Mis días en Patagonia Atlántica

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Mis días en Patagonia Atlántica

Allá donde el indio Tehuelche cazaba guanacos en el límite entre la llanura y la mar, donde sólo unos atrevidos pasajeros procedente de Gales arribaron buscando ser ellos mismos en la adversidad, donde las ballenas fondean para aparearse y los lobos o elefantes marinos comparten la playa con el simpático pingüino de Magallanes… reside el secreto de la Patagonia argentina en la que vienen a romper las olas del Océano Pacífico.

Pinguinos de Magallanes

Llegué a la localidad de Puerto Madryn queriendo averiguar este secreto y para ello y me inmiscuí en pueblos donde la hora del té es sagrada, en playas en las que pude compartir con el ruidoso silencio de la Naturaleza abrumadora, en pingüineras con los nidos a rebosar y en una península como la de Valdés vigilada en la lejanía por la penetrante mirada de orcas y ballenas. Cuando uno viaja hasta aquí en autobús (yo lo hice en un colectivo tomado en Buenos Aires que me costó 600 pesos argentinos, aprox 100€) se empieza a dar cuenta de lo que es Patagonia: Inmensidad, vacío, silencio y viento. Durante horas no encontré variación en el paisaje llano, casi estepario, sin una sola casa y tan sólo con los cercos que sirven para delimitar los latifundios ovejeros.

Al llegar a Puerto Madryn, con unos 100.000 habitantes, me topé con el único espejismo que había resultado ser verdadero. Una ciudad portuaria basada en la industria del aluminio, la pesca y el turismo que busca vivir los muchos atractivos naturales que posee la provincia de argentina de Chubut.

Tuve la suerte de ser recibido por Gabriel, un blogger (www.gaboporelmundo.com) con el que había hablando en alguna ocasión por la red y que por fín pudimos conocernos en persona. Detalles así a uno le hacen sentirse menos solo en viajes largos como este y , aunque los horarios de uno y otro fueron poco coincidentes, agradezco su apoyo y toda la información que me brindó sobre la zona y lo que me iba a deparar mi estancia en Madryn.

GESTIONANDO ALOJAMIENTO Y EXCURSIONES

Lo primero que hice al llegar fue buscar una habitación en la cual instalarme. La quería céntrica, cerca de la Avenida Julio Roca, la cual da al Paseo Marítimo y así estar a mano de restaurantes, tiendas y agencias donde poder gestionar las excursiones que tenía pensado realizar. Finalmente me alojé en el Hostel Pardelas, en Avenida 9 de julio y a media cuadra del mar. Por ubicación y por precio de habitación individual con desayuno incluído y wifi (120 pesos, aprox 20€) me resultó perfecto para lo que andaba buscando. Es un hotelito familiar con cuartitos pequeños y extraordinariamente sencillos, con gente amable que me trató bien en todo momento.

Una vez instalado salí a informarme de las actividades y excursiones que podía hacer por el área. A falta de ballenas francas, que vienen entre mayo y diciembre y que se avistan con suma facilidad, son siempre muchas las opciones que brinda esta parte de la Patagonia Atlántica en la que Puerto Madryn es su mejor base.

Para hacer cosas aquí es complicado ir por cuenta propia, y más aún viajando solo, ya que a veces los caminos no son del todo buenos (la tierra es arcillosa y con lluvia se vuelve muy escurridiza) y porque los precios son elevados. Lo mejor es tratar de hablar con una agencia que junte un grupo y así pagar una media de 200-250 pesos argentinos por excursión.

Al estar en temporada baja lo difícil precisamente era reunir gente, y eso me hacía no tener la seguridad de que se organizaran las salidas que me apetecía hacer. Entre junio y febrero es otra cosa, ya que hay mucho turismo en Madryn. Mi mejor baza era el tiempo, no tener amarrada mis salida a un próximo destino. Lo peor, la amenaza de lluvias que pudiera hacer más difícil salir a cualquier parte.

Después de hablar con algunas de las muchísimas agencias que jalonan la avenida principal de Puerto Madryn, encontré buen feeling con Categoría Patagonia, de la cual además ya llevaba buenas referencias y donde a la postre pude disfrutar del valor añadido que ponen a cada cosa que se hice con ellos. Martín fue la persona con la que traté en todo momento y quien terminó convirtiéndose en mi máximo valedor durante los días que anduve por Madryn.

