La conquista del Jungfrau: La Historia de 11 amigos en Suiza

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La conquista del Jungfrau: La Historia de once amigos en la Suiza más invernal

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Un lunes cualquiera sugerí a mis compañeros de trabajo que podíamos hacer un viaje todos juntos utilizando alguna de las ofertas Low Cost. Con lo difícil que es poner a todo el mundo de acuerdo tengo que decir que no hubo pega alguna y se apuntó todo el departamento. Daba lo mismo cuándo y dónde fuera. Lo importante es que saliera más o menos barato y fuera de viernes a domingo, con buenos horarios y así tener más tiempo de disfrutar de la experiencia.

Desde ese mismo momento nos pusimos manos a la obra para planificar un weekend viajero lo más divertido y entretenido posible, del que estuviéramos conformes todos los que íbamos (en principio 12 personas). Las opciones puestas encima de la mesa fueron varias pero venció Suiza por aplastante mayoría, sobre todo tras encontrar por Easyjet un vuelo Madrid-Basilea (ida y vuelta) con un coste que no superó la cifra de 40€. La salida un viernes por la tarde y la vuelta un domingo por la noche. ¡Perfecto!

La otra cuestión pasaba por escoger el área de Suiza por donde nos moveríamos. En esa parte yo era el que ponía más condiciones porque yo ya había estado cuatro veces en ese país y no quería repetir destinos. Fue entonces cuando leí algo de Interlaken, una ciudad entre dos lagos, que tiene de fondo varias de los picos alpinos más altos de Europa. El más conocido el Jungfrau con 4158 metros de altura y accesible por tren cremallera. Un área de montañas nevadas, glaciares, bucólicos valles y lagos cristalinos en pleno febrero, es decir, en pleno invierno. Decidido, ¡aquí nos quedamos!

Logramos reservar una habitación de hostel para 12 personas en el Balmer´s Herberge (www.balmers.com), uno de los más antiguos y prestigiosos de todo el país (20€/pers/noche), y alquilamos por internet tres vehículos de gama media (120€ cada coche que da para 30€/persona).

Como nuestra intención más clara era subir a lo alto del Jungfrau con el tren cremallera que escala toda la montaña, nos estuvimos informando de cómo hacerlo, desde dónde y sobre todo, a qué precios. Durante mi visita a la Feria Internacional de Turismo (FITUR)que tiene lugar cada año en Madrid, los responsables del stand de Suiza me dieron la pista. Desde la Estación Interlaken Ost salen trenes cada poco tiempo que cubren en distintas etapas un excitante recorrido por la montaña que se puede contratar por tramos llegando o sin llegar a la Estación Jungfraujoch, que se vanagloria de ser la Estación de trenes más elevada de Europa (Top of Eurpe). Compensa subir hasta lo alto si la meteorología acompaña un poco y la visibilidad es relativamente buena, ya que con niebla se corre el riesgo de no verse absolutamente nada. Y digo esto de que compensa en este caso porque el precio de un ticket de ida y vuelta (comprándolo en la Estación o reservándolo en el hotel o albergue en cuestión) costaba en aquel momento la friolera de 110 euros. (Infórmate para ver precios de billetes tanto al Jungfrau como a otros lugares de la zona). Pero ellos nos dieron una pista que modificó de raíz nuestras caras de «uff, es mucha pasta». Curiosamente, por haber vencido España en la última Eurocopa que tuvo lugar precisamente en Austria y Suiza, los españoles teníamos un descuento hasta el 31 de mayo de 2009 de nada menos que el 50%. Nunca pensé que un gol de Torres lo fuera a celebrar tantas veces…

Con la devaluación del franco suizo, y esta promoción tan ventajosa, sólo podíamos encomendarnos a la meteorología para en caso de mínima bonanza, terminar en lo alto del frío Jungfrau.

En el trabajo todos estábamos de acuerdo en subir como fuera a la montaña y si no se podía hacer al Jungfraujoch, se haría a zonas más intermedias (como Kleine Scheidegg o Grindelwald), repletas también de nieves casi perpetuas y de variadísimas actividades invernales (trineo de perros incluido). Diariamente nos metíamos en internet para ver por webcam cuáles eran las condiciones de la zona (visibilidad, grados centígrados, nieve…). La página web ideal para hacerlo fue http://www.swisspanorama.com, en la cual a través de distintas webcams colocadas estratégicamente podíamos ver qué tiempo iba haciendo, y qué podíamos esperar para ese fin de semana del 13 al 15 de febrero. Las previsiones no eran demasiado halagüeñas, pero nunca cundió el desánimo. Ni aún sabiendo que en la cumbre no había día que subiera de los -17º y de que las nevadas eran copiosas día sí y día también.

Estábamos determinados a conquistar la cima del Jungfrau. Y lo íbamos a conseguir fuera como fuera.

¿CUÁL FUE EL RECORRIDO FINAL? ¿Y LOS PROTAGONISTAS DEL VIAJE?

En este mapa (imagen inferior) podéis ver el itinerario que seguimos durante aquel fin de semana utilizando como medios de transporte predominantes el coche de alquiler (Oficina de recogida y entrega: Euroairport de Basel) y el tren. Ambicioso, interesante y muy factible para un fin de semana.

Mapa recorrido Suiza feb09 por ti.

Pincha sobre el mapa para ampliar

Y los protagonistas, los verdaderos viajeros que quisieron conocer de primera mano cómo es un weekend made in El Rincón de Sele, fueron estos:


De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Arancha, Ale, Maite, Susana, Miha, Nacho, Sele, Alberto, Arancha, Rebeca y Sonia

Tuvimos la mala pata que Anita, una de nuestras compis más queridas, se cayera de la expedición en el último momento, pero fue como si estuviera con nosotros porque nos acordamos en todo momento de sus andares con zapatos de tacón y su posh-style a la hora de hablar. Y es que nuestra Anita da mucho juego tanto en los sitios donde va como a lo no. Así que en vez de 12 fuimos 11 divididos en tres coches (4+4+3 personas) los que descubriéramos por primera vez qué demonios es eso del frío.

VIERNES 13 DE FEBRERO: RUMBO A INTERLAKEN

Por la mañana todos puntuales al trabajo para que no se diga que no somos responsables (Nuestro «yo» corporativista). Por la mañana todos impacientes, preguntándonos mil cosas de la ropa a llevar, de si no me cabe esto en la mochila, qué tiempo hace hoy, vamos a imprimir los billetes de avión, vamos a tomar un café y lo hablamos.. (Nuestro «yo» más real, prohibido que lo lean los jefes).

Así es un weekend viajero, que hasta la hora de comer del viernes se está en cuerpo en la oficina y en alma subidos a un avión. Es al final de nuestra «jornada laboral» cuando ambas entidades se fusionan en una sola para abandonar las pantallas del ordenador, las agendas de trabajo y deshacer los nudos de corbata para agarrar muy fuerte con las manos los buenos momentos de la vida. Un viaje todos juntos, un grupo tan heterogéneo, tan diferente, pero tan compenetrado a la vez. No podía salir nada mal.

