Crónicas de un viaje a Sri Lanka 3: Sigiriya y la senda de los elefantes

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Crónicas de un viaje a Sri Lanka (3): Sigiriya y la senda de los elefantes

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La diversidad cultural, natural y de ocio en Sri Lanka es asombrosa. Para muestra todo lo vivido en un sólo día de P1190981intensidad brutal. Temprano, antes de que el Sol nos estrangulara con sus rayos, ascendimos la Roca de Sigiriya, quizás el baluarte monumental más poderoso del país que, aprovechando su espigada forma nacida de una erupción volcánica, sirvió de palacio, fortaleza e incluso monasterio, al que se podía por unas escaleras flanqueadas por grandes garras de pieda que subían hasta las fauces de un león gigante. En ningún modo es algo fantástico e irreal sino una verdad que se puede palpar y saborear en esta lengua rocosa y vertical rodeada de selva, la cual asegura un «vértigo» emocional al viajero que gozará desentrañando algunos de sus enigmas. Sigiriya, cuyo nombre viene a decir «la Roca del León», nos hizo sudar y suspirar al mismo tiempo mientras nos veíamos inmersos en una película de aventuras al más puro Indiana Jones.

Pero en Sigiriya no acabó la cosa. Porque en apenas unas horas nos encontrábamos subidos sin montura alguna sobreP1200070 el lomo de un elefante que nos llevó a atravesar lentamente un humedal en compañía de las garzas y otras aves en busca de comida. Y como no debió bastarnos, nos subimos a un jeep para observar de cerca manadas de elefantes y búfalos salvajes en mitad de un territorio boscoso tan verde como exhuberante. Decenas de paquidermos protagonizaron un safari apasionante dentro de una red de senderos de barro que sólo se puede hacer de forma segura con un vehículo tracción a las cuatro ruedas. La Naturaleza más vibrante salió de sus escondrijos para mostrarse sin complejos y reivindicar una de las facetas más agradecidas de un país en el que los límites no parecen existir.

Esa dualidad entre un patrimonio cultural-natural tan rico es el secreto mejor guardado de Sri Lanka. ¿Cómo puede dar tanto de sí una sola isla casi inapreciable en los atlas y mapamundis?

20 de abril: DE LA ROCA DEL LEÓN AL ELEFANTE Y DEL ELEFANTE AL JEEP SIN SOLUCIÓN DE CONTINUIDAD

Comenzaba temprano uno de los días que mejor sabor de boca nos dejaron durante el viaje. Y para comenzar bien, lo ideal fue un riquísimo desayuno basado en roti con mantequilla y mermelada. El roti era un buen recuerdo en forma de pan tipo crepe que tenía de cuando había estado en la India, y en Sri Lanka, aunque no sea muy «india», también es un producto alimenticio bastante típico. Dos tazas enormes de té fueron nuestra energía y unas piezas de fruta que terminamos guardando en la mochila, nuestras pilas recargables para cuando las necesitáramos. Salvo la piña, de la que Pablo era un fervoroso fan, que no quedó rastro alguno. Más de una y más de diez veces repetiría la frase de «Mejor piña que ésta no la he probado en la vida».

Estábamos preparados para estar como un reloj a las siete en punto en la puerta de acceso a la Roca de Sigiriya. Nimal nos acercaría en el coche en un trayecto de no más de tres o cuatro minutos, ya que en si algo bueno tenía nuestro hotel, además del desayuno y la simpatía de su dueño, era su fantástica ubicación.

LA HOJA DE RUTA DE UN DÍA CARGADO DE VIVENCIAS

Nuestros planes más definidos y que más seguros teníamos era  que subiríamos a Sigiriya, que pasaríamos la noche en Polonnaruwa y que en el camino trataríamos de hacer un safari, quizás en Minneriya o en cualquiera de las reservas que podía haber cerca de este Parque Natural. Pero como no llevábamos nada cerrado (la tónica del viaje), todo iría dependiendo de lo que nos fuésemos encontrando.

Aún así, al igual que el día anterior, no teníamos previstas demasiadas apreturas ni salir corriendo de un lado a otro. Finalmente tuvimos el tiempo adecuado para llevar a cabo nuestros planes que se cumplieron tal y como podéis ver en el siguiente mapa con la ruta realizada:

Durante la primera parte de la mañana (entre las 7 y las 10:30) estuvimos visitando Sigiriya. Tras volver al hotel a darnos una ducha marchamos a Habarana, donde estuvimos montando en elefante durante una hora aproximadamente. Ligero almuerzo en el mismo Habarana y jeep para atravesar la Reserva Natural Hurulu Eco Park, que teníamos realmente próxima y que es una alternativa idónea a Minneriya para ver elefantes (aprox 3 horas). Una vez terminamos el safari viajamos a Polonnaruwa, donde nos hospedamos de cara al día siguiente en el que teníamos previsto visitar la ciudad antigua.

