Crónicas de un viaje a Sri Lanka 4: Polonnaruwa

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Crónicas de un viaje a Sri Lanka (4): Polonnaruwa

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La belleza eterna de Polonnaruwa está al alcance de muy pocos. La que fuera capital del poderoso Reino cingalés entre los siglos XI y XII eclipsó a la hasta entonces protagonista Anuradhapura, relegándola a los caprichos del olvido y el ramaje de la selva. En ese tiempo se construyeron los monumentos más fascinantes de la isla, los cuales envejecieron más lentamente, lo que hoy permite dar una idea más certera a los viajeros del esplendor de una ciudad grandiosa.  Pulula la gente entre los templos, palacios, bibliotecas, inmensas dagobas y la perfección manifiesta de un conjunto de esculturas budistas que obligan replantearse si se ha alcanzado la cima a la hora de plasmar expresiones de un virtuosismo imposible bajo los rostros modelados en la misma roca.

Entusiastas de la arqueología, de los templos desgastados entre los árboles, apasionados del Arte, Polonnaruwa es el lugar que andáis buscando. Caminemos juntos para conocer mejor otro pedacito de la Historia de Sri Lanka y agudicemos la vista para disfrutar en compañía de ninfas, Budas y dioses de otro mundo que cobran vida en la piedra esculpida por genios sin nombre.

21 de abril: LOS ROSTROS SERENOS DE POLONNARUWA

La alegría que tenía de que el Real Madrid hubiese ganado la Final de Copa del Rey me hizo levantarme con más fuerzas y ganas que nunca. La única pena no haber podido ver el partido, salvo en sueños y retorceres de almohada, pero había valido la pena. Dispuesto a comerme Polonnaruwa, me enfundé mi camiseta merengue, amén de esparcirme relec contra los mosquitos, y salí con Pablo y con Nimal hacia el aparcamiento donde nos esperaba la que sería nuestra minivan por última vez. Después de visitar la ciudad antigua de Polonnaruwa y acabar en Kandy, se acababa nuestra etapa con el bonachón de Nimal.

UN POCO DE HISTORIA

Nos encontrábamos en otro de esos puntos clave para comprender el devenir de esta isla en el que tanto movimiento ha habido a lo largo de su Historia. Todo el triángulo cultural lo es, ya que refleja los estadíos de un Reino convulso que se agarró al fervor religioso para mantenerse fuerte en la que apenas es una lágrima cayendo del enorme subcontinente indio. Precisamente India tuvo mucho que ver en el cambio de la capitalidad de la isla, ya que fueron los tamiles (la tribu de los indios Cholas) quienes empujaron al ejército cingalés cada vez más al sur tras invadir Anuradhapura, llegando a la propia Polonnaruwa. Sería el Rey Vijayabahu (1170-1110) el que contrarrestara el ataque chola para echar hacia atrás a esos invasores de ida y vuelta que siempre mantendrían en jaque a todos los habitantes de la que hoy llamamos Sri Lanka. Anuradhapura, arrasada, no iba a ser nunca más la capital, trasladándose la corte definitivamente a Polonnaruwa.

Dos siglos se mantendría en pie la gran ciudad de Polonnaruwa. Poco si lo comparamos a los cerca de 15 siglos de la anterior ciudad que como regidora de los destinos del Reino. Pero suficientes para que quedara grabada para siempre en los anales de la Historia. La convulsión de los años que vinieron a la muerte de Vijayabahu se enderezaron con el que sería el monarca más recordado de esta etapa tan importante para Sri Lanka, la del Rey Parakramabahu I (1153-1186), nieto del anterior. Con Parakramabahu la ciudad de Polonnaruwa alcanzaría su máximo esplendor, construyéndose la mayor parte de los edificios y templos que hoy aún se pueden ver. Recuperó la reliquia de reliquias para los cingaleses, el diente de Buda, que pasó a guardarse dentro de un área sagrada (El Cuadrángulo) de enorme valor religioso-histórico-artístico. Aunque la obra del gran Rey que había logrado estabilizar los designios del Reino Cingalés no se centró únicamente en el ámbito religioso sino también en el civil. Así construyó un buen número de estanques, uno de ellos de 2400 hectáreas (probablemente el mayor lago artificial de la época), optimizando la irrigación de los campos y, por tanto, la subsistencia de su pueblo. Lo mejor de todo es que aún siguen existiendo y se consisideran esenciales para el cultivo de los campos.

