Encuentro con el gran tiburón blanco en Sudáfrica
Hay momentos en la vida que nunca se olvidan. El primer día de colegio, el primer beso, el día de tu boda, ese cumpleaños que acabó en borrachera o incluso la primera vez en que realizas un viaje al extranjero. A toda esta retahíla de aconteceres convendría añadir otro instante no menos importante como, por ejemplo, la primera vez en que ves de cerca al gran tiburón blanco. Y no precisamente en la confortabilidad y alta definición de un televisor de plasma sino cara a cara en el que es su hogar, el mar, sin más separación que la que ofrecen los barrotes de una jaula de metal donde agarrarse para soportar el incesante vaivén de las olas. Durante mi último viaje a Sudáfrica tuve la ocasión de tomar un barco en el puerto sureño de Gansbaai para salir al encuentro de uno de los mayores depredadores del océano. No cabe duda de que se trataba de una apuesta segura dado que no resulta descabellado aseverar que no existe mejor lugar en el mundo donde poder ver de cerca a los tiburones blancos en su estado natural.
La mera posibilidad de mirar a los ojos al gran tiburón blanco es una de las experiencias más gratificantes e impactantes que pude vivir en Sudáfrica. A pesar de que hacerlo no fuera tan fácil ni divertido como imaginaba…
Gansbaai, la capital del tiburón blanco en Sudáfrica
Veníamos de Ciudad del Cabo pero esa noche dormíamos a dos horas de allí. Grootbos se convirtió en nuestro hogar para los días sucesivos. Se trata de una reserva natural situada exactamente entre dos pequeñas ciudades como son Hermanus, al oeste, y Gansbaai, al este. Ambas, en pleno centro de la conocida como Whale coast, la fascinante costa de las ballenas, están consideradas como esenciales en todo viaje a Sudáfrica que desee tocar su escarpado litoral austral. Hermanus es una base excelente para ir a ver las ballenas francas de junio a diciembre, mientras que Gansbaai es, sin ninguna duda, el puerto principal del que salen los barcos para ir a buscar a los tiburones blancos prácticamente en cualquier época del año.
En esta parte del mundo las aguas frías del Atlántico más meridional vienen a mezclarse con las corrientes del Ártico y la irrupción más que inminente del océano Índico a pocos kilómetros en Cape Agulhas (no desde el Cabo de Buena Esperanza como siempre se creía). Estas aguas son especialmente ricas, lo que provoca que la presencia de numerosas especies sea masiva. Los leones marinos, que se cuentan por miles, son precisamente el alimento preferido del tiburón blanco. Muy cerca de Gansbaai además hay una pequeña isla habitada por una colonia muy poblada por estos simpáticos mamíferos, lo que lo convierte en un rincón del todo excepcional para que los grandes escualos se encuentren salivando de forma literal. Por eso precisamente a esta ciudad podríamos considerarla sin atisbo de dudas la capital del tiburón blanco en Sudáfrica y quizás de todo el mundo.
Zarpando en el barco jaula-jaula
Las excursiones para ver al tiburón blanco son todo un reclamo tanto en Gansbaai como en todo el país. Hay diversas empresas que organizan salidas a diario siempre que la mar lo permita (algunas permiten reservar con antelación saliendo de Ciudad del Cabo). Nosotros utilizamos los servicios de la compañía Marine Dynamics, de la cual habíamos leído referencias en escritos de otros viajeros.
Era temprano y el viento soplaba algo frío todavía. La hora prevista de salida eran las 6 en punto de la mañana. Nos habían recomendado que no desayunáramos antes de subir al barco, y que si lo hacíamos fuera muy poca comida. Sobre todo para quienes fueran de mareo fácil, como es mi caso. Aunque después de llevar años tomando barcos desde la Patagonia hasta Sri Lanka pensé que había mejorado mi resistencia a querer vomitar en el momento más inoportuno, ya fuera en proa, popa, babor o estribor (está claro que soy un iluso). Hice caso a los consejos y tan sólo tomé un yogur para engañar al estómago y no tener problemas a bordo.
