Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto II
En el segundo capítulo del diario elaborado durante el viaje al desierto Líbico en Egipto la Expedición Kamal toca por primera vez la meseta de Gilf Kebir y se postra ante la placa que Almásy, El Paciente inglés, colocó en memoria del príncipe Kamal el Din en 1933. Surgen increíbles paisajes, hallazgos fascinantes de la II Guerra Mundial en forma de vehículos atrapados en la arena, improvisados aeródromos abandonados y salen a la palestra las primeras pinturas rupestres de la ruta.
La aventura a partir de este punto se fue haciendo aún más interesante y el desierto empezó a narrarnos al oído algunos de esos secretos que lo convierten en un lugar tan especial. El equipo, ya formado del todo, disfrutó de pleno de una faceta de Egipto muy alejada a la de los templos y pirámides. Ese Egipto tan desconocido…
16 de marzo de 2014: Día 4º
Sin duda el paisaje de hoy se ha ido volviendo más radiante, menos monótono y, si se me apura, más extraterreste a cada metro que avanzamos. La paleta de colores pasaba del blanco al amarillo, de ahí al ocre o a un rojo fuego para rematar en llanuras y montañas teñidas de negro como el carbón. La exhibición de carreras y rodadas ha pasado varias facturas, como las primeras ruedas reventadas y los inevitables atascos en la arena. Por fortuna a todo problema le aguarda una solución rápida. Quizás el mayor contratiempo que hemos pasado ha sido perder a una parte del grupo durante un buen rato y que éstos se toparan con una patrulla del desierto que no les ha dejado moverse hasta verse convencidos de que formaban parte de esta expedición.
Por lo demás tras los muchos kilómetros de ayer hoy hemos hecho todo lo posible por recuperar la distancia perdida, aunque tampoco hemos podido alcanzar la meta de 8-Bells, sino que nos hemos visto obligados a acampar en unas dunas a unos 35 kilómetros. Tratamos siempre de establecernos tiempo antes del atardecer para poder montar “nuestro chiringuito” con luz suficiente.
Coches de la II Guerra Mundial atrapados en la arena
Además de las panorámicas de llanuras, montañas y dunas con la forma del dorso de una ballena más brillantes que el oro, hemos hecho un pequeño viaje en el tiempo. O mejor dicho, dos. Porque nos hemos topado con más material de la II Guerra Mundial, en este caso automóviles atrapados en la arena desde principios de los años cuarenta. En primer lugar hemos visto el esqueleto de un camión Ford Modelo A con el frontal intacto y algunos bidones de gasolina alrededor. Uno idéntico utilizó László Almásy durante más de una expedición, aunque las tropas británicas serían las que se sirvieran de estos vehículos para trasladar enseres necesarios en los oasis aislados que también fueron protagonistas en la guerra.
Pero para belleza otro camión fabricado por Chevrolet engullido por la arena apenas un kilómetro más adelante. La chapa ennegrecida por el sol, nunca oxidada porque aquí a la lluvia no le da por aparecer nunca, forma ya parte de un paisaje tan solitario y desconocido que es posible encontrarse con semejantes vestigios que en otra parte del mundo no hubieran durado dos minutos.
Cabe preguntarse cuáles son las historias que acompañan a estas joyas automovilísticas que por una razón u otra se quedaron allí. ¿Por qué se los tragó la arena? ¿Sufrieron una avería o sus ocupantes tuvieron que marcharse? ¿Y si tal vez fueron atacados? Es cierto que no hay señales de haber sido disparados pero sólo la imaginación es capaz de construir una historia con cierto sentido.
Campamento entre las dunas
El lugar escogido hoy para el campamento es el que más me gusta desde que iniciamos la Expedición Kamal. Con la meseta de Gilf Kebir a tan sólo un paso, y realmente cerca de las tres fronteras del sudoeste egipcio, nos ubicamos ahora mismo en una explanada rodeada de kilómetros y kilómetros de dunas bien doradas. El silencio de una noche temprana se ha visto interrumpida por parte del equipo de conductores y cocineros que han sacado los djembés y las darbukas para darle ritmo egipcio a un grupo internacional cada vez más cohesionado. Un rato antes de cenar unos pinchos morunos con arroz hemos tenido la posibilidad de escuchar a Emmanuel Honoré , una arqueóloga francesa que ha contextualizado los yacimientos y cuevas prehistóricas que en apenas un día o dos vamos a poder observar in situ durante nuestro viaje.
