India 2009: Crónica de un viaje iniciático (Capítulo 2)
11 DE ABRIL: AMBER A LOMOS DE UN ELEFANTE, LOS CENOTAFIOS REALES Y EL TEMPLO DE LOS MONOS
Leyendo el titular de este día uno puede pensar que estoy hablando de una de esas muchas novelas de aventura que narran las hazañas de intrépidos exploradores, de Willy Fogg o del Indiana Jones de turno. Nada más «próximo» a la realidad. En India no es complicado sentirse un «Héroe de Leyenda» (HdS dixit) si se exprimen las posibilidades casi ilimitadas que ofrece al viajero y que, por muy peliculeras que parezcan, son verdaderas y exóticas a partes iguales.
A la hora prevista (8:30 a.m) me esperaba Sonu con su Rickshaw aparcado a las puertas del Hotel. Con una sonrisa y un efusivo saludo me invitó a subir a su ruidoso tuk-tuk para poder partir rápidamente hacia el viejo Fuerte de Amber, antes de que el calor convirtiera en inaguantable sofoco el ascenso por sus pálidas murallas. 11 kilómetros separan Amber (también llamado Amer) de Jaipur y para llegar hasta ella fue necesario atravesar el corazón de la ciudad rosa, que se encontraba a pleno rendimiento en lo que a ruido, tráfico y jaleo se refiere. Ya le estaba empezando a coger el tranquillo al rally del Rickshaw, tanto que el sonidito de la bocina que apretaba constantemente me parecía hasta familiar. Sonu, como todo conductor indio, marchaba por la carretera como si estuviera disputando una carrera automovilística de primer nivel, aunque realmente lo que hacía era darle un par de vueltas a la serie de dibujos «Los Autos locos». No hubiera sido raro ver por el retrovisor a Pierre Nodoyuna y su perro Patán riéndose de nosotros. Entre vaca y vaca todo era posible.
FUERTE DE AMBER
Después de abandonar la ciudad y pasar de largo el Jal Mahal requerimos apenas de 7 u 8 minutos para detener el tuk-tuk y tener la primera visión del imponente Fuerte-Palacio de Amber insertado en una pedregosa colina. La panorámica colosal de la Fortaleza resguardada por largos muros es especialmente deslumbrante. Su esbeltez y poderío atraen reminiscencias de esa India exótica y mágica de la que tanto hay escrito en libros de aventuras. Ese rincón al que sólo llegaban los elegidos recibidos bien por una corte en olor de multitudes o apresados en viejas jaulas rodantes. Ya se sabe que en la ficción no hay término medio…
El Fuerte de Amber fue construido en 1592 por Man Singh, quien lo concibió como una ciudadela amurallada inexpugnable que serviría además de residencia para la Familia Real durante casi siglo y medio. Lo que hoy se considera Amber Fort es principalmente el Palacio ubicado en el interior del que ahora se denomina Fuerte Jaigarh. En su día ambos lugares fueron uno solo aunque actualmente se les considera entidades independientes. Es lo que se suele decir tomar la parte por el todo.
Los designios dictados por los Maharajás desde finales del Siglo XVI hasta principios del XVIII salieron de Amber hasta que Sawai Jai Singh II, el Astrónomo, decidió llevar su corte a la nueva ciudad, Jaipur. Atrás aunque no en el olvido quedó el Complejo Palaciego moldeado bajo los principios de la Arquitectura Mogol de la época y ornamentado con la delicadeza de quienes proyectaran obras cumbres como el Taj Mahal de Agra o la Tumba de Humayun en Delhi.
Pero Amber no sólo atrae a los viajeros por su delicada fastuosidad sino también por que se puede entrar por la puerta principal de una forma espectacular, a lomos de un elefante. Esta es probablemente una de las actividades que más comentarios generan por parte de los visitantes a la India. Montar en elefante para subir al Fuerte se ha convertido en un clásico capaz de hacer vivir uno de los mejores momentos de todo el viaje. Cierto que es difícil prescindir de su carácter turístico y recaudatorio (ya que cuesta 550 Rs el ascenso), pero no todos los días se tiene la oportunidad de permanecer sentado encima de este inmenso animal.
Sonu me dejó en la entrada donde ya un grupo 15 personas aproximadamente formaban cola en una escalera para esperar que llegara su elefante. El precio de 550 Rupias el trayecto está completamente cerrado y dicha cantidad se tiene que abonar justo en el momento antes de subirte al paquidermo. Te entregan un resguardo que se lo tienes que dar al «conductor», subes a una montura de madera ajustada en el lomo, te colocas como puedes y…adelante!
