Viaje al Sur de África en 4x4 (Final): El largo regreso a casa

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Viaje al Sur de África en 4×4 (Final): El largo regreso a casa

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20 de agosto: SOBRESALTOS EN EL ÍNDICO

Después de la tormenta siempre llega la calma, o al menos eso pensamos cuando abrimos la puerta de la habitación para ver cómo estaba el cielo por la mañana. Las advertencias de Giorgio en torno al posible estado de la mar habían sido contundentes, así que después de recoger nuestras cosas y pagar nos fuimos a buscarle al pueblo. Fue desayunando en una terracita pequeña cuando él nos encontró a nosotros y nos dijo que el mar estaba furioso ese día y que no era lo más conveniente tomar una lancha. No supimos que decir en ese momento. Aunque más pensativos nos quedamos cuando nos dio el dato de que los ferries habían cancelado su salida desde Maputo porque no era del todo seguro llevar a cabo la ruta a Inhaca. Si un barco relativamente grande, de férrea estructura, no zarpaba, qué podíamos hacer nosotros en una pequeña lancha que ya en el viaje de ida nos había hecho volar repetidamente. En principio le dijimos que esperáramos una o dos horas y decidiríamos qué hacer. Y es que realmente ese era el día en que teníamos que volver a Maputo como fuera, pero teníamos miedo de arriesgarnos y hacer esos 40 km. que separan a ésta de la Isla Inhaca.

Lo que nos había contado Giorgio nos lo confirmó el vendedor de souvenirs del pueblo. La gente local sabe perfectamente cuándo se puede salir o cuándo no porque de esos tránsitos entre la Isla y Maputo dependen en gran parte su comercio, el que los productos lleguen a esta pequeña pausa del Índico. Nos fuimos, por tanto, al Hotel Pestanha Inhaca Lodge, el de los 400 dólares la noche, para hablar con sus responsables y que nos confirmaran todos estos datos además de  ofrecernos posibles soluciones. Por dentro éste es una auténtica maravilla, sólo asequible a unos pocos millonarios blancos, en su mayoría procedentes de Sudáfrica, que buscan la tranquilidad y la playa en este remoto lugar. Nosotros, en cambio, éramos los mochileros de a 10 dólares la noche, que no sabían cómo salir de la isla. En la recepción del hotel nos dijeron que era peligroso abandonar Inhaca durante ese día y nos ofrecieron una solución «aérea» para marcharnos. Era más cara, pero al menos teníamos algo a lo que agarrarnos.

Pero cuando regresamos a la playa y nos sentamos a pensar en lo que podíamos hacer, apareció Giorgio sonriente asegurando que el estado del mar estaba mucho mejor que cuando nos había visto y que si queríamos, podíamos marcharnos. Nos extrañó mucho que todo se solucionase así de repente, en apenas un par de horas, pero accedimos ya que si él sacaba su lancha era porque veía que podía y no se iba a arriesgar a perderla por llevar a cinco pirados por unos metacais. «En quince minutos vuelvo y nos vamos», nos dijo. Y miramos a la mar…rogando al Dios Neptuno que fuera benevolente con nosotros y nos permitiera regresar sanos y salvos. 

DESAFIANDO AL MAR Y A LAS OLAS

Cuando caminamos por el muelle para subirnos a la lancha el viento azotaba muy fuerte. Giorgio insistió  en que nos puesiéramos los chalecos salvavidas, algo que ni nos había sugerido en el viaje de ida. Los chavales que nos habían acompañado desde nuestra llegada esperaban sus según ellos «merecidas propinas», y algo los dimos, aunque nos les hicieron demasiada gracia los billetes de un dólar, que al parecer allí son difíciles de trocar (cambiar). Aún así nos despedimos con un apretón de manos y nos agarramos bien fuerte para lo que nos esperaba. Por mucho que nos dijésemos los unos a los otros, teníamos el corazón en un puño. Había miedo, no lo voy a negar.

Nos metimos en faena a los dos minutos de arrancar el motor. Y en esos míseros 120 segundos supimos lo que iba a ser ese viaje. Las olas eran mucho más potentes que en la mañana anterior, haciéndonos volar literalmente en numerosas ocasiones en las que teníamos que agarrarnos muy fuerte y soportar un severo latigazo a la espalda en cada bote. Estábamos completamente empapados, aunque esta vez mi pasaporte y mis cosas se habían quedado en la bodega seguras. Ir mojados era ya nuestra seña de identidad en aquella lancha en la que Giorogio permaneció muy serio durante todo el tiempo. Consciente de que nos adentrábamos a una zona de nubes y viento cada vez más fuertes, nos pedía que no nos soltáramos ni un segundo.

