Expedición al Salto Ángel y el reino de los tepuyes en Canaima (Venezuela)
Los ríos Carrao y Churun se deslizan como senderos líquidos de manera sutil dentro de un inmenso e inabarcable océano selvático. En aquellas curiaras, embarcaciones alargadas de origen indígena fabricadas y ahuecadas a golpe de hacha sobre vetustos y recios de árboles arrancados del mismo bosque, nos sentíamos dentro de una novela de aventuras. El entusiasmo, mezclado con adrenalina y cierto halo de misterio, justificaba cada avance y ese ansia de conocer los entresijos de la naturaleza más genuina y salvaje encargada de regir los paisajes venezolanos durante millones de años. Con los tepuyes emergiendo de la jungla, testigos de un mundo perdido que nos retrotraía a los albores del planeta, los horizontes que divisábamos nos exigían confirmar con nuestros propios ojos la presencia de verdaderos gigantes ejerciendo de guardianes del tiempo. Nosotros afrontábamos el anhelo de bordear el mítico Auyantepuy, un alarde de la verticalidad, el auténtico rey del Parque Nacional Canaima, para colocarnos en posición de privilegio con el propósito de divisar las cataratas del paraíso o, lo que es lo mismo, el Salto Ángel, considerado la cascada más alta del mundo. Aquel sueño entre neblinas se hizo presente a las varias horas de navegación cuando, por fin, pudimos contemplar con emoción cómo una columna de agua casi infinita que parecía nacer en las nubes y no en el propio tepuy, se desprendía con una fuerza abrumadora alimentando al río Churun. Los vapores originados por la vehemencia de aquella caída gruesa y constante, parecía originar diamantes etéreos aderezados con los colores de fugaces arcoíris. El corazón siempre lleva razón, cuando encuentras el amor de tu vida, sea con forma humana o a través de un lugar capaz de marcarte a fuego, sabes que no hay vuelta atrás. Y eso fue precisamente lo que sucedió en Canaima, el bastión más indómito de Venezuela.
De cómo pudimos llegar al Salto del Ángel en Venezuela, admirarlo y sentir su vibración a corta distancia, versa este breve pero emocionante relato viajero para el cual hace falta subirse a una curiara pilotada por nativos pemones, remontar dos ríos y empaparse de manera tanto literal como figurada. No se me ocurre mejor nacimiento de una historia que una noche cerrada a orillas de un río legendario y un grupo de pasajeros apasionados a punto de echarse a navegar.
EN BUSCA DEL EL SALTO ÁNGEL: LA CASCADA MÁS ALTA DEL MUNDO
De viaje por algunos de los rincones más extraordinarios de naturaleza en Venezuela
Venezuela siempre había sido una cuenta pendiente para mí. Habiendo pasado varios meses viajajando por Sudamérica mochila a cuestas hace ya una década, debo reconocer que por unas razones u otras, este país se me escapó. Deseaba recorrerlo con todas mis fuerzas, aunque el tiempo se encargó de irlo postergando y las noticias en los medios tampoco ayudaron. Pero, como una vez alguien me dijo, el deseo es algo así como un ente absurdo e impredecible capaz de mantener abierta una infinitud de posibilidades. Y, de pronto, aquella ensoñación se convirtió en una verdadera aspiración cuando con el equipo X-Plore, con quienes organizo y diseño viajes de autor y distintos tipos de expediciones a los rincones más recónditos del planeta, le pusimos fecha y forma a un itinerario por distintas áreas de la naturaleza de ese hermoso país llamado Venezuela y custodio de algunos de los mejores paisajes tanto de América como del mundo. Y, cómo no, con el Salto Ángel dentro del Parque Nacional Canaima como objetivo en el centro de la diana y casi de una obsesión. De ahí que propusiéramos esta salida para noviembre de 2024 a la que se fueron incorporando participantes en un pequeño grupo con quienes el viaje a Venezuela pasó a ser, de manera definitiva e irrevocable, en una bendita realidad.
