Crónica de un viaje a Camboya y Singapur 1 (Recorriendo Singapur)

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Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Capítulo primero

18 de marzo de 2010: DEL TRABAJO AL AVIÓN SIN SOLUCIÓN DE CONTINUIDAD

Ya estaba otra vez en faena. La misma rutina de siempre cuando me marcho de viaje y me toca trabajar ese día. El equipaje debajo de la mesa, los nervios encima de ella y mis compañeros asistiendo en directo a las últimas horas, los últimos preparativos y las últimas dudas. Realmente es muy complicado concentrarse para el trabajo diario cuando uno va a tomar dos aviones por la tarde, el primero a Londres y el segundo nada menos que a Singapur. Sumando las horas de los dos vuelos me salían quince horas, que ya era tiempo. Ciertamente ya estaba más allí que aquí, pero en realidad entre la duración del vuelo y el constante transpasar de husos horarios no me vería en Singapur hasta la tarde del viernes 19, día de San José y del Padre.

Afortunadamente se pasó rápida mi estancia en la oficina y cuando me quise dar cuenta ya estaba en la gigantesca e inabarcable Terminal 4 del Aeropuerto de Madrid-Barajas. Buscar el stand de la compañía (British Airways), facturar el equipaje, pasar los odiosos controles de seguridad (fuera cinturón, móviles, líquidos y portátil para que la maquinita termine pitando igual), recorrer los kilométricos pasillos de la T-4, ir a la Puerta de Embarque, embarcar y…para adentro. Rutina dentro de la rutina para la primera etapa de este viaje. Ir a Londres fue pan comido. Me puse en el netbook la película de «Los Gritos del Silencio» (Título original: The Killing Fields) para irme empapando de la Historia más cruel e inhumana de Camboya, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en el Gran Centro Comercial de Heathrow. Ya, ya sé que es un aeropuerto pero si no fuera por los aviones en la pista hubiera pensado que estaba en la planta tres de Harrods y que me iba encontrar de cara con Mohammed Al Fayed y hasta con Santa Claus. Eso sí que es un negocio y lo demás son tonterías…

Aproveché a cambiar euros por dólares, que en iba a ser la moneda de la que más iba a tirar durante el viaje, y a cenar un poco de sushi a cinco libras la caja. Estaba loco ya por desaparecer de Heathrow y que fueran los focos asiáticos los que dieran luz a mis días. Sin olvidarme de que iba directo al verano, algo que después del invierno más frío y crudo de mi vida era de agradecer.

El avión de British Airways que me llevó a Singapur era una pasada. Tenía dos plantas y espacio suficiente para estirar los pies, puesto que había tenido la suerte de ser situado en la primera fila, inmediatamente después de la Business Class. Por tanto, no tuve a nadie delante salvo una pared. Creo que tanta comodidad hizo que me olvidara de las 13 horas de vuelo y por primera vez en mi vida puedo decir que las pasé durmiendo casi de forma completa. Ya no quise ni cenar y tan sólo me despertaron para el desayuno. Ni pantalla con películas, videojuegos o música. No ví ni hice nada. Salvo dormir y hacer crujir mi cuello en alguna que otra ocasión.

Así, la verdad, que da gusto volar…

19 de marzo de 2010: PRIMERAS HORAS EN SINGAPUR… PRIMERAS SENSACIONES

18:00 horas del viernes 19 de marzo, San José. Fue la hora a la que aterricé en el Singapore Changi International Airport en una tarde realmente nublada. La gente llevaba manga corta y es que por fín me había metido de lleno en un clima cálido y húmedo que difería mucho del que había dejado en España. El Aeropuerto de Singapur es realmente moderno y está repleto de tiendas como se le presupone a la Ciudad-Estado más próspera y avanzada del Sudeste asiático y una de las más del mundo. Una gran cantidad de terminales con internet gratuito son la muestra más fehaciente de que esta ciudad se ha catapultado notablemente en las Autopistas de la Información. Los utilicé para averiguar en un momento la cotización en ese instante de los Dólares de Singapur con los que me iba a hacer en apenas minutos en cualquiera de las distintas Casas de Cambio que tenía a mi disposición en el Aeropuerto. A pesar de que los dólares americanos y los euros son moneda con la que se funciona en muchos países, en Singapur todo se paga en sus propios dólares. El cambio para recordar era muy fácil. 2 SGD equivalían a 1€. Cambié suficiente para sobrevivir hasta el lunes por la mañana cuando volara a Camboya. Tenía que calcular gastos para el hostel (3 noches), algún que otro taxi, las visitas y las comidas para este tiempo. Como siempre, me terminé quedando corto, y eso que iba a necesitar algunos dólares más cuando pasara en Singapur el último día de viaje. ¡Qué complicado es atinar con un presupuesto!

Control de pasaportes, equipaje recién salido de las bodegas del avión de British Airways, pim, pam pum, fuera. Aunque hay transportes suficientes para ir al centro de la ciudad desde el Aeropuerto, después de tropecientas horas de vuelo, tomé un taxi al hostel. Tenía la duda de si en Singapur se negocia la carrera o los taxistas se ajustan al taxímetro, pero ésta se cerró al instante. Hay que ceñirse al taxímetro. Lo celebré, menos preocupaciones. Un trayecto del aeropuerto al centro cuesta entre 20 y 30 Dólares de Singapur (10-15€), que siempre dependerá del tráfico o de si se está en horario nocturno. Yo me gasté exactamente 25 SGD para llegar al Welcome Inn Backpacker´s Hostel, que se encuentra en Jalan Besar, una larga avenida del barrio de Little India.

