Dublin Weekend: Couchsurfeando en la ciudad de los Pubs
Entre el 29 de febrero y el 2 de marzo de 2008 tuvo lugar un fin de semana inolvidable en Dublín, la capital de Irlanda. Sería la primera vez en que pusiese mis pies sobre territorio gaélico, el país de los celtas, de la Guiness, del trébol y el arpa, de las praderas verdes y los imponentes acantilados. Irlanda es la cuna de U2, Bram Stoker, Oscar Wilde, Joyce, Jonathan Swift, Cranberries, The Coors y de otros nombres ya legendarios.
Y qué mejor compañía que dos grandes amigos y excelentes viajeros como son Kalipo y Saúl, con los que he tenido la suerte de compartir numerosas aventuras. Un excitante interrail por 10 países europeos siendo totalmente noveles, la espectacular ruta del Transiberiano, un completo recorrido por Oriente Próximo, al igual que incursiones varias de más corta duración como de la que os estoy hablando en estos momentos.
De izquierda a derecha: Saúl, Sele y KalipoMeses atrás adquirimos por internet unos billetes de avión de Ryanair a un precio sorprendente de 35€ ida y vuelta. De esa forma se marcaría con una X en el calendario el 29 de febrero para disfrutar de otro Weekend viajero que nos proporcionara nuevas sensaciones y experiencias.
Os engañaría si os contara que éste fue otro de esos viajes preparados con meticulosidad, con abundantísima información previa, o con un número elevado de visitas y consultas a los útiles foros de internet. Apenas un par de lecturas me habían hecho ubicar en mi cabeza esos puntos vitales o highlights de la capital irlandesa y que no debíamos perdernos.
Por no tener no teníamos ni dónde dormir a falta de unas pocas horas para nuestra marcha. Pero esa falta de previsión fue clave para que las cosas salieran a pedir de boca…
Saúl, bastantes semanas antes, había conocido en el marco de una festiva noche madrileña muy pasada de copas a un tipo irlandés un tanto peculiar. Rory, que así se llama el personaje en cuestión, fue sacado a hombros de un bar a hombros con gritos de «Like a torero!» por más de seis personas, entre las que se encontraba mi amigo. Un hito digno de contar teniendo en cuenta que Rory es un hombre de gran tamaño que no pasa desaperecibido en absoluto.
Pero la peculiaridad de Rory no está precisamente en su peso. La razón es que es uno de los miembros más activos de Couchsurfing, una red de hospedaje gratuito de la que he he hecho uso en alguna ocasión. A grandes rasgos, diré que Couchsurfing es una de las comunidades de viajeros más importantes que hay actualmente (las otras son Hospitality Club, Travelroomers o incluso Globalfreeloaders). Una red social en que sus miembros ofrecen gratuitamente espacio físico en sus casas (en sus sofás, de ahí lo de «Couch») para que otros puedan dormir. No se recibe contraprestación ninguna además de no ser obligatorio que tú ofrezcas tu casa a nadie. Una vez haces clic en la página www.couchsurfing.com, rellenas tu perfil diciendo qué puedes ofrecer a otros viajeros (hospedaje, ayudarle como guía, salir a tomar algo) que se quieran poner en contacto contigo. Hay miles de personas que ponen a tu disposición sus sofás por lo que si quieres ir a un lugar determinado, debes contactar con ellos enviándoles un mensaje y acordando si es posible que te dejen compartir su espacio durante un tiempo limitado. Son visibles las referencias de otros miembros que han estado allí por lo que con sus votos y comentarios positivos te darás cuenta de que todo puede salir bien. Ésta es una manera de conseguir alojamiento gratuito y de conocer a muchísima gente de todo el mundo. Suelen ser personas muy amables y dedicidas que con seguridad te recomendarán qué visitar o que incluso te llevarán por la noche de fiesta. Mis experiencias han sido siempre positivas y me han arrebatado mil prejuicios de la cabeza. Y más después de este fin de semana en Dublín en que topamos con una persona digna de conocer.
Rory (con el alias de Dublinguy), tiene una cifras record en esta especie de asociación de internautas viajeros. Que haya hospedado en su casa a más de 600 personas durante el año 2007 es un dato demoledor y sorprendente. Es por ello que se ha convertido en toda una Institución de este sistema de alojamiento cada vez más en boga. Incluso es el Embajador de Couchsurfing en Irlanda y se encarga, entre otras cosas, de organizar reuniones y quedadas a los que asiste un gran número de usuarios de esta red que allí se encuentren.
Saúl, que le conoció en plena jarana, se puso en contacto con él unas horas antes de ir para que nos acogiera como huéspedes durante el fin de semana. Rory, que recibe numerosas peticiones diarias y que seguro contaría con varias visitas de couchsurfers, se mostró muy dispuesto a ayudarnos. Pero había un problema, ya que el viernes se debía ausentar de su casa y sólo podríamos pasar allí la noche del sábado.
Pero Rory, anteponiéndose a tal contratiempo se marcó un detallazo con nosotros que dice mucho de él. El hombre tuvo la delicadeza de RESERVAR Y PAGAR una habitación triple en un hostel muy próximo a su casa alegando que por nada del mundo nos iba a dejar tirados. Con un e-mail completísimo en que incluso adjuntó mapas, nos dio todos los datos necesarios y quedó en reunirse con nosotros el sábado por la tarde.
El fin de semana en Dublín sería una mezcla de hotel y couchsurfing. En esta ciudad las habitaciones no son precisamente baratas, por lo que con este sistema aminoraríamos los gastos cumpliendo nuestro objetivo de «lograr lo máximo con los mínimos recursos», un lema muy usual para todos viajero independiente que se precie.