Las distancias por carretera fueron bastante cortas como podemos ver a continuación:

+ Sigiriya –> Habarana: 13 kilómetros (aproximadamente 20 minutos)
+ Habarana–> Hurulu Eco Park: El acceso a la reserva está a la salida de Habarana.
+ Habarana–> Polonnaruwa: 54 kilómetros (aproximadamente 50 minutos)

En total de trayectos 67 kilómetros. No contamos, por supuesto, las tres horas de safari en la que nos movimos a base de bien.

En fín, esta hoja de ruta es realmente sencilla, sobre todo si se cuenta con vehículo. Aunque hay autobuses que van de Sigiriya a Polonnaruwa y que pasan por Habarana, por lo que es posible hacer estos trayectos en transporte público, aunque a expensas de horarios caprichosos.

SIGIRIYA, LA FORTALEZA DEL VÉRTIGO

Fuimos los primeros en firmar el libro de visitas en la misma taquilla del monumento en la que nos validaron el ticket del triángulo cultural (30 dólares vale de forma individual, sin este ticket). Siete en punto de la mañana. Y no podía ser de otra manera porque en muy poco tiempo el calor soportable tenía visos de convertirse en derretible. Ese es uno de los consejos para hacer el ascenso a la roca de Sigiriya, madrugar para evitar el calor sofocante. Tampoco debería nadie olvidarse de cubrirse la cabeza y de ir bien surtido de agua. Toda precaución es poca porque el sol aprieta cosa mala.

Se accede al monumento de Sigiriya por el oeste. La roca esculpida gracias al magma de un volcán es lo más alto a kilómetros a la redonda. Lo demás es prácticamente plano, por lo que es lógico pensar que no pasó en asbsoluto desapercibida en los viejos reinos cingaleses. Pero realmente fue hasta el Siglo XIX cuando los colonizadores occidentales se dieron cuenta de que allí podía haber habido algo grande.

Un camino de arena recto que fuimos siguiendo para acercarnos a la pared de la roca, nos mostró en primer lugar, y tanto a izquierda como a derecha, los conocidos como Jardines del Agua. Eran una serie de piscinas y lagunas artificiales, de una simetría tal que podía doblarse la tierra como un papel y coincidir todas ellas escrupulosamente hasta el último milímetro. Ya se sabe que durante miles de años el agua representaba simbólicamente una parte muy importante del universo, por lo que estos jardines del agua no pueden considerarse meras entidades decorativas. Todo siempre tiene un porqué.

En los primeros minutos de caminata aún contamos con la benevolencia del Sol, que salía justo detrás de la Roca, garantizándonos unos minutos de sombra que siempre eran de agradecer. Otra de las fortunas de madrugar es tener Sigiriya para nosotros solos, puesto que a no mucho tardar, vendría un buen número de turistas, sobre todo locales, a los que entrar les cuesta lo que una bolsa de pipas. Por lo que esa tranquilidad también era perfecta para irnos haciendo a esa inmensa pared de piedra a la que nos íbamos acercando poco a poco.

La inmediatez de las escaleras nos dejaba prácticamente a los pies de esa montaña de aspecto anacrónico. Comenzaba entonces una serie de en torno a los mil peldaños, si se suma todo el camino hacia la cima. Las rocas adyacentes ya nos indicaban que había algo más allá de la naturaleza, que su modelaje y susP1190987 inscripciones no tenían nada que ver con el capricho volcánico que formó aquel lugar. Entonces recordamos lo que habíamos leído antes de iniciar el viaje a Sri Lanka sobre un monarca llamado Kassapa, que vivió en el Siglo V después de Cristo, y que quebró la capitalidad de Anuradhapura viniéndose a acoger a Sigiriya para formar la fortaleza más poderosa e inquebrantable de la isla. Había arrebatado de forma ilegítima el Reinado a su padre, emparedándolo vivo, y expulsando a su hermano Mogallana, quien salvó la vida escapando a India. Pero como Kassapa sabía que éste podía regresar para vengarse y reclamar su trono, aprovechó el mejor sitio de todos los que había conocido para tener su palacio y defender lo que consideraba que era suyo. Sus pronósticos se hicieron reales. Mogallana volvió, pero con un ejército muy numeroso dispuesto a terminar con el reinado de su hermano. Cuando Kassapa estaba a punto de ser capturado, se clavó su propia espada para no permitir que nadie le capturara. La capitalidad fue devuelta de nuevo a Anuradhapura, quedando Sigiriya relegado a actividades monásticas, que se perdieron definitivamente en torno al Siglo XIV, cuando «la roca» se tornó en silencio y olvido. Hoy este Lugar declarado Patrimonio de la Humanidad pertenece a todo el mundo y es, probablemente, lo más visitado de Sri Lanka. Un viaje a este país sin Sigiriya es del todo inconcebible.

