Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto IV: Wadi Sura
La Expedición Kamal regresa a Gilf Kebir y lo hace precisamente en Wadi Sura, el conocido Valle de las imágenes que bautizara László Almásy en los años treinta y en el que se han encontrado más de treinta cuevas prehistóricas con lo mejor del arte rupestre de todo el Sáhara oriental durante el holoceno. Por primera vez tenemos acceso a la cueva de los nadadores, que recompone la película «El Paciente inglés» y, sobre todo, avalanzó las diversas teorías que clarificaban que hace diez mil años éste no era un desierto sino todo lo contrario.
¿A qué se debe la presencia nadadores pintados en la roca de la cueva? ¿Qué significa la bestia descabezada que todos rodean? Ahondamos junto a varios arqueólogos en uno de los misterios del neolítico dentro de uno de los valles más fascinantes de toda la meseta de Gilf Kebir, en la que aún hay restos de las primeras expediciones de los años treinta y las montañas de arenisca poseen formas inauditas.
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20 de marzo de 2014: Día 8º
Un día repleto de emociones
En este viaje al Desierto occidental de Egipto, comunmente conocido como Desierto Líbico, cada día es mejor que el anterior. Cuando pensaba que la magia de Jebel Uweinat era incomparable nace hoy en mi vida Wadi Sura. Me propongo escribir durante la noche desde un valle de infinitas formas y rocas en el suelo tan grandes como una casa, con rocas similares a las de Wadi Rum en Jordania o incluso a las del corazón de Petra pero todo mucho más vasto, más vacío y sin ningún aderezo artificial.
En el oeste de la meseta de Gilf Kebir nace el Valle de las imágenes, la Wadi Sura en la que Almásy halló la célebre cueva de los nadadores y donde posiblemente uno podría considerar seriamente que se trata del museo al aire libre de arte rupestre más asombroso del continente africano. Esto es mucho mejor de lo que había soñado, infinitamente superior a cualquier descripción minuciosa y orgullosa sita en las páginas que nos dejó el explorador húngaro. Un periodista polaco de National Geographic con el que hablo bastante en la expedición me ha dicho que podría ser una obra del genio Salvador Dalí. Pero no, la genialidad sólo se debe a la Naturaleza misma, a la evaporación de un paisaje verde para ser la viva imagen de un planeta salvaje y solitario con unas condiciones climáticas extremas.
La cueva de Mark Borda junto a Peter & Paul
Pero vayamos por el principio, porque la mañana despertó con emociones. Apenas a dos minutos de nuestro campamento en el área de las dos montañas volcánicas Peter & Paul, llamadas así como recuerdo a las grandiosas cúpulas de San Pedro del Vaticano y San Pablo en Londres, nos detuvimos a presenciar nuestra primera cueva de verdad. Nada de un saliente en la montaña o refugio, aquello era una cueva prehistórica con todas las de la ley. Como en muchas ocasiones Tarek no abre la boca hasta que se encuentra en el sitio y ve que estamos pendientes de lo que va a decir. Nos pidió que nos agachásemos y que muy despacio fuésemos reptando boca arriba. Si pensaba que las de Jebel Uweinat eran las mejores pinturas que habíamos podido ver hasta entonces en este viaje, lo que pudimos presenciar en esta cueva apenas descubierta hace cinco o seis años por el aventurero maltés Mark Borda volvió a dar una vuelta de tuerca a nuestro intenso recorrido por el arte dibujado en la roca.
El detalle de unas escenas, en su mayor parte en las que se encuentran involucradas figuras humanas y animales, hace afirmar a los arqueólogos que nos encontramos ante la experiencia de quienes vieron pintar antes a sus ancestros, los cuales mejoraron la técnica imprimiendo más detalle a cada imagen. Esta garganta estrecha en una montaña que me recordaba a la cresta de una gallina es un auténtico tesoro del arte prehistórico, aunque con la diferencia de que es realmente complicado situar en un mapa y que apenas hay quien lo visite.
Huevos de avestruz en mitad de una explanada
Encontramos en el suelo un pedacito casi petrificado de huevo de avestruz, animal que se contaba abundantemente en los verdes valles del Sáhara más fértil que pudo existir. Aunque sería durante nuestra travesía hacia el norte donde encontraríamos no uno sino cinco o seis huevos de avestruz prácticamente intactos situados en mitad de una explanada. Habían sido utilizados por el hombre que habitó esta zona hace más de cinco mil años, quien los tenía como pequeños depósitos para guardar el agua. Lo sorprendente es que se hayan conservado en mitad de una ruta que durante tiempos de guerra estuvo bastante concurrida de vehículos militares británicos, franceses, alemanes, sudaneses y, por supuesto, egipcios. Sin olvidar las décadas de los exploradores.