Tomamos un vuelo Easyjet con destino a Basel a las 19:50, con una salida extremadamente puntual, que duró apenas un par de horas entre chascarrillos, bromas y vaciladas propiciadas por ese grupo de compañeros un tanto gamberros y con ganas de pasarlo muy bien.

Hubo bastantes risas con los dos chicos que se sentaron en el avión junto a Maite y cayeron fulminados por el sueño, entrando en un estado de inconsciencia tal que parecía que habían muerto después de chocar sus cabezas contra el asiento de delante. Si nos leen y se reconocen en las fotos, enhorabuena, eso es que continúan con vida.

Ya «aterrizados» en el Euroairport de Basel, un enclave aeroportuario situado entre tres países (Francia, Suiza y Alemania), hicimos lo más rápido posible todos los trámites para que nos entregaran nuestros tres coches de alquiler. Lo de siempre: justificante de la reserva, tarjeta de crédito con la que se efectuó el pago, Documento Nacional de Identidad o pasaporte, carnet de conducir, y «no, no queremos un seguro adicional».

Basilea, que nos recibió con -2º pero sin nieve, fue nuestro punto de partida para que pusiéramos nuestros respectivos vehículos en marcha y nos dirigiésemos hacia el sur, a la ciudad de Interlaken. El trayecto, que hicimos en aproximadamente dos horas, es relativamente sencillo, prácticamente en su totalidad uno va por autopista (siempre dirigiéndose hacia Berna, y una vez pasado Berna, hacia Thun, después vendrá el cartel de desvío a Interlaken). Ya puede haber caído la nevada del siglo que la carretera estará siempre en perfecto estado. Para eso son suizos, no se andan con chiquitas.

El termómetro descendió hasta los -8º en pleno trayecto, aunque terminó por establecerse a los -5º en cuanto llegamos a un Interlaken absolutamente vacío y silencioso, y por supuesto, cubierto de nieve. Ya la última parte del camino era visible que las nevadas que habían caído en los últimos días habían dejado un panorama invernal descomunal, el cual apreciaríamos de lleno en cuanto llegara la luz del día. Nada más dejar los coches para dirigirnos al hostel, no pudimos evitar pisar la nieve y sentir que era mullidita, muy alejada de la nieve-hielo que habíamos tenido en Madrid días atrás.

Balmer´s Herberge era el nombre del hostel en el que pasaríamos las próximas dos noches. Por fuera es la clásica casona alpina de madera, y por dentro es la estructura típica del albergue de juventud compuesto por grandes habitaciones compartidas, con los baños y duchas fuera, y con un amplio salón comunitario donde desayunar y prepararse la comida. El equipo que mantiene el hostel procura ayudar a sus clientes informando e incluso preparando distintas excursiones y actividades tanto en los meses más fríos como en los más calurosos. Aunque el Balmer´s contaba con un ingrediente más muy a tener en cuenta, sobre todo para acoger las silenciosas, tranquilas y en ocasiones sosas noches de Interlaken. En su sótano se encuentra curiosamente la considerada como «mejor discoteca» de la ciudad, el Metro Bar (www.metrobar.ch), que no deja de ser un pub pequeño que abre todos los días (excepto lunes y martes de invierno) de 9:30 a 02:30 y que pone las copas a buen precio, sobre todo hasta las diez y media con su «hora feliz». A esas horas comienza a aparecer la juventud suiza en taxis, con ropas ligeras poco proporcionadas al frío de Interlaken y sintiéndose como en Ibiza o Mykonos. Menos es nada, está bien sobre todo para tomar algo y bailar un poco después de un día intenso en la montaña (bueno, en nuestro caso diría un día intenso en el trabajo, el aeropuerto y la carretera).

Nuestra habitación de doce camas fue bautizada como «el barracón» debido a las pequeñas dimensiones tanto de los colchones como de las almohadas (este tema le afectó más a unos que a otros) y sobre todo del cuarto en sí mismo. Todos juntitos y apretados, chicos y chicas, con la intimidad habitual dejada en casa. Para quien no esté acostumbrado a los albergues, a eso de compartir habitación con tropecientos, le choca un poco, pero se hace enseguida. Tiene un punto hasta gracioso, sobre todo cuando en plena oscuridad uno suelta una parida, le sigue el de al lado, y todos terminamos carcajeándonos al unísono hasta que cansados de tanta risa (que la hubo y mucha) caemos exhaustos al maravilloso mundo de los sueños.

Mientras tanto en Interlaken volvió a nevar…

SÁBADO 14 DE FEBRERO: VEINTICUATRO GRADOS BAJO CERO EN LA CIMA DEL JUNGFRAU

Interlaken se acostó nevando y se despertó nevando más aún. Desde la ventana nuestras miradas ojerosas pestañeaban al compás de sonoros bostezos, estiramientos y demás adornos matutinos, dirigiéndose al paisaje invernal que ofrecía el valle. Las montañas que custodian Interlaken y sus dos grandes lagos (Interlaken en alemán es «Entre lagos») aún no se veían por la niebla y el gris de unas nubes que incansablemente descargaban polvo blanco sobre las calles, los parques, los árboles y las grandes casas de madera. A primera vista no parecía el día más indicado para acometer la subida al Jungfrau pero confiábamos en que la situación mejorara con las horas y la visibilidad del panorama montañoso fuese buena. Si no perfecta, que no parecía, al menos suficiente.

El sábado estaba marcado por todos los lados como el «día grande del viaje» pero ni antes ni durante el desayuno éramos conscientes de si iba a ser posible lograr el objetivo. Las pantallas de la televisión del comedor apuntaban a las cámaras de Swiss Panorama que no mostraban más que niebla. Mientras tanto nos regalamos un desayuno relajado en las mesas de madera, con un cristal de fondo que mostraba un jardín blanquecino que en verano tiene funciones de terraza. Café y chocolate caliente, zumo de naranja, tostadas, algún bollo, y una buena charla. Todos preparados para salir en cualquier momento a «comernos» la montaña, con la ropa más adecuada para el frío, guantes, gorros de lana y mochilas cargadas de alimento para cuando estuviéramos arriba.

Varios nos levantamos de la mesa a preguntar a uno de los encargados del hostel para que nos diesen sus impresiones de si valía la pena subir (Respuesta: Sí, pero el tiempo no es el mejor) y nos confirmara si era cierta la promoción Europemeister (Campeón de Europa) en la que a los españoles se nos rebajaba un 50% el coste de los billetes (Respuesta: No conocemos esa promoción; Mi impresión: Uy, estos sacan tajada de los billetes y se callan). Conclusión: vamos todos a la Estación Interlaken Ost, que nos subimos al Jungfrau y donde haga falta.

