Hoja de ruta del viaje a Nueva Zelanda - El rincón de Sele

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Hoja de ruta de un gran viaje a Nueva Zelanda (Roadtrip en las antípodas)

Déjame serte sincero con una aseveración que quizás te resulte algo atrevida. Pero es que tengo el convencimiento de que no existe en este mundo una colección de paisajes más sublime y variopinta en un menor espacio que la que ofrece Nueva Zelanda. Serpenteando por carreteras solitarias se puede pasar de transitar por un mar de bucólicas y onduladas colinas teñidas de verde y ovejas pastando, a escenarios volcánicos con nieve pintando cráteres, fiordos reflejando picos afilados y lenguas de hielo con una nitidez inusual. De asomarse con vértigo al filo acantilados marinos donde la erosión se ha encargado de dibujar líneas con gran precisión o atravesar frondosos bosques aterciopelados por los propios líquenes bajo la compañía incesante de especies animales endémicas. De hecho, un roadtrip por las antípodas se convierte en la mejor manera de atesorar parajes naturales de una belleza casi insultante. Y de hacerse por completo con ellos a través de múltiples opciones de turismo activo donde destaca una inagotable red de senderos que, lo mismo, te permiten mirar a la cara a los glaciares del Monte Cook, suspirar de emoción frente a las praderas de esa Canterbury magistralmente narrada en las obras de Sarah Lark, imaginar una de las batallas de El Señor de los Anillos en los lugares donde se rodó la exitosa trilogía basada en las novelas de Tolkien o deleitarte con una playa salvaje bajo la atenta mirada de los pingüinos y los leones marinos. Así, nada más y nada menos, es como se explica Nueva Zelanda.

Volcán Taranaki, uno de los hitos de nuestro viaje a Nueva Zelanda (¿Qué ver en Nueva Zelanda?) - Hoja de ruta

En lo que a destinos viajeros se trata, pocas veces la realidad supera las expectativas más optimistas. Algo que sí sucede de manera rotunda con el país oceánico donde incluso los sueños se quedan cortos ante una catálogo inabarcable de propuestas a llevar a cabo en el hogar de los kiwis, la imponente haka maorí y los helechos gigantes. Así que, tras recorrer sus dos grandes islas por tierra, mar y aire, me gustaría poder compartir nuestra hoja de ruta con todos aquellos lugares imprescindibles que ver en Nueva Zelanda en un viaje de tres semanas de duración. Y quizás, quién sabe, poder aportar algo de luz a quienes deseen embarcarse en futuros viajes a nuestras antípodas por medio de la madre de todos los roadtrips.

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NUEVA ZELANDA, UN ROADTRIP EN LAS ANTÍPODAS

Cuando apenas era un niño e iba a la escuela, un profesor me sorprendió ensimismado con un globo terráqueo que habían traído a clase. ¡Y es que lo de la hipnosis del mapamundi viene de lejos!. Recuerdo con claridad que, al verme bucear ensimismado mientras acariciaba con los dedos los continentes, los cinco grandes océanos o países aún desconocidos, tomó la esfera con sus manos y me contó que si hiciésemos un agujero en el mismo patio de la colegio, llegaríamos a nuestras antípodas, a lo más lejano posible en el planeta. Y ese lugar constaba de dos islas grandes conformando un país de la lejana Oceanía llamado Nueva Zelanda. A partir de ahí no se me quitó ese nombre de la cabeza y este país entró en mi lista de interrogantes y, cómo no, de sueños por cumplir. No sabía cuándo, pero grabado para siempre quedó en mi larga lista de lugares a los que tenía que ir como fuera. Y eso que aún no había visto las películas de «El Señor de los anillos» filmadas de manera casi íntegra en este país. Porque el deseo se convirtió en necesidad. Diría que en una obsesión.

Niño mirando un mapamundi

Llevó su tiempo conseguirlo pero más de tres décadas después estaba precisamente allí, a casi veinte mil kilómetros de mi casa y bajo diez horas de adelanto horario. Adentrándome en «La comarca de los Hobbits» bajo el paraguas de un viaje de autor que había tenido la fortuna de diseñar con mis compañeros de X-Plore, Roberto López y David Taura, y con la compañía de catorce aventureros y aventureras ávidas de las grandes experiencias que depara un destino como este. Juntos llevaríamos a cabo casi 5500 kilómetros desde los cuales pudimos asomarnos por primera vez a un país tan idílico como ordenado. A sabiendas de que ni las tres semanas que teníamos previstas para nuestro recorrido, ni seis, ni diez, ni veinte, serían suficientes para poder hacer todos los rincones que seguro merecían la pena. Pero sí totalmente convencidos e ilusionados de nuestra intención de exprimir Nueva Zelanda al máximo para hacer un viaje lo más completo posible que nos permitiera sacarle el mejor partido. Con esfuerzo y ganas, la carretera sería nuestra aliada para todo lo que teníamos pensado llevar a cabo. Y mucho más. Porque a un viaje sin improvisación, cambio de planes sobre la marcha y flexibilidad a tope, le faltaría esa chispa necesaria para mantener la adrenalina en cotas elevadas. Y, si algo tienen nuestros viajes, es que navegamos entre grandes emociones todas y cada una de las jornadas que tenemos por delante. Siempre.

Fotografiando el volcán Taranaki en Nueva Zelanda

¿QUÉ VER EN NUEVA ZELANDA? Así fue nuestra ruta

Aviso a navegantes que hayan accedido aquí en busca de ideas para preparar un viaje Nueva Zelanda. Supone un auténtico quebradero de cabeza confeccionar un itinerario en este país ajustándolo a un tiempo que siempre nos va a parecer escaso. Y eso es algo que se debe asumir cuanto antes. Tres semanas a priori pueden parecer excesivas si tenemos en cuenta el tiempo que solemos invertir en otros destinos, incluso de un mayor tamaño, pero no es así. Nada es excesivo. Tampoco un mes. Ni siquiera dos. De hecho, creo que se pueden montar varios itinerarios de tres semanas donde apenas se rocen muchos de los lugares transitados. Por otro lado, la infraestructura turística en Nueva Zelanda cuenta con un nivel tan alto de desarrollo y posibilidades (la red de senderos, como comenté al principio, no tiene rival en todo el mundo, ni tan siquiera en Estados Unidos, Canadá o Suiza) que siempre creeremos que nos quedaremos cortos en nuestra estancia. Destinos como Queenstown o Rotorua, por poner dos ejemplos, podrían ser bases para viajes enteros sin tocar en absoluto nada más.

Mapas, libros y objetos de Nueva Zelanda

Una vez hemos asimilado que no se puede hacer todo ¿Qué buscamos a la hora de diseñar una ruta en Nueva Zelanda? Dado que hablamos de un país al que, no nos engañemos, cuesta mucho llegar (casi dos días de vuelos y un desembolso económico importante), tratamos de construir un recorrido ambicioso y variado, un «pica-pica» de localizaciones diversas que nos dejaran el mejor sabor de boca posible. Por lo que nos fuimos deslizando en ambas islas, rebuscando en los puntos más importantes y meditando posibles planes b ó c si el clima no acompañaba en un día o momento concreto. Cabe decir que el viaje fue en septiembre, es decir, al comienzo de la primavera austral, por lo que el tiempo podía ser muy variable, pasando del sol a la lluvia y el frío en pocas horas.

Sele con la guía de Nueva Zelanda

Durante nuestro viaje por Nueva Zelanda, he destacado una selección de lugares que considero esenciales. Estos rincones imprescindibles están ordenados por islas (norte y sur) según el itinerario que seguimos y acompañados de una breve descripción. En el mapa que aparece a continuación, podréis encontrar cada uno de ellos señalados.

Parece fundamental recalcar una vez más que en tres semanas no es posible abarcar todo lo que Nueva Zelanda tiene para visitar. Las opciones son infinitas y siempre se dice que conviene dejarse algo pendiente para un posible regreso. Sin embargo, puedo asegurar que los puntos mencionados aquí merecen formar parte de cualquier ruta por el país.

Paisaje de la isla norte de Nueva Zelanda

A continuación, os detallo cada uno de estos lugares, añadiendo comentarios útiles tanto prácticos como subjetivos, para que podáis planificar vuestro propio roadtrip por Nueva Zelanda. Al final del artículo, también incluiré consejos prácticos para ayudar en la preparación de vuestro viaje. ¡Vamos allá!

RUTA EN LA ISLA NORTE DE NUEVA ZELANDA

La Isla Norte de Nueva Zelanda destaca por su riqueza cultural maorí (aquí vive la mayoría de esta etnia polinésica), paisajes volcánicos y costas repletas de bahías. Aquí, se encuentran los géiseres y piscinas termales de Rotorua, así como el icónico monte Taranaki, el lago más grande del país (Taupo), el área volcánica de Tongariro y las ciudades animadas de Auckland o Wellington. El extremo más septentrional cuenta con bahías, acantilados y pequeñas y encantadoras islas.  Su clima es más cálido que el de la Isla Sur, lo que permite una vegetación exuberante y playas ideales para el baño o el surf cuando llega el verano.

A diferencia de la Isla Sur, más agreste y montañosa, la Isla Norte es conocida por sus terrenos ondulados, los efectos del vulcanismo, sus muchas actividades culturales y la vibrante vida urbana en sus dos grandes ciudades.

Auckland, punto de entrada a la «no capital» de Nueva Zelanda

No ostenta la capitalidad (puesto que este rango recae en Wellington) pero sí se trata de la más poblada, con diferencia, de todo el país. Con dos grandes puertos y el peso de la actividad económica así como cultural tanto de la isla norte como de toda Nueva Zelanda, representa la entrada por aire más utilizada por parte de la mayoría de los visitantes. Tal como fue nuestro caso, tras un larguísimo vuelo de siete horas entre Madrid y Dubai y algo más de quince horas desde la propia Dubai hasta el aeropuerto internacional de Auckland. Allí, con un jetlag extremo, no nos fuimos a descansar al hotel precisamente sino que aprovechamos nuestra estancia para movernos por algunos de los rincones más emblemáticos de la city.

Imagen del skyline de Auckland en Nueva Zelanda

Su acertado equilibrio entre naturaleza y vida urbana (y casas al más puro estilo británico) se mide a través de barrios asentados en torno al medio centenar de conos volcánicos sobre los que se fundó la ciudad. Uno de sus escenarios más icónicos es Mount Eden (Monte Edén), un cráter inactivo que brinda formidables vistas panorámicas de la ciudad, tanto de los barrios más residenciales, el campo de rugby donde juegan los míticos All Blacks, el Golfo de Hauraki o el distrito financiero, con la característica Sky Tower impactando sobre la silueta urbana de Auckland. El puerto, conocido como Waitematā Harbour, constituye el alma marina de la ciudad, con un gran ambiente y sus barcos atracados junto a una sucesión de restaurantes, un pequeño museo del mar y la antigua terminal de ferris edificada en el año 1913 y que ejerce de contraste extremo con modernísimos edificios oficinas.

Equipo de viajeros a Nueva Zelanda en Mount Eden (Auckland)

Punto de referencia clave es la Sky Tower, alzándose 238 metros sobre el horizonte y permitiendo unas estupendas vistas desde su plataforma de observación (el precio de entrada ronda los 30€) . Para los interesados en la historia y la cultura neozelandesa, el Auckland War Memorial Museum no sólo cuenta con artefactos relacionados con la I y II Guerra Mundial, sino también con una valiosa y curiosa colección de arte maorí. En realidad las posibilidades son inmensas tanto en Auckland, el Golfo de Hauraki o la vecina península de Coromandel. Pero, como comenté al principio, una de las cosas más complicadas y angustiosas de viajar a Nueva Zelanda resulta tener que elegir los sitios que no se quieren pasar por alto y hacer infinidad de descartes utilizando corazón y cabeza.

Skyline de Auckland desde el Riverhead Cruise en el puerto

Hobbiton, la comarca de los Hobbits en Matamata

Algo que bajo ninguna circunstancia íbamos a dejar de lado fue la visita al set de rodaje de «La comarca» o Hobbiton, el cual sobrevive intacto tras la filmación de las trilogías de El Señor de los Anillos y de El Hobbit dirigidas por el neozelandés Peter Jackson. Éste, en pleno proceso de selección de localizaciones para pasar a la pantalla las obras maestras de JRR Tolkien, sobrevoló en helicóptero una granja de Matamata donde quedó prendado de una sucesión inmensa de onduladas colinas , pequeños lagos e inmensos robles. En esta prospección aérea había encontrado tan bucólico territorio descrito por el escritor británico como «un lugar idílico, pacífico y fértil, caracterizado por colinas suaves, campos verdes y caminos tranquilos que serpentean entre granjas y pequeños pueblos». Y en este paisaje tan rural como pintoresco plasmó el mundo de los simpáticos hobbits regidos bajo la premisa de una vida sencilla y sin preocupaciones, lejos de los conflictos del mundo exterior.

HOBBITON: Set de rodaje de El Señor de los Anillos en Nueva Zelanda

De todos los sets de rodaje de El Señor de los Anillos y El Hobbit, sólo queda el de Matamata. Y se ha convertido en un recurso turístico de primer nivel, a pesar de que el coste de las entradas está más a la altura de un Troll de las cavernas que de un hobbit (las hay de varios tipos, aunque la general son ya 120 dólares neozelandeses, lo que viene siendo aproximadamente 66€). Pero, se sea fan o no de la saga, debo decir que merece muchísimo la pena. Transitar por los senderos, pasearse entre las casas de puertas redondas de los hobbits e incluso accediendo al interior de una de ellas, permite sentirse dentro de un mundo de fantasía. El nivel de detalle es tremendo en todos y cada uno de los escenarios que aparecen en las películas. Se hace por medio de visita guiada, que dura algo más de dos horas, aunque se cuenta con cierta libertad de movimientos para ir a escudriñar detalles o tomar fotografías. Desde la casa de Bilbo Bolsón hasta la del panadero, del que hace miel o incluso la taberna «El dragón verde» donde terminar brindando con unas cervezas de jengibre (riquísimas, por cierto, e incluidas en el precio de la entrada).

Frente a la puerta de Bilbo Bolson en Hobbiton (Nueva Zelanda)

Dado que los cupos, que son por horas concretas, tienen un límite determinado de personas, se recomienda reservar online con antelación (sobre todo en temporada alta), ya sea en la web oficial hobbitontours.com o a través de una excursión organizada desde Auckland o Rotorua donde se incluyen traslados (e incluso visita a otros lugares próximos en el día).

Detalle de Hobbiton en Nueva Zelanda

Rotorua, entre géiseres, fumarolas y bosques de sangre maorí

Rotorua, en el mismo corazón de la Isla Norte de Nueva Zelanda, representa uno de los epicentros geotermales más importantes no sólo del país sino de todo el planeta. Conocido por su pasado y presente volcánico, cuenta con una ciudad poblada de infraestructuras turísticas desde las cuales salir a visitar los géiseres que lanzan vapor al cielo, lagos o piscinas naturales de aguas termales y lodo burbujeante, dentro de un delirante paisaje boscoso. Este fenómeno se debe a que Rotorua se asienta sobre la Zona Volcánica de Taupo, una de las áreas geotérmicas más activas del planeta, lo que ha permitido modelar un paisaje que no parece de este mundo. Pero, por otro lado, también se considera como uno de los puntos neurálgicos de la vida del pueblo maorí y aquí los descendientes de quienes arribaron a las costas neozelandesas en barcas desde hace más de un milenio, perpetúan su valioso legado, aunque en las últimas décadas desde una perspectiva más turística que real.

Te Puia en Rotorua, uno de los campos geotérmicos más importantes de Nueva Zelanda

Sin duda, Rotorua constituye una de las mejores bases para establecerse dentro de la Isla Norte de Nueva Zelanda. Un enclave turístico de primer orden que combina geotermalismo, cultura maorí y naturaleza exuberante. Allá donde el olor a azufre impregna el ambiente y la tierra hierve con vida. Singularidad que ha hecho de Rotorua un lugar ideal para explorar fenómenos geotérmicos únicos y sumergirse en la rica herencia cultural de los pueblos indígenas de Aotearoa (el nombre maorí de Nueva Zelanda). Son innumerables las propuestas que ofrece pero, si pudiera elegir tres, me quedaría con estas:

  • Te Puia: Uno de los puntos más visitados y «calientes» de Rotorua es Te Puia, el estandarte cultural y geotérmico de la región, el cual alberga el famoso géiser Pohutu, el de mayor fuerza de todo el hemisferio sur. Con potentes erupciones de agua y vapor que pueden alcanzar hasta treinta metros de altura, Pohutu es un espectáculo natural impresionante, aunque también lo son sus lagunas e infinidad de fumarolas sulfurando en un denso y extenso valle al que se deben dedicar, como mínimo, un par de horas. Se trata del recurso turístico mejor preparado y con mejores infraestructuras de Rotorua (también el más céntrico), contando incluso con un centro de recuperación del kiwi, ave no voladora en peligro de extinción y el emblema por antonomasia de las islas, la cual se puede contemplar en un entorno cerrado y oscuro. Además, Te Puia ofrece la oportunidad de conocer más sobre la cultura maorí a través del Instituto de Artes y Oficios Maorí, donde se pueden presenciar demostraciones de tallado y tejido tradicionales. Así, como, por supuesto, asistir a cantos y danzas tradicionales donde destaca la «haka», más conocida actualmente por introducir los partidos de rugby de la selección de Nueva Zelanda, los All Blacks, pero que refleja en realidad un ritual que precedía todas las batallas con el objetivo de infringir terror en sus rivales. Algo verdaderamente asombroso y que, a pesar de ser una mera representación, resulta imponente. Además, Te Puia se alza sobre los antiguos dominios de la aldea maorí de Whakarewarewa, sobreviviendo algunas construcciones destacadas (Conviene no perderse la pataka, un hórreo profusamente tallado, así como el viejo cementerio de la localidad).

Te Puia (Rotorua)

  • Wai-o-Tapu: A escasos veinticinco minutos al sur de Rotorua se encuentra Wai-O-Tapu Thermal Wonderland, un parque geotermal donde el colorido paisaje parece salido de otro mundo. A través de tres rutas de senderismo (nivel fácil) se pueden admirar cráteres, fumarolas y lagunas de colores donde destaca la Piscina de Champagne, siempre humeante y con sus bordes de naranja y verde brillante, la conocida como «Paleta del artista» así como el Lago Opal, de un color verde refulgente. El recorrido por este parque ofrece una ventana a las fuerzas subterráneas que han moldeado el terreno durante miles de años.