Gilf Kebir y Jebel Uweinat son ran ricos en arte rupestre que se ha sabido mucho más de quienes Heródoto llamó “trogloditas etíopes” (auque con etíopes se refería a negros) con la interpretación de unos dibujos bien cargados de simbolismo y que nos cuentan que hace menos de diez mil años esta parte del Sáhara debía ser muy posiblemente una sabana llena de lagos y animales salvajes que ahora tendríamos que ir a buscar a Kenia o Tanzania. Un lugar muy propicio para la vida y el establecimiento de aldeas semi-nómadas nacidas en las mismas estribaciones de la montaña.
El propio Almásy halló algo más de veinte cuevas con pinturas rupestres, aunque la más famosa fuera la conocida como “de los nadadores”. Queda menos para llegar a Wadi Sura (el Valle de las imágenes) y presenciar en vivo esa expresión artística con la que se explica cómo hace muchos miles de años el hombre se relacionaba con su entorno de una manera muy diferente a hoy. La desertización del Sáhara hizo el resto para que esta fuera una tierra solitaria, vacía… y tan interesante para conocer.
Siguen retumbando las darbukas. Mientras tanto una luna prácticamente llena nos vigila desde bien arriba…
17 de marzo de 2014: Día 5º
Un llano de tierra más gruesa que la arena de ayer, sin una sola colina rompiendo el horizonte, nos ha servido para establecer el campamento. Tenemos luna llena y el viento apenas sopla dejando, por primera vez, una noche de verdad apacible y nada fría. Escribo estas notas con una tímida pero sincera sonrisa en los labios. Mueca provocada por la que por el momento ha sido la jornada más intensa y entretenida desde el comienzo de la Expedición Kamal. Se acabaron los trayectos sumamente largos y comenzó lo bueno. Hoy por fín alcanzamos la meseta de Gilf el Kebir, un grueso altiplano que supera los mil metros del nivel del mar y que redondea especialmente el paisaje de un desierto Líbico cada vez más sorprendente. El objeto de nuestro viaje lo hemos avistado tímidamente entrando por su extremo sudeste, penetrando en algunos de sus áridos y rocosos Wadis (valles) y rindiendo pleitesía durante la tarde a la placa en mármol que László Almásy depositó en el sur de Gilf el Kebir a su mecenas y gran amigo Kamal el Din Hussein, fallecido por una infección en Toulouse justo cuando se iba a iniciar la ansiada búsqueda del Oasis de Zerzura en el año 1933. El Príncipe fue su máximo valedor e incluso hay quien asegura que Almásy y él no sólo se admiraron por el ímpetu de borrar “manchas blancas” de los mapas de Egipto sino que hubo unas estrecheces entre ambos borradas de la memoria colectiva e incluso histórica por causas evidentes.
Pero antes de llegar al monumento dedicado a Kamal, el nombre que lleva nuestra expedición, hemos surcado panorámicas excelentes que variaban grotescamente en apenas un kilómetro de distancia. Primero una sucesión de dunas ondulantes y amarillas en las que más de un vehículo se ha quedado atrapado. Sin ser demasiado altas, de no más de diez metros, se hacía complicado mantener los neumáticos fuera de sus fauces. Por fortuna nuestro conductor, Mohammed, se las sabe todas y ha salido bien parado de todos los obstáculos encontrados desde que comenzara el viaje.