Nissanka Malla, procedente de India, continuó como pudo la labor de Parakramabahu, pero le llovieron los problemas. Polonnaruwa empezó a decaer y, aunque todavía apuró sus latidos, el corazón de una ciudad comparable con las más importantes de todo el continente asiático, se apagó definitivamente cuando la corte (y el diente de Buda) se trasladó a Kandy. Las ruinas se durmieron en el interior de una selva que, una vez más, engulló toda una ciudad durante siglos al igual que sucedería con los Templos de Angkor, en la actual Camboya, y con otros tantos tesoros ocultos durante siglos.

ASÍ VISITAMOS LA CIUDAD ANTIGUA…

El complejo arqueológico de Polonnaruwa tiene una longitud de unos 8 kilómetros en los que van desplegándose a izquierda y derecha los principales monumentos de los siglos XI y XII que se conservan. Así como las ruinas de Anuradhapura (exceptuando las dagobas) son más «esquemáticas», las de Polonnaruwa son capaces de satisfacer a los viajeros más inconformistas.

Al norte de la «ciudad nueva» se encuentran dicho complejo. Dado que nos encontrábamos en partíamos del extremo sudoeste de la ciudad (Allí se ubicaba el hotel The Village en el que habíamos dormido), iniciamos una visita de abajo a arriba para recorrer por entero el eje sur-norte.

El punto de referencia de la ciudad antigua es el Cuadrángulo (con los principales edificios religiosos alrededor de la reliquia del diente de Buda). Al sur está el Palacio del Parakramabahu, y al norte algunas dagobas (Rankot Vihara) y las soberbias e imprescindibles esculturas de Gal Vihara.

Por orden visitamos: Ruinas del viejo monasterio Potgul Vihara (fuera de la ciudad vieja, en un parque al sur de la misma) – Palacio de Parakramabahu I (ya en el interior, en su extremo sur) – Templo Shiva Devala nº1 – Cuadrángulo – Dagoba Rankot Vihara – Templo Lankatilaka y dagoba Kiri – Gal Vihara.

Todos estos lugares merecen la pena, pero el eje CUADRÁNGULO-RANKOT VIHARA-LANKATILAKA-GAL VIHARA es el que considero imprescindible. No se concibe una ruta arqueológica en Polonnaruwa sin ver todos estos.

COMIENZA LA RUTA EN POTGUL VIHARA

Antes de entrar al complejo arqueológico nos detuvimos unos minutos en Potgul Vihara, los restos de un antiguo monasterio. Para entrar a esta zona al sur de la ciudad antigua no tuvimos que pagar nada ni mostrar el ticket del triángulo cultural. En primer lugar fuimos hacia la derecha encontrándonos con una estatua de un hombre de pie con barba que lleva ahí prácticamente un milenio. Se cree que es una representación escultórica del insigne Rey Parakramabahu I, aunque es tan  sólo una hipótesis. A doscientos metros de él (a la derecha del camino por el que entramos), el viejo complejo monástico de Potgul Vihara yace en ruinas. Al parecer su importancia fue clave en tiempos de Polonnaruwa como capital del Reino. Interesante y sin un solo turista visitándolo, salvo nosotros dos, a expensas de un enjambre de avispas que amenazaban con venir a molestar.

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Desde allí subimos al coche con Nimal y nos dirigimos más hacia el norte, al acceso principal a la ciudad antigua y donde ya sí nos solicitaron el Ticket del triángulo cultural (que recuerdo por 50$ ó 5500 Rs agrupa los principales monumentos de Anuradhapura, Polonnaruwa y el fuerte de Sigiriya, entre otros). Haber ido sin él nos hubiese supuesto 25 dólares nada más y nada menos, por lo que aquí lo terminamos de amortizar.

PALACIO DE PARAKRAMABAHU I

P1200212Teniendo cerca el «cuadrángulo» al entrar al complejo arqueológico, preferimos empezar con «cierto orden» desde el sur y, por tanto, fuimos primero a ver los restos del Palacio de Parakramabahu I. La residencia del que fuera el principal monarca de Polonnaruwa teníamos claro que no iba a ser pequeña. Y no nos equivocamos. Las ruinas del enorme edificio dejan unos muros inmensos que cobijaron aproximadamente 50 habitaciones, lo que es un indicativo de sus magníficas dimensiones. A la derecha (en sentido entrada) quedaba entonces el complejo de salones y cuartos regios.