Para nuestra primera vez en Venezuela situamos el núcleo de actuación en tres áreas de naturaleza salvaje. Los Llanos venezolanos en el Estado Apure, considerados entre los humedales más prolíficos en avifauna en el continente, el mítico Delta del Orinoco por el cual accediera Cristóbal Colón en el verano de 1498 y, por supuesto, el Parque Nacional Canaima con los tepuyes custodiando la selva y el Salto Ángel como un icono de Récord Guinness luciendo en el escaparate de nuestra hoja de ruta.
Tras haber llegado de España y superados los efectos del jetlag en nuestra base próxima al aeropuerto internacional Simón Bolívar en Maiquetía, muy cerca de Caracas, comenzamos nuestra andadura venezolana en Los Llanos, hospedándonos en un hato con disposición de alojamiento (un hato se explicaría como una inmensa hacienda ganadera propia de esta región) y donde llevaríamos a cabo numerosas salidas para contemplar la fastuosa naturaleza encargada de habitar aquella vasta llanura inundada. Con safaris en bote, a caballo y hasta en tractor. El sitio donde centralizamos todas las actividades en el área se denominaba Hato Garza, nuestro hogar llanero donde Sorelia y todo su equipo ejercieron como anfitriones de excepción para dejarnos un gran sabor de boca antes de nuestro próximo objetivo en la ruta que, ahora sí, sería el Parque Nacional Canaima.
Llegada a Canaima
Regresaríamos desde Barinas a Caracas desde tomaríamos al día siguiente un vuelo tempranero a Canaima, donde fuimos recibidos con un gran entusiasmo por nuestros nuevos anfitriones. Nuestro hospedaje en el área sería el Campamento Tibisay, un hospedaje recién inaugurado que ponía a nuestra disposición habitaciones espaciosas, cómodas, modernas y limpias en bungalows. Con un servicio de comidas magnífico, un trato al cliente de diez sobre diez y, lo mejor, situado en un emplazamiento desde el cual gozar unas vistas maravillosas sobre las cascadas por las que se despeña el río Carrao en la conocida como Laguna de Canaima. Pasaríamos allí una primera jornada cargada de grandes emociones subiéndonos por fin a las curiaras típicas de los indígenas pemones y bañándonos en el entorno de las cataratas de El Hacha, Wadaima, Golondrina y Ucaima, cuyas aguas enrojecidas por los taninos supusieron una refrescante bienvenida a este entorno aislado y accesible tan sólo por el aire y por el agua, pues no existe carretera que llegue hasta el lugar.
Allí recibimos toda la información necesaria para el gran día, que sería el próximo, cuando nos fuéramos a dirigir hacia el Salto Ángel. Llevábamos todo planificado y cerrado para la expedición de navegación hacia las cascadas situadas en el corazón del Parque Nacional Canaima, aunque siempre hay algunas instrucciones que vienen bien además de las relacionadas con los horarios:
- Te vas a mojar sí o sí, llueva o haga sol, porque entra agua a la canoa por lo que el chubasquero y o un poncho o capa capaz también de cubrir mochila y enseres siempre va bien.
- La exposición al sol puede ser máxima, incluso aunque aparente ser un día nublado, pero la intensidad de radiación ultravioleta (UV) es elevada, de ahí que no debe faltar gorra o sombrero, así como gafas de sol polarizadas y la correspondiente crema solar (recomendado mínimo factor 50).
- Si te vas a bañar en el río o en la pequeña laguna bajo el Salto del Ángel requerirás de traje de baño y escarpines para los pies (aunque se pueden llevar calcetines gruesos puesto que se agarran muy bien en las rocas más resbaladizas). También toalla.
- Si cabe en la mochila, una pequeña muda con ropa seca, nunca está de más.
- Batería externa y/o baterías para la cámara, espacio de memoria suficiente en móvil o tarjeta de la propia cámara… puesto que vas a hacer más fotos que en toda tu vida.