Hubo algunos momentos en los que pensamos que íbamos a volcar o que la lancha se iba a partir por la mitad. Qué sensación extraña era vernos en el aire durante pequeños instantes que parecían siglos en los que irremediablemente esperábamos el golpe seco que venía después. Así como cuando de repente se pararon los motores y tanto el conductor de la lancha como Giorgio se quedaron señalando algo que veían en el frente. Chema interpretó, no sé por qué razón, que habían visto una ballena a pocos metros. Fue decirlo y nos quedamos todos tiesos, esperando que el cetáceo saliera en cualquier momento. Pero Moby Dick terminó siendo una alucinación porque a lo que Giorgio señaló realmente fue a una extensa red ilegal que habían dejado los pescadores atada a una boya.

El trayecto duró dos horas y llegamos ilesos al puerto de Maputo, donde cerramos el pago del viaje con los pocos dólares que nos quedaban. Ya empezaban a escasear tanto los fondos comunes como los reservados, y es que pesaban demasiado los 21 días que hacía que habíamos salido de Madrid. Con pantalones, camiseta y sudadera empapadas, hicimos dicha transacción e incluso tomamos un taxi hasta el Hotel África donde teníamos aparcado nuestro Land Rover.

UNA VISITA AL CENTRO QUE NOS COSTÓ DOS ESPEJOS

Como se hacía de noche antes de las seis de la tarde, decidimos aprovechar las horas de luz marchándonos hasta el centro de la ciudad, a Praça da Independência, probablemente uno de los corazones más tradicionales de Maputo. Es allí donde se encuentra la Catedral, el Ayuntamiento y otros edificios de interés. Y como iba a ser una visita no demasiado larga nos fuimos en nuestro propio coche, en vez de seguir las recomendaciones de utilizar taxis y demás transportes públicos en la medida de lo posible. Aparcamos junto a la Catedral. Aquel acto, no auspiciado por la mayoría del grupo, fue seguir a rajatabla el dicho de que el hombre es el único animal tropieza dos veces con la misma piedra. Yo diría que incluso tres y cuatro…

Los retazos coloniales de la que otrora se llamó Lourenço Marques (hasta 1975), se pueden ver bajando Praça da Independência por la Avenida Samora Machel hasta llegar al Puerto y a la Estación de trenes. Aunque cuenta con lugares significativos, no son demasiados vistosos para el viajero que preferirá invertir su tiempo en Maputo visitando mercados o presenciando el diálogo de los pescadores al atardecer. La vida de la calles es quizás más intensa que la arquitectura y el diseño de los edificios que hay en la ciudad. Como por ejemplo, la Catedral Nossa Senhora da Conceiçao, levantada en 1944, que se alza en forma de cruz latina y con sus muros de color blanco inmaculado, diciéndose a sí misma, ¿pero qué hago yo aquí?. Esa es la impresión que tuve, que esa estructura modernista no casa en absoluto con Maputo. Parece que está puesta con calzador, sin que sea capaz de transmitir nada, excepto que es un mamotreto infame.

Más acorde con el desaliño de Maputo es el Edificio del Ayuntamiento, el Conselho Municipal (1945) de estilo neoclásico y de muros desgastados y sucios. Ondea la bandera mozambiqueña donde en la época colonial se podía leer la frase «Aquí está em Portugal», que no se tardó ni un día en borrar cuando el país proclamó su tan ansíada indepencencia.

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Desde la rotonda bajamos a pie la Avenida Samora Machel por la acera de la izquierda donde pudimos ver una construcción proyectada por Gustave Eiffel a finales del Siglo XIX como vivienda de un Gobernador portugués de la que en su momento era la Colonia de Mozambique. El arquitecto francés, famoso por la torre parisina que lleva su nombre, se ocupó de la conocida como Casa do Ferro (Casa de Hierro), que no estuvo precisamente bien planteada. Porque es complicado comprender qué hacía una construcción de hierro en una ciudad en el que las temperaturas son elevadas durante casi todo el año. Así fue imposible que el Gobernador se trasladara a residir allí porque cuando quiso entrar se dio cuenta que eso era un horno en el que no se podía ni respirar. Chapuzas las ha habido siempre y las seguirá habiendo.

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Una estatua de Samora Machel indicaba que nos encontrábamos a las Puertas del Jardim Tunduru (Jardín Botánico), un enorme parque arbolado que no parece demasiado seguro. La estatua de Machel fue una donación de Kim il Sung, el dictador de Corea del Norte durante gran parte del Siglo XX, gran amigo de éste. Camaradas en plena Guerra Fría que se convirtieron en dos importantísimos satélites del bloque soviético. Tras la muerte de ambos sus resectivos países siguen formando parte de la lista de los más pobres del mundo.

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Al final de la calle, junto al Puerto, se conservan entre palmeras los modestos restos de una fortaleza del Siglo XVIII. Probablemente sean las ruinas más antiguas del período colonial portugués estas murallas rojizas que miran más alláP1090433 del Porto da Pesca del que casualmente habíamos venido horas antes en la lancha de Giorgio. A partir de ahí dimos media vuelta, parándonos en los pequeños mercadillos callejeros que fueron asomándose hasta que llegamos al Land Rover aparcado junto a la Catedral. Y fue entonces cuando nos llevamos las manos a la cabeza al darnos cuenta de que lo habían intentado robar. El casquillo de la cerradura estaba desencajado y aunque los ladrones no habían logrado entrar al coche, los espejos retrovisores estaban arrancados de cuajo. Ciertamente nos lo teníamos merecido. No fuera que no nos lo advirtieron…  Y además nos esperaba un viaje largo a Johannesburgo al día siguiente, el cual lo haríamos sin espejos. Si ya de por sí conducir sin retrovisores es complicado, sobre todo a la hora de adelantar, no teníamos todas con nosotros de que no nos pusiesen trabas en la frontera.

