Al encuentro de los osos en Alaska
Nunca me hubiera imaginado que algún día aterrizaría en avioneta en una playa desierta. Ni llevando unas botas de goma que cubriesen hasta los muslos, como esos pescadores tan entusiastas que se meten al río más allá de las rodillas. Ni mucho menos que, tras caminar por la arena con la marea baja, contemplaría la silueta a contraluz de una fila perfecta de osos pardos. Sin otra distancia que la brisa marina, sin objeto alguno que no fuera la cámara fotográfica. Delante de nuestras narices teníamos una de las escenas más impresionantes que podía regalar la naturaleza. Estábamos en Lake Clark, una zona salvaje de Alaska donde no existen ni pueblos, ni carreteras ni nada que huela a humano a cientos de kilómetros a la redonda. Aquel Edén al norte de Katmai, famoso por albergar una de las mayores poblaciones de osos pardos del planeta, nos estaba mostrando el significado de la vida, la suerte de mirar a la naturaleza directamente a los ojos.
El gran objetivo marcado en la hoja de ruta de nuestro viaje a Alaska en autocaravana estaba justo a unos metros. En aquella playa de Lake Clark National Park los osos engañaban a su propio estómago desenterrando moluscos mientras esperaban la incipiente remontada de los salmones. Como cada verano desde hace millones de años. Nos disponíamos a ver osos en Alaska tan cerca que podíamos escuchar cómo sus garras se hundían en la arena mojada, incluso cómo nos olían en la distancia como seres extraños que éramos para ellos.
¿Tienes pensado hacerte un viaje a Alaska? ¿Y en autocaravana? No te pierdas entonces estos 60 consejos prácticos para viajar a Alaska en autocaravana. Con un montón de información útil para preparar un viaje de este tipo (carreteras, mejor época para ir, mantenimiento del vehículo para primerizos, paradas obligatorias, etc.). También puedes consultar la hoja de ruta de nuestro viaje a Alaska y leer detalladamente cuál fue el recorrido exacto que realizamos.
VER OSOS EN ALASKA: UN SUEÑO, UN OBJETIVO Y UNA REALIDAD
Siempre había querido viajar a Alaska como fuera. Las andanzas contadas Jack London y John Muir sobre este vasto territorio salvaje, así como la historia vital de Chris McCandless como Alexander Supetramp en la obra maestra de Jon Krakauer («Into the wild», en España «Hacia rutas salvajes») y llevada al cine en 2007 por Sean Penn, fueron gasolina para un deseo viajero que me entusiasmaba de sólo pensarlo. Tiempo después un documental sobre titulado «El imperio de los Grizzly» sobre los osos pardos de Alaska que venían a esperar la llegada de los salmones tras una larga hibernación la mecha empezó a arder de verdad. Dentro de la lista de animales que tenía que ver en su estado salvaje, en absoluta e inmaculada libertad, que había iniciado años antes con los orangutanes de Borneo, los tigres de Bengala, los leones de Savuti, los dragones de Komodo, los frailecillos de Islandia, las ballenas jorobadas en el Estrecho de Magallanes, el tiburón blanco de Sudáfrica o la diversidad de fauna de Islas Galápagos con tortugas gigantes, piqueros de patas azules y fragatas, me faltaban los osos. Y de cualquier tipo. Porque jamás había visto ni pardos, ni negros ni mucho menos polares. Y en Alaska uno puede tener la mayor oportunidad de su vida para ver osos salvajes en su hábitat natural.