Cuando tocamos las paredes de la roca, sólo quedaba subir por escalinatas y rampas adosadas a las mismas, siendo una prueba dura para los que padecen de vértigo y no pueden con las alturas ni en pintura.

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A continuación podéis tomar un vídeo del momento en que empezamos a tomar altura:

P1200006Caminar por los bordes de Sigiriya nos permitió imaginarnos las primeras imágenes y experiencias obtenidas por los arqueólogos que pisaban terreno vedado por los siglos y que no sabían qué se iban a encontrar exactamente. Sus senderos de madera todavía aparecen junto a los que siguen los turistas, más firmes y seguros, aunque igualmente vertiginosos. A medida se va alcanzando altura la recompensa llega en forma de llanura y selva verdeoscura, cuya hermosura se hace sugerente al viajero incapaz de cerrar sus ojos. La Naturaleza aledaña explica por sí misma lo remoto de este lugar, reservado a Reinos y Civilizaciones milenarias.

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Aproximadamente a mitad de camino unas escaleras de hierro verticales y prácticamente dispuestas en caracol nos llevaron a uno de los tesoros más grandes de Sigiriya: La galería de las doncellas. En una gruta semiexcavada pero aún así a la intemperie durante siglos y más siglos, las pinturas de mujeres con redondos pechos al descubierto sobreviven milagrosamente a las inclemencias del clima y, sobre todo, de la Historia. Las doncellas de Sigiriya y sus célebres torsos desnudos pintadas al fresco son lo más parecido que existe a las pinturas encontradas en las Cuevas de Ajanta, en India. Una joya pictórica de más de mil años que probablemente ocupara muchos más metros de la pared oeste de Sigiriya y que conocí gracias al relato de mi buen amigo Floren titulado «Doncellas desnudas me esperan en la roca», que leí mucho tiempo antes de embarcarme este viaje. Sin duda, una inspiración más que se subió a la mochila con nosotros.

Los tonos verdes, rojos y amarillos dibujan una serie de gestos primorosos. Las mujeres, con tocados en la cabeza y joyas adornando su cuello y sus brazos, portan ofrendas florales, cuyo significado aún se desconoce. Esta especie de Capilla Sixtina del arte cingalés de los siglos V y VI es sorprendentes y nos hizo esbozar alguna que otra sonrisa puesto estos frescos son extraordinarios, tanto por su belleza como por ser absolutamente insólitos. Artística e históricamente hablando desprenden belleza, color y vida a raudales.

Dejando atrás la Galería de las doncellas seguimos incidiendo en Sigiriya a través de lo que se conoce como la pared espejo, en la que viejas incripciones de viajeros de otros siglos, rasgan a modo de graffitis de otras épocas una pared anaranjada que refleja los pensamientos y comentarios de quienes suspiraron mucho antes que nosotros. Y no únicamente por el calor asfixiante que comenzaba a venírsenos encima, sino porque la roca en sí debía ser como subir a los cielos. Debíamos avanzar posiciones puesto que aquel horno iba a ir subiendo la temperatura a cada minuto.

Pero aún había más. Ya en el último cuarto de la gran roca una nueva plataforma nos traía unas nuevas escaleras, las últimas. Pero éstas contaban con una particularidad fascinante en forma de dos grandes y pesadas garras de león flanqueando la subida definitiva a la cima de Sigiriya. Precisamente un nombre que viene a significar «Roca del león» y que se explica, en parte, por esta parte de las extremidades de un animal que se dice estaba completamente levantado en ladrillo, y que quienes pasaban a lo más alto debían hacerlo a través de una boca de dientes afilados.