Wai-o-Tapu (Nueva Zelanda)

  • Waimangu Volcanic Valley: Mi favorito de los tres. Poco antes de tomar el desvío a Wai-o-Tapu, está el considerado como el sistema geotermal más joven del mundo, formado tras la erupción del Monte Tarawera en 1886. Este valle debe su fama a impresionantes lagos de aguas azules y verdes, sus humeantes fuentes y la posibilidad de colocarse frente a la montaña quebrada de Tarawera, con un profundo boquete que se admira desde la distancia. Se recorre a través de un sendero que profundiza en un valle con árboles de helechos gigantes y destacan numerosos puntos. Sin duda, no de los que mayor fascinación ejercen en los visitantes es el Lago Frying Pan (traducido como la sartén hirviente),así como el misterioso Inferno Crater y las tonalidades de sus aguas humeantes, más azules que el propio cielo. Waimangu puede definirse como un recordatorio del poder en constante cambio de la Tierra.

Waimangu en Rotorua

Estos tres son los lugares para mí indispensables de toda visita a Rotorua. Pero conviene tomar nota del propio Lago Rotorua, en cuyas aguas se pueden llevar a cabo distintas actividades acuáticas como paseos en barco y kayak y admirar la coqueta isla de Mokoia. También The Hell’s Gate donde darse unos baños de barro caliente en un entorno magistral. Y, algo muy diferente, Redwoods Whakarewarewa Forest, un denso bosque de secuoyas con caminos serpenteantes donde se ofrecen varias rutas para explorar a pie o en bicicleta. De hecho, una de las experiencias más singulares conlleva caminar por las pasarelas de madera y puentes colgantes del Redwoods Treewalk, un recorrido a veinte metros de altura entre estos enormes árboles que se puede hacer tanto de día como de noche, ya que cuenta con iluminación.

Sele en Waimangu (Rotorua, Nueva Zelanda)

Por otro lado, Rotorua, destaca por poseer una ubicación estratégica que viene bien para visitar otras zonas de interés. Como, por ejemplo, el mencionado Hobbiton Movie Set (a una hora por carretera), las cuevas del área de Waitomo, famosas por la iluminación por parte de un tipo de larvas que se adhieren a los techos (a un par de horas de coche), el litoral de la Bahía de Plenty (con las localidades costeras destacadas de Tauranga y Whakatane y a la vista a lo lejos la Isla Blanca (Wakaari Island), cuya erupción en 2019 dejó más de una veintena de fallecidos (se cerró a las visitas pero se ofrecen vuelos panorámicos desde Whakatane). También se puede ir a navegar a orillas del Lago Taupo, el mayor del país, o aproximarse al parque nacional de Tongariro, aunque en este caso resulta recomendable hospedarse en caso de querer recorrerlo más a fondo y seguir alguna de sus muchas rutas de senderismo.

Aquí se pueden ver muchas de las excursiones que se pueden llevar a cabo estando en Rotorua (con posibilidad de reserva inmediata de manera online y precios actualizados).

Tongariro: Bienvenidos a Mordor

El Parque Nacional Tongariro nos sumerge en una tierra de volcanes activos y formidables paisajes. Entre sus volcanes más icónicos se encuentran el Monte Tongariro, el Monte Ruapehu (que sirve además de estación de esquí) y el Monte Ngauruhoe, el cual alcanzó fama mundial dado que se trata de la «Montaña del Destino» en la trilogía de El Señor de los Anillos, es decir, el corazón de la terrible Mordor donde el pequeño Frodo debía acudir para deshacerse del anillo único y, de ese modo, poner fin a Sauron y su reino de sombras.

Volcán Ngaruhoe en Tongariro, el mítico Monte del Destino (Mordor) de El Señor de los Anillos

Los volcanes de esta parte de la isla norte han modelado el terreno con erupciones y flujos de lava, creando un paisaje lunar salpicado de lagos de color esmeralda y fumarolas. La actividad volcánica en la región sigue siendo evidente, la cual acompañada de nieblas y picos nevados aportan un aire místico y salvaje al lugar. Tongariro no sólo ofrece panoramas únicos, sino también algunas de las rutas de senderismo más espectaculares Nueva Zelanda, las cuales permiten a los visitantes caminar entre estos colosos y explorar su esencia volcánica.

Parque Nacional Tongariro de Nueva Zelanda

Entre las rutas más destacadas destaca Tongariro Alpine Crossing, una travesía magnífica pero de diecinueve kilómetros y no apta para todos los estados de forma, si bien se considera una de las mejores caminatas de un día en todo el mundo. Atraviesa cráteres volcánicos, lagos esmeralda y paisajes lunares. Otras rutas, como la Tama Lakes Track, permiten contemplar vistas de los lagos de origen volcánico, y la Taranaki Falls Walk, ofrece una experiencia más tranquila pero igualmente impresionante, con una majestuosa cascada enmarcada por la cordillera. Otros caminos más cortos parten del Visitor Center y poco antes de acceder existe un desvío hacia Tawhai Falls donde basta caminar algo menos de diez minutos para alcanzar las conocidas como cascadas de Gollum, otro hito del turismo de pantalla pues aparecen en la segunda parte de El Señor de los Anillos (Las dos torres) durante una secuencia en la que esta criatura golpea un pez antes de comérselo crudo.

Tawhai Falls, las cascadas de Gollum en el Tongariro National Park

Mi consejo es quedarse en el área, a ser posible, mínimo una noche para poder hacer senderismo. En Whakapapa justo detrás del Chateau Tongariro hay un hospedaje de carácter alpino (Skotel Alpine resort) ideal para utilizar de base de cara a hacer cosas en el parque nacional (y la comida de su restaurante goza de una calidad/precio estupenda).

La carretera a Chateau Tongariro (Nueva Zelanda)

Otra opción más panorámica para los no tan andarines es bordear el parque en una carretera que permite gozar de diferentes ángulos de los volcanes. En la carretera nº4 destaca el viaducto de Makatote atravesado usualmente por el ferrocarril, mientras que más adelante en Horopito hay un desgüace donde muestran coches de época y tiene edificios de finales del siglo XIX que parecen sacados de una película del Lejano Oeste. Aunque, particularmente, la mejor parte está en la carretera nº1, la conocida como Desert Road, donde alcanzar unas vistas magistrales del volcán Ngauruhoe cuando tiene a bien contar con su cráter despejado. Algo que, por otra parte, sucede menos de lo que parece pues es sabido que a las nubes pocas cosas les van más que agarrarse de las cimas volcánicas.

Volcán Ngaruhoe (Mordor) en Tongariro National Park (Nueva Zelanda)

NOTA: En el lago Taupo, donde la caldera volcánica colapsó y forma hoy día el lago con mayor tamaño de Nueva Zelanda, se pueden admirar las tres cimas del Tongariro National Park en los días más claros.

Cascadas de Marokopa

A 30 kilómetros al oeste de las cuevas de Waitomo (las más famosas pero no las únicas con bioluminiscencia) se puede tomar un sendero muy corto, de apenas diez minutos, por un bosque maravilloso cuyo espesor de árboles y líquenes resulta sobrecogedor, hasta poder asomarse a unas cascadas que se desploman treinta y cinco metros sobre un acantilado cubierto de vegetación densa. Espectaculares y muy poco visitadas, donde destacan no sólo las vistas sino su exuberante entorno selvático y la sensación de hallarse en un escenario de naturaleza indómita. Para muchos de quienes formaban parte del equipo de viajeros y viajeras a Nueva Zelanda, las Marokopa Falls estuvieron entre las mejores sorpresas de todo nuestro viaje. Quizás porque no estaban en el plan previsto y no teníamos más expectativas que la de la intuición cuando decidimos acercarnos hasta allí. No fallamos.

Sele en Marokopa Falls (Nueva Zelanda)

Cueva de Piripiri

A cinco minutos por carretera de las cascadas de Makokopa hay un apartadero en el inicio a otra caminata. Entre el sendero y los escalones, siempre húmedos porque allí llueve mucho, no hicieron falta más de diez minutos de caminata para alcanzar una cueva de las de sacar la linterna para apreciar el lugar.

Piripiri Caves en Nueva Zelanda

La falta de tiempo, pues teníamos contratada una visita en la cueva bioluminiscente de Spellbound, nos hizo decantarnos por esta parada, aunque más recomendable (requiere también más tiempo) es la de las pasarelas de Mangapohue Natural Bridge Walk, a pocos kilómetros y con un gran arco de piedra tremendamente fotogénico. ¡Para otra ocasión!

Cuevas de Waitomo (y visita a las Spellbound Glowworm Caves)

A finales del siglo XIX el jefe de un clan maorí junto con un topógrafo británico, accedieron a unas grutas de roca calcárea entre las muchas que abundan en un área horadada por ríos subterráneos durante muchos miles de años. Y se percataron en su exploración de que en la oscuridad destacaban numerosísimos puntos de luz a los que tildaron de luciérnagas. Dicho fenómeno, realmente, se debe a la luz emitida por las larvas de un tipo concreto de mosquito (Arachnocampa luminosa). Éste, adherido a las techumbres de estas cuevas, produce una especie de hilos mucosos muy pegajosos que sumado a la luminiscencia que produce, atrae insectos diminutos quedándose allí adheridos y de los cuales, como es obvio, se alimenta. Algo que sucede tan sólo en Nueva Zelanda, teniendo a las cuevas de Waitomo como uno de los principales recursos turísticos de la isla norte. Con unas infraestructuras de primer nivel, mucha gente acude en una excursión de un día desde Auckland o desde Rotorua. En nuestro caso acudimos a la zona a comprobar in situ este increíble fenómeno, pero no nos decantamos por las grutas de Waitomo, las más célebres y con mayores infraestructuras, sino que preferimos disfrutar de otra propuesta menos conocida (y concurrida) como es el de las Spellbound Glowworm Caves.

Cuevas bioluminiscentes de Spellbound (cerca de Waitomo)

Mientras que las Waitomo Caves son más populares y ofrecen grandes recorridos, Spellbound (a tan sólo trece kilómetros al sur) se distingue por su enfoque más íntimo y exclusivo. Esta última ofrece visitas en grupos reducidos, lo cual permite asegurar una experiencia más tranquila y personal. Hay sobrado tiempo para admirar las miles de luces azuladas en completo silencio. En contraste, Waitomo, siendo más popular, tiende a tener tours más rápidos y a mayor escala (también con un precio más elevado), aunque son igualmente impresionantes.

Cuevas bioluminiscentes de Spellbound (cerca de Waitomo)

En la visita a las cuevas de Spellbound hicimos dos partes, en primer lugar nos adentramos en una primera gruta en la cual tomamos un bote para disfrutar a oscuras y desde el agua de una sinfonía de puntos azules brillando en la larga bóveda natural. ¡Se observa tan nítido! Las fotos no tienen truco. Aquello fue pura magia, una experiencia onírica de primer nivel que demuestra nuevamente que Nueva Zelanda es capaz de llevarte a un mundo fantástico pero, a su vez, real. Después anduvimos por otra cueva cercana donde había una menor actividad de tipo bioluminiscente pero bastante más rica geológicamente hablando, con paredes llenas de estalactitas y estalagmitas. Así como restos óseos de un moa gigante, una especie de ave no voladora similar a un avestruz pero con tres metros de altura, y que se extinguió por la caza indiscriminada por parte de los maoríes allá por el siglo XVII.

Spellbound Gloworm Caves (próximas a Waitomo Caves, Nueva Zelanda)

Creo que aquel día acertamos con elegir estas cuevas. Visita que complementamos , además, con las Marokopa Falls y Piripiri Caves, anteriormente mencionadas.

Three Sisters y Elephant Rock

A medio camino entre las cuevas y New Plymouth, mientras se va por la carretera estatal nº3 bordeando el litoral en esta parte de la isla norte, hay unos farallones de roca conocidos como The Tree Sisters and Elephant Rock (Las tres hermanas y la roca del elefante) que, cuando baja la marea, son extremadamente inspiradores y fotogénicos. Nosotros aquí pinchamos en hueso porque se nos hizo tarde en las Spellbound Glowworm Caves y llegamos con poquísima luz, la justa para adivinar estos salientes rocosos que adornan una bellísima sinfonía marina. No pudimos ni fotografiarlos pero no podía dejar de mencionar este lugar como parada indispensable de cara a quienes vayan a realizar una ruta por la isla norte de Nueva Zelanda y vayan camino a o desde New Plymouth, nuestra base elegida para admirar uno de nuestros grandes objetivos en este viaje, el mítico volcán Taranaki.

Monte Taranaki

Lo de llamar Monte a uno de los volcanes más imponentes y hermosos no sólo de Nueva Zelanda sino del planeta, me parece pasarse de humildes. Cosa muy kiwi, por otra parte. El mítico Taranaki, antes conocido como Monte Egmont (nombre que le dio James Cook al segundo Conde de Egmont, quien auspició su expedición), representa el claro ejemplo de un cono volcánico perfecto. Algo así como el Fuji para Japón, llegando, de hecho, a hacer de éste en «El último samurai», película protagonizada por Tom Cruise y filmada en buena parte en tierras neozelandesas. Su forma cónica evoca la imagen clásica que todos tenemos de un volcán, incluso con esa nieve que se mantiene durante muchos meses en el borde del cráter, el cual se eleva a 2518 metros sobre el nivel del mar dominando por completo todo el paisaje circundante.

Volcán Taranaki en Nueva Zelanda

Geológicamente activo, según una leyenda maorí se retiró en soledad al otro extremo de la isla y entre lágrimas al salir derrotado en su lucha furibunda con el volcán Tongariro por el amor de una montaña. Esta cono, situado sobre un punto caliente (a su costado hay restos de otros cráteres sumamente erosionados que se han ido desplazando con el movimiento de placas) tuvo su última erupción en el siglo XVIII.

La profunda simetría del Taranaki y, sobre todo con el invierno y el principio de la primavera en la cual las nieves pintan la cima, se ha convertido en todo un símbolo paisajístico y cultural en la región. Pero, a diferencia de otros puntos de la isla norte de Nueva Zelanda, no recibe más que un porcentaje mínimo de visitas, puesto que se sale de muchas rutas habituales. Siempre hay que descartar y no son pocos quienes la distancia les resulta un impedimento. Pero en nuestro caso, nos decantamos por jugárnosla con el Taranaki, a sabiendas de que nos podía salir un día nublado donde no se viera apenas nada. Hago spoiler. Salió bien. Tras llevar casi una semana siendo invisible por una pared de nubes que se aferraba a la montaña, pudimos apreciar el figura imponente de este coloso tallado a viento y fuego.

Sele ante el Monte Taranaki (Nueva Zelanda)

El Visitor Center en North Egmont constituye el punto de partida de muchas rutas que permiten explorar los alrededores del monte. Entre las mejores rutas, destaca el Pouakai Crossing, un recorrido de tres horas por trayecto desde Mangorei Road que asegura vistas inolvidables del Taranaki reflejadas en un lago (Pouakai Tarns). O la más exigente Summit Track, la cual lleva a los aventureros hasta la cumbre del volcán destinado a quienes anhelan desafiar su forma perfecta. Para un esfuerzo físico menor lo mejor pasa por acudir al propio Visitor Center y sumarse a alguno de los senderos bien señalizados como, por ejemplo, el Veronica Look Track. Pero incluso el más corto, de apenas media hora, que parte detrás del centro, resulta maravillosa, atravesando un bosque de ensueño que, de vez en cuando, permite admirar el grueso cráter volcánico.

Bosques frondosos en las faldas del volcán Taranaki (Nueva Zelanda)

¿DÓNDE OBTENER LAS MEJORES VISTAS Y FOTOS DEL MONTE TARANAKI?

  • Lago Mangamahoe: Algo más que un parque a las afueras de New Plymouth con bosques, jardines y el monte Taranaki asomándose en el horizonte. La gente de la ciudad acude a correr, a montar en bicicleta o simplemente a pasear. Particularmente se trata del mejor emplazamiento a cierta distancia desde donde disfrutar de las vistas (y sin llevar a cabo esfuerzo físico alguno). Maravilloso.

Vistas del volcán Taranaki desde el lago Mangamahoe (Nueva Zelanda)

  • Te Rewarewa Bridge: Un puente con un diseño inspirado en un esqueleto de ballena, ubicado en la Coastal Walkway de New Plymouth. Ofrece una vista enmarcada del Monte Taranaki a través de sus arcos, creando una composición visual única y perfecta para la fotografía​. Aunque, en nuestro caso, me temo que nos lo perdimos.
  • Pouakai Tarns: Este es uno de los lugares más icónicos para fotografiar el Monte Taranaki. De hecho, la foto de la última edición de la guía Lonely Planet de Nueva Zelanda está tomada desde estas pequeñas lagunas, ubicadas en lo alto del sendero Mangorei, las cuales permiten observar el reflejo perfecto del volcán en el agua durante los días despejados, lo que crea una imagen espectacular. Este lugar es ideal para capturar el Taranaki en su máxima expresión al amanecer o al atardecer​. Pero, dado que requiere cierto esfuerzo físico, la llevaría a cabo en días donde haya cierta garantía de éxito, por lo que conviene conocer al detalle al previsión meteorológica.

Portada de la guía Lonely Planet de Nueva Zelanda con el volcán Taranaki destacado desde Pouakai Tarns.

  • Cape Egmont Lighthouse: Un faro de 1881 con el volcán de fondo se ha convertido en todo un icono del Taranaki. A cuarenta minutos al sur de New Plymouth por la carretera 45, desviándose en la localidad de Pungarehu y adentrándose aproximadamente cinco kilómetros hasta una playa repleta de rocas. Si la visibilidad es buena, merece muchísimo la pena. Ideal para amaneceres y atardeceres.

Volcán Taranaki desde el Mount Egmont Lighthouse (Nueva Zelanda)

UNA RECOMENDACIÓN PARA COMER: En la carretera costera, a un cuarto de hora al sur de New Plymouth dirección al faro, concretamente en el municipio de Ōakura, conviene tomar nota de «The serial griller», un restaurante especializado en hamburguesas (sobre todo tipo smash burger) situado dentro de un antiguo vagón de tren y junto a un apeadero con más de un siglo de antigüedad. Un escenario original donde sentarse donde el producto es bueno y el trato mejor aún.