Al ser viernes por la tarde, hora de salida de muchos trabajos, tuvimos bastante tráfico. Cerca de 40 minutos fueron los que invertimos en el trayecto, por lo que de una forma u otra 25 SGD me acabó pareciendo barato. O al menos eso quería pensar mientras esquivaba como podía el dañino aire acondicionado que se clavaba en mi garganta. Es cierto que fuera hacía calor, pero seguro que se puede lograr un mejor equilibrio entre interiores-exteriores para no ir del horno al congelador sin apenas pausa. El taxista me estuvo preguntando sobre mi estancia en Singapur y alabó las excelencias de su ciudad asegurando con orgullo que es la más limpia y segura del mundo. Mientras tanto yo miraba por la ventana para quedarme con los primeros detalles. Como por ejemplo que todo estaba lleno de árboles y flores. La vegetación, el acero y el hormigón están perfectamente sincronizados en Singapur. Se nota que se está a pocos kilómetros de la línea del Ecuador y de la posesión de un clima sumamente húmedo que permite el crecimiento veloz y abundante de árboles, arbustos y ramas imposibles que se agarran como pueden a los puentes y a las casas. No hay que olvidar que la Isla de Singapur (porque es una isla separada de la Península de Malasia) fue hasta bien entrado el Siglo XIX una frondosa selva tropical donde moraban los tigres a sus anchas. Y aunque hoy predominan las construcciones de altura, hay reminiscencias de su pasado de naturaleza virgen y bosque primario.

El taxista me dejó en el hostel que tenía reservado tras cruzarnos con un luminoso que apreciamos rápidamente cuando tomamos Jalan Besar, una avenida con construcciones de corte colonial. Recuerdo un gran número de gatos en recepción y mucha gente navegando por internet. Tuve que firmar varios folios que estaban llenos de reglas y prohibiciones (algo bastante común en todos los hostels de Singapur) y pagar las tres noches que allí iba a permanecer (60 SGD/pers./noche). Tenía una habitación individual pequeñísima y con ventana hacia la calle que estaba insertada dentro de una habitación colectiva. El aire acondicionado de la grande estaba puesto al máximo y con sólo pasar por ella se me puso la carne de gallina. Allí había varios indios inmersos en plena lectura en sus camas. Yo me limité a dejar el equipaje en la habitación, ver el baño (compartido) y en prepararme para dar un breve paseo nocturno por la zona. Mi mente, además, necesitaba aún tiempo para adaptarse a las siete horas de diferencia que había con España (en horario de invierno, en el de verano son seis). Y para eso lo mejor era salir un rato a la calle.

MI PRIMER FOOD CENTER. ¡RICO, RICO!

Anduve por Jalan Besar hacia los Puestos de Comida de Lavender (Lavender Food Center), que tenía a apenas diez minutos caminando desde el hostel. Según había leído los Food Center eran la mejor opción para comer/cenar barato y bien. Y doy fe de que es una de las mayores verdades de toda Singapur. Llegué aP1120226 Lavender atravesando una calle oscura, que no solitaria, cuyas aceras no habían absorbido las lluvias que debieron caer durante la mañana. Hacía calor y mucha humedad. Tanta que cuando abrí la cámara se empañó el objetivo. Tuve que limpiarlo varias veces y mantenerlo abierto para que se «acostumbrase» al nuevo clima. Yo por mi parte estaba encantado. Todo lo que fuera huir del frío era bueno. En ese momento lo que más necesitaba era adaptarme a la gastronomía, tarea fácil si tenemos en cuenta que soy un verdadero apasionado de la cocina oriental. Tenía hambre, no era cuestión de engañarse. Y cuando tuve enfrente el cartel del Lavender Food Center se me acabaron todos los males. Allí tenía comida para dar y tomar. Y por la de gente que allí había, no era ni mucho menos el único que venía buscando un buen sitio para cenar.

Se necesitan apenas dos miradas para comprender la Filosofía y concepto de un Food Center. Es una galería, normalmente cubierta, más o menos grande, donde se disponen distintos establecimientos en los que preparan toda clase de comida oriental (lo más normal es la china, aunque suele haber bastante presencia de India también). Uno escoge lo que quiere y se sienta en una de las muchas mesas que hay y que no pertenecen a ningún establecimiento en concreto. Lo importante es que haya sitio, sin ser para nada extraño compartir mesa con más gente. Realmente lo más complicado de estos lugares es escoger dónde vas a pedir la comida y, sobre todo, qué es lo que vas a pedir. Normalmente tienes las fotografías de los platos que venden, si es que no está el género delante del escaparate. Por lo que uno puede saber a qué atenerse. La bebida suele comprarse en un stand distinto al de la comida. Yo después de dar muchas vueltas terminé comiendo pollo al limón con arroz y un enorme batido de plátano natural por aproximadamente 5 SGD (ni 3 euros la cena). Y estuve bastante tiempo hasta que me decidí.

En ocasiones hay stands con comidas más o menos ortodoxas. Encontré unos que sacaban un amplio partido a las ranas y otros que ofrecían sopa de tortuga. Aunque nada comparable con lo que vería en Camboya, donde lo mismo se comen un grillo, que un saltamontes que una repugnante araña frita. Pero normalmente estos establecimientos de la ciudad de Singapur tienen comida asumible a un estómago occidental. Por ejemplo en los stands indios uno puede comerse el mismo Pollo estilo Tandori y el mismo Roti (Pan) que se puede encontrar en Jaipur. O en los chinos un mejor Dim Sum que en Pekín. La comida es exquisita y la variedad es abundante. Ya digo que lo más complicado es escoger.

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UN PARTIDO DE FÚTBOL EN SINGAPUR

Cuando terminé de cenar me fui a deambular sin rumbo fijo por la zona. Quería ver el ambiente callejero frente a los karaokes que se anunciaban animadamente en las fachadas típicamente coloniales. Aunque tenía a todo el vecindario animando en las gradas del Jalan Besar Stadium, el principal y coqueto Estadio de Fútbol de P1120240Little India. Me dio por asomarme a una de las puertas y me encontré con que no había ni porteros ni vigilantes, así que terminé viendo un partido entre el equipo pekinés del Guan Beijing contra el Home United de Singapur. Fue realmente curioso ver el graderío, copado mayoritariamente por chinos, ondeando sus banderas y animando a sus jugadores. Tienen otra forma de vivir el fútbol completamente diferente al de Europa. Incluso parece otro deporte. Los futbolistas eran tan bajitos que parecía que estaba asisitiendo a la Copa de los Hobbits. Creo que no había ninguno que se acercara ni al 1´75 de altura. Un acomodador indio me puso al día de la competición y de que los chinos eran bastante mejores que el equipo local. De hecho vencieron por cuatro goles a uno con el portero en plan cantarín. Un par de tantos y me fui con la música a otra parte.