Sin duda este era un elemento que aterrorizaba aún más a los habitantes, quienes veían a la gran roca como un descomunal monstruo. Kassapa sabía lo que se hacía, porque en realidad él, que temía el regreso de su fraternal enemigo Mogallana, necesitaba verse invencible en un fortín que se creía era inaccesible. Crónicas de la época hablan de fosos de agua plagados de cocodrilos, una guardia numerosa y vigilante, y a los mejores arqueros dispuestos estratégicamente necesitando apenas una milésima de segundo para descargar con precisión sus fechas envenenadas de punta afilada.

Tomamos el sendero de las garras con gran entusiasmo, a pesar de que ya no había nada que detuviera al Sol y el sudor empezaba a correr a chorretones. Pero con la ducha en el hotel aún lejana, sólo debíamos pensar en cubrir el desnivel por medio del último y más duro zigzag de escalones que nos dejaran en la plataforma definitiva de la Gran Fortaleza de Sigiriya.

Los últimos pasos a la cima también se hacen vertiginosos en algunos apartados que se fijan a las paredes rocosas del monumento más célebre de Sri Lanka. Conviene agarrarse bien e ir disfrutando de la etapa más definitiva de la roca del león, en la que todavía uno se vuelve más insignificante todavía y espera encontrarse con un tesoro oculto por los milenios.

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Entonces fue cuando arribamos al tope, a la última plataforma de Sigiriya. Son los restos ruinosos de palacio, de sus cisternas y acuíferos que se alimentan todavía de lluvias como las de la última noche. Su significado más puramente arqueológico no está del todo claro, pero a esas alturas aseguro que es lo de menos.

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Porque el verdadero regalo no es ese, ni mucho menos. El gran tesoro de Sigiriya está en esa visión panorámica 360 grados de parajes naturales que quitan el aliento, en el mar color verde de las selvas más cerradas de la isla, habitadas por elefantes, leopardos y otras criaturas que se aprovechan de grandes extensiones que les esconden de posibles incisiones por parte del ser humano. La satisfacción de alcanzar las cotas más alta de la Roca se explica por medio de una Naturaleza que aún parece virginal e intocable.

En Sigiriya me fue inevitable recordar al fuerte israelí de Masada, tanto en el aprovechamiento de la altura como en el trágico final de los mismos, siempre unidos por el acto suicida de sus moradores. En el caso hebreo por los judíos resistiendo ante los romanos y quitándose la vida justo antes de que éstos hicieran su entrada triunfal, en el cingalés por ese orgulloso monarca que prefirió cortarse el estómago con su espada que perecer ante las manos de un hermano al que había traicionado. Ciertamente son lugares muy diferentes a priori, pero con ciertos paralelismos.

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No podíamos dejar de mirar a nuestro alrededor, de dar vueltas sobre nosotros mismos para apreciar la extensión que de desplegaba del que parecía el centro del universo en ese preciso momento.

Una última foto se subió a la larga fila de imágenes realizadas en esas primeras horas de la mañana donde cerca de cuarenta grados y una humedad del 90% jugaban un papel secundario… pero jugaban. Aunque ni el calor ni los más de mil escalones pudieron ser impedimento alguno para disfrutar del verdadero legado de Sigirya.

La vuelta atrás nos llevó en torno a los 20 ó 25 minutos. Haciendo cálculos, para ver Sigiriya hacen falta entre las dos y las tres horas máximo, dejando aún, si se madruga, un día completo para continuar visitando otros lugares próximos.

En el aparcamiento nos esperaba Nimal, con quien fuimos al Lakmini Lodge a recoger nuestras cosas. Una reconfortante ducha puso fin a nuestra aventura en Sigiriya, dejándonos totalmente listos para seguir cubriendo etapas en Sri Lanka. Quedaba aún mucho que hacer todavía. Ya dije que la jornada iba a ser extraordinariamente intensa.

NOS SUBIMOS A LOMOS DE UN ELEFANTE

Sabíamos que lo siguiente iba a tener que ver bastante con los elefantes, por una razón u otra. Teníamos intención de hacer un safari en el Parque Nacional de Minneriya, muy cercano a donde estábamos y célebre, sobre todo, porque tiene una de las poblaciones elefantes más importantes de la isla. Sri Lanka es el Paraíso del paquidermo y cuesta creer que viva un número estimado de 3000 ejemplares en libertad (si contamos los cautivos o domésticos esta cantidad se multiplica). Y, aunque esta población ha disminuido si tenemos en cuenta que a finales del Siglo XIX pudo haber cerca de 15000, es realmente importante para tratarse de una isla no excesivamente grande.