Restaurante Serial Griller cerca de New Plymouth en Nueva Zelanda

Waverley Beach

Dado que teníamos que llegar a Wellington y se nos hacía tarde, descartamos la posibilidad de contemplar el atardecer en el faro de Cape Egmont y avanzamos por la ruta 45 hasta convertirse en la State Highway 3. Aproximadamente cuando llevábamos una hora de camino y el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte, nos desviamos a un punto que habíamos localizado previamente en el mapa. Su nombre, Waverley Beach. ¡Y qué sorpresa nos llevamos! Porque llegamos a esta playa justo en marea baja. La arena oscura y volcánica contrastaba con los acantilados anaranjados donde, a esas horas, el agua no llegaba, pero que durante la marea alta cubre sus cuevas casi por completo.

Waverley Beach en Nueva Zelanda

Allí se creó de la nada un ambiente casi surrealista, diría que mágico, con un juegos de luces, sombras y reflejos multiplicando la belleza salvaje de un lugar tranquilo y apartado muy fuera de las recomendaciones que aportan muchas guías de viajes. No me cansaré de repetir que Nueva Zelanda tiene una colección de «fueras de ruta» inimaginable. Por ello está considerado como uno de los destinos predilectos para los amantes de los paisajes vírgenes y de la fotografía de naturaleza.

Waverley Beach

Wellington, la capital neozelandesa desde donde dimos el salto a la isla sur

Wellington, la capital de Nueva Zelanda, combina la elegancia de su arquitectura colonial con un toque más moderno, aunque sin que el vanguardismo rebose tampoco por una tranquila urbe portuaria rodeada por colinas verdes y bañada por el estrecho de Cook. Su pequeño tamaño, en comparación con otras capitales del mundo, tiene que ver con parte de su atractivo, pues se hace fácilmente accesible a pie, permitiendo a los visitantes explorar sus encantadoras calles, cafés de moda y el famoso paseo marítimo, todo en un mismo día.

Edificios de Wellington (Nueva Zelanda)

Una de las principales razones por las que los viajeros llegamos a Wellington no es para otra cosa que tomar el ferry que conecta la ciudad con la Isla Sur, concretamente con la localidad portuaria de Picton (aproximadamente tres horas de duración).

Pero, aparte de su papel como puerta de entrada a la Isla Sur, Wellington ofrece diversos atractivos a tener en cuenta. Quizás el más destacado y recurrente sea el Museo de Nueva Zelanda Te Papa Tongarewa, un espacio interactivo y fascinante que cuenta la historia del país desde su geología y cultura maorí hasta su flora y fauna únicas. El Monte Victoria aporta unas vistas panorámicas sensacionales tanto de la ciudad como de su puerto natural, mientras que a través de su icónico funicular cremallera rojo es posible disfrutar de otra perspectiva sobre la discreta capital neozelandesa.

Edificio histórico en Wellington (Nueva Zelanda)

Además de su riqueza cultural, Wellington destaca por su animada vida urbana. Un buen ejemplo se puede apreciar en Cuba Street, con tiendas de diseñadores locales, galerías de arte y un sinfín de restaurantes donde probar lo mejor de la gastronomía internacional y local. Si se cuenta con tiempo, precisamente lo que no abunda en muchas de las rutas que se plantean en Nueva Zelanda, se puede hacer un paréntesis en esta ciudad de atmósfera acogedora y cosmopolita, justo antes de descubrir antes de continuar la ruta hacia las maravillas naturales de la Isla Sur. Pero con los días que íbamos, era Wellington o Taranaki, de ahí que nos decantáramos claramente por este último.

EL FERRY ENTRE WELLINGTON Y PICTON (DE LA ISLA NORTE A LA ISLA SUR)

El trayecto a través del estrecho de Cook hasta Picton no debe considerarse como un mero traslado sino como una de las travesías en barco más espectaculares del mundo, ofreciendo una transición perfecta entre las dos islas principales de Nueva Zelanda. Durante las tres horas que duró nuestro viaje, pudimos admirar las aguas cristalinas, los paisajes montañosos de los fiordos y las pequeñas islas que parecen flotar en el horizonte. Con delfines persiguiendo el barco y los curiosos leones marinos bien en el agua o en algunas plataformas portuarias o de pesca.

Ferry entre Wellington y Picton (Nueva Zelanda)

Sólo dos compañías ofrecen este servicio, Interislander y Bluebridge. Ambas parten de zonas diferentes de Wellington, por lo que hay que contrastar bien la información una vez se efectúa la reserva del viaje, algo que se recomienda llevar a cabo con antelación, sobre todo cuando se introducen vehículos (sean coches normales, furgonetas o autocaravanas). Para aprovechar bien el día en la isla norte y hacer con calma la Queen Charlotte Drive entre Picton y Havelock para después seguir rumbo a Nelson, se recomienda tomar el primer barco de las ocho de la mañana.

Los barcos resultan ser suficientemente amplios con mucho sitio en el interior (cuenta con restaurante y hasta una pequeña sala de cine) y hasta la posibilidad «premium» de pagarse una habitación para descansar en el trayecto. Pero esto último, a no ser que realicemos el trayecto nocturno, no parece muy razonable cuando los paisajes que se adivinan desde cubierta resultan formidables.

Ferry entre Wellington (Isla Norte) y Picton (Isla Sur) en Nueva Zelanda

Se recomienda llevar buena ropa de abrigo, pues hasta en las épocas más cálidas el viento tan frío como incesante. Y conviene estar atentos a la posible fauna marina que se presente por el camino. Porque incluso hay veces que se dejan ver hasta ballenas por el Estrecho de Cook, aunque resulte más frecuente la aparición de delfines, leones marinos o algún pingüino despistado nadando por estas aguas.

OTRAS MARAVILLAS DE LA ISLA NORTE PARA FUTUROS VIAJES

Bien por falta de tiempo, por los tan necesarios recortes a la hora de elaborar la ruta donde se da más protagonismo a unos sitios en vez de otros, o porque las condiciones meteorológicas no nos acompañaron y tuvimos que descartarlos sobre la marcha, he aquí otros lugares seguro maravillosos de la isla norte de Nueva Zelanda a los cuales me hubiese encantado ir. Pero, ya se sabe, este país es inabarcable y, si se dejan cosas, siempre existirá un buen motivo para regresar.

  • Península de Coromandel: Este rincón costero es famoso por sus playas de arena dorada y aguas turquesas. La playa de Cathedral Cove es uno de los puntos más icónicos, y en Hot Water Beach puedes excavar tu propio spa termal natural en la arena.
  • Cape Reinga: Este es uno de los puntos más septentrionales de la Isla Norte, donde las aguas del Océano Pacífico y el Mar de Tasmania se encuentran. Además de gran importancia espiritual para los maoríes, es un lugar para contemplar paisajes majestuosos y salvajes. Muy cerca se presenta la Playa de las noventa millas caracterizada por sus bellísima dunas de arena.
  • Cape Kidnappers: Próximo a Napier, cuenta con la que se considera está entre las mayores colonias de alcatraces de todo el planeta.

Imagen de alcatraz

  • Bay of Islands (Bahía de las Islas): Este paraíso subtropical a casi 250 km al norte de Auckland supera las140 islas y es conocido por sus aguas cristalinas, ideales para la navegación, el avistamiento de delfines y la pesca. Es un área emblemática también pues por aquí arribaron muchos maoríes procedentes de Hawaiki. Y en 1840 se firmó el Tratado de Waitangi, entre los propios maoríes y los británicos, como uno de los hitos más importantes en la Historia de Nueva Zelanda donde se establecieron las bases de la Nueva Zelanda moderna y cierto régimen de convivencia.
  • Forgotten World Highway, La Carretera del Mundo Olvidado: Una de las rutas más evocadoras y pintorescas de Nueva Zelanda que sí teníamos en el plan previsto pero que tuvimos que descartar porque mal tiempo en la zona para el día que la íbamos a llevar a cabo nos iba a privar de toda visibilidad. Pero no hay que perdérsela. Se extiende a lo largo de 150 kilómetros desde Stratford hasta Taumarunui, serpenteando por paisajes remotos que parecen congelados en el tiempo. Esta carretera estrecha y sinuosa sigue el antiguo camino de los pioneros a través de colinas onduladas, valles profundos y desfiladeros ocultos. A lo largo del recorrido, los viajeros se adentran en una región cargada de historia, pasando por túneles excavados a mano, como el Túnel Moki, y pequeños pueblos casi deshabitados como Whangamomona, que se autoproclamó «república» en 1989. La carretera ofrece una experiencia de viaje única, inmersa en la Nueva Zelanda rural más auténtica y alejada de las rutas turísticas convencionales.

Cartel de carretera que avisa de kiwis cruzando

Y, cómo no, me fascinaría hacer un sobrevuelo sobre White Island o en el Parque Nacional de Tongariro, aunque otro sueño es rodear el Monte Taranaki y gozarlo ante una perspectiva aérea realmente única.

RUTA EN LA ISLA SUR DE NUEVA ZELANDA

Queen Charlotte Drive entre Picton y Havelock

Desembarcamos del ferry con nuestras furgonetas en Picton, donde iniciamos enseguida la conocida como Queen Charlotte Drive, una de las rutas escénicas más fascinantes de Nueva Zelanda. Esta carretera bien señalizada y con múltiples apartaderos para disfrutar de las vistas o incluso sentarse en mesas tipo merendero, unen Picton y Havelock a lo largo de la costa de Marlborough Sounds, en una de las áreas más septentrionales de la Isla Sur. Un trayecto corto, de algo menos de cuarenta kilómetros, capaz de aportar paisajes impresionantes en cada momento, con sinuosas curvas que revelan vistas panorámicas de fiordos, bahías y verdes colinas que parecen adentrarse en el mar. A lo largo del camino, se pueden apreciar las aguas brillantes del Queen Charlotte Sound, con sus playas de aguas cristalinas y montañas que forman el telón de fondo de tan pintoresco recorrido.

Paisaje de la Queen's Charlotte Drive en la isla sur de Nueva Zelanda

Entre las paradas esenciales destaca se encuentra Governor’s Bay, un lugar perfecto para disfrutar de una playa tranquila y de las aguas turquesas. Desde varios miradores a lo largo de la ruta, se obtienen vistas espectaculares, especialmente desde el Belvedere Lookout, donde poder admirar el entramado de bahías y colinas desde las alturas. Momorangi Bay constituye otra parada popular, ideal para un picnic junto al mar pero son muchas más las que aparecen. No resulta necesario bajarse en todas y cada una de ellas, por supuesto, porque casi cualquiera nos permitirá hacernos a la idea de cómo son los paisajes en esta área geográfica de la isla sur de Nueva Zelanda.

Sele disfrutando de los paisajes de Queen Charlotte Drive (Isla Sur de Nueva Zelanda)

El recorrido termina en Havelock, la capital mundial del mejillón verde, donde los visitantes acuden a disfrutar de mariscos frescos en uno de los restaurantes locales. En nuestro caso, el homenaje de mejillones (con raciones de un kilo) y otros manjares culinarios, pues los pescados aquí también son una exquisitez, nos lo dimos en toda una institución local, «The mussel pot», probablemente el restaurante con mayor encanto y tradición de esta pequeña ciudad que marca un dignísimo final a la Queen Charlotte Drive.

Comensales en Mussel Pot de Havelock (Nueva Zelanda)

Cable Bay

Una vez terminamos de comer e íbamos dirección Nelson (lo teníamos apenas a media hora), tomamos un ligero desvío en la localidad de Hira dejando atrás una coqueta iglesia anglicana (St John´s church) rodeada de árboles en flor, puesto que estábamos viajando en los albores de la primavera austral, para ir hasta otra localización donde poner término a las visitas del día.

Primavera sobre la iglesia de Saint John en Hira (Nueva Zelanda)

Cable Bay es una de esas joyas no demasiado conocidas que combinan paisajes costeros dramáticos, sobre todo en marea baja, con una gran presencia de aves acuáticas aprovechando la ocasión para alimentarse. Este lugar recibe su nombre por el histórico cable submarino que conectó Nueva Zelanda con Australia en 1876, lo que añade un toque histórico a este bello entorno natural. Un destino ideal tanto para actividades acuáticas como para realizar senderismo. Los visitantes pueden explorar el Cable Bay Walkway, una ruta que serpentea por acantilados, colinas y pastizales, ofreciendo vistas panorámicas de la bahía y las islas cercanas. La zona goza de popularidad por sus apetecibles propuestas para quienes desean nadar, practicar kayak y hacer snorkel, debido a sus aguas claras y una vida marina abundante.

Paisaje con marea baja en los aledaños de Cable Bay (Isla Sur de Nueva Zelanda)

Nelson

Nuestra base para explorar al día siguiente Abel Tasman National Park fue la ciudad de Nelson, nombre que recibe por el almirante británico triunfante en la célebre batalla de Trafalgar del año 1805. Esta ciudad no debe considerarse meramente de paso, pues merece dedicarle algo de tiempo para indagar en su valioso casco viejo, muestra de una rica herencia histórica y arquitectura colonial bien conservada. Basta un paseo alrededor de la catedral anglicana así como por South Street y Nile Street para viajar al pasado a través de casonas de estilo victoriano, datadas a finales del siglo XIX y comienzos del XX, repletas de adornos y detalles de época. Estas calles son auténticos tesoros, con sus encantadoras casas de madera pintadas de vivos colores, algunas de las cuales pertenecientes a los primeros colonos europeos que se asentaron en la ciudad. South Street, en particular, es conocida por ser la calle residencial más antigua de Nueva Zelanda y por haberse preservado prácticamente intacta, brindando una experiencia inmersiva en la historia local.

El casco viejo de Nelson en Nueva Zelanda merece la pena, sobre todo South Street y Nile Street

Además, Trafalgar Street, la calle peatonal principal de Nelson, es un animado centro lleno de cafeterías, restaurantes y tiendas de productos locales mezcladas con la vibrante escena artística de la ciudad. En esta calle también se encuentra el Museo Provincial de Nelson, el cual alberga el impresionante esqueleto de un moa, una especie de ave gigante extinta, nativa de Nueva Zelanda.

Trafalgar Street en Nelson (Nueva Zelanda)

Pero la razón de mayor motivos por las que los viajeros acuden a Nelson, un punto neurálgico en el verano austral, es su posición privilegiada de cara a explorar en el Parque Nacional de Abel Tasman, una de las mayores maravillas de la naturaleza costera de la isla sur de Nueva Zelanda. Y diría, que de todo el país.

Abel Tasman National Park (Nueva Zelanda)

Abel Tasman National Park (ruta en barco + caminata)

Abel Tasman fue un marino y explorador nacido en Países Bajos a comienzos del siglo XVII a quien se le atribuye ser el primer europeo en avistar y documentar las costas neozelandesas a finales del año 1642 en una de sus exploraciones auspiciadas por la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Tasman nunca llegó a bajar a tierra, pues en una primera incursión con los hombres que envió en supuesto son de paz, se encontró el recibimiento hostil de los maoríes en el extremo noroccidental de la isla sur. La experiencia resultó tan nefasta, con muertes entre su tripulación, que llegó a denominar a ese lugar como la Bahía de los asesinos. Pero la zona hoy día recibe un nombre bien diferente que aquel navegante jamás hubiese creído: Parque Nacional de Abel Tasman. ¡Si lo llega a saber se tira por la borda!

Abel Tasman National Park (Nueva Zelanda)

Semejante territorio protegido cuenta con el menor tamaño de todos los que atesora Nueva Zelanda. Pero, ya se sabe, en pequeñas dosis a veces aguardan las mejores esencias. Y este enjambre de exuberancia cumple con todos los requisitos para constituir el parque más sorprendente y rompedor de estereotipos neozelandeses. Aquí no hay picos nevados, ni cráteres ni lagunas humeantes sino una conjunción maravillosa de bosques de helechos plateados y playas de arena blanca con aguas tan nítidas que a uno le hacen creerse estar transitando por las costas de Filipinas o de Indonesia. Su belleza paisajística, clima templado (incluso cálido durante los veranos) y sus múltiples propuestas para llevar a cabo actividades al aire libre, especialmente con el senderismo y el kayak, conlleva de manera instantánea vivir una conexión íntima con la naturaleza. Con el sonido del mar, el juego de las mareas y el canto de decenas de especies de aves.

Paisaje de Torrent Bay en Abel Tasman National Park (Nueva Zelanda)

Uno de los principales atractivos del parque es la Abel Tasman Coast Track, una de las Grandes Caminatas de Nueva Zelanda. Esta ruta costera de sesenta kilómetros ofrece vistas impresionantes y pasa por bahías escondidas, selvas tropicales y colinas onduladas. El sendero posee un magnífico estado de mantenimiento y señalización, y resulta accesible tanto para caminantes como para kayakers. Y, aunque se puede completar en varios días, muchos optan por realizar tramos más cortos, disfrutando de la posibilidad de acceder a playas y refugios a lo largo del camino. En nuestro caso, así fue, decantándonos por llevar a cabo una excursión en lancha (arrastrado por un tractor en marea baja) hasta Torrent Bay, donde después iniciaríamos un recorrido de tramo de poco más de seis kilómetros a pie hasta Bark Bay.

Sele en Abel Tasman National Park (Nueva Zelanda)

Grupo caminando en Abel Tasman (Nueva Zelanda)

En la travesía de navegación aprovechamos a realizar un safari de especies marinas y en algo menos de una hora habíamos disfrutado a corta distancia de un grupo grande de delfines, de una colonia de lobos marinos en las rocas, de un pingüino azul nadando en solitario (es la especie más pequeñas de pingüinos que existe y una de las tres que se pueden ver en las dos islas grandes de Nueva Zelanda), varios alcatraces, una mantarraya y, cómo no, una pareja de inseparables ostreros de plumaje completamente negro y pico anaranjado en forma de zanaoria.