Terminé pasando por un Templo budista tibetano, un espectáculo de títeres chinos, un local de copas lleno de indios y un karaoke donde las chicas llevaban vestidos rosas muy de películas manga. Sin darme cuenta y en apenas unos minutos acababa de tener delante de mi cara la esencia de Singapur, que no es otra que su mezcla cultural. Esa mezcla de conceptos lo que más me chocó de esta ciudad… y lo que más me gustó.

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Ciertamente fue un paseo interesante. Antes de volver al hostel me pasé a comprar agua en el supermercado de al lado. Luego subí a mi habitación. Como no había forma de dormir por el dichoso jet lag me empapé de dos guías de Singapur que tenían en la estantería de recepción. Más o menos me hice un itinerario aproximado para el sábado, aunque la ciudad es tan grande que sabía que iba a terminar cayendo donde mis pies me llevaran. Era sencillo identificar lugares que visitar. Lo más complicado en estos casos es hacer la ruta más idónea a seguir. Y estar preparado a posibles imprevistos, como es lógico tanto en los viajes como en la vida.

Tener Wi-Fi en la habitación era también un lujo. Pude leer el correo, la prensa y comunicarme con los lectores del Rincón de Sele.com por medio de un comentario breve en la página (Los iba colgando del post de «Preparativos«). La compra reciente de un Netbook había sido mi mejor inversión en años. Es asombroso cómo podemos estar conectados los unos con los otros a más de diez mil kilómetros de distancia. Tirado sobre la cama de la mini-habitación de Singapur pude mandar un saludo a mi gente y decirles que estaba bien, que estaba feliz y tremendamente ilusionado con lo que estaba por venir.

Ya cuando apagué las luces me costó mucho cerrar los ojos. Por el cambio horario y, sobre todo, porque la habitación parecía de papel y prácticamente temblaba cada vez que pasaba un camión o un autobús por la calle que daba a la ventana. El que sea de mal dormir o muy quisquilloso con los ruidos, lo mejor es que utilice tapones para los oídos. Mi caso fue dar vuelta sobre vuelta y otra vez a empezar. Lo que viene a ser domir a ratos en una noche demasiado larga.

20 de marzo de 2010: SINGAPUR, MEZCLA DE CULTURAS CON MARCADO SABOR COLONIAL

A las 7:30 ya estaba en el pequeño salón de desayuno del hostel. Apenas había unos cereales, zumos concentrados y varias rebanadas de pan mojado que incomprensiblemente la gente comía sin problemas. Sólo tuve valor de desayunar unos choco-crispis y poco más mientras leía un periódico local. Lo único que me interesaba saber es el tiempo meteorológico que íbamos a tener ese sábado. Los pronósticos no eran muy halagüeños que digamos: ¡Tormenta segura! Algo que se confirmó en cuanto puse mis pies en la calle. Llovía, en principio no con demasiada fuerza, pero esta aumentaría en cuestión de minutos. Eso es algo que hay que tener siempre muy en cuenta. En Singapur cae mucha agua. Confiaba en la premisa de muchos países con este clima tan húmedo, que cae mucho y fuerte, pero no todo el día. Más me valía que fuera así porque no había traído paraguas.

LITTLE INDIA: UN VIAJE AL PAÍS DEL GANGES SIN MOVERSE DE SINGAPUR

P1120249El viernes por la noche había pensado un poco en torno a un posible itinerario y, aunque no lo tenía claro del todo, sabía que debía comenzar por desengrasar el Barrio de Little India, en el que me encontraba situado y en el que podía moverme perfectamente a pie. Así que a un par de calles del hostel que atravesaban perpendicularmente Jalan Besar tomé Petain Road, la cual lleva a la vía principal del barrio hindú, Serangoon Road. Cuando lo hice entendí perfectamente porqué me encontraba en la «Pequeña India» ya que no necesité más que elevar la mirada para tener enfrente uno de los Templos hindúes más antiguos de Singapur, el Sri Srinivasa Perumal, que se levantó en 1855 con los fondos de un acaudalado inmigrante. Una animada y colorida Gopuram (Torre) erigida a mediados del Siglo XX que tenía a Visnú como protagonista con sus reencarnaciones a lo largo de veinte metros, servía como entrada al recinto en el que había decenas de feligreses rezando. Estas gopuram son muy típicas en India, sobre todo cuando uno se dirige más hacia el sur del país. En Singapur los templos hindúes las muestran esplendorosas con distintas escenas en las que hay deidades, demonios, personas y animales. Toda la mitología se encuentra representada en esas enrevesadas y pintorescas torretas.

Sri Srinivasa Perumal está dedicado al Dios Visnú, aunque su figura no es la única que está representanda en el templo, ya que también hay espacio para que los devotos den sus ofrendas y oraciones a su consortes Lakshmi y Andal, e incluso Garuda, el águila antropomórfica. Me pareció ser el único no hindú en su interior, aunque no por ello me llevé atención alguna por parte de los fieles que allí se encontraban. La gente estaba concentrada llevando tazas de leche y frutas a los Dioses, o recibiendo las bendiciones de los sacerdotes que custodiaban las veneradas estatuas.

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Este es uno de los muchos templos hindúes que jalonan Little India y toda la ciudad de Singapur. Curiosamente el más importante y grande de todos ellos se encuentra en el Barrio Chino (Sri Mariamman), pero no son precisamente pocos los que hay en el distrito indio por excelencia y que alzan sus gopuram al cielo para catapultarnos al país del Ganges.

