Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto III
En los confines de Egipto se encuentra Jebel Uweinat, un macizo rocoso compartido con países como Libia o Sudán y donde llegaríamos los miembros de la Expedición Kamal para cumplir nuestra primera semana de ruta en el desierto Líbico. Este lugar tan remoto fue todo un descubrimiento, con pequeños wadis llamados karkurs donde sobreviven humildes acacias en un entorno del todo mayúsculo repleto de pinturas prehistóricas que muestran un Sáhara fértil que pasó a ser desierto en apenas un par de siglos.
Este capítulo está dedicado a Jebel Uweinat y a cómo exploramos un wadi de nombre Karkur Talh, pasando a Sudán a pie prácticamente sin darnos cuenta. Este lugar descubierto por Hassanein en los años veinte fue, sin duda, una de las claves de este viaje al punto más remoto de tierras egipcias.
18 de marzo de 2014: Día 6º
Con el campamento recién levantado no se hablaba de otra cosa que del viento molesto que azuzó nuestra explanada durante la noche. Algunas tiendas de campaña mal situadas les ha faltado poco para salir volando sobre todo en el tramo entre la una y las dos de la madrugada con la luna llena como testigo. Tampoco ha sido gran cosa pero suficiente para que hubiera mucho ruido de telas vibrando como banderas y algunos de los ocupantes preguntándose si iba a aguantar su tienda intacta.
Poco más tarde de las nueve de la mañana, con la operativa habitual de desayunos, charlas matutinas y recogida de material, hemos partido dirección al sur. El retraso acumulado de los días anteriores ha hecho a Tarik, Karim y los demás tomar la decisión de cancelar la visita del Kamil Crater provocado por un meteorito para poder disfrutar más de Jebel Uweinat, un imponente macizo montañoso situado en una encrucijada de fronteras en las que Egipto, Sudán y Líbano se encuentran en este paraje natural que descubriera para el mundo el explorador Ahmed Hassanein Bey en 1923.
Clayton Craters
La primera hora de viaje ha sido bastante monótona, suficiente para seguir leyendo varios libros e incluso echar una inocente cabezada. Hasta que la repetitiva llanura ha dejado paso a una pared rocosa con una abertura de algo menos de ocho metros que parecía hecha aposta, como si fuese la entrada a un lugar sagrado. Nada más lejos de la realidad, aquella era la fisura de uno de los veintidos cráteres volcánicos que forman parte de un área conocida como Clayton Craters. Nos hemos bajado de los coches y nos hemos adentrado todo lo que hemos podido, aunque el calor no ha permitido que lo hiciéramos más. Sin duda un lugar majestuoso, que posee algunas formaciones rocosas realmente interesantes. Como siempre, tengo la impresión de que tan sólo logramos ver el filo de la aguja que hila toda una madeja. Esta es una aproximación a paisajes y sensaciones cada vez más lejanas a la normalidad. Cada vez me acuerdo menos de la ciudad y tengo menos conciencia del tiempo en el que estoy. Debe ser normal cuando estás fuera de la civilización. Incluso me he olvidado de internet, algo bastante raro en mí.
Alcanzamos Jebel Uweinat
Los cráteres de Clayton han sido tan sólo el aperitivo de nuestra llegada a Jebel Uweinat, el macizo más elevado del Desierto Líbico llegando a superar los 1900 metros en alguno de sus puntos. A pesar de que tan sólo el 5% corresponde a Egipto y las zonas más altas se encuentran entre Líbano y Sudán, que se reparten la inmensa mayoría de este pastel de granito y arenisca. De hecho estas notas las estoy escribiendo a apenas cincuenta metros de un pequeño valle árido de acacias que según los mapas pertenece oficialmente al Estado de Sudán. Por supuesto nos han prohibido caminar más allá, ya que podría no ser demasiado seguro. Pero reconozco la tentación en mí es extrema. ¡Si abro la puerta de mi tienda de campaña y veo Sudán! Esta es una señal más que evidente de que tengo que viajar algún día a este país absolutamente desconocido que estoy convencido debe merecer mucho la pena.