Hasta este viaje era el zoo de Madrid el único lugar en que había podido ver elefantes, pero nunca tan cerca, y menos encima de ellos. Es ahí donde ver que tu cuerpo no es mucho más que un molesto insecto para ellos, porque parece no afectarles el peso para llevar a cabo su andadura por las rampas que zigzaguean hasta lo alto del Fuerte.
El mío parecía querer ir más deprisa que los demás. Me tuve que agarrar bien fuerte porque el balanceo hacía peligrar la ya escasa inestabilidad de la montura. Mientras tanto el hombre que lo manejaba canturreaba algo en su idioma. Circulábamos por la izquierda y aunque pareciera que los animales se fueran a chocar, siempre acababa ladeando al máximo hacia la pared y así podíamos pasar sin apenas detenernos. En una de esas paradas el hombre aprovechó para pedirme dinero explicándome que era para dar de comer al elefante y así tenerlo bien cuidado, algo que por otra parte no creí ni un instante. Le dije que le pagaría un extra si me conseguía a alguien que me tomara una foto con mi cámara, ya que quería tener al menos un recuerdo del momento. Ese fue el trato y al poco apareció un hombre con turbante que llevaba una cámara bastante grande y que me sacó por su cuenta un par de fotos sin que yo le dijera nada.
De repente cuando ya no era posible subir más hicimos nuestra entrada triufal al Palacio por una enorme puerta arqueada que iba a parar a un amplísimo patio (Jaleb Chowk) donde se veía los elefantes aparcar sus eventuales cargas. Justo antes de terminar la marcha apareció un chaval que después de tener unas palabras con el conductor, terminó haciendo las fotos que le pedí, a costa de unas rupias. Son los problemas de viajar solo, que te las tienes que apañar como sea para salir en la foto. No se sube en elefante todos los días por lo que por una vez que se hace, es normal que se desee inmortalizar el momento.
En el patio, para la hora que era (apenas las 9 de la mañana), había bastantes turistas tanto extranjeros como indios. En una de sus alas, la opuesta a la que se entra en elefante, se encontraba la taquilla donde aboné el precio de la entrada (50 Rs + 25 de la cámara de fotos, en el caso pasar la cámara de video, 100 más). Estaba situada prácticamente al lado de un mirador desde donde pude apreciar hacia abajo el pueblo de Amber y hacia arriba las rojizas murallas del Fuerte Jaigarh, que como dije antes es actualmente un ente independiente pero que en su día formó parte del Gran Fuerte como baluarte protector. El lugar donde me encontraba en ese momento es en realidad el Palacio donde residió la Dinastía Kachhawaha hasta 1727.
Una visita al Palacio, sin prisa pero sin pausa, puede llevar alrededor de dos horas, aunque ya se sabe que estas cosas dependen de lo que uno desee o necesite. Particularmente invertí ese tiempo sin contar la subida y la bajada, y creo que no me perdí nada importante. Además lo bueno que tiene Amber es que la visita no es guiada y puedes meterte a tus anchas por laberínticos pasillos que terminan en estancias abovedadas con detalles especiales, ya mediante ventanas artesanales, frescos en las cúpulas o quien sabe qué elementos decorativos. Digamos que es una visita más entretenida de lo corriente. Y con lo que me gusta a mí jugar a los exploradores como cuando tenía ocho años…
De Jaleb Chowk, el Patio principal, subí unas escaleras hasta una puerta de plata bastante ornamentada que sirve de acceso al Templo Shiva Deli donde sendos leones de plata custodian una Diosa Kali de piedra, a la que tenía devoción absoluta el clan reinante de los Kachhawaha. De ahí se sale a la sucesión de columnas Diwan-i-Aam, donde eran recibidas las Audiencias Públicas por parte del Marajá.
No menos interesante resulta la aledaña Sattais Katcheri donde 27 pilares daban sombra a los escribas que anotaban los ingresos de las rentas.
Y entonces de frente me topé con la Puerta más espectacular del complejo palaciego, la Ganesh Pol, de tres alturas y que comunica distintas dependencias mediante un sistema de pasillos, algo muy presente en la totalidad del Amber Fort. Si se cruza dependiendo de las direcciones que se tomen se aparecerá en un lugar u otro, pero si no se asciende a estancias superiores lo normal es que se pase a un tercer patio, cuyo centro está ajardinado (Aramb Bagh).