Delfines en Abel Tasman National Park (Nueva Zelanda)

Lobos marinos en Abel Tasman National Park

Desembarcamos en Torrent Bay y quedamos horas más tarde para que nos fueran a buscar al final del trayecto en Bark Bay. Este trayecto, que se puede hacer en algo menos de tres horas, destaca por la confluencia de hermosos paisajes costeros así como por la posibilidad siempre excitante de penetrar en un bosque muy denso.  A lo largo del camino, nos cruzamos con puentes colgantes sobre ríos cristalinos y se nos presentó la opción de desviarnos a playas y piscinas naturales. A medida que nos fuimos acercando a Bark Bay, la profusa vegetación se abrió para revelar una de las bahías más impresionantes de todo el parque, con su arena dorada y aguas turquesas, ideal para descansar, nadar o llevar a cabo una pausa para almorzar (nos trajimos picnic para ello). Aunque unos metros antes, en Medlands Beach, nos entretuvimos observando como un lobo marino se aproximaba a la orilla para luego tomar la dirección opuesta.

Uno de los paisajes de la Abel Tasman Coastal Track en Nueva Zelanda

Abel Tasman National Park representa una ventana a la biodiversidad de Nueva Zelanda. Y en días soleados como el que fuimos obsequiados, el regalo nos aportó grandes cotas de satisfacción. Para mí es otro de esos imprescindibles que ver en la isla sur. Sin discusión, además.

Paisaje del Abel Tasman National Park (Nueva Zelanda)

Nelson Lakes National Park

Desde la ciudad de Nelson recorrimos 110 kilómetros por la State Higway nº6 para llegar a otro parque nacional que, en absoluto, se asemejaba con Abel Tasman. Los Lagos Nelson tienen como coincidente con la localidad homónima el nombre del insigne almirante inglés, pero nada más. Pasamos en un corto espacio de tiempo de transitar por playas doradas y aguas turquesas a estar envueltos por un paisaje alpino de grandes montañas con cimas nevadas, nieblas matutinas y lagos de cristal donde las anátidas nadaban con placidez. Desde el centro de visitantes de Sant Arnaud nos aproximamos a la orilla de su lago más accesible, el Rotoiti (el otro es Rotoroa, pero requiere bastante más esfuerzo y tiempo alcanzarlo). Había un muelle, y a la izquierda salía un sendero que bordeaba una península incrustada en el propio lago e ideal para avistar aves (Bellbird Walk). De hecho, advierten que no se puede llevar perros (algo que se repite en parques y reservas naturales en Nueva Zelanda), ya que por la zona pulula el esquivo kiwi, el ave nacional del país pero escaso y de hábitos nocturnos, por lo que avistarlo es casi un imposible (a excepción de la isla Stewart en el sur, el único sitio donde las posibilidades aumentan). Lo que sí vimos son numerosos «tui», con su característico mechón de plumas blancas en el cuello, así como el hermosísimo mielero maorí, de plumaje verde oliva, mientras inflaba sus mofletes al cantar con el objeto de atraer a la hembra.

Nelson Lakes National Park (Nueva Zelanda)

Una de las rutas de senderismo más populares para llevar a cabo en el día por este parque es el Mount Robert Circuit, de carácter circular y algo más exigente (cinco horas estimadas), con formidables vistas panorámicas del lago y las montañas circundantes. A lo largo del camino, se pueden observar el contraste entre los bosques de hayas y las zonas alpinas. De cara a varios días existe la Travers-Sabine Circuit, que recorre la región, pasando por bosques, ríos y montañas y refugios preparados para expertos senderistas.

Buscando aves en Lakes Nelson National Park de Nueva Zelanda

Durante los meses estivales en ambos lagos se pueden llevar a cabo actividades náuticas como paseos en bote, esquí acuático, navegar en kayak, practicar windsurf. Y, para los aficionados a la pesca, los ríos que alimentan este sistema de lagos están considerados como idóneos para la pesca de la trucha.

Mielero maorí en el Parque Nacional de los Lagos Nelson de Nueva Zelanda

Buller Gorge Swing Bridge, el puente colgante más largo de Nueva Zelanda

Camino al oeste por la State Highway 6 hicimos setenta y cinco kilómetros desde los Lagos Nelson hasta detenernos en la garganta del furibundo río Buller y atravesar el considerado puente colgante de mayor longitud en toda Nueva Zelanda. La que antes fuera un área habitada por los buscadores de agua, aunque hace décadas un terremoto tiró las casas, se ha convertido ahora en una reserva privada con senderos, actividades y, como plato estrella, un puente colgante suspendido a 20 metros de altitud que se extiende nada menos que 110 metros. Para pasar el puente y realizar el sendero circular tuvimos que pagar 12,50 dólares neozelandeses. Quienes además querían lanzarse en tirolina tuvieron que pagar un extra para compensar el subidón de adrenalina.

Buller Gorge Swing Bridge, el puente colgante más largo de toda Nueva Zelanda

¿Merece la pena? Como tránsito al oeste, sí me pareció buena parada para dedicarle un rato, aunque en nuestro caso no la tuviéramos prevista de antemano. Cruzar el puente sintiendo cómo se tambalea toda la estructura mientras el río Buller muestra su fiereza es toda una experiencia. Eso sí, no apta para las personas que sufran vértigo.

Tauranga Bay y la colonia de lobos marinos

Alcanzamos por fin la costa oeste por Westport. Unos kilómetros más adelante, en la conocida como Tauranga Bay, inmersos en una tarde de viento y fortísimo oleaje capaz de transformar el mar en una alfombra de furia y espuma, atravesamos un sendero en pasarelas de madera que nos llevaría hasta una de las colonias de lobos marinos más accesibles de toda Nueva Zelanda. Apostados en las rocas, sin otra intención que la de dormitar o cambiar de postura, parecían impasibles ante el vendaval que golpeaba la bahía. El cabo Foulwind, a un costado, ejercía, como cada día, de testigo de aquella burbuja de fauna marina que no sólo atraía a los lobos marinos sino también a gaviotas, charranes y, quién sabe si algunos pingüinos azules que ocasionalmente se dejan ver por la zona. Aquí también está prohibido llevar perros porque en una ocasión una de estas mascotas mató nada menos que a una quincena de pingüinos cuando acudían, como cada tarde, a sus respectivos nidos.

Lobo marino en Tauranga Bay (Nueva Zelanda)

SOBRE LEONES MARINOS, LOBOS MARINOS Y FOCAS EN NUEVA ZELANDA

Durante un viaje a Nueva Zelanda resulta fácil confundir entre leones marinos, lobos marinos y focas. Y es lógico, salvo que se sea naturalista experto en estos animales marinos. Por lo que voy a intentar poner un poco de orden en esto. Lo primero, en Nueva Zelanda no hay focas, salvo ocasionales apariciones de la foca leopardo procedente de la Antártida y otras islas subantárticas que cada equis tiempo vienen a parar a la costa. Pero eso se trata de algo puntual, puesto que no hablamos de una especie residente. Lo que sí se ve, de lo que sí hay colonias es de leones marinos neozelandeses (nombre científico: Phocarctos hookeri) y lobos marinos (Arctophoca forsteri) ambos pinnípedos pero con notables diferencias. Los leones marinos gozan de mayor tamaño, con un pelaje más claro y los machos, bastante grandes tienen algo de pelo en la cabeza aunque no tanto como sus hermanos de Latinoamérica. Los lobos marinos, en cambio, son más pequeños, su pelaje oscuro y grueso, con orejas bien visibles, un hocico muy fino, casi puntiagudo, y grandes aletas delanteras que les facilitan la movilidad en tierra (por eso suben a zonas de muchas rocas). Ahí está la diferencia. Ninguna de estas dos especies son focas, cuyas aletas no les permiten caminar con facilidad sino, más bien arrastrarse en el medio terrestre, ni tienen orejas. ¿Y qué sucede? Que los neozelandeses le llaman foca a todo (de hecho lobo marino en inglés es «fur seal» cuya traducción literal es foca peluda). Y de ahí la confusión que suele existir al respecto.

Lobo marino en Nueva Zelanda

Pancake rocks en Punakaiki

Antes de nada decir que el recorrido por carretera desde Tauranga Bay y Punakaiki por la State Highway 6 atravesando, entre otros, el Parque Nacional Paparoa, me pareció de las mejores rutas escénicas que he hecho en mucho tiempo. Esa conexión de curvas entre los montes selváticos y el mar, con acantilados y olas removiendo el oxígeno procedente del bosque, resulta un absoluto disfrute. ¡De pronto Nueva Zelanda se había convertido en Hawai y nosotros sin saberlo! El cañón del río Poroari, que cuenta con un sendero para hacer a pie aunque lo más increíble debe ser navegarlo en kayak, nos dejó perplejos durante nuestra travesía por esta parte del país tan rotundamente salvaje.

Carretera en la costa del Parque Nacional Paparoa (State Highway 6), Nueva Zelanda

Pero nuestro objetivo en Punakaiki tenía lugar dentro de Dolomite Point. Y se trataba de las conocidas como Pancake rocks, curiosas formaciones rocosas encargadas de sostener y soportar las embestidas del oleaje y el viento. Pancake en castellano se traduce como «tortita» y, precisamente, el nombre del lugar se debe a que dichas rocas se asemejan a tortitas apiladas las unas sobre las otras, muros agrietados como los de un castillo que se han formado a lo largo de miles de años. Al parecer, aunque todavía están en estudio, reflejan el resultado de una compactación que ha visto alternar capas de piedra caliza más dura con sedimentos más blandos, muchos de ellos orgánicos, los cuales padecieron además la fuerte erosión por parte del agua del mar y un viento casi constante creando, de ese modo, tan pintorescas y sólidas estructuras.

Pancake Rocks en Nueva Zelanda

Pero lo que hace que las Pancake rocks no sólo se contemplen como un escenario épico sino que te hagan vibrar, sucede con la marea alta y durante el atardecer. Es entonces cuando el océano penetra con vehemencia en las grietas y agujeros de las rocas, creando chorros de agua que salen disparados como géiseres. Estos chorros y espumaderas marinas pueden ser especialmente dramáticas durante días de mar agitado, cuando las olas golpean con mayor potencia. Hasta el punto de que es fácil mojarse.

Sele en las Pancake Rocks (Nueva Zelanda)

Existe un sendero circular muy corto con pasarelas de madera que no requiere esfuerzo físico alguno y que permite vislumbrar un paisaje sobrecogedor y diferente a cualquier otro. Reconozco que tanto a mis compañeros de viaje como a mí este lugar ejerció un gran impacto sobre nosotros.

Dramáticos paisajes costeros en las Pancake Rocks de la isla sur de Nueva Zelanda

Greymouth, lugar de paso para dormir

Una de las pocas ciudades con cierta entidad de la costa oeste con casi la mitad de la población (aproximadamente 13.000 habitantes). Eso dice mucho de Greymouth y, sobre todo, de la costa oeste en la Isla Sur de Nueva Zelanda, un territorio más indómito de lo que uno cabría esperar. En nuestro caso, así como el de no pocos viajeros y viajeras que transitan por la State Highway 6, se trató de un mero lugar de paso. Una ciudad extremadamente tranquila con moteles y distintas alternativas de restauración. Aquí, debo decir que elegimos bien. Pernoctamos en uno de los moteles más confortables del viaje (Aachen Motel) y tuvimos una cena-homenaje en un restaurante de calidad (y trato) excelente como es Buccleugh’s on High (en el 68 de High Street, a medio minuto de nuestro alojamiento). ¡Cocinan un cordero excelente! Los pescados son también muy ricos, con buenas raciones, magnífica preparación y unos precios que no están por encima de la calidad del producto ofertado.

Cordero guisado del restaurante Buccleugh's on High en Greymouth (Nueva Zelanda)

Utilizamos Greymouth como lugar de pernocte entre el área de Abel Tasman y nuestro próximo objetivo: Franz Josef Glacier.

Franz Josef Glacier y un vuelo en helicóptero épico

Los Alpes neozelandeses conforman la columna vertebral de la isla sur de Nueva Zelanda. Estos atesoran multitud de glaciares pero ninguno tan accesible como el Franz Josef. Este majestuoso río de hielo recorre una docena de kilómetros hasta colocarse apenas a trescientos metros sobre el nivel del mar. Esto hace que sea uno de los pocos glaciares en todo el mundo que descienden hasta una selva templada habitada por loros de montaña y otras especies propias de bosques húmedos. A pesar del notorio retroceso vivido en los últimos años, buena parte de los visitantes que llegan a la isla sur no quieren perderse por nada del mundo esta alfombra congelada donde se entrelazan los colores blancos y azules capaces de conformar un destino formidable de la naturaleza con mayúsculas que tapiza Nueva Zelanda.

Graciar Franz Josef en Nueva Zelanda

El pequeño pueblo del mismo nombre, Franz Josef, nos sirvió base para explorar este icónico glaciar. A pesar de su tamaño, el pueblo ofrece una variedad de servicios, incluyendo alojamientos (nos alojamos en el Scenic, un hotel estupendo con vistas magníficas de las montañas), restaurantes, gasolinera y actividades turísticas. Entre las experiencias más populares están las caminatas guiadas donde el protagonista es, por supuesto, el glaciar. También se proponen vuelos panorámicos en helicóptero para deleitarse con las vistas de este gran río de hielo desde el aire e incluso najo la posibilidad de aterrizar en la parte superior del propio glaciar. Que fue, precisamente, lo que llevábamos reservado de antemano para asegurarnos un sitio y gozar, si el tiempo no lo impedía, de un vuelo más que prometedor.

Glaciar Franz Josef en Nueva Zelanda a vista de helicóptero

La experiencia del sobrevuelo sobre el Franz Josef Glacier es de esas cosas que en un viaje como este a Nueva Zelanda hay que regalarse. Ascender por el valle hasta colocarnos junto a las paredes del glaciar y divisar sus azuladas grietas nos permitió apreciar su majestuosidad. Lamentablemente no pudimos aterrizar en el hielo porque las nieblas estaban aproximándose y los pilotos tienen la obligación de garantizar la seguridad de sus pasajeros (después nos devolvieron parte del dinero por no poder realizar esta parte) pero, por otro lado, nos subieron un poco más alto pudiéndose apreciar la cima del Monte Cook así como otras cumbres nevadas de los Alpes neozelandeses escapándose del mar de nubes apresurándose sobre las montañas.

Sobrevolando en Glaciar Franz Josef en Nueva Zelanda

Lago Matheson

Tras un infructuoso intento de ver la lengua del glaciar Fox, otro de los más accesibles y apenas a media hora de Franz Josef, nos encaramamos al sinuoso sendero por uno bosque con el objeto de asomarnos a los reflejos del lago Matheson. Ubicado cerca del pequeño pueblo de Fox Glacier este lago de aguas tranquilas debe su celebridad porque, en días despejados, se aprecia un reflejo espectacular de los Alpes Neozelandeses, permitiendo verse tanto los picos del Monte Cook (Aoraki en maorí, con 3764 m.) y a su izquierda el Monte Tasman (3497 m.). Nada menos que los dos mayores colosos de todo Nueva Zelanda.

Lago Matheson en Nueva Zelanda

Estén visibles o no las cumbres de estas montañas, cosa que, advierto, no es sencilla, el paseo al lago y por el lago compensa con creces. Está rodeado de un compendio helechos y otros árboles autóctonos cerrando un bosque nativo que podríamos tildar de «élfico». Cuenta con una ruta circular bien señalizada (físicamente fácil pues no hay pendientes) de cuatro kilómetros y medio, pero no se requiere hacerlo todo para colocarse en uno de sus miradores para atisbar el espejo en el que se convierte esta masa de agua. Por no hablar de las muchas aves que pueblan tanto la foresta como el medio acuático, verdaderamente numerosas.

Típico bosque neozelandés junto al Lago Matheson

Cuando iniciamos la caminata lo hicimos sin más pretensión que descubrir los fabulosos bosques del área y asomarnos al lago. Pero, al final del paseo, cuando estaba a punto de hacerse de noche, se obró el milagro y las nubes superiores se esfumaron permitiéndonos contemplar durante unos minutos las cimas despejadas tanto de los montes Cook y Tasman. Un momentazo capaz de añadirle mística a nuestra experiencia en el Lago Matheson.

La cima del Monte Cook desde el Lago Matheson (Nueva Zelanda)

Wanaka y su gran lago (con el famoso sauce)

La ruta por carretera desde Franz Josef a Wanaka y, posteriormente Queenstown, tenía varios hitos marcados. Pero nos tocaron unas cuantas horas de lluvia a un nivel fortísimo. Tuvimos que adelantar nuestra partida para esquivar los momentos más potentes de lluvia y viento porque la seguridad siempre debe estar por encima de todo, incluido el itinerario. Con todo y con ello nos las vimos y deseamos en el camino pues, en ambos lados, sobre todo en las proximidades de la conocida como «Puerta de Haast» vimos como surgían de la nada cascadas que regaban la propia carretera. En una de las ocasiones una de esas cataratas de nueva creación nos echó todo el agua encima y, si hubiéramos salido más tarde, probablemente seguiríamos allí bloqueados. Durante el viaje debo decir que tuvimos bastante suerte con respecto a las lluvias, que fueron menores y menos días de lo que habíamos pensado, pero aquellas horas, aquella mañana… tuvimos la sensación de que el cielo estaba echando abajo todo lo que nos debía. Pero esa también es Nueva Zelanda, un país con unos índices de pluviosidad elevadísimos prácticamente todo el año, por lo que siempre conviene tener presente que ni el día más soleado sobra un chubasquero.

Lluvia extrema en los Alpes neozelandeses

Por fortuna la lluvia se detuvo a nuestra llegada al Lago Wanaka. Ubicado en la región de Otago nos encontramos con un refugio natural rodeado de majestuosas montañas, poseedor además de una notable infraestructura turística. Este lago de origen glacial de fondos transparentes clavado a los pies de los Alpes del Sur regala un contraste idílico entre las aguas serenas y los picos nevados elevándose en el horizonte.

Lago Wanaka en Nueva Zelanda

Uno de los iconos más reconocibles del lago Wanaka se trata del conocido como That Wanaka Tree, un sauce solitario emergiendo del agua a escasos metros de la orilla. Este árbol es ya toda una celebridad (hay millones de fotos suyas en Instagram) debido a su belleza solitaria y la forma de sus ramas curvándose con suavidad hacia el cielo. Durante el amanecer y el atardecer, sobre todo, la silueta de este sauce se reflejan en las tranquilas aguas del lago, creando un escenario idílico capaz de atraer a numerosos amantes de la fotografía (también a los fotógrafos casuales). Este lugar ha pasado a convertirse en un símbolo de la quietud y la belleza de la naturaleza de Nueva Zelanda, un emblema de resistencia y vida en medio de un inconmensurable entorno natural.