Aunque la presencia mayoritaria de chinos en Singapur hace posible que incluso en el corazón de Little India no falte una amplia representación del Budismo. Subiendo sentido norte Serangoon Road y metiéndome por una callejuela trasera (Race Course Road) advertí dos templos que bien merecen la pena. El primero (por orden de llegada) se llama Leong San Sée, que viene a significar el Templo de la Montaña del Dragón, y que con una estética «muy china» de abundantes faroles rojos, posee un interior repleto de estatuillas y capillas.

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El segundo, quizás el más llamativo, es el Sakya Muni Buddha Gaya Temple o Templo de las Mil luces, también budista aunque no precisamente chino. Sin duda sus formas son las de muchos templos tailandeses. Destaca en su interior, sobre todas las cosas, un inmenso Buda sentado que mide nada menos que 15 metros de altura. Sólo por observar su férrea y severa mirada y sentirte diminuto por unos instantes, recomiendo no dejar de lado este lugar al que se accede en un cómodo paseo por Little India.

Retomé Serangoon Road, pero en sentido contrario (sur), para no salirme del corazón del distrito indio por P1120275excelencia. La lluvia empezaba a dar punzadas cada vez más fuertes y mirando al cielo no parecía que fuera a detener su vehemencia en un corto espacio de tiempo. Me estaba empapando y como siguiera así las cámaras de fotos y vídeo podían seguir el mismo camino. Así que me fui a buscar un paraguas, primero a un centro comercial y después a una de las centenares de shophouses que copaban la calle. El término shophouse se refiere a las casas en cuyos bajos que dan salida a la calle hay tiendas de todo tipo mientras que en las plantas superiores se encuentra normalmente la residencia de quienes trabajan el negocio. En Singapur una shophouse cumple con una estética colonial y en los Barrios Indio y Chino, es realmente colorida. Gran parte del encanto de esta ciudad radica en estos hogares-comercio de formas atrevidas.

Tras hacerme con un paraguas de los que aguantan pocos usos continué caminando hasta que me crucé con otro templo hindú, mucho más grande que el que había visto anteriormente, y que realmente logró transportarme en cuerpo y alma a la India. El Templo Sri Veeramakaliamman, que significa Templo de Kali la valiente (Diosa de la Destrucción y esposa de Shiva), fue construído en 1881 por indios de Bengala, que le confirieron rasgos de esa zona. Vivos colores en otro gopuram sobresaliente son el antecedente de un interior lleno hasta la bandera de saris, de bindis y tilakas (los lunares que se pintan mujeres y hombres respectivamente en la frente simbolizando el tercer ojo), así como pies descalzos, barbas pobladas y ofrendas florales que perfuman las distintas estancias.

La gente hacía cola para honrar a sus Dioses entregándoles alimentos, sobre todo plátanos, mientras los sacerdotes a pecho descubierto y con pintura blanca dibujando distintos símbolos en el cuerpo y en la cara, imponían sus manos a los fieles emocionados que sienten su religión al máximo. Los hijos de Kali, Ganesh (cabeza de elefante) y Murugan, eran los más venerados y honrados con collares elaborados con pétalos de flores.

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Absorber todas aquellas esencias indias me hizo olvidar dónde me encontraba realmente. Singapur se había ido completamente de mi cabeza. Había retrocedido inconscientemente un año en el tiempo a la primera oportunidad y fortuna que tuve de disfrutar India en solitario, un país al que deseo volver con fervor una, dos y diez veces si es necesario, para seguir sumergiéndome en su caos ordenado. Mientras tanto en aquel Templo de nombre impronunciable pude volver y recobrar un sinfín de sensaciones únicas. Ya que más adelante no podría entrar a Sri Mariamman porque se encontraba cerrado por obras, este sería mi baluarte hindú durante mi corta estancia en Singapur que recomiendo sin dudar a quien llegue a esta ciudad. Un dato importante, cierra entre las 12:15 y las 16:00 horas, por lo que ya he dicho cuándo no conviene pasarse por allí.

La lluvia desvencijaba el plomo de las nubes cuando me decidí a salir de nuevo a la calle y abrazar más metros de Serangoon Road para llegar a las callejuelas más hermosas de Little India. El encanto de las shophouses de mil colores contrarrestaban la falta de luz en el entramado compuesto por Dunlop Street, Clive Street y Campbell Street. El azul celeste, el rosa, el verde o el púrpura bañan atrevidamente las fachadas mientras el aroma a curry y a arroz biryani de los restaurantes indios traspasan las fronteras del viento para colarse sin solución en las fosas nasales de todos los que por allí caminan.

Tan sólo la lluvia era capaz de quebrar parte de los ánimos y hacer algo más angustiosa la marcha por aquellas calles menos concurridas de lo que esperaba. Quizás fuera por el agua o quizás porque es difícil concebir una India ordenada, limpia y extrañamente silenciosa. Tres adjetivos, tres contrasentidos.

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Los únicos turistas que encontré en este barrio se encontraban a cubierto y de compras en un edificio de hermosa fachada colonial art decó (1913) denominado Little India Arcade donde los souvenirs y la artesanía estaban puestos a disposición de los clientes junto a varios restaurantes indios en un clima gélido ocasionado por las ráfagas de aire acondicionado que logró echarme de allí en menos de un minuto. Este invento no está hecho para mí, o mejor dicho, yo no estoy hecho para soportarlo.