La suerte, por tanto, estaba echada. Debía disfrutar sin más dilación de esta experiencia previa a mi incorporación a un nuevo trabajo que me mantendría «absorbido» más de lo habitual. He aquí pues, un breve resumen de lo vivido durante aquellos días en la capital irlandesa:
VIERNES 29 DE FEBRERO
Como habíamos hecho el Auto check in por internet (válido para clientes Ryanair que no facturen equipaje) no fue necesario estar con demasiada antelación en el Aeropuerto de Madrid-Barajas. Aunque con Saúl y Kalipo lo habitual es apurar al máximo y llegar en el momento justo en que la gente esté siendo llamada a embarcar. Teníamos Priority Boarding, que no es otra cosa que una preferencia o prioridad, como su propio nombre indica, en el momento de acceder el avión.
Antes de seguir estos pasos entramos a una de las tiendas del Aeropuerto para llevar un regalito a Rory en forma de botella de vino Rioja, además de surtirnos de un par de «alcoholes» que vendrían bien para aderezar las noches del viernes y el sábado. Nunca se sabe lo que puede costar un pelotazo en los pubs irlandeses ni la gente que se puede conocer por allí con la que compartir algún trago.
Por causas que no adivino nuestro avión se mantuvo detenido una hora en pista, por lo que la llegada a nuestro destino se retrasaría ese mismo tiempo. Ya en el aire tuvimos un vuelo tranquilo en el que nos reímos bastante (con estos dos es muy fácil hacerlo) y charlamos con azafatas y azafatos a los que aprovechamos a preguntarles muchas cosas. Cuando desde la ventanilla divisábamos las luces dublinesas apenas había nubes en el cielo. Una alegría ya que la previsión que había consultado en internet no era demasiado positiva. Se anunciaban bastantes lluvias para ese viernes y a primera vista todo parecía estar despejado. Pero minutos después, nada más bajar por las escalerillas del avión nos cayó un chaparrón fortísimo apoyado por un viento infernal que nos proyectaba el agua a la cara. ¡Bienvenidos a Irlanda! gritaba mientras corríamos por la pista para acceder a la Sala de llegadas del Aeropuerto.
Aunque pronto aprenderíamos otra lección en lo que a meteorología se refiere. Y es que apenas un par de minutos después cuando abandonábamos el Aeropuerto para tomar uno de los buses que van al centro de la ciudad, la lluvia se detuvo de raíz. Estos cambios drásticos son muy comunes en este país. Al parecer es uno de los lugares en que más sopla el viento, por lo que las nubes aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.
Después de ejercer de emular un rato a Paco Montesdeoca (el eterno meteorólogo canario de TVE) prosigo con el relato no vaya a hablaros de la marejada y marejadilla…
¿CÓMO FUIMOS DEL AEROPUERTO A LA CIUDAD?
Debíamos dirigirnos al centro de la ciudad desde el Aeropuerto, y no tardamos demasiado en saber cuál iba a ser nuestro medio de transporte. Al salir del edificio principal nos encontramos con varias paradas de bus que tenían distintas numeraciones. Justo en el frente de la puerta de salida y con el número uno vimos el Bus principal que recoge a los viajeros recién llegados. El 747 o más conocido como Dublin Bus Airlink, de dos plantas y de color verdeazulado, te deja en 35 minutos en O´Connell Street, la avenida principal de la ciudad, y en 10 minutos más en la Estación Central de Buses (ver horarios, paradas y tiempos). Si por el contrario prefieres ir a la de trenes es mejor el 748, del mismo aspecto que el anterior (ver horarios, paradas y tiempos). Ambos autocares tienen un precio de 6 euros la ida o de 10 euros si se compra también la vuelta, y se pueden pagar a bordo (cuidado, que no suelen tener cambio) o en las maquinitas aledañas. Hay otros buses que también se detienen en distintas zonas de la ciudad y que tienen mejor precio que estos últimos. En http://www.dublinbus.ie podréis consultar todas las opciones de transporte en Dublín, con información completa en torno a precios, tiempo de duración y horarios de salida y llegada.
El trayecto de aproximadamente media hora nos mostró desde las ventanillas del autobús la fisonomía de la ciudad, reconocible por sus edificios de ladrillo que no suelen superar las tres plantas de altura. Destacados rótulos y carteles muestran los nombres de distintos negocios, siendo los más reconocibles los pubs, que son una institución aquí y que se han exportado hasta la saciedad a otros lugares del mundo. Pero Dublín (y sobre todo el barrio Temple Bar) es la mejor y más acertada recopilación de pubs irlandeses que se ponen de bote en bote para escuchar música o charlar mientras los locales y extranjeros degustan las típicas pintas de Cerveza negra (y de marca Guiness, por suspuesto). En cuanto llegáramos al hostel y dejáramos el equipaje teníamos pensado no perder más tiempo y rendir visita a estos lugares de reunión que estarían al rojo vivo en pleno viernes noche.
El bus se detuvo en O´Connell Street, que es como decir que nos llevó al corazón de Dublín. Es una de las más amplias avenidas de toda Europa, que recuerda en su nombre a un importante líder irlandés que luchó por la Independencia allá por el Siglo XIX. La multitudinaria juventud se juntaba para ir de fiesta. Muchos quedaban en el Spire of Dublin, un pirulo metálico de 120 metros de altura que conmemora la llegada del nuevo Milenio y que se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. La modernidad se contrapone a una capital con gran tradición gracias a este cono que refleja la luz del cielo y que reúne a la par críticas y alabanzas.
