Gdansk a la luz de la luna
Que Gdansk es la ciudad de Polonia que más me entusiasma es algo que ya he confesado no pocas veces. Recientemente tuve la ocasión de regresar al norte polaco para disfrutar una segunda vez de la que un día fuera Ciudad-Libre de Danzig, con sangre germana corriendo por esas venas que son las calles de lindas fachadas en el casco viejo. Y aunque la Historia del último siglo difuminó los colores de su pasado medieval ligado al comercio de ámbar, el tiempo ha dejado respirar a esta urbe que se acurruca en el Mar Báltico para vivir una segunda juventud y recuperar todos los tonos que la guerra le había robado. Gdansk es deliciosa, de la Ruta Real al puerto, de los viejos molinos a la católica Oliwa que hace de su viento los sonidos provenientes del órgano inmenso de la catedral. También es triple, porque Gdynia y la playera Sopot no se separan de ella ni un instante. Pero esta vez, durante la segunda vuelta a la ciudad, he descubierto a Gdansk a la luz de la luna, con su silencio y su melancolía reflejándose en un empedrado mojado, en el contoneo de las farolas como auténticas centinelas de la noche.
La madrugada sosteniendo un candil que nunca se apagaba, nos acompañó por calles vacías y calladas. Eran las mismas que hospedaron a ricos mercantes y después fueron despedazadas impunemente por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Fue en aquellas rondas nocturnas cuando aprendí a amar a Gdansk, aunque esta vez para siempre.
Durante el último viaje a Gdansk, un destino muy recomendable bien para un fin de semana o para incluir dentro de una ruta por Polonia, el tiempo no se alió con nosotros precisamente, acosándonos con nubes grises, viento y una lluvia incisiva y molesta. El panorama era completamente diferente a lo que pude ver en agosto de 2007 durante un interrail que hice con amigos entre Bucarest y Berlín. Evidentemente no es lo mismo disfrutar de una ciudad a veinticinco grados, cielo totalmente azul, los hoteles de Gdansk a todo gas y las terracitas al aire libre repletas de gente, que volver en temporada baja en mitad del otoño. El recuerdo era otro y esta vez teníamos que lidiar con un clima puramente otoñal en el norte de Polonia, un punto en el mapa cuanto menos septentrional.
Las visitas turísticas que hicimos a la sede de los mercaderes en Ulica Długa (la Calle Larga de la que forma parte la Ruta Real), al viejo ayuntamiento, al museo del Ámbar o a los destartalados astilleros en los cuales se puede decir que nació la Polonia moderna con un Lech Wałęsa «tocándole los bigotes» a un comunismo herido de muerte, fueron realmente interesantes. Aprendí facetas de la ciudad diferentes, como por ejemplo al acariciar por dentro el corazón del Estadio de fútbol Arena Gdansk y sentarme en los vestuarios en los que la Selección Española empezó a gestar su segunda Eurocopa en el verano de 2012. O al conocer Oliwa, un barrio a 10 kilómetros del centro, con un parque fabuloso y uno de los órganos catedralicios más bellos que he visto nunca, que escuchamos cómo sonaba en un concierto de música sacra en el que las figuras de los ángeles se movían para tocar las trompetas (realmente original, merece la pena).
EL EMBRUJO DE LA NOCHE EN GDANSK
Pero la noche… ¡ay la noche! Sin quererlo nos atrapaba cuando estábamos a punto de irnos a la cama. Mientras unos dormitaban y otros andaban de fiesta en alguno de los muchos pubs en los que la cerveza o el vodka iban y venían, a Rebeca y a mí nos daba por salir a pasear y cazar el momento, a susurrarle intimidades al oído a la vez que las estatuas proyectaban sus sombras sobre las fachadas. Era entonces cuando la lluvia se detenía y nos dábamos cuenta que si durante el día Gdansk era increíble, por la noche se volvía arrebatadoramente perfecta. Su vestido de gala estaba tejido con hilo de luna y estrellas, y caminaba sola por la pasarela de unas calles huecas en las que rebotaban los pasos y centelleaban los interiores de las casas que se resistían a apagar su candor.
Tres fueron las noches en que desnudamos apasionadamente a Gdansk. Sin lluvia, pero sí con el suelo mojado que funcionaba como si hubiesen caído millones de espejos desde las ventanas, nos escapábamos en una cita furtiva que comenzaba a la medianoche siempre a orillas del río Motława. Era el primer testigo de nuestros escarceos con la ciudad. Noctámbulos y con una cámara con la que retratar lo que iba saliendo a nuestro paso, presenciábamos el funambulismo de los vodkadictos y tacones que se perdían en las bocacalles que rodeaban la vieja grúa de madera.