Jebel Uweinat está poseído por un sinfín de grietas naturales que son vastos wadis de arena y piedras. Gigantescos valles, ahora secos, pero que tiempo atrás formaron un paisaje lleno de vida y en el que la fauna no era menos variada que la que pueda haber en el Serengeti hoy día. Los wadis más pequeños reciben en esta zona el nombre de Karkur, ocupados durante siglos por pueblos nómadas de pastores y hace milenios por avezados cazadores tal como nos muestran las muchas pinturas encontradas en esta zona y que hoy tendríamos la fortuna de presenciar en algunos buenos ejemplos. Durante varias horas nos hemos dedicado a recorrer con cierta profundidad uno de estos Karkur, el conocido como Karkur Talh, el principal de la cara norte de la montaña. Primero contemplándolo desde lo alto de unas torres de piedra con dibujos prehistóricos realizados con la técnica del piqueteado, es decir, que quienes los hicieron usaron objetos punzantes y “picando” la piedra hasta poder crear estas representaciones faunísticas. El suelo arenono era bastante profundo y me he escapado de mis compañeros para subir a lo más alto en busca de mejores vistas y, quien sabe, pinturas rupestres no identificadas o documentadas hasta el momento. No he hallado ni el más diminuto garabato pero sí una punta de flecha que los arqueólogos frances que vienen con nosotros me han confirmado con rotundidad que lo era.
Acacias que se aferran a la vida
En la lejanía, en la mitad de la nada más absoluta, una pequeña Acacia Tortilis desafiaba a la aridez más extrema no sólo del Desierto Líbico sino que probablemente de todo el planeta. Era la señal de que muy pronto se abría un corredor de arena con un buen número de este tipo de acacias realmente pequeñas que sobreviven gracias a unas raíces que llegan a adentrarse en el suelo cerca de 70 metros aprovechando de esa forma las escasísimas reservas de agua subterránea.
Kartur Talh es uno de esos sitios que justifican un larguísimo viaje en 4×4. La distancia no es un sacrificio cuando se llega a un lugar semejante. Los coches han tenido que hacer una gran esfuerzo para bajar una duna de más de treinta metros y no quedarse encallados en la arena. El paisaje de acacias, algunas muertas pero la mayoría bien surtidas de hojas, explica que este pequeño wadi sea frecuentado ocasionalmente por pastores bereberes que apenas se suelen dejar ver por estas tierras. Su ganado compuesto por unas pocas cabras se alimenta de las ramas que arrancan dichos pastores de las acacias. De hecho había excrementos de estos animales que indicaban cómo estos áridos valles aún estaban vivos para alguna gente.
También nos hemos topado con algún que otro esqueleto de camello. Tarek nos ha contado durante el almuerzo que esta línea fronteriza es un paso constante de camellos de Sudán a Egipto y viceversa, muchos de ellos robados o vendidos de manera totalmente ilegal. En las grandes hambrunas vividas en Sudán en los últimos años la carne de camello ha sido la última esperanza de muchas familias, aunque fuera a través del robo o el contrabando.
Arte rupestre en Jebel Uweinat
Kartur Talh remata en una acacia con gruesas paredes de granito en ambos lados. Pero no se termina exactamente aquí, si se sigue avanzando se llega a un espacio semicerrado con otra acacia y numerosas rocas piqueteadas por quienes vivieron aquí hace más de seis milenios. Es relativamente sencillo darse cuenta de la presencia de imágenes grabadas de girafas, gacelas y muchísimas avestruces, en ocasiones con mucho detalle. Realmente hay petroglifos de extraordinaria calidad. Pero sin salir de Kartur Talh, exactamente a mano derecha de la penúltima acacia hay un sobrado de piedra, una cavidad en la cual hemos disfrutado de la observación de pinturas (esta vez no grabados como las anteriores) con una nitidez absoluta y un estado de conservación magistral. En esta ocasión había una notabilísima representación de figuras humanas, algunas bien relacionadas entre sí. Y de diferentes tamaños, pues aunque la mayor parte eran pequeñas se distinguían dos bien grandes dadas de la mano y de un color rojo menos intenso que las demás.