Con un mapa en la mano fuimos a buen ritmo tratando de localizar el hostel que el bueno de Rory nos había conseguido. Tuvimos que atravesar a gran velocidad el animado Temple Bar, que ya contaba con la presencia del público más festivo. Un lugar ya tradicional para vivir una noche increíble, a pesar de que la mayoría de los locales echan el cierre a eso de las dos de la madrugada. Aquí en Irlanda la gente sale antes de fiesta y se vuelve antes a casa. Cuestión de costumbres.
Pasando por delante de la Crhist Church, de aspecto medieval, y girando a la izquierda un par de minutos después en Thomas Street, localizamos nuestro albergue en el número 22. Se llama The Brewery Hostel, y tiene como curiosidad que en su día fuera la primera biblioteca pública de la ciudad, pero que ha dejado los libros para llamarse «La destilería» (traducción literal de brewery) en honor a la tan próxima Factoría Guinness (una de las principales atracciones turísticas) que elabora la cerveza más vendida en Irlanda. El aspecto del sitio no muestra detalles ni de su época pasada ni de lo que refleja su nombre.
Es un albergue de los de toda la vida con habitaciones dobles, triples, dormitorios para 8 personas, medianamente limpio y que cuenta con un buen patio y un mini-comedor de dimensiones reducidas en que poder prepararte algo de comida o servirte un desayuno. Según lo que habíamos podido preguntar el coste que había asumido Rory era de 80€, un precio más o menos lógico para una doble con cama supletoria. Un coste medio para temporada baja no suele pasar de 17 euros en un cuarto compartido y de 27 en uno de dos o tres camas.
En la habitación nos preparamos unos cubatas para brindar por varios motivos. Uno, que estábamos en un viernes cualquiera del año en Dublín, como el que no quiere la cosa. Dos, que Kalipo por fín daba por concluidos sus estudios con la Licenciatura en Periodismo. Tres, que después de un periodo de letargo laboral yo había encontrado un trabajo digno. Cuatro, que íbamos a quemar el Temple Bar (en sentido figurado y no pirómano). Del brindis cinco al diez sinceramente no me acuerdo, pero como comprenderéis cuando quisimos marcharnos de fiesta ya íbamos con un tambaleo considerable. Los tres colegas nos dirigimos, por tanto, al barrio nocturno con más merecida fama de toda la ciudad…
TEMPLE BAR, ESENCIA Y SENSACIONES PURAMENTE IRLANDESAS
Este lugar tan concurrido como popular toma su nombre de Sir William Temple, un personaje de influencia en el Trinity College, la prestigiosa Universidad sita a menos de un kilómetro. Un área bastante antigua que limita al norte con Liffey, con Dame Street al sur, Westmoreland Street al oriente y Fishamble Street al occidente y que siempre está llena de gente, indiferentemente a que sea de noche o de día. De día se aprecia su ambiente cultural y sosegado en que los pubs se recuperan de la resaca sin más tiempo para retornar con su ajetreada actividad. Y de noche…ay de noche…. Sin ni siquiera haberse retirado la luz del Sol la gente joven empina sus codos en las barras de madera de los muchos pubs y locales que llevan toda una vida amenizando las veladas de los irlandeses y de los muchos miles de personas que les visitan. Muchos nombres pero un mismo espíritu y un mismo corazón. En estos garitos tradicionales en que desde hace años se prohíbe fumar se escuchan a la par las canciones de clásicos del pop y del rock como U2 o REM, y se afinan las gaitas y los instrumentos de viento para hacer sentir la melodiosa y suave música celta. Entre medias rulan las pintas de cerveza de diversas marcas pero de acento irlandés. Guiness, la cerveza negra por excelencia con sabor a malta, es sin duda la más célebre en las mil y una peticiones instantáneas. Pero nunca faltan las Murphy´s, las Killkennys o las Harp… En la variedad está el gusto, al igual que en saberlas mezclar con otros sabores siempre disponibles.
La decoración de los pubs dublineses no difiere de los estereotipos importados a otros países del mundo. Vetustos carteles publicitarios de bebidas alcohólicas, señales de carretera, nombres de calles en inglés y en su correspondiente gaélico, motivos celtas, tréboles y pequeños duendes verdes… Una pequeña representación del carácter irlandés que nunca se pasa de moda.
El local más famoso toma su nombre del barrio. El Temple Bar es posiblemente el que más lleno se suele encontrar porque es la imagen de su fachada roja la que ilustra guías y revistas, y que por tanto los turistas reconocen con gran facilidad. Pero no es el único ya que sitios como Porterhouse, Turk´s Head, Purty Kitchen, Czech Inn atraen a la más variada clientela. Eso sí, no más tarde de las dos de la madrugada la música termina y las puertas se cierran. Aunque siempre quedará rato para seguir encontrándose con turistas e irlandeses, siempre proclives a la conversación y a continuar la fiesta en la calle. Es ese el momento en que los fast food, más que abundantes, se convierten en los centros de ocio.
Y así vivimos una noche inolvidable en que nos soltamos a hablar inglés con todo el mundo, bailamos buena música y sentimos un ambiente único que deberíais vivir todos al menos una vez. El Temple Bar es especial tanto por fuera como por dentro. Cuando la música se escucha entremezclada con en el latir de los corazones y los choques del cristal de las pintas se puede sentir la esencia de una noche puramente irlandesa. Good night Dublin!
SÁBADO 1 DE MARZO
Después de levantarnos de la cama y desayunar recogimos nuestras cosas para dejarlas en casa de Rory, que aunque no estaba nos pidió que lo guardáramos en su portal sin problema alguno.
El día comenzó siendo soleado, aunque en este país ya se sabe que se puede pasar del blanco al negro en un abrir y cerrar de ojos. Aunque se da por supuesto que con buen tiempo es más sencillo y gratificante visitar una ciudad.
