Las Pampas del Yacuma, el Pantanal de Bolivia

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Las Pampas del Yacuma, el Pantanal de Bolivia

No toda Bolivia es altiplano ni gélidos vientos modelando un paisaje árido a cuatro mil metros de altura. A veces se pasa por alto que algo más de una tercera parte de su territorio, en el norte y en el este, posee junglas y humedales casi vírgenes que preludian la Amazonía. Pero la fama de Brasil, el oriente peruano o incluso ecuatoriano no parece haber tocado a este país, más reconocible por sus montañas nevadas que por sus selvas. Como a los viajeros la poca propaganda, a priori, nos tiende a atraer, sin haberlo meditado me encontré en una villa de extraño nombre como Rurrenabaque preparado para partir hasta Santa Rosa, a orillas del río Yacuma. Allí nacen unos humedales que son gemelos del extraordinario Pantanal brasileño, regando de vida una área extensa cuyos dueños son únicamente los cantos de las aves, los ojos bien abiertos de los caimanes y las muestras evidentes de libertad tanto por encima como por debajo de esas aguas que pocos conocen lo que de verdad esconden.

Mono en las Pampas del Yacuma (Bolivia)

Las llanuras impenetrables del Yacuma, subtributario del río Amazonas, corresponden a una explosión increíble de la Madre Naturaleza. Allí pude observar cómo entreabría sus puertas para poder disfrutar de sus rumores y sus silencios en compañía, entre otros, de un caimán que no se separó un segundo de nuestro refugio.

¿RURRENA… QUÉ?

Reconozco que al comienzo de este viaje a Sudamérica sin billete de regreso no había oído lo más mínimo de Rurrenabaque, de la selva del Madidi, del río Beni, y mucho menos de esos humedales alrededor del Río Yacuma que los bolivianos conocen como Pampas. En realidad había pensado en acceder a este tipo de lugares en cualquier otro país sudamericano. Pero esta clase de aventuras se modelan con el día a día, con los buenos consejos de las personas que uno se va encontrando, con lecturas a última hora y finalmente con la compra de un vuelo desde La Paz a ese sitio llamado Rurrenabaque y la contratación de un recorrido de tres días y dos noches en el interior de las Pampas del Yacuma. Llegar sí es posible por cuenta propia pero no moverse, ya que se necesita una lancha o una canoa y utilizar alguno de los refugios con los que cuenta esta Reserva Nacional para poder sentir la soledad en plena Naturaleza. Así que conviene hacerlo desde Rurrenabaque en una excursión guiada (a ser posible de tres días y dos noches) que incluya guía experto, traslados, rutas en lancha, comidas y alojamiento.

El precio de una ruta de este estilo por las Pampas viene a rondar los 200 euros, en función de la calidad de los refugios, del alojamiento previo y posterior en Rurrenabaque e incluso de la cantidad de compañeros de viaje con los que debes ir. Aquí un ejemplo de visita guiada que se puede reservar online con antelación.

WELCOME TO THE JUNGLE!

De La Paz a Rurrenabaque no hay más que 45 minutos de vuelo o, si se prefiere, 19 horas de autobús que más vale no intentar en época lluviosa. La compañía Amazonas vuela varias veces al día por aproximadamente 1000 pesos bolivianos (100€) ida y vuelta, lo que se convierte en una buena opción para cambiar de aires sin apenas darse cuenta. Y es que llegar a Rurrenabaque en un avión de no más de 20 plazas se convierte en un viaje del que uno diría que se han hecho miles de kilómetros en vez de unos cientos, dejando atrás la Cordillera Real y picos altos como el Huayna Potosí (6088 m.)

Rurrenabaque se encuentra rodeado de selva, colinas y ríos teñidos de barro que terminan yendo a llorar al Amazonas. Es la base para los viajeros que buscan una aventura en plena Naturaleza y, sin duda, un comienzo prometedor. Debe ser el clima tropical y el verse rodeados de verde, que uno parece escuchar música caribeña y ver sonrisas más certeras en las amables gentes que viven tanto allí como en localidades próximas tipo Reyes o la propia Santa Rosa.