De ese modo cuando Isaac (Chavetas) y yo nos planteamos realizar un viaje a Alaska en autocaravana de mediados de junio a comienzos del mes de julio pusimos en el escalafón más alto de objetivos a los osos. Investigamos sobre cuáles eran los mejores lugares para ver osos en Alaska y decidimos que o bien en los parques nacionales de Katmai o Lake Clark, debíamos salir al encuentro de los mismos. Desde finales de mayo y durante todo junio los primeros osos pardos, en concreto una variante costera del Grizzly algo más grande que éste, acuden a la playa para engañar a su estómago desenterrando y comiendo almejas mientras esperan el verdadero banquete, los salmones. Éstos, ya entrado julio y durante agosto y primeros de septiembre, remontan ríos y cascadas para desovar y morir en el lugar en que nacieron. Pero no todos los peces llegan, ni mucho menos, puesto que muchos osos les andan esperando en su viaje con el objetivo de llenar el estómago de cara a cargarse de energías para hibernar en la osera. Este periodo es vital para su supervivencia y la razón por la cual son más grandes que sus hermanos Grizzlys que habitan el interior, ya que cuentan con otra fuente distinta de alimento. La versión más grande sería la subespecie Kodiak (semejante en tamaño al oso polar), que sólo vive en esta isla de Alaska.
Vuelo escénico sobre Lake Clark National Park (Scenic Bear Viewing)
Con una antelación de varios meses, ya cuando tuvimos asegurada la autocaravana y los vuelos a través de la agencia española América Tours, empezamos a buscar excursiones. La primordial y que antes debíamos cerrar era la salida para ver osos de Katmai/Lake Clark. Consiste normalmente una salida en avioneta (o hidroavión) que parte bien desde Anchorage o Homer, al suroeste de la península de Kenai y que tiene bastante demanda, agotándose las plazas enseguida. Los precios parten de los 600 euros y suben en el corazón de la temporada alta (julio y agosto). Dependiendo de si es junio hacen los osos que van a la playa en Lake Clark o los que pescan salmones en ríos y saltos de agua en Katmai en julio, agosto y septiembre (Brooks Falls es el lugar más destacado para ver varios osos al mismo tiempo). Tras buscar opciones y comentarios en internet nos decantamos por salir desde Homer a Lake Clark justo al principio del viaje con Martin de Scenic Bear Viewing, quien tenía excelentes referencias. Su precio era de 690$ incluyendo un vuelo escénico de una hora de duración.
CONSEJO IMPORTANTE: Conviene dejarse varios días de margen en el punto de partida de la avioneta para el caso de que el tiempo no acompañe y se suspendan los vuelos. Las inclemencias meteorológicas son bastante corrientes y lo que suelen hacer las agencias es ofrecer otra fecha al cliente en el caso de que no quiera cancelar el viaje.
Nada más recoger la autocaravana con la que recorreríamos Alaska durante un par de semanas, nos dirigimos hasta la localidad de Homer, la capital de la pesca del fletán (también llamado halibut), dado que de allí despegaría nuestra avioneta. El primer día amaneció lloviendo y con niebla, por lo que como nos habíamos dejado tiempo de margen (dos o tres días máximo) decidimos posponer la excursión a la mañana siguiente. Ésta sí que despertó luminosa, perfecta para llevar a cabo un vuelo de este tipo y tomar buenas fotografías de nuestro encuentro con los osos. Martin, el piloto, nos aseguró al 100% de que veríamos a estos plantígrados en la playa y más adentro en la hierba. Llevaba años haciendo este tipo de rutas tanto a Lake Clark como a Katmai y no había fallado una sola vez. Los albores del verano son perfectos para ver osos en Alaska puesto que se trata del momento que estos animales llevan esperando con ansia desde que despiertan de su letargo de cinco meses en una oscura y fría osera.
En un pequeño aeródromo junto al aeropuerto doméstico de Homer se encontraba el hangar en el que nos había estado esperando Martin. Su hija de veinte años, a quien le estaba enseñando su profesión, vendría también con nosotros. Allí quien se encargaría de comandar la expedición para ver osos en Lake Clark nos explicó el plan, entre el que se encontraba atravesar la Ensenada de Cook (Cook Inlet), sobrevolar el Monte Iliamna, un volcán de 2740 metros de altitud, aterrizar en una playa de Salmon Creek y caminar por los alrededores en busca de los grandes osos de costa. La idea era estar allí, si todo iba bien, en torno a cuatro o cinco horas, tiempo suficiente para divisar distintas escenas y tomar las fotografías que fueran necesarias.