Nos topamos con un camión de la II Guerra Mundial
Hemos ido ganando velocidad, ya que el camino era plano sin apenas baches o molestias que hubiese que sortear, y nos hemos sentido como si estuviésemos en una carretera. Realmente no estábamos equivocados, ya que cada quinientos metros aproximadamente un bidón de gasolina ennegrecido (que no oxidado) emergía como baliza dentro de un recorrido ciertamente usual al oeste de Gilf Kebir. No dejaba de imaginar las historias de Almásy en la búsqueda repetida del Oasis de Zerzura o incluso cuando se las arregla para infiltrar en Egipto a dos espías de la Alemania nazi llegando incluso a sabotear “vehículos del enemigo” robándoles el combustible y poniendo en su lugar kilos y más kilos de arena. Y justo cuando me acababa de perder entre conspiraciones militares y prospecciones arqueológicas con coches de juguete aparece de la nada un camión de las Fuerzas Sudanesas aliadas de la Long Range Desert Group que hacían largos viajes de abastecimiento entre Kufra y Asuán. ¿Sería este uno de esos vehículos saboteados e inutilizados por Almásy?
Esta joya del automóvil envejece en solitario, aunque se encuentra aceptablemente mejor de lo que se podría esperar de un vehículo utilizado en la II Guerra Mundial. Sin duda la de estos coches atrapados en el desierto es una de las postales más originales que me estoy llevando de este viaje. Es un indicador absoluto sobre el lugar en el que nos encontramos.
Bienvenidos a Wadi Sura
Hemos pasado de lejos las colinas apodadas por Almásy como “los tres castillos” avanzando hasta imitar la curvatura de Gilf Kebir en el punto en el que se abre hacia el oeste. Unas descomunales murallas naturales de arenisca bien erosionadas se abrían paso en algunos huecos por los que se han introducido los 4×4 dejando atrás y olvidando el desierto plano y vacío que llevábamos viendo durante horas. Mohammed, nuestro conductor, ha pronunciado las palabras “Wadi Sura” y un escalofrío me ha erizado los brazos. No podía creerme que habíamos llegado al célebre Valle de las imágenes, el corazón de la película El Paciente inglés y el área que Almásy recorrió con pasión hasta descubrir la cueva de los nadadores y darle un vuelco a la arqueología de tiempos prehistóricos. El Sáhara desde aquel momento había dejado de ser el mismo y se empezó a aceptar la idea de que antes de desierto había sido un pulmón verde por el que corrían leones, jirafas, cebras, avestruces o gacelas que estaban bien vigiladas por los cazadores que habitaban esta parte de África.
Aquel paisaje era una mezcla del Valle de los Reyes, con Petra y Wadi Rum, entremezclado con las sensaciones de los lugares poco trillados que tanto ansío por conocer. Las rocas amarillas eran tan caprichosas que no era complicado encontrarle la forma de una esfinge, una estatua daliniana o incluso un moái de Isla de Pascua. Bastaba con fijarse bien y, por supuesto, echarle un poco de imaginación.
Wadi Sura 1: La cueva de los nadadores
De repente una colina pedregosa ancha y no muy alta, mostraba en la base una apertura de algo menos de ocho metros de lado a lado y tres metros entre el suelo y el techo. Se trataba de la cueva 1 de Wadi Sura, la mítica y soñada cueva de los nadadores. Hemos empezado a avanzar despacio y cuando nos hemos querido dar cuenta estábamos buscando las figuras esquemáticas de esos personajes que parecen estar nadando… ¿en el desierto del Sáhara? Y muy rápidamente hemos encontrado estas escenas de nadadores y la “bestia” cuyo color rojo contrastaba con el blanco de unas minuciosas redes que cubrían un misterioso cuerpo sin cabeza.
Como si estuviésemos dentro de una película se ha escuchado dentro de la cueva al arqueólogo Luc Watrin gritar “Cuidado, una serpiente” y ver en el suelo salir huyendo una de las conocidas serpientes de arena que frecuentan el Desierto Líbico. Era fina pero bastante larga y tengo la impresión de que se fue ella más asustada que lo estábamos quienes ocupábamos la cueva de los nadadores en ese instante.
No me gusta hablar de decepción, pero en este caso no he podido evitar decirme a mí mismo que “no era lo que me esperaba” puesto que el estado de conservación de la cueva hallada por Almásy deja mucho que desear. Al parecer la película de El Paciente inglés protagonizada por un jovencísimo Ralph Fienness había hecho mella en 1996 y no pocos analfabetos de estupidez acelerada se acercaron a la cueva dañando la composición artística por medio de grafitis incomprensibles y, peor aún, arrancando literalmente zonas pintadas para llevárselas a casa como souvenir. Por supuesto sin que nadie actuara a tiempo para salvar la cueva de semejantes salvajadas.