El famoso sauce o Wanaka Tree, símbolo de este lago neozelandés

Recuerdo perfectamente un cormorán pío secando sus alas al sol en una de las ramas del sauce más próximas al agua, ignorante a todas las miradas (y fotografías) que le dedicábamos desde tierra. Con él el icono arbóreo de Wanaka parecía estar más vivo que nunca.

Cormorán en el Lago Wanaka (Nueva Zelanda)

El sauce es una mera anécdota. Todo el lago merece la pena y no son pocos quienes se aventuran en canoa por él. Las rutas de senderismo o de cicloturismo que parten desde la orilla o se adentran en el Parque Nacional del Monte Aspiring permiten a los visitantes explorar cascadas, bosques frondosos y miradores desde los que se puede admirar la grandeza de este rincón del mundo.

Cardrona Hotel, la cápsula del tiempo

Entre Wanaka y Queenstown hay apenas 70 kilómetros que se hacen en una hora si se va con cierta tranquilidad pero sin detenerse a hacer fotos. Aunque lo advierto desde ya… es un imposible. Porque esa carretera de montaña resulta ser una delicia. La Cardrona Valley Road ostenta la honrosa consideración de ser la carretera principal más elevada de Nueva Zelanda, con una media de 1200 metros sobre el nivel del mar. A escasos 20 kilómetros desde la partida de Wanaka se ubica una de esas paradas capaces ya no de transportarte a un escenario sino a un tiempo diferente, concretamente a la época de la fiebre del oro y los primeros turistas que acudían a practicar deportes de invierno a una zona donde las condiciones para el esquí resultan excelentes. Y a ese lugar se le conoce como Cardrona Hotel.

Cardrona Hotel (Nueva Zelanda)

No es un hotel cualquiera sino uno de los establecimientos más antiguos y emblemáticos del país. Construido en 1863, en plena fiebre del oro, ejerce como testimonio vivo de la historia de la región y un recordatorio de su vibrante pasado. Su fachada histórica, con el clásico letrero en madera meciéndose por el viento, se ha mantenido prácticamente intacta, así como un vehículo de época aparcado en la acera, se encarga por sí misma de atraer como moscas a viajeros curiosos así como a fotógrafos interesados en atrapar un encanto de otros tiempos que sigue vigente. Porque, a pesar de su antigüedad, el Cadrona Hotel continúa funcionando y facilitando pequeños y sencillos cuartos de ambiente rústico a huéspedes venidos de todas partes. El punto de encuentro cada noche junto a la chimenea del viejo pub esconde más historias de las que nos podamos imaginar.

Cardrona Hotel en Nueva Zelanda

A su lado hay restos bien conservados de un edificio de correos y telégrafos con un surtidor de gasolina. Y, más adelante, la caseta de «The Old School» vende souvenirs tanto del hotel como de otras áreas de Nueva Zelanda. Pero nada de fanfarronadas que se repiten igual en Nueva York que en Shanghai, sino cierta artesanía (con la lana de oveja merina siempre presente) y recuerdos con cierta singularidad.

Sele junto a un antiguo surtidor de gasolina en el Cardrona Hotel de Nueva Zelanda

NOTA: Poco antes del hotel, a la altura de la vieja destilería, se aprecia una valla con cientos de sujetadores colgados. Al parecer hace casi treinta años aparecieron los primeros y, desde entonces, la gente empezó a dejar nuevos. A pesar de haber sido removido en distintas ocasiones porque la valla no daba abasto, parece que se ha convertido en una tradición. Razón por la que al lugar se le conoce como Bradrona, jugando con el término bra (sostén o sujetador en inglés) y el nombre de la localidad.

Queenstown, la capital del turismo activo y de naturaleza en Nueva Zelanda

En el corazón de los Alpes del Sur, con la cordillera The Remarkables afilando sus picos nevados al sol, emerge la popular y necesaria Queenstown. Una pequeña pero vibrante ciudad cuya fama es indirectamente proporcional a su tamaño (cuenta con menos de 20.000 habitantes). Asentada a orillas del prístino lago Wakatipu y abrazada por la majestuosidad de montañas y bosques, pasó a ser hace mucho tiempo ya la capital del turismo activo no sólo de Nueva Zelanda sino posiblemente de todo el globo. Lo que es seguro que atrae a gente adicta a la aventura y a los deportes, sobre todo relacionados con el alpinismo y el invierno, de numerosos países del mundo. ¿Qué tiene? Un paisaje alpino absolutamente delirante, infraestructuras hoteleras de todos los niveles y un sinfín de actividades al aire libre al alcance de la mano. Imán de almas adrenalínicas y seguidores fieles de la exploración de los escenarios más asombrosos de naturaleza. Queenstown es el lugar y, para muchos, una base férrea desde donde descubrir los paisajes casi insuperables de la región de Otago en la isla sur de Nueva Zelanda.

La carretera que va desde Tanaka a Queenstown es expectacular

Antes de convertirse en el epicentro del turismo de aventura, Queenstown presumía de ser un tranquilo asentamiento maorí conocido por las tribus Ngāi Tahu, que solían pasar por la región en busca de jade. A mediados del siglo XIX, durante la fiebre del oro, este núcleo de población a expandirse rápidamente cuando los colonos europeos descubrieron oro en el cercano río Arrow. La región entera se llenó de mineros con sus familias, así como buscadores de fortuna, estableciéndose como un centro próspero. Décadas más tarde llegaría el declive de la minería pero la ciudad se reinventaría como destino turístico aprovechando el nacimiento y expansión de las primeras estaciones de esquí para, después, atraer a otros deportes.

Queenstown y el Lago Wakatipu en Nueva Zelanda

El porqué resulta evidente. El espejo de agua del lago Wakatipu, de forma alargada, reflejando las imponentes montañas que lo rodean, conforma un panorama espectacular, independientemente de le la época del año a la que se acuda. Nosotros, de hecho, elegimos el comienzo de la primavera y nos encontramos una floración en explosión de cerezos y otros árboles, pero el otoño debe ser igualmente maravilloso.

Queenstown, la capital del turismo activo en Nueva Zelanda

Queenstown lleva muchos años postulándose como capital mundial del turismo activo. Aquí, por ejemplo, se empezó a practicar el bungee jumping (lo que viene a ser puenting), llevando a cabo el primer salto (comercial) en los años ochenta en el puente Karawau, lugar al que siguen saltadores hoy día. Pero, los deportes rey son el esquí y el snowboard durante el invierno austral (de junio a septiembre hay nieve segura) en las estaciones próximas de Coronet Peak o en The Remarkables (también en la ya mencionada Cardrona). Queenstown supone también el punto de partida ideal para disfrutar del senderismo en verano, con rutas como la Ben Lomond Track, que regala vistas panorámicas de la ciudad y el lago, practicar rafting en aguas bravas en los ríos Shotover y Karaway, hacer infinidad de rutas en bici de montaña, saltar en paracaídas, volar en parapente y así un largo etcétera.

Pero vaya, que también hay atractivos para quienes deseen un poco más de calma. Como navegar plácidamente por el lago Wakatipu en un barco de vapor histórico como el TSS Earnslaw, pecio que lleva funcionando desde tiempos del Titanic (1912), tomar Skyline Gondola, un teleférico que te sube a la cima del Bob’s Peak donde se obtienen unas vistas panorámicas de aúpa tanto de la ciudad, el lago y la cordillera de The Remarkables, hacer un tour de vinos de la región de Central Otago famosa por su producción de Pinot Noir o dedicarle un tiempo a las compras, pues a Queenstown no le faltan tiendas tiendas especializadas en artículos deportivos y ropa técnica, moda de lujo y recuerdos locales. El centro comercial O’Connell’s y las tiendas a lo largo de Camp Street y Shotover Street tienen una cantidad enorme de tiendas. Todo ello salpicado de restaurantes y agencias donde contratar excursiones varias, aunque lo mejor en el caso de esta ciudad es, si es posible, reservar con antelación las cosas que se pueden hacer allí porque probablemente se trate del lugar más turístico de toda Nueva Zelanda.

Árbol en flor en Queenstown

En nuestro caso Queenstown nos sirvió igualmente de base para acudir a Glenorchy en una ruta panorámica excepcional y conocer un pueblo donde todavía se respira el aire de los tiempos de la fiebre del oro y con una estética muy Far West, Arrowtown.

Arrowtown y la fiebre del oro

Apenas a un cuarto de hora de Queenstown en 1862 se fundó otra ciudad bajo el influjo de la fiebre del oro. El cercano río Arrow, al cual iban a batear en busca de las tan deseadas pepitas, dio nombre a la localidad de Arrowtown. Un lugar aún impregnado de historia y el cual conserva sus encantos de un pasado donde llegó a albergar una comunidad en busca de oro y prosperidad.

Arrowtown y la fiebre del oro en Nueva Zelanda

Hace mucho tiempo que el oro dejó de ser importante en Arrowtown, pero su casco viejo continúa siendo un tesoro. Pasear por sus calles principales, como, por ejemplo, Buckingham Street, conlleva volver a aquellos tiempos, que te flanqueen edificios de época perfectamente conservados, los cuales evocan la atmósfera del pasado. Se han preservado muchas de estas estructuras, datadas en su mayoría desde el último cuarto del siglo XIX hasta comienzos del XX. La mayoría han sido convenientemente restauradas y convertidas en museos, boutiques, galerías de arte y acogedores cafés, atrayendo la atención de quienes desean experimentar su rica herencia cultural. La panadería, la casa de correos, la comisaría, el banco… Se puede llevar a cabo una ruta arquitectónica (además bajo los buenos consejos que ofrece el personal del Lakes District Museum & Gallery, junto al antiguo banco donde se pesaba el oro obtenido en el río, y dedicar en este enclave tan próximo a Queenstown una visita diferente y enriquecedora.

Fachada del banco de Arrowtown en Nueva Zelanda

No sorprende encontrarse con turistas chinos quienes, por supuesto, en Nueva Zelanda son numerosos. Pero su relación con Arrowtown tiene cierto sentido. Porque además de su legado cultural y arquitectónico de corte más europeo, el municipio también cuenta con una rica historia china. Al parecer, durante la fiebre del oro, llegaron un gran número de inmigrantes procedentes de China para trabajar como mineros, enfrentándose a difíciles condiciones y, a menudo, a cierta discriminación. Hoy en día, el  conocido como «Chinese Settlement» es un importante punto de interés histórico que rinde homenaje a estos pioneros del Lejano Oriente, con sus humildes cabañas restauradas, ofreciendo una visión de aquellos tiempos duros que padecieron cuando los colonos europeos ya empezaban a desechar los trabajos más difíciles relacionados con la minería.

Fachada de la vieja Arrowtown (Nueva Zelanda)

Las colinas cubiertas de álamos y sauces, tanto en primavera como en otoño, proporcionan unos paisajes deslumbrantes alrededor de Arrowtown. De ahí que también se considere a esta ciudad como un punto de partida excelente para quienes deseen salir a disfrutar de agradables paseos por los diversos senderos que serpentean por los alrededores, destacando el “Arrow River Trail”, el cual persigue el cauce del río donde alguna vez se buscó oro. Incluso hay personas que se apuntan a tours donde convertirse en «pioneros» de antes y batear el río que, al parecer, sigue escupiendo pepitas.

Glenorchy y los escenarios de El Señor de los Anillos (Isengard y el Bosque de Lothlórien)

Entre Queenstown y Glenorchy hay cuarenta y cinco kilómetros de pura carretera escénica donde se persigue la sinuosa orilla del lago Wakatipu. Esta masa de agua, la tercera en tamaño de todo el país, se explica en un zigzag hasta su cabecera donde el río Dart, nacido del deshielo glacial, se encarga llenar el propio lago. Esta ruta bien pavimentada deja una gran cantidad de imágenes para el recuerdo. Para los que sean muy de parar en lugares fotogénicos… ¡Que se preparen! Porque en la carretera a Glenorchy surgen numerosísimos apartaderos y los clásicos carteles de «Lookout» referidos a puntos de observación bien acondicionados para aparcar los vehículos (e incluso con baños limpios a disposición de los viajeros y viajeras).

La ruta por carretera entre Queenstown y Glenorchy es fascinante

Una vez se llega a Glenorchy nos espera una diminuta localidad donde sus pocos habitantes conviven con una pequeña cobertura de establecimientos turísticos como hospedajes, agencias de aventura o empresas que ofrecen sobrevuelos por la zona. Ideal para quienes el trasiego de Queenstown les parezca demasiado y deseen una mayor tranquilidad.

Sele en el famoso cobertizo de madera de Glenorchy (Nueva Zelanda)

Todo un clásico es bajar al muelle e inmortalizar el cobertizo centenario de madera pintada de rojo. No sé qué tendrá pero me pareció un lugar tremendamente fotogénico e inspirador. A pocos metros un pequeño estanque separado de las propias aguas del lago cuenta con varias parejas de somormujos, los cuales a comienzos de la primavera inician un cortejo con sensuales danzas por parte de ambos considerada todo un espectáculo.

Somormujos en un estanque de Glenorchy (Nueva Zelanda)

Glenorchy viene repleto (como cada punto de Nueva Zelanda) de propuestas y opciones de turismo activo que da, nuevamente, para quedarse varios días si se dispone de tiempo. Pero somos muchos quienes proseguimos la carretera hasta el puente que cruza el río Dart (a 16 km) para observar el lugar donde el director neozelandés Peter Jackson situó la mítica Isengard y la torre del mago Saruman, las cuales aparecen en las dos primeras partes de la película de El Señor de los Anillos. No se puede negar que los parajes aquí no los hubiese soñado ni el mismísimo Tolkien cuando situó en sus obras ese mundo ficticio llamado Tierra Media.

Panorama de la isla sur de Nueva Zelanda donde Peter Jackson situó Isengard para la película de El Señor de los Anillos

Retrocediendo y tomando otro camino a Paradise hay otros hitos más dentro del rodaje de la película como es el bosque de Lothlórien donde se adentra la Compañía del anillo. Allí son sorprendidos por los elfos noldor y la bella dama Galadriel (interpretada por Cate Blanchett), cuyo papel en esta historia es determinante. También fue aquí donde se filmó la muerte del guerrero Boromir así como varias escenas de El Hobbit, pues aquí se recreó, por ejemplo, la casa de Beorn, personaje que se transforma en oso.

Sele en los bosques de Lóthlorien en Nueva Zelanda

Te Anau y nuestra primera aurora austral

Hicimos la transición por carretera nuevamente al oeste para poder ir a la región de Fiorland. Fue pensando, sobre todo, en la visita que haríamos a Milford Sound, probablemente el lugar que más ilusión me hacía conocer de Nueva Zelanda desde que lo supe situar en un mapa. En lugar de quedarnos más días en Queenstown, decidimos poner nuestra base un poco más cerca, en Te Anau, a orillas del lago del mismo nombre (segundo en tamaño de Nueva Zelanda) y, de ese modo, no tener tan alejada esta maravilla natural pudiendo, además, dedicar más tiempo para disfrutar de otra carretera escénica de auténticos tintes épicos como es la a SH94 con 118 km de longitud y no pocas paradas fundamentales.

Lago Te Anau (Nueva Zelanda)

La localidad de Te Anau se convierte los veranos en un hervidero de gente, tanto turistas locales como internacionales. De ahí que se encuentre repleta de hoteles y moteles pequeños, aunque en la época en la que fuimos nosotros, no vimos apenas visitantes. Aquí es muy típico ir a unas cuevas con las larvas bioluminiscentes como las de Waitomo en la Isla Norte, aunque como ya lo habíamos hecho días antes en esa zona, nos decantamos por ir a la noche al centro de Te Anau con el objeto de probar las deliciosas costillas de cordero que preparan en The Ranch Bar & Grill. Sólo digo que nos gustó tanto que regresamos un día más tarde a este sitio para volver a comer esas costillas tan increíbles.

Antes de ir a dormir nos colocamos a escasos dos metros de las aguas del lago para percatarnos del maravilloso cielo estrellado que teníamos encima. Estaba completamente despejado, con la vía láctea perfectamente perceptible en una posición de puente (se ve diferente en las zonas australes que en el Hemisferio Norte). Pero, de fondo, en el horizonte, se apreciaba cierta luminosidad que no tenía que ver con ninguna ciudad. Tras consultar distintas herramientas que utilizamos para salir a buscar auroras boreales, nos dimos cuenta que aquel resplandor se debía a las tonalidades rojas de una aurora austral. En ocasiones, cuando la potencia de las auroras que se pasean sobre la Antártida es muy alta, resulta posible admirar y, sobre todo, fotografiar este fenómeno en las latitudes más meridionales de Nueva Zelanda.

Sele ante una aurora austral en Te Anau (Nueva Zelanda)

Nos subimos a la furgoneta y buscamos un emplazamiento donde la contaminación lumínica fuese aún menor y nos permitiese gozar de unas vistas más amplias de los cielos. Y esa mezcla del techo celeste completamente estrellado (sin luna, además, que ayuda a distinguir mejor las constelaciones) con un fondo con una aurora (leve, eso sí) puso la rúbrica a otro sueño cumplido.

Algunos hitos de la carretera SH94 entre Te Anau y Milford Sound

Circular por la carretera SH94 entre Te Anau y Milford Sound supone profundizar con los cinco sentidos en una de las mejores rutas escénicas de Nueva Zelanda, atravesando el impresionante Parque Nacional de Fiordland. A lo largo de sus casi ciento veinte kilómetros, cuenta con numerosos puntos donde bien merece la pena, al menos, detenerse. Sea para hacer una caminata, tomar fotografías o simplemente pararse a respirar tratando de asimilar que lo que tiene delante supera con creces el umbral de los prodigios.

