El placer de mirar a la naturaleza directamente a los ojos
Una de las mayores satisfacciones que encuentro viajando tiene que ver con esos momentos en los que logro escuchar a la naturaleza de forma nítida, como si estuviese hablando conmigo. Ya sea atravesando senderos en una selva cualquiera, respirando el aroma de la montaña o abriendo los ojos debajo del agua creo sentir el contacto con la base de todo lo que sustenta nuestra vida y nuestro mundo. Mirando a los ojos a un leopardo, un orangután o un enorme tiburón ballena he creído romper los relojes que han marcado todos los días cumplidos, y he alcanzado la verdadera lucidez. Cuento con infinidad de imágenes congeladas que me hacen hervir la sangre cada vez que me asomo a las noticias que demuestran que el ser humano sufre de una ceguera innata que le hace dar la espalda a lo que siempre ha sido y siempre será. Son muchos ciegos de sentido común y responsabilidad quienes arrancan las raíces de un planeta que, aunque no lo creamos a veces, tiene sus límites.
Cuando he tenido el placer de mirar a la naturaleza directamente a los ojos me he dado cuenta de que no hay nada más hermoso que entender ese lenguaje y esa conexión que tenemos con ella y sin la cual nada tendría sentido.
Siempre que voy de viaje, sea el destino que sea, trato de buscar ese retorno a los orígenes, esos detalles que nos hacen recordar de dónde procedemos. La palabra salvaje es fabulosa cuando se la relaciona con libertad, con la intocabilidad de los lugares y quienes los habitan. Y me imagino que caminando por un bosque de Europa es posible que los ojos de una manada de lobos sepan que acabo de entrar en su casa. O que buscando tigres en una selva asiática, aunque jamás los haya visto, me sienta mucho más cerca de ellos que de muchas personas con las que comparto un vocabulario hueco, vacío de significado.
Esa interlocución directa con la naturaleza la he logrado en numerosos lugares del mundo en los que el devenir de los milenios parece no haber trastocado sus planes. Ya sea escuchando una jauría de monos aulladores rompiendo el eco de un tapiz totalmente verde en el paraíso colombiano de Tayrona o divisando en el cielo la silueta imponente de un cóndor que oteaba desde las alturas del cañón del Colca, en Perú. Y qué decir de la noche en la que unas hienas nos rodearon en el corazón de Botswana o cuando vi danzar a las ballenas en el Estrecho de Magallanes. Todos aquellos son instantes que recordaré para siempre y en los que sentí el abrigo de la verdad de quienes están allí mucho antes que nosotros.
Cierro los ojos y siento la mirada tierna de los orangutanes de Borneo que ven reducir su hábitat cada día hasta un final previsiblemente infeliz, o la ácida y bífida lengua de los dragones de Komodo, que son un regalo que la Madre Tierra nos ha dejado para poder observar dinosaurios de cerca. Aguanto la respiración y meto la cabeza bajo el agua para estar en un arrecife de coral en Cayo Caulker (Belice), nadando con tiburones, rayas o tortugas hasta que surge de una pared completamente azul un manatí moviéndose a cámara lenta.
Cada vez que veo el típico documental de sobremesa en el que salen animales y me regocijo de cómo la naturaleza ha buscado la perfección en todas sus criaturas, tengo ganas de apagar la televisión y salir corriendo a observar todo aquello sin necesidad de una pantalla. Y es que aún creo que estamos a tiempo de hacerlo, de utilizar los viajes o las escapadas cercanas para seguir tirando suavemente de los lazos que no deberían soltarse nunca de nosotros. Creo en la sostenibilidad del ser humano con respecto su entorno y la naturaleza que le rodea, así como en la terapia de contemplar una escena de fauna o el estremecer del viento en una arboleda. De esa forma daremos peso a la sapiencia global de que valen más las cosas vivas que muertas, que disparar sobre algo que siente por mero divertimento es algo mezquino e incoherente con nuestra propia existencia.
Queda mucho por hacer y muchas veces soy pesimista. No hace demasiado escuché la terrible noticia de la extinción del rinonceronte negro en África Occidental y me entristeció saber que nunca más tendré la oportunidad de verlo con mis propios ojos, así como el perjuicio a todo un ciclo en el que esta especie tendría su lugar. Mientras tanto el gorila de montaña se ciñe a un territorio minúsculo entre Ruanda, Uganda y Congo, el lince ibérico es casi más una Leyenda que una realidad o se sigue permitiendo la caza a golpes de las focas en países aparentemente avanzados como Canadá. Así como que quedan muchos menos tigres de los que pensamos y el león asiático, que antes se extendía por gran parte del continente, sólo vive en un reducto de India conocido como el bosque de Gir.
He escuchado a políticos decirme a la cara que hay demasiados lobos en España y que no ven mal que se les de caza porque se perjudica al ganado en vez de pensar en medidas de compensación para los dueños de los animales. ¿Cómo que hay demasiados lobos? ¿Qué queremos, verlos disecados en museos de ciencias? Y eso mismo ocurre en muchos de los países del mundo, incluso que van de abanderados del conservacionismo del medio ambiente y permiten campar a sus anchas a las mafias que matan las tortugas marinas en las playas costarricenses, lanzar arpones a las ballenas o hacerse los locos con los cazadores furtivos que buscan cuernos de rinoceronte porque en China se pagan como el oro.
Mientras cosas así sigan sucediendo, el desapego entre los seres humanos y las especies animales que pueblan nuestro mundo desde bastante antes que nosotros será mucho mayor. La fauna (o más bien su caparazón) la observaremos en fríos zoológicos, lugares en los que se encuentran totalmente fuera de contexto. Será más y más difícil encontrar el equilibrio y disfrutar del placer de mirar a la naturaleza directamente a los ojos.