El camino a pie desde el hostel a la Estación fue manera más idónea de descubrir lo maravillosa que es la nieve cuando se está de vacaciones y no se tiene que sufrir para ir a trabajar. El paseíllo por el pueblo (porque más que una ciudad parece un pueblo) nos mostró preciosas casitas apuntaladas por tejados recubiertos de abundante polvo blanco. La planicie donde se ubica Interlaken parece un accidente geográfico en plena montaña, porque cuando la niebla redujo su intensidad nos dimos cuenta de que miráramos donde miráramos todo eran altas cumbres apuntando hacia el cielo. Y nosotros éramos seres minúsculos en plena inmensidad. Era una postal navideña en pleno mes de febrero. El paisaje de la zona, mejor cuanto más se sube, es magnífico, correspondiente a la Suiza que todos nos imaginamos.

En la pequeña estación Interlaken Ost, la amable taquillera nos puso todas las cartas sobre la mesa aclarándonos todas nuestras dudas, confirmándonos que los españoles podíamos acogernos al 50% de descuento del precio del ticket de ida y vuelta a Jungfraujoch, que podíamos detenernos en las paradas/estaciones el tiempo que consideráramos oportuno, y que se podía hacer perfectamente la ida por un sitio (véase Grindelwald) y volver por otro (véase Lauterbrunnen) con dicho billete. Eso era exactamente nuestro plan, subir al Jungfrau pero deteniéndonos lo que quisiéramos en pueblitos o estaciones en las que seguro había algo interesante o por lo menos merecía la pena detenerse a jugar con la nieve o a tomar fotos. Así que no nos lo pensamos y todos pusimos el dinero (creo que unos 90 francos por persona (aprox. 55-60€). Un miembro del grupo (Ale) siendo argentino también se benefició de la promoción de la Eurocopa porque la chica de la taquilla no se molestó en pedir a nadie el pasaporte fiándose totalmente cuando le dijimos que todos éramos españoles.

Por cierto, introduzco un paréntesis en forma de consejo antes de que se me olvide. Quien quiera llevar bien atado y seguro el tema de precios y horarios de los trenes de esta zona lo mejor es que visite la página de los Ferrocarriles del Jungfrau (Jungfraubahnen: http://www.jungfraubahn.ch/en), donde estará al día la información más relevante y útil en torno a estos aspectos así como de posibles excursiones y actividades de invierno y de verano. Fue junto a www.swisspanorama.com (para ver webcams online) la página más visitada y utilizada para conocer de primera mano todo lo que se puede hacer allí, que es mucho. Aunque la documentación turística de este área es bastante abundante en hoteles, oficinas de turismo y en las propias estaciones, por lo que no hay problema en conseguir mapas, folletos de horarios, precios y excursiones in situ, sin necesidad de utilizar la red.

Para subir a lo más alto del Jungfrau en tren desde Interlaken se requieren como mínimo tres fases o tres trenes distintos, que están en función de la vertiente por la que se haga el ascenso. Os hablo de nuestro caso para que os hagáis una idea, así como de las otras tres fases que hay sentido bajada, y que nosotros llevamos a cabo en este viaje:

FASES DE LA IDA: Tren 1º: Interlaken Ost-Grindelwald; Tren 2º: Grindelwald-Kleine Scheidegg; Tren 3º: Kleine Scheidegg-Jungfraujoch

FASES DE LA VUELTA: Tren 4º: Jungfraujoch-Kleine Scheidegg; Tren 5º: Kleine Scheiddeg-Lauterbrunnen; Tren 6º: Lauterbrunnen-Interlaken Ost

Esto se resume en que con seguridad hay que detenerse como mínimo en estos sitios para enganchar el tren siguiente, en que se puede escoger hacer el trayecto pasando por las poblaciones de Grindelwald o de Lauterbrunnen (en lados opuestos), en que el tren cremallera final que sube al Jungfrau comienza en Kleine Scheidegg (donde se llega desde las poblaciones arriba mencionadas) y en que a nadie le quita tomar seis trenes a lo largo del día (cosa que no es tan traumática como cabría pensar porque los paisajes que se van viendo son espectaculares).

Mi recomendación es que, por ejemplo, si el viaje de subida se hace vía Lauterbrunnen el de vuelta se haga vía Grindelwald (o viceversa). De esa forma se disfrutará de dos trayectos diferentes, cada uno con un encanto particular. Y esta posibilidad viene ya incluida en el precio del billete, así que lo ideal es aprovechar este aspecto, al igual que la otra ventaja que permite detenerse en las distintas poblaciones lo que uno desee y así no estar tan atado e ir más poco a poco.

INTERLAKEN OST – GRINDELWALD

No tardó ni cinco minutos en venir nuestro primer tren del día, el cual en aproximadamente tres cuartos de hora realiza lentamente el recorrido que hay entre Interlaken Ost y Grindelwald. Si la altura de Interlaken respecto al nivel del mar es de 567 metros, en Grindelwald se pasa a los 1034 m. Y ese leve ascenso se notaba tanto en el paisaje como en el aumento de la cantidad de nieve, que ya empezaba a cubrir con mayor consistencia los tejados de las solitarias casas de madera así los suelos de las diminutas estaciones de cuento en las que ni subía ni bajaba nadie. Los pocos que estábamos en el tren buscábamos cotas más altas. No parecía un fin de semana demasiado prolífico en la zona porque apenas junto a nosotros había un par de grupos de esquiadores, los cuales conforman el «cliente tipo» del Jungfraubahnen durante el invierno.

Otro detalle que observamos fue que había estrechas cascadas congeladas que emergían de la roca. Aunque sería en las proximidades de Lauterbrunnen a la vuelta cuando nos deleitáramos con la amplia presencia de este fenómeno natural.

Ninguno de los que portábamos cámara de fotos podíamos evitar de forma alguna su excesiva utilización para recoger unos paisajes asombrosos que de los que recién empezábamos a palparnos. A los cuarenta minutos el tren arribó a Grindelwald para realizar nuestra primera parada en esta aldea que vive por y para el esquí y demás actividades invernales como el snowboard o el trineo. En esta localidad se vanaglorian de haber inventado el alpinismo, y da la impresión estando allí que no podrían vivir de otra cosa que no fuera la nieve. La infraestructura hotelera, de restaurantes y de tiendas es bastante amplia, apoyada por un fácil acceso por carretera (es punto más alto donde se puede llegar en coche) o por ferrocarril, y sobre todo por poseer una amplia red de pistas (> 200 km.) de toda clase y condición, que es lo que vienen buscando los inquietos amantes de los deportes de nieve pertenecientes a innumerables nacionalidades.