A la izquierda se encuentra el Jas Mandir, Salón de Audiencias privadas donde se puede apreciar el delicado trabajo de ensamblar el alabastro con el mármol y el cristal. Con esta meticulosidad se pretendía jugar con la luz, al igual que en otra de las estancias más destacadas, el Sheesh Mahal, que aprovecha la incrustación de pequeños espejos para que con una sola vela se iluminara la sala por entero.
A partir de ahí lo que hice fue perderme en los laberínticos pasillos que me fueron llevando a diminutos cuartos que asomaban a un sequísimo Lago Maota a través de enrevesadas celosías de mármol, o a otras estancias menos decorosas como las letrinas, puros agujeros en la fría piedra donde los cortesanos y cortesanas evacuaban lo engullido en suculentos banquetes. La representación más evidente de que los residentes en Palacio, además de ricos y poderosos, eran humanos.
Muy próximo a las letrinas descubrí un hueco por el que subían agua probablemente a las estancias superiores donde moraban diminutos murciélagos. Cuando asomé la cabeza y me topé con varios de ellos apenas a unos centímetros de mi cara me dí un buen susto, casi cayéndome para atrás. No porque me dieran miedo sino porque no los esperaba. Después de que un par de años antes cruzara una gruta en Isla Colón (Archipiélago de Bocas del Toro, Panamá) atestada de los murciélagos más grandes que había visto en mi vida, los de Amber eran tan sólo un pequeño aperitivo.
Subiendo escaleras mi alma exploradora me llevó a la zenana, que es como se le llama a la parte del Palacio destinado a las mujeres. Los cuartos eran muy pequeños, muchos de ellos en un estado no demasiado bueno de conservación pero donde todavía eran apreciables los frescos en sus muros y techumbres. La zenana se asoma por pasillos porticados a un cuarto patio (el último que se sucede empezando por Jaleb Chowk, la entrada) que posee un precioso pabellón de doce columnas al que se le conoce como Baradari.
Desde la Zenana hay magistrales panorámicas tanto a este patio como a los exteriores de Amber. Incluso se vislumbra un camino pedregoso que comunica con Jaigarh, vigilante en su atalaya.
Busqué la salida siguiendo las indicaciones de los carteles y fui rodeando el Palacio hasta dar a parar a una zona de puestos y tiendas de artesanía donde vendían a un precio muy superior lo que se podía comprar en la ciudad. No es para nada el Fuerte de Amber el mejor lugar para hacerse con souvenirs. Aunque sí con un poco de agua porque a horas próximas al mediodía el calor comenzaba a hacer estragos. Por cierto, algo que acabo de recordar mientras escribía estas lineas es que a las doce en el verano se le da un largo descanso a los elefantes, porque con temperaturas tan elevadas les es muy costoso subir. Ese es otro de los motivos por los que Amber conviene visitarlo a primeras horas de la mañana (abre a las 8:00 h.).
En el camino a Jaleb Chowk vi a mis primeros encantadores de cobras, que a ritmo de hipnotizadores sonidos de flauta, hacían salir de la cesta a estos venenosos reptiles. Estos hombres, que no trabajan por amor al arte y a la danza de la cobra, reclamaban unas cuantas rupias a los turistas que deseaban fotografíarse con ellos. Y por lo que comprobé en apenas unos minutos tenían bastante éxito.
Ya de regreso al Patio principal (Jaleb Chowk) cuando me disponía a hacer el descenso a pie hasta el parking donde Sonu debía estar esperándome con su Rickshaw, apareció un señor puso un sobre en mis manos. Yo no entendía qué quería, me figuraba que habría postales y que buscaba vendérmelas. Pero no era así. En el sobre había dos fotografías mías montado en elefante que me habían tomado en mi ascenso a Amber. Me gustó como habían quedado por lo que después de una corta negociación la acabé comprando por 100 rupias (aproximadamente 1´5€) y ya definitivamente bajé por rampa en primer lugar y posteriormente por escaleras, dejando ya muy arriba el impresionante Fuerte de Amber, que hasta el momento estaba siendo lo mejor desde mi llegada a la India.