Por eso tengo especial interés en vivir experiencias en lugares vírgenes y estar bien cerca de especies que siguen viviendo salvajes, en la mejor connotación que dicha palabra tiene para mí. Quizás el turismo de naturaleza ha traído muchas cosas buenas, aunque no todas, y sea uno de los botones que puedan hacer detenerse lo que a todas luces parece un triste final. Quizás por eso buscar la elegante pose de un leopardo y escribir sobre el momento mágico que supone encontrárselo. A lo mejor, de esa forma, muchos se dan cuenta de que tiene más valor uno vivo que cien muertos, por mucho que sea el cochino dinero que hayan puesto sobre la mesa quienes no les importamos absolutamente nada.
Simplemente porque todos podamos sentir el placer de mirar a la naturaleza directamente a los ojos antes de que ésta nos de la espalda y sea demasiado tarde.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
14 Respuestas a “El placer de mirar a la naturaleza directamente a los ojos”
Lo mejor es poder ver la naturaleza sin perturbar. Y sinó no verla, porque los zoos son una vergüenza.
Me has emocionado con esta entrada. Comparto tu amor por la naturaleza y por los animales.
Los momentos más emocionantes de mi vida han sido aquellos en los que los he sentido cerca y libres: en Península Valdés viendo saltar a las ballenas, en Masai Mara observando manadas de leones o en el Colca mientras el cóndor nos miraba impasible alzándose sobre nuestras cabezas.
Lamentablemente, la cultura de nuestro pais no es proteccionista, no quiero entrar en polémica, pero solo hace falta ver cual es nuestra fiesta nacional.
Te felicito por tu sensibilidad y por tus experiencias.
Un abrazo,
¡¡Muy bueno Sele!!
Bonitas reflexiones y recopilación de fotos.
Saludos
Completamente de acuerdo, Sele. Lástima que precisamente muchos de los que manejan los hilos del poder, delante o detrás, prefieran ir a cazar con rifle en vez de proteger la madre tierra. Egoístas de mierda, que seguramente tengan algún problema de autoestima bastante gordo cuando necesitan matar a los magníficos animales que pueblan este mundo, precioso aunque cada vez peor tratado, por todos, y por algunos muchísimo más.
En fin, suscribo tus palabras y sensaciones, y este verano voy a empaparme en buen grado de todo ello, tengo unas ganas terribles!! 😀
Mirar la naturaleza a los ojos es conectar con nosotros mismos, con lo que realmente somos, con esa pureza y esa esencia que abarcan todos los seres de la tierra.
he tenido experiencias muy profundas como esa, donde la naturaleza nos habla desde el silencio.
Hola, he llegado a tu blog de casualidad, pero como me gusta tanto la naturaleza y sus habitantes no he podido hacer otra cosa que leer tu post y sólo puedo decirte que estoy de acuerdo al 100% contigo. Yo soy de una sona de montaña, más concretamente del Moncayo y me encanta salir al atardecer para el verano a ver como van a comer a la pradera los corzos y los jabalíes mientras mi hijo y yo los observamos en silencio desde unos matorrales para que no se asusten.
A partir de ahora seguiré tus post. Un saludo
Como ya te han dicho totalmente de acuerdo.
Saludos
J.Luis
Como ya te han dicho, totalmente de acuerdo.
Me ha emocionado tu blog y entiendo tu desesperación ; pero que pretendes,amigo mio, si nosotros, los seres humanos, nos matamos cruelmente porque si, invadidos por el odio y la locura?
[…] mera presencia, siempre pacífica, me hizo disfrutar de más de un momento inolvidable de esos que sólo la maturaleza sabe regalar cuando te mira a los ojos. Creo que gracias a ellos pude conocer un ingrediente más de esa […]
[…] completamente desconectados. Tenemos buena excusa, ya que nos pasaremos unos cuantos días mirando la naturaleza directamente a los ojos. Pero eso sí, a la vuelta daremos buena cuenta de lo que acontezca en este […]
[…] mi regreso al país surafricano. Realmente la de ver animales corriendo libres, lo que supone mirar a la naturaleza directamente a los ojos es una de las sensaciones más gratificantes que se pueden tener viajando. Quizás porque podemos […]
[…] pero siempre te agradeceré que me enseñaras tantas cosas). Allí conocería lo que significa mirar a la naturaleza directamente a los ojos, fotografiaría a la ranita que actualmente forma parte del logotipo de El rincón de Sele y me […]
[…] Nunca me hubiera imaginado que algún día aterrizaría en avioneta en una playa desierta. Ni llevando unas botas de goma que cubriesen hasta los muslos, como esos pescadores tan entusiastas que se meten al río más allá de las rodillas. Ni mucho menos que, tras caminar por la arena con la marea baja, contemplaría la silueta a contraluz de una fila perfecta de osos pardos. Sin otra distancia que la brisa marina, sin objeto alguno que no fuera la cámara fotográfica. Delante de nuestras narices teníamos una de las escenas más impresionantes que podía regalar la naturaleza. Estábamos en Lake Clark, una zona salvaje de Alaska donde no existen ni pueblos, ni carreteras ni nada que huela a humano a cientos de kilómetros a la redonda. Aquel Edén al norte de Katmai, famoso por albergar una de las mayores poblaciones de osos pardos del planeta, nos estaba mostrando el significado de la vida, la suerte de mirar a la naturaleza directamente a los ojos. […]