Carretera SH94 entre Te Anau y Milford Sound (Nueva Zelanda)

Si aconsejo pernoctar en Te Anau cuando se tenga pensado viajar hasta Milford Sound es precisamente para dedicarle más tiempo a esta ruta escénica repleta de miradores en escenarios diversos e igualmente dignos de admirar. Aunque se debe asumir que si nos detenemos en todos ellos, jamás llegaremos nuestro destino, por lo que conviene seleccionar los mejores puntos de interés en los que hacerse a la idea de la inexorable belleza del Parque Nacional de Fiorland. Y, por supuesto, rezar para que ese día no llueva y la visibilidad permita disfrutarlos en su máximo esplendor. He aquí algunos de los hitos más recomendables para hacer en la SH94:

  • Lake Mistletoe (km 28): Un pequeño lago en el costado derecho accesible a través de un sendero corto. Ideal para una caminata relajante y observar aves apenas al comienzo de empezar. *Nota: Nosotros este sitio, en concreto, lo dejamos pasar de largo porque preferimos bajarnos en el siguiente punto, a menos de un kilómetro.
  • Te Anau Downs Scenic Look out (km 29): Es cierto que el lago Te Anau no te lo terminas nunca, pero aquí hay un enclave precioso con una pequeña bahía y un embarcadero, una fotogénica cabaña de madera próxima a la orilla y un rancho repleto de caballos. Una parada bucólica de las de tomar aire y respirar bien profundo.

Cabaña en el Lago Te Anau de Nueva Zelanda

  • Eglinton Flats (km 53): Una vasta llanura de hierba alta flanqueada por montañas puntiagudas desde donde admirar la amplitud del valle del río Eglinton. Es un lugar especialmente hermoso durante las primeras horas de mañana, cuando la luz del sol ilumina las montañas circundantes y dora los campos. Por cierto, un emplazamiento donde no cuesta en absoluto imaginarse a los rohirrim a caballo luchando contra un ejército de orcos. Un lugar muy LOTR* (*Lord of the Rings).

Sele en Eglinton Flats (Nueva Zelanda)

  • Mirror Lakes (km 57): Si se cuenta con la suerte de gozar de un día despejado y poco ventoso esta será, sin duda, entre los hitos preferidos con diferencia. Hay una serie de lagos, todos ellos comunicados con pasarelas de madera, donde el reflejo de las montañas que tienen detrás, explica la razón de su nombre. Son espejos. Sin ningún género de dudas. Aunque advierto, de este lugar no te cansas y no te querrás ir nunca. Pero no te lo pierdas, bajo ningún concepto, porque es maravilloso.

Mirror Lakes en Nueva Zelanda

  • Knobs Flats (Km 63): Una parada muy del estilo en cuanto a paisajes a la de Eglinton, aunque se tiene más cerca el cauce del río y, si dejas el coche en el aparcadero junto a al Eglinton Valley Camp (a la derecha) hay unos baños que entrarían en la final de la Champions League de los mejores servicios del planeta. Limpios a más no poder, una sala de espera con sofás y una máquina de vending con snacks y refrescos, hasta una televisión que pone documentales de Nueva Zelanda y un dispensador de folletos de interés turístico. Sin duda, el mejor sitio para detenerse a mitad de camino, estirar las piernas y hacer «lo que se tenga que hacer» antes de proseguir destino Milford Sound.
  • Lake Gunn (km 75): Uno de los últimos campings antes de llegar a Milford (el más próximo se agota si no se reserva con meses de antelación). Cuenta con un bonito lago y una pequeña y accesible ruta circular en uno de sus costados donde las hayas rojas se apelotonan en el bosque. A finales de primavera y comienzos del verano austral (ya nos vamos a noviembre/diciembre) florecen en este área los lupinos o altramuces, plantas leguminosas alargadas de vistosos y delicados pétalos morados encargados de tapizar un paisaje ya de por sí soberbio. Está la parada del «Nature Walk» donde caminar un poco y, más adelante, en la carretera, hay otro apartadero para los vehículos donde colocarse junto a la orilla.
  • The Divide (km 84): Habremos dejado atrás (a mano derecha) otro lagos como Lake Fergus (atravesado por el río Eglington antes de drenar el ya mencionado Lake Gunn) y el diminuto Lake Lochie. El lugar tiene de interés ser parte de la conocida como Routeburn Track (un gran sendero de tres días, nivel experto), aunque mucha gente acude para hacer la Key Summit, una caminata de unas tres horas ida y tres vuelta sin pendientes agotadoras y unos resultados que lo convierten en una de las mejores rutas de medio día de toda Nueva Zelanda. Aunque, como todo, hay que ir con tiempo suficiente para hacerlo.
  • Hollyford Valley Lookout (km 86): Es un mirador con los sitios justos para poder aparcar (me imagino que en temporada alta habrá overbooking) pero con unas vistas panorámicas brutales. Aquí hay una mezcla fantástica de montañas escarpadas cubiertas de selva, el rumor de un río impetuoso y la huella de antiquísimos glaciares que modelaron el valle a lo largo de miles de años. Desde este punto, en días despejados, se aprecian perfectamente las cumbres blancas por la nieve en los picos circundantes, aunque son más usuales las neblinas paseándose por las copas de los árboles de este espectacular bosque de montaña. Ojo, tocamos ya áreas alpinas por lo que no sería raro toparnos con algún kea o loro de montaña. Aunque, si no es aquí, será seguro en las próximas paradas porque desde aquí hasta Milford Sound se dejan ver bastantes.

Paisaje de Hollyford Valley

  • Christie Falls (km 89): De aquí sale una caminata de apenas diez minutos que llevan a una cascada. Aunque, siendo honesto, en todo Fiorland existen miles de cascadas por lo que preferentemente, salvo que tengas ganas de quedarte a solas en este salto de agua en concreto, pasa a la siguiente casilla.
  • Monkey Creek (km 94): Aquí parar merece la pena. Nos damos cuenta de que nos encontramos en un punto cada vez más elevado y las montañas rocosas están cada vez más próximas y aguantan sus cumbres nevadas casi hasta el propio verano. Además de una vista fabulosa, constituye un punto neurálgico donde se reúnen los keas, los loros de montaña que tanto estábamos deseando ver. Se han debido acostumbrar a recibir comida de quienes se detienen aquí a hacer su picnic, que suele haber siempre un grupo mínimo de tres o cuatro preciosos loros de plumaje verde, el envés de color fuego y unas garras bien afiladas. Ojo, que se suben (y a veces se meten) a los coches y son muy aficionados a morder las gomas de las ventanillas o a levantar los limpiaparabrisas. Eso sí, son endiabladamente fotogénicos. Uno no se cansa de contemplarlos y fotografiar sus bellísimas plumas.

Pareja de keas, los loros de montaña de Nueva Zelanda

  • Gertrude Valley Lookout (km 98): La última parada antes de tomar el túnel que atraviesa las montañas nos deja otra bellísima perspectiva de los gloriosos parajes alpinos en el corazón de Fiorland.
  • Homer Tunnel (km 99): Hasta los años cincuenta no había acceso alguno por carretera hasta Milford Sound, de ahí que se construyera este estrecho túnel de mil doscientos metros de longitud y una pendiente descendente de un 10%. Durante los meses de primavera, verano y otoño funcionan unos semáforos que te obligan a esperar unos minutos, ya que funciona en un sólo sentido por vez. En invierno, por el miedo a avalanchas de nieve (que abundan por la zona), al haber menos tráfico, esto no se regula por medio de semáforos. Al final del mismo, si las vistas hasta ahora nos resultaban fascinantes, el Cleddau Valley nos sumerge directamente en un paraíso donde sólo las curvas nos mantienen con los pies en el suelo.
  • The Chasm (km 107): Un bosque denso con rápidos y cascadas del Cleddau Valley a escasos kilómetros de llegar a Milford Sound. Se llega a un puente a escasos minutos dentro de una caminata tan sencilla como corta. Lamentablemente después de que unas inundaciones destrozaran el puente y, aunque se ha rehabilitado de nuevo, en la actualidad no es posible atravesarlo, por lo que sólo se llega a uno de los bordes.
  • Milford Sound (km 118): Nuestro objetivo. Uno de los mayores prodigios de la naturaleza de todo Nueva Zelanda. Hay un enorme parking para dejar los vehículos (aunque se aconseja llegar con tiempo de cara a tomar el barco para hacer la que probablemente sea la navegación con mayúsculas de todo viaje al país que se precie). Finaliza aquí la ruta por carretera pero aguarda otra aún mejor.

Milford Sound con el Mitre Peak de fondo (Nueva Zelanda)

NOTA: Los kilómetros los he marcado desde el centro de Te Anau por lo puede haber una mínima variación de algún kilómetro.

SOBRE LA MILFORD TRACK

Si eres de trekkings fuertes y no quieres hacer todo esto en un vehículo, debes saber que existe la conocida como Milford Track, una ruta de varios días para hacer 53 kilómetros (dificultad elevada) saliendo desde el área Te Anau Downs (el segundo hito mencionado anteriormente). Ofrece una experiencia inmersiva en el corazón de la naturaleza salvaje dentro de Fiordland. A lo largo del camino, los senderistas atraviesan valles muy frondosos, densos bosques de hayas, ríos cristalinos, y montañas escarpadas. El punto culminante es el paso de Mackinnon (Mackinnon Pass), donde se puede disfrutar de vistas impresionantes de los picos circundantes y de los fiordos que caracterizan esta región.

Kea en el entorno de Milford Sound (Nueva Zelanda)

El sendero es famoso por la diversidad de paisajes que ofrece, desde exuberantes bosques lluviosos hasta impresionantes cascadas, como las poderosas Sutherland Falls, una de las cascadas más altas del mundo. A pesar de su belleza, el Milford Track requiere una buena preparación, ya que puede ser desafiante debido a las condiciones climáticas variables, especialmente las lluvias intensas que son comunes en Fiordland. Sólo se permite un número limitado de excursionistas por día durante la temporada alta caminata (de octubre a abril), aunque está abierta el resto de la temporada (con precios más moderados) lo que mantiene el ambiente del sendero tranquilo y preserva su naturaleza prístina. Se deben reservar el hospedaje en los refugios existentes con suficientemente antelación.

Milford Sound, la joya de la corona en Fiorland

Si había un sitio de Nueva Zelanda que tenía completamente idealizado en mi cabeza desde hace muchos años… ese era Milford Sound. ¿Y sabéis qué es lo mejor? Que la realidad superó cualquier concepción mental preconcebida. Hablamos no sólo de uno de los destinos más extraordinarios de Nueva Zelanda sino también de todo el mundo. Pues, dentro de un pequeño espacio, la naturaleza se contonea a lo largo de un fiordo flanqueado por inmensas paredes verticales, picos nevados, hielos perpetuos y una vegetación exuberante aferrada a este conglomerado de vida silvestre. Por aquí vuelan keas y gaviotas. También planean las águilas y otras rapaces. Los delfines se empeñan en dejarse ver junto a los surcos de la embarcación elegida para surcar estas aguas, mientras que los lobos marinos absorben la luz solar sabedores que, en cualquier momento, se vuelve a poner la nube y regresan las lluvias desgarradoras que caen aquí más que en ningún otro lado. ¡Pero es que también hay pingüinos! De hecho es el hogar del rarísimo pingüino crestado de los fiordos, especie endémica en la cara suroccidental de la gran isla sur neozelandesa donde unas poderosas cejas amarillas definen el rostro cómico de un animal tan hermoso como raro de ver. Aquí hago spoiler, durante nuestra navegación lo vimos. Vaya si lo hicimos. En realidad, no se nos escapó nada.

Paisajes de Milford Sound en Nueva Zelanda

El viaje hacia Milford desde Te Anau había sido toda una experiencia a lomos de nuestros vehículos por una SH94 prolífica de emociones. Si bien, nada mejor que explorar Milford Sound surcando sus aguas. Los recorridos en barcos (de distintas compañías y con capacidad de fácilmente cien personas), los cuales parten desde un único embarcadero, ofrecen una experiencia tan envolvente e inmersiva que permite sentirse parte de este entorno natural tan único. El fiordo, con algo más de 15 kilómetros de longitud desde el Mar de Tasmania hasta el interior, se encuentra rodeado por acantilados verticales que se alzan hasta 1,200 metros de altura, siendo el más prominente el Mitre Peak, una montaña icónica que parece surgir directamente del agua y apuntalar el cielo y que se aprecia, si las nubes no lo impiden, al inicio de la travesía.

Crucero por Milford Sound con Mitre Peak de fondo

La ruta de navegación, de unas dos horas de duración, te convierte en un ser ridículamente minúsculo ante la inmensidad que te rodea. Y esa sensación constante de verse en un lugar tan remoto como salvaje. El fiordo arropa tus emociones mientras el triángulo de Mitre Peak pasa de ser una mera silueta a un gigante inaccesible. Son muchas más las montañas que surgen en 360º, mientras que las cascadas se suceden una tras otra, incesantes e interminables. Las únicas capaces de quebrar el silencio en Milford Sound y, a la vez, de dejarte sin palabras. Aquí, además, tuvimos la suerte impagable de que durante la excursión no cayera una sola gota. Durante los días lluviosos, los cuales son la mayoría, ya que Milford Sound pasa por ser uno de los lugares más húmedos de Nueva Zelanda, con más de 200 días de lluvia al año, cientos de cascadas temporales brotan por todos lados, formando ríos que caen en picado desde gran altura. Residentes fijas serían Stirling Falls, que se despeña desde una altura de 151 metros, y la Bowen Falls, con 162 metros de altura. Lugares a los cuales el barco se acerca hasta convertirlo en una ducha que empapa toda la proa. Dejarse mojar por ellas mientras surgen pequeños e instantáneos arcoíris en aquel rocío refrescante, escuchar el rugido cercano de estos saltos de agua, es una manera como cualquier otra de conectar de manera profunda con aquel paraje.

Paisaje de Milford Sound (Nueva Zelanda)

A lo largo del recorrido por Milford Sound, la vida silvestre es un constante recordatorio de que estás en un entorno completamente salvaje. Se pasa cerca de colonias de lobos marinos de Nueva Zelanda, se avistan los delfines de nariz de botella, quienes a menudo aprovechan el movimiento del barco para sorprender con sus característicos saltos acrobáticos.  Pero, tal como fije antes, avistar el pingüino de Fiordland, una especie en peligro de extinción que habita en las áreas más remotas del parque, puede ser el regalo perfecto para quienes adoran capturar, ya sea con la retina o con la cámara fotográfica, esos soplos de naturaleza secreta. Algo que durante nuestra navegación sucedió (nada más y nada menos) en un par de ocasiones donde, además, les vimos bastante activos dando saltitos sobre las rocas.

Pingüino crestado de los fiordos fotografiado en Milford Sound (Nueva Zelanda)

A medida que el barco se aproxima a la desembocadura del fiordo en el Mar de Tasmania, el paisaje se vuelve aún más dramático. Se pasa de las aguas inmóviles al oleaje que se adivina al final del camino, aunque no se llega hasta allí. A veces alguna ballena despistada puede dejarse ver por allí, pero no es lo más normal. Comienza entonces un lento regreso a puerto, con paradas en grandes cascadas, desde donde seguir asimilando la grandiosidad de esta área natural.

Paisaje de Milford Sound en Nueva Zelanda

¿Qué nos hubiera gustado hacer en Milford Sound además del barco? Por supuesto, sobrevolarlo en avioneta o en helicóptero. O quedarnos más tiempo. En cambio, hicimos el Milford Sound Foreshore Walk, un sendero que parte del aparcamiento principal y que permite pasearse con los colosos de Milford, pico Mitre incluido, en el horizonte. Que tampoco está nada mal y es gratis total. Por no hablar de que nos volvimos locos fotografiando keas.

Kea en Milford Sound (Nueva Zelanda)

* NOTA: La excursión en barco por Milford Sound conviene reservarla con antelación suficiente, sobre todo en temporada alta. Hay que tener en cuenta que tanto a la ida como a la vuelta, la carretera da para detenerse en numerosísimas ocasiones, por lo que mejor no hacerlo excesivamente temprano pero tampoco muy tarde. Las 11:00 o las 13:00 son horas muy razonables.

Sele en Milford Sound (Nueva Zelanda)

Nugget Point, empezamos a subir por la costa este

Del universo de los fiordos neozelandeses damos un cambio radical para empezar a subir por la costa este de la Isla Sur. Y lo hacemos accediendo a The Catlins, dentro de la vasta región de Otago, a través de un enclave muy característico como es Nugget Point. Un lugar que se explica como un promontorio coronado por un antiguo faro (en funcionamiento desde 1869) que se asoma hacia un gran número de formaciones rocosas conocidas como «nuggets» (cuya traducción literal sería «pepitas»).

Nugget Point en Nueva Zelanda

Esta prominencia se eleva con rectitud sobre un océano turquesa, coronado por un faro histórico que guía la vista hacia las icónicas rocas. Unos bloques de piedra que se encuentran dispersos y bajo una erosión de decenas de miles de años de la que se nutre su propia irregularidad, se yerguen como los auténticos guardianes del cabo. El oleaje no cesa en su acoso sin aportar otro drama que la belleza en crudo de un lugar solitario y ventoso que esconde algo de mística.

Nugget Point (Nueva Zelanda)

Desde el sendero que lleva al faro, donde hay también un par de miradores, el paisaje de acantilados, y hierbas verdes va danzando al compás del viento. La travesía a pie resulta tan sencilla como asombrosa. El encanto de la soledad de este paisaje ondulado y caprichoso, no hace más que aportar razones para detenerse en la esquina sureste de la gran isla sur de Nueva Zelanda.

El grupo del viaje de autor a Nueva Zelanda 2024 en Nugget Point

CONSEJO: A escasos metros del parking principal de Nugget Point conviene tener en cuenta Roaring Bay. Esta pequeña y solitaria playa suele estar frecuentada por pingüinos de ojo amarillo, sobre todo a últimas horas de la tarde, aunque pueden aparecer en cualquier momento. Para no bajar a la playa y no molestar a estos animales hay un pequeño hide de madera donde resguardarse y observarlos en silencio. Aunque, en nuestro caso, debo decir que no llegamos a ver ninguno. Además después de haber observado durante el viaje al pingüino azul y al crestado de los fiordos, sólo nos faltaba esta especie para ver las tres que habitan las dos grandes islas de Nueva Zelanda. ¡Pero todo se andaría!