LA ÚLTIMA CENA

Con el sentimiento de impotencia por haber sido tan rematadamente estúpidos de habernos llevado el coche a visitar la ciudad, nos fuimos al Fatima´s Place, donde habíamos reservado una habitación para los cinco. De ahí no se iba a mover el Land Rover ni a tiros. Si teníamos que salir lo haríamos a pie, en taxi o a caballo si hacía falta. Pero el coche  no podía salir en ningún modo del parking del hostel.

Nuestra última cena juntos quisimos que fuera donde más y mejor habíamos comido en todo el viaje, el Mercado do Peixe, próximo a Costa do Sol. Sin duda no había en la ciudad un lugar más perfecto para olvidarnos del episodio de los espejos y celebrar lo que había sido un viaje que a todas luces se había convertido en una de las mayores aventuras de nuestras vidas. Dos días antes nos habíamos deleitado con su marisco de calidad y queríamos repetir y salir de allí hastiados de comer.

Cuatro kilos de almejas, cuatro de langostinos, una dorada, un buey de mar del tamaño de un castillo, navajas….fue el menú a grandes rasgos de una de las mayores comilonas que recuerdo en mis 29 años de vida. Y Rebeca apenas probó bocado, por lo que el reparto se redujo a los otros cuatro, que cuando terminamos no podíamos ni levantarnos. Salimos a kilo de almejas y a kilo de langostinos cada uno. Y como el día anterior, sin tantas bebidas consumidas, nos gastamos algo menos de 20 euros por barba. No quiero ni pensar lo que hubiera costado esa misma cena en Madrid. La de veces que habría que multiplicar para atinar con dicha cifra…

Cuando pienso en aquella noche creo que aquel Mercado do Peixe de Maputo supuso el final más propio del viaje. Aún quedaba un largo regreso a casa, del que necesitaríamos tres días más para abrazar a nuestras familias, pero simbólicamente aquel lugar quedó marcado en mi memoria como el momento en que todo terminó. Lo recuerdo con verdadero cariño, sin que incluso me importara un carajo que rato antes nos hubiésemos quedado sin retrovisores. Sobre todo pienso en que nos reímos mucho los cinco, y en que fue allí donde comenzamos a recordar un viaje del que ya hablábamos en pasado y no en presente.

21 de agosto: HELLO JOBURG

Si conducir en una ciudad como Maputo no es muy divertido, hacerlo sin los espejos retrovisores en su sitio, se convierte en una broma con muy poca gracia. Pero si había algo que nos preocupaba más que nada, era cruzarnos con la policía. Ellos eran el peligro que nos hacía estar en guardia y desear partir de la ciudad sin más problemas. Sabíamos que si nos veían, ya fuéramos sin espejos o no, nos iban a hacer detener el vehículo para imponernos una multa que iba a ir directa a sus bolsillos, que no a las arcas municipales. El de aquel viernes era el último trayecto por carretera que íbamos a hacer. Comenzamos en Maputo y lo finalizamos en Johannesburgo, cubriendo algo menos de 600 kilómetros. Era el día en que Ana y Juan Ramón tenían que tomar un vuelo de la British Airways a Madrid, vía Londres, por lo que no estábamos para perder demasiado tiempo. Se puede decir que apuramos nuestra estancia al máximo. Incluso el simple pinchazo de una rueda o un problemilla con la policía podía hacernos dilatar la presencia de nuestros amigos en el Aeropuerto. 

Tuvimos un pequeño susto en que una moto de la policía se nos puso delante durante unos instantes y nos pidió que nos apartáramos al arcén. Acabábamos de abandonar la ciudad y nos temimos lo peor. Pero lo único que sucedió es que el policía que iba montado en aquella moto nos dijo que venía una comitiva política detrás, y que no les estábamos dejando pasar. Sus palabras fueron pronunciadas a gritos y si no hubo consecuencias al respecto fue porque se tenía que marchar. Mientras nos chillaba yo ya estaba buscando entre los sillones del coche alguna monedilla que se hubiese colado por detrás. Teníamos apenas unos meticais que daban para pagar el peaje de la carretera a Ressano Garcia. No más.

Ressano Garcia es una población mozambiqueña de unos diez mil habitantes, que hace frontera con Sudáfrica y que está situada a 90 kilómetros de Maputo. Ese es uno de los puestos fronterizos con más trasiego del país (Apertura: 06:0o; Cierre: 19:00), y donde íbamos a cruzar con el coche si nada ni nadie lo impedía. Es más tranquila la frontera con Swazilandia (Naamacha), que fue por donde vinimos nosotros. Pero utilizarla hubiera supuesto detenernos en la salida de Mozambique, en la entrada a Swazilandia donde tocaría pagar, en la salida de Swazilandia y en la entrada a Sudáfrica. Lo más rápido sin duda para un trayecto directo entre Johannesburgo y Maputo es utilizar el camino de Ressano Garcia. No queríamos complicarnos más la vida.

