarse unos metros más al fondo. Snorkelleando hubiese sido un verdadero milagro poder ver a estos grandes animales marinos. No así buceando con bombona porque quienes lo hacen por estas aguas reconocen que lo que aquí se ve es sencillamente impresionante. Habrá que irse pensando en sacar el PADI…

REGRESO A LABUANBAJO

A las cuatro y media aproximadamente, con la tarde echándosenos encima, retomamos el camino de vuelta a Labuanbajo y nos despedimos de una Ruta que nos había querido mostrar algo más que dragones de Komodo. En el Gardena Hotel nos habían guardado una habitación de 200.000 Rp la noche que no estaba del todo mal. Habíamos tenido más suerte que Manfred, a quien también le habían prometido reservarle una habitación y que tuvo que buscarse la vida en otro hotel. No nos despedimos definitivamente porque contrataríamos de forma conjunta (y en el propio Gardena) a alguien que nos arrimara (y nos trajera de vuelta) al día siguiente a una islita perdida para enfundarnos de nuevo las aletas y gozar con los arrecifes de coral. Precio total y a repartir entre tres: 500.000 Rupias (aprox 44€). Un buen trato, sí señor.

La tarde desde nuestra habitación, después de una ducha fresca y de llevar unos minutos en tierra, se exhibió con todo su esplendor. No podía pensar que aquella panorámica que teníamos encima fuese a esfumarse dentro de muy poco. El final de la aventura estaba a punto de atraparnos…

22 de julio: TE REGALO UNA ISLA (EPÍLOGO)

P1160971Una isla solo para nosotros. Una isla donde jugar a ser buceadores y buscar a conciencia un tesoro. Ese era simple y llanamente el plan para el «último día grande del viaje», puesto que lo que restaba era ir desandando todo lo andado hasta terminar aterrizando el domingo en el Aeropuerto de Madrid Barajas. Desayunamos tranquilamente, con unos batidos de fruta de aderezo, para no variar, y los tres, Mandred, Rebeca y un servidor, nos marchamos con otro capitán de otro barco para viajar a una nueva isla cuyo nombre era Pulau Sabolo. Esta se encontraba a aproximadamente tres cuartos de hora en línea recta desde Labuanbajo, y muy pronto pudimos distinguirla en el horizonte, justo cuando se destaparon pequeñas islitas que hacían de pared natural en el calmado Mar de Flores.

Pulau Sabolo tenía la forma de una hogaza de pan. A nuestra llegada comprobamos que no había absolutamente nadie. Una colina desarbolada y una playa en círculo de auténtica arena blanca se convertía en nuestro refugio. El agua más pura que probablemente hubiera visto en mi vida esperaba ser nuestro destino para las próximas horas. No veía el momento de bajar del barco y asomarme al fondo.

Aquello era el Paraíso, una isla minúscula que nos pedía a gritos probar ese agua de una vez, absorber todos y cada uno de los segundos de Sol que nos tenía preparados.

El snorkel allí fue realmente fabuloso, mucho mejor de lo esperado. A no más de tres o cuatro metros de la orilla se abría una pendiente muy profunda, cuya frondosidad y claridad de los corales fue la mejor que pudimos vivir en aquel mar absolutamente mágico. Snorkelleamos durante horas y pudimos ver especies nuevas, aunque destaco dos peculiaridades que se nos presentaron en los corales:

+ Vimos al menos tres ejemplares de Hydrophis melanocephalus, la Serpiente marina de cuello estrecho, cuyo veneno es capaz de matar a una persona en apenas treinta minutos. De color plateado y rayas negras no ataca salvo que se sienta perturbada. De todas formas apenas se han registrado muertes en el mundo por este animal.

serpiente marina venenosa
Imagen obtenida de animales-venenosos.blogspot.com

+ Tuvimos la gran suerte de tener realmente cerca a una tortuga marina. Apareció de la nada, de un infinito fondo azul, y Manfred señaló con el dedo hacia ella. Nadaba como a cámara lenta y lo único que hizo es asomar su cabeza a la superficie para bajar a una gran profundidad donde ya la perdimos de vista. Fue un momento realmente asombroso.


Imagen obtenida de www.nature.org

La isla contaba con un pequeño pero importante problema, no había ni un árbol que diera sombra. Razón por la cual pudimos pasar en el agua fácilmente cinco de las seis horas que allí estuvimos.

Pero en esas horas no lo sufrimos. Sería a posteori cuando nos diéramos cuenta que ni la crema de protección más fuerte había podido guardar nuestras espaldas. Si lo hubiera sabido me hubiese bañado con la camiseta puesta para evitar quemazones postreros. El Sol pegó muy pero que muy fuerte, pero al estar siempre en el agua casi ni nos enteramos. Ingenuos de nosotros. No sabíamos que esa noche tendríamos que dormir boca abajo…

Sabolo fue la última isla de nuestra aventura en el País de las 18000 islas, nuestro decorado de Lost particular, nuestro regalo definitivo antes de volver definitivamente al día a día.

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Sentimos muchísima  pena al abandonar la isla en barco para partir nuevamente a Labuanbajo. En el fondo sabíamos que lo bueno se acababa de terminar, que lo que quedaban eran las ascuas de una hoguera que había llegado a arder muy alto para iluminar un largo sendero por tierra, mar y aire. El eco del que había sido el Gran Viaje del año resonaba a la par que las mezquitas de nuestra última postal de una Bahía que era una maqueta de lo que viene a ser Indonesia, un mar salpicado de islas…

FIN

* Podéis ver una amplia Selección de Fotografías de este capítulo.

* Os recuerdo que en la INTRODUCCIÓN Y GUÍA PRÁCTICA DE INDONESIA tenéis el índice de todos los capítulos además de información práctica y útil para quienes quieran viajar próximamente a este país.

* El sábado 6 de noviembre comienza una nueva aventura en Bulgaria y Macedonia.

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