Sin duda aquel saliente era una pequeña obra de arte de la prehistoria egipcia, aunque era otro adelanto de uno de los momentos que espero con mayor impaciencia, Wadi Sura, el mítico valle de las imágenes descubierto por Laszlo Almásy en 1933 con la famosísima cueva de los nadadores y esas bestias sin cabeza de las cuales nos ha hablado profundamente esta noche el arqueólogo francés Luc Watrin. Éste nos ha mostrado distintas hipótesis del porqué de estas bestias sin cabeza que para él no son en absoluto ganado sino algo con una mayor significación y que, quien sabe, si poseen relación con algunas deidades del Egipto faraónico o con otros elementos rupestres dibujados en cuevas de Libia, Sudán o Chad e incluso en el desierto del Sahel, a bastante distancia de Gilf Kebir. Personalmente creo que la conferencia del profesor Watrin ha sido la mejor de las que he escuchado hasta ahora en esta expedición que se ha volcado mucho en la difusión de la cultura, historia y geografía del lugar.
Subiendo las dunas, en esta ocasión, a la izquierda de la acacia de referencia, hemos llegado a ver otra composición pictórica, aunque en peor estado que la anterior. Para contemplar mejor los dibujos hemos tenido que reptar de espaldas, puesto que el hueco es muy estrecho. Aunque es cierto que los dibujos me han parecido magníficos, éstos no eran mejores que las panorámicas sencillamente brutales del Kartur más fotogénico de Jebel Uweinat. Sigo sin creerme que esté aquí, en este enclave fronterizo tan remoto, solitario y, a su vez, tan inédito. Estoy disfrutando de esta expedición como del primer viaje de mi vida. Creo que nunca podré olvidar ni un solo segundo ni una sola imagen de lo que es mucho más que un desierto.
Caminares solitarios frente a la frontera…
El lugar de acampada de para hoy ha superado todas las expectativas. Tras la exploración de Kartur Talh hemos desandado nuestros pasos apenas un par de kilómetros. Pero esta vez no hemos llegado con el sol a punto de ponerse sino con tiempo para comer, charlar en la sobremesa con un buen té y después salir a recorrer el área en el que estamos. Eso sí, sin pasar a la izquierda de las tiendas, que ya es Sudán y no tenemos ni permisos y visados para cruzar al país vecino. Ni las cosas están demasiado bien como para hacerlo de todas formas.
Así que una hora antes del atardecer he salido con la cámara y he dado un rodeo a la montaña pedregosa que nos protege del viento. El suelo ligeramente ondulado y arenoso parecía una alfombra de oro que no estaba completamente estirada. Montañas a un lado y a otro, pero no le he quitado el ojo a la de nuestro campamento y no sé si con afán de encontrar algunas pinturas nuevas o ver una puesta de sol mayúscula (quizás por ambas) me he puesto como meta subir por ella. De esa forma poco a poco he llegado a tener una visión panorámica de 360º de Jebel Uweinat realmente maravillosa. Aunque no he encontrado ni una avestruz mal grabada en la pared de la roca el esfuerzo ha tenido su recompensa con unos paisajes que no tienen nada que ver con otros en los que haya estado alguna vez. Y no sólo eso, con un silencio tan absoluto y abrumador que llegaba a escucharme los latidos del corazón, el cual vive estas cosas con determinación y pasión.
Tengo pensado regresar mañana, ya que no salimos de aquí hasta después de comer. Bien solo o con Andrés y nuestras amigas italianas Ivana y Teresa, periodistas también, recorreremos con cierto esmero esta zona para darle un buen uso no sólo a la cámara fotográfica sino también a la emoción de caminar donde muy pocos lo han hecho.
Esta noche las estrellas brillan con especial intensidad. Realmente estoy feliz de estar aquí, de encontrarme en ese lugar llamado mundo que no tiene que ver con lo que quieren que veamos en la televisión. Me gusta… es maravilloso, un regalo que no debemos desaprovechar. Es más, que no debemos dejar de amar.
