Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Final en Mondulkiri
31 de marzo: TREKKING EN ELEFANTE POR LA SELVA DE MONDULKIRI
Es apasionante entrar en la selva y perderse en la frondosidad de una vegetación infinita que esconde el origen mismo de la vida. Dentro de ella se plasma la verdadera esencia del mundo, la Naturaleza virgen, de la cual todos y cada uno de nosotros procedemos. Los bosques de Mondulkiri abrazan esta idea albergando todavía especies animales tales como tigres, osos o leopardos, que se ocultan tras la espesura y ya apenas se dejan ver. En realidad deben ser muy pocos los que quedan, y quienes los siguen están convencidos de que estos tratan de aferrarse a la vida como pueden, y por ello huyen a lo más profundo de su mundo para no saber nunca más del hombre, causante de todos sus males. Nadie conoce mejor estos bosques que los Pnong, que desde tiempos ancestrales han confraternizado con la Naturaleza, la cual además les proporcionó un amigo fiel para toda la vida, el elefante.
Entonces, ¿qué mejor manera de penetrar la selva de Mondulkiri que hacerlo con quienes mejor la conocen y a lomos de un elefante? Esa fue precisamente la aventura que tuve la oportunidad de vivir, gozar e incluso en algunos momentos maldecir. Porque un viaje tiene mucho de todo eso, de bendito y de maldito, me tocó probar ambos elixires en un sendero de ida y vuelta al interior de la Naturaleza más pura de Camboya. He aquí pues un episodio inolvidable de una historia que iba llegando a su final.
NOTA 2024: Este se trata de parte del diario de un viaje que hice hace más de quince años a Camboya. Y son las palabras tal cual las escribí en su momento. ¿Haría hoy lo mismo? ¿Me subiría a un elefante para hacer esto? NO. En absoluto. Bajo lo aprendido en estos años me he concienciado en que hay cosas que no se deberían hacer. Que éticamente no están bien. Y esta, de seguro, es una de ellas. Un error que asumo pero que no puedo borrar de su existencia porque sucedió. Os recomiendo no perderos la página de Faada sobre turismo responsable con animales donde esta actividad jamás estará justificada. Y con razón.
Estaba impaciente por comenzar de una vez por todas el Trekking en elefante. Me venían a buscar en moto a las ocho y media para llevarme a una aldea Pnong desde donde iniciaría la marcha de dos días al interior de la selva. André, Claudio y Gianluca, se levantaron temprano para poder despedirnos, puesto que aunque ellos habían decidido ir hasta Laos juntos, yo ya no les volvería a ver. Son realmente sorprendentes los lazos que uno tiene en un viaje con gente que ha conocido de tan solo dos o tres días. Por unas razones u otras esas conexiones pueden llegar a ser incluso más fuertes que las que se tiene con personas a las que conoces de toda la vida. Quien ha viajado al menos una vez sabe a lo que me refiero.
PULONG, UNA ALDEA TRADICIONAL PNONG
Después de desayunar y despedir con un fuerte abrazo a mis tres amigos subí a la parte trasera de una moto que me llevaría a una pequeña aldea llamada Pulong (también se puede ver escrita como Pulung o Phulung) situada a 12 kilómetros de donde estábamos. Conmigo llevaba una pequeña mochila azul con algo de agua (a posteriori me daría cuenta de que tendría que haber llevado más), un bañador y una camiseta, las cámaras de fotos y vídeo, una linterna, gel antibacterias para las manos y papel higiénico. En el Nature Lodge me habían dicho que la comida y la bebida la ponían ellos, además de los medios para dormir. Me indicaron que no llevara saco ni esterilla, que todo ya estaba previsto. Así que poco más podía hacer ya que simplemente dejarme llevar en aquella motocicleta que iba a toda velocidad por un camino de arena roja que se colaba a los ojos si me quitaba las gafas de sol. Aunque lo mejor de todo era ir sorteando los baches y agujeros del suelo como si de una competición de motocross se tratase. Hubo dos momentos en los que estuvimos cerca de darnos el gran batacazo pero finalmente culminamos nuestro pequeño viaje con éxito. Llegamos sanos y salvos a la aldea, deteniéndonos junto a una casa que era prácticamente toda ella un enorme tejado hecho con ramas.
El motorista se marchó y me dejó allí solo. Junto a la casa de las ramas había otra de madera levantada sobre pilares. Toda una familia iba y venía con leña o dirigiendo a un lado u otro a los cerdos y a las gallinas. Una mujer me indicó con la mano que esperara un momento, utilizando además su idioma para ello. En aquel lugar, como era normal, nadie hablaba ni papa de inglés, pero mientras los gestos universales funcionaran no tenía de qué preocuparme.
Al fondo escuché algo entre las ramas. Parecían pisadas, y me resultaban familiares, como si las hubiera escuchado en más de una ocasión. Y como preveía sólo podían ser de mi compañero de viaje para los próximos dos días. Me acerqué un poco más al lugar donde procedía el ruido y vi que estaba un elefante que se comía ramas con toda tranquilidad utilizando su trompa para arrancarlas y partirlas en trozos más pequeños. Un hombre joven y bastante bajito se acercó hasta él y de un respingo que dio sin esfuerzo se subió a su cabeza. Unos leves toques con los pies bastaron para hacerle caminar hacia donde yo me encontraba. Estaba claro que aquel hombre era el mahout, algo así como el jinete del elefante, la única persona que le conoce mejor que a sí mismo y capaz de dominarle como si de sus propias piernas se trataran. La mujer que me había dicho que esperase volvió de nuevo con una cesta bastante grande y le dio todo el material necesario para que pudiera ir preparando la montura.
He aquí un video de ese momento:
La relación de los Pnong con los elefantes es bastante especial. Supuestamente todas las familias tienen al menos uno, al que consideran otro miembro más. Siempre fue utilizado como medio de transporte, ya que en la provincia de Mondulkiri no existieron los vehículos a motor hasta hace muy poco tiempo. Con ellos se movían entre una aldea u otra, se internaban en el bosque para ir a por leña o a por algún tipo de planta medicinal. O se trasladaban a los campos de cultivo que se ocupaban de trabajar. Salvo el período jemer, en que muchos de ellos fueron vilmente asesinados, siempre ha habido elefantes en Mondulkiri. Como ya apenas quedan en estado salvaje se trata de juntar a los de diferentes familias con unos ceremoniales de casamiento y apareamiento que ya quisieran muchas bodas gitanas.