Pero era en la Ruta Real donde abríamos Gdansk a corazón abierto. Desde la famosa Puerta verde hasta la Puerta de oro sonaba la mejor de las sinfonías sonámbulas del norte de Polonia. Era allí donde el espíritu de la Danzig histórica e histriónica flotaba en un ambiente luminoso, que no cegador. La luz era la justa y necesaria para transitar por la alfombra de piedra flanqueada por dos filas enfrentadas de grandes casas altas, estrechas y coloridas. No hacía falta más para admirar la magnificencia del lugar más importante de la ciudad, aquel por la cual merece la pena todos y cada uno de los viajes que se hagan hasta aquí. Y es que Ulica Długa, la Calle Larga, es a Gdansk lo que el Moldava en las noches azules de Praga, un escaparate sin el cual sería imposible comprender todo el conjunto.
Entrada a la Calle Larga desde la Puerta dorada
Ulica Dluga es el corazón de la conocida como Ruta Real de Gdansk
Los faroles de las casas iluminaban nuestro sendero nocturno en Gdansk
En Dlugi Targ, a la altura del ayuntamiento, la calle larga se ensancha para formar algo muy parecido a una plaza. La torre del reloj del edificio municipal, que se puede visitar en su interior incluso subir arriba (por el día, claro) se convertía en nuestro mejor faro, el único punto cardinal al que debíamos obedecer. Alrededor la sombra del Dios Neptuno se retorcía tridente en ristre para cobrar vida mientras la luna nos espiaba en lo alto.
La Torre del ayuntamiento de Gdansk fue nuestro faro durante todas las noches
Neptuno cobra vida todas y cada una de las noches en Gdansk
El brillo de los ventanales de la Artus Court, esa especie de mesa redonda que se hicieron construir los mercaderes más ricos de la ciudad de Danzig para reunirse oficial y extraoficialmente, se abrazaba a los otros dos edificios que tenía a su lado. El preciosismo de puertas, escalinatas e incluso gárgolas de piedra con rostro de dragón escupefuego, toda una institución en Gdansk, se batía el cobre con las siluetas dibujadas en las fachadas que se difuminaban en algo que se aproximaba a la penumbra. La luz no alcanzaba a todos los detalles, pero repito, era la perfecta y necesaria.
La casa donde los mercaderes más ricos de la ciudad se reunían
Gdansk es prolija en puertas hermosas. Esta, junto a Artus Court, quizás sea la más bella de todas
La Diosa justicia brilla todas las noches de la vieja Danzig (Puerta Dorada)
Las vidrieras de la iglesia de Santa María, la mayor construcción cristiana hecha en ladrillo, impostaban las luces nacidas en su nave central. Era la única manera de que una de las calles paralelas a la larga, ulica Mariacka, tuviese el brillo suficiente para no tropezarse con el suelo. Los escaparates y cuidados rótulos del lugar con más tiendas de ámbar por metro cuadrado nos recordaban el porqué de la prosperidad de una ciudad que se resistió a morir a pesar de verse envuelta en llamas y cenizas décadas atrás. Si Ulica Długa te conquista, Mariacka directamente no deja que te marches nunca.
Las vidrieras centelleantes de la Basílica de Santa María
Regresamos al río pensando en ir regresando al calor de la habitación del hotel. Las siluetas de los muros de la conocida como isla de los graneros se quedaron intactos tras los bombardeos aliados. El alumbrado sobre las paredes roídas son lo más parecido a un viaje a los duros años cuarenta que se vivieron en Gdansk. Primero la guerra, después la sovietización express… Aquel es el recuerdo de un difícil momento, pero cuando se observa la grandiosa panorámica que hay detrás, uno sólo es capaz de mirar hacia adelante y sentir ese cosquilleo en el estómago que únicamente sucede con los primeros amores de la juventud.
El ayer y el hoy de Gdansk en una sóla imagen
Gdansk es, a todas luces, una de las ciudades más hermosas de Europa
Si os ha gustado este paseo nocturno no os perdáis el artículo en el que conocemos a fondo qué ver y hacer en Gdansk para sacarle todo el partido a la ciudad polaca.
Así es Gdansk a la luz de la luna. Así nos recibió la ciudad del ámbar….
Sele
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7 Respuestas a “Gdansk a la luz de la luna”
Un lugar sin duda que tengo que conocer! Me he quedado prendada, después de tu descripción y de las imágenes. Me encanta la de las ventanas de flores con el candil!
WomanToSantiago
Realmente casi todo en Gdansk está reconstruido después de la Segunda Guerra Mundial, a mi me gustó mucho cuando estuve por un Congreso en la llamada tri-ciudad.
Saludos viajeros
El LoBo BoBo
Redacción digna de una novela! contagia la pasión
Muchas gracias Eli! Me alegra que te gustara!
Sele
¿Es posible que no hayas ido a Rusia? ¡No me lo puedo creer!
Hola Alberto,
¿Donde he dicho que no fuera a Rusia? Si me hice el transmongoliano. Estuve semanas recorriendo el país de oeste a este. Eso sí, 11 añazos han pasado ya 😉
Un saludo,
Sele