19 de marzo de 2014: Día 7º
13: 40 horas (Campamento de Jebel Uweinat)
Esta mañana me he levantado pronto para hacer una caminata por los alrededores de nuestro wadi en Jebel Uweinat a los pies de la frontera sudanesa. Precisamente hemos encontrado un poste indicativo que decía en árabe que una parte es Egipto y la otra Sudán, pero las fronteras en el desierto son tan imposibles de controlar y conocer que es realmente sencillo caminar por un país u otro de forma extraoficial y apenas sin darse cuenta. Pero aquí no viene nadie durante meses o años, salvo cuando aparece algún pastor con sus cabras, se inicia una expedición ocasional como esta o una patrulla del ejército hace una ronda por el área. Pero lo que es vigilar esta triple frontera es toda una quimera.
Me quedé tan entusiasmado con Jebel Uweinat el día anterior que he preparado una marcha durante las horas en las que el sol no apretaba demasiado. Al menos durante dos o incluso tres horas desde el amanecer podía subirme a alguna montaña o tomar un camino desconocido. Finalmente se ha venido conmigo Ivana, una simpatiquísima periodista italiana, que es la alegría personificada de la Expedición Kamal. Y juntos hemos dado un rodeo a la colina de rocas que teníamos a la espalda, internándonos después en una grieta de unos veinte metros máximo de ancho en la cual la arena se había hecho directamente con la montaña. Todas las colinas se encuentran tan desquebrajadas que es fácil ver inmensos pedazos de granito y arenisca semienterrados en la arena. Algunos de más de tres metros de altura.
¿Quién sería el último que caminó por aquí? ¿Y cuándo? eran algunas de las cuestiones que nos formulábamos el uno al otro mientras los suspiros de emoción se mezclaban en una corriente de aire todavía fresca que debíamos aprovechar para seguir “investigando”. Porque quién sabe si en uno de esos muchos salientes de la montaña está una nueva cueva de los nadadores o algo grande por descubrir… Me temo que la saga de Indiana Jones me dejó tocado desde pequeño y aún tengo sueños demasiado fuertes e inocentes para guardarlos en una caja de cartón como en su día hice con mis juguetes. Viajar es lo mejor que conozco para no dejar nunca de sentirse como un niño con ansias de saber qué hay al otro lado de la habitación, de la ventana y de la calle en la que vives.
Además de localizar los mejores ángulos y panorámicas que teníamos a nuestro alcance nos hemos ido hasta el poste fronterizo para caminar “ilegalmente” durante unos minutos por la zona sudanesa y tomar la típicas fotos en un puesto tan sencillo como peculiar.
Pero el sol se ha puesto bien alto y era complicado seguir la marcha. Necesitábamos agua y avanzar se estaba convirtiendo en algo cada vez más difícil, por lo que hemos regresado al campamento antes de que nos arrepintiéramos. El contraste térmico entre la noche y el mediodía es tan grande que puede haber una oscilación de treinta grados en función de la hora y la época que sea. Quien piense que en el desierto sólo hace calor se encuentra muy pero que muy equivocado. Nunca pasé más frío en mi vida que en el desierto de Namibia esperando a ver el amanecer desde una duna.
En el campamento quedaba poca gente, pero hemos pasado el rato conversando sobre la situación actual en Egipto y cómo el país debe diversificar su turismo para no sólo vivir del valle del Nilo y las playas de arena blanca del Mar Rojo. Aunque me doy cuenta que esta aventura no es fácil de preparar y, por supuesto, se necesitan recursos económicos no abordables por cualquiera. Sólo con los permisos, la gasolina y la operativa necesaria para adentrarse más de diez días por Gilf Kebir y Jebel Uweinat es necesario contar con un presupuesto elevado. Aunque es cierto que es una opción realmente extraordinaria para los viajeros que deseen descubrir el Egipto que está más allá de las pirámides, el del vasto desierto que ocupa la mayor parte del país. Quizás el tiempo y la situación política nos diga si Gilf Kebir se abre más al turismo o sigue siendo un punto remoto e inaccesible. No puedo sentirme más privilegiado por haber sido seleccionado como uno de los miembros de esta expedición para la que se han requerido cuantiosos fondos y esponsorizaciones.
