Una visita al Museo Postal y Telegráfico en Madrid (Cartero por un día)
Me vienen a la mente esos tiempos no tan lejanos en que recibir una carta de un familiar que vivía en el extranjero, de ese amor de verano que vivía en la otra punta del país o una postal de tu mejor amigo durante sus vacaciones, se convertía en todo un acontecimiento. El mero hecho de recoger del buzón una carta manuscrita y descifrar las curvas de una letra algo enrevesada escrita a bolígrafo se trataba de una noticia que por sí misma era capaz de arrancarme una sonrisa. Hoy día, cuando no se recibe correspondencia como antes, los Christmas te llegan por whatsapp y los sobres no esconden más que tristes facturas, no viene mal recordar cómo funcionaban los envíos postales antes de que llegara la Era de internet. Y para ello me gustaría hablaros de un lugar que he tenido la suerte de conocer recientemente en Madrid y del que no sabía ni de su existencia hasta apenas días antes de visitarlo. Se trata del Museo Postal y Telegráfico, historia viva de las comunicaciones en España y en el mundo, que durante un buen rato fue capaz de trasladarme a esos tiempos de carteros en bicicleta, buzones con cabezas de león y sellos de solapa. O de los primeros telégrafos con código morse así como esas centralitas de madera en que todavía resuena la frase con voz femenina de «Le paso».
Una visita al Museo Postal y Telegráfico permite darse un paseo bien entretenido por los dos últimos siglos no sólo para aprender sino también para revivir con nostalgia ese instante en que prácticamente se esperaba al cartero a la puerta de casa para recibir de sus manos el mensaje que uno tanto llevaba esperando. Y no me estoy refiriendo de tiempos pretéritos en blanco y negro, sino de ayer mismo…
Regreso… al pasado
El otro día en que se recordaba lo que Marty McFly encontraría en este futuro llamado 2015 todos asumimos que no tenemos coches voladores ni zapatillas que se abrochen solas. Ni tan siquiera se ha estrenado Tiburón 19. Pero hemos cambiado mucho más que eso y no parecemos enterarnos. ¡Por supuesto que estamos en el futuro! ¡Pero si nos comunicamos desde cualquier lugar del mundo en cuestión de segundos por whatsapp, a golpe de tweet o de dar al botón de enviar tras escribir un e-mail! Hemos llegado al punto de hablar a través de videoconferencias a coste cero y de que un teléfono móvil sea más potente que diez ordenadores juntos de hace tan sólo una década. La comunicación entre las personas, estemos donde estemos, es el adelanto que ha cambiado todo, el futuro convertido en hoy. En apenas siglo y medio la evolución en las comunicaciones y la capacidad de transmitir y compartir información de cualquier tipo ha sido la causante de gran parte de los adelantos técnicos con los que contamos en el siglo XXI. Todo ha seguido una evolución lineal con resultado exponencial. Razón por la cual estas palabras que estáis leyendo en estos momentos os están llegando muy poco después de ser escritas a vuestro ordenador portátil, vuestro smartphone o vuestra tablet último modelo.
Por ello no conviene olvidarse del ayer. De un pasado para nada lejano. Yo mismo recuerdo veranos de infancia en que me marchaba de vacaciones con mis padres y no sabía nada de lo que sucedía en el barrio hasta que llegaba. O de cuando mandaba una postal a mis amigos y les llegaba a casa cuando yo ya había regresado de la playa. ¿Qué historias entonces tendrán que contarnos nuestros padres o abuelos? ¿Cuántas lágrimas y sonrisas venían envueltas en esos sobres que dejaban traslucir la tinta usada en varias hojas de papel?
Una colección única de objetos y modos de comunicación a través de siete salas
Cuando me acerqué al Museo Postal y Telegráfico que hay en Madrid, concretamente en Calle Tapia de Casariego 6 (barrio de Aravaca), me topé con una colección de objetos únicos que han formado parte de la vida de los españoles, de todos aquellos que dejaban de ser anónimos en el remitente o el destinatario para ejercer de narradores o receptores de noticias (unas veces buenas y otras no tanto) y, sobre todo de sensaciones y sentimientos. En realidad lo que el museo alberga es una recopilación de las maneras en que un personaje de un pueblo olvidado de la Asturias profunda se ponía en contacto con un familiar que estaba en la otra punta del país o incluso en la guerra (a este respecto se conservan hasta hogazas de pan seco centenarias con mensajes escritos en su dura corteza).
A través de siete salas este insólito museo madrileño, que para más inri es gratuito, se pueden ver buzones históricos, saber cómo vestía el personal de Correos desde ayer (los trajes «napoleónicos» usados hasta principios del s. XX son dignos de admirar) hasta las camisas amarillas de hoy, o tratar de descifrar cartas jeroglíficas. Y con esto último no me refiero a lo que hizo en Egipto Jean-François Champollion con la Piedra Rosetta sino a los juegos que muchos remitentes hacían para provocar al personal de Correos con una manera un tanto enigmática de especificar el destinatario de sus mensajes. Lo mejor de todo es que eran conscientes de que había algunos sabios que se las sabían todas y el mero hecho de enviar correspondencia se convertía para algunos en un reto, o más bien una partida de ajedrez. Y varios de los mejores ejemplos que milagrosamente llegaron a sus destinatarios se conservan tras las vitrinas del Museo Postal y Telegráfico de Madrid. Pero eso no es todo.