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DISTRITO MUSULMÁN DE KAMPONG GLAM

Y como más me valía agua que aire, salí a la calle de nuevo y cerré mi visita a Little India cuando tomé Sungei Road sentido sur siguiendo mientras pude el Canal Rochor que también despide sus aguas sobre las aún distanciadas aguas P1120308del mar. La estética extraña y estridente de edificios hormigonados vestidos de rosa y amarillo rompía con lo visto hasta el momento. Buscaba dirigirme hacia Arab Street, pero como la lluvia era más fuerte y el desayuno había sido bastante insuficiente, detuve mi marcha por un rato en una casa de comidas oriental donde dejé al estómago y a mis fuerzas en un equilibrio óptimo para continuar. Un poco de comida china y un refresco frío (8 SGD) fue la mejor carga posible a mis baterías que tenían que darme aún mucho más porque tenía todavía muchas horas por delante. Descanso necesario al que le siguió mi marcha sur en Ophir Road hasta que se interpuso Queen Street, denominación que recuerda el pasado británico de Singapur. Desde ahí por fín pude agarrar Arab Street, una de las vías principales del barrio musulmán por excelencia de la ciudad: Kampong Glam.

Arab Street continúa con la tradición de las shophouses clásicas de Singapur pero con vendedores malayos, eminentemente musulmanes, productos de bazar y olor a especias. Sobre estas casas-tienda emerge el dorado de la P1120314cúpula de las mil y una noches que posee la Gran Mezquita del Sultán (Sultan Masjid), principal templo islámico del país. El edificio que podemos ver hoy en día es de los años veinte, promovido por el último Sultán de Singapur, Iskandar Shah, aunque diseñada sorprendentemente por un arquitecto irlandés. Está construida encima de la Mezquita del Sultán Hussein, del primer tercio del Siglo XIX, que se quedó pequeña para una cada vez mayor población musulmana procedente de la vecina Península de Malasia. El baluarte musulmán de la ciudad es realmente hermoso y parece haber venido volando de un cuento oriental para plantarse en medio de las coloridas casas-tienda y recordarnos una vez más que Singapur es capaz de mezclar mezquitas con santuarios hindúes y grandes Budas. Nuevamente se nos presenta frente a nuestras narices un nuevo ejemplo de mezcla étnica, cultural y religiosa que hace que esta ciudad sea tan especial.

Sultan Masjid es fotogénica se mire donde se mire, pero las mejores imágenes se pueden obtener desde el callejón trasero de Busorah Street. Este es prácticamente un estrecho pasillo peatonal flanqueado por comercios y palmeras. Aquí se encuentran algunas de las más hermosas shophouses de Singapur, que han mantenido el marcado carácter colonial que se aleja a pasos agigantados de los grandes rascacielos que vuelan a uno y otro lado de Marina Bay. En todo Kampong Glam un logra abstraerse de la vida occidental que también late en Singapur. En este lugar aún huele a especia, a cordero bien horneado y suenan los rezos de los muy tranquilos fieles del Islam que viven en este pequeño distrito de la Isla.

Visité el interior de la Mezquita, aunque en la Sala de oraciones sólo pude caminar por una estrecha alfombra de color verde mientras un jovencísimo norteamericano me estuvo explicando las excelencias del Corán. Había dejado todo en Estados Unidos por la religión islámica, y hacía su vida en Sultan Masjid, la cual consideraba su verdadero hogar. Realmente la gente jamás me va a dejar de sorprender. Los estereotipos no son más que eso, estereotipos. Cada segundo de nuestras vidas comprobamos cómo lo que parece «A» en realidad es «B». Y a lo largo y ancho del mundo te encuentras con casos como este que rompen los esquemas de quienes miran tan sólo en una dirección.

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RAFFLES HOTEL: COLONIALISMO Y LUJO PURAMENTE BRITÁNICO

Después de pasear por calles con nombres de ciudades de Oriente Medio agarré una avenida muy transitada por el P1120339tráfico llamada Beach Road para recorrerla bajo la lluvia que dejó de ser vertical para horizontalizarse e inutilizar el paraguas recién adquirido. La mochila donde llevaba las cámaras y las guías, que no era para nada impermeable, se calaba más a cada segundo que pasaba. Menos mal que después de diez minutos caminando encontré una buena excusa para huir del agua y visitar uno de los lugares más exclusivos y clásicos de Singapur, el Raffles Hotel. Su frontal, que recuerda al de la Casa Blanca de Washington, es la piel blanca más evidente del colonialismo británico. En la puerta iban bajando los clientes de lujosos Bentley conducidos por chóferes. Les venían a recibir con anchos paraguas los «botones» del hotel, con sus clásicos turbantes blancos recogiendo el cabello y sus barbas arregladas. Todos ellos son indios, según manda la tradición del Raffles.

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Yo, que no tenía aspecto precisamente de acaudalado cliente, pasé totalmente inadvertido para los atentos hombres de turbante. De esa forma entré a visitar lo que es más que un Hotel, ya que además de las lujosísimas habitaciones de precio inasumible para la mayoría, hay tiendas de lo más exclusivas. El Raffles Hotel fue inaugurado en 1887 recordando con su nombre a Sir Thomas Stamford Raffles, fundador de la colonia de Singapur, aunque sería en 1899 cuando iniciara su esplendor recibiendo a lo más granado de la sociedad británica. Rudyard Kipling, autor del Libro de la Selva, fue una de las personas que pasaron aquí más de una noche. Desde entonces hasta ahora se han alojado en sus suites personalidades como Charles Chaplin, la Reina de Inglaterra o la cantante Beyoncé, además de importantes dignatarios de todo el mundo. Si un famoso quiere ser alguien en Singapur, se hospeda en el Raffles Hotel.

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En sus amplios jardines tropicales fue abatido a tiros el último tigre de Singapur, durante la ocupación japonesa se transformó en un Ryokan y tras la II Guerra Mundial sus instalaciones fueron utilizadas como prisión. Mucha historia para el mayor representante del glamour de fines del XIX y principios del XX. Durante casi cuatro décadas estuvo abandonado a su suerte, planteándose incluso ser demolido por parte de las autoridades de la ciudad. Pero en 1987 hubo una inyección económica muy importante para remodelar el edificio y recuperar ese esplendor de tiempos del blanco y negro. Cuatro años más tarde se reinauguraría el Raffles Hotel y no tardaría en ser de nuevo el que era.