- Para el amanecer y el atardecer donde proliferan los mosquitos el repelente antimosquitos (a ser posible extrafuerte) debe ser tu aliado.
- A primera hora de la mañana, cuando aún ni ha amanecido, puede hacer algo de fresco, sensación aumentada con la velocidad a la que se ponen estas canoas motorizadas, por lo que cuando salgas lleva una chaqueta o algo de manga larga que te abrigue un poco. Si es ligera y se puede guardar, mejor, porque a medida avance la jornada, lo que hará es calor.
- Los proveedores de este servicio proporcionan agua, se lleva un picnic desde el hotel y preparan la comida en un campamento frente a las cascadas, por lo que, como mucho, lleva algún snack o tentempié por si entra hambre.
Debíamos estar subidos al camión a las 4:30 de la madrugada, aún sin una gota de luz, para que acercaran al embarcadero, por lo que la primera noche en Canaima no permitió demasiadas florituras salvo degustar la deliciosa cena que nos preparó el bueno de Lauriano, siempre preocupado de que hubiese alegría en nuestra mesa con vistas a las cascadas que arrojan las aguas del Carrao a la laguna. Aunque esa noche a muchos nos costaría conciliar el sueño pues éramos conscientes de que teníamos por delante uno de esos grandes días imposibles de olvidar.
Noche en el embarcadero. Comienza la navegación.
Sólo el mero hecho de portar las linternas frontales nos permitió distinguir ciertas formas allá donde todavía reinaba la más absoluta oscuridad. Las curiaras guardaban ya sus primeros ocupantes, las personas que nos guiarían hasta las fauces del Auyantepuy. Este tipo de embarcaciones ensamblan a la perfección dos mundos como son el saber ancestral humano y la materia prima proveniente de la naturaleza. Se construyen con el tronco completo de un árbol, el cual es vaciado extrayendo toda su masa para, más tarde, ensanchar su interior con fuego y, de ese modo, aumentar el grosor y modelar la futura nave, la cual a posteriori se realza con otras maderas además de colocarse tablones dispuestas de lado a lado para que se sienten los pasajeros de dos en dos. La proa destaca por ser puntiaguda y cortante, mientras la popa viene ligeramente levantada. Para poder llevar a cabo largas travesías a mayor velocidad, en las últimas décadas se añadió un motor, aunque sigue siendo fundamental la destreza del guía que va delante con un remo corto de madera cuando llegan los rápidos o las zonas más estrechas del río. La coordinación entre las personas que están en proa y en poca, a remo y a motor, resulta esencial, al igual que un profundo conocimiento que requiere de años para salvar los rápidos, esquivar rocas no perceptibles a la vista y tomar los canales o corrientes adecuados para continuar avanzando. De lo contrario, serían necesarias no horas sino días para alcanzar la misión con éxito.
Separamos el grupo en dos curiaras y, una vez dentro, comenzó la navegación por el río Carrao, la arteria vital que atraviesa el Parque Nacional de Canaima encargada de depositar sus aguas en el principal afluente del Orinoco, el río Caroní. Allí, aún en penumbra pero con el amago de las primeras luces del alba, parecíamos atisbar las montañas que nos flanqueaban con aún las nieblas agarradas a las mismas. El ruido del motor era el único interruptor de algunas cabezas pensantes cegadas por la incredulidad de estar en ese momento dirigiéndose hacia uno de los lugares más memorables e hipnóticos del planeta Tierra.
Pequeña caminata en la sabana de Mayupa. ¡Tepuyes a la vista!