Y a la izquierda, además de unos estanques reales tremendamente «angkorianos», la estupendísima Sala de Audiencias con unos frisos profusamente decorados con elefantes, sobre todo, además de leones. Desfilan los paquidermos y demás figuras por los muros historiados de esta parte del Palacio que nos llamó bastante la atención.

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Las escalinatas de dicha Sala de audiencias, precedidas por la simbólica piedra de luna, llevaban a dos monstruos que flanqueaban el acceso al edificio, que todavía conserva intactas sus numerosas y delgadas columnas. En esta joya el monarca recibía a sus súbditos, suponemos sentado en su trondo y custodiado por un importante séquito de soldados y consejeros.

EL PEQUEÑO TEMPLO SHIVA DEVALA

Esquivando a un grupo de turistas locales (mayoritarios frente a los extranjeros) que acababan de venir en un autobús de ruta de los años setenta, continuamos nuestro camino. El calor era fuerte y las cosas no están precisamente pegadas las unas a las otras, por lo que nos estaba viniendo de perlas el coche de Nimal. Para estos casos en los que aprieta el Sol sí conviene llevar un medio de transporte a motor, ya sea automóvil, tuk tuk o moto (aunque una bicicleta haciendo mejor tiempo tiene que ser ideal).

P1200229No demasiado lejos del cuadrángulo, hicimos un stop en Shiva Devala, un templete minúsculo dedicado al Dios hindú Shiva. Esto nos indica que es de una época posterior, ya Siglo XIII, en el que el hinduísmo venía implícito a los nuevos invasores que, como decía antes, tomaban una y otra parte de la isla y se echaban de nuevo hacia atrás, dejando plasmadas sus creencias religiosas en un país profundamente budista. El hinduísmo, de hecho, sigue bastante presente en la isla, sobre todo al norte y al este, de mayoría tamil.

Este pequeño templo, es uno de los dos shivaístas que se conservan en la ciudad antigua (hay otro al norte del cuadrángulo), y en él los arqueólogos encontraron unos bronces que se exponen en el Museo Arqueológico de Colombo.

EL CUADRÁNGULO, CORAZÓN SACRO DE POLONNARUWA

Pero si hay un lugar grandioso en Polonnaruwa es ese recinto cuadrado considerado como el centro neurálgico y sagrado del Imperio durante casi doscientos años: El Cuadrángulo, cuadrilátero o, simplemente, la terraza de la reliquia del diente. En Sri Lanka, durante más de 2000 años, el poder del Imperio estuvo condicionado a la posesión o no del diente de Buda salvado de la pira en el último momento. Después de que la reliquia fuese custodiada durante mucho tiempo en Anuradhapura, el poderoso Rey Parakramabahu I la trajo a la capital de la isla en ese momento, reservándole la mejor de las estancias. Y aunque después de ser llevado definitivamente a Kandy, la ciudad fue abandonada, el Cuadrángulo sigue siendo el complejo de edificios antiguos más perfecto y mejor conservado de Sri Lanka. Simple y llanamente lo que uno sueña con encontrarse en este país que guarda tantos lugares maravillosos.

La entrada la hicimos por el Thuparama, en el extremo suroeste del cuadrado. La «Mansión de la imagen de Buda», que es su significado, es probablemente la construcción mejor conservada de todo el conjunto. Se puede decir que por fuera se muestra intacta, techumbre incluida, algo complicado de ver en estructuras abandonadas durante unos siete siglos.

P1200232Sus muros ennegrecidos tienen abiertos ciertos distintos portones por los que acceder a la cámara que guarda varias figuras de Buda, que probablemente no son las originales allí custodiadas. Entramos descalzos (supuestamente debíamos estarlo en todo el recinto) hasta los mismos Budas. Frente a ellos, arrodilladas varias mujeres y niñas que rezaban hacia los mismos, casi ni se enteraron de que estábamos allí. La pasión religiosa en Sri Lanka es muy fuerte y se ve en toda clase de monumentos que tengan que ver con sus creencias.

Pero sin duda la estrella del cuadrángulo es el Vatadage, una estructura circular con cuatro accesos por escaleras que llevan a cuatro budas sedentes mirando a norte, sur, este y oeste.