Tras algunas advertencias de seguridad Martin y ataviarnos con unas botas de goma de pescador, sacó la avioneta del hangar y junto a su hija nos subimos a la misma. Antes de que nos diéramos cuenta estábamos viendo las montañas de Kachemak y volando sobre la ensenada de Cook, la misma por la que el famoso explorador británico trató de buscar el ansiado Paso del Noroeste.
Después de unos minutos sobrepasamos la orilla opuesta para situarnos encima de Lake Clark, un área vastísima convertida en el quinto parque nacional más grande de los Estados Unidos. Un lago que da nombre a una gran cadena montañosa, tupidos bosques, playas así como kilométricos glaciares. En estos últimos enfatizó precisamente Martin con su avioneta, haciéndonos seguir el curso de estos ríos de hielo desde su nacimiento en las alturas.
Bordeamos al menos un par de ocasiones la cúspide del Monte Iliamna, un auténtico estratovolcán cubierto por el hielo de un glaciar y que se mostraba como lo que era, uno de los reyes de la cordillera de las Aleutianas. De hecho en los días claros desde Ninilchik, una localidad en la que todavía se habla ruso al norte de Homer (es decir, en la orilla opuesta de la ensenada de Cook), se puede vislumbrar este coloso teñido de blanco durante todo el año.
Daba la impresión de que en cualquier momento íbamos a rozar aquella cima. Martin, sin duda alguna, estaba empeñado en que llegáramos a los osos habiendo soltado adrenalina por los cuatro costados. De lo contrario no se explicaría su obsesión por el Iliamna y porque nos dedicáramos durante aproximadamente una hora completa a perseguir glaciares en un territorio completamente salvaje, un lugar donde la vida se abre paso desde hace millones de años y en el que el ser humano no se ha establecido jamás. Un espacio cuyas dimensiones, similares a países como Israel o Eslovenia, accesible únicamente en avioneta o tras una larga travesía en barco.
La playa de los osos en Lake Clark National Park
La avioneta empezó a dejar atrás las montañas para dirigirse al litoral. Fuimos siguiendo por el aire una playa kilométrica con marea baja mientras, sin apenas darnos cuenta, iniciamos el descenso. No esperábamos un aeródromo ni nada parecido, tal como nos había advertido Martin. La playa sería nuestra única pista, el punto donde llevar a cabo un aterrizaje más relajado de lo que jamás hubiésemos podido imaginar. Porque antes de que nos diésemos cuenta ya estábamos abajo, en la arena, con las botas puestas y tratando de discernir de qué se trataban esos pequeños puntos a contraluz que se movían junto a la orilla. Aunque reconozco no existía ni una sola duda. Aquella sólo podía ser una familia de osos.
Las tres únicas instrucciones que Martin recalcó en el momento en que echamos a andar hacia esos puntitos móviles que contrarrestaban la luz solar fueron seguirle siempre haciendo una fila india, no salir corriendo jamás si un oso se nos acercaba y, la más importante de todas, hacer en todo momento lo que él nos dijera. Nunca había tenido el más mínimo inconveniente con turistas y no estaba dispuesto, al igual que nosotros, de que fuésemos su excepción. Así que «a pies juntillas», a través de un corredor de barro gigantesco, nos fuimos acercando a las manchas oscuras que muy pronto se hicieron nítidas. Se trataba de una osa con tres oseznos con apenas unos meses de vida. Crías que habían partido con su mamá de una remota osera en las montañas donde dejaron atrás un duro invierno para salir juntos a alimentarse durante la época de buen tiempo y ganar peso y fuerza suficiente para volver a resistir una larga hibernación. Y a ser posible sanos y salvos, cosa que no resulta demasiado fácil habiendo tantos machos «solteros» en busca de una hembra sin hijos a su cargo (y si los tienen tratan de matarlos).
