La buena vida de Barichara (Colombia)

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La buena vida de Barichara

Barichara, la niña de los ojos de Colombia, tiene el aroma a calidad de vida, eso a lo que tantos aspiramos hacer nuestro en algún momento. En este pueblecito tricentenario considerado por muchos, y con razón, el más hermoso del país, el tiempo no vuela sino que pasa lentamente, el clima no es bueno sino que es mejor, y la gente te embriaga con una hospitalidad sincera y diría que innata. Los días aquí pasados me han mostrado el que podría considerar un retiro soñado en el que una colorida hamaca de tela sería mi bandera, los sonidos inconfundibles de la Naturaleza en la noche la banda sonora original y los jugos de mil frutas tropicales el elixir de la vida eterna. Escondida entre montañas, pastos y cielos azules de rotundidad, vive esta linda localidad orgullo del Departamento de Santander y de todo colombiano que ame su país. Barichara significa en el antiguo lenguaje de los guanes «Lugar para el descanso». No me imagino en absoluto un nombre más apropiado para definir su pose, su ritmo y sus múltiples posibilidades para acoger en sus senos a las almas cansadas o hastiadas de rutinas y días grises. Aquí todo es color, sonrisa y piar de colibríes cada mañana, senderos de piedra enlazando casas blancas y ventanas de madera, y saludos de buena gente ante un lento paseo sin rumbo. Ingredientes que mezclados nos hablan de la buena vida en un lugar único.

Barichara, probablemente el pueblo más bello de Colombia

Escribo estas líneas cuando la noche suena de forma natural, con el rumor embriagante que posee el bosque cuando se apagan las luces. Desde lo alto de un monte en los aledaños de Barichara tengo el atrevimiento de vivir mientras escribo y escribir mientras vivo.

HOSPEDADOS EN UNA FINCA… COLOR DE HORMIGA

Ciertamente los primeros días en Colombia no pudieron ser más prometedores. No sólo por abrirse ante nuestros ojos un país amable y realmente bello, sino también por contar con la presencia de caras amigas que nos hicieran más placentera nuestra estancia en tierras colombianas. Como véis empiezo a hablar en plural porque en Bogotá se incorporó la aventurera que faltaba, mi compañera de viajes preferida que trajo su mochila para continuar un sendero que aún tiene interrogantes en el título. Quien sino Rebeca, que deseosa de saltar el charco, camina ya junto a mí disfrutando de un día a día esperanzador.

Pero, además de ella, aparecieron otros rostros amables y conocidos como Hernando Reyes (Club Altum) y Antonio Quinzán (Viajes y Fotografía), con quienes pasamos buenos ratos en la capital colombiana. El propio Hernando, un embajador de lujo que nos mostró las mil y una caras de Bogotá, nos asesoró y recomendó EL LUGAR con mayúsculas para disfrutar y descansar en Barichara, la cual iba a formar parte sí o sí de nuestra ruta por Colombia. Hablo de la finca o reserva natural con hospedaje y restaurante de «cocina atípica» conocida como Color de Hormiga, una de las mejores sorpresas que he hallado dentro de este, también atípico, viaje a América sin billete de vuelta. Jorge y Claudia al mando con el mejor baluarte posible, la hospitalidad, regentan esta especie de lodge ecológico en el que uno puede saborear la naturaleza y el silencio del monte que se asoma a Barichara, a bordo de una habitación con encanto, cómodas hamacas en el patio en el que desayunan los colibríes y el significado real de la expresión «calidad de vida». Pocas veces he visto tan apropiada dicha acepción como aquí, y puedo no ser objetivo porque hablo de Jorge y Claudia como mis amigos, pero es que cuando se les conoce es imposible dejar a un lado cualquier subjetividad.

Despertarse, sin importar el reloj, era siempre un placer porque fuera los árboles y las plantas te daban los buenos días junto a decenas de pajarillos de colores a los que no les incomodaba nuestra presencia. Durante un buen rato, cada mañana, nuestras mesas de oficina pasaban a ser las hamacas donde observábamos con un libro sobre aves en la mano, cuál era cuál. Después charlábamos bajo la sombra de un delicioso desayuno y preparábamos una jornada distinta ya fuera en Barichara o en sus prometedores alrededores cargados de Naturaleza y buena energía.