Supuestamente se construyó para albergar la reliquia del diente, que se movió de monumento en monumento en función del monarca que estuviera. Aún así, el Vatadage, esconde toda la magia del Cuadrángulo. Esa circunferencia abierta por cuatro lados está plagada de detalles religiosos así como sublimes apsaras (ninfas), frisos con leones, escalones con submundos en relieve y una deslumbrante una piedra de luna en el acceso norte, que puede considerarse la mejor que se conserva en Polonnaruwa.

P1200254Y en el interior los cuatro budas sentados en meditación delante de una pequeña dagoba construida en ladrillo dejaron fluir un mar de sensaciones extraordinarias. Como si pudieran transmitir toda su serenidad y hacerte partícipe de una atmósfera de paz y sosiego. Mirarles a la cara te hacen olvidarte de lo que no te gusta, sentirte dentro de un halo mágico que se cierne sobre el círculo de piedra. Es entonces cuando comprendes el porqué de Polonnaruwa…

Saliéndonos del Vatadage por las escaleras del norte, las de la piedra de luna, nos quedamos justo al frente de otros dos edificios en los que se guardó la reliquia del diente de Buda. A la izquierda y de mayor tamaño, el Hatadage, del que hay escrito que se levantó en tan sólo 60 días en tiempos del Rey Nissanka Malla. A la derecha el Atadage, que pertenece al reinado de Vijayabahu, el primero de los monarcas de la etapa en que Polonnaruwa fuera la capital. Por ello es muy probable que ésta sea la estructura más antigua del cuadrángulo. Son algunas las columnas, inscripciones y estatuillas las que se mantienen en alto, aunque no al nivel de Thuparama o del Vatadage.

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Desde el Hatadage a mano derecha hay un libro de piedra (Gal Pota) de 9 x 1´5 metros traído en tiempos de Nissanka Malla de las canteras de Mihintale (lugar en el que el Rey Tissa se encontró con Mahinda, quien le convirtió al budismo). Se han conservado muchos «libros» en bloques de piedra pero este probablemente sea el mayor de todos. Justo desde ese punto, en el extremo nordeste del cuadrángulo, una torre piramidal, Satmahal Prasada, me hizo recordar (a menos escala) distintas construcciones hinduístas como las de los Templos de Prambanan, en el centro de la Isla de Java. La influencia javanesa e incluso de Indochina (reminiscencias jemeres) debió llegar hasta esta isla del Océano Índico.

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Aunque en el Cuadrángulo hay esparcidos muchos restos más, así como pequeños santuarios, salas de columnas destinadas al rezo, e incluso figuras budistas puestas de pie en estructuras desnudas que permanecieron ocultas en la selva hasta el re-descubrimiento por parte los ingleses en el Siglo XIX, en la época colonial.

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Para haceros mejor composición de lugar incluyo aquí un vídeo que grabé en el Cuadrángulo, y en el que recorro algunos de sus principales puntos:

LA DAGOBA RANKOT VIHARA

Salimos del cuadrángulo y regresamos al coche. Subiendo hacia el norte dejamos pasar otro santuario shivaísta del estilo del primero  ue habíamos visto (Shiva Devala) y nos detuvimos frente a una enorme dagoba que recordaba muy mucho a algunas de las vistas en Anuradhapura como, por ejemplo, Jetavanarama. Era Rankot Vihara, una dagoba de 54 metros culminada bajo el reinado de Nissanka Malla, aunque iniciada probablemente antes, con Parakramabahu I como monarca. La cuarta dagoba en tamaño de Sri Lanka se describe como las existentes en la primera capital del Reino, un grueso montículo de ladrillo rematado en un pináculo. Pequeñas capillas para rezar a Buda se adscriben a los faldones de este impresionante monumento del que aseguro pudimos rodear sin ver a una sola persona, como si en el cuadrángulo se hubiesen quedado todos.

Impresionantes dagobas como estas son, sin duda, genuinas de Sri Lanka. Este «formato» de estupas destinadas a contener reliquias budistas son ya símbolos reconocibles del pequeño país del Índico. Cuando se «redescubrió» Polonnaruwa, Rankot Vihara y las demás estaban cubiertas por completo de vegetación, pareciendo un monte absolutamente natural. Posteriormente los arqueólogos han llegado incluso a encontrar material quirúrgico procedente de un hospital nada más y nada menos que del Siglo XII. Tesoros de la medicina que dicen los expertos no difieren demasiado de los que se utilizan actualmente.