En mitad de una conversación que entablé con unos alemanes de Hamburgo con los que me había cruzado ya en varias ocasiones en el Palacio, nos percatamos de que había una mujer subiendo las escaleras a rastras y besando cada escalón. Otra mujer más mayor iba detrás de ella tocándole los talones cada pocos segundos. Yo no tenía ni idea de qué se trataba aquel asunto pero parecía una promesa a alguien o un acto de devoción religiosa. El guía de un grupo de turistas comentó que era muy probable que fuera una de las cortesanas del Marajá de Jaipur, pero me temo que era un cuento para llamar la atención de la gente que iba con él. Aunque quien sabe…
En la puerta donde se salía estaba Sonu junto a numerosísimos monos langures (grises y blancos, con la cola muy larga) que se disputaban la comida y subían velozmente a los árboles cuando los guardas del Palacio aparecían para que no se introdujeran al mismo y no molestaran a la gente, algo que para nada estaban haciendo en ese momento. Era ver asomar un palo en sus manos y salir aterrorizados a lugar seguro. Alguno se llevaría en su momento una buena guasca que le haría pensar dos veces desobedecer a los rudos guardas.
FUERTE JAIGARH (FUERTE DE LA VICTORIA)
Nos subimos de nuevo al Rickshaw para ir destino a Jaigarh y disfrutar desde arriba de las mejores vistas tanto de la ciudad de Jaipur a un lado como de Amber a otro. Una estrecha y sinuosa carretera se adentra hasta llegar a lo alto de la Colina de los Águilas (en indio Cheel ka tila), es decir, el comienzo de este Fuerte que protege el Palacio en que acababa de estar minutos antes. Jaigarh, también conocido como Fuerte de la Victoria, es un lugar que se paga aparte (20 Rs. ticket entrada + 20 Rs. con cámara de fotos, se incluirían 100 Rs. más para la videocámara), a pesar de las reticencias de quienes dicen que fue y sigue siendo una parte más del Amber Fort.
Jaigarh cuenta con una estructura que se podría considerar eminentemente militar. Sus murallas y torreones rojizos son indudablemente construcciones megadefensivas cuya misión siempre fue garantizar la salvaguardia del Palacio de Amber por un lado y de la ciudad de Jaipur por otro. Es por ello que no cuenta con ornamentación extrema ni representa los lujos de la corte del Marajá. Para eso estaba el Palacio de la Ciudad, el Jal Mahal flotando en el lago o el Hawa Mahal ocultando a las concubinas tras las enrevesadas celosías. Jaigarh estaba para otras de carácter más belicista, aunque bien estaría decir que jamás fue asaltado y mucho menos invadido, gracias a lo cual ha llegado a nuestros días en perfecto estado.
Hoy en día sus principales moradores son los monos langures, de los que se podría decir que hay decenas habitando tras los ventanales, subiendo y bajando las escaleras, o haciendo de improvisados centinelas entre las almenas de la muralla.
En la India están tan acostumbrados a verlos en todas partes que para ellos pasan absolutamente desapercibidos, pero yo reconozco que me lo pasé fenomenal persiguiéndolos, observando sus juegos y tratando de fotografiarlos en las escenas más divertidas y originales.
En Jaigarh hay un objeto militar que se encuentra registrado en el Libro Guiness de los Records. Se trata del Cañón con ruedas más grande del mundo, el Jaya Vana. Fundido en 1726 y con nada menos que 50 toneladas de peso, jamás se utilizó a pesar que hay historias de dudosa veracidad que cuentan que la primera vez que disparó, la bola recorrió 35 kilómetros de distancia.
Invertí en el Fuerte algo menos de una hora, tiempo que utilicé para visitar además del cañón, algunas dependencias residenciales conservadas, un par de templos hindúes o un interesante Teatro de Marionetas. Aunque quizás lo más admirable son las vistas que alcanzan Jaipur y Amber a partes iguales.
Al terminar Jaigarh el simpático Sonu me preguntó si quería comer antes de continuar a otra parte o si aún quería visitar algún sitio más e ir a un restaurante más tarde. Escogí la segunda opción porque aún no tenía demasiada hambre y porque no nos pillaban demasiado a desmano las espléndidas tumbas reales tanto de los Marajás como de sus esposas.
CENOTAFIOS REALES (GAITOR)
Cenotafio se podría definir como «tumba o mausoleo vacío que representa honoríficamente a una persona o varias». Es decir, son construcciones de mayor o menor modestia que honran a gente ya fallecida, pero que no tienen que estar necesariamente enterradas allí mismo. En todas las culturas de casi todos lo países los cenotafios son muy comunes. Quizás en los países occidentales los más recurrentes son los dedicados al «Soldado desconocido», figura muy ensalzada sobre todo tras las dos Guerras Mundiales, pero igual sucede en Oriente donde no se duda en homenajear tanto a los caídos por la Patria como a Reyes, políticos o personajes ilustres.