El mahout es el lazo más fuerte que existe entre un elefante y una familia. Se suele asignar un elefante, preferentemente de corta edad, a una persona determinada que será quien le conozca desde el principio y le enseñe todo lo que necesita saber para que finalmente esta relación jinete-bestia sea pura simbiosis. Lo normal es que el mismo mahout monte siempre al mismo elefante. Además son estas personas quienes deben garantizar se respete una serie de leyes no escritas que exigen no hacer trabajar a estos animales más de cuatro horas diarias, ni más de veinte días por mes. La regla que más me sorprendió y que se cumple estrictamente es la que dice que que cuando el elefante ha terminado sus respectivas faenas y se le deja descansar no se le debe mantener atado en un determinado sitio sino que debe dejársele suelto para que vaya donde él quiera. Por eso una de las más importantes tareas de un mahout es saber recuperar al animal de las entrañas de la selva donde suele entrar en cuanto puede.
La montura de mi elefante consistía en una membrana bastante suave hecha con corteza de árbol sobre la que había colocado un asiento cerrado elaborado con ramas como si fuera una cesta. Supuestamente en él deberían caber sin problemas dos personas junto a lo que se pudiera llevar de extra (mochila, comida, etc..). Yendo yo solo, como era el caso, podía ir relativamente cómodo al llevar las piernas más libres. No tardaría en probarlo, aunque primero debía subir a lo alto de aquel animal tan enorme. Me acercaron una escalera que apoyaron en el lado izquierdo del elefante, y con mis pies, agarrándome previamente a la montura, logré posicionarme en el asiento y sujetarme bien fuerte antes de comenzar a caminar. El mahout se limitó a comprobar que estuviese colocado correctamente sin decir una sola palabra. Tal y como me podía imaginar, no sabía decir ni «Hello». Pero a esas alturas (nunca mejor dicho) la comunicación lingüística no me parecía importante. No hay mejor idioma que el de abrirse a los demás e intentar hacerse entender.
CÓMO SE VE LA VIDA A LOMOS DE ELEFANTE
Comenzamos la marcha, dirigiéndonos primero junto al camino principal que divide la aldea, y después tomando a nuestra izquierda un sendero secundario bastante estrecho que definitivamente se fue internando por el bosque. Dejamos atrás varios campos talados como parte de la deforestación a la que ni la provincia de Mondulkiri parece estar a salvo. Pero pronto, ya pasados unos minutos, accedimos a la espesura, en la que el ruido ensordecedor de los insectos del bosque te hacía sentirte cada vez más lejos de la civilización. Salvo la mujer del poblado, que iba bastantes metros por delante nuestro con una cesta llena hasta arriba de cosas. Al principio dudé si vendría todo el camino con nosotros, que así era realmente. En dicha cesta llevaba comida, agua y útiles necesarios para las dos jornadas que íbamos a pasar en este trekking que recién iniciábamos.
Había momentos en los que parecía que el elefante caminaba lento, pero en realidad no era así. Lo que sucedía era que se entretenía enganchando ramas y comiendo frutos que se iba encontrando a su paso. Cuando le daba por romper una rama gruesa se ayudaba tanto de las patas como de la propia trompa. De esa forma prácticamente las deshilachaba y las aligeraba para llevárselas a la boca. Si se entretenía demasiado, el mahout le hacía un ruido que yo no sabría imitar y le daba con los talones en las orejas, lo que conseguía que el testarudo animal continuara caminando.
Desde el piso de arriba un servidor se agarraba fuerte y salvaba como podía los tambaleos constantes para delante y para atrás. Es una sensación similar a la de montar en dromedario, aunque reconozco que en elefante la sujección era mejor e iba un poco más cómodo. El mahout, por mucho que lo intentara, no me daba conversación, ni gestual ni de ninguna clase. Se limitaba a fumar un cigarrillo tras otro y a dirigir los pasos del elefante. Las únicas veces en que yo lograba hablar era conmigo mismo cuando grababa algún vídeo con la cámara o cuando le decía alguna cosa al elefante, del que ya me había hecho amigo. Me temo que soy tan charlatán que sería capaz de hablar hasta con las plantas. Por eso me resultaba extraña esa cura de silencio interrumpida ocasionalmente por los pájaros y los bichos.
Una de las partes más interesantes de hacer una marcha en elefante es el momento en el que se cruzan los ríos. Es muy divertido ver cómo el elefante absorbe el agua con la trompa y se la lleva a la boca, para después, en muchos casos, expulsar la sobrante hacia arriba empapando al mahout o a quien hiciera falta. A nuestro elefante le bastaba una pequeña charca para que acabara desparramándola a diestro y siniestro.
Hicimos algo más de dos horas seguidas de trekking, por lo que llegó el momento de hacer un descanso y dejar al animal hacer lo que quisiera. Me ayudaron a bajar utilizando una escalera de mano elaborada con ramas gruesas, la cual estaba colocada junto a un árbol, por lo que era lógico pensar que aquel lugar era una parada planteada tanto para ésta como para otras marchas en elefante.
UN BUEN BAÑO EN EL RÍO
La mujer pnong me pidió que la siguiera y con ella fui hasta llegar a unas rocas. Allí había un pequeño riachuelo que dejaba caer sus aguas sobre una poza que desde arriba se presumía limpia, profunda y, por tanto, perfecta para darse un baño. La temperatura además era ideal para que no me lo pensara y me pusiese el bañador enseguida y de esa forma no dilatar más un chapuzón que me sentaría fenomenal. El agua de aquella «piscina natural» situada dentro del bosque era una delicia para los sentidos y estar relajado, disfrutando de los últimos coletazos del viaje. En España, en esas fechas, a pesar de ser primavera, llovía y hacía frío, tal y como me contaban desde allí cuando hablaba con la familia o con mi novia. Camboya estaba siendo un contrapunto realmente cálido a la vez que agradable, dentro de un invierno en Europa de seis meses que se estaba comiendo a la primavera de un bocado.
Cuando ya llevaba bastante tiempo en el agua y salía para secarme, apareció un niño como de la nada y me pidió esperara y me quedara más tiempo bañándome. Se dirigió a la caída del agua del río, una cascada en miniatura, y se sentó colocando su espalda frente al chorro. Me dijo que hiciera lo mismo. Procedí y me pude quedar fácilmente quince minutos con los ojos cerrados disfrutando de ese improvisado spa que me estaba dejando la espalda y el cuello como nuevos. Esto es vida – pensaba mientras pasaba una hilera de imágenes por mi cabeza de los días y las situaciones en que tantas veces habría necesitado algo así.