No duró demasiado la primera travesía acuática, pues apenas en media hora las curiaras se detuvieron en un área de sabana denominada por los pemones como Mayupa. Se trata de una zona casi plana, sin arbolado, con algunas pequeñas chozas de los nativos, la cual se utiliza para liberar las canoas durante una zona de rápidos muy consistentes donde conviene liberar peso y dejar únicamente a los expertos aliviando piruetas y mojaderas cuando todavía queda mucho por delante. Por lo que se realiza una caminata breve, de apenas veinte minutos carente de pendientes y sin dificultad alguna, hasta llegar a otra orilla donde, por fin, se han aliviado las fuertes corrientes fluviales. Esta parada la agradecen las piernas y posaderas, pues el día es largo y los tablones como asientos, aún surtidos con una especie de cojines, tienen su aquel. Aún con el aire algo fresco, pero en absoluto frío, el incipiente amanecer permitió vislumbrar aún lejos la silueta omnipresente del Auyantepuy, el más grande de todos los tepuyes que se erigen en Venezuela y cuyo significado en lengua pemona es «montaña del diablo». Un gigante entre estas inmensas mesetas del precámbrico capaz de ocupar el trono de una selva inabarcable y, a su vez, dar vida al gran Salto Ángel.
Volvimos a incorporarnos a las canoas, ya con suficiente luz para apreciar con cierta nitidez los paisajes intercalándose en 360 grados durante nuestro avance raudo por el río Carrao. Las nieblas bajas no aminoraban los efectos adrenalínicos que los tepuyes colosales de las selvas de Canaima infringían en el grupo. Todo lo contrario. La velocidad era directamente proporcional a sabernos afortunados por hallarnos inmersos en aquel corredor acuático cada vez más alejados de nuestras mundanales rutinas. Esperábamos un pellizco del despertador de un momento a otro porque aquello sólo podía ser un sueño. Pero no, no despertábamos. Simplemente nos sentíamos vivos.
El Parque Nacional Canaima se explica como un universo aparte. Extendiéndose por más de tres millones de hectáreas y limitando con las fronteras de Guyana y Brasil, domina la escena mediante selvas inaccesibles murmurando la vida que es capaz de albergar, así como de las más antiguas formaciones del planeta en este universo verde situado entre las dos grandes cuencas fluviales de Sudamérica, Amazonas y Orinoco. Todo forma parte del conocido como «Escudo guayanés», un cratón o estructura geológica popular por sus grandes tepuyes, mesetas de cimas planas con paredes verticales hogar de ecosistemas únicos y especies endémicas. Auténticos supervivientes visibles del precámbrico y cuya antigüedad supera los 1500 millones de años.
Algo más de una hora más tarde, justo a las puertas del río Churun, hicimos otro receso en tierra que aprovechamos para desayunar, tomar un café y estirar las piernas. En una explanada ganada a la selva y preparada para colocar un campamento de hamacas con cocina y baños, éramos incapaces de contenernos verbalmente ante lo que llevábamos vivido y nos aguardaba unas horas más adelante. Las nubes, aún reinantes, nos ofrecían la duda razonable de si el Salto Ángel estaría despejado cuando llegáramos o se iba a tener que hacer de rogar. Sabíamos que esta era una oportunidad única y resultaban lógicos ciertos temores. Aunque, por otra parte, debo recalcar que la mayoría estaba absolutamente convencida de que durante tantas horas de expedición la gran cascada se dejaría ver en todo su esplendor. ¡Faltaría más!
A contracorriente por el río Churun
Ya nos habíamos acostumbrado a ver saltar el agua al interior de la curiara pero cuando hicimos el paso del río Carrao al río Churun el empape fue a mayores. Pasamos de un cauce ancho a una arteria fluvial mucho más angosta, la cual debíamos remontar e ir a contracorriente. A esta aventura le aguardaba la mejor parte de la travesía, pues cuando se serpentea por el Churun significa dar inicio al bordeo del Auyantepuy y saber que en algún momento, en un recodo, poder vislumbrar por primera vez la madre de todos los saltos de agua del planeta. Aunque, para ello, todavía requeríamos algo más de una hora de navegación.