Roaring Bay, una pingüinera muy próxima a Nugget Point (The Catlins, Nueva Zelanda)

Dunedin, una ciudad escocesa en Nueva Zelanda

Tras hacer una breve parada en la localidad de Balclutha y almorzar sobre una mesa de madera de un florido Naisha Park, retomamos el ascenso por el litoral este para, una hora más tarde, alcanzar una preciosa ciudad donde sí merece la pena hacer un alto, o los que sean necesarios. Dunedin, ciudad hermanada con Edimburgo y más escocesa que la melena de William Wallace, nos recibió con un atractivo enjambre de fachadas victorianas y eduardianas en un centro urbano marcado por una plaza octogonal y un aire histórico y señorial no importa la calle que sea. La Catedral de San Pablo y, especialmente, la estación de ferrocarriles, probablemente el edificio más hermoso de toda Nueva Zelanda, con un aire neoflamenco y unos jardines arrebatadores al final de la imprescindible Stuart Street, bien merecen tomárselos en serio.

Estación de trenes de Dunedin (Nueva Zelanda)

Me gustaría además hacer un aparte para agradecer el recibimiento y el tiempo invertido con nosotros en Dunedin y la Península de Otago por parte de Silvia Herrero, lectora de este blog desde hace muchísimos años y residente precisamente en esta ciudad. Quedamos en encontrarnos en la estación de trenes y aportó un montón de historias y anécdotas al grupo con respecto a cómo es la vida en Nueva Zelanda para una española. Pasamos un tiempo magnífico juntos y, sin duda, fue un placer conocerla y saber esos vericuetos de cómo funciona este país al que adora profundamente y que se ha convertido en su hogar.

Detalle de Dunedin (Nueva Zelanda)

En Dunedin hicimos noche, por un lado para poder acceder a alguna de las playas salvajes y acantilados de la Península de Otago y, por otro, para poder disfrutar de algunos rincones arrebatadores de la segunda ciudad en número de habitantes de la isla sur de Nueva Zelanda. Cabe destacar, además de su rico patrimonio histórico de mediados del siglo XIX a comienzos del XX, una colección primorosa de arte urbano en no pocas fachadas. Así como una cualidad, la de guardar numerosas calles de grandes pendientes, entre las que se incluye la célebre Baldwin Street, la calle residencial más empinada del mundo, con una inclinación de nada menos que un 35%.

La arquitectura colonial y el street art (arte urbano) se dan la mano en la ciudad neozelandesa de Dunedin.

Playas salvajes, acantilados y fauna en la Península de Otago

De Dunedin hace una península que se explica como un cráter extinto y extremadamente erosionado que abre su mano a la costa. la conocida como Península de Otago se define a través de paisajes de acantilados emergiendo de manera abrupta así como playas que dan refugio a un buen número de especies de fauna salvaje. Bien conocidas son Sandfly Bay o Allan’s Beach, en el extremo sur, donde la arena dorada se extiende hasta encontrarse con olas potentes y vientos intensos que han moldeado un territorio ondulante de dunas y pastos. Aquí, en este entorno casi prístino, el paisaje parece cobrar vida y es posible avistar tanto leones marinos como, ocasionalmente, dos tipos de pingüinos como son los azules (kororā, los más pequeños del mundo) así como los de ojo amarillo. Sobre todo, al final de la jornada cuando del sol hemos pasado prácticamente al ocaso. En Allan’s Beach, que es la que transitamos nosotros, nos topamos con un enorme león marino descansando sobre la arena y pudimos observar un pingüino azul protegiéndose en su nido entre las rocas.

Pingüino azul en una playa de la península de Otago (Nueva Zelanda)

León marino descansando en Allan's Beach (Península de Otago, Nueva Zelanda)

Ya en el norte, en lo más alto de Taiaroa Head, se encuentra una de las únicas colonias continentales de albatros reales de todo mundo. En el Royal Albatross Centre se encuentra el epicentro de las visitas a estas aves enormes cuya envergadura puede llegar a los tres metros. Pero también se puede contratar el acceso próximo a Pilots Beach desde donde se puede ver la llegada de numeroso pingüinos azules después del atardecer (hay hasta unas gradas para sentarse y disfrutar de este espectáculo natural, pero conviene reservar la actividad con antelación). Lo que seguro se ven a miles son las gaviotas maoríes con sus características patas y picos de un color rojo fuego. Basta bajar desde el Royal Albatross Centre y asomarse a los acantilados que detienen las embestidas del océano.

Shag Point… territorio pingüino

Camino a Moeraki Boulders, nuestro objetivo a una hora de carretera por la State Highway 1 (SH1), tuvimos un «de repente» mientras pasábamos por la extensísima playa de Shag Point, a escasos minutos de llegar. Durante una conversación en la furgoneta me dio la sensación de ver un pingüino de pie en la playa estirando sus aletas, como poniéndose a secar al sol. Fue una imagen fugaz, de ni un segundo. Pero suficiente para dar la vuelta, aparcar frente a la casa de un particular (lo sé, no se debe hacer) y asomarnos a ver si aquello no había sido una alucinación. Y no lo fue. En absoluto. La realidad se mostraba en forma de pingüino de ojo amarillo caminando plácidamente por la arena. Más o menos de una altura de setenta centímetros, mucho más grande que el pingüino azul y similar en tamaño al crestado de los fiordos que habíamos visto en Milford Sound, nos dejó una secuencia idílica donde la naturaleza más pura nos dio su mano mientras aquella ave marina no voladora se dejó perder con el oleaje.

Pingüino de anteojos amarillos en Shag Point (Nueva Zelanda)

Ahora sí. Habíamos visto y fotografiado a las tres especies de pingüinos de Nueva Zelanda. Una anécdota, aunque para quienes somos muy aficionados a estos animales, sin duda se trataba de reto ilusionante el que habíamos logrado.

Grafitti del pingüino de anteojos en Dunedin (Nueva Zelanda)

Moeraki Boulders, esferas perfectas en la playa

Nueva Zelanda está plagada de rincones de apariencia «extraterrestre». Un buen ejemplo lo representan los conocidos como Moeraki Boulders, unas rocas esféricas situadas en la playa de Kohekohe en la costa este de la Isla Sur. Para los maoríes este fenómeno se explica, como todo, con mitología. Serían algo así como los restos petrificados del naufragio de una gran canoa maorí con su carga de calabazas y cestas de anguilas. Pero, obviamente, estas grandes pelotas de en torno a los dos metros de diámetro que se encuentran esparcidas sobre la arena se explican a través de la geología y la casualidad de un proceso muy largo conocido como concreción.  Este fenómeno sucede cuando minerales se concentran alrededor de una partícula central en el sedimento marino, como un fósil o una concha, y, a lo largo de millones de años, estos minerales se van compactando y endureciendo. A medida que el sedimento de alrededor se erosiona, las esferas de roca sólida, formadas por un núcleo de calcita, quedan al descubierto. Este proceso lento y gradual les dio su característica forma redondeada.

Moeraki Boulders en Nueva Zelanda

Las esferas de Moeraki comenzaron su formación hace unos sesenta millones de años en el lecho marino y quedaron expuestas con la erosión de los acantilados cercanos. Hoy día están en la arena y en el propio océano, pero aún alguna que otra se deja ver en el acantilado, como si la tierra estuviese a punto de parir un nuevo elemento.  Con forma redonda y pulida y el efecto de la erosión, contrastan con el resto del paisaje costero. Cada roca parece un pequeño mundo en sí misma, con patrones y grietas únicas que cuentan la historia de su creación. Y, cómo no, hablamos de un lugar extremadamente fotogénico.

Sele junto a una de las formas redondas de los Moeraki Boulders (Nueva Zelanda)

Junto al aparcamiento hay un centro de visitantes donde saber más sobre estas curiosas rocas y aprovechar para hacer unas compras, ir a los baños y continuar la marcha.

Ejemplar de los Moeraki Boulders en Nueva Zelanda

Oamaru, elegancia victoriana y fauna marina

A 30 minutos al norte de los Moeraki Boulders siguiendo por la SH1 nos quedamos encandilados con Oamaru, una pequeña y cálida ciudad costera con una amalgama de arquitectura histórica colonial tanto de la época victoriana como eduardiana. Excelentemente conservada y mirando al puerto, evoca los tiempos de esta localidad de alma marinera que también fuera un próspero centro de comercio dentro de la Isla Sur. Hoy muchos de estos edificios se han convertido en museos, galerías, tiendas y cafés donde la seducción de aquellos tiempos no se ha olvidado tampoco de la vanguardia hasta el punto de que existe en el municipio un centro de Steampunk donde se muestra una visión de retrofuturo apocalíptico con cierta flema británica.

Edificio colonial Steampunk en Oamaru (Nueva Zelanda)

Pero, además de la valiosa herencia cultural, Oamaru destaca por la presencia de fauna marina que se deja ver, sobre todo, al sur del puerto (en Friendly Bay). Cuando la luz mengua dejando un mínimo ápice de iluminación llegan los pequeños pingüinos azules para descansar en sus nidos. Una actividad que se debe contratar en el centro de visitantes, aunque está abierto todo el día. Y, de hecho, allí pudimos observar en las rocas una nutrida colonia de lobos marinos secándose al sol que obsequió con todo su fulgor a una estupenda mañana a esas latitudes de la Isla Sur.

Lobos marinos en Nueva Zelanda

Más al sur, tomando un sendero, se puede llegar a Bushy Beach, donde existen más probabilidades de avistar al pingüino de ojo amarillo. Pero ese día, ya habíamos gozado de la suerte de encontrarnos uno en Shag Point, justo antes de las famosas rocas esféricas de Moeraki.

Cartel que avisa del posible paso de pingüinos de anteojos amarillos en Oamaru (Nueva Zelanda).

Persiguiendo y fotografiando el Monte Cook (Lago Pukaki y Mount Cook Village)

Nos despedimos de la costa para adentrarnos nuevamente en busca de los contundentes paisajes alpinos de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Y para eso nada mejor que salir en busca y captura de su montaña de mayor elevación, el Monte Cook (Aoraki en maorí, con 3764 m.), hito geográfico que habíamos atisbado entre las nubes días antes desde el Lago Matheson (zona oeste) poco después de sobrevolar el glaciar Franz Josef. Pero ahora nos hallábamos en la otra cara de los Alpes neozelandeses y mirábamos la cordillera desde una nueva perspectiva oriental. Las condiciones meteorológicas no podían ser mejores, sin una sola nube en el horizonte y sumidos bajo una claridad que rezábamos se mantuviera mientras avanzábamos primero hacia Omarama, después camino a Twizel para llegar, poco más tarde, al lago Pukaki. Esta masa de agua de origen glacial y sus características aguas claras «harinosas», fue desde donde pudimos, por fin, mirar directamente el rostro blanco de la montaña sagrada, Aoraki, considerada el primogénito de Ranginui, deidad que representa el cielo. Aunque los británicos, en honor al navegante James Cook, nombraron esta elevación con el apellido de quien circunnavegó por primera vez Nueva Zelanda en 1793 (por cierto, tras robar los mapas del Pacífico a los españoles en Manila), aunque sabemos de sobra que el primer europeo en avistar las costas neozelandesas (y documentarlo) fue el neerlandés Abel Tasman dos siglos atrás.

Monte Cook en Nueva Zelanda

Desde el punto de vista meramente geológico, el Monte Cook constituye un símbolo de la energía tectónica activa en Nueva Zelanda y la constante transformación del paisaje. A lo largo de milenios, las fuerzas tectónicas han levantado estas montañas configurando un paisaje abrupto y accidentado, con riscos y laderas muy escarpadas. A medida que el hielo y la nieve se acumularon a lo largo del tiempo, también formaron grietas y cascadas de hielo, creando el característico terreno glacial de los Alpes neozelandeses.

Sele con los Alpes neozelandeses y el mítico Monte Cook destacados atrás

Lo que el Everest al Tíbet y a Nepal, el Denali a Alaska, el Kilimanjaro a Kenia y Tanzania o el Cervino para Suiza… eso precisamente representa el Monte Cook para Nueva Zelanda. Y para quienes viajamos a las antípodas, pues un atractivo. Pero dadas las nubes que suelen cubrir las zonas alpinas en buena parte del año, no siempre resulta posible contemplar con nitidez esta montaña así como el inseparable Monte Tasman, el segundo hito en altitud sobre el nivel del mar de 3497 metros. Ambos, sumidos bajo los hielos perpetuos (o casi perpetuos) de esos ríos sólidos llamados glaciares regalan una estampa absolutamente hipnótica. No hace falta escalar o hacer trekkings duros para mirar a la cara al Cook y sucederse en exclamaciones sin parar. Algo que en el Lago Pukaki se demuestra en todos y cada uno de los apartaderos desde donde detenerse a presentar respetos al viejo Aoraki. Algo, que debo decir, que es cierto porque pocos ángulos nos faltaron para admirar y fotografiar este coloso alpino.

El mítico Monte Cook, la cima más alta de Nueva Zelanda

MIRADORES DEL MONTE COOK EN EL LAGO PUKAKI

El Lago Pukaki ofrece algunos de los miradores más espectaculares para contemplar el Monte Cook (Aoraki) en la distancia, con sus aguas glaciares de un inconfundible color azul turquesa en primer plano. Aquí algunos de los mejores puntos de observación:

  1. Pukaki Lakeside Road (SH80): Esta carretera bordea el lago desde el sur y ofrece múltiples puntos de parada a lo largo del camino. Desde aquí, se obtiene una vista directa hacia el Monte Cook, con el lago extendiéndose en primer plano. De los de tomárselo con calma y admirar la vista sin desviarse mucho del camino hacia Mount Cook Village.

Monte Cook desde el mirador del Lago Pukaki (Nueva Zelanda)

  1. Peter’s Lookout: Ubicado en SH80 a unos 20 minutos al norte de la ciudad de Twizel, este mirador elevado es uno de los puntos más accesibles para admirar el Monte Cook. Desde aquí, el horizonte se despliega con el lago en la base y Aoraki en el centro de la escena. Es un lugar popular, ideal para capturar imágenes panorámicas con los Alpes del Sur de fondo.
  2. Mount Cook Lookout en Hayman Road: Desde Hayman Road, situada en la ribera sur del lago, este mirador proporciona una perspectiva diferente, donde el lago y la montaña se aprecian en diagonal. Ofrece una vista despejada y es un sitio menos frecuentado, perfecto para disfrutar del paisaje en tranquilidad.
  3. Lago Pukaki Visitor Centre: Situado en la entrada sur del lago, el centro de visitantes ofrece una plataforma elevada con información sobre el lago y el monte. Desde aquí, la vista de Aoraki es enmarcada de forma clásica, y el lugar cuenta con instalaciones básicas y fácil acceso.
  4. Braemar Road: Un camino de grava que corre por el lado este del lago y lleva hasta la zona de Braemar Station. Aunque algo alejado, recompensa a quienes buscan una vista panorámica amplia, donde se puede ver el lago en toda su extensión con el Monte Cook al fondo, enmarcado por todo el paisaje de los Alpes.

Imagen del Monte Cook en Nueva Zelanda

Otro de los emplazamientos esenciales no sólo para admirar el Monte Cook sino para adentrarse en su territorio es acudir a Mount Cook Village, un área con infraestructuras turísticas (y un hotel nada económico pero con unas vistas superiores). Desde su parking más alejado existen multitud de senderos que merecen la pena. Los más conocidos:

  1. Hooker Valley Track: Este es uno de los senderos más populares y accesibles de la zona. De 10 kilómetros (ida y vuelta) y con solo 3 horas de duración promedio, lleva a los excursionistas por un valle espectacular. El camino, relativamente llano, cruza tres puentes colgantes y termina en el lago glaciar Hooker, donde flotan icebergs y se obtiene una vista frontal del Monte Cook. Es una ruta ideal para quienes desean una experiencia alpina sin demasiada dificultad.
  2. Kea Point Track: Esta caminata de una hora (ida y vuelta) es una opción fácil que permite alcanzar el mirador de Kea Point, desde donde se pueden contemplar el glaciar Mueller, el valle Hooker y la majestuosa silueta del Monte Cook. Es un sendero corto y bien mantenido, perfecto para familias o quienes busquen una caminata rápida con vistas panorámicas.

Glaciar y lago Mueller en Nueva Zelanda

  1. Sealy Tarns Track: Conocido como un «desafío corto pero empinado», este sendero lleva a los caminantes hasta los tarns, o lagunas, de Sealy, en unas dos horas de subida. El camino incluye más de 2,200 escalones que atraviesan un paisaje montañoso increíble. Desde arriba, se obtienen vistas impresionantes del valle Hooker y del Monte Cook, además del glaciar Mueller. Es un sendero para quienes buscan algo más desafiante y están preparados para una buena subida.
  2. Mueller Hut Route: Uno de los senderos más exigentes y gratificantes, el Mueller Hut Route requiere entre 6 y 8 horas de caminata en total. Es un sendero de alta montaña que continúa desde Sealy Tarns, atravesando secciones escarpadas y expuestas. Al final, los caminantes llegan a la Mueller Hut, donde pueden quedarse a pasar la noche. Desde aquí, las vistas de 360 grados de los Alpes del Sur y el Monte Cook son inigualables. Esta ruta es ideal para montañistas con experiencia en senderos alpinos.
  3. Governors Bush Walk: Un paseo corto y sencillo de 30 minutos (ida y vuelta) que atraviesa un pequeño bosque nativo, Governors Bush Walk es perfecto para quienes desean una caminata tranquila. Es un sendero fácil y sombreado, ideal para un paseo matutino, con la oportunidad de observar flora local y disfrutar de un ambiente de bosque alpino.

TASMAN LAKE (Con vistas al glaciar Tasman y con témpanos de hielo)

Si se continúa la carretera desde Mount Cook Village para adentrarse en la Tasman Valley Road durante siete kilómetros, pronto se tendrá acceso (tras una caminata de apenas kilómetro y medio) al Lago Tasman. Se trata de un lago de evidente origen glaciar. Belleza cruda y deslumbrante nacida del deshielo del glaciar Tasman, el cual comenzó un veloz retroceso en los años setenta. Su color gris azulado se mezcla con la morrena arrastrada por los icebergs desprendidos por el propio glaciar, bloques de hielo convertidos en pequeñas obras de arte de la naturaleza más caprichosa y efímera. Si el día está despejado, las vistas de los colosos que se elevan en el corazón de los Alpes del Sur, son magníficas.

Para quienes buscan una experiencia más inmersiva, es posible realizar recorridos en barco (se debe reservar con mucha antelación) o en kayak, en los cuales es posible aproximarse a los icebergs y observar el frente glaciar. Una perspectiva única de la evolución de un paisaje soberbio.