Yo sabía lo que quería hacer, aunque dependía de la lluvia, que sería malévola en al principio, y de contar con personas suficientes para hacer una salida…

El primer día estuve expuesto al agua y no pude hacer más que pasear por la ciudad y visitar el Museo del Hombre y el Mar, ubicado en el interesantísimo Chalet Pujol, que como su propio nombre indica, hace referencia a un señor catalán que vivió en este lugar. Ahora aquí se cuenta la Historia de Madryn y su Naturaleza. La casa de por sí es recomendable si se tienen un rato en la ciudad.

Pero ya por la tarde empezaría lo bueno. Se justificarían las razones por las que debería venirse aquí en todo viaje a la Argentina. Voy a resumir brevemente todas las actividades que realicé en los cinco días que anduve por la provincia de Chubut. Habrá tiempo de profundizar mucho más en cada una de ellas…

LA LOBERÍA DE PUNTA LOMA

Quien diría que a tan sólo 15 kilómetros de una ciudad como Puerto Madryn puede haber una colonia de leones marinos (allí se les conoce como lobos marinos, pero es lo mismo). Por llegar se puede hacer incluso en bicicleta, a través de unos caminos que bordean la mar. Yo me fuí con Martín y un amigo de éste, Diego, utilizando un vehículo 4×4 que pudiese salvar lo mejor posible unos senderos de tierra dañados por las lluvias de las últimas horas. De hecho a mitad de camino el propio Martín remolcó a un chaval que se había pasado de listo con su vehículo y se había quedado atrapado en el barro. Me contó que más de cinco coches había llegado a sacar en un solo día, en cierto modo por la irresponsabilidad de quien quiere llegar a la misma playa sin tener que caminar.

Para entrar a Punta Loma hubo que pagar 25 pesos (nacionales sólo 5 ARS) y dejar el vehículo junto a un mirador desde el que pudimos observar a los leones marinos en su pequeñísima playa custodiados por un acantilado. Algunos de ellos estaban pescando en el agua, aunque la mayoría dormitaba o producía sus clásicos gritos de bebé llorón que les caracteriza.

Pero lo más curioso de la visita vino junto a una tormenta de grandes dimensiones. Y es que los truenos no sonaban lejos, sino encima de nuestras cabezas. Hubo algunos tan estruendosos que al escucharlos, numerosos miembros de la lobería salieron disparados hacia el agua olvidándose incluso de sus propias crías que se quedaron llorando de forma desconsolada. Fue un espectáculo que duró apenas unos segundos pero que mereció muchísimo la pena.

Si los leones marinos nos decían que lo mejor era ponerse a refugio, no íbamos a no hacerles caso. Regresamos al 4×4 y pasamos verdaderas riadas que se habían formado en minutos. En esta zona de Patagonia no suele llover mucho, de hecho es muy seca, pero cuando lo hace lo hace con ganas. Y la tierra se pone impracticable.

AVISTAMIENTO DE DELFINES

Una excursión tremendamente divertida, aunque se me anuló la primera vez por culpa del viento y la falta de condiciones para salir al mar. Pero a la segunda sería la vencida y comprobaría desde un barco cómo a pocos minutos de la Bahía de Madryn hay siempre una ingente cantidad de delfines de color negro y blanco. Nunca vi tantos juntos en toda mi vida. Decir una cifra puede llevar a pensar en una exageración por mi parte, pero si digo que apareció más de un centenar no estaría faltando a la verdad.

Los delfines nos deleitaron con sus acrobacias a la vez que bordearon nuestra embarcación una y otra vez, aprovechándose de la corriente que éste iba haciendo. El grupo andaba a la busca y captura de riquísimas anchoas que llevarse la boca y, a su vez, abrir camino a las aves como gaviotas, albatros y petreles que se aprovechaban de su trabajo.

Esta actividad, que tiende a tener un coste de en torno a 250 pesos argentinos, duró aproximadamente 2 horas y media, de las cuales el 90% lo pasamos observando los divertidos saltos de los delfines. Sinceramente no era algo que me llamara demasiado la atención al principio, pero terminé pasándomelo realmente bien.

PUNTA NINFAS Y LOS ELEFANTES MARINOS

No tenía previsto acercarme hasta allí pero las palabras de un brasileño que conocí precisamente en el barco de los delfines, me animaron a visitar este lugar. Probablemente sería el mejor consejo de todos los que me dieron en Puerto Madryn porque resultó que en este lugar viví una experiencia indescriptible e inolvidable. Junto a unas chicas holandesas que también estuvieron viendo delfines, nos marchamos con Carlos, uno de los conductores de Categoría Patagonia que mejor conocen la zona. Tardaríamos hora y media en llegar, atravesando senderos de ripio aún dañados por las lluvias de los días pasados, en los que además de ovejas y guanacos (el pariente salvaje de la llama) no vimos absolutamente a nadie más.