A medida que íbamos avanzando, el río se encargaba de revelar a los pasajeros su personalidad cambiante. Pues había momentos en los cuales fluía con cierta calma, reflejando el cielo, la selva y los tepuyes como si de un espejo se tratara. Mientras que en otros instantes se volvía impetuoso y nos sorprendía con rápidos y curvas cerradas exigiendo la mayor de las destrezas a quienes guiaban cada una de las embarcaciones. Las aguas, teñidas de un marrón aún más rojizo que en el Carrao por los consabidos taninos de la profunda vegetación circundante, parecían contar con vida propia y obsequiarnos a capricho de periodos de tranquilidad y otros de constante agitación. Una montaña rusa en forma de río donde entre las más diversas emociones se erigía el vertiginoso Ayutantepuy con su recio corazón de cuarzo e improvisadas cascadas naciendo de las últimas lluvias depositadas en el interior de agujeros y grietas de todos los tamaños.
Y de repente, sucedió… EL SALTO ÁNGEL a la vista
Un mayor número de nudos de corriente se fue haciendo presente. Hasta que aparecieron unos segundos de calma y una curva que se doblaba hacia otro recodo del tepuy. Daba la sensación de que el río Churun guardaba a buen recaudo el conejo en su chistera y que lo iba a sacar en el momento menos esperado. Fue cuando un estruendo, y no sólo visual, quebrantó el silencio y se sucedieron las voces dando aviso de lo que había delante. Bastaba con alzar un poco la vista para contemplar el espectáculo y sentir ese instante que hoy día quienes fuimos testigos de aquello revivimos a cámara lenta y con banda sonora de John Williams. Ahí estaba el Salto Ángel lanzándose desde lo más alto del Auyantepuy, a casi un kilómetro de altura sobre nosotros, en una caída libre entre nubes bajas dispuesta a desafiar a todas y cada una de las maravillas naturales nuestro planeta.
El Salto Ángel ejercía sobre nosotros un impacto visual difícil o imposible ni siquiera de igualar. Acabábamos de alcanzar un mundo perdido en la imaginación y los libros de nuestra infancia. Desde que el agua asomaba raudo al vértigo del acantilado, aparecía el viento en cotas superiores para desmenuzar la cascada en rocío con participación del sol para convertirla en miles de millones de diamantes de vivos colores buscando la profundidad de otra nube que se cerraba en la parte baja del Auyantepuy.
Con una altura de 979 metros, se trata de la cascada más alta del planeta. Superponiendo casi tres veces la Torre Eiffel quedaría aún un trecho para alcanzar la cima del tepuy y ver empezar a caer el agua. El Salto Ángel no sólo se explica como un récord natural viviente sino también como un inconmensurable fogonazo mental. Si bien su nombre recuerda las aventuras y desventuras del estadounidense Jimmy Angel, quien se las vio en las cumbres del Auyantepuy en su avioneta en 1937 (su rescate fue heroico y excelentemente narrado en la obra literaria «Ícaro» de Vázquez-Figueroa), para los indígenas pemones siempre fue el Kerepakupai Vená, cuyo significado es «salto desde el lugar más profundo», un nombre que refleja su conexión ancestral y espiritual con esta maravilla de la naturaleza.
Caminata para acercarnos a la cascada
¿Y qué sucede tras observar por primera vez el Salto Ángel? Que se quiere más y mejor. Por lo que sólo queda aproximarse al máximo a la gran catarata. Y, con el objeto de lograrlo, nos detuvimos con las curiaras en el margen oriental del río Churun y, de ese modo, poder tomar un sendero por la selva e iniciar una caminata de poco más de una hora de duración y un desnivel próximo a los doscientos metros. Asequible si se hace con sin prisas, aunque con el calor, la humedad y no tratándose de un camino del todo limpio conviene armarse de paciencia y aprender a disfrutar de una nueva experiencia consigo mismo en un tapiz de vegetación tan hermético que apenas permite acceder a los rayos del sol.