En el museo se explica cómo funcionaba el tema de las palomas mensajeras (e incluso tienen disecada una que estaba entrenada para enviar mensajes entre Madrid y Sevilla) o se exhibe el primer sello del mundo (un penique negro de 1840 emitido en Gran Bretaña con la efigie de la Reina Victoria). La colección filatélica en este espacio, como es de esperar, se caracteriza por su espectacularidad. Las divertidas ilustraciones de Gallego & Rey con la Historia de España contada con humor a base de sellos únicos, al igual que hizo el ya desaparecido Antonio Mingote, muestran la relación de los artistas y Correos con objeto de crear ediciones especiales para coleccionistas.
Telégrafos, teléfonos con historia y las primeras radios
Buena parte de la segunda planta del museo está dedicada ya no a los envíos postales sino a todas esas formas en que el sonido se ha movido de un sitio para el otro. Primero en código morse con aparatos de telegrafía y después con el recorrido de voces para la Historia a través del teléfono patentado en Estados Unidos por Alexander Graham Bell en 1876, o de la radio en sus comienzos cuando se utilizaban piedras de galena como receptores.
Como coleccionista de aparatos técnicos (así de raro que es uno) tengo que reconocer que me hizo especial ilusión ver el primer modelo de Bell en España (no lo tienen ni en Telefónica), el teléfono de gabinete de la Reina María Cristina de Aubsburgo-Lorena o un Ericsson de un valor incalculable traído del despacho de Calvo Sotelo en el Ministerio de Hacienda. Por tener tienen hasta la centralita del Palacio de la Moncloa utilizada, por ejemplo, durante el Golpe de Estado del 23-F (si aquella mesa hablara…).
En definitiva, este museo se trata de un viaje en el tiempo, de una manera de «regresar al pasado» sin un vehículo Delorean ni los planos del condensador de fluzo en la mano. Un viaje gratuito a uno de los mejores secretos que la museística madrileña guarda a las puertas de un barrio como es Aravaca.
NOTA PRÁCTICA: El Museo Postal y Telegráfico abre sus puertas de lunes a viernes de 9:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00 horas. La entrada es gratuita y libre. Las visitas guiadas, en cambio, deben concertarse en el teléfono 91 7400668 (o a través de este formulario online). La dirección es C/ Tapia de Casariego 6, Aravaca. El autobús que más cerca deja es el nº 161 que parte del intercambiador de Moncloa (dársena 31) y se dirije hasta la Estación de Aravaca. En coche la salida más sencilla es la 9 de la A-6 (Carretera de La Coruña) si vamos desde Madrid y si venimos dirección Madrid es la salida 10. Más información en la página oficial del museo.
Regreso…al futuro
Tras recorrer las diversas salas del Museo Postal y de Telégrafos tuve la suerte a posteriori de ver cómo Correos trabaja en la actualidad en un Centro de Tratamiento Automatizado que maneja diariamente más de siete millones de envíos. Este CTA situado en el barrio madrileño de Vallecas no está abierto al público normalmente pero en una jornada muy especial como «cartero por un día» vi volar literalmente las cartas para llegar a su destinatario con el menor tiempo posible. Más de medio millar de personas trabajan sólo en este centro acompañados por máquinas que procesan los envíos con una velocidad inaudita. Cómo se procesa una carta desde que llega de un buzón amarillo o una oficina postal, cómo se matasella y se prepara para salir a cualquier punto no sólo de España sino del planeta, es algo que también dice mucho de cómo ha evolucionado este mundillo.
En cierto modo en un día pude imaginarme a un cartero uniformado «XIX Century Style» entregando correspondencia jeroglífica a caballo y a la vez comprobar cómo hoy se trabaja con la minuciosidad de un reloj suizo a través de máquinas y, sobre todo, de personas que se encargan de que cada día le lleguen todos los envíos a sus respectivos destinatarios.
Comunicarse, esa es la cuestión
Hemos cambiado las cartas manuscritas por los e-mails, los mensajes en morse por los whatsapp. Pero en este tiempo no hemos dejado de comunicarnos, de tener medios de expresión a nuestro alcance con los que trasladar nuestras opiniones y circunstancias de madera inmediata. Lo mejor de todo es que estamos viviendo un tiempo en que sentimos el futuro cada día. No hay día sin noticia, sin avances tecnológicos a la vista. Pero en el fondo seguimos siendo los mismos. Y continuamos hablando del pasado con emoción y nostalgia, como si nuestra «época» fuera eso precisamente…NUESTRA.
Sele
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