Lo de Color de Hormiga proviene de la especialidad culinaria de su restaurante, las hormigas culonas, capaces de dar sabor a las comidas como nadie se hubiese imaginado. De hecho Jorge es el creador de la salsa de hormiga culona, la cual aplica con maestría en sus platos. A muchos nos puede parecer raro cocinar con hormigas, pero para los santandereanos (que no santanderinos) es una tradición que viene de muy lejos en el tiempo y de la que se sienten muy orgullosos. El propio restaurante, Color de hormiga, al que ya vale la pena acudir por sus tremendas vistas, aparece bien destacado en la guía Lonely Planet, cosa que el propio dueño conoció cuando el libro ya llevaba varias ediciones. No tardaré en hablaros en este blog de una experiencia «color de hormiga», porque reconozco que me planteé desde el principio abrir el paladar para adaptarme a los gustos locales.

BARICHARA, POSIBLEMENTE EL PUEBLO MÁS BELLO DE COLOMBIA

Bajar el sendero de tierra roja que comunicaba nuestro alojamiento con Barichara nos mostraba cada vez más cerca la fisionomía del pueblito santandereano que muchos le otorgan la no azarosa calificación de ser el más bello de Colombia. Las montañas de fondo, con nubes de algodón entrelazadas, se recortaban en la silueta horizontal que se topaba con nuestra mirada impaciente.

Barichara nos esperaba abajo con su abanico de calles y cuadras en cuesta, sus paredes de piedra y barro encaladas hasta el tejado y sus puertas y ventanas jugando a teñirse de colores diferentes. Nuestros pies nunca tardaban en acoplarse a la perfección al suelo adoquinado que se subía o se bajaba del montículo sobre el que está levantado el pueblo.

Esta fue tierra de indios guanes, pero Barichara no fue fundada hasta 1705 cuando los españoles quisieron conmemorar una aparición de la Virgen María tallada en una roca. El milagro fue el resorte para que allí fuera construida una iglesia y, posteriormente, una aldea que no hace mucho cumplió trescientos años. Tres siglos llevados a la perfección y premiados con todo tipo de adjetivos y títulos tales como Monumento Nacional en sí mismo. Y aunque pasó desapercibido durante mucho tiempo el turismo ha puesto su mirada en esta localidad porque no hay viajero que no se marche feliz de haberlo conocido. Doy fe que estos días creo haber encontrado otro de esos retiros en los que dar un baño de positivismo y calma a mi espíritu.

En Barichara no hay que buscar grandes monumentos ni nada parecido. Ese no es, ni mucho menos, el objetivo del que viaja hasta este bello pueblito. Su secreto está en la conservación de sus calles y viviendas tricentenarias, la capacidad demostrable de no dejar que el tiempo corra ni los relojes funcionen con la presión de un vengativo minutero. Lo mejor que se puede hacer es departir alegremente con los baricharas o patiamarillos, pasear sin rumbo u observar la sencillez de unas casas cuyas puertas están permanentemente abiertas (es significativo en un país en el que los medios de comunicación de todo el mundo cuestionan constantemente su seguridad). Nada más… y nada menos.

Con la cámara en la mano y el Sol con su constante y fogosa compañía, recorrimos cada recoveco de un pueblo amable, de ritmo relajado que afortunadamente (y espero que por mucho tiempo) no se ha vendido a la mediocridad de ser impersonal. Barichara tiene carácter y sus labios dibujan sonrisas a los siempre bien recibidos caminantes. Aunque ciertamente aquí nadie es foráneo o extraño, es un huésped más de la que puede ser una de las banderas de ese acertadísimo lema de Turismo de Colombia que asegura que «el riesgo es que te quieras quedar». Suscribo cada letra al tiempo que saboreo un refrescante jugo tropical.

Las fotografías, idénticas a las que podrían haberse hecho hace diez, cincuenta o cien años (salvo cuando se cuela algún vehículo moderno), retratan Barichara sin la justicia de lo que pueden ver unos ojos cuando se dirigen a su hermosa y cálida sencillez.

EL CAÑÓN DEL CHICAMOCHA

Barichara lo utilizamos como base para algunas excursiones por la zona. Las opciones son múltiples, sobre todo teniendo tan cerca a San Gil, la capital colombiana de los deportes extremos (Rafting, escalada, parapente, etc..) o el trepidante Valle del Chicamocha, donde los ríos cicatrizan un paisaje vertiginoso. Precisamente nos desplazamos a este último en el coche de unos amigos de Jorge. El Parque Nacional del Chicamocha permite a sus visitantes asombrarse de unas vistas de impresión. A pesar de que que hay una parte de pago más parecida a un parque de atracciones (entrada 13.000 pesos) que a otra cosa, uno se siente un punto minúsculo dentro de una panorámica bestial que se puede disfrutar algo más lejos y sin pagar, o teniendo que llevar la mano al bolsillo y costearse los 38.000 pesos colombianos que cuesta hacer uno de los mejores teleféricos de Sudamérica.