Después de recorrer la dagoba siguiendo el sentido de las agujas del reloj Nimal nos señaló algo que merodeaba por el césped. Era un lagarto enorme, un varano, que correteaba casi a nuestro lado y no nos habíamos dado cuenta. Le seguimos hasta que decidió meterse en su madriguera de barro para desaparecer de la escena. Como siempre Sri Lanka nos sorprendía con su explosión de Naturaleza de verdad.

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LANKATILAKA Y DAGOBA KIRI

Próxima parada en nuestro viaje sur-norte por la ciudad antigua de Polonnaruwa, el Templo de Lankatilaka, cuyas paredes enormemente altas y la carencia de techo recuerdan a esas ruinas de grandes inglesias o catedrales que hay por Europa y que resultan tan sugerentes. En este caso estaba destinado, al igual que Thuparama (en el cuadrángulo) a custodiar una imagen de Buda. De la época de Parakramabahu I, aunque con añadidos posteriores, es esa clase de monumentos que adivinan la maginificencia de la que fuera corte durante aproximadamente dos siglos.

Al final del templo, una figura decapitada de Buda mimetiza en color y formas con las paredes de estas ruinas que resultan ciertamente imponentes. Se me ocurrió entrar sin quitarme los zapatos (una norma presente en absolutamente todos los lugares de implicación religiosa) y rápidamente se acercó uno de los guardias a reprenderme y pedirme que si pasaba dentro lo hiciera descalzo. Daba igual que el Sol pusiera el suelo a arder como un horno, había que acatar las reglas.

Prácticamente al lado de Lankatilaka, una dagoba pequeña si la comparábamos con Rankot Vihara, pero con mucho encanto, la Dagoba Kiri, mereció todas nuestras atenciones. Esta construcción, que partió de la iniciativa de una de las muchas mujeres del Rey Parakramabahu, estaba en plena restauración. Y es que la misma era de las pocas que hasta el momento no se habían si quiera tocado.

Desde allí a no más de diez minutos a pie teníamos nuestro último «punto en el orden del día», el que para nosotros fue el más especial, Gal Vihara. Llegar caminando después de rodear un precioso estanque de loto fue el mejor aperitivo a un lugar de esos que te marcan para toda la vida…

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GAL VIHARA

Caminamos hasta llegar frente a una inmensa piedra de granito maciza, sobre todo muy alargada. Encima suyo tenía colocado un techo para cubrirla. Nos acercamos un poco más y vimos mucho más nítido lo que había en la propia roca. Nada más y nada menos que cuatro hermosísimas figuras de Buda, tres de las cuales están consideradas como las obras escultóricas más sublimes del Arte cingalés (y budista). Quienes las esculpieron se esforzaron en elevar las cotas de delicadeza y finura artística hasta alcanzar algo nunca logrado hasta entonces.

Empezando por la izquierda nos encontramos con una estatua de Buda sentado en posición de meditación (Samadhi Buddha). Su rostro refleja la concentración más absoluta, ese estado de serenidad total que se contagia a todo el que lo mira. Tras él los relieves de lo que parece un templo y el más que probable árbol de la iluminación añaden perpectiva a la escena.

El gesto de su cara es, para mí, el protagonista de la escultura. Como si de verdad Buda estuviera ahí sentado expresando el silencio de sus largas horas de meditación en el árbol de la iluminación.

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La siguiente figura (Vijjadhara Guha = Cueva de los espíritus del conocimiento) está también sentada, aunque es mucho más pequeña y sencilla que la anterior (metro y medio de altura frente a los más de cuatro metros que mide el anterior). Para verla bien tuvimos que asomarnos por una rendija, ya que no se encuentra tan expuesta como las demás, sino en el interior de una caverna artificial. Bajo sus pies tenía un cúmulo de flores frescas de todos los colores y curiosamente era a la que más acudían a rezar los peregrinos que allí estaban.

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La tercera es mi preferida. Es una figura de 7 metros de altura que permanece de pie y con los brazos en cruz que para unos representa a Buda en su segunda iluminación y para otros a su discípulo Ananda consternado por la muerte del maestro, que permanece tumbado justo a su lado. Ambas hipótesis se mantienen y se imponen la una sobre la otra según el experto al que se lea. Que fuera Ananda se explicaba por la posición inusual de la estatua, por su gesto más cercano a la tristeza que a la concentración propia de estar meditando o haber alcanzado la iluminación. Si uno se fija bien en el rostro de esta figura da la impresión que se le van a escapar unas lágrimas.