8 Bells, una explanada convertida en aeropuerto durante la guerra
Después el camino se ha ido haciendo cada vez más sencillo. Nuestras rodadas durante 20 kilómetros han dibujado el suelo arenoso de una explanada inmensa pintada por una fila de ocho colinas anaranjadas. No nos lo podíamos creer, habíamos llegado por fín a 8 Bells, un improvisado aeródromo que sirvió para la entrada y la salida de avionetas durante la II Guerra Mundial. Unos bidones de gasolina de Shell perfectamente alineados en forma de flecha se anclaron en el suelo durante el conflicto bélico por el ejército británico dispuesto en el desierto del Sáhara, la Long Range Desert Group (LRDG). El objeto orientar a las avionetas en un espacio realmente grande y con las condiciones perfectas para aterrizar, despegar y, por supuesto, repostar en el trayecto que éstas hacían entre Kufra (Libia) y ciudades como Asuán (Egipto) o Dongola (en la actual Sudán). Los británicos le pusieron el nombre de 8 Bells porque las colinas de alrededor tienen forma de campana. Desde entonces se convirtió en un lugar estratégico y esencial en el vasto Desierto Líbico por el que compatían aliados y nazis con Rommel a la cabeza y los mapas y asesoramiento de Almásy al bando alemán, algo de lo que tampoco se menciona en la película de El Paciente inglés, que trata la figura del húngaro de una manera demasiado romántica, demasiado inmaculada. Para saber algo más de este tema recomiendo llevar a cabo la lectura de «The Secret Life of Laszlo Almasy: The Real English Patient» escrito por John Bierman además de la recopilación de las obras del propio Almásy en “Nadadores en el desierto”, que agrupa documentación que permaneció secreta y que cuenta en primera persona cómo logra introducir a dos espías alemanes en El Cairo recorriendo el desierto occidental de Egipto.
Las huellas de la guerra me impresionan, y más en este lugar tan remoto. Eso y las condiciones meteorológicas extremadamente secas han permitido se conserven bidones e incluso latas de comida que ya tienen más de setenta años de antigüedad. Por no hablar de los vehículos anclados en la arena con que nos topamos el día anterior. Sin duda el área que circunda Gilf Kebir es, sin quererlo, un auténtico museo al aire libre de lo que aconteció en el norte de África durante la II Guerra Mundial.
Hemos hecho caso a la flecha hecha con bidones y hemos avanzado tras ella en este aeródromo natural hasta dejar el llano y empezar a subir por una carretera ondulada compuesta por piedras negras y arena completamente roja. Ha habido algunos tramos complicados en los que a más de uno le ha tocado literalmente “morder el polvo” y necesitar empujar para sacar el vehículo del atasco. El paisaje en apenas unos minutos ha cambiado radicalmente y parecía estuviésemos recorriendo territorio de Marte o quien sabe qué planeta fuera de la Tierra.
Bienvenidos a Gilf Kebir
Se trataba de las estribaciones de Gilf Kebir que comenzaba a mostrarnos su vertiente más suroriental y mojarnos los labios con su deliciosa miel. Eran apenas las primeras postales de este solitario y magistral rincón de la naturaleza en Egipto y nuestras caras de agotamiento habían pasado a tener un gesto de auténtica alucinación. Sería así durante todo el día cuando de verdad nos hemos empezado a dar cuenta de dónde estamos, de que semejante tesoro del Sáhara más desconocido estaba quitándose la ropa delante de nuestras narices. Cuando viajo siempre trato de decirme a mí mismo “Recuerda dónde estás, asimila que estás en un lugar privilegiado”. Siempre viene bien asumir ciertos conceptos para apreciar al 100% lo que estás haciendo. De esa manera la aventura se disfruta muchísimo más y un minuto se convierte en algo más que un minuto. La rutina en sitios como este no existe, al igual que el tiempo. De hecho para poner la fecha en el presente diario he tenido que preguntar en qué día nos encontramos. ¡Pero qué maravilloso es eso de perder la noción del tiempo!
Hemos tomado velocidad en el Valle Wassa, levantando una polvareda colosal hasta que el coche de Tarek, el jefe de la expedición, se ha detenido justo frente a una pared rocosa. El propio Tarek ha comenzado a subir por la arena, apoyándose cómo podía en algunas piedras, y se ha sentado bajo una cornisa de piedra. Ha esperado que los demás llegáramos y cuando lo hemos hecho nos ha pedido miremos el techo de dicha cornisa. En ese momento nos hemos dado cuenta que estábamos ante nuestra primera pintura rupestre en esta zona del desierto Líbico. Eran unos pocos animales pintados en color rojo, y dicha cavidad pintada hace unos 8000 años fue descubierta en 2013 por un grupo de viajeros que se encontraban con el propio Tarek. Para que no digan que este lugar sigue siendo un absoluto y maravilloso enigma…
Estas representaciones animales nos recuerdan que el Sáhara no fue un desierto hace diez milenios, sino más bien una sabana como las que puede haber en Kenia o Tanzania. La presencia de jirafas, leones o antílopes en las distintas paredes de Gilf Kebir o Jebel Uweinat nos está contando realmente cómo eran aquellos wadis o valles antes de que la desertización convirtiera esta zona en uno de los territorios más áridos, vacíos y solitarios del Planeta.