En Grindelwald sólo hay dos vías ferroviarias, la que viene de Interlaken y la que sube a Kleine Scheidegg (2061 m.), por lo que el siguiente paso que debíamos dar para ir al Jungfrau era tomar esta última, aunque como los trenes pasan cada poco tiempo, decidimos movernos un rato por el pueblo antes de continuar la marcha. En realidad Grindelwald es una amplia calle en cuesta repleta de tiendas, oficinas para hacer excursiones y locales donde tomar algo caliente. Aquí si notamos que estábamos en temporada alta de esquí porque había muchísima gente. Se nos pasó el tiempo volando, tanto que nada más entrar en un bar para tomar un buen chocolate y armar un buen pitoste para juntar mesas y sillas, nos dimos cuenta de que si no tomábamos el siguiente tren que salía en 10 minutos, perderíamos uno de los últimos que suben al Jungfrau, teniendo que demorar demasiado nuestro ascenso. Así que dejando ojipláticos a las camareras nos marchamos a toda velocidad, no sin antes comprar apresuradamente varias barras de pan para prepararnos bocadillos en Jungfraujoch y no sucumbir a los «elevadísimos precios» de las consumiciones de bebida y alimento que hay en dicha estación. Más vale prevenir que «pagar».

GRINDELWALD – KLEINE SCHEIDEGG

Si el trayecto de Interlaken a Grindelwald nos gustó, hacer el recorrido del ferrocarril que va a Kleine Scheidegg fue algo superlativo. No sólo porque el tren está más preparado para disfrutar de las espectaculares vistas panorámicas a través de gigantescos ventanales, sino también porque supone un ascenso de 1000 metros más, llegando a los 2081 sobre el nivel del mar. Esta es ya una altura considerable e ideal tanto para mirar abajo al valle como para no quitar ojo de los grandes picos alpinos, algunos de los cuales rondan los 4000 metros (Jungfrau: 4158 m.; Mönch: 4099; Schreckhorn: 4078 m.; Eiger: 3970), que no es poca cosa precisamente.

La visibilidad de los mismos depende mayoritariamente de las nubes y la niebla, que varía y juega por momentos para dejarte apreciar la temible sombra de estos grandísimos colosos, alcanzables hasta la cima únicamente por los alpinistas en estaciones más benévolas que el invierno. Lo máximo que se puede conseguir por parte de un «ser normal», no hecho de la pasta que ha moldeado a los más valientes e intrépidos, es llegar a esa especie de milagro humano llamada Jungfraujoch, una estación a 3455 m. de altura, a la vera del majestuoso Jungfrau. Así que más que valor, se requiere no ratonear con la cartera, abrigarse bien, y estar bien informado del sistema de trenes y transbordos que se deben utilizar para llegar al bien llamado Top of Europe.

Ya en los últimos minutos antes de detenernos en Kleine Scheidegg era inevitable ver cómo la capa de nieve a los lados de las vías superaba el metro y medio de altura. Alguien comentó que allí fuera era muy posible que se hubieran sobrepasado los diez grados bajo cero. Era cuestión de esperar y comprobarlo personalmente.

Aunque pocas comprobaciones pudimos hacer ya que nada más llegar nos dimos cuenta de que en tan sólo 5 minutos salía el tren cremallera que subía al Jungfrau y que, según los horarios que nos había dado la amable señorita de la taquilla de Interlaken Ost, no habría otro hasta dentro de dos horas. Dicha pérdida supondría mucho menos tiempo «arriba» y menos aún para el regreso tranquilo (y con luz del día, ya que poco antes de las seis se hacía de noche) que deseábamos hacer después vía Lauterbrunnen, ruta en la que según había podido leer, eran más visibles las cascadas heladas. Así que sin apenas tiempo para ir al cuarto de baño (el recorrido es de una hora y en los trenes no hay «toiletten») nos subimos a aquel viejo ferrocarril rojo conocido como «Jungfraubahn».

KLEINE SCHEIDEGG – JUNGFRAUJOCH (TOP OF EUROPE)

Jungfrau es no sólo el nombre de una gran montaña sino de su pico más alto, ya que otros como el Mönch o el Eiger, pertenecen también a este «macizo» que supera los 4000 metros de altura en varias de sus vertientes. Los primeros escaladores que «conquistaron» la cumbre fueron los hermanos Meyer, quienes con gran valor y sin tantos medios ni seguridad como se cuenta en la actualidad, acometieron esta misión un 3 de agosto de 1811.

Décadas más tarde, en 1896 se ideó la construcción del que sería uno de los más fascinantes recorridos en tren, el cual lograra el hito de llegar a tocar casi esos 4000 metros de altura, en una estación que fuera un tú a tú con el gran pico Jungfrau. La materialización de este ambicioso proyecto que literalmente «atraviesa las montañas» durante algo más de 9 kilómetros sigue demostrando que nos encontramos ante uno de los más grandes trabajos de ingeniería realizados por el hombre. Porque a partir de Kleine Scheidegg el desnivel es más que importante, la montaña se convierte en pura roca, y las inclemencias del tiempo son mucho más severas. Tanto, que el paisaje de nieve y hielo se perpetúa año tras año, dando igual que nos encontremos en pleno febrero o los meses estivales de julio y agosto. A esa altura las condiciones son durísimas, por lo que imaginamos lo difícil que debió ser acometer la construcción de este sendero ferroviario que se adentra en la piedra. Desde que se estrenara allá por 1912 (18 años de trabajo para 9´3 km) no ha dejado de traer visitantes, llegando a cifras un tanto excesivas, sobre todo teniendo en cuenta que no son precios asumibles para todo el mundo.

La ida tuvo una duración de aproximadamente 50 minutos, ya que el tren realiza tres paradas de cinco minutos cada una (sentido bajada lo hace todo seguido por lo que tarda 35 minutos). Justo antes de internarse en los túneles rocosos nos detuvimos en una estación solitaria llamada Eigergletscher (2320 m. de altura) en la cual había un par de cabañas en que la nieve había cubierto tanto puertas como ventanas, y apenas se apreciaban los salientes de sus tejadillos.

Fue a partir de ahí cuando nos adentramos en un estrecho túnel sin ventanales y nos proyectaron un documental que hablaba de cómo se construyó este difícil tramo así como de las paradas que íbamos a hacer antes de llegar a «la cima». Está bien planteado para esos ratos «sin vistas», aunque muchas de las personas que había en ese tren no pudieron evitar dar una cabezada por el cansancio. Pero pronto llegaríamos a nuestra «segunda parada» (la primera cubierta): Eigerwand Viewpoint (2850 m.).

Nos dieron cinco minutos para asomarnos a una ventana panorámica de unos 8 metros de ancho por 1´5 metros de alto, desde donde la niebla no nos permitió observar con profundidad el paisaje, pero si vislumbrar el camino rocoso que estaba atravesando el tren, al filo de un temible acantilado. Aquí ya sentíamos «la altura» porque físicamente eran palpables livianos mareos y ese casi flotar de cuerpos poco acostumbrados a cotas tan elevadas. Desde ese momento y durante muchos minutos esa sensación extraña nos acompañó en aquel viaje al Jungfrau.