Caminamos durante no más de cinco minutos hasta disfrutar con suma nitidez de una espléndida escena de la naturaleza salvaje de Alaska. La mamá, así como sus tiernos retoños, con el pelaje parduzco mojado y ligeramente brillante por el efecto de los rayos de sol, no nos dedicaron una sola mirada, como si nuestra presencia fuese invisible para ellos. Simplemente se limitaron a rastrear en la arena en busca de las almejas con las que ayudan a su estómago a saciar la espera del plato veraniego, kilos y más kilos de salmones. Juntos protagonizaban la mejor metáfora de la última frontera y, por qué no decirlo, la razón por la que tanto Isaac como yo nos encontrábamos allí.
La constancia de la madre en la búsqueda de moluscos que llevarse a la boca era indirectamente proporcional a la de sus crías. Aquellas criaturas vivían en un divertimento ilimitado. Que si una carrera por allí, que si jugar a pelearse por allá. Los tres hermanos parecían tres amigos saliendo al patio del colegio en total desenfereno. Una escuela no exenta de peligros, como es la naturaleza que habitan, pero con la inocencia por bandera. Cuando sean mayores, dentro de muy poco, tendrán tiempo de ver su existencia de otra manera. Como una lucha que no se detiene un solo segundo. Como un territorio hostil en el que no conviene quedarse atrás para seguir vivos.
Durante un largo rato permanecimos cerca, aunque con la distancia suficiente, de aquella familia de cuatro. Por supuesto las cámaras echaban humo, aunque de vez en cuando descansábamos de apretarle al botón para disfrutar de uno de esos momentos que merecen guardarse en la memoria más que en una diminuta tarjeta SD. ¡Dónde va a parar!
De la maleza apareció otro oso que se internó por la playa hasta ponerse prácticamente detrás de nosotros. Se trataba de un macho adulto. Y, a diferencia de lo sucedido con anterioridad, éste sí que nos echó el ojo encima desde el principio. De hecho pasó caminando a escasos dos metros de nosotros. Convertidos en auténticas estatuas de piedra, dejamos que el oso continuara su camino en busca de esos moluscos que sólo pueden comer cuando la marea esta baja, algo que en la ensenada de Cook así como en el Turnagain Arm desde Anchorage hasta la península de Kenai, sucede dos veces al día. Sin duda, el juego de las mareas en esta zona es de los más intensos que hay en el planeta. Un fenómeno natural que afecta a todo lo que le rodea, sobre todo a sus habitantes en tierra, mar y aire.
La soledad de aquel instante, la mirada de aquel oso pardo que se empeñaba en imprimir sus afiladas garras en la arena mojada, se nos quedó clavada para siempre. Aquel oso se había convertido sin saberlo en una postal de Alaska en sí misma, en todo lo que siempre habíamos imaginado de la Norteamérica salvaje de los documentales vespertinos en televisión. Con un fondo de montañas coqueteando con la niebla y la luz solar dorando todo aquel horizonte donde se dejaba entrever la presencia de más osos convertidos en pequeños puntos oscuros siempre en movimiento.
¡Rodeados por diez osos!
Dejamos a aquel oso con sus asuntos y dimos marcha atrás. La avioneta se veía a lo lejos y no sabíamos si la intención de Martin era volver a ella tras habernos relamido con aquellas escenas de naturaleza o si continuaríamos juntos con la búsqueda de más animales. Efectivamente nuestro gran piloto aplicó la segunda opción. Pero esta vez iríamos a rastrear a los osos campo a través. El lugar donde comenzaba aquella playa, una pradera de hierba alta entre las montañas y el mar, se convertiría en nuestro objetivo. Aunque no haría falta avanzar demasiado porque pronto nos toparíamos con una pareja de osos que retozaban pacíficamente sobre la maleza.
