Carta desde Alaska, la última frontera - El rincón de Sele

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Carta desde Alaska, la última frontera

Sobre la mesa de la autocaravana con la que estamos recorriendo Alaska me dirijo a ti que, aunque seguramente no nos conozcamos personalmente, has venido a parar aquí, probablemente por casualidad. Escribo esta carta desde McCarthy o, mejor dicho, el bosque que rodea McCarthy en el Parque Nacional Wrangell-St Elias, el más grande de los Estados Unidos (ahí es nada). Aquí esos pioneros buscavidas que trabajaron las minas del cobre y batearon los ríos en busca de oro dejaron una ciudad del lejano oeste abandonada empequeñecida por los años y el frío viento que escupe el glaciar Root, una mole de hielo a la que no se le llega a ver el final. Tras una primera semana de viaje, y con otros tantos días por venir, me gustaría dedicarte unas palabras en caliente, como más me gusta, para expresar esas primeras sensaciones que me está dejando Alaska.

Oso en una playa de Lake Clark National Park de Alaska

Recorrer la conocida como última frontera de Norteamérica es una acumulación de sueños y deseos donde las imágenes de icebergs, ballenas, bosques impenetrables, osos y alces se entremezclan en una sucesión de experiencias que se terminan convirtiendo en la única verdad.

Alaska, ese sueño

Si me preguntaras qué me está pareciendo Alaska te diría que todo esto sobrepasa mis expectativas. Es demasiado grande, demasiado increíble como para saber qué decir exactamente. ¿Has visto la película Into the wild? Esos paisajes, esa profundidad expresada en un bosque o en una lengua glacial, existen a cada paso, en cada milla que suma y sigue en un cuentakilómetros que nos resignamos a que se detenga. La autocaravana echa humo de vivencias, de miradores imposibles e instantes que se miden con el sobrevuelo de un águila de cabeza blanca o el sonido que sólo se puede escuchar cuando cruje uno de los muchos icebergs que flotan en las bahías del sur del Estado.

Sele en la autocaravana con la que está recorriendo Alaska

A pesar de ser un viaje de dos, Alaska está siendo capaz de procurarme soledades y silencios, de turbarme ante la inmensidad de una carretera a la que no se le advierte un final. Improvisando en una casa a cuestas se nos hace posible dormir en cualquier apartado que nos parezca suficientemente cómodo y suficientemente solitario. Aún no hemos pisado un campamento o parking de caravanas (RV Parks) que tanto se prodigan por aquí. En eso Isaac (Chavetas) y yo tenemos la misma visión. Es como si quisiésemos ser huraños por unos días, al menos en este viaje en el que deseamos todo menos mezclarnos con la gente. El poder de la naturaleza es demasiado grande como para privarnos del lujo de preferir el rumor de una cascada o del viento meciendo los árboles. Ya habrá tiempo de volver a la rutina, al ruido de la calle y las luces de esas ciudades con insomnio en las que vivimos. Aquí lo que buscamos son aullidos de lobo o búhos haciendo eco en un valle al que no llega a anochecer del todo en un verano de medianoches azuladas.

Águila de cabeza blanca fotografiada en Alaska

Nos hemos hecho a la autocaravana más rápidamente de lo que hubiéramos imaginado. Cuando hablé hace algún tiempo con David de América Tours, quienes nos han provisto de nuestra gran casa rodante por estas tierras norteñas, me dijo que antes de que nos diéramos cuenta ya nos habríamos hecho a conducir un vehículo de semejantes dimensiones (Nueve metros del capó a la parte trasera) y que seguramente volveríamos a viajar más veces de esta manera. Y tengo que darle la razón. De hecho tenemos interiorizados todos los procesos que requiere un cacharro de este tipo. Que si las aguas grises, las aguas negras (o cómo expulsarlas), el gas, el generador para tener electricidad sin conectarnos a la corriente, son lecciones más sencillas de lo que aparentan los manuales que te entregan el día que recoges el vehículo y en el que piensas que no vas a poder con todo.