Regresamos rápidamente a nuestro tren rojo para continuar «la escalada ferroviaria» e ir ganando metros hasta llegar a nuestra tercera parada (segunda a cubierto): Eismeer Viewpoint (3160 m.), que fue con toda seguridad la más interesante y la que nos proporcionó las mejores vistas. Al igual que en la anterior estación cubierta, cuenta con un amplísimo ventanal que se asoma al exterior, pero la diferencia es que se aprecia perfectamente uno de los más amplios e impactantes glaciares existentes en el continente europeo. Eismeer significa «Mar de hielo», y eso el lo que hay al otro lado, un asombroso océano congelado, regado de blanco y detenido en el tiempo, esperando a quebrar sus bloques y a avanzar metro a metro, siglo a siglo. Hoy día con el calentamiento global es cada vez más complicada la supervivencia de los glaciares, pero en pocos lugares es palpable tan claramente su significado, su fuerza y su majestuosidad. Simplemente deslumbrante, las fotos hablan por sí solas.

Lástima que la parada fuera de tan sólo cinco minutos. Para mi gusto es muy criticable que los tiempos tanto en Eigerwand como en el Eismeer sean tan escasos y haya que regresar tan rápido a los trenes. Estábamos con el tren a medias al no ser temporada alta (la gente sube más en verano porque hay más actividades disponibles en Jungfraujoch) por lo que no me quiero imaginar la odisea que se debe formar en el ventanal para asomarse y tomar fotografías.

El último tramo del tren, que cubrió el resto del desnivel, no tardó prácticamente nada en llegar a último punto, el más alto al que un ferrocarril ha podido llegar en Europa, 3454 metros. Y allí nos detuvimos para pasar unas tres horas aproximadamente en las grandes instalaciones allí construidas. Había aún que palpar el Jungfrau…

VIVENCIAS EN EL TECHO DE EUROPA

El famoso Top of Europe es un conjunto de pasillos y largas galerías en las que uno puede encontrar distintos restaurantes, un museo de esculturas realizadas en hielo, exposiciones fotográficas, y por supuesto ventanales desde donde observar y entender dónde se está en ese momento. Como se puede comprobar en los bares, cafeterías, restaurantes o tiendas, el negocio no se acaba para nada en el excesivo precio del billete de tren, ya que los precios «arriba» están en consonancia con la elevación del lugar. Como íbamos avisados al respecto, nos llevamos nuestra propia comida para de esa forma aliviar un poco los gastos. La primera bebida corrió a cuenta de nuestro ticket de los «Campeones de Europa» en el que venía claramente especificado que se nos convidaba a una consumición tipo refresco o café, nada de comer.

Por lo que pudimos ver allí las posibilidades de actividades a realizar se ven realmente mermadas durante el invierno, ya que las condiciones climatológicas son tan severas que es peligroso llevarlas a cabo. Durante lo meses que van de julio a septiembre los visitantes pueden ir a una explanada y bien tirarse en trineos circulares (gratis) o montarse en trineos de perros por aproximadamente 5€ cada 5 minutos. Esa era una de nuestras intenciones, pero nuestro gozo quedó en un pozo cuando uno de los trabajadores del recinto nos confirmó las fechas reales de apertura, alejadas aún de ese 14 de febrero, Día de los Enamorados.

«¿Pero se puede salir fuera a algún otro lado?» nos preguntamos. Y la respuesta fue positiva observando un mapa de la Estación-Museo-Galería-Centro de Ocio y comprobando cómo sin contar la zona de los trineos mencionada, había otras dos salidas posibles que sí estaban abiertas y a disposición de los visitantes durante todo el año. El «plateau» y la terraza de la Sphinx o Esfinge, que es como se le conoce al mirador al que se llega en un ascensor de aproximadamente 100 metros de alto. El plateau, que tiene algo más de camino, es quizás el más interesante y el que permite hacerte sentir por unos minutos un alpinista llegando a la cumbre bajo un frío aterrador. Hacia allá fuimos, no sin antes abrocharnos bien los abrigos, asegurarnos que los guantes (imprescindibles en invierno) estuvieran bien ajustados, y tapando bien nuestras orejas.

No era para menos porque el termómetro de la entrada indicaba que en ese momento afuera la temperatura era de -24´2º, algo que jamás en nuestra vida habíamos sentido. Antes de salir y hacer la breve subida al plateau tuvimos una breve conversación en la que algunos dudábamos que el cuerpo notara tanta diferencia entre los cinco bajo cero y los menos veinticuatro que había allí. Reconozco que aquella opinión era una tontería como un piano porque vaya que si se nota.

Nada más salir por la puerta y golpear el viento la parte de cara no cubierta por las bufandas y los gorros de lana, nos dimos cuenta de que el frío era descomunal. A algunos de nosotros (Susana la que más) la piel de la cara enrojeció sobremanera en unos pocos segundos. Mientras avanzábamos para tomar algo de altura nos miramos los unos a los otros bajo una sensación de asombro y alucinación. Ya arriba se distinguía uno de los picos del macizo montañoso del Jungfrau y nos detuvimos a tomar alguna que otra foto, en la que, por supuesto, no hubo más remedio que quitarse los guantes por unos segundos. Yo fui uno de los incautos que lo hizo y doy fe que el dolor de manos fue bestial. Sonia, la que más tiempo tuvo sus manos fuera de los guantes, necesitó de bastantes minutos para que se le pasara (aunque curiosamente le dolió más después que en ese momento).

Las pestañas, los mocos, los pelos de la nariz, del bigote, de la barba, se congelaron rápidamente. Sólo con abrir y cerrar los ojos se sentía la dureza de unas pestañas poco acostumbradas a esas condiciones. Durante los días que mirábamos el tiempo en internet habíamos visto que las temperaturas estaban entre los -10 y los -17, pero nunca que se llegaran a -24.

Pero ahí arriba las inclemencias del tiempo no son lo único que se vive con intensidad, ya que el paisaje helado es asombroso, acompañado de una claridad fortísima, que estaba ocasionada de la luz reflejando en la nieve. Las vistas no eran las mejores por la niebla y las nubes que no se marchaban definitivamente, siendo probablemente mejores en el verano, pero el mero hecho de estar allí, de haber llegado todos juntos, de encontrarnos caminando en plenos Alpes a más de 3500 metros, fue algo sencillamente genial. Nadie lo hubiera pensado cuando nos conocimos en esa fría, gris, lejana e impersonal oficina. Personalmente para mí lo mejor estaba en compartir esos momentos tan fuera de la rutina diaria, tan extraños, con esa gente con la que había logrado hacer piña en los meses que llevaba en mi nuevo trabajo, gente por la que valía la pena embarcarse en ese día a día al que no es fácil acostumbrarse.

Pero allí estábamos, haciendo grupo, conociendo de primera mano lo que supone asomarse a veinticuatro grados bajo cero en ese impresionante balcón alpino ubicado en el corazón de Suiza. Todos queríamos subir y todos lo conseguimos.

todosenjungfrau por ti.