Tal y como nos lo habíamos imaginado, había muchísima gente esperando sellar sus pasaportes de salida para poder pasar al otro lado. Ressano Garcia se ha convertido en una ratonera llena de contrabandistas y de personas que buscan cruzar ilegalmente a Sudáfrica. Es un exponente claro del desbarajuste social, político y económico que reina en Mozambique. La última (o primera) línea de un país que trata de salir de sus miserias muy poco a poco, pero que aún le queda mucho para llegar al nivel de una ascendente Sudáfrica.

A pesar de la larga fila compuesta por gente realizando trámites en las oficinas fronterizas nosotros no tuvimos que esperar mucho tiempo. Dos mozambiqueños en busca de una propina, nos aseguraron que ellos nos pasarían directamente sin esperas. Algo así como que por unos billletes tuvimos solucionado nuestro papeleo en cinco minutos. No sé cómo lo hicieron pero funcionó.

Y así abandonamos Mozambique, con unos meticais de más aliviándonos el camino. No podía haber sido de otra forma. La frontera de entrada a Sudáfrica fue también más rápida de lo previsto, algo que agradecimos porque la burocracia no es precisamente la mejor parte de un viaje. Afortunadamente salvo para Zimbabwe y para Mozambique no nos había hecho falta visados en los otros países visitados durante aquellas semanas (Sudáfrica, Namibia, Botswana, Swazilandia y Emiratos Árabes). Y además los pudimos obtener rápidamente en las fronteras terrestres sin necesidad de acudir a la Embajada o Consulado de turno.

ESPEJOS HUMANOS

Cuando no se llevan retrovisores en un coche, lo ideal es que alguien te ayude y sustituya las funciones de estos pequeños pero útiles espejos. En ese caso, que era el que nosotros teníamos, las personas que estaban  en los laterales izquierdo y derecho, debían auxiliar al conductor cuando éste se lo pidiera. Era algo necesario sobre todo en los adelantamientos. Chema condujo la primera parte del recorrido y yo la segunda, porque esas carreteras tan rectas se convertían en monotonía absoluta y no era cuestión de que hiciese el camino uno solo.

Por mi parte tengo que decir que me pareció extraño conducir sin espejos, por la izquierda y con un automóvil automático. Era la contraposición absoluta para alguien acostumbrado a circular por la derecha, perfectamente asistido por sus respectivos retrovisores, y con un coche particular que se conduce con el modo manual. Pero no hubo ningún problema, gracias a que tenía a mis «espejos humanos» ayudándome, y a que era una carretera recta en su mayor parte. Lo más difícil era no dejarse vencer por el sueño.

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Teníamos conectado el iPod al aparato de radio, por lo que pudimos escuchar un poco de «nuestra música» e incluso canturrear un poco para hacer más ameno el camino. Por nuestros gustos musicales completamente distintos, era difícil contentar a todos. Juanra, me había «tortucantado» Rap durante gran parte del viaje, y Ana, le dio bastante caña al Reggae, género al que tampoco tengo afición. Menos mal que Chema y Pilar habían traído un poco de Calamaro y Los Rodríguez, y que Bernon no se había olvidado de Piratas y varios grupos Brit-Pop con los cuales pudimos contrarrestar.

INCURSIÓN EN EL CENTRO DE JOHANNESBURGO

El trayecto entre Maputo y Johannesburgo pudo llevarnos aproximadamente entre seis y siete horas. La idea que llevábamos era estar allí a las dos de la tarde, darnos una vuelta por la ciudad (en coche, ya que estamos hablando de una de las urbes más inseguras del mundo) y apurar para comer antes ir al Aeropuerto. No teníamos más objetivo que ese.

Nos hizo retardar un poco nuestros planes el maldito tráfico en las autovías de circunvalación de Johannesburgo, muchas de las cuales estaban en obras de cara al Mundial de fútbol del verano de 2010. Pero finalmente logramos acceder al City Center, el corazón cuadriculado de oficinas y semáforos que se convierte en sí mismo en un suburbio poco seguro, sobre todo por las noches. El centro de la ciudad fue sede de muchas de las empresas más importantes que se fueron implantando en el país. Pero la delincuencia se fue haciendo tan grande que muchos empresarios decidieron llevarse sus negocios a otros distritos blancos como por ejemplo Sandton, probablemente el más próspero de toda África. Desde entonces han aumentado los atracos a plena luz del día, tanto con armas blancas como con armas de fuego. Había gente que nos decía que tuviésemos mucho cuidado si íbamos a Joburg porque primero disparan y luego te roban. Esto puede ser una afirmación sumamente exagerada, pero si se consultan las ciudades con mayor índice de criminalidad del Planeta, Johannesburgo está en lo más alto.