Pero en aquella vasta pradera no sólo había dos miembros de la especie. Cada varios metros en línea casi recta, respetando su espacio vital, se iban intercalando más parejas, la familia antes vista en la playa e incluso algunos individuos solitarios (machos en su mayoría). Juntos pero no revueltos en un escenario frondoso y florido donde no era raro discernir entre las huellas de los propios osos y las de las manadas de lobos que se acercan allí cada noche.
En un instante en el que Martin nos animó a sentarnos sobre un árbol caído y comer los sandwiches que habíamos metido en la mochila antes de partir, llegamos a vernos rodeados, en la distancia eso sí, de nada menos que una decena de osos. Algo que si nos lo hubieran dicho alguna vez no nos lo hubiésemos creído por nada del mundo. Y, aunque pueda resultar extraño, no se percibió un solo atisbo de nerviosismo en los que allí nos encontrábamos. Todo lo contrario. El sentimiento se podía catalogar de paz inmensa, de un disfrute total que traía tan gratificante comunión con la naturaleza y sabernos privilegiados por vivir algo semejante.
Para rizar el rizo la familia de la madre y los tres oseznos se acercó a nuestro campo de visión. De pronto ella se tumbó y sus pequeños hijos se abalanzaron para ser amamantados. Y tras ser testigos durante varios minutos de la mejor metáfora de esta escapada en avioneta a Lake Clark iniciamos el regreso a la playa donde habíamos aterrizado a primera hora de la mañana.
Las horas habían sido segundos para todo aquel cúmulo de emociones. Un enorme macho nos despidió con la mirada mientras desenterrábamos las ruedas de la avioneta y nos hacíamos las últimas fotos en aquella playa de ensueño a la que la marea alta le había devuelto el agua. Cuando apenas quedaba un pasaje estrecho para avanzar con la avioneta partimos de vuelta a Homer, al que había sido nuestro campo base para alcanzar este sueño de ver osos en libertad. Nos esperaba un vuelo corto atravesando la ensenada de Cook, la última imagen del nevado Monte Iliamna y esa gran autocaravana convertida en nuestro hogar esporádico en tierras alaskeñas.
¿Quieres ver el vídeo de esta experiencia con los osos en Alaska? No te pierdas entonces una maravillosa recopilación de escenas y escenarios en vivo del que fue nuestro gran momento en la última frontera. Porque ver osos en Alaska puede ser uno de los mayores regalos que nos puede hacer la naturaleza.
La ruta por Alaska debía continuar y el listón no podía haber quedado en mejor posición. El objetivo número uno del viaje estaba cumplido sobradamente. Y sólo volveríamos a ver osos en Denali, pero a cientos de metros. Nada comparable con lo vivido aquella mañana despejada en Lake Clark en la que llegamos a estar con una decena de osos al mismo tiempo. Por fortuna aún nos quedaban los glaciares e icebergs, los saltos de ballena en los fiordos de Seward, el mítico Columbia junto Valdez y aproximadamente dos mil millas de carretera para cumplir con uno de los roadtrip más apasionantes de nuestras vidas.
Alaska se había mostrado en su máxima magnitud. Pero nuestro viaje, en el fondo, no había hecho más que comenzar…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
4 Respuestas a “Al encuentro de los osos en Alaska”
Gracias a haber leído tu blog, ayer volamos con Martín hasta Katmai y pudimos ver unos 15 osos (hasta una mamá con dos crías) pescando en el río, bien cerquita de nosotros. ¡Fue increíble!
¡Muchas gracias!
Cuánto me alegra, Aurora, que pudierais disfrutar de esa experiencia con Martin. No falla. Para mí es el mejor en vuelos en Alaska para ver osos pescando salmón.
Un saludo!
Sele
[…] cada minuto delante de tus narices. Donde los únicos peatones pueden ser alces o, mejor aún, los osos que se sienten libres en el que consideran su territorio. Recorrer Alaska vive mucho de impulsos, de emociones capaces de […]
[…] Al encuentro de los osos en Alaska es el titulo del reportaje en el que cuento de manera detallada esta enorme experiencia que justifica por sí sola un viaje de este tipo. […]