La experiencia de dormir en una Cápsula
Japón es uno de los países con el suelo más caro del mundo, sobre todo en las grandes ciudades. Esta condición favoreció que a finales de los setenta y primeros de los ochenta comenzara a aparecer una categoría de hoteles que rompía con los moldes establecidos para reducir el coste de las inversiones por parte de los empresarios, y a su vez captar a una clase de clientes muy concreta que se estaba multiplicando en esos años, los empleados que trabajaban en la oficina hasta última hora.
La solución pasó por crear los ya famosos Hoteles Cápsula, inconcebibles para una mentalidad occidental, pero tan útiles como solicitados en un país que parece ubicarse cuatro planetas más allá de nuestra Galaxia. Los gurús nipones pensaron «Si no queremos reducir el servicio y la atención a nuestro clientes y continuar ofreciendo precios asequibles, lo que haremos es menguar el tamaño de las habitaciones». Y así procedieron, limitando el espacio de los cuartos para llegar a albergar en sus instalaciones un numero elevadísimo de habitáculos de 1metro de ancho, 1 metro de alto y 1´90 metros de largo. De esa forma donde antes cabían cien, ahora caben dos mil.
Los clientes potenciales y reales que copan más del 90% de ocupación de los Hoteles Cápsula son los hombres de negocios que salen de trabajar muy tarde y no les da tiempo o directamente no les compensa tomar un medio de transporte para volver a casa y estar a las ocho en punto en la oficina. Eligen entonces estás nuevas modalidades de hoteles en Tokio, Kioto u otras . En estas mega ciudades, donde las distancias entre el hogar y el trabajo pueden ser bastante grandes, está muy asumido pasar la noche en esta clase de hoteles cuando la reunión se ha alargado más de la cuenta.
Cápsulas, nichos acolchados, cajas de cerillas, el infierno de los claustrofóbicos… son muchas las formas de llamar a estas micro-dependencias que salen de vez en cuando en el telediario como ejemplos de falta de espacio y de curiosidad étnica tan alejadas como inconcebibles más allá de las fronteras niponas.
Cuando viajé a Japón en julio de 2008 no dudé un momento que yo tenía que ir al menos una vez a un Hotel Cápsula. Conocer de primera mano una de las mayores frikadas posibles en lo que a alojamiento se refiere era algo obligado para mí. Como suelo decir muchas veces, ese tipo de cosas son igual o más cultura que visitar un monumento, y una de las mejores formas de aprender y entender el lugar donde nos encontramos.
Recuerdo que no pude hacer reserva online para la que sería mi última noche en Japón, en la ciudad portuaria de Fukuoka, ya que son establecimientos tan específicos que raramente sus páginas, si es que tienen, no vienen traducidas del japonés. Decidí jugármela en el terreno. Si tanto uso tienen, pensé que no tendría problema en localizar alguno.Y así fue, en cuanto llegué en un cómodo y veloz tren bala procedente de Hiroshima, no tuve más necesidad que preguntar en la oficina de turismo que hay en la Estación de Trenes, donde me señalaron que había un Capsule Hotel a tan sólo cien metros de donde estaba en ese momento.
Por fuera parecía un hotel absolutamente normal, incluso diría que con un mínimo de cuatro estrellas. Para entrar tuve que quitarme las zapatillas y guardarlas en un cajetín antes de acudir a recepción. Allí me mostraron las distintas «cápsulas» disponibles, unas en plan colmena de abejas y otras con mayor separación entre ellas e incluso con un pequeño vestidor para dejar la ropa. Contraté y pagué allí mismo mi cápsula donde pasaría la noche y antes de subir hasta ella tuve que dejar el equipaje a buen recaudo en unas dependencias que hay detrás de la recepción. Claro está que no te puedes subir una maleta grande a un habitáculo tan pequeño.
El número de mi cápsula era el 512, por lo que era muy probable que hubiera muchos más micro-dormitorios en el hotel. Por los pasillos tan sólo había hombres adultos en yukata (batas típicas japonesas), y es que generalmente en los Capsule Hotel no está permitida la entrada a mujeres (poco a poco se van construyendo más, pero aún son una excepción). Eran hombres de negocios de más de cuarenta años, con sus maletines guardando ordenadores portátiles, que cumplían a rajatabla el estereotipo de cliente potencial al que hacía mención al principio. No me crucé a ningún extranjero. Debe ser que esta clase lugares no son aún frecuentados por los viajeros.
Cuando llegué a mi cápsula me pregunté si iba a caber en ella y si no iba a agobiarme de dormir en un sitio tan cerrado. Aplicando terminología un tanto tétrica, parecía un nicho incrustado en la pared, auque prefería pensar que era igual que esas cápsulas de las naves espaciales de películas como El Planeta de los Simios o La Guerra de las Galaxias.
Sus dimensiones ciertamente eran pequeñas, pero como yo tampoco tengo la altura de Pau Gasol, no tuve problemas de espacio a lo largo, que podían ser los más difíciles de superar. A pesar de sus limitadas dimensiones, la cápsula venía bien equipada con aire acondicionado, equipo de música, televisión (con toda clase de canales, ejem) y un pequeño reloj despertador. Una especie de reposabrazos a mi izquierda tenía todos los botones para manejar lo que necesitara. Viene bien familiarizarse con la cápsula para que más tarde no entren los agobios.
Como aún no era tan tarde y no me veía ahí con los ojos como platos pasando el rato, me fui a dar una vuelta por las instalaciones del hotel. Y vaya sorpresa. Lo que no invierten en las habitaciones lo invierten en ofrecer toda clase de servicios a sus clientes. Salas con ordenadores con conexión ultra-rápida a internet, Onsen (Baños con aguas termales), saunas, salones con sofás y enormes televisiones de plasma, salas de masaje, máquinas automáticas donde podías comprar toda clase de refrescos o incluso una camisa y una corbata para la ocasión, acceso a la prensa diaria, y así un largo etcétera de prestaciones.
Cuando empezó a llegarme el sueño sueño me sumergí entre las sábanas de mi cápsula, encendí un poco la tele para aliviar los ronquidos procedentes de «la colmena» y caí sin casi enterarme de que estaba en una habitación que medía un metro de alto, un metro de ancho y casi dos de largo. La nave despegó pero antes de llegar al Planeta de los Simios los agudos sonidos del despertador que tenía junto a mi cabeza me llevaron a la realidad.
¡Prueba superada!
Sele
3 Respuestas a “La experiencia de dormir en una Cápsula”
Hola guapito!!! no dejas de asombrarme pese a lo que te conozco… me encantas!!! oye, ya me contarás dónde es mejor viajar… yo ahora no tengo un céntimo, así que me quedo por los madriles todo el verano, pero en cuanto tengo dinerito haré uno de estos viajes…
Marta Pérez va este verano a Japón, ya la he llamao para que visite tu página y se informe.
UN BESOTE GORDO!!!
Hola Sele!
Me encanta esta nueva seccion, enhorabuena!! y felicidades por este articulo q me ha encantado como todo lo relacionado con Japón. Estas aventurillas son esas pequeñas cosas q hacen especiales un viaje y q una guia jamás cuenta. Gracias por compartirlo con todos. Un abrazo
Ahorro y aprovechamiento del espacio convertido en una muy buena opcion