Cuando salí a secarme y a tomar un poco el sol aprecié de fondo la figura de dos elefantes, de los cuales se estaba bajando gente. Sus cuatro cabezas rubias, casi brillantes, y su forma de hablar les delataba. Eran del norte de Europa sin ninguna duda , holandeses para más señas. Cuando se acercaron se limitaron a saludar sin mucho afán y a bañarse también en la poza de la que acababa de salir. Con ellos iban dos mahouts y un chaval de no más de quince años que hablaba inglés perfectamente y que pertenecía a una agencia de Sen Monorom que también organizaba este tipo de trekkings. Fácilmente necesité de casi tres cuartos de hora para poder iniciar una conversación medianamente cordial con los holandeses, paso que tuve que dar yo. Seremos del mismo continente, tendremos un Parlamento Europeo, una misma moneda, unas Leyes que nos envuelven a todos, pero después nos encontramos en un lugar tan remoto y distinto y parecemos seres de otro planeta que no tenemos absolutamente nada que ver. Estas son cosas que a uno le hacen ser un tanto «euroescéptico».
LOS ELEFANTES TAMBIÉN MERECÍAN SU PREMIO
La mujer me dio un tupper con arroz frito que tenía pedacitos de algo que parecía pollo. Comí allí mismo, mientras los mahouts ponían un pescado al fuego. El tiempo fue pasando y yo ya estaba ya un pelín hastiado de las rocas y la poza, y la verdad, tenía ya ganas de iniciar de nuevo la marcha. Un rato después se dirigieron a una charca que había casi al lado nuestro, los dos elefantes de los holandeses, con los mahouts subidos en sus respectivas nucas. Les estaban llevando a darse un baño y eso era algo que no me hubiera perdido por nada del mundo. La verdad, fue un espectáculo asombroso ver aquellas dos moles dejándose bañar como si fuesen inocentes bebés. Cómo lograban tumbarles sin apenas esfuerzos y cómo disfrutaban del agua que sus pequeños jinetes pnong les echaban en todo el cuerpo, mientras hacian piruetas con la trompa. El que no aparecía por ningún lado era el elefante en el que yo había venido. Y nuestro mahout se había ido a buscarle hacía nada menos que una hora. Son absolutamente ciertas las reglas pnong de dejarles totalmente en libertad cuando no hacen uso de ellos.
He aquí un vídeo del baño de los dos paquidermos que, de verdad, no tiene desperdicio:
Me sorprendió que ninguno de los cuatro holandeses quisiera ayudar a aquellas personas a lavar a los elefantes. Yo estaba deseoso de que llegara el mío para meterme en el agua con él. Pero seguía sin llegar y los dos amiguetes fueron dejando espacio libre para que entrara otro.
Tardaría diez minutos más en esperarlo. Al parecer se había ido muy lejos y había sido bastante complicado encontrarle de nuevo. Pero allí vino muy digno él, con paso lento pero firme, para darse un merecido chapuzón.
Yo no pude evitar irme detrás. Me metí en aquella agua turbia sin importarme su sospechoso color marrón y me acerqué lentamente al animal. Primero estuve echándole agua a una cierta distancia, porque temía que si le daba por mover una pata o ponerse de pie estando yo muy cerca, me podía aplastar. Pero poco a poco me fui acercando hasta que de repente me ví subido a él y frotándole la espalda. Tuve puestos mis pies sobre su lomo duro como una roca, p0r el que me escurría si no me agarraba bien. Y la verdad, fue una sensación inenarrable, difícil de comparar con otras muchas que he tenido a lo largo de mi vida. Si me ponía a pensarlo me entraban ganas de llorar, puesto que es de las cosas más fascinantes que había hecho hasta entonces. Todo el trekking de dos días había valido la pena por esos minutos participando en el baño de un elefante.
Ya cuando estaba más limpio que una patena, el mahout le hizo indicaciones para que se levantara. Y en ese momento, salí yo para tomar unas cuantas fotografías de aquel coloso mientras abandonaba su más que preciada charca con una pose de solemnidad y señorío, que a ver quién le tosía al animalito.
Una vez fuera fue momento de colocar de nuevo los bártulos. Fijar la montura llevaba un gran trabajo y para ello era muy importante que el elefante no se moviera. Pero para tranquilizarle le estuvimos acariciando mientras me pareció entender a la mujer pnong que el elefante se llamaba Mae. Ella sí que hacía más esfuerzos por tener algún tipo de comunicación que el hombre, aunque no entendiera absolutamente nada de inglés.
El elefante agradecía aquellas caricias y yo estaba cada vez más cómodo con él. Al principio del trekking había guardado más las distancias porque cuando estás de pie a un palmo suyo te da la impresión de que como se le crucen los cables te da un golpetazo y acabas en Albacete. Pero después ya era uno más y no me importaba ni darle un abrazo si hacía falta. Aunque testarudo, como todos, era bastante simpático y fue fácil que le cogiera cariño. Se notaba que le tenían muy bien enseñado y que estaba acostumbrado a verse rodeado de personas. Porque si a un elefante salvaje le tocas la trompa acabas pegado en el suelo como un triste chicle de fresa. Esos sí que no se andan con pequeñeces.
SE REANUDA LA MARCHA
Emprendimos un nuevo recorrido por el interior de la Selva de Mondulkiri que nos llevaría durante unas dos horas por un sendero no marcado para las personas sino para los animales. Y es que era el elefante el que iba abriendo camino y nosotros los que debíamos apartar las ramas como podíamos para no acabar enredados entre los pinchos que hacían de las suyas en la ropa que llevábamos puestas. Quien nos iba indicando si se podía o no se podía pasar era la mujer Pnong, que se estaba erigiendo como una todoterreno en toda regla y, a la postre, como una guía realmente incansable.
Lo que yo sí que no sabía en absoluto era dónde íbamos a pasar la noche. Por mucho que había intentado sonsacárselo con gestos a mis compañeros pnong, no hubo manera de comprender qué me querían decir. Mi impresión a priori era que íbamos a dormir en un poblado o en un refugio apartado de los que esta etnia tiene repartidos en el interior de la selva. Eran simples especulaciones, en realidad no tenía ni la menor idea de dónde podíamos terminar.