En India la costumbre de construir cenotafios fue introducida por el Islam, proporcionando un movimiento arquitectónico de gran valor en todo el país, pere sobre todo en Rajasthán, donde la figura de los Maharajás (o marajás, que significa lo mismo) gozaba de carácter real e incluso divino si nos vamos más lejos. Tan sólo en Jaipur existen dos grandes e interesantes complejos de cenotafios de la Dinastía Kacchawaha, uno dedicado a los Maharajás o Reyes varones y otro destinado a honrar a las esposas de los mismos, a las que se les conocía como Maharanís o Maharaníes. En las guías y muy a duras penas se menciona el primero (Cenotafios Reales o Gaitor), que por otra parte es el más interesante, pero son raras las referencias al lugar donde se honran a las mujeres de la realeza. Yo no me quise olvidar de ninguno de ellos así que, teniendo tiempo como tenía, visité ambos cenotafios reales.
En primer lugar fui al Maharani ki Chhatri (Cenotafio de las esposas de los Marajás) situado en la carretera a Amber, muy próximo al cruce de Ramgarth y a escasos dos minutos del Jal Mahal. A pesar de que en las guías ponía que la entrada era gratuita había un vigilante sentado en una silla proporcionando tickets por 20 Rs. Una de dos, o han cambiado las condiciones y entrar vale dinero, o el vigilante se estaba sacando un sobresueldo.
Después de subir unas escaleras y cruzar la puerta principal sobrevino una amplia explanada de tierra seca donde emergían los hermosísimos cenotafios de mármol a los que la luz solar proporcionaba un color cambiante a cada minuto. Aunque no había ninguno igual, la estructura sí era la misma en cada uno de ellos. Sobre una plataforma accesible a través de unos pocos escalones se sostiene una cúpula gracias a columnatas o pilares exteriores, profusamente decorados. En el centro lo que parece una pequeña tumba rectangular es realmente el lugar exacto donde los restos de la persona en cuestión fue incinerada siglos atrás. Dependiendo de la importancia del personaje los motivos de las columnas podían estar esculpidos con mayor o menor detalle.
El conjunto de cenotafios era un regalo sobrecogedor de belleza irradiada por la luz del mármol que, sin duda puede ser más apreciable al atardecer, y que se aleja del mundanal ruido unos metros más allá. Yo era la única persona que en ese momento estaba recorriendo aquel lugar, si exceptuamos a una mujer india que barría con una sucia escoba de paja la tierra que se había colado hacia adentro de una de las tumbas.
Pero si los Cenotafios de las Esposas me parecieron realmente espléndidos, los de los Maharajás (Gaitor, al norte de la Pink City) rozaban lo sublime. Envueltos en las colinas circundantes están bastante más elaborados y en un mejor estado. Labrados con minuciosidad, la mitología hindú está presente en paredes y columnas. Es como si el artista hubiese moldeado cabezas de elefante (representando al Dios Ganesh) u otras figuras con apenas un cuchillo y mantequilla. El mármol de los cenotafios se adueña de los rayos de Sol para honrar aún más si cabe a los Reyes rajputs que abandonaron allí sus cuerpos para continuar en inevitable viaje del alma.
Entre todas las tumbas destaca la del Padre Fundador y Astrónomo de Jaipur, Jai Singh II, cuyo recuerdo reposa sobre 20 blancos pilares profusamente decorados con motivos que podían leer los más iletrados. En este camposanto real la pureza nos regala un efrentamiento entre el virtuosismo y la armonía de los elementos.
Si la misión de un cenotafio es honrar al difunto, aquí se supera elevándolo a los altares del arte y la perfección. Advertir la maravilla de lo innegable sentado sobre el mármol es un alegato a favor de las cosas bellas.
Pero el hechizo en India aparece y desaparece enseguida. Porque no hay más que salir de un lugar hermoso para encontrarse de frente con la fea realidad. Calles abandonadas a su suerte, niños descalzos rebuscando sobre grandes montones de basura y suplicando con lágrimas una rupia o un mero bolígrafo. En la India el cielo y el infierno nunca cierran las puertas y se pasa de un estado al otro sin apenas darse cuenta.
