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Jizōs de piedra por los niños condenados

En Japón me llamó poderosamente la atención encontrarme en algunos cementerios, templos o senderos próximos a los cauces de los ríos, a grupos de pequeños bebés esculpidos en piedra con sus gorritos, sus baberos e incluso algún que otro juguete junto a ellos. Es, sin duda, una imagen muy llamativa y que tiene una explicación. La de los niños de piedra es una tradición muy arraigada para los japoneses y parte de una historia realmente emotiva. Una historia a la que se aferran los padres desesperados por la pérdida de sus hijos pequeños para tratar de aliviar el profundo dolor que les rompe desde que se marcharon.

Jizos de Nikko (Japón)

Ya se sabe que éste es un país muy rico en creencias y cuentos, los cuales muchos desconocemos, e ir descifrándolos nos va permitiendo comprender cada vez más porqués de la cultura nipona. Para ello, hoy os voy a contar el cuento de Jizō y los niños condenados.

Los niños de agua

Hay una creencia que dice que las almas de los bebés que no han podido nacer y los niños pequeños que han muerto de forma prematura caen condenados al cauce seco y sombrío del río Sanzu (Sanzu-no-kawa), desde el que se cruza a la otra vida. Dichas almas están destinadas cruelmente a esta especie de purgatorio en el que abundan los demonios y otras criaturas maléficas debido a que aún no han acumulado buenas acciones con las que ganarse estar en el otro lado y además han ocasionado, sin quererlo, una pena enorme a sus padres. Allí los bebés piden compasión a Buda para que les deje cruzar el río y así poder ser felices definitivamente. Por ello forman montoncitos con piedras como ruego al Maestro y así poner fín al tormento que comparten con los demás niños. Pero por las noches, aparecen los demonios asustándoles, destrozando sus torres de piedras y provocando las lágrimas de desesperación de los pequeños.


Imagen procedente de un cómic japonés

Pero es ahí donde aparece la figura de Jizō, un boddhisattva (deidad compasiva que sigue los caminos de Buda) que protege a los niños muertos prematuramente, a las mujeres embarazadas, los viajeros y a los condenados a las llamas del infierno, ayudándoles a paliar el sufrimiento. En el caso de los niños caídos en la orilla del Sanzu, él les ayuda enfrentándose a los espíritus del mal que les perturban, secándoles las lágrimas y escondiéndoles bajo sus mangas cruza con ellos un río que por sí mismo no podrían. Entonces este héroe protector devuelve su sonrisa a los inocentes que ponen fin a la desgracia de la orilla seca del Sanzu.

Jizō es el compañero de juegos de los conocidos como Mizuku, que quiere decir «niños del agua», debido precisamente a esta historia del río y los demonios. Muchos padres que han visto perder a sus bebés antes ni siquiera de nacer, o han fallecido a muy corta edad, vuelcan sus ruegos a las pequeñas figuras de Jizō que hay colocadas en muchos cementerios y templos, para que éste les ayude pronto a superar su tormento y acompañe a las almas de los niños donde les corresponde.

Estas pequeñas esculturas suelen llevar puesto gorros y baberos de punto, que les colocan los padres que han perdido a un hijo o una hija. También es muy habitual ver colocadas bajo sus piececitos varios montones de piedras con los que pedir compasión y dejar que los niños las pongan en la orilla antes de que lleguen los malvados espíritus.

Las imágenes de los Jizōs son bastante habituales y los viajeros que llegan a Japón y se las encuentran se preguntan por el significado de las mismas. Estos niños, muchos de ellos sin nombre, tienen en estas estatuíllas la representación de todas y cada una de sus historias, del recuerdo de una familia que no se olvida de ellos y que intenta asimilar como puede tran triste pérdida. Porque no hay mayor dolor humano que el de una madre que ve marcharse a un hijo para siempre. Al menos tienen el alivio de que Jizō les acompañó a la otra vida para ser felices…

Dos senderos con estatuas Jizō que recomiendo

Viajando por Japón es muy posible dar con distintos grupos de Jizōs prácticamente sin darse cuenta. En mi caso pude observar distintas alineaciones de estatuíllas en varias ciudades y veredas. Pero voy a recomendar dos lugares concretos en los que percibí una atmósfera especial, sólo comprensible cuando se llega hasta ellos. En ambos parecían revolotean los espíritus y las almas de esos niños que amontonan piedras y temen a los demonios.