Sele e Isaac con nuestra caravana en Alaska

Son a día de hoy muchos instantes empaquetados y repartidos en la maleta. Quizás el mejor de todos tuvo que ver con un vuelo escénico en avioneta por los volcanes y glaciares de Lake Clark National Park, un lugar salvaje y deshabitado en el que no existen ni carreteras ni ciudades. Martin, el piloto de Scenic Bear Viewing que nos llevó desde Homer, nos hizo tocar casi con la yema de los dedos algunas lenguas de glaciar, la niebla matutina que abrazaba las montañas y esos ríos que el sol convertía en oro de muchos quilates.

Monte Iliamna, el volcán de Lake Clark National Park (Alaska)

Aquella mañana aterrizamos en una playa con marea baja. Y tras ataviarnos con unas botas que nos llegaban más allá de las rodillas nos fuimos a buscar osos. ¡Como el que sale a por setas! La silueta de una osa con sus tres oseznos nos sirvió para caminar por la arena convertida en charco y acercarnos a una escena de naturaleza salvaje difícilmente comparable. Su cercanía no nos puso nerviosos sino todo lo contrario. Fuimos espectadores de un día corriente de mediados de junio en que los osos pardos llegan a la costa a esperar a los primeros salmones y hacen tiempo comiendo los moluscos que quedan semienterrados en la arena cuando la marea baja es de tal manera que la playa se multiplica por seis. Nada de temor. Más bien de paz, de no perder del todo la esperanza en que nuestros hijos puedan vislumbrar animales que no deberían desaparecer nunca de la faz de la tierra, de nuestras propias vidas…

Osos en una playa de Lake Clark National Park (Alaska)

Durante unas horas de rastreo llegamos a avistar nada menos que diez osos. Y os aseguro que fuimos invisibles para ellos, un mero cristal andante que no afectó lo más mínimo a su retozar en la hierba alta de una pradera aledaña a la playa. Incluso la osa que vimos al principio se puso a dar de mamar a sus cachorros en un instante lleno de ternura en la que nos olvidamos por completo de sus zarpas negras y afiladas para volver a ese sueño infantil e idealizado de los osos de peluche que abrazábamos antes de irnos a dormir.

Sele e Isaac en una playa de Alaska con un oso

Al encuentro de los osos en Alaska es el titulo del reportaje en el que cuento de manera detallada esta enorme experiencia que justifica por sí sola un viaje de este tipo.

También hemos navegado lo suficiente como para recordar lo que pequeño que se siente uno cuando contempla la pared de un glaciar. Tanto en Seward, con los fiordos de Kenai como nuestras estelas, como en la entrañable Valdez, hemos sorteado témpanos de hielo y escuchado a los quebradizos glaciares en viajes en los que nos acompañaron varios saltos de ballena, focas, leones marinos o nutrias de mar que navegan tumbadas como si estuviesen en una colchoneta de playa.

Glaciar Columbia (Valdez, Alaska)

Si te gustan los animales, no os perdáis este listado de especies que pudimos ver y fotografiar durante este viaje a Alaska y en su estado salvaje. Osos, alces, nutrias, focas, leones marinos, águilas de cabeza blanca, etc…

McCarthy es otra etapa. Su vieja mina, las cantinas revividas casi ocho décadas después de su cierre y la perspectiva de estar en la que muchos consideran la Alaska profunda, la que todavía recuerda aquellos tiempos de la fiebre del oro.

Antiguo establecimiento de McCarthy (Alaska)

Después vendrá Denali, el mítico monte de más de 6000 metros que corona Norteamérica, y quién sabe cuántas historias nos están esperando todavía. En este viaje no cabe la programación sino la eterna pregunta de… ¿Qué será lo siguiente?

Conoce la hoja de ruta de este viaje al detalle en el siguiente artículo sobre nuestro viaje a Alaska en autocaravana. Y si quieres hacer algo parecido no te pierdas estos 60 consejos prácticos para viajar a Alaska en autocaravana.

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