Sonu arrancó el tuk tuk después de lograr que dos niños se soltaran de él con sollozos. Críos muy pequeños que aprendieron a ser mayores antes que otros aprendimos a hablar.
Con la inevitable desazón seguimos adelante. Nos marchamos a comer a un restaurante con un menú eminentemente vegetariano pero que dejaba espacio a los «carnívoros» que no gozamos demasiado de las verduras. Probé el Arroz Biryani con el cual saboreé el Arte Indio de convertir el Picante en forma de vida. Menos mal que le dije al camarero que no se pasaran con las especias porque si no el estómago se hubiera convertido en una caldera en combustión. En otro momento hablaré más profundamente de las teorías que hay sobre el picante en ciertas comidas del mundo, no únicamente en India. La mía la denomino «efecto camuflaje» y creo que ambas palabras la explican por sí sola.
Tras el interrogatorio al que me sometió Sonu para que le hablara de España y de las diferencias que le separan de India nos preparamos para la última pero no menos esperada excursión del día, el área de Galta donde se ubica el fabuloso y llamativo Templo de los Monos.
EL TEMPLO DE LOS MONOS DE GALTA
La primera vez que supe de este lugar fue gracias a una pequeña referencia que aparecía en la guía Lonely Planet de India bajo un epígrafe destacado de Galta donde hablaba de la existencia de un Templo dedicado al Dios Sol «también conocido como Templo de los Monos (por su presencia nutrida al atardecer)» a apenas unos kilómetros de Jaipur. Con tan atractivas palabras me puse a investigar un poco tanto en los foros de viaje como en numerosas páginas web, donde no parecía delimitarse con claridad el lugar en que se ubicaba con exactitud dicho templo. Y es que en Galta hay numerosos templos y santuarios, pero el de los monos tan sólo es uno, el dedicado al Dios Sol y al Dios Hanuman, representado con cara de mono.
Afortunadamente Sonu lo conocía porque ya había estado varias veces, así que en lo que a saber ir se refería no tendríamos ningún problema. Yendo hacia allí nos detuvimos en un mercado de frutas donde el propio Sonu se hizo con dos kilos de plátanos por apenas unas 30 rupias (medio euro) con objeto de servirlos como ofrendas a los representantes carnales del Dios, es decir a los cientos de monitos que habitan en el templo.
Al Este de la ciudad roja, saliendo por Surajpol, tomamos una carretera que pasaba por «el mercadillo de los pobres» (así lo denominó Sonu) donde ciertamente las condiciones eran lamentables. La gente más que caminar parecía deambular entre los vertidos. Y era allí mismo donde los comerciantes ponían sus tenderetes con objetos de quinta mano y alimentos en un estado más que dudoso. Un crío pequeño y con la cara ennegrecida por la suciedad extendió su mano para pedir dinero pero lo que le dimos fue la ración de comida que nos había sobrado y que habíamos pedido en el restaurante que nos empaquetaran. En la India el alimento no sobra para nadie.
Fue poco después cuando abandonamos el tráfico y comenzamos a subir por un camino zigzagueante que se internaba en una colina seca y pedregosa. Los árboles secos tapaban la basura que los peregrinos a los templos y santuarios que hay en el área iban tirando sin ningún pudor. A mitad de camino nos paramos un par de minutos para lanzar los primeros plátanos a unos monos que había allí jugando, que lo único que hacían era cogerlos y huir con su presa a lugar seguro.
Quien insistió hasta la saciedad fue una vaca que tenía pintados los cuernos de rojo y que nos seguía como si fuera nuestro perro faldero. Ser sagrada no quita de estar hambrienta.
Azanzamos con el tuk tuk sin ninguna compañía a nuestro alrededor y dejamos el coche a la sombra de un árbol. Habíamos llegado al Templo del Dios Sol a tenor de los muros ajados y descuidados en cuyos ventanales y huecos permanecían sentados tranquilamente un número de monos considerable. Así a primera vista el estado de la entrada resultaba paupérrimo, desastrosamente sucio y mal conservado. Pero mirando más allá de las rejas por las que se entra al complejo parecía que la cosa podía mejorar.
Y realmente así sería, aunque antes de comprobarlo estuvimos de parranda con los monos y las vacas quienes nos rodearon completamente cuando nos vieron aparecer con dos bolsas llenas de plátanos, que por otra parte desaparecieron en apenas dos minutos.