Fila de Jizōs en el templo Zojo-Ji (Tokyo)

En la gran capital de Japón, siempre asociada a rascacielos, luces de neón y otakus por las calles, pervive la tradición en muchos rincones. Justo al lado de la Tokyo Tower (una especie de Torre Eiffel roja en versión nipona), en el distrito de Shiba, se encuentra el Templo de Zojo-ji, dedicado a los shogunes Tokugawa. Se puede llegar en metro por la Mita Line (color azul oscuro) bajándose en la Estación de Shibakoen. Allí, además de un templo muy recomendable rodeado de cerezos, hay pobladísimas filas de Jizōs que se localizan en uno de los laterales, dentro de un sendero que finaliza en el cementerio.

Allí las estatuas estaban todas ataviadas con sus gorros y sus baberos. Les acompañaban también las flores, pero sobre todo lo que no faltaban eran los típicos molinillos de viento de juguete que tanto gustan a los niños. Caminar en una fila que puede superar los cien metros es impactante, sobre todo cuando el aire hace cobrar vida a todos esos molinillos que dan vueltas y más vueltas. Resulta sobrecogedor pensar en esas historias de bebés sin nombre que se fueron al «limbo nipón» antes incluso de llegar a haber visto la luz del Sol.

Es un lugar que merece la pena. Un silencio roto por el viento que mece tantas y tantas vidas de piedra…

El sendero Bake Jizō de Nikko

Nikko, a un par de horas de Tokyo en tren, es una ciudad famosa por sus numerosos santuarios. Es bastante turística no sólo por algunos de los mejores monumentos del país sino también por que está en un emplazamiento de Naturaleza extraordinario. Apartado de los templos, cruzando a la otra orilla del río por el puente Kanman, se encuentra una zona de pozas naturales formadas por la actividad volcánica que se la conoce como «Abismo de Kanmangafuchi». Justo allí, donde fui a dar casi al azar, estuve paseando en solitario por una vereda dentro del bosque cerrado que va a dar a las aguas que aquí fluyen. Y me topé con un camino, el «Bake Jizō Trail», en el que había más de setenta figuras Jizō puestas en fila con sus gorros y sus baberos de color rojo. Es tanta la humedad que hay, que el musgo y otra vegetación forma una unidad con la piedra de estas enigmáticas esculturas.

Sus rostros serios no respiran la inocencia de otros jizōs que vi por Japón. Además de ser figuras de mayor tamaño, sus rostros son más serios, más ásperos. Provocan una mayor inquietud, siendo los silencios ciertamente incómodos los que acompañan al viajero que camina junto a esta representación en piedra de niños perdidos.

Antiguamente hubo más de un centenar de estatuas Jizō, aunque la crecida de las aguas hizo desaparecer algunas de ellas. Hay una Leyenda en Nikko que explica que si intentas contarlos en varias ocasiones, nunca te va a salir el mismo número. Se cambian de lugar burlándose de quien trate de contarlos. Algo así como un… juego de niños. Yo no me atreví a contarlos todos, por si acaso.

Aquí podéis ver algunas fotografías más de este lugar que particularmente se convirtió en mi preferido de Nikko:

Otros lugares para ver Jizōs…

Como he dicho antes estas estatuas se encuentran en muchas ciudades, pueblos e incluso bosques japoneses. En ocasiones no nos damos cuenta de que son jizōs, porque los hay de muy distintas formas. Nunca se ven dos iguales. He aquí algunos ejemplos más que pude fotografiar en mi viaje a Japón.

En Kamakura:

En Takayama:

En Miyajima:

Así que ya sabéis el porqué de estas pequeñas figuras de piedra llamadas Jizōs. Esos niños que van al purgatorio nipón, a la espera de escapar de los demonios y romper su triste e injusta condena, tienen quien les proteja.

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