Pero recientemente, habiéndose encontrado en distintas excavaciones a pequeñas figuras con la misma posición, parece quedar más claro que esta soberbia estatua es de Buda, al igual que las otras tres. Aunque quizás sea más romántico pensar que se ha retratado el dolor «humano» con una maestría que queda fuera de toda duda.

Lo que sí es cierto es que de todo el conjunto, la figura que se lleva todos los focos, y con total razón, es la del Buda acostado sobre una flor de Loto. Catorce metros se desprenden livianamente del granito para representar el parinirvana, el último Nirvana de Buda antes de morir.

Recostado sobre su brazo derecho, se perciben los instantes finales de ese Nirvana que precedió a la muerte del Maestro. Su gesto refleja una relajación máxima e incluso deja escapar una ligera sonrisa de descanso, de la satisfacción del deber cumplido una misión de toda una vida.

Es curioso que frente a la estatua sólo éramos capaces de hablar en voz baja, como si el más mínimo ruido pudiese despertar a la escultura de ese sueño tan profundo como placentero. La sensación de quienes teníamos la suerte de encontrarnos ese momento en Gal Vihara era no de visitar una estatua tan inerte como el granito en el que fue modelada, sino de velar algo todavía vivo, acompañar a quien de una forma u otra seguía respirando.

Varias personas vigilaban tanto a turistas como peregrinos que nos acercábamos a las estatuas y en una ocasión nos pidieron que no nos hiciésemos fotografías dando la espalda al maestro. Incluso nos exigieron borrar las imágenes que habíamos obtenido en la que nuestra espalda estuviese dirigida a la estatua. Aunque unas cuantas resistieron en la tarjeta de memoria de la cámara…

NOS MARCHAMOS DE POLONNARUWA Y VAMOS HACIA KANDY

Gal Vihara se quedó para siempre con nosotros, en nuestras mochilas y en nuestros pensamientos. La gran roca justifica, e incluso diría que impone, una visita a Polonnaruwa. Capital del Reino durante apenas un par de siglos pero con un Patrimonio inmensamente valioso.

Con las estatuas de granito se terminó nuestra ruta por la ciudad vieja. Fue momento de despedirnos de la gran Polonnaruwa e ir hacia Kandy, a la que teníamos a 140 kilómetros. Esta distancia la cubrimos en aproximadamente tres horas y media en la que nos hizo un sol fortísimo al igual que se cubría en dos minutos y nos caía la tormenta del siglo. Así es Sri Lanka la imprevisible.

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El viaje a Kandy fue siempre cuesta arriba, no porque tuviésemos más dificultad que la que contaba de la lluvia, sino porque empezábamos a tocar una zona montañosa que iría in crescendo en los días sucesivos al movernos por lo que muchos llaman el País de las Montañas o las Tierras Altas. Kandy es el punto de partida a toda esa zona montañosa repleta de campos de té en las alturas y donde teníamos pensado nosotros iniciar un interesante recorrido en tren en los días sucesivos.

Nada más llegar a Kandy, la última capital de Sri Lanka antes de Colombo, notamos que las temperaturas eran mucho más agradables al estar más elevada respecto al nivel del mar respecto a las ciudades en las que habíamos estado. Sin duda fue algo que agradecimos enormemente. Sería allí precisamente, en Kandy, donde nos despidiéramos definitivamente de Nimal, nuestro simpático y bonachón conductor por unos días al que le habíamos cogido mucho cariño.

También sería el lugar en el que iniciásemos otra etapa distinta en el viaje, aunque eso mejor lo dejo para el próximo relato de esta apasionante aventura en la antigua Ceilán. Qué vimos en la colonial Kandy, cómo conseguimos billetes de tren a las tierras altas en el Observation Saloon cuando estaban totalmente agotados, qué cosa tan curiosa compré a los pies de un Buda gigante, el fervor por la insigne reliquia del diente de Buda… y ese «nosequé» de una ciudad que nos dejó muy buen sabor de boca. Quiero decir que esto…

CONTINÚA EN EL CAPÍTULO 5…

* Recuerda que este y los demás capítulos están indexados dentro de la Guía Práctica de Sri Lanka

Sele

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