Tras pasar una especie de torno de hierro, nos encontramos con un señor que vendía tickets a 50 rupias si mi memoria no me falla. Y tal y como comenté lineas atrás, la cosa mejoró. Y vaya si lo hizo. El Templo del Dios Sol es un complejo compuesto por varios edificios mucho más grande de lo que yo me imaginaba. Practicamente todos sus muros de los que sobresalen varias terrazas están absolutamente decorados con pinturas que alternan motivos vegetales con otros figurados provenientes de la mitología y la religión hindú.
Pero era unos metros más adelante y en una posición un tanto más elevada donde me encontré con la parte más interesante del Templo, el primer estanque sagrado (las aguas de Galta son veneradas por numerosos fieles que creen en sus propiedades) en cuyo fondo hay una hermosa fachada atrapada entre los riscos. En dicho estanque (Kund) pude disfrutar de la presencia de varios monos que no pararon un segundo de jugar a apenas un metro de nosotros. En ocasiones, sobre todo cuando el calor se hace insoportable entre los meses de mayo a septiembre, se suelen dar largos baños en las oscuras y bendecidas aguas. Pero en ese momento los juegos y peleas nos las ofrecieron tanto en las vallas como en los pisos superiores.
Las acrobacias y peleas fingidas dignas del Pressing Catch (ver video) hicieron que me lo pasara genial. Tan sólo observar el espectáculo inenarrable que proporcionan estos monitos de pelo marrón (allí no vi ningún Langur de cola larga) es motivo suficiente para ir hasta allí. Además han perdido el miedo a la presencia humana, lo que hace que no se cohíban a la hora corretear junto a tí o incluso si es menester, agarrarte el pantalón para «preguntarte» si tienes algo para ellos.
Conté tan sólo un par de mochileros como turistas extranjeros, además de mí, por supuesto. El resto eran indios que o bien iban a rezar o bien a darse una vuelta por allí en un momento en que los peñascos daban sombra y aliviaban el inevitable calor de la ciudad. Quizás el no ser un lugar tan concurrido no hizo más que añadir puntos al que particularmente junto a Amber me pareció lo más entretenido de Jaipur.
El Templo de los Monos me trajo a la memoria escenas del Libro de la Selva y la confirmación de que un sitio que parece tan irreal pueda existir y esté abierto a todo el que por allí quiera pasarse. Un rincón sagrado donde los primates son tratados como Dioses, verdaderos descendientes del Gran Hanuman, una de las deidades preferidas del hinduismo, que según la Leyenda es poseedor de una Fuerza imbatible.
En un pequeñísimo santuario dedicado al propio Hanuman un joven monje, tras dedicarme unas palabras que hablaran del propio templo y del Dios Mono, del que había una estatuilla, me impuso un collar de flores, ató sobre mi muñeca una pulsera de hilos amarillos y rojos que me comprometí a no quitarme hasta que se cayera sola, y además me pintó un punto amarillo en la frente a media distancia de los ojos. Después se fue sin pedir nada a cambio y regresó minutos después para hacer el mismo ritual a dos mujeres indias que allí había. No sabía la razón, pero allí sentado en el suelo de piedra del santuario sentí una absoluta serenidad y, con toda franqueza, ganas de quedarme allí basante más tiempo sin importarme que se hiciera de noche. Estaba realmente a gusto, y me sentía además de muy tranquilo, muy feliz. Haber llegado hasta allí, hasta un templo gobernado por los monos, era la confirmación más radical de que mi rutina estaba tan esfumada como lejana de aquel apartado lugar del Rajasthán.
Pero hubo que marcharse de allí porque el pobre Sonu ya había trabajado lo suficiente y yo ya veía adecuado marcharme al hotel a descansar, sobre todo teniendo en cuenta que a las dos de la madrugada debía tomar un tren nocturno a la ciudad de Agra, conocida por albergar una de las siete nuevas maravillas del mundo, el Taj Mahal.
Camino de vuelta recogimos a tres mujeres con un bebé que estaban haciendo autostop. Tan sólo querían que les bajásemos al pueblecito que había más abajo, a un paseo considerable. Así que por unos minutos aguantamos con una sonrisa las apreturas para poder hacerles un favor que no nos costó nada en absoluto.
