Chamartín, año cero...

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Chamartín, año cero…

Echo la vista justo diez años atrás y me veo en mi barrio de siempre, disfrutando de unos soleados días en la piscina con mis Osloamigos, en los que la toalla se convertía en nuestro hogar durante tres largos meses. Lo que parecía el comienzo de un verano completamente normal, con las vacaciones en Galicia casi a punto de venir, resultó que hubo una vuelta de tuerca radical a nuestros planes. Surgió de la nada y muy a última hora la idea de hacer un interrail y salir a conocer Europa utilizando el tren. Yo lo veía al principio muy precipitado, pues se había comentado que el pistoletazo de salida era en tan sólo una semana, y además los objetivos eran grandes, llegar a Cabo Norte, en Noruega, considerado como el punto más septentrional de Europa y donde no se pone el Sol en verano. Casi nada para quien apenas había hecho un viaje al extranjero en toda su vida. Reconozco que me lo estuve pensando un par de días pero en el fondo sabía que aquella historia no iba a quedar en saco roto. Compré finalmente el billete del interrail, al igual que los otros cinco que formarían parte del primer gran viaje, y empecé una preparación concienzuda de mi mochila Altus de color rojo que había utilizado para los campamentos veraniegos por el Pirineo Aragonés y que por fín iba a conocer otros aires más lejanos. El viaje en sí no iba a conllevar planificación alguna salvo la ilusión de unos chicos de barrio que estábamos determinados a perdernos un mes por Europa y conocer una serie de lugares que sólo habíamos visto por televisión. La Expedición Cabo Norte estaba en camino y dispuesta a no fallar en el intento.

En ese momento los vuelos de bajo coste no existían y el mero hecho de cruzar una frontera parecía conseguirse casi únicamente a través de las agencias de viaje. Sería la primera vez en que marchase al extranjero por mi cuenta, sin intermediación alguna. De una forma u otra, todos nosotros empezábamos a saborear las mieles de viajar de forma independiente. Lo que nunca sabríamos es que no volveríamos siendo los mismos…

Creo que aquel interrail fue un curso acelerado para viajeros. Aprendimos a ajustarnos a un presupuesto realmente bajo, teniendo que convertir a «nuestras habitaciones» en jardines, estaciones o bancos del parque. Y, sobre todo, a convivir, a disfrutar del mismo sueño sabiendo que éramos personas completamente diferentes las unas de las otras y que era complicado ir siempre al unísono en todo. Pero fuimos acomodando nuestros ritmos, acoplándonos, siendo conscientes de que estábamos gozando de una oportunidad única de conocer lugares que no podíamos plantearnos tan sólo unos días antes. Quién me iba a decir a mí que me iba a patear París, a despertarme en Amsterdam, a dormir en una estación de Copenhague, a apasionarme de los paisajes rurales de Noruega, a subirme a un barco rumbo al Círculo Polar Ártico, a bailar toda la noche en Berlín, a entusiasmarme con Salzburgo…

Una mochila con ropa vieja que mi madre me había dado para quitársela de encima de una vez, un plato de hojalata, una taza para beber, el saco de dormir, comida del supermercado y un camping-gas para cocinar. Y, por supuesto, unas cámaras fotográficas de carrete muy lejanas a las digitales con las que contamos actualmente (las fotos tomadas, que no fueron muchas, las tuve que escanear a la vuelta). Esos eran nuestros enseres más valiosos, y es que lo único que no podía faltarnos era la ilusión por querer ir más allá…siempre buscando ese norte legendario en el que nos habían contado que el Sol permanecía encendido las 24 horas del día.

Ese run run viajero que estaba latente en todos nosotros desde pequeños se despertó definitivamente, amenazando con no volver a dormir jamás. Habíamos iniciado un camino de no retorno. Sin apenas darnos cuenta habíamos dejado de ser los mismos de antes. Ese, probablemente, fue el empujón definitivo a nuestras vidas.

Hoy me viene a la mente ese viaje de inexpertos natos y lo recuerdo con tanto cariño que no puedo dejar de pensar que mis primeros pasos no los dí en el parquet de mi casa sino a bordo de un tren cargado de experiencias inolvidables. Creo que muchos de nosotros nacimos un día tal como hoy hace diez años en la Estación de Chamartín.

Gracias a Chema, Kalipo, Saúl, Mutiu y Bernon. Felicidades a vosotros también, amigos.

Sele (en twitter búscame como @elrincondesele)

PD: Recuerda que puedes leer un artículo sobre el Interrail 2001 si pinchas en el banner:

PD2: Este miércoles regresamos a Sri Lanka en un capítulo apasionante. No te lo pierdas!

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