Y siendo Minneriya uno de los lugares con los que más probabilidades hay de encontrarse cara a cara con los elefantes salvajes, teníamos muy claro que hacer un safari por la zona podía ser una buena opción. Aunque era seguro que en el Yala National Park íbamos a hacer también lo propio cuando llegáramos, supimos por consejos de otros viajeros que por sus condiciones no es el más apropiado para avistar elefantes, por lo que apostamos por Minneriya.

P1200077Lo que no imaginábamos es que cuando llegamos a la población de Habarana (a 13 km de Sigiriya), intersección que debíamos tomar para ir hacia Minneriya, íbamos a ver muy cerca de la carretera que había gente que organizaba este tipo de safaris y que, además, proporcionaban elefantes para hacer trekkings campo a través de entre una y dos horas de duración.  Aunque yo ya había probado lo que es montar en el lomo de un elefante tanto en India (para subir al fuerte de Amber, cerca de Jaipur) como en Camboya (trekking de 2 días en las selvas de Mondulkiri junto a dos indígenas pnong), me apetecía realmente repetir la experiencia. Y Pablo, que no lo había hecho nunca, se quedó entusiasmado con eso de darnos una vuelta en este animal que se te hace más grande aún cuando estás de pie junto a él.

Negociamos entonces una pequeña ruta. Empezaron pidiendo por lo alto, más o menos las 10000 rupias (aprox 60€) pero, comoP1200052 sabíamos que eso no era el precio real, llegamos a bajarlo a 3800 rupias (aprox 22€) en total. Nos costó lo menos un cuarto de hora convencer al encargado de la oficina que gestionaba este tipo de cosas, pero con un par de «nos vamos a buscarlo a otra parte» o «si yo ya he montado en elefante, no pasa nada por no hacerlo aquí», bastó para comenzar un recorrido en el que lo pasaríamos estupendamente. Lo mejor de todo fue cuando preparando al animal para que subiéramos nos preguntaron: «¿Lo queréis con montura o sin ella?». La respuesta no se hizo esperar y nos decantamos por subirnos al cuello del elefante totalmente «a pelo», tal y como lo hacen los mahouts (quienes los adiestran desde pequeños). Mucho más auténtico…

Al principio me sorprendió la inestabilidad con la que se va a lomos de un elefante sin montura. Hay que detectar una especie de hueso duro que uno puede improvisar como taburete, pero aún así lo mejor es agarrarse fuerte y capear el caminar brusco y de movimiento alante-atrás del animal. Ir con pantalones cortos nos hizo saber a ciencia cierta lo duros que son los pelos que tienen los elefantes en su gruesa piel, aunque creo que acabamos acostumbrándonos. La primera parte del tramo lo hicimos Pablo y yo solos, con el mahout dirigiendo a voces a nuestro inusual medio de transporte, que se conocía el camino de memoria. Sólo decidió subirse con nosotros cuando el sendero de tierra se convertía en un humedal e íbamos a comenzar a caminar por el agua.

Han pasado 10 años de este viaje donde cometimos la irresponsabilidad de subirnos a un elefante. No he quitado la foto porque quiero recordar que es algo que no deberíamos haber hecho. Los elefantes donde mejor están en en su estado salvaje. Y más vale darse cuenta lo antes posible y ejercer un turismo responsable. Todos cometemos errores. Y aquí está el rastro del mío.

P1200061Las flores de loto y los nenúfares iban siendo apartadas por la fuerza del elefante, que no desaprovechaba ocasión para beber agua. El entorno era fantástico y para nosotros una delicia poder verlo tal y como lo estábamos haciendo. Las garzas perseguían con fijación su próxima víctima y una serpiente de río se revolvía junto a la trompa del paquidermo, que parecía ser la que mandaba allí en realidad. Era una ocasión sensacional para deleitarnos con el paisaje, para vivir una experiencia de esas que te guardas para siempre y que son las que llenan por completo tu viaje. Y que, por supuesto, recomiendo hacer al menos una vez cuando se esté en Sri Lanka, ya que los elefantes son parte importante de esta isla, tanto como los Budas de Dambulla o las playas del sur.

Sin duda desde allí arriba era fácil perder la noción del espacio/tiempo y, sobre todo, olvidarnos de la rutina de las vidas que llevábamos, ni siquiera, una semana antes. Cada vez que el elefante echaba un chorro de agua con su trompa recordaba cuando me subía con mis padres y mi hermana a las barcas de Tarzán del Parque de Atracciones de Madrid y los muñecos robotizados que hacían de elefantes nos empapaban a todos sin piedad. Siempre quise tener sensaciones como esta y respirar la Naturaleza a bordo un medio transporte a cuatro patas que ni contamina ni hace más ruido que el de masticar hojarasca y partir ramas secas.