Lago Tekapo

Uno de los lugares donde hicimos noche en nuestro periplo por la cara oriental de los Alpes neozelandeses fue el Lago Tekapo. Una masa de agua de color turquesa rodeada de un trepidante entorno montañoso. Hay una notable infraestructura en su extremo más meridional (con hoteles, restaurantes, gasolinera, etc.), aunque en la noche en la que fuimos hubo un gran apagó debido a un accidente de helicóptero contra una subestación eléctrica que dejó sin energía a toda la región. Casualmente se trata de uno de los lugares más alabados por tratarse de un área de nula contaminación lumínica ideal para contemplar con nitidez los mejores cielos estrellados de Nueva Zelanda, por lo que quedarse a oscuras en Tekapo, tampoco está tan mal (aunque debe estar sin nubes, por supuesto).

Lago Tekapo (Nueva Zelanda)

A orillas del lago se encuentra la Iglesia del Buen Pastor, un pequeño y encantador templo cristiano construido en piedra que se ha convertido en uno de los puntos más fotografiados del país, sobre todo en noches estrelladas (y cuando se deja ver la aurora austral). Fue levantada en el año 1935 y encaja a la perfección con un entorno arrebatador.

Lago Tekapo con la iglesia del Buen Pastor (Nueva Zelanda)

A la salida del pueblo se puede subir a un observatorio astronómico. Y a una decena kilómetros al norte, siguiendo la Godley Peaks Road, recomiendo detenerse en un pequeño lago (sobre todo, si lo comparamos con Tekapo o Pukaki) donde vienen con sus crías los cisnes negros, así como otras aves acuáticas. Se trata del Lago McGregor, caracterizado por una ubicación apartada y pacífica al que acuden los locales (porque apenas llegan turistas extranjeros) para venir a pescar, especialmente en los meses de verano. Además, un corto y fácil sendero conecta el Lago McGregor con el cercano Lago Alexandrina, permitiendo a los visitantes explorar ambos lagos en un paseo tranquilo hacia esta joya escondida que sabrán apreciar a quienes les guste descubrir algunos de los rincones menos explorados de Nueva Zelanda.

Lago McGregor en Nueva Zelanda

Clay Cliffs, un paisaje de cárcavas único en Nueva Zelanda

Muy cerca de la localidad de Omarama (no nos separamos mucho del área de los Alpes neozelandeses) recibimos otra de las grandes sorpresas del viaje. No estaba metido en la ruta, pero finalmente lo incluimos antes de marcharnos de vuelta al litoral oriental. Clay Cliffs se miden como un contraste absoluto con el entorno circundante a base de una sucesión de formaciones geológicas asombrosas nacidas de millones de años de acumulación de sedimentos de antiguos ríos y lagos que quedaron expuestos a la erosión. Un sistema de cárcavas donde la lluvia, el viento y, sobre todo, el tiempo, se dedicaron a esculpir un paisaje dramático de pináculos y grietas que hacen las delicias de los amantes de la naturaleza y la fotografía. Aquello resulta un laberinto digno de recorrer y capturar, ya sea con la mirada o con la cámara, diferente a cualquier otro paisaje de Nueva Zelanda.

Clay Cliffs en Nueva Zelanda

Se debe pagar por acceder (5 dólares), ya que está dentro de una enorme finca privada, pero no hay ni puesto de control ni guardia. Tan sólo un buzón donde depositar el dinero que, como todo en este país, se debe a la buena fe de los visitantes. Otro aspecto que habla muy bien de la cultura y educación en este país de Oceanía.

Burkes Pass (un escenario de la Ruta 66 en la Isla Sur de Nueva Zelanda)

El viaje estaba a punto de llegar a su fin y debíamos desplazarnos desde Tekapo hasta Christchurch, ya que en poco más de veinticuatro horas debíamos tomar un avión de vuelta a casa. Por la carretera estatal número 8 (State Highway 8) hacia el este, a escasos veinticinco kilómetros del propio Tekapo, nos detuvimos en un espacio donde un tipo exhibía aparejos relacionados con la Ruta 66 y tenía todo tipo de estructuras, señales, vehículos y hasta surtidores que logran trasladarte a la más mítica de las rutas por carretera. Una colección increíble para entusiastas del concepto Road Trip.

Sele en Burkes Pass (Nueva Zelanda)

Geraldine Fairlie Lookout en la State Highway 79 (y un recuerdo a los paisajes de Canterbury descritos en las novelas de Sarah Lark)

A 30 km del Burkes Pass, cuando hemos dejado además la SH8 para entra en la SH79 encontramos un pequeño mirador a mano izquierda. A priori no parece nada fuera de lo normal, sobre todo cuando se viene de haber hecho todos los miradores posibles del Lago Pukaki y alrededores donde las montañas te abrazan en 360 grados. Pero tiene cierto simbolismo, sobre todo para aquellas personas que han leído las novelas de Sara Lark basadas en los bucólicos paisajes rurales de Canterbury descritos en «El país de la nube blanca» y sus secuelas. Desde este mirador, quienes dedican unos minutos a contemplar lo que tienen delante advierten un paraje 100% rústico propio de la región. Con colinas onduladas, vastas praderas y las lejanas cumbres nevadas de los Alpes del Sur sirviendo de un digno marco para la escena. La serenidad del paisaje, interrumpida solo por alguna que otra cerca, una granja o un rebaño de ovejas, evoca la atmósfera nostálgica y romántica de los tiempos en los que se establecieron colonos procedentes de Gran Bretaña en estas tierras que tan bien aparecen descritos en la obra literaria de Sarah Lark. Autora que captura como nadie la esencia de estos paisajes de Canterbury, envolviendo al lector en los horizontes neozelandeses en las historias de esos pioneros que llegaron a estas tierras habitadas, entonces, por los maoríes.

Paisaje de Canterbury en Nueva Zelanda, el escenario que inspiró a Sarah Lark para su trilogía del País de la Nube Blanca

Chistchurch

Si accedimos a Nueva Zelanda por Auckland, en la Isla Norte, saldríamos del país por Christchurch, la ciudad más grande de la Isla Sur. Cuando se hacen ambas islas suele resultar lo más lógico para ahorrar kilómetros, ferris y optimizar el tiempo al máximo aprovechando su aeropuerto internacional. Hasta hace no demasiado Christchurch se consideraba un centro urbano apetecible, famoso por sus jardines y parques así como su bella arquitectura. Sin embargo, el terremoto del 22 de febrero de 2011 dejó una huella indeleble en la ciudad y su historia reciente. Este seísmo de magnitud 6.3 tuvo un impacto devastador, pues asoló gran parte del centro urbano, dañó severamente su icónica catedral y desplazó a miles de residentes. A raíz de este desastre, Christchurch ha experimentado una notable pero muy paulatina reconstrucción, de ahí que todavía le quede bastante para mostrarse de nuevo al mundo. Aún así, hoy día, Christchurch sigue siendo una parada esencial para quienes visitan Nueva Zelanda convirtiéndose en un punto de llegada o de partida muy usual.

Amanecer en Christchurch (Nueva Zelanda)

Debo decir que para el día de que disponíamos para Christchurch teníamos para escoger en función del tiempo que hiciera, bien Kaikoura (a tres horas al norte) para hacer un safari de ballenas así como otros cetáceos, o la península Banks y salir a navegar en el puerto de la afrancesada Akaroa (a menos de una hora al este). Finalmente escogimos la segunda opción.

Akaroa, una rareza francesa en la Península de Banks

La Península de Banks, apenas a un costado de Christchurch en plena costa oriental de la isla sur neozelandesa, se explica como otra maravilla geológica de las muchas con que nos obsequia este país. Este promontorio se formó hace algo más de ocho millones de años. ¿Cómo? A base de una agitada actividad volcánica que dejó a la luz un enorme cráter el cual se fue erosionando con el paso de los milenios. Pero, al estar tan próximo al océano, el terreno volcánico dejó paso a una costa accidentada repleta de bahías, calas y fiordos cuyos dedos de agua reciben la visita de numerosas especies de fauna marina como lobos marinos, pingüinos y delfines de Héctor, los más pequeños de su familia y presentes únicamente en las costas de Nueva Zelanda.

Mapa satelital de la Península de Banks en Nueva Zelanda

Una de las características más impresionantes se debe a su accidentada geografía y una costa recortada hasta el extremo, con vastos y verdísimos valles que se hunden en la tierra para conectar con el mar. Estos valles volcánicos albergan playas solitarias, acantilados escarpados y afloramientos de lava que revelan la historia volcánica del área.

Paisaje volcánico de la península de Banks (crucero en Akaroa), Nueva Zelanda

Además de su geología única, la Península de Banks es conocida por sus praderas y colinas onduladas, cubiertas de pastos y matorrales nativos, que crean un paisaje casi literario. Hay multitud de granjas de madera y en la carretera, no exenta de miradores extraordinarios, resulta fácil encontrar rincones donde los lugareños venden huevos de corral y quesos en esta «pequeña Francia» en este territorio y cuyos habitantes se concentran, sobre todo, en esa pequeña y colorida villa con puerto denominada Akaroa.

Vista de Akaora desde el barco

Akaroa recibió a numerosa población francesa a partir de 1840. Se convirtió en la particular «aldea gala» de Nueva Zelanda rodeada de influjos británicos pero donde aún se deja ondear la bandera tricolor. Allí las casas de madera, todas de vivos colores con flores frescas en ventanas y balcones, trasladan al visitante a un pedacito de Francia. Sus calles, con adorables boutiques, galerías, cafés y boulangeries donde hornean deliciosos croissants, están hechas por y para los paseantes. Aquí el coche no hace falta. Sólo los pies o, como mucho, su vehículo estrella, el barco, pues en esta entrada de mar se hace una de las excursiones de navegación con más encanto del litoral oriental de Nueva Zelanda.

Calle de Akaora en Nueva Zelanda

Nosotros salimos en una de las embarcaciones de la empresa local «Black cat» para dedicar una hora y media a descubrir los paisajes espectaculares de la Península de Banks y su abundante fauna marina. Al embarcarse, la pequeña bahía de Akaroa ofrece una vista encantadora del pueblo con su arquitectura de inspiración francesa y sus colinas verdes que descienden hacia el agua. A medida que el barco se fue adentrando en busca del océano, las paredes volcánicas que rodean la bahía se iban elevando vertiginosamente a ambos lados, revelando acantilados, formaciones rocosas, cuevas y calas solitarias que cuentan la historia geológica de la península.

Excursión en barco en Akaroa (Nueva Zelanda)

Durante la travesía, pudimos observar los famosos delfines de Héctor, una especie endémica de Nueva Zelanda considerados entre los delfines más pequeños y raros del mundo. Juguetearos cerca del barco, aunque son tan veloces que costaba fotografiarlos bien. También avistamos lobos marinos descansando en las rocas, algunos cormoranes e incluso en la distancia un pequeño pingüino azul, que ocasionalmente se dejan ver nadando por estas costas.

Delfín Héctor en Akaroa (Nueva Zelanda)

Sin duda, la mejor manera de decir adiós a Nueva Zelanda por medio de una última experiencia. Hablo por mí, y creo que por el grupo, que fue una rúbrica maravillosa dentro de un viaje que nos marcó a todos para siempre. En Akaroa nos dimos cuenta de que el sueño se acababa, que estábamos a punto de despertar. Y que por delante teníamos más de veinticuatro horas de vuelo para volver a casa. Agotados pero sumamente felices.

León marino en la excursión en barco de Akaroa (Nueva Zelanda)

TEST RÁPIDO SOBRE VIAJAR A NUEVA ZELANDA

Aquí tenéis una lista de preguntas y respuestas cortitas y al pie con alguna información práctica y útil para viajar a Nueva Zelanda.

  • ¿Hace falta visado para viajar a Nueva Zelanda–> Sí, los ciudadanos españoles y de la UE necesitan una Autorización Electrónica de Viaje (NZeTA) para entrar a Nueva Zelanda, incluso para estancias cortas por turismo o tránsito. Este permiso no es un visado tradicional, pero es obligatorio y debe gestionarse antes de viajar. También se requiere pagar una tasa de conservación (International Visitor Conservation and Tourism Levy, IVL) al solicitar la NZeTA.La NZeTA se puede obtener en línea (www.immigration.govt.nz/new-zealand-visas) o a través de una aplicación móvil oficial (NZeTA app tanto para Android o Apple). El proceso es rápido y suele aprobarse en pocas horas, aunque se recomienda solicitarla al menos 72 horas antes del viaje. Una vez aprobada, es válida por hasta 2 años y permite múltiples entradas al país, con una duración máxima de estancia de 3 meses por visita..

Ostrero común en Nueva Zelanda

  • ¿Qué aerolíneas vuelan a este destino?–> No existen vuelos directos desde España a Nueva Zelanda, pero varias aerolíneas ofrecen opciones con una o dos escalas. Emirates (nuestra elección) y Qatar Airways conectan a través de Dubai y Doha, respectivamente, mientras que Singapore Airlines y Cathay Pacific lo hacen vía Singapur o Hong Kong. Otras opciones incluyen Qantas y Air New Zealand, que operan desde hubs como Sídney, Melbourne o Los Ángeles. Las combinaciones con aerolíneas europeas como Lufthansa o British Airways también son frecuentes para llegar a estos puntos de conexión. El precio no baja de los 1500-2000€ salvo combinaciones rocambolescas o que haya un fallo de programación.

Ave de Nueva Zelanda

  • ¿Cuántos días son recomendables como mínimo para este viaje?–> Como mínimo diría que tres semanas, pero Nueva Zelanda da para estarse dos o tres meses y hacer cosas nuevas cada día. Pero, como el tiempo suele ser limitado y los precios de las cosas están como están, asegurar veinte días completos permite visitar un montón de cosas tanto de la isla norte como de la isla sur.

Hobbiton (Nueva Zelanda)

  • ¿Un destino para roadtrip?–> No es que sea un destino más para roadtrip, es que ES EL DESTINO POR EXCELENCIA PARA ROADTRIP. Ideal para viajes en coche o en autocaravana. La opción de alquilar un vehículo en el aeropuerto de Auckand (consultar comparador de coches de alquiler para ese lugar exacto) es la más adecuada para quienes deseen viajar por libre al archipiélago. Las carreteras están en un perfecto estado, además, por lo que este es el modo de viaje idóneo para llevar a cabo en este territorio oceánico.

Imagen de una carretera de Nueva Zelanda

  • ¿Nueva Zelanda es un destino seguro?–> Por supuesto. De hecho está entre los más seguros del mundo. Podrías dejar tu vehículo abierto con una cámara de fotos en el interior, irte a dar un paseo y regresar como si nada y todo en su lugar. Aunque eso no quita que, en ocasiones, sucedan contratiempos que nos puedan jugar una mala pasada. Nunca se está exento de caer enfermo o de tener algún accidente que requiera recurrir a los servicios médicos de las islas. Y, dado que no es válida la tarjeta sanitaria europea, se aconseja llevar un buen seguro de viaje (recomiendo IATI, con un descuento para seguidores de El rincón de Sele).

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Llevar un seguro de viaje es esencial para protegerte contra imprevistos que pueden arruinar tus planes y poner en riesgo el coste económico de un viaje. Un seguro cubre emergencias médicas, pérdidas de equipaje, cancelaciones de vuelos y otros incidentes inesperados que podrían ocurrir durante tu viaje. Además, en destinos internacionales, sea en este u otro destino, la atención médica puede ser costosa y un seguro garantiza que recibirás el tratamiento necesario sin enfrentar gastos exorbitantes. En resumen, un seguro de viaje te brinda tranquilidad, permitiéndote disfrutar de tu viaje sabiendo que estás protegido frente a cualquier eventualidad.

Sele en Wai-o-Tapu (Nueva Zelanda)

  • ¿Es obligatoria alguna vacuna?–> Ninguna en estos momentos. Por supuesto, siempre siempre es positivo recibir las recomendaciones de los servicios de salud que tengas a tu alcance para distintas recomendaciones.
  • ¿Cuál es la mejor época del año para visitar Nueva Zelanda?–> La mejor época para visitar Nueva Zelanda depende del tipo de experiencia que se busque, pero en general, los meses de verano austral (diciembre a febrero) son ideales. Durante esta temporada, el clima es cálido y bastante más seco, perfecto para explorar las playas, practicar senderismo y disfrutar de actividades al aire libre. Pero, por contra, también el periodo más concurrido y donde los precios son más elevado. Si se prefiere menos turistas y paisajes igualmente hermosos, considera la primavera (septiembre a noviembre, nuestra elección) o el otoño (marzo a mayo). Estas estaciones ofrecen temperaturas agradables, flores en primavera o colores otoñales, y precios más accesibles sin encontrarse apenas con visitantes. Para los amantes del esquí y la nieve, el invierno (junio a agosto) es ideal, especialmente en la Isla Sur (y, dentro de ella, Queenstown).

Primavera florida en Nueva Zelanda

  • ¿Cómo tener internet en el móvil desde el principio? –> En mi caso me llevé una eSIM (tarjeta virtual que dejé ya instalada en el teléfono móvil antes de salir) para funcionar aquellos días. ¡Y tenía buena red en todas partes! Puedes adquirirla aquí con rebaja.

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  • ¿Habrá más viajes de autor a Nueva Zelanda?–> Dado el éxito de este viaje, hemos organizado otra ruta para abril de 2025 con todos los ingredientes del viaje que acabas de leer. En ese caso no acudiré yo al mismo pero he participado en la fase de diseño y vendrán guías de X-Plore en habla castellana que llevarán al grupo a estos lugares. Pídeme más información y te enviaré el programa completo. Consulta otros viajes de autor con plazas para el 2025.

 

BREVE VÍDEO RESUMEN DEL VIAJE

 

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Adiós Nueva Zelanda. Adiós a mis queridos «taranakers», grupo de entusiastas viajeros y amigos con los que volvería a cualquier lugar de este planeta. Los lugares importan. También las experiencias. Pero… qué razón tenía Christopher McCandless y cuánto tardó en darse cuenta de que LA FELICIDAD ES REAL CUANDO SE COMPARTE. Nueva Zelanda nos regaló el «dónde» pero también el «con quién». Y de eso me sentiré orgullosísimo toda la vida.

Equipo del viaje a Nueva Zelanda 2024

¡Salud y viajes!

Sele

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