Es la hora de la comida y ya tengo recogida la tienda de campaña para salir de un momento a otro. ¿Hacia dónde? Ni lo sé ni me importa. El desierto es demasiado grande como para pensar en los espacios. Aquí todo se relativiza hasta tal punto que te sientes como un grano de arena dentro de un océano de dunas casi infinito.
19:00 horas (En algún lugar a 25 kilómetros norte de Jebel Uweinat)
Recogimos el campamento y salimos raudos de Jebel Uweinat. Justo antes de abandonar la última colina rocosa e iniciar la ruta hacia el norte hemos hecho una pequeña parada para disfrutar de una admirable colección de grabados rupestres en la piedra. El 99% de las escenas eran animales y en algunos espacios parecía estuviese todo el arca de Noé. Todos estos grabados realizados con la técnica del piqueteado son exteriores, lo que hace aún más increíble que se conserven de semejante manera.
De toda esta colección de fauna me ha asombrado especialmente una roca con una gran familia de jirafas en la que los autores se esmeraron en hacerlas con sus manchas. En este caso no se puede hablar de algo abstracto o en lo que tengas que utilizar la imaginación. Aquellas son unas jirafas que ni yo mismo sería capaz de plasmar en una hoja de papel.
Realmente en aquella montaña uno podría estar horas descubriendo gacelas, avestruces o a saber qué. Incluso pudimos asomarnos a un saliente en cuyo techo había pinturas con escenas de caza en las que curiosamente el personaje principal parece que más que llevar una lanza está a punto de disparar una escopeta.
Si estoy tan emocionado con estos ejemplos de arte prehistórico que estamos viendo, no quiero pensar en lo que encontraré en Wadi Sura. Aquella es la catedral de las pinturas rupestres en el Desierto Líbico, el mayor logro en la vida de ese personaje tan especial que es László Almásy.
Después hemos avanzado 25 kilómetros al norte de Jebel Uweinat. No ha sido tanto como pensábamos pero uno de los coches ha pinchado y ha habido que ayudarle. Es normal que sucedan cosas en ruta, para ello todos los vehículos cuentan con no una sino dos ruedas de repuesto. Y conductores expertos que las cambian en muy poco tiempo y serían capaces de sacar un camión de un mar de arena. No tengo duda alguna que la expedición está en las mejores manos.
Haber ido retrasados no ha sido tan malo. Porque el lugar en el que hemos acampado una hora antes del atardecer es absolutamente maravilloso. Ha sido detener el vehículo y ponerme a montar la tienda de campaña en tiempo record para salir cuanto antes a contemplar un paisaje que parece de otro planeta. Hay rocas en todas partes, algunas con siluetas natural y caprichosamente antropomorfas. En el suelo arenoso las líneas de sombra se han ido vistiendo a nuestros pies con tonos cada vez más rojizos, señal de una inminente puesta de sol.
Me he alejado lo máximo posible y he buscado un espacio privilegiado para decirle adiós al séptimo día de expedición y respirar toda la energía que era capaz de verla moverse en un horizonte que me siento tan incapaz de describir correctamente que no puedo evitar sentirme impotente con las palabras. Esto es mucho más de lo que pueda escribir en un diario de viaje, de lo que pueda intentar transmitir. Existen otros mundos pero están todos en éste.
El desierto me fascina, me empequeñece. No me importa estar lejos. Busco el silencio, más puestas de sol, seguir las líneas de una duna incompleta y comprender los porqués de quienes habitaron estos paisajes hace muchos miles de años. El ombligo del mundo se sitúa allí donde te quieras encontrar tú. Perderse, desconectarse de la vida rutinaria para conectarse a las emociones…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
* Recuerda que tienes más información sobre este viaje a Egipto tan diferente (y acceso a los demás capítulos del diario) si pinchas en la imagen:
2 Respuestas a “Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto III”
quisiera saber si ustedes me pueden ayudar. como puedo hacer para una busqueda en el libano de familiares, si hay algun sitio en el libano que busquen familias que estan en otro pais pues yo busco mis raices que son de parte de mi padre ,.,les agradesco desde ya espero algun dato gracias,.,.jose yunes.,
[…] No te pierdas la narración de la experiencia en Jebel Uweinat. […]