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Sus paredes blancas inmaculadas dan luz a galerías y escalinatas que esconden frondosos jardines tropicales cuyas ramas y hojas crecen de forma incontrolable. El sonido del agua de las fuentes neutraliza el ruido del tráfico exterior. Y es que este Hotel es un submundo en sí mismo, una burbuja británica de bombín y bastón en pleno Sudeste Asiático. El sinónimo de exclusividad en Singapur responde al nombre de Raffles Hotel. Aunque para la mayoría de los que lo visitan, entre los que me incluyo, nos tenemos que conformar con lavarnos las manos en sus pulcros lavabos o resguardarnos de la lluvia en días en los que el Sol se niega a salir.

LA BAHÍA QUE SE ASOMA AL FUTURO

Me marché del hotel desesperanzado por la lluvia que no se marchaba ni amagaba con hacerlo. Pero con ella o sin P1120360ella debía continuar mi ruta porque no todos los días se está en una ciudad como Singapur a más de diez mil kilómetros del hogar. Avancé unos metros para rodear el War Memorial Park, un monumento de cuatro columnas mirando al cielo similar a cuatro palillos chinos que homenajea a los caídos civiles de la II Guerra Mundial, y tomar la Raffles Avenue con objeto de tener de cara a la Marina Bay, el lugar donde el Río Singapur echa sus aguas al mar. Aunque hoy día esa función eminentemente natural es apenas tenida en cuenta, ya que lo que se pretendió, se pretende y se pretenderá en Marina es que sea un espacio de ocio y algo más, un símbolo de la prosperidad y la vanguardia de Singapur. Se puede decir que a partir de ahí la ciudad se convierte en otra cosa muy alejada de las shophouses y los templos religiosos. No hay más que ver el conjunto arquitectónico denominado «Esplanade – Theatres on the Bay» (Esplanade – Teatros de la Bahía), que con atrevimiento introduce de lleno a Singapur en el Siglo XXI.

Unos dicen que son dos ojos de mosca y otros que es la representación del durión (fruta típica del Sudeste P1120366Asiático que huele mal pero sabe mejor). Lo que está claro es que la construcción de este enorme complejo que acoge teatros (interiores y al aire libre), salas de conciertos, de exposiciones, una gigantesca biblioteca, restaurantes o comercios no pasa desapercibido. Inaugurado en 2002 no estuvo falto de controversia porque los locales dudaron de su estética y, sobre todo, de la necesidad de invertir una millonada que secó literalmente las arcas nacionales. Pero una vez construido las críticas arreciaron porque se constituía como un centro de ocio de primer orden que disfrutarían los propios ciudadanos y porque la ciudad se ponía en vanguardia en lo que Arquitectura e Instalaciones culturales se refiere. Incluso muchos se atrevieron a decir que por fín Singapur tenía su propio «Teatro de Sydney». Desde el otro lado de la Bahía (las mejores vistas son en Merlion Park) se aprecia mejor esta comparativa. La polémica se cerró del todo cuando alrededor empezaron a edificarse hoteles, centros comerciales y más lugares de ocio, que llenaron de vida un terreno ganado al mar donde no hace mucho apenas había movimiento.

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Entré a «los ojos de mosca» donde un grupo de música estaba ensayando y me tumbé en una especie de sofás P1120384realmente amplios donde aproveche para descansar, secar mi ropa y echar un ojo a las fotografías que guardaba en mi cámara hasta el momento. Llevaba andado un buen trecho y necesitaba darle a la pausa durante un rato. Con suerte cuando saliera la lluvia habría desaparecido, pensé ingenuamente. Pero no, continuó cayendo agua, aunque es cierto que con una intensidad menor. De mi sentada indigente me asomé a la Bahía para disfrutar del asombroso skyline de Singapur que tenía delante de mis ojos. Creciente monumento al futuro que quiere retar a los Shanghai, Hong Kong y compañía, precursores asiáticos de la verticalidad, el cristal y el hormigón. A Singapur aún le queda mucho por crecer, pero lo está haciendo de forma veloz y solventando los inconvenientes espaciales de ser una isla. Por ello busca las alturas e incluso vencer al mar al igual que está logrando la millonaria Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos. De esa forma está pudiendo compararse a las más grandes y prósperas metrópolis del mundo.

Los rascacielos comprados por las empresas internacionales más fuertes surcaban el cielo y casi rompían las densas nubes que tan pocas ganas tenían de marcharse. A lo lejos podía apreciar Merlion Park y su célebre fuente que le da nombre dando la espalda a los edificios. Para ir de un lado al otro tuve que dejar atrás un pabellón de conciertos al aire libre y cruzar el Esplanade Bridge que comunica los teatros con el lugar donde permanece desde hace años la mítica estatua. Obviamente es un paso que hay que dar en todo viaje a Singapur porque si no se contempla la ciudad desde ambas orillas (Esplanade-Merlion Park) seguro que al viaje le falta algo. Son dos panorámicas fascinantes y mucho más por la noche como descubriría horas después.

Singapur quiere decir «Ciudad del León» y hace referencia a una historia muy antigua en la que un Príncipe de Sumatra se refugió en la Isla de Temasek (nombre que precedió al actual) para protegerse de una tormenta. En la misma, casi deshabitada, dijo encontrarse con un león (algo improbable porque nunca hubo leones aquí) y por ello P1120397bautizó la isla como Singapura, cuyo significado tiene que ver con este hecho. Es probable que lo que viera de verdad fuera un tigre, pero eso ya no importa porque lo que ha quedado es lo que os acabo de contar. Y de aquí surge el famoso Merlion, el símbolo más reconocible de Singapur, y cuya estatua escupe-agua es el punto más concurrido y visitado de esta ciudad. El Merlion es cuerpo de pez y cabeza de león, y representa el pasado pesquero de los tiempos en los que la isla era conocida como Temasek (Ciudad del Mar) y la Leyenda del Príncipe de Sumatra que creyó ver lo que no era. Hoy el parque que alberga la estatua de finales del Siglo XX es el punto más fotografiado y turístico de la ciudad. Nadie se va de Singapur sin una fotografía con el extraño animal de piedra expulsando un potente chorro de agua por la boca.