Con mapa en mano y un par de guías comenzamos a descubrir una ciudad en la que lo más reseñable reside en su aspecto cotidiano e incluso, en ocasiones, provinciano. Ladrillos oscuros cubren los muros de pequeños edificios donde llaman la atención las puertas, que originan algo así como un universo de color envuelto en distintas formas. Las puertas de madera, a veces rojas, a veces azules e incluso verdes proyectan la mirada curiosa de los paseantes, que por un segundo se cuestionan qué secretos permanecen escondidas al otro lado de las mismas.
Pero Dublín no sólo vive de sus formas cotidianas y de su carácter particular. Como otras importantes ciudades cuenta con monumentos y edificios históricos de interés que deben formar parte de un itinerario turístico.
Nosotros tampoco llevábamos un plan exacto, pero conocíamos los highlights que reflejan libros y guías. Y el centro histórico dublinés no es tan grande como para requerir largos desplazamientos. Es sobre todo lo que queda al sur del río Liffey, el barrio georgiano, la parte más rica de la ciudad en que se concentran esas calles, edificios y monumentos importantes. He aquí algunos de los puntos que vimos hasta la hora de comer:
* Catedral de San Patricio: Saint Patrick, uno de los religiosos que introdujo el cristianismo en las Islas Británicas, es el patrón de todos los irlandeses. Su festividad se celebra cada 17 de marzo cuando tanto Dublín como la Quinta Avenida de Nueva York se tiñen de verde con uno de los desfiles más multitudinarios, aunque no es el único, por supuesto. Y como símbolo de unificación de la Isla, no puede faltar un Templo cristiano dedicado al Santo Patrono que evangelizó aquellas tierras. Fundada en 1191, sufrió diversos cambios siglos después que la configuraron tal y como la conocemos hoy en día. Externamente es reconocible por su frontal puramente gótico, su estrecha Torre del S.XVI y su larga aguja del XVIII. Se puede visitar el interior por 6 euros aprox., 4€ si se cuenta con la Student Card, que es prácticamente un mausoleo de personajes importantes en la Historia del país. Políticos, militares, literatos y miembros de la nobleza están enterrados aquí. Aunque el más célebre es posiblemente Jonathan Switf, antiguo Deán de la Catedral, del que sobre todo se conoce su faceta de escritor, ya que es autor de «Las Aventuras de Gulliver». Este lugar puede ser considerado como un hermano pequeño de la Westminster Abbey londinense por haber guardado pedacitos de su gloria nacional más notoria. No sólo es visible en los túmulos y sepulcros de los Héroes de la Patria, sino también en sus desgastados estandartes medievales que cuelgan allí desde hace siglos.También conviene mencionar sus relajantes jardines aledaños de la que parece emerger el templo como si fuera un navío a punto de zarpar.
* Christ Church Cathedral: La Christ Church (anglicana), que es la más antigua de las 3 Catedrales Dublinesas, se encuentra en la misma calle de St. Patrick, subiendo Nicholas Street en dirección al río Liffey. Su fachada, que parece recordarnos vetustas fortificaciones, nos recuerda que fue mandada erigir en una época tan convulsa en Irlanda como la vikinga. El puente interior que le une con la Sala del Sínodo de la Iglesia de Irlanda es uno de los detalles que mejor le caracterizan. Este lugar de largo nombre alberga una recreación de la ciudad ocho siglos antes: Dublinia.
* Dublin Castle: Avanzando doscientos metros la amplia Dame Street llegamos a la que fue sede del Gobierno británico que dominó la Isla durante tanto tiempo. Los edificios e instalaciones son del Siglo XVIII, aunque permanece un pequeño castillo mandado construir por el Rey John allá por 1204. Es éste quizá el que más llama la atención, ya que las demás fachadas no son maravillas de la arquitectura precisamente. Son notables sus recargados interiores entre los que destaca por belleza e importancia el Salón de San Patricio donde toma posesión el Presidente de la República de Irlanda. Cuenta con un precioso jardín en cuya hierba se dibuja líneas laberínticas. El Dublin Castle prácticamente absorbe dos edificios institucionales de importancia como son el Banco de Irlanda y el antiguo Ayuntamiento, que siguen patrones neoclásicos propios de lo imperante en Gran Bretaña.
* Grafton Street: La calle comercial (y peatonal) con más sabor del casco antiguo de Dublín es posible que cuente con la mayor densidad de personas por metro cuadrado, ya que es complicado no encontrársela abarrotada de gente, que se da un paseo o que se va de compras. Un buen sitio para escuchar la música callejera de los que ansían por ser los sucesores de U2. Esta calle, siguiendo el sentido norte-sur, se puede decir que comienza con la Estatua de Bronce Molly Malone (que para muchos representa una prostituta levantando un carro y que se ha convertido en símbolo a pesar de ser de 1988) y termina en el Arco de los Fusilados, la entrada más popular al Parque de St. Stephens. Entre medias, en el número 117 se ubica una Tienda de pipas irlandesas y tabaco, que representa simbólicamente a todos los comercios de la calle. Es probablemente la que más curiosidad despierta a los turistas, y no es raro encontrarse a gente fotografiándose en la puerta de la misma.
* St. Stephens Green: Un inmenso área verde (9 hectáreas) que hace de pulmón en el más puro centro de la ciudad. Salir de la multitudinaria Grafton Street y poner tus pies aquí supone acariciar un remanso de paz y naturaleza por unos instantes. Unas zonas arboladas más densas se mezclan con lisos jardines por medio de puentes de piedra que superan un estanque alargado de este a oeste.