En nuestro caso la aventura real comenzó en el trayecto de «a priori» 2 horas al embarcadero de Santa Rosa. Recalco lo de a priori puesto que lo hicimos en más de cuatro. A mitad de camino la carretera se convirtió en un barrizal impracticable que no había visto en mi vida. Las últimas lluvias habían destrozado la ruta dejando a camiones, autobuses y vehículos parados sin solución inmediata. Hizo falta «tragar barro» pero teníamos como conductor al «Chicharra», toda una institución en la zona capaz de traspasar lugares imposibles. Éste lo logró, y aseguro que la vuelta fue muchísimo más difícil. Aunque nadie dijo que fuera fácil… (Sobre esta ruta ya podéis leer ¡Esta carretera es un infierno!)

Además de mi buen amigo del viaje Eben, me acompañaba una pareja de italianos, Luisa y Rino, con los que congeniar fue pan comido. Formamos un buen grupo, con un enorme sentido del humor y, sobre todo, ganas de disfrutar la Naturaleza que nos iba a mostrar la Pampa.

INTERNÁNDONOS POR LAS PAMPAS DEL YACUMA HASTA EL REFUGIO

Una barca de madera larga y estrecha comandada por el boliviano Fredy nos esperaba en el embarcadero. Sólo unos metros bastaban para separarnos por completo del mundo de los hombres. Y así fue, casi de inmediato. De repente entramos en el Reino de las aguas y los árboles, de las aves exóticas y los reflejos colosales. Así son las Pampas del Yacuma, un humedal virgen convertido en un laberinto imposible de descifrar, pero con imágenes tan bellas que fue sencillo olvidarme de cualquier otra cosa.

Bastaba con fijarse un poco para comprobar cómo la Naturaleza se exhibía frente a nosotros. De esa forma aparecieron en las ramas los hoatzines, cuales aves del Paraíso, con sus extraños rasgos y su inconfundible rostro pintado de azul. Dado que no pueden apenas volar, saltaban de un lado al otro para comer hojas, las cuales conforman su dieta habitual.

Pero no sólo los ruidosos hoatzines nos dieron la bienvenida. Aparecieron de la nada águilas, garzas, cormoranes o el velocísimo Martín Pescador. El agua del río y de las zonas inundadas son su fuente de alimento, con peces navegando sin pensar que serán una presa fácil para picos largos y entrenados.

El paisaje me extasiaba, al igual que imaginarme vanamente que nuestro capitán de lancha no sabría orientarse hasta el refugio. Deseaba perderme, ir más y más dentro, dejando a la civilización lo más alejada posible. Aquel era el lugar con el que soñaba, el reflejo con el que deseaba vibrar, los sonidos con los que quería dormirme.

Lo mejor de todo, que no habíamos hecho más que comenzar una ruta inolvidable en medio de aquellos humedales. Y quienes creía iban a ser difíciles de ver, nadaron a contracorriente mostrando sus lomos rosas. Me refiero a los Delfines Rosados amazónicos, especie en peligro de extinción pero muy presente en el Yacuma. Tanto el primero como en los días sucesivos probablemente observásemos docenas. Su timidez no fue óbice para hacernos comprender que estaban presentes en todo momento. Ellos fueron un regalo maravilloso, muestra de la grandiosidad y virginidad de las Pampas.

Pero aquel Paraíso no dejaría de abrir sus puertas en ningún momento. Ya digo que bastaba con prestar atención y comprender que el movimiento de unas ramas no tenía que ver con el viento. Seguro que había algo tras ellas. Y así era prácticamente siempre, como cuando pudimos acercarnos a comprobar un ruido extraño y comenzaron a saltar decenas de simpatiquísimos monos ardilla.

El rostro aniñado del saimiri boliviensis, su nombre científico, es tan enternecedor que dan ganas de llevarse a uno a casa. Pero precisamente ese ha sido el grave problema de estos primates, que han visto reducida su presencia en las distintas selvas de Sudamérica y Centroamérica por culpa del contrabando animal de especies exóticas. En este caso ser lindos y juguetones han sido bazas que han ido contra ellos peligrosamente. Es incomprensible que esto suceda hoy en día, ya que no hay mejor forma de disfrutar de los monos ardillas que poder observarlos en libertad.