BYE BYE SONU, BYE BYE JAIPUR
Sonu atravesó nuevamente el centro de Jaipur para que pudiera asomarme por última vez al Palacio de los Vientos y sin más dilación me llevó a las puertas del hotel, donde antes de despedirme con un abrazo me pidió que le escribiera en un cuaderno que guardaba en la guantera unos comentarios acerca de lo que había vivido en los dos últimos días para así podérselo enseñar a futuros clientes de habla hispana. Así que le dejé unas palabritas para la posteridad con las que además de contar lo positiva que había sido mi experiencia con este simpático conductor de tuk tuks, resalté que el cliente debe ser muy tajante con el tema de las compras. Si uno no se pone serio, acaba recorriéndose cuarenta mil tiendas sin apenas tiempo para ver las cosas que más interesan. Este es un país en el que cuando nacen los niños las matronas dicen «Enhorabuena, ha tenido un comisionista. Por cierto, es varón».
Me despedí de Sonu deseándole lo mejor y entregándole una tarjeta del Rincón de Sele para que echara un vistazo a la página, aunque no entendiera ni papa de español. Me dio un abrazo y se marchó haciendo sonar el claxon del rickshaw como tenía acostumbrado.
La tarde-noche la dediqué a actividades de poco desgaste físico como darme una larga y refrescante ducha, a preparar la mochila nuevamente, cenar, ver fútbol inglés en la Televisión, revisar las más de doscientas fotografías que había hecho hasta el momento, dormir… En resumen, pasar las horas antes de que a la una y media de la madrugada viniera un taxi a buscarme al hotel (300 Rs.) para llevarme a la estación a tomar mi primer tren nocturno, cosa que por otra parte no me apetecía demasiado. Pero la recompensa se llamaba Taj Mahal y sólo por eso era capaz de subirme a un camión de ganado si hacía falta.
MI PRIMER TREN NOCTURNO DEL VIAJE: DUERME COMO PUEDAS
Después de tantas horas de asueto el reloj dio la 1:30, por lo que abandoné el hotel subiéndome a un taxi blanco que invirtió apenas diez minutos en su travesía a la estación. Y allí me situé a la espera de que el tren 2308 Ju Hwh Supfast. Clase 2A. de las 2:00 de la madrugada y por el que había pagado 512 Rs. llegara sin retraso. La fama de puntualidad de los trenes indios no es la mejor posible pero en este caso, y por fortuna, se cumpliría el plan previsto. Un gran número de personas permanecía pacientemente sentada en el suelo, con sus bártulos preparados (algunos parecían que se llevaban la casa de viaje) para subirse al vagón que indicaba su billete. Entre la multitud se paseaba un vendedor de cadenas y candados para evitar la segunda mala fama de los ferrocarriles indios, los robos. Yo me hice por apenas 50 rupias con una cadena bastante larga con la que enroscaría tanto la mochila grande como la pequeña y así poder dormir más tranquilo. Al menos esa era mi intención.
Cuando el tren llegó yo me subí al vagón correspondiente y busqué mi litera billete en mano. Pero cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que en la que supuestamente era mi cama de Jaipur a Agra había alguien durmiendo a pierna suelta y roncando a pleno pulmón. Me aseguré de que no me había equivocado de sitio y quizás por que me daba un poco de corte despertar al señor que allí estaba me dirigí al revisor para pedirle que si era tan amable le despertara y le dijera que esa litera estaba adjudicada. Su respuesta fue que no me preocupara y que fuera yo el que le despertara, que no pasaba nada. Y allá fui, a darle unos leves y respetuosos toques a la espalda del somnoliento invasor, con los que respondió bajándose de la litera de forma instantánea y marchándose a dormir a otro lado. Eso estaba mejor, pero aún quedaba otro pequeño problema. Los indios van y vienen en tren siempre tan sumamente cargados de bultos, que no había ni un mísero hueco para mi mochila grande. Así que como no quería dejarla en cualquier parte no tuve más remedio que subírmela arriba de mi cama y apañármelas como fuera para poder dormir.
Arriba, porque tenía litera superior, llevé a cabo lo que en Aluche venimos a llamar «hacer un Alcatraz», que no es otra cosa que montar un sistema de seguridad momentánea al equipaje ya sea con candados y cadenas o con lo que sea necesario, pero que evite por todos los medios un robo en medio de la oscuridad. Enrosqué a conciencia la cadena a la mochila y a la barra de la litera utilizando candados con contraseña que son de gran fiabilidad. Ya podía dormir tranquilo que ahí no me iban a hurgar por mis santas narices. Aunque bueno, lo de dormir tranquilo no significaba dormir bien porque con tanto equipaje encima viviría estrecheces un tanto incómodas. No fue la noche de mi vida, para que nos vamos a engañar.
Sele