El instante viajero XXVI: Renos en la ventisca
Riksgränsen es el nombre del último pueblo de Laponia Sueca antes de entrar a territorio noruego. En realidad se trata de una estación de esquí y otros deportes de invierno. Cabañas de madera pintadas de rojo se asientan entre montañas alrededor de un lago que se pasa medio año completamente congelado y con su característico traje blanco bien ajustado. En una tarde de marzo de 2021, invernal, infernal, gélida y ventosa, abandonar la calidez de la furgoneta podríamos determinarlo como un acto absoluto de rebelión a la inteligencia. Pero la ilógica no está reñida con la observación de fauna. A quienes nos gusta solemos olvidarnos de las inclemencias meteorológicas, incluso aquellas tildadas de extremas. Por lo que del confort y la ventana pasamos a caminar con medio metro de nieve cubriéndonos por encima de las pantorrillas con el objeto de admirar y, por supuesto, retratar con la cámara, a un nutrido grupo de renos que se apelotonaban a un costado de la carretera. Recordaban a cuando vemos por televisión en los documentales a los pingüinos emperador de la Antártida arrejuntarse para esquivar los rigores del temporal y sobrevivir. Pues eso hacían aquellos renos del Ártico, guarecerse para sobrevivir a una ventisca endiablada que les cegaba con la nieve que caía de manera copiosa en horizontal. En aquel momento supe de verdad que el frío tenía rostro.
No es fácil ser reno en Laponia. Y menos en invierno, aunque el pelaje que les abriga sea como llevar una estufa a cuestas. Eso parecían decirnos aquellos ojos negros casi de cristal que se nos clavaban en la mirada. Con los hocicos escarchados a punto de perder su coloración natural se iban moviendo de un lado para el otro buscando la complicidad de otros animales. Parecían preguntarse qué es lo que hacíamos allí. Si hablar estuviese entre sus facultades les hubiera contado que no hacíamos otra cosa que contemplar la belleza del invierno en su máxima expresión. También que ni los guantes evitaban que me doliesen muchísimo las manos.
Hay quien imagina los renos como compañeros habituales de Papá Noel. Cómplices de un cuento de Navidad que se repite año tras año. Pero en lugares como Laponia uno se da cuenta de que se trata algo mucho más hermoso que todo eso. Cuando caminan en fila por un bosque barrido por la nevada, cuando buscan líquenes en los árboles o desentierran vegetación tapada por el hielo. Cuando los pastores de origen sami los reagrupan subidos en sus motos de nieve. En Suecia no encuentras muchas vacas precisamente. Porque las vacas son ellos, los renos. De lo que llevan viviendo en tierras laponas desde hace miles de años. Vestidos con sus pieles, refugio de sus casas-lavvu, alimentados con su carne o su leche. Con la cornamenta como materia prima para cuchillos y toda clase de útiles. Del reno, como se diría aquí del cerdo, se aprovecha todo.
Pero antes de que su final llegue viven durante años en la libertad del bosque, corretean en manada en explanadas de hielo y pierden sus astas al final del verano después de defender o conformar el harén. En Laponia Sueca, ya sea en invierno o durante cualquier época del año, recrean la silueta de un territorio de naturaleza salvaje.
José Miguel Redondo (Sele)
+ En Twitter @elrincondesele
* Podéis ver aquí más fotografías correspondientes a la sección El Instante viajero. Y un resumen de un gran viaje de invierno a Laponia Sueca donde tuvo lugar esta escena.