Obviamente cuando uno transita por la ciudad que no espere ver a la gente con los cuchillos en las manos ni P1090445apuntando con sus pipas a una farola. Está claro que eso no es así y más que nada forma parte del imaginario de películas grabadas en el Bronx o en Harlem. Lo que sí es posible captar es una especie de mal rollo y de inseguridad, probablemente fundada, en la que te sientes un blanco en la diana. Y esto nunca mejor dicho porque, como nos ocurrió el primer día en que aterrizamos en esta ciudad, fue imposible ver caminar por la calle a un solo blanco. Forman parte de un 17%  de la población, pero cada vez se han retirado a vivir más lejos, a barrios residenciales vigilados a conciencia por la seguridad privada. De ahí que sólo se les vea en el coche para ir de casa a la oficina, de la oficina al restaurante, del restaurante al centro comercial de turno, y vuelta al hogar. Lo que está claro que, salvo en sus propios barrios, se mueven en espacios interiores.

Durante nuestro paseo automovilístico por las entrañas de Joburg nos pareció que esta ciudad tenía un extraño colorido que nos trajo a la mente a Nueva York, y no por los rascacielos ni porque hubiera un Puente de Brooklyn. Quizás esa forma de cuadrícula, las amplias avenidas, el color de los edificios construídos décadas atrás. En realidad es descabellado hacer comparativas y me voy a negar a ello. Johannesburgo no es New York, ni mucho menos. Pero casualmente a los cinco nos vino a la cabeza esta ciudad. Quizás sea el imaginario hollywoodiense que tanto engaña.

DESPEDIDA EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL O.R. TAMBO

No nos enredamos mucho más en la ciudad y fuimos partiendo hacia el Aeropuerto donde en unas pocas horas dos de nuestros amigos se iban a marchar por fín a casa. Decidimos llevarles y no sólo eso, aprovechar para comer en uno de los muchos restaurantes de este Aeropuerto, que sí está en consonancia con lo que se espera de una Sudáfrica moderna y próspera.

Hicimos tiempo para que después no tuvieran que esperar demasiado en tomar su avión. El restaurante era una cadena de comida americana basada en hamburguesas y toda esa clase de alimentos que tanto vituperan los médicos. Allí sentados hicimos un último repaso de lo vivido y nos emplazamos a fechas muy próximas a celebrar un encuentro de todos los miembros del viaje en Madrid, aprovechando el cumpleaños de Ana que iba a ser la semana siguiente.

Me dio mucha pena decir adiós a dos personas que particularmente fueron muy importantes para mí durante las tres semanas de viaje. Nuestras grandes diferencias se vieron soliviantadas por un ambiente de confianza entre unos y otros, que sinceramente no me esperaba antes de partir. Reconozco como esencial, sobre todo, el apoyo que tanto Anita como Rebeca se dieron, quizás por ser las chicas nuevas, para sobrepasar los momentos más difíciles. Casualmente fue el único hilo que no se rompió en ningún momento. Porque es normal discutir alguna vez los unos con los otros en veintipico días de viaje, aunque sea por absurdeces. Mucha charla había habido todo este tiempo y lo íbamos a echar de menos.

Con un gran abrazo nos despedimos de ellos. Otro eslabón que se rompía, el penúltimo…

NOCHE CERRADOS A CAL Y CANTO EN EL HOSTEL

No queríamos que se nos hiciese de noche para ponernos a buscar alojamiento en Johannesburgo, pero finalmente se nos hizo. No teníamos ni idea de antemano de donde íbamos a dormir, pero después de mirar las guías nos decantamos en buscar uno en el barrio de Kempton Park, no muy lejos del aeropuerto ni supuestamente de la oficina de alquiler donde debíamos dejar el vehículo a la mañana siguiente.

De los dos de la lista que teníamos (Emerald Guest House y Purple Palms), nos acabamos decantando por el último gracias a la gran ayuda de un señor que en una gasolinera decidió guiarnos hasta sus puertas. Y no estaba para nada cerca, pero es el claro ejemplo de que aún siguie habiendo gente buena que desvía su camino durante casi media hora para ayudar a tres viajeros en apuros. Si no hubiese sido por la amabilidad de este hombre aún estaríamos buscando el hostel. 

Casualmente éramos los únicos huéspedes del Purple Palms, inmerso en un barrio de chalets, con portón de seguridad y alambradas electrificadas. Conseguimos una habitación triple por 500 rands (aprox 50€) entre todos, por lo que no lo dudamos ni un momento. Cuando vieron que nos íbamos a quedar definitivamente echaron todos los cierres y nos quedamos literalemente encerrados hasta la mañana siguiente. Sin duda eran sorprendentes las medidas de seguridad que tomaban.
Las últimas horas de la tarde y de la noche las pasamos en un internet que iba a pedales, mirando mapas y libros de la estantería. Una forma «demasiado tranquila» que poco o nada tuvo que ver con las noches pasadas en la tienda de campaña. Qué lejos quedaban las hienas del Chobe!