A pocos metros de aquellos monitos se encontraba el refugio de Inca Land Tours. Refugio que sería únicamente para nosotros cuatro, puesto que éramos los únicos viajeros que habíamos reservado allí para los próximos días. El refugio era humilde construcción en madera con varias habitaciones que disponían de la imprescindible mosquitera en cada cama, de cuartos de baño compartidos y una cocina de la que salieron deliciosos platos y fresquísimas frutas a nuestros platos.

Me equivocaba al decir que sólo seríamos nosotros los ocupantes del refugio. Un caimán nos observaba desde la orilla, olía el aroma de nuestras blancas pieles más cerca de lo que nunca hubiésemos pensado. Aquel era su territorio antes de la construcción del refugio y así seguiría siéndolo posteriormente. De hecho no se separó de allí salvo cuando salía a cazar por las noches. Dada que su presencia era habitual los encargados del refugio ya se habían ocupado de ponerle un nombre, Andrés. Un nombre de persona para un reptil enorme y resabiado, con los dientes afiladísimos y una mirada que por sí misma te hacía sentir insignificante.

Se dice que hay millares de caimanes rondando aquellos humedales. Muchísimos más de los que uno es capaz de descubrir tras sus escondites. Son ágiles, se camuflan fácilmente y muestran una gran inteligencia, vital para reinar las Pampas en compañía de las anacondas, a las cuales no se las ve pero que se sabe que están próximas, quizás a tu lado.

Nos sentamos a observar la tarde, a escuchar los sonidos que se multiplicarían por la noche. En lo más alto de un árbol cercano al refugio un tucán permaneció posado hasta que el Sol fue comenzando su descenso. No es tampoco sencillo que se dejen ver, pero esas probabilidades son las que hacen que una incursión a la jungla o a la pampa sea mucho más emocionante. Nada está asegurado pero todo es posible…

Lo que nunca falla en La Pampa ni fallaría en nuestro primer día fue la composición de un atardecer realmente extraordinario. Los colores del cielo se fueron modificando mientras convertían en oscuras las siluetas de la vegetación que nos rodeaba. Los cormoranes no detenían su pesca y los mosquitos se multiplicaban por un millón en apenas unos minutos. Pero nada hizo movernos de allí hasta que el telón se cerró con una larga noche que debíamos aguardar desde el refugio.

No hay nada mejor que escuchar “los silencios de la Naturaleza nocturna”, un concierto que resulta delicioso, emocionante. Cerrar los ojos y escuchar se vuelve tan bello que después resulta molesto volver a la realidad de nuestras ciudades. Por eso una noche en la selva no es una noche cualquiera.

LA TORMENTA QUE NO CESA

Desde la cama escuché, además de los animales, una fortísima tormenta que parecía iba a atravesar el techo del refugio. Estuvo lloviendo una hora, dos, tres, cuatro… hasta casi diez horas seguidas sin que el aguacero se detuviese. En ese caso observar el paisaje desde la barrera era lo único que podíamos hacer, además de jugar a un carcomido futbolín que había en el comedor.

Tenía miedo de que la lluvia se quedase con nosotros todo el día. Casi siempre que había vivido una tormenta tropical había sido de dos horas máximo. Fuerte pero limitada. Y esa se estaba alargando demasiado en el tiempo. Por fortuna a las dos de la tarde, una vez hubimos comido, se detuvo para dejar una finísima cortina de agua que nos permitía volver a la barca.

A LA BÚSQUEDA DE MÁS ANIMALES

Fredy nos ofreció ir a pescar pirañas, pero el lugar quedaba retirado y visto las nubes amenazantes preferimos salir, sin alejarnos tanto, a descifrar nuevamente los códigos de las Pampas del río Yacuma, ese paraíso boliviano tan magnífico. Una vez terminó la tormenta todos los animales volvieron a sus puestos, repoblando las ramas, los humedales y los cielos.