Después el mahout se bajó de nuevo, dejándonos a solas con el elefante, que no detenía sus pasos lentos pero firmes. Tenía un ayudante que le acompañaba, que era la persona a la que le habíamos encomendado la misión (remunerada con propina) de echarnos unas cuantas fotos para dejar algún testigo de «la vez que nos subimos a lomos de un elefante en Sri Lanka» en un día que iba a estar dedicado casi por entero a estos animales.

El tiempo no es que hubiera corrido, sino que voló con la velocidad que lo hacían las aves de colorines que surcaban los cielos de aquella mañana. Se nos pasó muy corto este paseo en elefante, pero un poco más hubiese sido contraproducente por culpa de las molestas agujetas de tener las piernas tan abiertas y posar el culo en algo más duro que un pedrusco. Para nosotros había valido la pena, nos habíamos divertido tanto que no descartamos repetir si se daba la ocasión y nos quedaban unas rupias en el bolsillo. No se sube uno a un elefante igual que a un autobús…

SAFARI EN JEEP EN EL HURULU ECO PARK

Pero el «elephant day» no había terminado ni mucho menos. Nuestra experiencia con uno doméstico abría las puertas a algo todavía más apasionante, ir a buscar esas manadas salvajes que moran los bosques cercanos. No nos habían convencido los precios que nos habían dado en el lugar donde montamos en elefante, y preferimos ir con Nimal a hablar con otras personas a ver si conseguimos algo mejor. Antes de todo nos dió un consejo y nos dijo que podíamos gastarnos menos rupias y avistar, probablemente, más elefantes en una reserva natural aledaña a Minneriya que en el propio Parque llamada Hurulu, ya que los meses de abril y mayo no son la mejor época para hacerlo en éste. En cambio, el Hurulu Eco Park, a las afueras de Habarana, era una garantía de éxito no para ver algunos sino muchos más elefantes salvajes de los que pudiéramos imaginar. ¿Por qué no? – nos preguntamos Pablo y yo.

La gente que organiza safaris y demás actividades en la zona salen hasta de debajo de las piedras. Nimal detuvo el coche en un arcén y pasó otro en apenas diez segundos. Los chicos que se bajaron de él nos dieron unos precios para un safari de 3 horas con conductor y tracker (alguien que se conoce la zona y se sube contigo en el jeep) en el Hurulu Eco Park y no nos convenció lo que pedían.

Ya cuando nos íbamos a comer algo a una terraza de Habarana, estos decidieron volver y bajar sus pretensiones hasta llegar a un total de 6500 rupias (3250 Rs por persona, aprox 20€). Nos pusimos de acuerdo en esta cantidad y quedamos a las dos de la tarde en dicha terraza para que nos fueran a buscar y a nosotros nos diese tiempo para almorzar, y es que el desayuno de las seis y media de la mañana se había quedado sumido en el olvido. Por cierto, qué mal comimos ese día… pero bueno, ese es otro asunto.

A las dos en punto apareció un jeep típico de safaris, en los que te puedes poner depié estando atrás, avistar con prismáticos y fotografíar mucho mejor que si fueses desde un coche normal. Estábamos listos, dispuestos e ilusionados en realizar el que sería nuestro primer safari en Sri Lanka, en este caso especializado en elefantes. El del Yala National Park debía esperar aún una semana, pero este prometía bastante. Y a tiempo pasado diré que no nos defraudó en absoluto sino que salimos realmente entusiasmados.

Iniciamos nuestra andadura en el Hurulu Eco Park, el cual llevaba abierto a este tipo de visitas desde hacía tres años. Diez mil hectáreas forman esta reserva nautral que ya en sí, aunque no tuviera un sólo animal en ella, sería digna de ver de todas formas, puesto que su paisaje verde es realmente frondoso, y centelleante, como si los dioses hubiesen inventado otra tonalidad distinta únicamente para este lugar. Es un color atractivo, diría incluso que hipnótico, el que aparece dibujado en arbustos, plantas y árboles. Y donde daba gusto realizar fotografías, a pesar del traqueteo del vehículo.

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En el jeep no estuvimos sentados ni dos minutos. Preferíamos ir levantados, agarrándonos bien fuerte y aguantando las acometidas en baches y curvas de caminos de tierra, en parte embarrados. Nos divertía muchísimo movernos así, como si estuviésemos subidos a una máquina de un Parque de atracciones que se tambalea constantemente. Sólo cuando parecía que se iba a ver algo, el conductor del vehículo paraba el coche siendo avisado por el tracker cingalés que iba con nosotros.