Este lugar tiene su historia ya que aquí se llevaban a cabo cruentas ejecuciones hace trescientos años. Pero un tal Sir Arthur Guiness (sí, claro, el de la cerveza) quiso cambiar la tendencia e invirtió para transformarlo en un elegante parque público allá por 1877 que tuviera similitud a los que se ubicaban en la vecina Inglaterra, sobre todo en Londres. Se puede decir que en las Islas de Irlanda e Inglaterra hay tradición en este aspecto, y aquí en Dublín St. Stephens Green y Phoenix Park (este último el más grande de Europa) dan muestra de ello.
* Los más importantes museos es una misma manzana: Saliendo por el nordeste del parque, a la altura de un monumento de bronce que recuerda la época de hambre que sufrió Irlanda en la primera mitad del S. XIX, se tiene de frente la Kildare Street. Ese es uno de los lados de la manzana con más museos de toda la ciudad (el otro lado es la Merrion Street). El Hotel Le Meridien Shelbourne, uno de los de más categoría y solera de Dublín, antecede a la Sección de Arqueología e Historia del National Museum of Ireland, cuya entrada es gratuita y a la que dedicamos parte de nuestro tiempo para visitar una espléndida colección de objetos prehistóricos de oro y cuerpos con más de dos mil años de antigüedad encontrados en turbas y que se conservan como si fuesen momias. En ocasiones es posible apreciar gestos de horror en rostros tornados en cuero. Espeluznantemente macabro, y por lo tanto, muy de mi gusto!! Saliendo de aquí, unos metros más adelante, la Leinster House, antigua casa ducal y actual sede del Parlamento irlandés que curiosamente sirvió de modelo para construir la Casa Blanca en Washington. Al final de la misma calle Kildare, a escasos metros del campus del Trinity College, la National Library (Biblioteca Nacional) custodia importantes restos escritos de todas las épocas y mantiene lazos con el Ulises de Joyce, ya que en la Sala de lectura se llevó a cabo una escena de dicha obra. Un lugar idóneo para los genealogistas que quieran investigar a sus antepasados irlandeses, que son muchos (Se dice que 60 millones de personas de todo el mundo tienen su origen en estas tierras. Así es normal que se monte tanta fiesta en St. Patrick).
Por el momento hemos hablado de lo que hay en la calle Kildare, pero no debemos olvidarnos de la Merrion Street, en el lado más oriental de la manzana donde de norte a sur se encuentran por este orden: La Galería Nacional (National Gallery), que de forma gratuita muestra su colección de arte irlandés y europeo (Velázquez, Picasso, Delacroix, Degas, Vermeer, Canaletto..) desde hace más de 150 años; Un obelisco de más de 18 metros que, dando la espalda a la parte trasera de la anteriormente mencionada Leinster House, sirve de homenaje a esos héroes de la Independencia de Irlanda; El Museo de Historia Natural (Natural History Museum), cuya fachada victoriana esconde ejemplares disecados de la fauna autóctona del país, amén de algunas enormes ballenas que quedaron encalladas en la playa (entrada gratuita); Los Government Buildings, que como su propio nombre indica, son un conjunto de edificios del Gobierno irlandés, entre los que se encuentran los más importantes ministerios. Es una rémora de la Arquitectura georgiana propia de la Inglaterra del Siglo XIX, aunque fue construído a primeros del XX, durante los años finales de mandato británico.
Nos estábamos dando un pateo de impresión y el hambre ya parecía sacudirse fuertemente en nuestros estómagos. Debatimos el orden en cuanto a ir primero a comer o al Trinity College, pero tiraron más las ganas de papeo y nos fuimos a un restaurante de la cadena Abrakadabra, especializados en comida turca, aunque todo en plan más pijo. En ese momento en que permanecimos sentados nos vimos realmente cansados reflejándose en nuestras caras las pocas horas que habíamos descansado la noche anterior. Entre eso y la paliza a ver cosas iba a ser complicado continuar, aunque la mejor forma de hacerlo fue ir a la orilla del Liffey donde pegaba un frío que espabilaba al más dormido. A la altura del Puente que cruza el río hasta O´Connell Street se tienen las mejores vistas de las orillas norte y sur. Lo digo para esos fotógrafos amateurs que nos gusta sacar una buena imagen de vez en cuando.
A eso de las tres y media de la tarde O´Connell Street estaba a rebosar. En España se está empezando a comer o como mucho a iniciar la siesta, pero esas cosas en Irlanda no son similares en absoluto. Si en un día no llueve o no aprieta el frío gélido, la gente aprovecha para salir a la calle antes de meterse a los pubs por la noche agarrada a una Guinness cualquiera. Como en el día anterior, muchos chavales jóvenes se citaban en el espigado Spire o a las puertas del Precioso Palacio de Correos, de un aspecto muy georgiano, muy inglés. Se nota en los comercios, en los restaurantes, en los bancos, en las decenas de paradas de autobús y en la multitud que esta es la arteria principal y cosmopolita de Dublín.
Fue el turno de que los tres viajeros nos dirigiéramos a la institución universitaria con más prestigio de Irlanda. El Trinity College se encuentra a la altura de los Oxford, Cambridge, Harvard o la Sorbona francesa en cuanto a ser considerada un baluarte de cultura en los últimos siglos. Actualmente más de 15000 estudiantes cursan sus estudios universitarios aquí, pero antes lo hicieron personajes como Oscar Wilde («La importancia de llamarse Ernesto», «El retrato de Dorian Grey», «El Fantasma de Canterville», etc..), o Samuel Beckett («Esperando a Godot») entre muchos otros genios de las más diversas disciplinas tanto literarias como científicas (Premios Nobel, William Hamilton y Ernest Walton). El Trinity College fue fundado en 1592 por la Reina Isabel I de Inglaterra para evitar que los irlandeses estudiaran fuera del marco que marcaba la Iglesia anglicana, aunque debido a un devastador incendio, los edificios que se pueden admirar en la actualidad son del Siglo XVIII. Actualmente se pueden visitar varias dependencias como la Dining Hall (un comedor de la época muy sobrio), la Regent House (con esculturas de rectores) o la Regent Chapel (donde canta el coro universitario), pero sin duda lo que más aconsejo es ir a la Old Library (la Antigua Biblioteca), que conserva intacta la esencia de los antiguos centros de lectura por medio de kilométricos pasillos llenos de libros de gran valor. La entrada (8€, un euro menos con Student Card) vale enormemente la pena por tener la suerte de contemplar el Libro de Kells, el mejor ejemplo de manuscrito miniado realizado por los monjes allá por el 700 d.C. El Book of Kells es un trabajo milimétrico que plasma los Evangelios con el valor añadido de sus ilustraciones y unas letras capitales dignas de ver. Es algo así como el Beato de Liébana para la Historia del Libro y la escritura aquí en España. Entre los tres o cuatro tesoros más importantes de la Edad Media.