Pero el esfuerzo aguarda su recompensa en un mirador rocoso que permite admirar el gran salto de agua en todo su esplendor. Una especie de púlpito que exige mucho cuidado y responsabilidad para no caerse (y no contarlo). A ser posible, mejor sentados que de pie, y saboreando todos y cada uno de los segundos que se van acumulando en un tiempo que, puedo asegurar, pasa tan veloz que ni te enteras. En nuestro caso, además, se dio el caso de que a nuestra llegada las nubes se interpusieron en la mitad superior de la cascada, tapándonos la visibilidad plena que ansiábamos. Nuestros guías pemones nos propusieron bajar a bañarnos a una poza y regresar después, pero algunos nos fijamos en aquella roca como auténticas lapas. Y dejamos claro que no nos moveríamos un metro hasta que el Salto Ángel se despojara de las nubes que impedían ver la cima del tepuy y, por tanto, la catarata en plenitud.
Nuestra testarudez tuvo premio. Algo de lo cual jamás había tenido duda alguna. Cuando menos parecía que la nubosidad iba a darnos una tregua, de repente se exhibió ante nosotros con nitidez el mítico Salto Ángel. De hecho, las nubes en sí se asemejaban a un ángel batiendo sus alas, por lo que la visión que teníamos delante nos llevó a vivir un instante de gloria capaz de justificar tantos años ansiando gozar de algo así. Una vez más absolutamente todo había merecido la pena. Y, si se me perdona el atrevimiento, volvería a surcar aquellas venas líquidas del Parque Nacional Canaima aunque no se pudiera apreciar una brizna de la cascada. Porque todo a nuestro alrededor era majestuoso, un edén de naturaleza difícilmente comparable a cualquier otro lugar del mundo.
Absolutamente embobados, con la saliva jugueteando como un perro sabedor de un infinito manjar en su plato, no éramos capaces de despegarnos de aquella roca que habíamos hecho nuestra. A pesar de que nos esperaban abajo, en la otra orilla del río donde nos estaban asando un pollo y guardando en frío las bebidas, daba la sensación de que necesitábamos memorizar la imagen que teníamos delante. Como si en el subconsciente duráramos de nuestra propia mente para almacenar con máxima definición uno de los recuerdos más hermosos de nuestras vidas.
A regañadientes tuvimos que llevar a cabo el descenso por el mismo sendero selvático. Tiempo que pudimos dedicar a charlar los unos con los otros (sin duda nuestro grupo tenía una afinidad inusual) e incluso a dedicar tiempo a ordenar nuestros propios pensamientos.
En la orilla occidental del río Churun
Una vez llegamos a la ribera del Churun pudimos volver a mirar a los ojos al Salto Ángel. Allí nos esperaban las dos curiaras que nos habían traído hasta allí. Tan sólo debían pasarnos a la orilla opuesta, la occidental, donde se hallan los campamentos de hamacas donde se quedan quienes desean no volver a Canaima el mismo día. Y lugar elegido para disponer de mesas y poder comer después de llevar más de diez horas en marcha. Nunca imaginé que un pollo asado y una bebida fría los iba a saborear como si de una velada en el Celler de Can Roca se tratara. Pero eso de comer caliente con vistas al mayor salto de agua del planeta es un lujo. Se mire por donde se mire.
Me alegró ver a la gente tan feliz. Cada uno de los miembros de la expedición portaba su propio equipaje con sus sueños, expectativas y, cómo no, sus miedos e incertidumbres. Seres que nada tenían que ver entre sí salvo por el entusiasmo gigante que les generaba viajar pero que parecían conocerse de toda la vida. Parecía un mundo nuestro encuentro en el aeropuerto de Madrid-Barajas y, tras vivir juntos Los Llanos venezolanos y ahora Canaima, se había creado una piña de la que, por mi parte, no podía estar más orgulloso. Porque si de algo tengo en convencimiento es de que los viajes van mucho más allá de lo que vemos o hacemos. Se miden, también, por cómo y con quien compartimos cada momento importante. Por eso, para mí las personas son la clave y la razón de ser de un proyecto tan artesanal como ilusionante de crear viajes de autor desde cero.
