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El instante viajero XIII: Niños afganos en una calle de Shiraz

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Niños afganos en un callejón de Shiraz (Irán)

Un viernes en Shiraz, así como en todo Irán, es un viernes de puertas abiertas en mezquitas, santuarios y salas de oración, mientra que los candados echan el cierre a los comercios del bazar. Es el único día de la semana en que un zoco es un laberinto de silencio y oscuridad. Los pájaros se dejan oír mientras los vientos de Persépolis trazan su vuelo hasta que son interrumpidos por las cinco llamadas al rezo a todos los musulmanes del país persa. En Shiraz se apaga la normalidad de un trasiego infinito mientras se viste con el traje oscuro de un día enmudecido e incluso aburrido. En este caso son tan sólo los niños quienes llenan de color las calles. Sin escuela ni sus padres reclamando su ayuda en el negocio, salen a la calle a jugar a los juegos que son universales y para los que no hacen falta maquinitas, ni siquiera juguetes. Juegan a ser niños por un día, a correr detrás de los callejones del bazar en que no hay nadie más que ellos, y a llenarse de recuerdos de un día soleado que dentro de muchos años mirarán con nostalgia. 

Lo recuerdo como si fuera ayer. Paseando por Shiraz en un domingo en el que poco o nada se podía hacer salvo entrar al impresionante mausoleo Shāh Chérāgh, cuyas cúpulas son reflejo del esplendor del arte islámico en Persia, apareció en mitad del silencio una algarabía de niños que hacían de sí mismos en un callejón solitario. Les cambió la cara cuando nos vieron pasar por allí con nuestras cámaras de fotos listas para retratar escenas de un país del que nos enamoramos a primera vista. Si quieres ver feliz a un niño, deja que salga en tus fotos y muéstraselas – fue algo que me dijo en una ocasión uno de esos viajeros anónimos que te encuentras por casualidad. Le hicimos caso y no cabe duda que el mero hecho de mirarse en la pantalla LCD de la cámara fotográfica se convirtió en una auténtica fiesta, con un sinfín de risas y disparatadas peticiones. Algunas veces para hacer burla y sacar la lengua a la cámara, otras para ver si se les puede captar saltando y muchas para reírse de la cara de ogro que trata de poner sin éxito el hermano pequeño. Sus miradas eran felices y limpias, pero su pasado no había sido fácil. Ni su presente tampoco.

Aquellos niños eran afganos, hijos de emigrantes o más bien de refugiados que no habían tenido que huir del sinsabor de una de las guerras más cruentas que se recuerdan en Asia Central. La amenaza talibán les había echado de su tierra tanto a sus padres como a ellos. Familias enteras siguen marchándose hoy en día de países como Siria, Irak o la propia Afganistán, hastiados de imposiciones y cuentos con moraleja teñida de sangre o de banderas negras. Por desgracia los países que les acogen, en este caso Irán, tampoco los reciben con los brazos abiertos. Ser afgano en Persia es saber que a uno se le mira por debajo del hombro, como un extraño, una posible amenaza de una tierra considerada hostil al otro lado de las montañas y de desiertos de noches gélidas.

Pero aquellos niños del callejón de Shiraz eran ajenos, todavía, a una vida de desencuentros y maletas por hacer. Quizás esta ciudad no sea su último destino, quizás su futuro es dejar de reír a carcajadas por mirarse en las fotos de unos extraños que pasaban por ahí. O no, quizás su mirada limpia es el horizonte que con optimismo puede barrer la basura de un medio oriente cada vez más complicado.

Sele

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* Podéis ver aquí más fotografías correspondientes a la sección El Instante viajero.

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