Una larga playa de piedra se apoyaba en las paredes rocosas de un acantilado por el que tuvimos que bajar con cierto cuidado. El lugar era de Naturaleza contundente, de aspereza visual… una absoluta maravilla. No se le podía poner ningún pero salvo las nubes que teníamos encima y de las que ya no me fiaba un pelo.

Caminando nos encontramos con un apostadero de elefantes marinos que, al parecer, habían debido llegar de mar abierto hacía tan sólo unos días. A diferencia de Punta Loma y otros lugares con fauna autóctona, no había más protección que el espacio que deseáramos dejar los unos con los otros. Es decir, aquel lugar era absolutamente salvaje, sin más seres vivos que los elefantes marinos y nosotros.

En silencio y sin brusquedades nos fuimos acercando muy poco a poco hasta estar realmente cerca de ellos. Son bastante recelosos y miedosos con las presencias de humanos, por lo que algunos se echaron a la mar mientras que otros se juntaron sin cerrar un instante sus grandes ojos.

Había con ellos un enorme macho adulto que ya había desarrollado prácticamente toda su «protuberancia» (o trompa) que le hacía ser el jefe de la manada. De movimientos lentos pero contundentes (son como los de las focas, pero multiplicados por cinco) marcaba su liderazgo, siendo posiblemente el que menos importancia le daba a que nosotros estuviésemos allí. Las crías, menos acostumbradas a extraños, se amontonaban en un corrillo del que prácticamente utilizaban como frontera con nosotros.

Hubo un momento que las chicas y Carlos se marcharon a seguir caminando. Yo decidí quedarme allí, a solas con estos animales, disfrutando de sus gestos, sus movimientos, sus juegos con las olas del mar. Recuerdo aquellos minutos como unos de los que más paz he sentido en toda mi vida. Me pareció que estar con ellos, en aquella playa solitaria, fue el mejor abrazo que Patagonia me había podido brindar como bienvenida.

Esta actividad suele costar en torno a los 200 pesos en función de la gente que haya apuntada. Y lo mejor de todo es que no es muy célebre entre los turistas.

* Si quieres leer más sobre esta experiencia te recomiendo: Visitando una colonia de elefantes marinos en Punta Ninfas.

LOS PINGÜINOS DE MAGALLANES EN PUNTA TOMBO

Este es otro de los imprescindibles de la provincia de Chubut y de todo aquel que duerma en Puerto Madryn, Trelew y alrededores. Porque cuando se dice Punta Tombo se está hablando de la mayor pingüinera de Magallanes que existe en América y, por tanto, en el mundo. Hay meses en los que puede haber nada menos que un millón de ejemplares en sus nidos, pescando o incubando los huevos (tanto él como ella se turnan) de los que nacerán en enero los pichones. Por tanto si se quiere tener la oportunidad de caminar entre pingüinos no hay nada mejor que Punta Tombo para hacerlo. A 180 km de P. Madryn, que suponen un par de horas en vehículo privado o de agencia (no hay buses que lleven hasta allí), se encuentra este lugar basado no sólo en los pingüinos sino también en los guanacos, los armadillos o los muchos tipos de aves que pululan por allí. El precio de la entrada es de 35 pesos argentinos (algo más barato para los nacionales, como en la mayoría de atractivos turísticos con coste).

El pingüino de Magallanes es algo más pequeño del que conocemos todos (el Emperador, que vive exclusivamente en la Antártida e islas aledañas) y se extiende por países de Sudamérica como Argentina, Chile, Perú, Uruguay e incluso Brasil, donde llega en su migración en busca de alimento. Aunque su andar es el mismo, el inconfundible, y su simpatía rivaliza con quien se acerque demasiado y se pueda llevar un picotazo de bienvenida.

Son curiosos estos animales. Tienen siempre la misma pareja y habitan el mismo nido toda su vida. Vuelven a él cada año para tener sus crías, esperar a su cónyuge (tras la migración a la que va cada uno por su cuenta) y prepararse para salir a la mar nuevamente. En Punta Tombo se aprecia este dato, ya que algunos de los nidos (agujeros que excavan juntos en la tierra) tienen los datos de las parejas que vuelven a él un año tras otro. Es impresionante el instinto que les hace reconocer su hogar entre más de un millón y, sobre todo, saber regresar a esta pingüinera y no otra. Lo de la orientación de los animales es algo que atrae mi atención, como las tortugas marinas, que recorren todo el mundo y van a desovar a la misma playa en la que nacieron…

En Punta Tombo se camina a través de unos senderos marcados desde los cuales no hay que salirse si no se quiere obtener una severa reprobación por parte de un guardapaque. Es un recorrido en el que se puede invertir en torno a la hora y media o dos horas si uno es muy pesado con las fotos. Aquel día no fue bueno en cuanto a la meteorología, ya que el viento hizo de las suyas, pero verdaderamente lo pasé muy bien entre tantos pingüinos.