Por un lado los monos aulladores, con sus altavoces desconectados, nos miraban en la distancia. Después los capuchinos, con sus caras pálidas, hacían lo propio mientras alcanzaban los últimos frutales de un árbol que habían dejado prácticamente seco. La presencia de primates en la Pampa es destacada, lo que hace de una película a cada paso. Son muy propensos a ello.

De esa forma vimos halcones, nuevos caimanes y, por supuesto, a numerosísimos delfines rosados. Sin olvidarnos de una bandada de guacamayos azules (Parabas de barba azul) que escapaban de sus guaridas dirigiéndose quién sabe dónde.

Lo que no hubo manera de ver fue perezosos ni tampoco capibaras, los mayores roedores del mundo. Aunque eso fue culpa, sobre todo, de que la temporada de lluvias (que en esa zona tiende a terminarse en abril) no se había ido del todo y aún había demasiada agua dejando apenas tierra seca a kilómetros. Iba a ser muy complicado toparnos con alguno de estos animales, pero no podíamos descartar nada.

El capítulo más gracioso de la tarde correspondería a mi amigo Eben, el cual no pudo evitar un apretón teniendo que esconderse en unos matorrales llenos de agua donde probablemente había anacondas, según Fredy. Como le diría después… “Ya tienes que estar mal para hacer tus necesidades allí” – “Imagínate entonces” respondió el gringo.

NAVEGANDO EN LA OSCURIDAD

Cuando la luz disminuyó hasta dejarnos prácticamente a oscuras, fue momento de encender las linternas y comprobar que decenas de destellos correspondían a los muchos pares de ojos que nos observaban en la lancha. Fue emocionante y divertido estar atento a esos brillos, confundidos también por los fulgores de las muchísimas luciérnagas gigantes que se paseaban por los árboles.

Si apagábamos las linternas todo se volvía completamente negro. Mientras me preguntaba sobre cómo el conductor de la barca era capaz de orientarse un pequeño brillo al ras del agua nos mostró la efectividad de la luz sobre unos ojos. Era un caimán oculto en la maleza, pero no uno grande ni mucho menos… era una cría prácticamente sumergida salvo la cabeza. El pequeño brillo era un ojo diminuto y rasgado.

Las madres de los caimanes abandonan a sus hijos enseguida, lo que les hace ser parte de la dieta de las muchas aves que acechan desde sus ramas y cuyos picos resultan letales para estos reptiles. Probablemente aquel caimán fuera un superviviente temeroso, que tenía mucho por delante para ser el fiero y enorme depredador que se mueve por las aguas del Yacuma.

Otro compañero de nuestra ruta nocturna fue un búho de color blanco que hacía girar su cabeza 360 grados para no perder de vista a alguna presa a la que cazar. No es sencillo ver a estas aves de la noche, curiosas y robustas rapaces de pequeño pico pero gran fortaleza.

SEÑORES, SE ESTÁN ACERCANDO AL REFUGIO LAS…

Regresamos al refugio a eso de las ocho y media de la noche para poder cenar. Cuando estábamos en los postres la cocinera entró al comedor diciendo “Señores, se están acercando al refugio las capibaras”. Entonces di prácticamente un salto y preparé no sólo la linterna sino la cámara de fotos que había dejado encima de la mesa.

La luz no dejaba ver más que una mancha marrón al fondo de un suelo de hierba y barro. Poco a poco tanto los italianos como Eben y yo nos acercamos sin hacer ruido para poder ver más nítido a un ejemplar de la extraña capibara. Era como una cobaya gigante, del tamaño de un cerdo. No es un animal apto para quienes teman a los roedores, ya que se para ellos es como ver una rata tan grande que se podrían subir a ella y cabalgar…

La primera que se había acercado al refugio se fue corriendo al no gustarle demasiado los flashes, pero no así la siguiente que vino por un costado. Se aproximó mucho más a nosotros y no sólo eso, sino que se tumbó plácidamente. Después, cuando estaba a punto de irme a acostar, me topé con otra capibara. ¿Quién me lo iba a decir a mí, que supe que de este roedor gigante por un parque de fauna de Madrid unos pocos años antes?