Y nosotros continuábamos avanzando por una selva cada vez más cerrada e inaccesible, en la que a la luz le costaba penetrar cada vez más. Esa fase del trekking estaba siendo fascinante, lo que esperaba encontrarme a lomos de un elefante, que no era otra cosa que caminar por donde otros simplemente no podían hacerlo. Mi curiosidad respecto a dónde íbamos a parar era cada vez más grande, al igual que por ver si nos encontrábamos con algún animal salvaje. Aunque los únicos tigres que se han visto en Mondulkiri en los últimos años ha sido a través de cámaras-trampa yo no perdía la ilusión de toparme con alguno. Pero allí la verdad que no apreciamos ningún rasgo, o quizás debían estar a kilómetros de la más mínima huella humana. Yo me conformaba con saber que estábamos dentro de la casa del tigre y de otras muchas especies que sobreviven en aquel reducto natural de Camboya.
UN LUGAR DONDE PASAR LA NOCHE
Cuando ya habíamos sobrepasado de largo las dos horas desde que reanudáramos la marcha, el mahout hizo que el elefante se detuviera unos instantes. Estábamos cerca de un pequeño riachuelo bajo una inmensa arboleda que por poco no cerraba del todo el cielo. Durante algunos minutos estuvieron oteando el área como decidiendo si parar ahí o no. Tras una conversación entre ambos el chico me me hizo indicaciones para que me bajara del elefante, aunque esta vez sin escalera ni nada sino colgando del lomo mientras él me sujetaba con las manos. Yo, la verdad, no entendía nada. Pensaba que podía tratarse de un descanso después de un buen rato de trekking. Entonces fueron desenganchando la montura y soltando todos los bártulos que llevaba encima el animal.
Yo seguía sin comprender qué íbamos a hacer ya que eran tan sólo las cuatro y cuarto y no podía entrar en mi imaginación que ese lugar tan oscuro y lúgubre podía ser el lugar escogido por los pnong para pasar la noche. Pero el mahout se llevó el elefante…y lo soltó, la mujer empezó a sacar instrumentos para cocinar, e incluso me preparó un lugar para que me sentara y dejara la mochila. Cada minuto que pasaba me confirmaba que el trekking se había terminado y que todo se estaba montando para crear un campamento base en el interior mismo de la selva.
Las sospechas de que aquel no era un mero descanso se esclarecieron totalmente cuando no sólo el mahout apareció con leña en las manos, sino también cuando ajustó a los árboles un par de hamacas de color verde. Señaló la que era para mí, la cual incluía una mosquitera con la que poder cubrir todo el cuerpo durante la noche. No quería ni imaginarme la de bichos que podía haber allí. A dos metros de mí quedaba el riachuelo y una especie de charca con agua estancada de la que no me cabía duda, era un bebedero de animales salvajes al cual, sin duda, se iban a acercar por la noche.
¿No quería trekking en la selva y dormir en plena naturaleza? Pues ahí lo tenía. En un lugar totalmente aislado y sin cobertura, con dos personas de la etnia pnong con las que sólo podía comunicarme por gestos, y con una hamaca atada entre dos árboles que serviría de lecho para pasar la noche.
Lejano escuchamos lo que parecían ser unos truenos. La mujer señaló al cielo con las manos, las cuales bajó hacia el suelo, queriéndome decir que por la noche iba a caer una tormenta. Un buen ingrediente para culminar una inolvidable velada a la intemperie. Pero afortunadamente estaban preparados para todo. Y en un instante colocaron un plástico sobre mi hamaca que me protegería de la lluvia en caso de que viniera finalmente. Aunque después de haber visto en bastantes ocasiones una lluvia made in Asia, de las que más que caer, acuchillan todo lo que se cruza en su camino, no las tenía todas conmigo de que me iba a librar de ella tan fácilmente.
El cielo se fue apagando poco a poco, por lo que iba siendo hora de hacer un fuego. Contábamos con leña suficiente, puesto que si algo no nos faltaba eran precisamente ramas gruesas, que las había por doquier. La mujer iba y venía del río con los cacharros en los que empezó a cocinar arroz con cebolla y carne. Si había animales en la selva, debían estar oliéndonos a kilómetros. Ya en principio las que comenzaban a salir eran las ranas, que se estaban dando un festín en la charca. Croaban tanto que ya empezaban a vencer por goleada a los insectos. A mí, mientras hubiera algo de luz, me gustaba indagar a mi alrededor, y en una de estas pisé unas hojas y salió disparada en sentido contrario una serpiente. También vi muchos lagartos y varios sapos que parecían enormes piedras negras. Los agujeros excavados en el suelo eran lógicas madrigueras de arañas más grandes que mis manos, seguro iguales que esas a las que los jemeres gustan tanto de saborear con un poquito de ajo. Y a las que por la noche no les va en absoluto quedarse quietas.
No pude quejarme de saborear una buena cena de arroz, carne y salsa de soja para mojar. A la luz de las velas y las linternas, puesto que ya se había hecho de noche. Y no eran más que las seis de la tarde. Mientras comía les pedí vinieran conmigo a compartir la comida. Y así lo hicieron. Ya que no se lanzaban a hablar, traté de hacerles varias preguntas utilizando los gestos e incluso los números y letras del teléfono móvil por si lograban entender algo. Conseguí saber que el mahout tenía veinticinco años y ella treinta y seis, sus nombres que de complicados que eran se me olvidaron enseguida, y que nos levantaríamos a la mañana siguiente a eso de las siete de la mañana. Pero no mucho más. No eran demasiado habladores y costó seguir una conversación mínimamente prolongada.
Se quedaron muy callados durante un rato y él se metió en su hamaca. Ella me animó a hacer lo mismo señalando con su dedo índice a la mía pero me parecía que era muy temprano como para irme a dormir y estuve unos minutos explorando el área, aunque en a cada paso que daba, aparecía un bicho diferente. A unos metros de nuestro «campamento base» no se veía nada y lo único que podía hacer era buscar arañas. No me quedó más remedio que desistir y tumbarme en la hamaca, con la pequeña mochila sobre los pies, por si acaso llovía, e intentar dormir.
BREVES NOTAS DESDE UNA HAMACA EN PLENA NOCHE
No pegué ojo, para que nos vamos a engañar. Casi me atrevería a decir que, como máximo en toda la noche, logré dormir a ratitos de poco más de una hora u hora y media. El resto tuve los ojos como platos, costándome encontrar una buena postura para caer rendido en la hamaca. Los pnong fueron puro silencio, ni sentía que estuviesen allí. Pero eso sí, una noche en la selva es como asistir a un concierto con millones de músicos. Es asombroso escuchar cómo la Naturaleza no calla sino que, al contrario, forma un estruendo mucho mayor que por el día. Los bosques, en realidad, brillan durante la noche, a la que convierten en su mayor frenesí, un correcalles cíclico que afecta a los más grandes y a los más pequeños seres que se agazapan tras los árboles.