Por fotos no fue. Incluso me animé con un video…

RÍO ARRIBA (EN BARCA)

Singapur tiene río. Pequeño, con tan sólo 11 kilómetros, pero realmente importante porque desde el principio ha sido la boca del puerto, resguardada de los fuertes oleajes y considerada la cremallera de la metrópoli.P1120400 Desde hace unos años las aguas del Río Singapur se pueden transitar en barcos-taxi, y de esa forma, sus habitantes tienen más opciones de moverse de un lado a otro, y los visitantes de la ciudad la oportunidad de arañar el corazón de la ciudad y apreciar mejor todos sus encantos. Son varias las alternativas para hacer una ruta río arriba, y varias de ellas pasan por Merlion Park. En una caseta me informé al respecto y pagué 15 SGD por realizar la Singapore River Experience con la compañía Singapore River Cruises & Leisure (www.rivercruise.com.sg). Creo que era un precio algo exagerado para un trayecto corto (el de 45 minutos tiene un coste de 20 SGD), pero el que algo quiere algo lo cuesta. Y no quería marcharme de Singapur sin remontar su río y gozar de una visión distinta de la ciudad, entrar por el mismo sitio que los ingleses en el Siglo XIX.

Nada más pagar me subí al barco y me senté delante para disfrutar en primera fila del recorrido que íbamos a realizar. Dejamos atrás Marina Bay para atravesar de lleno el Distrito Financiero y sus espigados e inacabables rascacielos que hacían que hubiese que forzar el cuello para apreciar su altura.

Después hicimos la primera parada en el punto en el que desembarcaron Sir Thomas Stamford Raffles y sus hombres en 1919, quienes convirtieron la isla en una Colonia Británica. Una estatua de Raffles y un conjunto de edificios más ingleses que asiáticos recuerdan este hecho fundacional.

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En la orilla opuesta, donde también el barco se detuvo a recoger a gente, se encontraba Boat Quay, ya sin rascacielos ni nada que se le parezca. Tan sólo casas pequeñas con restaurantes de cocina oriental que se asoman en la ribera y que se llenan, sobre todo, por la noche. Estas encantadoras shophouses son algunas de las más antiguas que se conservan en Singapur.

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Avanzamos por el río para llegar a una de las zonas más sorprendentes y que más me gustaron, Clarke Quay. Este muelle con nombre de Gobernador del Siglo XIX es hoy en día el baluarte de los bares de copas, los pubs y la gastronomía más refinada. Las fachadas de las shophouses se han coloreado de rosa, se han colocado techos de metal y mesas encima del agua del río. Se ha jugado con la estética colonial de la ciudad para transformar Clarke Quay en una especie de Parque Temático que reúne a la población joven con ganas de tomar unos cubatas y salir de fiesta. Personalmente tenía interés en conocer uno de los bares de copas más curiosos del mundo, por lo que volvería hasta aquí caminando después de hacer el circuito en barco.

Continuamos hasta Riverside Point, otro ejemplo más de modernización de los edificios clásicos, lugar a partir del cual dimos media vuelta con objeto de retornar a Merlion Park siguiendo la corriente del Río Singapur. Pienso que la ruta duró más de los treinta minutos que nos habían dicho. Una excursión cara pero que no me arrepentí de hacer en absoluto.

RÍO ARRIBA (A PIE)

Una vez ya estaba de vuelta en Merlion Park estuve un rato pensando qué hacer. La hora de comer ya se habíaP1120468 sobrepasado y por allí tan sólo encontré restaurantes de altos vuelos. Finalmente decidí hacer el mismo recorrido del barco río arriba, pero a pie, y detenerme en alguna de las terrazas bien de Boat Quay o de Clarke Quay. Definitivamente había dejado de llover y me apetecía caminar por la ruta del Río Singapur, así que salí de donde estaba y comencé la marcha. Lo bueno de este largo paseo por la ribera es que es absolutamente peatonal (incluso a pobres los ciclistas se lo tienen P1120431prohibido bajo multa severa) y que uno cubre prácticamente todas las etapas de la Historia de la ciudad. Se pasa del pasado al presente y al futuro en un santiamén. Eso lo capté rápidamente en el Lugar del Desembarco de Raffles donde se alza una estatua de mirada altiva del intrépido fundador de la colonia. De un lado los edificios decimonónicos pintados en tonos pastel, verdaderos palacetes de los primeros tiempos de Singapur. De hecho es el nacimiento del Distrito Colonial porque a partir de ahí fue creciendo la ciudad (el Ayuntamiento, el Parlamento, el Museo de las Civilaciones Asiáticas, el Victoria Concert Hall & Theatre). Y de frente, separados por el río, un amplio grupo de torres de oficinas peleándose por ser la más alta de la ciudad. Es decir, el creciente Distrito Financiero.

Avanzando por el area más británica de Singapur giré a la izquierda para cruzar el río por el Puente de Elgin, levantado en los años veinte, y que une el Distrito colonial con Boat Quay. Son muchos los puentes los que unen ambas orillas del Singapore River, a cada cual más vanguardista, y algunos de ellos de la primera época en que la ciudad era aún un cortijo de la Compañía Británica de las Indias Orientales. El de Elgin no está entre los más antiguos, pero sí es de los más característicos. Además, te hace poner los pies en Boat Quay y diluirte en un arrebato gastronómico de comida oriental, eminentemente china.

No necesité dar muchas vueltas para ver una carta que me convenciera. Los precios eran mucho más caros que los de un Food Center, pero más que la calidad estaba pagando el poder comer a orillas del río, con unas vistas impresionantes y una brisa deliciosa que dejaba una temperatura que rozaba la perfección. Pedí rollitos de primavera, Pollo Kung Bao (muy picante, lleva cacahuetes) y bebí un té verde helado que me hizo sentir como nuevo. Y me cobraron 24 SGD. Como he dicho, caro. Y los precios que vi en las cartas de los demás restaurantes la cosa era parecida. En Singapur, si te sales de los lugares tradicionales, donde comen los nacionales, los precios son probablemente los más altos del Sudeste Asiático. Eso sí, te aseguras comer muy pero que muy bien.