La noche nos brindó un nuevo concierto, lleno de sopranos y tenores que no detuvieron su canto hasta llegar la mañana siguiente. Por fortuna no llovió, y no lo haría ya más hasta que nos marchásemos de las Pampas.

EN EL REINO DE LA ANACONDA

Me desperté muy pronto en el tercer día dentro de los humedales del Yacuma. Nos pasó a todos, salvo al estadounidense Eben, incapaz de levantarse sin dormir un mínimo de diz horas. Aprovechamos que Fredy estaba generoso para salir a dar un paseo por los alrededores en la lancha. Pero sin motor, sin más ruido que el del agua meciendo la embarcación y los monos aulladores marcando a voces su vasto territorio.

Cuando volvimos para el desayuno planificamos las próximas horas en la Pampa. “Se animan a buscar anacondas?” – preguntó Fredy. Hubo unanimidad con un sí rotundo. “Pues pónganse las botas, lleven repelente de insectos y prepárense que nos vamos”. Sonaba emocionante, pero a su vez imponía pensar que íbamos a por las anacondas a su casa, a los juncos bañados por más de medio metro de agua.

Las anacondas son acuáticas, pero cuando el calor aprieta, asoman su cabeza o se suben a los árboles para regular su temperatura. Estos reptiles, que pueden medir más de 7 metros, tienen muy mala fama no sólo por el cine sino también por las historias que se cuentan en las regiones tropicales por parte de los ganaderos, sobre todo. Su longitud y su fortaleza para estrangular a víctimas de gran tamaño le hacen ser un animal realmente temible, con razón. Y ahí estábamos nosotros, metidos en el agua y buscando anacondas como el que busca almendras en el campo.

Primero recorrimos centímetro a centímetro una isleta en mitad del humedal, pero no encontramos más que el cráneo de una vaca. Después nos fuimos hacia otro lado, sin más noticias que sospechosos movimientos en los juncos que podían ser algo o no ser nada. Era muy difícil nuestra misión y yo no creí nunca que fuésemos capaces de encontrar anacondas, pero saber que estábamos en su casa… en su reino, nos mantuvo concentradísimos con el agua hasta prácticamente las rodillas. Fue emocionante, aunque no hacía más que preguntarme “¿Y si veo una anaconda qué debo hacer, gritar??

Pero no encontramos una sola anaconda a pesar de entrar a su casa sin llamar. Si acaso un jabiru (la cigüeña americana más grande que existe) tragándose una pequeña víbora o el cadáver de una capibara siendo devorada por los buitres. Debían acabar de empezar porque apenas estaban por el primer plato… los ojos. Para estos carroñeros es el mejor plato y es su líder quien comienza la sangrienta degustación.

ES MOMENTO DE REGRESAR

Los tres días de las Pampas del Yacuma se pasaron rápidos pero los vivimos intensamente. Reconozco que no quería marcharme pero tenía un vuelo a La Paz para el día siguiente. El viaje debía continuar, por lo que nos devolvimos al camino que nos había llevado hasta allí. Yo temía sobre todo la carretera, seguramente mucho peor que a la ida, y tuve razón en no ser optimista. Esta vez acabé con barro hasta en los ojos, pero sobrepasar aquella horrible carretera lo celebré como si hubiese levantado la copa de la Champions League. Con el Chicharra como jugador estrella, terminamos llegando a Rurrenabaque sanos y salvos, aunque hiciera falta meternos a la ducha con ropa y todo.

Acababa de disfrutar una aventura inmensa en plena Naturaleza… y en apenas 24 horas iba a estar en el Lago Titicaca. ¡De locos!

Las Pampas del río Yacuma forman parte de los 10 lugares que no puedes dejar de ver en un viaje a Bolivia. Si no quieres perdértelo haz clic en en enlace.

La aventura continúa,

Sele

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* Hoy, miércoles 23 de mayo de 2012, llegaré a las ruinas incas de Machu Picchu, en Perú. Sobran las palabras. Estoy nervioso como un niño que espera los regalos de los Reyes Magos.
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