Retorno a Canaima
Muy a nuestro pesar era el momento de regresar al Campamento Tibisay, nuestro campo base convertido en hogar temporal, aunque aún requeríamos de varias horas de travesía fluvial. Algo más corta, eso sí, ya que navegaríamos con la corriente a favor, lo que nos permitiría acortar tiempos aunque no evitar empaparnos incluso más que en el trayecto de ida. Contratiempo que hay que llevar asumido en un viaje de este tipo. Y dándonos un canto en los dientes porque en todo el día había llovido exactamente cinco minutos, tiempo precisamente en el que nos habíamos encontrado a resguardo en el campamento de hamacas.
Con el Salto Ángel a nuestros espaldas y los taninos aportando contraste e los ríos Churun y Carrao, vivimos el recorrido tratando de asimilar los paisajes circundantes, aún más nítidos que cuando habíamos pasado por allí a la mañana. Los tepuyes brillaban con los rayos del sol iluminando sus pétreos muros y aportando cierto protagonismo a nuevas cascadas que se desparramaban desde las oquedades abiertas en aquellos reyes del precámbrico. Hay muchos más saltos, quizás sin el ángel de Kerepakupai Vená pero no exentos de magnificencia a todo color.
Lo demás fue igual, Mayupa y una leve caminata para evitar los rápidos, salvo que esta vez a término de la misma nos atraparía la noche a bordo. Pasadas las seis de la tarde, con el cielo ennegrecido propio de zonas próximas a la línea ecuatorial donde las horas de luz y oscuridad son prácticamente idénticas, y con un cansancio que nos empezaba a hacer sucumbir y soñar con una noche entre sábanas, arribaríamos a nuestro destino, el Campamento Tibisay donde fuimos recibidos por nuestros anfitriones, siempre atentos y dispuestos para contentar a un grupo que se sentía mejor que en casa propia. Nos ofrecieron su lavadora-secadora, algo que nos vino de miedo para poder secar, al menos, el calzado que llevábamos completamente mojado.
Para la cena, Lauriano y su equipo nos deleitaron con una cena estupenda y hubo quien aún le quedaron ganas de salir a rastrear armadillos, que suelen pasearse por los alrededores del campamento. El resto, aún incrédulos con lo acontecido en un día maravilloso que se nos grabará en el corazón para toda la vida, nos despedimos aunque a sabiendas de que no le habíamos dicho adiós del todo al Salto Ángel. Y es que para la mañana siguiente nos aguardaba una avioneta para sobrevolar el Parque Nacional Canaima, admirar la cascada desde las alturas y aterrizar en el área de Kavak para penetrar en sus grietas y cañones inundados por el impasible Auyantepuy. Pero esa era otra historia.
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Aquel día había superado mis propios sueños. Y los de todos los que allí nos encontrábamos. El destino nos había conducido a presenciar la gloria. Y a recordar por qué incluso las lágrimas de años pasados nos habían llevado, de una forma u otra, a contemplar y sentir aquel lugar.
*Nota: Este relato está dedicado a las personas que conformaron el viaje a Venezuela. A Belén, Soledad, Alicia, Marieta, Luz, Uchi, Rosa, Fuensanta, Isabel, Ascen, Elena, María, Pedro, Juan Ángel… y por supuesto al equipo X-Plore, David y Roberto, así como a nuestros venezolanos y venezolanas que han estado detrás en todo momento para hacernos sentir fenomenal de principio a fin (con mi querida Sorelia a la cabeza). GRACIAS A TODOS POR HABLER FORMADO PARTE DE ESTE SUEÑO.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
2 Respuestas a “Expedición al Salto Ángel y el reino de los tepuyes en Canaima (Venezuela)”
¡Qué levante la mano el de los armadillos! 🙂
Una experiencia increíble que me alegro de haberla pasado rodeado de gente tan maravillosa.
Gracias a todos/as por permitirme cumplir un sueño
Qué gran descubrimiento, Valdun. Fue fantástico tenerte a bordo!