Más de cinco y más de diez veces sentí caminar algo muy cerca de mi hamaca. Más de veinte escuché beber de la poza. Yo no vi absolutamente nada, porque no quise ni sacar la linterna, pero estoy convencido de que no pocos animales se acercaron donde nosotros estábamos. La noche estuvo marcada por la ausencia de silencio y por los sonidos que la selva emitía con un eco que no cesaba ni por un instante.
Finalmente sí que cayó la tormenta que la mujer pnong había predicho. Duró aproximadamente un par de horas. El invento que me había colocado el mahout funcionó a la perfección y no me entró una sola gota de agua a la hamaca. Lo que sí tuve fue algo de frío y cierto temor a que, sin querer, se destapara la mosquitera, la única que me garantizaba no ser acribillado por los insectos que revoloteaban a mi alrededor.
La noche fue larga, interminable. Y tuve tiempo de darle varias vueltas a la cabeza con un millón de temas que fueron aflorando sucesivamente. Entre otras cosas pensaba: si mi madre supiera dónde está durmiendo su hijo ahora mismo…
1 de abril: LLEGÓ LA FIEBRE…SE ACABÓ LA FIESTA
Me levanté a eso de las siete y media tras un ligero sueñecito de última hora. Cuando abrí los ojos ya estaban los dos pnong manos a la obra con el desayuno. Incluso ya estaba por allí rondando el elefante, por lo que imaginé que el mahout había ido a buscarle con los primeros rayos de sol de la mañana. Desayuné pan con mantequilla y otro plato de arroz hervido con el agua del río. Tenía el cuerpo un poco dolorido por no haber sido capaz de coger una buena postura en toda la noche, pero me sentía fresco y preparado para iniciar la segunda jornada de trekking en elefante. Recogimos en un momento las hamacas y preparamos la montura una vez más. Mae, el elefante, también estaba listo para iniciar una ruta que terminaría en la aldea pnong y que definitivamente sería para mí la última del viaje en lo que a actividades, visitas y excursiones se refería. El resto consistiría en volver tras mis pasos y dormir en Madrid tres días más tarde. En resumen, lo bueno acababa casi de inmediato.
CUATRO HORAS SEGUIDAS DE TREKKING
Al igual que el primer día, retomamos senderos relativamente complejos y frondosos en los que el elefante se sintió como en casa. Algunas de las ramas que debíamos ir apartando eran verdaderas trampas con afilados pinchos que rasgaban todo lo que a ellas se acercaba. Por muchos machetazos y golpetazos que les diéramos desde delante o desde atrás, no pudimos evitar una serie de perjuicios en las camisetas, que por suerte no en la piel. Había que ir con mucho cuidado y observar por dónde íbamos pasando. Incluso en las ramas más inofensivas podía haber serpientes enroscadas, tal y como me habían advertido en Sen Monorom. Mondulkiri es un paraíso de serpientes en el que las pitones ya han dado más de un susto tanto a los locales como a los turistas.
Cuando ya llevábamos cerca de dos horas y el calor venía bastante fuerte, empecé a sentir como lento pero sin pausa estaba perdiendo las fuerzas. Supuse que podía estar recibiendo demasiado sol y me cubrí bien la cabeza, no fuera a coger una insolación. No tenía ni dolor de tripa ni mala la garganta. Era mucho calor y desaliento, ganas escasas de estar allí. Trataba de beber agua, refrescarme como podía echándomela incluso encima, y olvidarme «relativamente» de aquellas sensaciones que empezaban a preocuparme un poco. En ocasiones trataba de imprimir fuerza de donde no la había porque fuera lo que fuera no podía caer malo allí mismo, en mitad de la selva, y faltando aún mucho tiempo para regresar a la aldea. Así que me animaba a mí mismo grabando vídeos, tomando fotografías y observando un paisaje verde fantástico de las colinas de Mondulkiri.
No debió funcionar demasiado bien aquella autocomplacencia porque continuaba sintiéndome cansado, con un agotamiento inexplicable ni habiendo pasado la noche en vela. Era otra cosa, quizás había comido algo malo, o había estado demasiado expuesto al sol. Me agarraba al elefante como podía, manteniendo aún cierta compostura. No le había contado nada al mahout o a la mujer, que seguía siendo la persona que iba marcando la ruta. Por una parte quería disfrutar de todo aquello que tenía alrededor, pero por otra sabía que algo no iba bien.
LA COSA NO PINTA DEMASIADO BIEN
Cuando llegamos a las cuatro horas de trekking, los pnong decidieron hacer un stop. En cierto modo podía ser lo que necesitaba. Ya que de mi agua apenas quedaba medio trago, le pregunté a la mujer si aún quedaban botellas de las suyas. Me contestó que no, pero que si tenía mucha sed iría a buscar agua en un río cercano. No sé si fue por rabia o por orgullo, pero le dije que no hacía falta, que aguantaría con la mía. Y mientras el mahout dejaba el elefante y ella preparaba algo para comer, yo me tumbé en el suelo, sin importarme que hubiera hormigas, arañas o incluso la famosa pitón de la Selva de Mondulkiri. Me quedé dormido allí mismo, y cuando los pnong me avisaron de que la comida estaba preparada sentí que no tenía ni fuerzas para levantarme. Traté de restablecerme como pude e incluso comer un poco, puesto que podía sentarme bien. Pero cada vez tenía más calor, cada vez pesaba más mi cuerpo. Todo él era como una auténtica losa que costaba mover lo más mínimo. No comprendía cómo podía sentirme así de mal, tan de repente. Lo único que deseaba era llegar de una vez.
Traté de explicar con gestos a los dos compañeros de trekking si podíamos olvidarnos de aquel descanso, que no me encontraba nada bien. El mahout trató de decirme que aún quedaba tiempo, que el elefante se había marchado y que durmiera un poco. Tuve que insistir mucho para convencerles de que la cosa iba en serio y que teníamos que irnos de allí más pronto que tarde. Finalmente se levantó y fue a buscar al elefante.
Estaba tardando muchísimo, parecía que no iba a volver nunca, y yo no hacía más que quedarme traspuesto por momentos y encontrarme cada vez más débil. Cuando ya estaba a punto de pedirle a la mujer me trajera el agua del río que me había ofrecido, apareció Mae con su jinete subido a la nuca. Preferí no esperar y subirme al elefante como pude. Lo que quería era llegar cuanto antes.