Tal y como dije antes, Jungfraujoch es un amplísimo complejo lleno de profundas galerías, escalinatas e incluso ascensores, construido casi por entero en el interior de la roca. Precisamente uno de sus ascensores sube a los visitantes 100 metros más de forma tremendamente veloz (6 metros por segundo) para llegar a la Esfinge (Sphinx) y estar, esta vez sí, a la mayor altura posible en el Jungfrau. Éste es un observatorio construido en la década de los noventa con visión 360º. Una placa conmemorativa indica que ese es el punto más elevado al que se puede llegar en el Jungfrau (sin ser alpinista o escalador, claro): 3571 metros. Con razón el cuerpo tarda tanto tiempo en acoplarse y te hace amodorrarte (que se lo digan a nuestra querida Miha, que la descubrimos durmiendo en un banco mientras charlábamos). Aún así nadie quiso quedare sin salir en la foto que demostrara que nos un día de febrero estuvimos en el Jungraujoch.

P1030991 por ti.

En la Sphinx también se puede salir al exterior, pero como en el plateau, ya que aquí hay un mirador. En ese momento la niebla no nos permitió ver absolutamente nada. Los copos de nieve no dejaban de caer ni un segundo y el frío, aunque estábamos más altos que antes, no se hizo sentir tanto. Quizás no teníamos de cara ese viento puntiagudo que «abrasaba» a menos veinticuatro grados.

Muy próximo a la sphinx vimos una especie de museo de figuras de hielo que no pareció entusiasmar a ninguno. Más bien lo que más motivaba era llevarse algo a la boca, ya que a eso de las tres de la tarde nuestros estómagos, hartos de tanto frío, rugían pidiendo sustento. Fue entonces cuando juntamos un par de mesas, abrimos las mochilas y dimos buena cuenta del embutido (jamón serrano, lacón, queso, chorizo, lomo, etc..) después de insertarlo en gruesas barras de pan. Un pic-nic en toda regla bajo las atentas miradas de los responsables de la cafetería, quienes incluso nos prestaron los cuchillos para partir el pan. El Landismo (fenómeno cinematográfico de los años sesenta con Alfredo Landa como impulsor) había regresado, aunque fuera por unos minutos. Suiza, importante reducto de la inmigración española de esa época, era testigo una vez más de nuestras peripecias con una ristra de chorizo y un buen lomo ibérico.

Entre comida, paseíllos, un poco mirar a las tiendas, nos dimos cuenta de que no podíamos hacer mucho más allí y que lo más apropiado era comenzar el retorno lento y sosegado a Interlaken, pero haciendo un tramo diferente, es decir, vía Lauterbrunnen.

TODO LO QUE SUBE…TIENE QUE BAJAR

En 35 minutos necesitó el Jungfraubahn para bajarnos a la Estación Kleine Scheidegg, cuyas pistas estaban a pleno rendimiento. Desde snowboarders, a esquiadores al uso, pasando por curiosísimos trineos de madera de diversas formas (Vimos uno con forma de bicicleta de madera). La tarde estaba empezando a clarear y a permitir una visibilidad mayor que en la subida. La temperatura, que debía ser de diez grados bajo cero, no nos importunó en absoluto. Y es que después de lo vivido allí arriba, todo frío nos parecía absurdo.

En Kleine Scheidegg la nieve virgen, fuera de pista, era tal que podía cubrir por entero a una persona. Esta estación invernal es capaz de mantener su nivel más allá de los fríos meses de diciembre a febrero, y llegar incluso a superar sin problemas la primavera. Tanto en este lugar como, por supuesto, más arriba, se puede llegar a sentir el invierno en pleno mes de junio. Muchos bloggers a los que leí antes de marchar a este viaje habían hecho este trayecto en verano en sus relatos contaban que salían de Interlaken con la manga corta puesta y llegaban a esta estación con los abrigos bien abrochados.

Otro de los tramos más sobresalientes del viaje es, sin duda alguna, el que va de Kleine Scheidegg a Lauterbrunnen. Es largo pero igualmente apasionante y capaz de trasladar las mejores panorámicas de las montañas, los valles y las aisladas aldeas de madera. Sin apenas niebla y una mayor visibilidad en este trayecto pudimos disfrutar de los nevadísimos pinares, de otros lejanos picos alpinos, que esta vez sí, se mostraban altaneros, y de cómo el tren va haciéndose paso entre montículos de nieve.

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El área de Lauterbrunnen es conocida por la gran cantidad de cascadas que esparcen todo el agua proveniente de las cumbres. Y si en la primavera y el verano es un espectáculo asombroso observar estas largas caídas, que parecen vaciar los rocosos acantilados, en el invierno la magia está en que éstas se encuentran totalmente congeladas. Hasta qué punto el frío puede con fuerza de la naturaleza para detenerla en el tiempo y convertirla en inquebrantable cristal adosado a las paredes de la montaña como si formaran parte de él.

En el pequeño pueblo de Lauterbrunnen, que vive también del esquí y el turismo, vimos cerrar el día tomando un chocolate calentito en una coqueta casa de madera.

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La noche en Interlaken, a la que llegamos realmente cansados, y más después de tirarnos mil bolas de nieve (algunas con muy mala uva) camino al hostel, fue tranquila. Una cena en un kebab/pizzería que se encontraba junto al Balmer´s, y algo de música de la discoteca en la cual pudimos recoger todo el calor que nos había faltado en la cima del Jungfrau.

DOMINGO 15 DE FEBRERO: UN POQUITO DE THUN Y OTRO POQUITO DE BERNA ANTES DE VOLVER A CASA

Qué mala leche tiene el tiempo a veces. El día que nos vamos se levanta completamente despejado, completamente azul, dejándonos ver a la perfección la luz del sol brotando de las elevadas cumbres. Si nos hubiese hecho así el sábado, las vistas durante todo el recorrido hubiesen sido incomparables. Pero poco se podía hacer ya, más que pagar el hostel, desayunar, recoger las cosas y encomendar una nueva visita, ya en meses más prolíficos para un mejor clima. Ya lo hemos vivido en pleno invierno, tocará regresar en verano y descubrir «la otra cara del Jungfrau». Aunque me temo que la super promoción del 50% a los españoles por haber ganado la Eurocopa se habrá terminado.

Como el vuelo de vuelta a casa era a las cinco de la tarde nos propusimos ir marchando tranquilamente a Basilea, haciendo una o dos paradas con el coche. Las opciones más claras y que ya habíamos planteado antes del viaje era hacer como mínimo Berna, pero tratar de forzar aunque sea un rato en Thun. Ambas están de paso y son pequeñas (sobre todo Thun) por lo que podíamos hacer una exploración mínimamente profunda de sus excelencias.

THUN

En realidad Thun, bañada por el Thunersee en su extremo occidental, uno de los magníficos lagos que rodea Interlaken, se encuentra en coche de ésta a apenas veinticinco minutos. Estando tan cerca era un delito no detenerse un rato, aunque fuera para caminar por su diminuto centro histórico y subir hasta el castillo residencial de cuatro torres. Así que dejamos el coche en el parking de la Bahnhof (Estación) y nos internamos a la pequeña ciudad por uno de los puentes que cruzan el Río Aare, en el cual jugueteaban patos y cisnes.