El oleaje, sin ser desmesurado, estuvo presente desde el minuto uno de nuestro viaje. Apenas íbamos a dedicar diez o quince minutos en alejarnos de la orilla con el barco-jaula y escoger un lugar concreto para echar anclas y esperar la llegada de los tiburones. Una vez nos detuvimos la tripulación, que contaba con varios voluntarios interesados en la fauna marina, nos entregó los trajes de neopreno que nos debíamos enfundar parar entrar al agua mientras nos explicaba en inglés algún dato sobre el tiburón blanco. Dado que la temperatura se podía calificar de fría tirando a gélida, el grosor de estos trajes era la suficiente para no agarrar una buena hipotermia. Y más cuando en la jaula se puede decir que uno está más o menos quieto.
Varios litros de caldo de pescado y sangre se mezclaron en la proa para ser arrojados al mar y avisar a los tiburones de nuestra presencia. En uno de los costados del barco la jaula deja ver tan sólo la cúspide de sus barrotes, los mismos que a los que tardaríamos apenas unos minutos en agarrarnos.
¡Tiburón blanco a la vista!
Con un olor a pescado que echaba para atrás, fue el momento de utilizar los cebos. Uno de ellos consistía en una cuerda gruesa con un buen trozo de carne adherida a la misma. Del otro colgaba un trozo de madera pulido que se asemejaba a la silueta de un león marino, el alimento preferido del tiburón blanco. Mientras nos poníamos los neoprenos como podíamos, los expertos buscaban atraer la atención de aquellos a los que queríamos mirar de cerca. Aunque eso de enfundarme el traje me parecía más difícil que ver a los tiburones bailar al compás del Waka Waka de Shakira. Sin duda aquel día supe cómo se debía sentir de apretado un jamón ibérico envasado al vacío…
Fue lograr cerrar la cremallera con éxito y oír a alguien gritar con vehemencia WHITE SHARK! Por fin escuchábamos la palabra mágica sin haber tenido que esperar más que a vestirnos y escoger nuestras gafas de bucear. Todavía en la segunda planta del barco logré observar perfectamente cómo un tiburón de unos tres metros (los hay hasta de seis) se agarraba con una fuerza inaudita al cebo de la cuerda. Dejaba ver sus dientes que, como cuchillos, buscaban desgarrar la que a priori le debía parecer una presa fácil. Yo no podía estar más impresionado, uno de los momentos que había soñado vivir durante toda mi vida estaba dándose lugar. El gran carnívoro de los mares estaba llamando a la puerta y no estaba dispuesto a cerrársela. Ni mucho menos….
Después de unos momentos agarrado el animal al cebo desistió, aunque lo volvió a intentar un par de veces más con similar resultado. Fueron las únicas fotos que pude sacar en ese momento, mientras él se acercaba demasiado a una jaula en la que ya había dos personas. Aún quedábamos dos por descender, así que no tardé en bajar las escalerillas con tan sólo una cámara GoPro en la mano, la cual me serviría para captar lo que sucediese ya en el agua.
Cara a cara con el tiburón blanco en la jaula
Dado que el traje era bien grueso, nos suministraron un cinturón con metales para pesar más y poder sumergirnos mejor en la jaula. Con éste a los hombros entramos al agua, que estaba fría pero se aguantaba bien gracias a nuestro incómodo atuendo de neopreno. Yo me coloqué en el medio de la que era una jaula estrecha, de apenas medio metro desde la quilla del barco hasta los barrotes de protección. De un lado a otro podía haber tres metros máximo, suficientes para albergar de forma relativamente cómoda a las cuatro personas que estábamos en ella.
Había una barra para poner las manos y, de esa forma, evitar sacarlas fuera de los barrotes, lo mismo que con los pies, no fuéramos a tentar a la suerte. Lo complejo era no equivocarse de forma instintiva, ya que en cuanto me soltaba lo primero que hacía era agarrarme donde no debía.