La entrada da derecho a visitar la Sala Larga (Long Room) de la Biblioteca, que es fiel a su nombre por la extensión de su ancho pasillo abovedado hecho en madera que conserva más de 200000 libros. Es junto a la del Escorial la que más me ha impresionado, aunque esta tiene un toque británico y místico que no había visto hasta ahora. Dos plantas de estantes hasta los topes con una escalera de mano en cada uno de ellos que a lo largo de casi 100 metros muestran material bibliográfico de toda Ciencia o Sabiduría que se precie. A ambos lados, los bustos de mármol de personajes relevantes de la Historia del Conocimiento, miran hieráticos como si fueran los vigilantes de honor de aquel ancho pasillo. El Arpa más antiguo encontrado en Irlanda, que es el emblema del escudo de la Nación, permanece resguardado en una vitrina de cristal, bajo el silencio que inspiran sus vetustas cuerdas que llevan siglos sin sonar.
Ser sábado tarde no fue impedimento para ver un excelente ambiente juvenil en la Universidad. Como si fuera un lunes cualquiera los estudiantes hacían uso de las instalaciones para poder estudiar o preparar sus trabajos. En el campus, que tiene nada más y nada menos que 16 hectáreas, hay varios espacios deportivos y uno de ellos estaba siendo usado para jugar al Rugby, partido al que asistimos sin perder detalle del bosque de golpes y porrazos.
La tarde estaba llegando a su fin y habíamos visto todo lo que nos habíamos propuesto para la jornada. Decidimos, por tanto, retirarnos a un pub tranquilo que nos habían recomendado. De Mullingan´s (Poolberg´s street, nº2) se dice que es el local más antiguo de la ciudad y en que ofrecen al cliente la mejor Guinness. El propio James Joyce acudía allí por considerarlo una fantástica fuente de inspiración. Me da por pensar que el agua de esa fuente era negra, con espuma y se medía por pintas.
Cuando cruzamos la puerta y nos sentamos en la barra me vi por un momento como un forastero de esas películas del Oeste en medio de un silencio prolongado de revisión y aprobación. Un camarero tamaño XXL con aires de rudo posadero, enfundado en un sucio delantal, nos atendió y sirvió la primera ronda. Después de abonar la consumición en el acto los tres tuvimos una de esas conversaciones en que se tocan todos los temas habidos y por haber. Los tres somos de charla fácil y nos gusta recordar hazañas y andanzas varias.
Desde el cristal apreciamos cómo una ligera lluvia se había adueñado de la solitaria Poolberg´s street en que apenas había varios clientes del pub fumando (aquí hay tolerancia cero con el tabaco y no se fuma en sitios cerrados), que con camisetas de manga corta desafían al frío. Los irlandeses e irlandesas parecen estar hechos de otra pasa porque basta que no hiele y truene para ataviarse con ropa veraniega. A éstos les querría ver yo pasando el mes de agosto en Sevilla. No iban a tener más ropa ya que quitarse.
A las 17:30 Saúl había quedado en encontrarse en la entrada principal del Trinity College con su amiga Marta, una madrileña de nuestro barrio (Aluche está en todas partes) que llevaba seis meses probando suerte en Irlanda. Los tres compartíamos amigos comunes y podía ser interesante conocer de primera mano cómo era la vida cotidiana en una ciudad como Dublín.
Cuando no saludamos y decidió llevarnos a su pub favorito Kalipo y yo comentamos que nos sentíamos un poco como si fuésemos reporteros del programa «Madrileños por el mundo», en que gente como Marta explica a las cámaras las peculiaridades de un determinado lugar del mundo en el que vive y qué le llevó a marcharse allí. Este formato existe en España en diversas Televisiones Autonómicas, y es de lo poco interesante que suelen emitir.
La elección de Marta fue realmente acertada. The Porterhouse Brewing Co. está en pleno barrio del Temple Bar (Parliament Street nº2), que ya estaba cogiendo ambiente para las horas venideras. Este local, que cuenta con una gran tradición, sorprende desde un primer momento por su amplitud. Que posea 4 plantas se dice pronto, y más cuando están siempre hasta los topes. Una gran colección de botellines de cerveza de todo el mundo y épocas forman parte de varios estantes acristalados. En una entreplanta, visible desde cualquier parte del pub, hay un coqueto escenario en el que suele resuena música celta en riguroso directo. Las consumiciones son posiblemente más caras que en otros pubs de la zona, pero Porterhouse es un espacio idílico para los amantes de la cerveza (probad a pedir lo más raro y sorprendeos). No imagino mejor lugar que éste para empezar la noche.
Marta nos detalló algunas peculiaridades irlandesas que pueden resultar sorprendentes bajo la mirada de alguien de España. Costumbres, tradiciones y formas de ver la vida bastante diferentes y que llaman la atención. Fue una conversación muy interesante que se jugó en tres rondas.