Con el estómago lleno se piensa mucho mejor. Eso de comer a la hora ya de la merienda no es lo más ideal,P1120449 pero de alguna forma tenía que seguir la costumbre española de apurar el almuerzo a más no poder. Y  nuevas fuerzas una próxima parada: Clarke Quay, el lugar donde las shophouses tienen colores chirriantes, y las terrazas sobrevuelan el río como platillos volantes. P1120448Tal y como decía más arriba cuando contaba mi primera visión desde el barco, hoy en día es el baluarte del copeo y las salidas nocturnas. Aunque se vaya a la hora que se vaya uno no va a dejar de ver gente, puertas abiertas, música de todo tipo y un ambiente festivo que anima a un muerto. En Clarke Quay uno puede comerse unos churros, una paella, un rissotto que ni en Bolonia o unas costillas de carne argentina. O se puede encontrar sin apenas dificultad la más enrevesada cerveza belga, alemana o irlandesa. O se puede ver un partido de la Liga española, la Premier League, Fútbol americano, Basket o Cricket si es necesario. Por eso se le ve siempre concurrido con presencia de foráneos que quieren oler un poco de cosmopolitismo y hacer más cortos los miles de kilómetros que separan Singapur de sus casas.

Se han colocado paneles buscando un efecto paraguas que no paralice la actividad cuando llueva. Y en el centro neurálgico de Clarke Quay (en Clarke Street) hay una rotonda que desprende agua del suelo hacia arriba en la que algunos van a refrescarse en los días de calor. Alrededor hay un sinfín de bares y pubs, pero yo estaba buscando uno en concreto cuya dirección tenía bien anotada desde que supe de él por primera vez. Y lo encontré…

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Está clasificado en una lista que circula por internet con los bares y locales de copas más originales y llamativos del mundo. Su nombre, The Clinic (www.theclinic.sg). Hasta ahí todo normal si no fuera porque esta denominación se tomara a rajatabla. Porque más que un bar de copas parece más bien eso, una clínica. Y no exagero para nada. En vez de tener sillas normales te sientas a la mesa «de operaciones» en una silla de ruedas, en vez de tomarte un cubata en un vaso de tubo te lo sirven en probeta, en jeringuilla o incluso en bolsas de suero. Tienen el sillón de un dentista, las lámparas que iluminan los quirófanos e incluso las camareras visten como enfermeras de hospital. Realmente original. Para muestra os recomiendo que no os perdáis este video:

Originalidad no le falta y todo el que pasa se queda patidifuso con toda esta parafernalia hospitalaria que hay desplegada en la calle. Me hubiera gustado tomarme un cocktail en una bolsa de suero, con vía o sin vía, pero tuve que agarrarme a la silla (de ruedas) cuando me fijé en sus desorbitados precios. Podía gastarme casi 40 SGD en la gracia por lo que no tuve más remedio que coserme los bolsillos si no quería acabar desplumado a las primeras de cambio. El viaje acababa de comenzar y había que cuidar mucho la economía. Que luego se rompe de cuajo el presupuesto y pasa lo que pasa. Me conformé, por tanto, con ver en persona el que es fuera de toda duda el bar de copas más raro que he visto en mi vida.

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Caminar por Clarke Quay es un acto divertido en sí mismo. A medida que la animción va creciendo se convierte en un lugar perfecto para pasar las horas. Y no le faltan plazas precisamente. Hay sitio para todos.

La tarde fue dejándose caer para oscurecer las aguas del Río Singapur y esperar la inminente llegada de la noche que no paraliza precisamente la ciudad, sino que la somete a un electroshock.

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MARINA BAY DE NOCHE, TODO UN ESPECTÁCULO

La espera valió la pena. Poder presenciar Marina Bay iluminada es sencillamente impresionante. Se puede considerar un privilegio la mera contemplación de la Bahía desde dos puntos: Merlion Park y The Esplanade. Las luces de Singapur no son agresivas en absoluto. No tienen nada que ver con las japonesas, chinas o coreanas. Más bien diría que son incluso tenues. Pero tremendamente armónicas. Perfectas tal cual. Y el edificio del Teatro (la mosca) un espectáculo.

En Merlion Park el símbolo más reconocible de Singapur continuaba escupiendo agua mientras le daba la espalda al futuro con nocturnidad y alevosía. Decenas de flashes fotográficos trataban de captar la escena de forma más o menos afortunada. Había un verdadero aluvión de turistas disfrutando una noche fantástica con una temperatura ideal.

Los ojos del león con cuerpo de pez observaban firmemente la orilla contraria con The Esplanade – Theatres of the Bay como máximo objetivo. Las luces rosas y azules del escenario al aire libre donde se estaba celebrando un concierto contrastaban con los áureos reflejos que los edificios de alrededor proyectaban de las ventanas a las aguas de la bahía.

¿Y al revés? Otra exhibición. Desde The Esplanade hacia Merlion Park y el Distrito Financiero la voracidad de los rascacielos imponen su Ley. La impronta futurista y megalómana de Singapur vive sobresaltada en noches como esta.

Iguales sobresaltos que los que sufrí en mi habitación de madrugada, una vez dije adiós a mi primera ruta larga por la ciudad. Un camión, un temblor y un latir de tímpanos. Para poder dormir en esa habitación creo hay que estar habituado a los terremotos. Y yo no lo estoy…

Me esperaba un domingo de aúpa. Le quería dar otro vuelco a Singapur haciendo un amplio recorrido con un apartado dedicado a un resquicio de Naturaleza pura que sobrevive en la isla y que no tanta gente conoce.

CONTINUARÁ…

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