22 de agosto: ÁFRICA, NOS VAMOS. PERO NO DUDES QUE NOS VOLVEREMOS A VER

 Sin duda nos pareció que las últimas horas nos estaban sobrando totalmente. Deseábamos habernos ido con Juanra y Ana porque lo que estábamos haciendo es dilatar nuestra partida sin objetivo alguno. Ya no podíamos hacer nada más que devolver el coche y pasar un largo rato en el Aeropuerto. Al menos pudimos levantarnos sin prisa alguna, muy al contrario que cuando nos teníamos que movilizar en el menor tiempo posible para poder partir al Parque Natural o al Desierto de turno.

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La única actividad de riesgo ese día fue salir a buscar un cajero ya que en hostel no aceptaban más que Rands sudafricanos y a nosotros sólo nos quedaban euros y dólares. Nos fuimos Rebeca y yo a pie hasta allí, a unos trescientos metros, en que pudimos ver cómo todas las casas tenían alambradas electrificadas más propias de una cárcel que de un mero chalet con parcelita privada. Ocasionalmente circulaba un coche de seguridad que tenía pintado en las puertas «Armed Response» (Respuesta armada). Y aún así no vimos a ningún blanco más que nosotros caminando por la calle. Siempre en los coches.

Nos sorprendió una escena curiosa en el cajero. Justo unos metros antes de nosotros una mujer blanca aparcó su coche y salió corriendo a sacar dinero, como si no quisiera invertir más tiempo del necesario en ello. Pensamos que tendría prisa, pero cuando un hombre, blanco también, hizo exactamente lo mismo, nos dio ya que pensar. Y nosotros tan tranquilos utilizando el cajero y volviéndonos caminando al hostel. No ocurrió absolutamente nada, pero tuvimos la impresión todo el tiempo de que estábamos haciendo algo peligroso. Mientras tanto una mujer regaba sus geranios metiendo la regadera más allá de su enrevesada alambrada de pinchos. No hay quien entienda Sudáfrica…

LA DEVOLUCIÓN DEL LAND ROVER

Después de pagar abandonamos el hostel para ir directos a una gasolinera, dejar el depósito lleno de combustible, y aprovechar para ir a un túnel de lavado y dejar lo más limpio posible el Land Rover antes de devolverlo. Después nos fuimos a buscar la Oficina de SMH Car Hire, tarea que nos fue más compleja de lo que pensábamos. Y es que nos costó tiempo atinar con la salida exacta para llegar hasta allí.

Ya en la Oficina no nos dedicaron demasiado tiempo más que para que les dejáramos vacío y aparcado el coche. Quisimos hablar con uno de los responsables pero allí no había nadie más que un chico que nos dijo que no nos podía ayudar en nada y que ya se pondrían en contacto con nosotros vía e-mail para la devolución del depósito en función de los daños sufridos en los coches. Ahora entiendo tantas prisas porque semanas después nos llegaron noticias en las que nos dijeron que no nos iban a devolver absolutamente nada del depósito que habíamos firmado con ellos. Nos presentaron facturas con averías falsas, con cambios de ruedas a precios de ferrari e incluso nos cobraron por la limpieza de los coches cuando los habíamos llevado a lavar expresamente. Nos hicieron pagar por tasas de fronteras cuando teníamos en el contrato que ya iban incluidas en el precio. Incluso nos cobraron llevarnos el Land Rover blanco cuando nos quedamos tirados en el Chobe!! Obviamente ignoraron nuestras peticiones, ya que nos habían hecho perder mucho dinero en aquella avería cuando podía haberse solucionado de forma rápida y efectiva, porque además tuvimos que gastar medio depósito de gasolina después de que se perdieran al traernos el coche nuevo, porque las reservas de los parques caducaron (aunque gracias a nuestros amigos de la puerta nos hicieran un salvoconducto), porque no nos suministraron comida y alojamiento como venía en el contrato… Un largo etcétera de dimes y diretes que ahora mismo se ha quedado en el limbo. Desde aquí recomiendo a todos los lectores del Rincón de Sele que si tienen que alquilar un vehículo en Sudáfrica no lo hagan con estos tipejos, porque hagáis lo que hagáis van a ganar dinero ilícitamente a vuestra costa. Decir SMH Car Hire es decir Estafa.

EN EL AEROPUERTO A LA ESPERA DEL AVIÓN DE EMIRATES

Unos chicos de la oficina de alquiler nos llevaron al Aeropuerto donde ya poco pudimos hacer más que comprar con los últimos Rands que teníamos en el bolsillo, comer y esperar pacientemente a que nuestro avión de Emirates partiera dirección Dubai, en la que nuevamente haríamos una escala aceptablemente larga. Allí sorprendentemente nos encontramos con la chica de Hong Kong con la que habíamos coincidido en Kasane (Botswana), en las Mantenga Falls (Swazilandia) y en Maputo. Tanta casualidad merecía una foto para el recuerdo. Por mucho que intentemos desvelar lo contrario, el mundo en realidad es muy pequeño.