Lo que también se jugaba a las ocho era el partido de liga del Real Madrid y, para no variar, me tuve que buscar la vida para poder verlo. En The Turks´Head, justo enfrente del Porterhouse, presencié la primera parte con varios españoles que fueron entrando a medida que se asomaban al cristal y comprobaban que se estaba jugando un encuentro de Liga del Real.
Como habíamos quedado a las nueve en casa de Rory me perdí la segunda parte, aunque fui informado puntualmente de la misma gracias a amigos y familiares. Lo sé, no tengo remedio…
El apartamento de Rory donde íbamos a «couchsurfear» estaba en una urbanización muy moderna, justo detrás de una altísima chimenea que permite subir a lo más alto para tomar una buena panorámica de una ciudad de escasa altura. El portero físico controlaba varios monitores que emitían lo que captaban las cámaras de vigilancia. En cuanto entramos al portal apareció Rory con algunos de los chavales que tenía en su casa. La descripción de Saúl en cuanto a su inmenso tamaño no se había quedado corta en absoluto. ¡Qué tío más grande!
Primero estrechamos nuestras manos formalmente, pero no tardó en darnos un abrazo a los tres a la vez. Imponía por su tamaño pero por otro lado daba una imagen de buenazo. Y así demostró ser ofreciéndonos alojamiento y procurando que nos sintiéramos como en nuestra casa.
En el piso había varios couchsurfers esperándonos. A excepción de dos franceses de Poitiers, los demás eran norteamericans, de una ciudad que no recuerdo situada en el Estado de Iowa. No sabría decir a ciencia cierta a cuánta gente tenía invitada, pero no menos de 10 incluyéndonos a nosotros. El apartamento lo tenía perfectamente acondicionado para recibir a cuantos hiciera falta. Colchonetas, mantas, sábanas, almohadas..y un sinfín de bolsas de viaje y de comida que debían ser de los chicos que llevaban allí varios días. Sobre la mesa unas cuantas botellas y patatas fritas para picar.
Rory es un tío bastante bromista y en no pocas ocasiones suelta gracietas y vaciles sin variar su gesto serio, por lo que quien no le conoce se queda algo cortado por no verle venir. Una charla que mezclaba inglés-americano con inglés-irlandés, ambos tan diferentes, nos puso durante unos minutos en fuera de juego. Pero paulatinamente nuestro spanglish se fue haciendo más fuerte. En un rato parecíamos conocernos de toda la vida, y más después de que tuvieran el detalle de invitarnos a cenar. Habían preparado macarrones con pollo, de los cuales no quedó ni un gramo.
Antes de cenar, Kalipo y yo volvimos al Hostel en que habíamos pasado la noche porque me había dado cuenta de que mis gafas no estaban en su funda. El chico de recepción, muy maleducado, se negó a entrar a la habitación porque estaba ocupada. Le pedimos que llamara a quien estuviera dentro y preguntara si las había visto. Pero ni con todos los ruegos del mundo lo hizo e incluso amenazó con llamar a la policía si insistíamos. Conclusión: me quedé sin gafas…
Ya de nuevo en casa de Rory, recogidos los platos usados en la cena y acondicionado el salón para utilizarlo como dormitorio, nos preparamos para salir todos justos de fiesta por Dublín. Rory se fue a su dormir porque había pasado fuera la noche anterior y estaba bastante cansado. Los demás fuimos saliendo por la puerta en fila india camino, una vez más, del Temple Bar.
Kalipo y yo hicimos bastante amistad con Adam, uno de los chicos de Iowa. El chaval estudiaba Ingeniería Industrial en la Universidad de Swansea (Gales) y se había juntado con sus colegas en Dublín. Le estuvimos aconsejando en torno a lo que no debía perderse en Europa e incluso le invitamos a Madrid para cuando quisiera.
Hubo un momento en que Saúl, Kalipo, y yo nos tuvimos que separar un rato del grupo yankee porque habíamos quedado en un pub con Marta, la amiga con la que habíamos estado antes en el Porterhouse. Y Adam prefirió quedarse con nosotros. El chaval hay que reconocer que lo dio todo aquella noche en que se bebió hasta el agua de los floreros.
Uno de los problemas de la fiesta dublinesa son sus horarios de cierre, que salvo excepciones no pasan de las dos o dos y media de la madrugada. Reconozco que yo tampoco tenía demasiadas ganas de marcha y que me venía de perlas no quedarme en la calle hasta las tantas. Convenía descansar algunas horas teniendo en cuenta que nuestro vuelo salía a las tres menos veinticinco de la tarde y queríamos aprovechar la mañana al máximo.
Después de terminar nuestra ronda de pubs y volver a la casa de Rory, no hubo más que decir antes de echarse sobre una de las colchonetas para entrar en un coma que duraría hasta que el despertador hiciera acto a horas tempranas.
DOMINGO 2 DE MARZO
La mayoría de los chavales americanos no estaba en el apartamento cuando nos levantamos. Se habían ido a Galway (en la Costa Este de Irlanda) en un bus que salía a las siete de la mañana y que Rory se había encargado de comprar. No nos habíamos enterado en absoluto, y eso tuvo su mérito con todos los que estábamos durmiendo en el salón.
Teníamos casi toda la mañana para visitar algunas cosas, aunque antes de empezar se nos había metido entre ceja y ceja desayunar en un bar algo fuerte, que engordara y nos quitara el hambre para todo el día. Justo delante de la casa de Rory, en un pequeño centro comercial pegadito a la gran chimenea, servían desayunos completos typical irish que contenían: Judías, huevos revueltos, lacón, tostadas, salchichas y morcilla. Todo ello acompañado de un buen café. Casi nada…
Cuando nos retiramos saciados de la mesa tomamos de referencia el curso del Río Liffey en sentido oeste para ir al Phoenix Park, que ostenta el record de ser el Parque urbano más grande de Europa. Yo pensaba que era Hyde Park (Londres), que ya tiene extensión para parar un tren, pero al parecer éste de Dublín le supera.