Más que decepción entonces, diría desilusión. ¿Cómo una de las grandes obras maestras de la prehistoria había sucumbido al descuido y al vandalismo? – me preguntaba una y otra vez. Pero la cueva es tan especial que los minutos han ido aderezando mi pesadumbre y he terminado perdiéndome en las escenas que todavía se encuentran en pie (aunque no sé si por mucho tiempo) tratando de comprender el porqué de tantos hombres nadando… en el desierto que entonces no lo era, quién o qué es esa bestia descabezada que se repite en cientos de kilómetros y cómo sería ese momento en el que Almásy entró por primera vez a la cueva.
Lo más delicioso ha sido compartir impresiones con los arqueólogos, que entusiasmados como si la hubiesen descubierto ellos mismos, se dirigían a la escena pictórica más importante de la Wadi Sura 1, la cueva de los nadadores. Apenas con unos gestos eran capaces de discernir qué pinturas eran anteriores o posteriores en un collage de superposiciones hechas a lo largo de varios años. Luc Watrin, que se la conoce de memoria, siempre es muy cauto al hablar de nadadores puesto que según él quién dice que no están flotando en el aire. Tratar de darle lógica a todo es complicado, pero en este caso las hipótesis sobre por qué hay nadadores en esta composición de arte rupestre son absolutamente imaginativas y vastamente interpretables. Quizás me equivoque pero casi lo mejor de todo es que nunca descubriremos tantos porqués. Ha pasado demasiado tiempo y entrar en la cabeza de aquellos hombres y mujeres del neolítico en el norte de África es cuanto menos imposible.
La desilusión, por lo tanto, se fue apagando hasta olvidarme completamente de todo para concentrarme más profundamente en los dibujos humanos (y también animales) o en las dos manos pintadas en negativo que había en la pared y en el techo. La energía del lugar es admirable y, a pesar del notabilísimo deterioro, el viajero termina dándose cuenta que se halla en uno de los grandes hitos de la arqueología no sólo en África sino en el mundo. No es necesario el romanticismo del Paciente inglés para amar este sitio, basta con ir a la historia real mucho más apasionante que el film estadounidense y comprender sus circunstancias en un valle de arena y rocas con geoformas impredecibles en la que aún queda mucho por revelarse.
Los senderos misteriosos de Wadi Sura
Después de casi una hora bastante intensa y calurosa hemos abandonado la cueva, pero no Wadi Sura. Una comida ligera y un té a la menta han servido para tener fuerzas de nuevo y seguir indagando en los laberintos de la geología del valle, lanzar hipótesis al aire, buscarle parecidos a las rocas o sorprendernos de cómo las montañas se están resquebrajando constantemente con bloques de más de tres metros de ancho por otros tres de alto que debieron caerse en este proceso cuyo final está en los granos de arena.
Hemos llegado hasta el campamento Chianti, utilizado por los expedicionarios de los años treinta quienes encontraron numerosas cuevas en Wadi Sura (por algo se llama el Valle de las imágenes) y que parece haberse quedado tal cual fue hace ochenta años. Aún sobreviven las latas de conservas con las que se alimentaban los aventureros e incluso los lugares donde hicieron fuego. Tal cual, no se ha movido un ápice. Realmente nunca la basura había me había parecido tan interesante como en esta ocasión.
Deseando bajase más el sol para que colorease el fantástico paisaje rocoso que teníamos delante nuestro nos fuimos con los vehículos, nuestro equipaje y víveres para prepararnos y colocar las tiendas de campaña en otro campamento que no es el Chianti pero no tiene absolutamente nada que envidiarle. Andrés y yo nos hemos salido de la explanada principal a una zona algo apartada en la que golpea menos el viento y parece más tranquila. Aún sigo sin creerme que estoy escribiendo bajo semejante cielo estrellado que deja atisbar tímidamente las grotescas columnas de piedra.
Atardecer en el Valle de la imágenes
Tampoco puedo creerme el atardecer que he vivido tras recorrer algunos de los callejones erosionados por el viento y por los cuales en la antigüedad llegaba a pasar un río e incluso caía el agua de las cascadas. Todo esto antes de un poderoso cambio climático acelerado que en poco más de doscientos años secó completamente estos parajes. Vaya, ¿de qué me sonará eso de cambio climático?
Me he alejado lo suficiente del campamento y subiendo torpemente a una roca desde la que se podía presenciar toda la magnitud del lugar he respirado bien profundo, he abierto los brazos y he cerrado los ojos para captar la energía que insufla este árido lugar. Wadi Sura, ¿no habrá sido todo un sueño? Si es así no quiero despertar nunca de él…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
* El martes 10 de junio a las 19:00 horas en la Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Callao (Madrid) daré una charla sobre este viaje al Desierto Líbico en Egipto. La sala se encuentra en la planta 7ª, la entrada es libre y gratuita pero el aforo es limitado. ¿Os apuntáis?
4 Respuestas a “Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto IV: Wadi Sura”
Qué curiosas las pinturas de los nadadores. Es lo último que uno se espera encontrar en una zona desértica.
Un saludo Sele.
Hay algunas fotos que recuerda un poco el Wadi Rum, aunque no tan rojizo.
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