Eso sí, uno no debe esperar verlos a todos juntos, a ese millón del que hablaba. Están solos o bien en grupitos de 15, 30 ó 50, salvo en zonas a las que ya no se puede acceder, donde pude apreciar a lo lejos muchos más.

Una excursión que merece la pena y por la que se suele pagar en torno a 250 pesos (ida y vuelta, y llegando a la ciudad galesa de Gaiman o Dolavon).

EL TÉ DE LAS CINCO EN GAIMAN, UNA POBLACIÓN TÍPICAMENTE GALESA

Madryn, Trelew, Gaiman, Dolavon, Rawson… poblaciones del Chubut con nombres no muy clásicos para tratarse de un país sudamericano de habla hispana. Esto se debe a que a un 28 de julio de 1865 un grupo de en torno a 150 galeses arribaron a Puerto Madryn en una embarcación que les llevaba a buscarse una vida desde cero en una de las regiones más inhóspitas y aisladas del llamado Nuevo Mundo. Querían vivir con sus costumbres en un momento en el que la influencia inglesa estaba cercando seriamente la tradición galesa. Love Jones Parry, Duque de Madryn, y de quien viene el nombre de la ciudad de Puerto Madryn, financió una expedición en el Velero Mimosa llevando una parte del corazón de Gales a la Patagonia Atlántica, habitada entonces por los indios Tehuelches.

Se establecieron cerca de las aguas del Río Chubut, que nace en la Cordillera de los Andes, y establecieron unos sistemas de irrigación que les permitieron hacer fértil una zona propiamente árida. De ahí nacieron distintos pueblos con carácter puramente galés y la convivencia con el Tehuelche fue mejor imposible.

Gaiman es una de las localidades galesas más antiguas. A 15 km al oeste de la ciudad de Trelew y siguiendo el caudal del Río Chubut, que da nombre a toda esta provincia patagónica, se llega a esta población de casas de piedra y repleta de árboles que a uno le hace pensar si se encuentra en Gran Bretaña o en Argentina. Es adorable pasear por sus calles, ver la casa más antigua, el edificio de correos, la iglesia, los carteles en galés… y, sobre todo, no faltar a la hora del té.

El pueblo cuenta con numerosas Casas de té que recuerdan esta tradición. Conocí una de ellas junto a una familia de cordobeses (argentinos, no andaluces) y por 85 pesos no sólo tomamos un té en el mismo salón donde lo hiciera en 1995 la malograda Lady Di sino también probamos, sin exagerar, algo más de diez tipos de tartas a cada cual más deliciosa. Es caro, cierto, pero con lo que dan de comer uno ya se puede dar por merendado, cenado y casi desayunado.

Si uno siente la curiosidad de vivir el té de las cinco a más de 11.000 km del Reino Unido, lo mejor es pasarse por una de estas localidades galesas y disfrutar de la ritualística que trajeron aquí los galeses hace más de siglo y medio. Es otra forma de comprender una de las colonizaciones más suaves y amigables que se vivieron en este país en el que el aborígen no recibió el mejor de los tratos precisamente.

Este viaje a Gaiman se suele alternar con Punta Tombo, incluso con Rawson donde se puede tomar un barco y ver saltar a las toninas (delfines pequeñitos blanquinegros típicos de la zona). La excursión de un día completo está en torno a unos 250 pesos argentinos.

PENÍNSULA VALDÉS, RESERVA DE FAUNA DE TIERRA, MAR Y AIRE

Una de las joyas de la corona evita salir flotando al mar como si fuese una isla gracias al itsmo de Ameghino que lo sostiene al continente. La Reserva de Fauna de Península Valdés forma parte del Patrimonio de la Humanidad que tiene el territorio argentino (cuenta con 7 por el momento) por ser un ejemplo único de la Naturaleza propia de la Patagonia Atlántica. En sus costas vive el león marino, el elefante marino o el pingüino de magallanes, se reproduce la ballena franca (puede haber en torno a 2000 entre junio y diciembre) y la orca se atreve a hacer varamientos intencionales en la playa con tal de comerse algún león marino despistado (sólo hay dos casos en el mundo donde se pueda ver tal circunstancia). En tierra viven guanacos, armadillos, zorros o ñandúes (parientes lejanos de las avestruces) que se mueven dentro de las estancias ovejeras que nunca faltan en la región.