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Ya he comentado que no tardaríamos mucho en ver los primeros resultados. No llevaríamos ni cinco minutos cuando sorprendimos a un elefante caminando en solitario mientras mascaba hierbas con toda la pasimonia del mundo.

Sería el primero de otros muchos, el que abriera la veda a que más paquidermos aparecieran bien solos o bien en compañía. En principio grupos pequeños, de máximo cuatro ejemplares, que no lográbamos captar todo lo cerca que nos hubiera gustado, ya que no convenía salirse demasiado de los senderos de tierra. Aún así probábamos suerte utilizando distintos recorridos que pudieran llevarnos a ver más elefantes. La persona que iba con nosotros detrás en el jeep le indicaba al conductor distintas vías que podían darnos nuevas oportunidades en este safari que tanto nos estaba haciendo disfrutar.

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Además de elefantes, también nos encontramos con numerosas aves y otros mamíferos, como por ejemplo una pareja de búfalos de agua que nos miraban con cierta incredulidad. Esta reserva, al parecer, no está muy concurrida y eso hace que los animales no estén acostumbrados a ver gente. De hecho sólo vimos un coche en las tres horas que allí estuvimos. Y eso, la verdad, se agradece en un safari.

Observar a los animales salvajes campando a sus anchas siempre me ha regalado muchas de las grandes sensacionesP1200169 vividas dentro de mis viajes. Lo considero una manera más de tocar la libertad con las manos y de recordar que nosotros también, por muy urbanitas que podamos creernos, somos Naturaleza. Los seres humanos, poco a poco, nos hemos ido alejando del mundo en el que crecimos durante cientos de miles de años. Hemos creado un decorado en nuestro Planeta sin contar… con nuestro Planeta. Por eso pienso que estar en contacto con animales que estaban ahí mucho antes que nosotros, oler la vegetación, disfrutar de ese cielo azul tan limpio, es tener muy presentes esos orígenes que ahora están absolutamente denostados. Conviene tenerlos siempre en cuenta y estar orgullosos de poder emocionarnos cuando la Madre Naturaleza despliega sus encantos.

La combinación de elefantes en libertad y viajar en la parte trasera de un jeep que se mueve más que una montaña rusa es una manera increíble de soltar adrenalina. Los 20 euros mejor gastados en años…

De las tres horas en el Hurulu Eco Park, la última parte fue indiscutiblemente la mejor. Cayendo la tarde tuvimos la suerte de ver no una, sino varias manadas a una distancia realmente cercana. Familias enteras de elefantes, con las crías sin separarse a un solo metro de sus madres, nos dejaron recrearnos con su lento y pesado caminar. Los grupos formados por no pocos miembros iban siempre tremendamente coordinados. Simplemente mirarlos actuar con suma naturalidad era todo un premio al que no habíamos esperado aspirar tan fácilmente.

Eso es precisamente la Naturaleza, que se muestra cuándo y cómo quiere. Ella es la que pone las normas y nosotros simplemente las acatamos. Pero cuando se pone de tu lado lo hace con toda su fuerza. Sólo puedes ver, oir y callar. Ser testigo directo de lo que sucede en el bosque se convierte en un premio que no deberás soltar mientras puedas.

La penúltima manada con la que nos cruzamos la tuvimos a una distancia que para el tracker resultaba incluso preocupante. Los elefantes parecen muy tranquilos pero, realmente son bastante peligrosos cuando se sienten amenazados. Y un jeep tan cerca podía importunarlos, más con todas las crías que llevaban consigo. No son pocas las historias de cargas contra coches que se han vivido en safaris donde había elefantes, por lo que a veces no conviene confiarse ni tentar a la suerte. Hubo un momento en el que varios miembros de un grupo se nos quedaron mirando fijamente y empezaron a hacer aspavientos con sus grandes orejas. Si echaban a correr contra nosotros, estábamos vencidos, por lo que el conductor dejó el motor encendido para salir pitando en cuando surgiera esa posibilidad.

Fueron tan sólo unos segundos en los que sentimos este amago, que no pasó de ahí porque se dirigieron a otra parte. Podéis verlo en vídeo a continuación:

Se me ocurrió aquel día tratar de contar, en la medida de lo posible, todos los elefantes que pudiéramos encontrarnos en el Hurulu Eco Park. Sin exagerar puedo decir que fueron en torno a los 40/50 ejemplares los que vimos en aquel safari que improvisamos en Habarana y que creo amortizamos de sobra.