Nunca me habría imaginado que pudiera quedarme dormido encima de un elefante, con el tambaleo que suponía cada uno de sus pasos. Porque yo no podía verme, pero desde el prisma de aquella gente, debía dar una imagen un tanto lamentable. He caído enfermo alguna vez que otra durante mi vida viajera, pero aquella vez, junto a un problemilla que me surgió en la India, ha sido en la que peor me he encontrado. Estaba enfadado conmigo mismo por no poder resistir. Se me cerraban los ojos y apuraba en pequeños sorbos lo poquito que quedaba de mi botella de agua. No entendía que no hubieran llevado mucha más, ya que no habíamos tenido suficiente para los dos días. Y eso que yo me había bebido de una botella de un litro que traía en la mochila por si acaso. Es esencial en este tipo de excuriones, asegurarse de que no falta nada de agua. Más vale que sobre que falte. Siempre debe ser así.
FIN DEL TREKKING
Aunque los minutos me parecieron horas llegamos por fín a la aldea. Salieron a recibirnos varios niños, los hijos de ambos pnong e incluso el abuelo. Para mí fue un soplo de energía saber que lo peor había pasado y que ya estaba en contacto con otra gente, que estaba muy cerca del lodge. La mujer salió rápidamente a buscar una botella de agua, que me bebí casi de un trago. Mientras daban el aviso de que habíamos llegado para que pasaran a buscarme, me llevaron a su casa donde traté de mantener la compostura, aparentando encontrarme fenomenal y jugando con los pequeños lo que podía. Me estuvieron pidiendo caramelos sin cesar pero sus dientes estaban tan picados que les tuve que mentir y decir que no traía ninguno conmigo.
Después de un rato en aquella casa apareció un ciclomotor, que sería con el que me marchara de vuelta al lodge. Me despedí de toda la familia y agradecí a la pareja del trekking sus atenciones en estos dos días. Aunque no creo que entendieran una sola palabra de lo que les dije.
Recuerdo muy bien mi llegada a la recepción del Nature Lodge. Caminando como un triste moribundo me crucé con la chica inglesa, la hija de la dueña, y le conté cómo me encontraba. En el bar pedí más agua y me quedé dormido entre los cojines. De tener calor había pasado a tener un frío horrible. Y cada vez me sentía más débil. Cómo debía estar quese llevaron todas mis cosas a la caseta porque no podía levantar ni una triste botella de agua.
Me acosté sin ser todavía de noche. Sabía que tenía que coger fuerzas para el día siguiente, cuando me esperaban ocho largas horas en un bus infumable a Phnom Penh. Tomé antitérmicos y traté de dormir, aunque la fiebre no se fue de mi lado ni un segundo.
2 de abril: VIAJE INFERNAL A PHNOM PENH
Un largo camino a la capital de Camboya en un autobús lleno de gente (precio 8´5$, adquirido en el Nature Lodge), con la música karaoke sonando a todo trapo, puede ser algo relativamente normal y lógico en un viaje como este, incluso diría que soportable. Pero hacerlo en las condiciones en que estaba fue como vivir ocho horas en el reloj y tres años en mi cabeza. Y eso que me había levantado bastante más espabilado de cómo me había ido a dormir. Creo que aún tenía unas pocas fuerzas que ofrecer al viaje para resistir lo que quedaba, que no era otra cosa que el maldito viaje a Phnom Penh y un día entero en Singapur para cerrar definitivamente esta aventura en el Sudeste Asiático.
Tuve la suerte de tener una compañera de viaje a una alemana de Dusseldorf, precisamente una ciudad que conozco más o menos bien. Aunque me hizo más compañía ella a mí que yo a ella, puesto que me quedé dormido durante ratos relativamente largos. No se trataban de sueños profundos sino de una nebulosa de darle vueltas a las cosas, de sucederse imágenes intermitentes de Mondulkiri, del elefante, de las hamacas y hasta del arroz cocinado por tres veces. Por una parte me daba pena haber «caído», pero por otra me alegraba de que lo hubiera hecho justo al final, que no hubiera roto ningún plan previsto para el viaje. Estas son cosas que suceden sin más, aunque cuando lo hacen, es evidente que son un verdadero fastidio. Pero si al menos no afecta ni a nada ni a nadie, pues resulta una anécdota más sin importancia. Así me lo tomo yo ya pasados varios meses desde mi regreso, como una experiencia resuelta más o menos de forma positiva, que merece tan sólo algún comentario en una barra de bar o en una conversación entre amigos.
De aquel día de viaje a Phnom Penh tengo algunos recuerdos borrosos y otros más nítidos. Los primeros entremezclan imágenes de la Camboya Rural con sensaciones de cansancio, calor y frío a la vez, con sonido karaoke y de niños llorando detrás de mi asiento como la banda sonora. Los segundos, que son los más claros, tienen que ver con una parada del bus en una pequeña ciudad llamada Skuon. Situada a 75 kilómetros de la capital y utilizada como escala para muchos itinerarios de los autocares que, sobre todo, van a Siem Reap, no es famosa ni por su arquitectura, ni por sus templos, ni por sus paisajes. No tiene orilla con el Mekong ni tan siquiera con el Lago Tonlé Sap. Pero es famosa por ser la ciudad de las arañas. Y es que, Spiderville, que así es conocida vulgarmente incluso más que por su propio nombre, tiene como plato estrella en sus menús a las crujientes y para algunos sabrosas arañas fritas.
En la parada que hicimos en Skuon pudimos verlas apiladas en bandejas, esperando formar parte del bocado de un paisano jemer o de algún turista loco en busca de un sabor exótico. Al parecer la gente que vive allí las sirven en desayunos, almuerzos y cenas. Es una más que probable herencia de las hambrunas sufridas durante el tiempo en que Pol Pot y los Jemeres Rojos tuvieron el poder en Camboya. Ahora se sabe que mucha gente de la ciudad acude al bosque y a las montañas para sacarlas de sus agujeros en la tierra. Estas enormes tarántulas pasan de la madriguera al plato en un abrir y cerrar de ojos. Desconozco cuál será su sabor, pero en aquel momento no quería ni pensarlo. No existía la más mínima probabilidad de que formaran parte de una degustación de platos típicos camboyanos. Ni hablar…
A eso de las 15:30 llegué a Phnom Penh. Un tuk tuk (1$) me llevó hasta el hotel en que había pasado dos noches durante el inicio de mi andadura por Camboya (Me Mates Place), pero resultó estar completo. No debía estar de suerte, pero fueron muy amables y se ofrecieron a buscarme otro muy cerca del Palacio Real/Pagoda de Plata al que, además, me acercaron sin coste alguno. El sitio se llamaba Moura Motel y contaba con habitaciones dobles de 20$, aunque al principio me pidieron 25$. Terminé quedándome porque lo único que quería era descansar en la habitación y recuperarme para no seguir más días hecho una piltrafa.