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¡Qué agotadoras me parecen las esperas en los aeropuertos! Creo que apuro siempre tanto porque me ponen realmente nervioso. Menos mal que nuestro Emirates salió en hora.

Lo único que deseaba es que no se nos hiciese muy largo el vuelo. Teníamos 9 horas, toda la noche. Yo dormí poco o nada, al igual que Rebeca. Chema en cambio mantuvo su fama de lirón. Afortunadamente teníamos una pantalla en nuestros asientos donde podíamos ver las películas que tenían en catálogo. Si no fuera por eso me hubiese subido por las paredes o ahorcado en el lavabo del avión. Todo ellos mientras sobrevolábamos Mozambique y Tanzania…

En un avión los sueños nunca me parecen dulces…

23 de agosto: ALMORZAR EN DUBAI, CENAR EN JOHANNESBURGO Y DECIR ADIÓS…

Chema, Rebeca y yo salimos de aquel avión de Emirates como sombras de nosotros mismos apenas tres semanas antes. El día 1 de agosto también nos sobrecogió el excesivo calor de una ciudad como Dubai que comenzaba a amanecer. Y tambien aquel día comprobamos en primera persona que todas esas historias de la urbe más rica y con más futuro del mundo eran ciertas, que las siete estrellas clasificando un hotel existen realmente y que el Ser Humano es capaz de desafiar las Leyes de la Naturaleza para construir islas en forma de palmera o los edificios más altos del mundo pulverizando todos los records posibles.

Las diferencias de un día y otro estribaron en que ya sólo éramos tres, en que ya veníamos con un bagaje importante de África, en el agotamiento que padecíamos y en que ya sabíamos lo que nos íbamos a encontrar en Dubai. Pero ante el cansancio hubo un factor muy positivo que nos hizo disfrutar Dubai de una forma diferente. Al contrario que el 1 de agosto, el cielo y el aire no estaban taponados por la neblina ocasionada por una fuerte tormenta de arena procedente del Desierto de los Emiratos Árabes. Eso significaba que podíamos ver nuevamente todas aquellas maravillas dubaitís con el colorido y la forma originales. Por fín el cielo azul nos iba a mostrar más esplendorosa y reflectante la ciudad de los caprichos y los petrodólares.

Después de dejar el equipaje en la consigna del Aeropuerto tomamos un taxi con el que comenzar una ruta que nos llevaría unas seis y siete horas en visitar los lugares que más nos habían impresionado en aquella primera vez de hacía tres semanas y que de la que ya di cuenta en el capítulo 1 de la serie de relatos que ya finaliza. No es preciso, por tanto, que explique nuevamente las características de todos aquellos lugares, pero si darnos un pequeño paseo por ellos para recrear más o menos en qué consistió nuestro recorrido:

SHEIK ZAYED ROAD

La Avenida principal de Dubai, flanqueada por tremendos rascacielos, muchos funcionando y otros tantos recibiendo los últimos retoques, es la mayor concentración de edificios inteligentes de la ciudad. Las aceras aún estaban vacías y continuaba siendo un decorado propio del Siglo que viene. Volvimos a colarnos en un hotel para admirar este espacio futurista desde las alturas y en esta ocasión, sin tormentas de arena ni añadidos, pudimos abrir la boca y soltar un hálito de admiración ante lo que ya ha dejado de ser un sueño para convertirse en realidad.

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El cristal y el acero de todas estas construcciones, que en su mayoría sobrepasan los 200 metros de altura, se engarzan gracias al diseño inteligente de este paraíso para arquitectos e ingenieros que no tienen trabas para crear lo que hasta hace poco se consideraba imposible. El dinero sigue saliendo al mismo tiempo que los yacimientos de petróleo. Ambos son la conjunción perfecta para que un lugar como Dubai pueda existir.

 

BURJ DUBAI

Hace falta torcer mucho el cuello para llegar a admirar la punta del edificio más alto del mundo situada a nada menos que 818 metros del suelo. Según las últimas noticias que aparecían en el periódico, la faraónica construcción que duplica o incluso triplica a símbolos considerados inalcanzables, se iba a inaugurar «por todo lo alto» en el mes de enero de 2010. Nosotros asistimos a los últimos retoques de esta escalera que parece tocar las paredes del cielo. Por mucho que lo miráramos era imposible asimilar que lo que allí se alzaba fuese real.

 

Chema nos comentó que un amigo suyo no se creía que Burj Dubai existiese más allá de los cientos de presentaciones en power point que pululan por internet. «Todo está recreado de forma virtual», le insistía. Pero a su vuelta a Madrid iba a tener una prueba verídica de que los milagros también existen. Dubai ya no es un proyecto de futuro, es un presente con mucho futuro.

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BURJ AL ARAB, SIETE ESTRELLAS PARA UN HOTEL

Sin duda no hay mejor emblema más reconocible que el Burj al Arab (Torre de los Árabes) en la ciudad de Dubai. Que la habitación más barata cueste 3000 euros la noche y que haya quien pague incluso 20000€ da bastante que pensar en los tiempos de crisis económica en que estamos inmersos. Probablemente no exista un lugar ni parecido en todo el mundo. Burj al Arab es el símbolo de la exclusividad más inasequible a los bolsillos de nosotros, los mortales.