El Thun histórico se alza precisamente sobre este río que corta la ciudad en dos partes y la eleva hasta su castillo medieval, silueta inolvidable de una ciudad más afortunada en su panorámica lejana que en su interior. Nuestro recorrido atravesó el corazón que más latía en esta fría (las fuentes estaban congeladas, y es que estábamos a -8º) y desangelada ciudad de 40000 habitantes.

Tomamos la calle principal de Thun (Hautpgasse), que aunque llena de tiendas, se encontraba totalmente solitaria debido a que los domingos en Suiza son días en los que la gente parece esconderse en casa y no salir hasta el día siguiente. A pesar del frío hacía bastante sol, razón más que suficiente como para no encerrarse bajo cuatro paredes, y darse un paseo.

Continuando por Hauptgasse llegamos a una más que presumida Plaza del Ayuntamiento (Rathausplatz), la cual cuenta no sólo con el Edificio Municipal (Rathaus) del Siglo XVI, sino con otras construcciones con bastante encanto, probablemente las que más de la ciudad junto a las que van a dar al río. Los colores blancos, apenas ornamentados, dan un aspecto más sobrio, a diferencia de otras poblaciones suizas muy llenas de color como por ejemplo Schaffhausen o Lucerna. Digamos que Thun es más optimista en las formas que en el fondo.

Desde la Plaza tomamos las viejas escaleras cubiertas de madera que van a la comunican directamente con el majestuoso Schlossberg, que en alemán viene a ser «castillo». Este monumento fue construido en 1195 por Bertoldo V de Zähringen y domina por absoluto la ciudad. Arquitectónicamente destaca por su torre principal de la que sobresalen otras cuatro torres circulares. Lamentablemente no pudimos descubrir su interior porque sus horarios de apertura no nos venían para nada bien (Abril, Mayo y Octubre: De 10:00 a 17:00; Resto del año: De 13:00 a 16:00).

A pesar del chasco de no poder visitar el Castillo/Museo, las vistas de los Alpes al fondo son realmente magistrales, y por ellas no supuso carga alguna subir hasta aquí. Y eso que los -8º apretaban que daba gusto.

Y así finiquitamos nuestra visita Express a la ciudad de Thun, que no digo que me decepcionara pero sí que esperaba que me gustara mucho más.

De la que sí tenía grandísimas expectativas y no cabían en absoluto las decepciones era de la capital del país, Berna. Esta ciudad se me había «escapado viva» en otras incursiones a Suiza ya que siempre fui optando por otras zonas. Pero siempre había oído que junto a Lucerna era la metrópoli helvética más interesante que se podía visitar. Y aunque fuera en unas pocas horas, la iba a conocer por fin en este viaje. No es lo suficientemente grande como para perderse demasiadas cosas en un tiempo más bien limitado. Y por fortuna no se necesita utilizar el coche, el tranvía o cualquier tipo de transporte para moverse por ella. Ese es un punto muy a su favor.

BERNA

Después de dejar el coche junto al Consulado General de España comenzamos nuestra andadura por el empedrado de unas calles limpias y elegantes regadas tanto al norte como al sur por el Río Aare, que hace una horquilla para abrazar la parte el casco viejo.

Pincha aquí para ver un mapa del recorrido que realizamos durante las horas mañaneras que invertimos en Berna

Si pincháis sobre la imagen apreciaréis esta horquilla del Aare que he mencionado anteriormente. De todas las entradas posibles a la ciuda histórica utilizamos la más sureña, correspondiente al Kirchenfeldbrükcke, que creo que viene a significar algo así como «puente de la iglesia». Desde el mismo pudimos apreciar la bella panorámica ribereña en la que emergía la silueta de una Catedral (Münster) que en esos momentos se encontraba en obras.

Paso a paso nos internamos en un casco viejo declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983, por la conservación de elementos medievales en sus calles, los cuales ya fueran viviendas, torreones, templos religiosos, fuentes o meras columnas figurativas, son dignos baluartes de este «fuerte» fundado por Bertoldo V de Zähringen (el propietario del castillo de Thun) en 1191. El nombre de Berna hace referencia a una Leyenda que cuenta que este personaje abatió a un oso nada más llegar a estas tierras. Bern etimológicamente hablando viene a significar precisamente «Oso». Y las menciones a este fiero plantígrado está presente tanto en la bandera como en numerosos símbolos de la ciudad. Hoy día viven varios osos en una fosa antiquísima más allá del puente de Nydegg, rememorando en parte que algún día tanto en Berna como en toda Suiza habitaban miles de estos impresionantes animales.

Siguiendo el mapa del recorrido planteado más arriba, nuestra visita se basó en una serie de «imprescindibles», aquellos highlights o emplazamientos señalados de Berna que deben formar parte en todo viaje a esta preciosa ciudad suiza. He aquí pues, de forma ordenada en el sentido estricto de nuestros pasos, aquellos lugares que más nos cautivaron:

* Torre del Reloj (Zytgloggeturm): Indiscutiblemente el lugar más emblemático de Berna. Si uno busca imágenes en internet de esta ciudad, en un altísimo porcentaje le saldrá esta vieja torre medieval erigida en los primeros años del Siglo XII que forma parte de la muralla original. Aunque lo que más sorprende y más gusta a quien visita Berna es sin duda es su magnífico Reloj Astronómico, implantado más tarde, en 1530, por Kaspar Brunner y cuyas funciones sobrepasaban las normales de dar la hora. Y es que servía también para señalizar los días de la semana, los meses, las estaciones, los años e incluso la posición de los astros. De esa forma en una época en la que no se controlaba el tiempo como ahora, todos aquellos que entraban y salían de la ciudad podían salir bien informados.
Conviene estar al menos cuatro o cinco minutos antes de las horas en punto y colocarse de cara al reloj en Kramgasse, la calle de soportales más importante y bonita de Berna (para mi gusto).Kramgasse: Refrendo el párrafo anterior cuando digo que según mi opinión es la calle más importante y bonita de Berna. Comienza en la Torre del Reloj (oeste) y finaliza en Gerechtigkeitgasse (este) de camino al puente de Nydegg. De hecho atraviesa el centro histórico bernés manteniéndose firme en su paralelismo con Münstergasse (la calle de la Catedral). Una de las particularidades más evidentes de la ciudad son los soportales (6 km. en total), elegantes y simétricos, resguardando toda clase de comercios y restaurantes. Kramgasse es eso, una amplísima avenida empedrada rodeada de elegantes edificios sostenidos por estas arcadas tan características. Apenas transitada por unos pocos coches y por el sonoro tranvía, es una de las más apreciadas por los berneses para pasear e ir de compras.