Por la noche logré cenar un poco y ponerme en contacto con la gente utilizando el netbook. Después de varios días desconectado del mundo tenía ganas de charlar un rato, aunque sin pasarme, que lo que necesitaba era dormir y tratar de bajar la fiebre. Pero tengo que decir que volver a escuchar ciertas voces al otro lado me recargaron de las energías que necesitaba. Sí que noté algo diferente, que yo mismo hablaba del viaje en pasado. Sería porque de una forma u otra había llegado a su fin.
3 de abril y siguientes: EPÍLOGO
Singapur prolongó mi agonía febril en un día en el que no paró de llover. Pasé todo el tiempo en Chinatown, deambulando por las mismas calles por las que había caminado un par de semanas antes. Compré unos últimos regalos, comí en uno de sus restaurantes e hice tiempo hasta la noche para tomar el avión de British Airways a Madrid con escala en Londres. Rebeca y su padre vinieron a buscarme al aeropuerto porque se olieron el percal.
Estaría con fiebre alta en mi casa prácticamente una semana más. Pero una vez pasados esos días, ya reestablecido, pude iniciar esta Crónica que precisamente hoy rubrico, y en la que todos habéis podido comprobar que el ansiado viaje a Camboya y Singapur fue de todo menos aburrido. No faltó de nada en esta primera pero no última aventura en el Sudeste Asiático: Templos de ensueño, rascacielos luminosos, aldeas que flotaban en el agua, gastronomía exótica, Historia cruda del Siglo XX, vehículos abarrotados, macacos con muy mal carácter, selvas, elefantes, rickshaws, túnicas naranjas, Budas Sentados, delfines casi extintos, lluvias torrenciales, soles penetrantes, albergues de papel, hoteles con piscina, música karaoke, una isla atemporal, pescadores en las lagunas, pagodas, masajes aromáticos, una caseta en un árbol, una cabaña de paja, mercados tradicionales, barcas de madera, cocodrilos, niños jugando con una serpiente, un carro tirado por bueyes, arrozales, palmeras, mahouts, motocicletas, baches, improvisados compañeros de viaje, arañas fritas, tortuguitas en su salsa, atardeceres milenarios, amaneceres imposibles, rostros de piedra, raíces estranguladoras, sonrisas que lo eran de verdad, apsaras, estanques, jardines, edificios coloniales, cubatas en probeta, cantos a los Dioses, situaciones humorísticamente incontrolables, leones de piedra, una prisión de espanto, un sabio vietnamita, una lágrima de emoción, una gota de sudor, un trago de agua, rollitos de primavera, el Monte Meru, un adiós, un hasta luego…
25 Respuestas a “Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Final en Mondulkiri”
Gran broche a un viaje que ha tenido de todo. Me ha impresionado el ensordecedor ruido de los insectos en plena selva…así no me extraña que no pudieras dormir!
Por cierto, no crees que lo de la fiebre puede tener algo que ver con esa charca en la que te bañaste para lavar al elefante?? Qué valor! jeje
Que vaya muy bien por Indonesia amigo, yo por mi parte marcho mañana a Viena. Ya me tocaba hacer la maleta.
Un abrazo!
Maravillosos todos los capitulos, una putada la fiebre del final del viaje, cuidate en el proximo, aunque al no ir solo te cuidaran.
Felices vacaciones a los dos, un abrazo.
PLAS PLAS PLAS!!!
Que tengáis un maravilloso viaje en Indonesia. Y cuidadín con los Komodo aunque los que veáis están ya ‘domesticados’ al vivir en un Parque. Pero aún así hay que ir con cuidado aunque siempre iréis con un Ranger al lado. Y en Ubud os recomiendo altamente el Templo de Kehen.
Cuando regreséis yo estaré en Laos, en exactamente un mes me voy.
Un besote,
A
wou!! vaya viaje, busque videos karaoke y m tope con tu blog jeje, pero wouu qu viaje! por si te animas a cantar karaokes esta es mi web
Aunque ha sigo una agonía lo de la fiebre, leer cómo explicabas lo mal que te ibas encontrando…me ha gustado.
Me ha encantado lo de bañar al elefante.
Buen viaje a Indonesia!!!
Muy buenasss!
Pues sí pues sí, es el broche final a un viaje apasionante. Espero el que venga ahora sea como mínimo igual de bueno. Y si lo supera va a ser ya la pera, aunque rezo porque no hayan ni fiebres ni nada malo.
Ya le estoy dando los últimos retoques a Indonesia y no veo el momento de estar allí. En 48 horas estoy en Londres (dormimos allí), en 72…en una rápida escala en Dubai… Y en 80 en Yakarta buscando un tren nocturno. La aventura está a punto de comenzar. El viernes justo antes de marcharme dejaré un post publicado que resuma en mayor o menor medida nuestros planteamientos ante este viaje. Os voy a echar de menos 😉
Un abrazoteeee
Sele
Sele, gracias por haber compartido tus vivencias en Camboya durante estas semanas.Magníficos relatos y fotos excepcionales.
Ah,lo de la hamaca tela marinera, yo creo que soy yo y salgo por pies…pero claro en medio de la selva como que no hay escapatoria.
Un abrazo.
Por cierto, el primer video, dónde estás esperando al elefante, haces un zoom dónde aparece un niño (o niña) junto a montura del elefante. Pues es una imagen PRECIOSA!!! enamorada me he quedado 🙂
CC
Sele, mucha suerte por Indonesia. Tengo curiosidad, especialmente, por qué recorrido y vivencias tenéis por Flores, la isla católica. Y no estaría mal que obsequiases a Rebeca con unos días en una de las islas Gili.
Ya imagino la foto de Rebeca y/o tú con la camiseta de «El Rincón…» y un dragón de Komodo al fondo.
Mucha suerte y un abrazo.
RICARDO.