La cueva rupestre Magharet El Qantara en Wadi Wassa
Pero aquello sólo era un aperitivo. Más adelante, en aproximadamente veinte o treinta minutos a una velocidad normal, visitaríamos otra cavidad mucho más grande e impresionante, Magharet El Qantara (que quiere decir “el puente” por la forma que tiene este hueco en la montaña). Descubierta originariamente en 1935 se le perdió la pista hasta 1996 en que unos expedicionarios la volvieron a encontrar. Hemos subido una vertiente de no más de veinte metros y nos hemos tumbado directamente para observar los techos. Frente a nuestros ojos había otra representación de animales, sobre todo bueyes o vacas, con una composición de colores sencilla de ocres y blancos. Incluso una de las figuras parecía una jirafa por su largo cuello, aunque ninguno hemos llegado a tenerlo demasiado claro.
Este hueco está suficientemente protegido en el valle, dispone de unas vistas prodigiosas y en su momento necesarias para que los hombres que lo habitaron pudieran detectar y vigilar aquello que querían cazar. Esta es una de las más de treinta representaciones que se descubrieron en los años veinte y treinta y que hace de esta una de las áreas prehistóricas más importantes del norte de África. E indispensable para entender Egipto y unir puentes con una civilización posterior avanzadísima que construía grandes pirámides y conocía su entorno a la perfección. La pregunta es si existe una relación real entre los nómadas que pintaban jirafas en cuevas y con quienes muy poco después erigieron Luxor, Karnak o se hacían embalsamar con infinidad de tesoros en el Valle de los Reyes. Realmente no lo sé. De hecho, por muchas hipótesis que pueda haber en los libros de Historia, nadie lo sabe.
A los pies del príncipe Kamal el Din
Hemos almorzado a los pies de la montaña y hemos continuado nuestro camino dejando Gilf Kebir a nuestra izquierda. Aún quedaba uno de los momentos cumbre del viaje, la llegada a la placa conmemorativa que Almásy y los suyos pusieron en el año 33 en honor al Príncipe Kamal. Una construcción humilde de piedras las unas sobre las otras y una placa de mármol agrietada son algo más que la baliza que quienes llegamos aquí veneramos como el más ilustre de los templos. En cierto modo ese pequeño “recuerdo” ha movido toda una aventura que ha llevado cerca de dos años de preparación.
El entorno es maravilloso y la construcción es tan humilde que no le hace falta nada más para ser perfecta. Al parecer la placa escrita en árabe estaba situada en la columna de piedras pero al regresar Amásy un año más tarde vio que se había caído, por lo que decidió unir los pedazos y dejarla definitivamente en el suelo. Hemos dejado allí el libro conmemorativo de la Expedición Kamal con las firmas de todos los integrantes de la misma. Asímismo hemos visto una caja llena de anotaciones y tarjetas de otras personas que han llegado al monumento al intrépido príncipe egipcio. He dejado una nota dando las gracias a esos pioneros que nos ayudaron a descubrir nuestro mundo y por los cuales nos encontramos hoy aquí, en el Desierto Líbico.
No es el monumento en sí, sino su significado, los hechos que lo rodean y esas montañas del extremo meridional del increíble Gilf Kebir. Muy pronto regresaremos para abrazarlo por el oeste, ya que hemos partido al sur en dirección a Jebel Uweinat, ese macizo compartido entre Egipto, Sudán y Libia, que también esconde grandes secretos.
El silencio me hace pensar en aquella flecha de bidones, en los animales pintados en las cuevas hace miles de años, en un paisaje sobrenatural sumamente alejado de cualquier civilización, comodidad o tecnología. Esto sigue siendo igual que lo que contemplaron Kamal, Almásy y compañía, sigue siendo ese desierto al que nunca podremos dejar de volver mientras vivamos.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
* Recuerda que tienes más información sobre este viaje a Egipto tan diferente (y acceso a los demás capítulos del diario) si pinchas en la imagen:
2 Respuestas a “Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto II”
Sólo quiero imaginar qué pensó el primero que se encontró con aquella flecha de bidones sin siquiera saber lo que era… Increíble viaje
[…] algún lugar de Gilf Kebir o Jebel Uweinat se ha quedado una parte de mí. Quizás se encuentre en las dunas interminables del […]