El agua estaba bastante turbia, algo normal en esta zona, y no nos permitía tener una visibilidad superior a un metro de distancia, lo que iba a ponernos las cosas difíciles. En lo que no había caído, ingenuo de mí, era en que si el barco se movía por el oleaje, también lo haría la jaula. Durante los primeros minutos de espera me prometí resistir todo lo posible, aunque me acordé del yogur de fresa que me había tomado en la cafetería antes de partir. Por el momento estaba bien, pero algo dentro de mí me decía que el tiburón blanco no iba a ser mi rival aquella soleada mañana.
Quienes estaban arriba observando lo que sucedía se ocupaban de avisarnos si se acercaba algo. “¡Tiburón, tiburón! ¡Justo delante de vosotros!”, gritaban, aunque muchas veces debido a la poca visibilidad, no podíamos distinguir más que una sombra oscura en el mar. “¡A la derecha! Por la izquierda!” eran las indicaciones a voces más usuales cuando al gran capitán de los mares le daba por dejarse ver únicamente desde los espacios superiores del barco. Al final ellos lo veían mejor que nosotros. Por fortuna mi amiga Anna tenía mi cámara fotográfica para captar esos momentos de los que no podríamos percatarnos desde una jaula que se movía cada vez más.
Con los cinco sentidos puestos en lo que teníamos delante y en las indicaciones que nos proporcionaban, muchas de ellas sin éxito aparente, esperaba como agua de mayo el momento en que el aviso fuera real. Un estruendoso “¡¡Que viene!!” se hizo oír lo suficiente para darle al botón de grabar de la GoPro y meter la cabeza en el agua sin siquiera tener la posibilidad de permitirme pestañear. De pronto lo que hasta entonces habíamos vivido con suma velocidad se convirtió en todo un capítulo a cámara lenta. En esta ocasión no se trataba de una falsa alarma. Algo venía hacia nosotros…
Una sombra gris contrastaba con el agua verde oscura. Cuando quise darme cuenta la sombra tornó en una mancha cada vez más definida. Pude apreciar unos ojos redondeados tan hieráticos e inmóviles como faros situados a ambos lados de una cabeza convertida toda ella en un amasijo de colmillos enormes y afiladísimos. Venía directo a la jaula e incluso parecía la fuese a embestir. Pero cuando apenas restaban unos milímetros para chocar su cuerpo de algo más de cuatro metros de largo cambió de rumbo para escapar por la derecha. Su fuerza hizo que la jaula chocara completamente con el barco, como si un golpe de viento nos hubiera echado contra él.
Anduvo alrededor nuestro unos segundos más, hasta que percató de que no había presa alcanzable. Fue rápido, fue un suspiro, pero lo tengo grabado en mi cabeza como si hubieran sido largos minutos viéndole llegar, admirando asustado sus dientes de cuchillo y saberse imbatible.
A continuación podéis ver esta escena en un clip de vídeo con las imágenes recogidas en estos segundos que os acabo de contar:
Los efectos de las olas
Hubo varios amagos más durante el tiempo que continuamos los cuatro metidos en la jaula, aunque ninguno tan nítido como el que habíamos vivido. La larga y tensa espera, así como el frío de estar parados en el agua, fueron meros ingredientes para insuflar aire al mareo que me iba in crescendo. Al cabo de unos minutos me di cuenta que no iba a aguantar más sin vomitar, pero no quería hacerlo en el agua donde estaban mis compañeros. No son cosas agradables que a uno le guste compartir.
¿Se pueden sentir sudores fríos cuando estás en el agua? Me preguntaba a mí mismo en silencio cuando la salida debía ser inminente. Y cuando comenté a los demás que me iba a marchar de allí porque el mareo había llegado a su límite, la persona que tenía al lado se ocupó de aliviar sus males junto a nosotros vomitando al agua de la jaula todo lo que tenía en el estómago. Al parecer había quien estaba peor.
Una vez salí y fui a popa me tumbé donde pude. Allí había otro expedicionario jurando y perjurando que no iba a subirse más a un barco, con su neopreno bajado a la mitad y arrojando sus adentros al mar. Preferí no mirar y seguir tumbado hasta que volvía a escuchar eso de ¡Tiburón! y me levantaba como un resorte a ver cómo el animal mordía el cebo.