Antes de llegar a éste queríamos ver el Royal Hospital Kilmainham, que fue cárcel desde 1796 hasta 1924 y que hoy es el Museo Nacional de Arte Moderno. En sus celdas, en las que se hacinaban tanto a hombres como a mujeres, cumplieron pena personajes importantes en la lucha por la Independencia irlandesa, siendo varios de ellos ajusticiados en el recinto. Aquí dentro se rodó la oscarizada «En el nombre del padre» al igual que «Italian Job» en su primera versión de 1969.
Pero dos fueron las veces en que nos equivocamos de lugar, pensando que ya estábamos allí cuando eran edificios militares que parecían ser cárceles. En uno de ellos, totalmente vacío había exposiciones de temas más bélicos, pero no era visitable por cerrar sus puertas en domingo.
Hacía un sol fabuloso y una temperatura muy suave si la comparamos con la que tuvimos la noche anterior. Ideal para ir al Parque Phoenix, el cual los irlandeses utilizan para pasear, bajarse al perro, descansar en sus bancos o hacer deporte. Un pulmón verde de primera categoría y más de 700 hectáreas en que se expanden jardines meticulosamente cortados que parecen haberlos pulido con abrillantador. Pero también es apreciable su aspecto más forestal en que se asemeja a un bosque cerrado en el que incluso es posible encontrarse con ciervos o caballos. Otros más exóticos se custodian en el zoo de la ciudad (fundado en 1830), con especies difícilmente imaginables en un país como Irlanda.
Hay algún que otro detalle arquitectónico disperso en la inmensidad del Parque como el Castillo de Ashtown (S.XVII) cercano al Centro de Visitantes o un obelisco de 62 metros de altura dedicado al Duque de Wellington, sin olvidarse a una columna corintia que representa a un Ave Fénix surgiendo de las cenizas. Curiosamente el nombre Phoenix Park no tiene que ver con esta figura legendaria porque éste es la forma inglesa de su apelativo en gaélico (Páirc an Fhionn-Uisce).
Después de mirar el reloj no tuvimos más remedio que ir retrocediendo por donde habíamos venido. Aún quedaba tiempo pero no era cuestión de alejarse y apurar tanto. Además todavía teníamos la confianza de encontrar el Royal Hospital Kilmainham.
Siguiendo un plano turístico nos percatamos que la antigua cárcel y ahora museo se encontraba muy próxima a la Estación Central de Trenes. Pero de poco sirvió dar en el clavo porque también estaba cerrada. Así que nuestro gozo en un pozo.
Nuestra última visita del día tuvo un marcado carácter simbólico: La Estación de Ferrocarriles de Dublín. Quienes hayan hecho alguna vez un interrail o una larga ruta podrán entender este cariño y reverencial respeto a las mismas. Estos lugares conforman un universo en sí mismos en que se viven millones de historias cada día. Para un viajero un tren y un andén será algo más…
Volvimos a la casa de Rory en tranvía desde la Estación. Eso sí, sin pagar un chavo. Total, eran dos paradas e iba repleto, por lo que no pasaba absolutamente nada si no llevábamos ticket.
En la Plaza de la Chimenea había montado un buen jaleo. Se celebraba «La Feria del Pony», lo que había generado una gran expectación haciendo que un gran número de curiosos se acercaran hasta allí. El evento era algo así como las Ferias de ganado que se celebran en muchos pueblos, pero con la particularidad de que ésta se realiza en plena metrópoli y que los ejemplares son un tanto diferentes. Hay una raza de pony propia de Irlanda, que es algo más grande que la de otros países, y hay una gran cultura de cría y adiestramiento de los mismos. En estos peculiares mercados, a pesar de que el interés de los organizadores está en la compraventa de estos equinos, muchos ciudadanos lo ven como algo ideal para llevar a sus críos y pasar una mañana diferente. Este es otro ejemplo que habla de lo que es Dublín, un pueblo grande envuelto en la capitalidad y que lucha cada día por mantener su esencia tradicional y costumbrista.
Subimos a casa de Rory por nuestras cosas para marcharnos al Aeropuerto. Habíamos estado muy poco con él, pero ya le habíamos cogido mucho cariño. Cariño y Agradecimiento a una buena persona a la que merece la pena conocer.
Mochilas al hombro partimos hacia la O´Connell Street para tomar el mismo bus en que habíamos venido el viernes noche. Los intervalos de tiempo con los que pasa son más largos en domingo, por lo que esperamos un rato sentados en la acera. Ya en el autobús fuimos recapitulando lo sucedido durante el fin de semana y poniendo una buena nota a la nueva experiencia dublinesa. Tampoco faltaron los planes, proyectos y sueños a cumplir de forma innegociable. Los tres estamos muy locos, es cierto, pero como se dice aquí en España, «Que nos quiten lo bailao».
Si os apetece os invito a daros una vueltecita al ÁLBUM DE FOTOS de este viaje y que tornéis en imágenes las palabras con que he tratado de relatar estos días en la capital de Irlanda.
Hasta pronto!
José Miguel Redondo (Sele)
One Reply to “Dublin Weekend: Couchsurfeando en la ciudad de los Pubs”
[…] RO): Sólo he estado una vez en Irlanda, en Dublín más concretamente. Y el título del relato es Dublin Weekend: Couchsurfeando en la capital de los pubs. Rory hospedó en el último año a más de 1000 personas. Es un […]