El reloj cuenta con un carrillón que rueda cada hora y que se ha convertido en un aliciente turístico, ya que minutos antes de que suene, la gente se agolpa en frente del mismo para observar cómo van desfilando diversas figuras mecánicas que de una forma u otra simbolizan el inexorable paso del tiempo y alguna de las particularidades históricas de la ciudad. Dichas figuras, construidas también en 1530, aparecen después de que cante un gallo dorado y un bufón haga sonar unas campanitas. Es después de ese momento cuando comienza a girar un carrusel de osos (símbolos de Berna), un caballero o el Padre Tiempo con su reloj de arena que representa el «tempus fugit» (el tiempo pasa…para todos).

*Kramgasse: Refrendo el párrafo anterior cuando digo que según mi opinión es la calle más importante y bonita de Berna. Comienza en la Torre del Reloj (oeste) y finaliza en Gerechtigkeitgasse (este) de camino al puente de Nydegg. De hecho atraviesa el centro histórico bernés manteniéndose firme en su paralelismo con Münstergasse (la calle de la Catedral). Una de las particularidades más evidentes de la ciudad son los soportales (6 km. en total), elegantes y simétricos, resguardando toda clase de comercios y restaurantes. Kramgasse es eso, una amplísima avenida empedrada rodeada de elegantes edificios sostenidos por estas arcadas tan características. Apenas transitada por unos pocos coches y por el sonoro tranvía, es una de las más apreciadas por los berneses para pasear e ir de compras.

* Catedral (Berner Münster): Aunque la primera piedra se puso en 1421 el mayor templo religioso de Suiza no fue terminado hasta 1893 cuando se remató el campanario. Comparte varios estilos, acordes con los vividos en aquellos siglos, pero es el gótico tardío el que se advierte de una forma más clara. La Catedral fue católica hasta 1538 y estuvo dedicada a San Vicente, pero a partir de esa fecha fue adaptada a los criterios del protestantismo imperante en esa y otras muchas regiones europeas. Es por eso comprensible su práctica ausencia de ornamentación en el interior y el aspecto sobrio de parte de su fachada.

Afortunadamente los reformistas no «protestaron» por el majestuoso tímpano del pórtico central referido al Juicio Final y esculpido en 1495. Probablemente sea una de las escenas más impresionantes del gótico tardío que se conservan en Europa. La componen 163 figuras que representan cielo e infierno con gran expresividad y movimiento. Los colores vivos decoran tanto el bien como el mal, aunque es más destacado el rojo fuego que acompaña a los condenados al averno. Sin duda el gran tesoro de la Catedral de Berna este conjunto escultórico que parece contar con vida propia.

En la misma hay tres fuentes con estatuillas a color. Desde el reloj hasta Gerechtigkeitgasse se pueden ver en este orden la Fuente de Zäehringen (con la figura de un oso vestida de armadura y espada), la Fuente de Sansón (por supuesto con la figura de este personaje de la Biblia) y la Fuente de la Justicia (representada con una mujer con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra), aunque esta última pertenece al último tramo de la calle que cuenta con otro nombre (Gerechtiegkeitgasse).

Un dato de interés no tan conocido de esta calle. En el número 49 vivió el mismísimo Albert Einstein.

En el resto de la fachada cabe destacar también la excelente colección de gárgolas, a cada cual más tétrica, que con rostros monstruosos y expresivos no dejan indiferente a quien las observa.

* Edificio del Ayuntamiento (Rathaus): La sede del gobierno municipal es otro ejemplo del gótico tardío que se aplicó a los edificios berneses en el Siglo XV. Destaca su escalinata exterior que lleva a un doble arco apuntado.

* Puente de Nydegg: Nos dirigimos hacia este puente ya que justo después se encuentra el «Foso de los osos», uno de los atractivos turísticos más visitados de Berna. Pero nunca esperamos que desde el mismo se consiguieran las mejores fotografías de la ciudad. Y es que cuando se cruza el Aare por el puente de Nydegg dejamos abajo el Barrio de Matte, también conocido como el Distrito de los Artesanos, que sin duda es la parte más «de cuento» que se puede ver en la capital suiza. Junto a la Iglesia de Nydegg y entre ambas orillas del río, un amplio conjunto de casitas con encanto dan ese toque de pequeñez, delicadeza que dan la razón a quienes dicen que Berna no es una capital europea más.

* Foso de los osos (Bärengraben): Es sabido que el oso es el símbolo de Berna después de haber sido abatido por Bertoldo V y por ello aún, más allá del Puente de Nydegg, en una vieja fosa, casi más antigua que el nombre de la ciudad, viven dos de estos animales. Junto al reloj astronómico y la catedral, el Bärengraben bernés atrae a numerosos turistas. Pero lo que no sabe tanta gente es que aquí se produjeron los famosos «hostigamientos a osos» que tan de moda estuvieron en países como Inglaterra o Estados Unidos. Estos horripilantes hostigamientos consistían en enfrentar a un oso ya fuera con personas armadas o con otros animales (leones, toros, etc.) para divertimento de la aristocracia. Los espectáculos sangrientos siempre tuvieron su tirón, aunque no hace falta irse demasiado lejos para ver que aún este tipo de cosas no han desaparecido.

Afortunadamente los osos de Berna (2 en la actualidad) son observados en el siglo XXI con aspiraciones menos bárbaras. Nosotros tan sólo vimos a uno de ellos ya que el otro debía estar durmiendo en su caseta. Realmente es un animal que me apasiona, aunque más me hubiera gustado verlo en su hábitat natural, el bosque.

Después de ver al representante más famoso de Berna y comer algo de fast food en la clásica hamburguesería (Los Restaurantes allí son escasos, pequeños y, sobre todo, muy caros) retornamos con nuestros tres coches hacia Basilea, situada a aproximadamente una hora de allí. Teníamos que devolver a tiempo los vehículos de alquiler cargados de gasolina y por ello repostamos en la última gasolinera antes de llegar a Basilea. Junto al Aeropuerto hay otra, pero sus precios son bastante más elevados.

Y tal como llegamos a Suiza un viernes por la noche, nos volvimos a casa un domingo por la tarde. En un vuelo tranquilo de dos horas nos dio tiempo a rememorar lo vivido en las pantallas de las cámaras digitales, testigos de mil y una maravillas de esa Suiza a la que siempre deseo volver.

En uno de mis álbumes de flickr aparecen seleccionadas LAS MEJORES FOTOS DEL VIAJE. Y os aseguro que merecen la pena. Tanto como haber tenido la suerte de haber compartido unos días inolvidables con los que ya no son compañeros sino que son amigos de verdad. Gracias a Rebeca, Susana, Nacho, Alberto, Azucena, Maite, Miha, Ale, Aran, Sonia y Anita (que aunque no vino finalmente, nos acordamos mucho de ella) por formar parte de este espacio. Ya sois «miembros de honor» del Rincón de Sele…

Sele

18 Respuestas a “La conquista del Jungfrau: La Historia de once amigos en la Suiza más invernal”

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