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La experiencia de las tres horas de safari nos dejó muy buen sabor de boca, no sólo por haber estado prácticamente solos, sino también  por haber recorrido un paraje natural extraordinario que no desmerece a algunos de los mejores que había visto hasta entonces. Lo mejor además es que no había oído hablar de este lugar en mi vida y terminó siendo un recuerdo imborrable de nuestro paso por Sri Lanka.

CAMINO A POLONNARUWA

Salimos del Hurulu Eco Park por otro acceso diferente por el que habíamos entrado. Nos encontramos con Nimal durmiendo en la furgoneta como un bendito, aunque se espabiló a la de ya con un susto que le dimos al otro lado de la ventanilla. Estábamos listos para terminar el día marchando a la tercera de las capitales cingalesas, cronológicamente hablando después de Anuradhapura y los tiempos de Sigiriya.

Por delante tuvimos casi una hora de viaje (Habarana-Polonnaruwa 54 kilómetros), aunque nos detuvimos un tres veces…

La primera por un elefante que se había salido de sus dominios terrestres y se había puesto a comer prácticamente en el arcén de la carretera.

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La segunda cuando bajamos la velocidad para observar el Lago Minneriya, realmente hermoso, y resultaba que había otro elefante que se había metido a darse un baño. Hasta el propio Nimal estaba extrañado, ya que no es tan normal ver elefantes salvajes tan cerca de las carreteras  debido a que huyen totalmente del ruido de los coches. Ahí estaba él solito dentro del agua que le tapaba la mitad de su enorme y gris corpachón.

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La tercera cuando pasamos junto a un riachuelo y había asomado un varano de agua de un tamaño importante, aunque mayor que los que tendríamos ocasión de ver días después en el Yala, que le harían ser a este una simple lagartija.

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¿PERO SE VE O NO SE VE LA FINAL DE COPA?

Una vez llegamos a Polonnaruwa tratamos de buscar alojamiento, pero esta vez requeríamos de unas condiciones que no tenían que ver en absoluto con el aire acondicionado, las mosquiteras o lo limpios que estuvieran los baños. Esa noche se jugaba la Final de Copa del Rey de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona y no queríamos perdernos el encuentro por nada del mundo. Aunque habíamos dado en saco roto con una Sri Lanka cero futbolera y que sólo tenía puestas sus miras en el Cricket, deporte al que ven día y noche con partidos repetidos.

Nimal nos llevó al Manel Guest House, que estaba bien de precio, pero ni televisión ni internet que estuviera funcionando. Hasta el dueño nos ofreció ir a su casa, pero la única tele que tenía estaba en su habitación y no era cuestión de hacer comprobaciones de canales a las dos de la madrugada, cuando empezaba el fútbol. Se le puede echar cara, pero no tanta.

Un señor que se presentó como Mister Bandulla, y que presumía de aparecer mencionado en la Lonely Planet de ese país (cosa que era cierta), nos dijo que el único alojamiento posible en Polonnaruwa y en muchos kilómetros a la redonda con televisión por satélite era el Hotel The Village, uno de los mejores de la ciudad. Allí preguntamos en recepción y, sin querer enredarme demasiado en contar esto, nos dejaron utilizar su red de internet para buscar canales extranjeros que echaran el partido, y después nos movieron sus antenas parabólicas para buscar los mismos. Apostamos por unas posibilidades que al final no se dieron (ESPN y otro de deportes), porque después de todo el lío y quedarnos a dormir (precio de la doble 6500 Rs (aprox 20€/pers, el más caro de todo el viaje) resultó que a las dos de la madrugada daban por la tele (¿lo adivináis?)… cricket.

Por fortuna mi chica me dio la buena nueva por SMS después de una noche en la que me costó pegar ojo. El Real ganó al Barça por 1 a 0 con gol de Cristiano Ronaldo y me volví a la cama más feliz que una perdiz…

Tontunas futboleras aparte, que formaron parte también de este viaje, el hechizo de Sri Lanka nos estaba mostrando un país completo en todos los sentidos. Monumentos indiscutibles, Naturaleza a raudales, gente muy cálida con el extranjero y un sinfín de virtudes de las que podría estar hablando durante horas.

El día que os acabo de contar fue completísimo, y aún nos quedaba tanto por ver, tanto por hacer…

CONTINÚA EN EL CAPÍTULO 4…

* Recuerda que este y los demás capítulos están indexados dentro de la Guía Práctica de Sri Lanka

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