Con ballenas o sin ballenas, con orcas o sin orcas, que sin duda son el principal atractivo de quienes visitan Península Valdés, no me quise perder por nada del mundo este lugar situado a aproximadamente una hora de Puerto Madryn. Lo hice acompañado además de dos madrileñas, con las que fue un gusto hablar y compartir experiencia. Bastó llegar a La Caleta y ver el mar en calma dentro de una lengua de tierra para darnos cuenta de que es un rincón especial de Argentina. Los pingüinos se ubicaban en sus nidos en menor número que en Punta Tombo, pero puede que el entorno fuese más mágico aún. Un halcón se hacía sentir desde la rama de un arbusto… y el agua dibujaba un paisaje de locura.

Pinguinos de Magallanes

También vivmos zorros, otro halcón e incluso un armadillo pequeño (llamado aquí Peludo) que se paseó a unos centímetros de nosotros sin más pretensión que seguir su camino como si nada.

Los caminos estaban muy embarrados por la lluvia de la noche anterior que hizo de las suyas. El coche de un turista se había quedado clavado y tanto el conductor como su acompañante vestían de fango hasta los muslos. Afortunadamente un coche patrulla estaba a punto de sacarles de ahí cuando pasamos por allí de camino a Punta Norte.

Punta Norte… el lugar en el que se han grabado los varamientos de las orcas. Hay numerosísimos leones marinos en esta playa, y es ahí precisamente donde las orcas aparecen hasta la misma arena para llevarse a la boca a algún que otro animal incauto. Aunque cierto es que verlo (es más fácil entre febrero y abril) es cuestión de tener muchísima fortuna. Nosotros nos quedamos con las ganas, aunque valió la pena observar la vida habitual de esta colonia de leones marinos que habían aceptado entre los suyos a un elefante extraviado. Cosas curiosas de la Naturaleza, que hace amigos igual que enemigos.

Hay una valla de protección para no interrumpir el ciclo de estos animales, aunque se les observa más cerca que en otras partes de Península Valdés o Punta Loma, por poner dos ejemplos.

Lo que sí que se ve a raudales son los grupos de guanacos que te miran en la distancia. Aunque basta acercarse un poco para que salgan corriendo a estar más lejos aún. Deben saber que son un plato apetitoso para muchos y que su caza aún está permitida, a pesar de que Argentina es un país bastante concienciado con el proteccionismo a la flora y a la fauna de su territorio, que de norte a sur es realmente rico.

A comer nos fuimos a Puerto Pirámides, la única población de la isla, con no más de 300 lugareños dedicados a la pesca y, sobre todo, al turismo que, en temporada de ballenas, invade el lugar. Nosotros lo encotramos con marea baja, totalmente vacío, y nos entraron ganas de quedarnos a vivir un tiempo. Me asomé al mar durante largo tiempo, no fuese a ser verdad eso que dicen que hay ballenas que han encontrado un rincón seguro del que ya no salen más. Sólo por eso vale la pena irse a perder allí.

Bueno, allí y a toda la Península, que puede requerir de dos días si se quiere visitar a conciencia. El precio de la entrada es de 70 pesos para foráneos y de 35 a los argentinos.

PENSANDO EN VOLVER EN TEMPORADA DE BALLENAS

He hecho muchas de las opciones que tiene el viajero en Puerto Madryn y alrededores. Pero aún me queda mucho por hacer allí, así que me anoto este rincón de Patagonia Atlántica y de Chubut para regresar. Lo mejor será hacerlo en temporada de ballenas e irme a perder al Doradillo, donde se asoman en la orilla con sus ballenatos. No tengo mejor excusa que esa para volver.

Sin duda mis días en Puerto Madryn han sido muy buenos, pero tuvieron su final. De allí marché en un bus de 20 horas a El Calafate, desde donde os dejo este relato. Como véis, el viaje sigue viento en popa. La Patagonia continuará varias semanas más con nosotros. En principio estoy a pocas horas de quedarme prendado de otro lugar mágico, el Perito Moreno. No veo el momento de verlo con mis propios ojos. ¿Será tan maravilloso como dicen?

Sele

* Recuerda que puedes seguir todos los pasos de este viaje en MOCHILERO EN AMÉRICA

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