EL CAMINO REAL DE GUANE

Pero si algo hicimos con pasión fue la caminata bajo el Sol por un vetusto sendero de piedra conocido como el «Camino Real de Guane» y que comunica las poblaciones de Barichara y la propia Guane a lo largo de un apasionante viaje de dos horas a p0r el monte. Una vieja reminiscencia de la red de caminos que los españoles crearon para unir algunas de las poblaciones más importantes de la que fuera Nueva Granada (origen colonial de Colombia, Panamá y Venezuela).

Muchas veces se dice que lo importante no es el destino sino el camino que hay que recorrer. En este caso puedo asegurar que lo importante es tanto el camino como el objetivo final. Paso a paso, rodeados de árboles, fuimos restando años al calendario hasta retroceder tres siglos. Nos pudimos dar cuenta de ello al arribar al pequeño pueblo de Guane, cuyas paredes blancas y tímidos ventanales decoraban un escenario semi-solitario subsanado cuando entramos a una tienda vendetodo donde tomamos unos refrescos bien fríos mientras departíamos con la tendera y una pareja de hermanos de Bogotá que acababan de terminar el Camino Real.

Ya en la Plaza del pueblo, con un encanto que recuerda a esas fotografías en blanco y negro mostradas por nuestros abuelos, aprovechamos para echar una ojeada a la iglesia y a un museo que recopilaba lo mismo fósiles que la momia de una niña encontrada hacía cuarenta años. Desde allí el regreso a Barichara lo hicimos en el coche de un lugareño, que cobró la plaza a 5000 pesos. Suele ser el procedimiento cuando el minibús (en Colombia se las llama busetas) tarda más tiempo de la cuenta en llegar. Y es que si caminar cuesta abajo con tanto calor nos había dejado agotados, mejor no imaginar cómo hacer la vuelta mirando hacia el filo de uno de los montes tras los cuales se esconde Barichara.

LA CALIDAD DE VIDA DE NUESTRO RETIRO ESPIRITUAL

En Barichara, en nuestras hamacas convertidas en suntuosos tronos, supimos un poco de eso a lo que llamamos calidad de vida. Véase levantarse con la luz del Sol, respirar aire fresco y puro, dormirse acunado por la melodía del bosque, comer sano, caminar por el pueblo y ser saludado como si fueses un vecino más… La vida simple y llana, la sencillez en una bellísima localidad que forma parte de esa Colombia tan alejada de los estereotipos que llevan décadas machacándola. Este pretende ser un ejemplo de los muchos posibles para apreciar el país sudamericano como una de las mejores opciones para los viajeros que buscan destinos auténticos y sin masificar.

Basta con abrir la ventana y maravillarse con las vistas, basta con charlar con alguien y comprobar la amabilidad innata de los colombianos, basta con dejarse llevar por experiencias reales y no por las malas noticias que nos acostumbran a dar los medios de comunicación. Dicen que en Colombia el riesgo es que te quieras quedar. No me cabe ninguna duda de que les acompaña la razón. He aquí un fidelísimo seguidor de un país y unos paisanos que me han recibido con todo el cariño del mundo.

Por supuesto que quiero vivir este riesgo. ¡Ni que estuviera loco de no hacerlo!

Sele

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* Recuerda que puedes seguir todos los pasos de este viaje en MOCHILERO EN AMÉRICA

17 Respuestas a “La buena vida de Barichara”

  • […] B–> Barichara: La denominación de “el pueblo más bello de Colombia” deja signos evidentes de que éste lugar fue uno de los indiscutibles del viaje. Rebeca y yo lo definimos como el refugio perfecto para retirarse, la constatación de que la calidad de vida existe realmente en estos parajes santandereanos. Palpamos los pedazos de su historia, caminamos por sus callas blancas que dejan entrever verdaderas obras de arte de madera en puertas, ventanas y balcones… y respiramos aire puro. Barichara no sólo es el pueblo, también son sus alrededores primorosos que merece la pena explorar (El camino real de Guane, San Gil o el Cañón del Chicamocha). Si a todo eso le sumamos que pasamos unos días fabulosos en la finca que nuestro amigo Jorge (Color de hormiga) tiene allí no podemos sino decir que Barichara fue una estadía sencillamente perfecta. Puedes leer más sobre nuestra experiencia aquí en “La buena vida de Barichara” […]

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