Aguanté lo que pude. A tan sólo cinco minutos de llegar a puerto después de que todos abandonaran la jaula yo también sucumbí, acordándome del maldito yogur de fresa que me había tomado en la cafetería. No era novedad que me mareara en los barcos, pero nunca hubiera imaginado que mi cuerpo se rebotaría de estar en la propia jaula. Aquello no es Disneyland ni un oceanográfico, es ir a ver al tiburón a su hogar…
Ya sabéis que siempre recomiendo llevar un seguro de viaje para estar protegidos ante los «por si acasos». Da igual si del tiburón blanco o de los tarifazos médicos de Nueva York. Yo, por si acaso (valga la redundancia), utilizo el seguro de viaje de IATI (que si contratáis pinchando en el enlace os dan un 5% de descuento como lectores de El rincón de Sele que sois)
Tiburones blancos a vista de avioneta
Tras besar tierra y volver a nuestra habitación del hotel de Grootbos a secarnos y cambiarnos de ropa, faltaba una sorpresa que nos tenían preparada. Una avioneta descendió a la carretera por la que iba nuestro coche. Era para nosotros. Querían llevarnos a ver desde el aire la costa de las ballenas y poder salir a buscar la silueta de los tiburones blancos de la bahía.
Pero aquella es otra historia también digna de contar…
Sele
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21 Respuestas a “Encuentro con el gran tiburón blanco en Sudáfrica”
Carla Carla Dalmau t’agradara 🙂
¡Vaya pasada! Me han venido a la mente un montón de fragmentos de las películas de ‘Tiburón’ jajaja. Por mucha jaula que hubiera de por medio seguro que asustado se queda corto. Gran post y seguro que mejor experiencia. No se si fue Ana quien hizo la foto que encabeza el post, pero es genial: la representación gráfica de la ferocidad de este animal.
Estar en una jaula frente al gran tiburón blanco es, sin duda, uno de mis sueños. Tiene que ser algo brutal!!!!
Una experiencia única. Una de nuestras pasiones son los tiburones y el buceo y en 2010 estuvimos también en este lugar. Lástima la mala fama injustificada que tienen y la caza abusiva que está haciéndolos desaparecer.
La visibilidad cierto que no es mucha y la temperatura es para quedarte patitieso jeje. Nos ha hecho gracia el relato del mareo, algo que le puede pasar a cualquiera…
Un saludo!
Me voy en julio a Sudáfrica y este es uno de los platos fuertes. Pero tengo que confesarte que estoy muerto de miedo a menos de 3 meses
No te preocupes Dave Suárez. Al final se pasa más miedo con el frío y el mareo de las olas jeje Es un animal precioso!
Fantastico relato como todos! Me encanta tu blog y me ayuda muchisimo en la planificación de viajes! 🙂
Oooohhh aue lindo,buen viajeee
La verdad es que me parece espectacular. Nosotros nadamos en Bélice con tiburoncitos de metro y medio, pero claro, comparados con el tiburón blanco son pececitos de acuario…
Que maravilla!!Un encuentro inolvidable a pesar del mareo!!!!
Genial experiencia! Aunque no se yo si me atrevería, y eso que me considero lanzado…
Me dan mucho respeto estos animales.
Cuando algún día me deje caer por Sudáfrica decidiremos… 😉
Saludos!
Hola quería averiguar los costos, si es por día y que incluye. Grácias
Hola Federico,
Con la empresa que lo hicimos nosotros (Marine Dynamics) cuesta cerca de 120 euros.
Un saludo,
Sele
És la ilusion de mi vida. Para entrar en la gabia tienes que tenen título de buceador?
Hola Fabian,
Para entrar a la jaula no hace falta tener título de buceador ni nada. Es un mero snorkeling dentro de la jaula. Gafas, tubo y neopreno. Nada más!
Espero puedas llevar a cabo la ilusión de tu vida algún día.
Un abrazo,
Sele
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