Sele,
Gracias por compartir tus aventuras y por la magnífica información.Aún no he terminado de leer la crónica, pero estoy en ello.Además confío en ir el año que viene(llevo atrasando este viaje ni sé..) , así que me irá de fábula 😉
Quería desearos un estupendísimo viaje a Indonesia!!!Disfrutad a tope y gozad de todo lo que os depare el camino. Mucha suerte.
Un besote.
Sele, que capítulo más chulo, al igual que la experiencia con el elefante y sobretodo con esos bosques perdidos en el mundo!
IN-CRE-Í-BLE ! !
Bueno, y ahora, a disfrutar muchísimo con el VIAJAZO en mayúsculas que os vais a pegar! Mucha suerte y sobretodo, id con los ojos bien abiertos!
Y nosotros también te echaremos de menos a ti Sele.
Gracias por todo lo que me has aportado.
Disfruta de tu nuevo viaje
Al fin he tenido tiempo de terminar este reportaje, entre vacaciones y andar el nuevo diseño de mi blog no había tenido un hueco para finiquitarlo.
Desde luego en este viaje lo diste todo, suerte que unas semanas de reposo en casa fueron suficientes para estar como nuevo.
Espero que te haya ido genial en la última aventura.
Saludos 😉
Mondulkiri y Ratanakiri son dos provincias que me quedan pendiente en Camboya Sele, espero reunir los días suficientes para poder vivir una aventura por el este de Camboya. Genial el trekking que hiciste en elefante… una pasada.
Un abrazo!!
Estoy por viajar a mondulikiri mañana y tu post me vino genial. Te he leido un par de veces y por mi despiste penses que eras mujer ahora contextualizo mas todo! Gracias por tu info mochilera y describir tan lindas experienfias de esas que nos transforman y nos forman como personas. A seguir mochileando abrazo!
Mondulkiri, qué recuerdos… y eso que me puse malísimo allí jejej
Disfuta mucho de la experiencia y gracias por dejar un comentario!!
Sele
Hola Sele,
En un mes voy a Camboya, me gustaría hacer la misma senda que hiciste tu por Mondulkiri con el elefante, dormir allí…..donde lo contrataste?
Un saludo
PD: Buen blog
Hola Miriam,
Lo contraté en el hotel de Sen Monorom donde estuve alojado. Y todo sobre la marcha. Nada más bajarme del bus alguien me ofreció lo del hotel con las casas en el árbol y de ahí surgió el tema del elefante.
Un saludo!!
Sele
Hola,
A saber que leo siempre que planeo un viaje, si éste coincide con alguno que ya hayas realizado, tu Blog, por lo que te estoy agradecido por compartir info. Ahora bien, me gustaría trasladarte mi descontento al ver que usaste un animal salvaje y que para nada es apto para el transporte, como lo es el elefante. Creo que es de sobras conocido cómo se logra «domar» a uno, basta con buscar «romper alma elefante» en Youtube y ver las atrocidades a las que se les ha sometido.
Creo que harías un bien si actualizaras el artículo animando a otros viajeros a no cometer tu error 😉
Un saludo
Hola Álex,
Gracias por tu comentario porque es enriquecedor y está escrito de muy buena onda. En este caso el tema del elefante en Mondulkiri es peculiar (te daría la razón en este tema en el 99,9% de los casos). Era el elefante de una familia de una tribu específica que tiene una relación muy especial con ellos. Realmente único en el mundo. De hecho, si lees el post, están sueltos en el bosque y nunca encadenados. No los utilizan más de dos horas seguidas y el trato es excelente. No tiene nada que ver con lo que sucede en Tailandia o en otros «circos» del entorno. El trato y su cuidado es tremendo. Sólo te digo que cuando nos fuimos a dormir en plena selva, el elefante se quedó suelto y su mahout lo fue a buscar durante dos horas.
Es un caso muy muy especial. Aún así entiendo tu postura y he sido el primero en equivocarme en una o dos ocasiones, que visto en perspectiva de hoy, fue un gran error.
Pero este es un caso de una de las pocas tribus del mundo que poseen elefantes de la familia. Y que siempre están sueltos. Tenías que ver cómo vino al agua para darse un baño y la relación con su mahout. Parecían hermanos!
Pero, por supuesto, respeto tu opinión. Y estoy de acuerdo contigo en que tenemos que concienciar a la gente.
Un fortísimo abrazo,
Sele
Hola Sele,
me ha encantado la descripción de tu aventura por la selva en elefante,aunque espero que te recuperases bien de tus fiebre….y nos apetece muchísimo hacerlo.
Estamos organizando un viaje a Camboya y Vietnam para este verano y te agradeceria si pudiese decirme donde contrataste el trekking con elefante, he buscado en varias agencias de Senmonorom y lo que veo son trekkings andando a ver a los elefantes.
En el Nature Lodge tienen la pag en construcción, no se si preguntarles x mail.
Muchas gracias y un beso,
Angélica
Hola Angélica,
Ya pasaron bastantes años y quizás haya cambiado algo el asunto. Yo creo que lo mejor es plantarse en Sen Monorom y preguntar. La zona de por sí merece la pena y no está muy transitada.
Un saludo!!
Sele
Buenas noches Sele. Maravilloso el viaje que hiciste a Camboya. Yo despues de ir a myanmar hace dos años, este voy a Camboya. Por cierto me vino muy bien tus andanzas por myanmar para yo hacer las mias. Es curioso que nunca hay dos viajes iguales aunque persigas parte de los mismos objetivos.
Estoy pensando en entrar a Camboya por siem reap para hacer angkor y el lago( no tengo claro si despues de haber estado en inle con toda la libertad del mundo me va a saber a poco tonlé sap) y acercarme despues a battambang. De ahi tengo la opcion de hacer en el norte ratanakiri o ir al noreste para hacer mondulkiri como tu y parar a la vuelta en kratie. Terminaria en phnom penh antes de volar de vuelta. Me pierdo el sur pero no tengo mas dias.
Como lo ves? Un saludo viajero.
Pedro
Hola Pedro,
Disculpa que tardara tanto en contestar, pero acabo de volver del Tíbet y no he podido responder un solo comentario.
A mí tu itinerario me gusta bastante. Lo de Tonle dalo por hecho. Comparado con el Inle es una charca de vendedores ambulantes.
Ahora sólo me falta desearte un feliz viaje. Lo vas a disfrutar mucho!
Sele
[…] * Crónica de un viaje a Camboya y Singapur (Capítulo 9: Trekking en elefante, fiebres y epílogo)… NUEVO […]