Aquella mañana, sin arena en el aire, relucía esta vela incrustada de forma artificial en las aguas del Golfo Pérsico. Unos pocos coches con lunas tintadas rebasaban la carretera que unía a la isla con tierra firme donde unos pocos extranjeros osbservábamos con curiosidad quien podía tener tanto dinero como para permitirse un hospedaje similar.

LOS ZOCOS A UNO Y OTRO LADO DE LA DUBAI´S CREEK

En el trayecto entre el Burj al Arab y los Zocos de Deira lo hicimos durmiendo en el taxi. Aquel señor de casi doscientos años de edad, tal y como reflejaba su gesto mellado, y al que no le estaba haciendo ningún bien el Ramadán, nos tuvo que despertar para decirnos que ya habíamos llegado. Fue prácticamente en el mismo punto en que nos había dejado otro taxista tres semanas atrás. Pero en aquella ocasión no encontramos el famoso Zoco del Oro y en esta última sí. Aunque antes tuvimos que dar vueltas por otro importante mercado en el que se comerciaba con especias.

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A la izquierda de la cala (Dubai´s Creek) se encuentra el barrio de Bur Dubai. Y a la derecha el barrio de Deira. Ambos poseen zocos de distintas temáticas, pero es el de Deira el que tiene una de las mayores galerías de oro de todo el mundo. El Zoco del Oro está a cubierto, lo que aminora en gran medida el calor abrasador que azota Dubai prácticamente durante todo el año. A ambos lados del paseo hay decenas de tiendas donde los kilates relucen a base de bien. Creo que nunca he visto tantas joyerías juntas en toda mi vida. Como seguro diría Matias Prats en las telenoticias, «los de Deira son escaparates que valen su peso en oro».

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Tal y como hiciéramos semanas antes, tomamos un abra (barca tradicional) para cruzar al otro lado de la cala, y ver la otra parte de los zocos, quizás la más antigua de la ciudad. Una silueta de casas bajas y cúpulas de mezquitas marcan ese carácter árabe de la ciudad, que aún no ha conseguido arrebatar los rascacielos ni las firmas estampadas en el Libro Guiness de los Records. No hay que olvidar que Dubai es una ciudad perteneciente a un Estado Islámico, quizás más relajado que otros, pero en el que la religión sigue estando presente en sus calles. Aquel era el primer domingo del mes de Ramadán y a Chema le llamaron la atención por fumar, algo que tienen prohibido en este período. Esa dualidad de tradición y futuro son los máximos exponentes de una ciudad a la que le resulta imposible pasar desapercibida.

DEL RAMADÁN DE DUBAI A LAS CERVEZAS DE DUSSELDORF

Un taxi nos llevó del zoco de Bur Dubai al Aeropuerto, donde tomaríamos por la tarde un avión que nos dejaría en la ciudad alemana de Dusseldorf. Las seis horas que separan Emiratos Árabes Unidos de Alemania se nos hicieron realmente infumables. Estábamos hartos de tanto avión. No había que olvidar que aún teníamos muy presentes las nueve horas de vuelo entre Johannesburgo y Dubai.

Para nosotros llegar a Dusseldorf fue como llegar a casa. Creo que es la primera vez que me vino un sentimiento europeísta similar. No sé si fue porque Alemania, a la que ya he visitado unas diez veces, es uno de mis países preferidos o porque me ví ya más cerca de Madrid.

En la Estación de trenes nos esperaba a los tres nuestro gran amigo Saúl, aluchino de pura cepa que trabaja actualmente en Aachen, la gran Aquisgrán de Carlomagno. Con él he compartido el interrail de 2001, el transiberiano de 2005, un fantástico fin de semana en la ciudad danesa de Aarhus (2007), otro weekend viajero en Dublín (2008), y una divertida despedida de soltero en Colonia en mayo de 2009. Muchas historietas como para no saludarle con un buen abrazo y marcharnos los tres a cenar sobre la misma mesa en la que Rebeca y yo habíamos degustado un buen codillo durante el comienzo de este viaje que estaba poniendo su rúbrica.

Bajo el chasquido del cristal de unas cervezas, en una calurosa noche de agosto en la barra de bar más larga de Europa, que es como se le llama extraoficialmente a Dusseldorf, dijimos finalmente adiós a un viaje ya pasado, a una historia que jamás se irá de nosotros. En Alemania se puso el punto y final más alegre posible a una aventura completada por los senderos más recónditos del África Austral. Un continente del que acababa de partir y al que ya necesitaba volver. Se dice que te puedes marchar de África pero que jamás África se marcha de tí. Cerré mis ojos por unos instantes y presencié con nitidez absoluta aquella hiena viniendo hacia nosotros…

FIN

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* Ahora sí es momento de ponerse a pensar en los próximos destinos…

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