Ruta y mejores momentos de un viaje a Tanzania
Dicen que un safari puede considerarse una versión del juego del escondite en plena naturaleza. Pero en vez de de ocultarnos en espacios cerrados, nos aventuramos en vastas extensiones salvajes bajo el noble objetivo de descubrir a muchos de esos animales que se nos aguardan entre los matorrales y la vegetación. Pocos escenarios mejores se me ocurren para llevar a cabo este desafío de observación, paciencia y entusiasmo que los que proporciona un destino como Tanzania. Este país de África Oriental se ha convertido desde hace décadas en el tablero de juegos preferido para viajeros y viajeras de todo el mundo donde las piezas se ubican en la sabana así como las grandes llanuras. Y donde, al contrario que en otros tiempos, los disparos se dan con la cámara fotográfica para poder capturar de manera inofensiva diversas y preciosas secuencias de naturaleza con las cuales crear la composición de nuestro propio documental de fauna salvaje.
El Parque Nacional del Serengeti, así como el cráter del Ngorongoro, la silueta del Monte Kilimanjaro desde la Reserva de Sinya o los suelos cenagosos del Lago Natron fueron algunos de los lugares que formaron parte de una fascinante ruta por el norte de Tanzania. Donde los distintos parajes, la observación de numerosas especies de mamíferos y de aves, así como el conocimiento de algunas de las distintas etnias que habitan este territorio, dieron forma a un viaje extraordinario a uno de los destinos naturales más asombrosos del planeta. Con momentos de gran emoción los cuales, estoy convencido, no olvidaremos nunca.
¡NUEVO! VOLVEMOS A TANZANIA EN MAYO DE 2024 (Junto a Kenia y Zanzíbar). Más información sobre este viaje de autor.
YA DISPONIBLE: Post de 25 consejos prácticos para viajar a Tanzania (Guía útil con mucha información que servirá para preparar el viaje).
Safari en Tanzania: La ruta y la época elegida para un viaje de autor muy especial
Muchas de las personas que me leéis sabéis de sobra mi afición por los safaris fotográficos y toda clase de viajes donde podamos mirar a la naturaleza directamente a los ojos. No cabe duda, por tanto, en escoger a Tanzania como uno de los destinos o experiencias más fabulosas donde observar en vivo y en directo a la fauna salvaje dejándose llevar por la propia libertad que le proporciona su hábitat natural. Nombres como Serengeti o Ngorongoro tienen demasiado peso como para no tener a este país de África del Este (junto a otros como Kenia o Uganda) en la cumbre de los mejores safaris posibles en el continente.
Tras varios años liderando grupos de viajes de autor donde darle una vuelta a no pocos conceptos del viaje organizado, llegó el turno de Tanzania. Tardamos realmente poco en completar el equipo para esta experiencia diseñada en el cénit de una fructífera y duradera colaboración entre Pangea y El rincón de Sele. Aunque no nos ceñimos tan sólo en los clásicos sino en meditar muy bien tanto la ruta como la época elegida para el viaje (mayo de 2023). Así como de dotar de ciertas particularidades y sorpresas que llenaran de atractivo una aventura que estábamos convencidos que cuyos integrantes tardaríamos en olvidar.
¿Por qué mayo? Tanzania es un destino con muchos motivos para visitarlo durante cualquier época del año, pero consideramos que mayo era perfecto. Por un lado, dejábamos atrás las lluvias que riegan el país durante el invierno hasta bien entrado abril. Pero los pastos seguirían estando verdes y el cráter del Ngorongoro en su esplendor. Y, aunque no estaríamos en el culmen de la Gran Migración de ñúes y cebras cruzando el río Mara hacia Kenia, evitaríamos por completo la temporada alta cuando más gente está haciendo safaris veraniegos en esta parte del mundo (más visitantes, menos plazas hoteleras y un coste económico mayor). Sabiendo, además, que la migración sucede durante todo el año pero que sabiendo dónde se agrupan las grandes manadas (en mayo pueden estar en el sur del Serengeti cerca de Ndutu o en pleno corredor oeste en el entorno del río Grumeti) en este momento de la temporada.
Además jugaríamos con el orden de las visitas y añadiríamos algunos destinos menos visitados pero realmente interesantes. Como la Reserva de Sinya desde la cual apreciar las mejores vistas del Kilimanjaro desde Tanzania pudiendo observar algunas especies de herbívoros no presentes en otras zonas del país (como el gerenuc o el antílope jirafa), visitando el entorno del Lago Natron y miles de flamencos revoloteando con la silueta al fondo del Ol Doinyo Lengai, el volcán sagrado de los masáis. O accediendo al Serengeti por la parte norte (Lobo desde la Klein´s Gate), mucho menos concurrida que la del sur y donde viviríamos una experiencia prácticamente en solitario. Sin olvidar nuestro paso por el Lago Eyasi para pasar un día con los hadzabe, los últimos bosquimanos de África Oriental, o los datoga, los máximos rivales de los masái.
Hoja de ruta del viaje a Tanzania Norte
Finalmente la ruta quedaría de la siguiente manera:
Recorrido (por orden): Aeropuerto Internacional Kilimanjaro – Reserva de Sinya – Lago Natron y entorno del volcán Ol Doinyo Lengai – Serengeti Norte (Klein’s Gate y Lobo) – Serengeti Oeste (Maisha Tented Camp) – Seronera – Naabi Hill – Ndutu (Sur Serengeti) – Cráter de Ngorongoro – Lago Eyasi – Karatu – Mto Wa Mbu – Aeropuerto Internacional Kilimanjaro
Por supuesto que esta es una porción minúscula de Tanzania, pero sí la más representativa para llevar a cabo los primeros safaris en los parques o reservas más importantes. Aunque, no cabe duda, que Tanzania es un destino para más de un viaje y conocer otras partes del país. Incluso saltando a la isla de Zanzíbar. Sobre los mejores destinos que visitar en Tanzania y un montón de recomendaciones útiles, recomiendo leer el artículo titulado: 25 consejos prácticos para viajar a Tanzania (Guía práctica para el mejor safari del mundo).
RUTA DEL VIAJE A TANZANIA (BREVE RESUMEN DEL DÍA A DÍA Y LOS LUGARES VISITADOS POR ORDEN)
Día 1º – Vuelo desde España y noche a bordo
Desde Madrid y Barcelona el grupo se desplazó hacia Tanzania. Pero la ruta aérea no fue corta, ni mucho menos. Desde ambas ciudades todos coincidiríamos en Doha (Qatar) para tomar un nuevo vuelo de madrugada. Pero no directo a Tanzania como estaba previsto, ya que la aerolínea Qatar Airways nos eliminó el vuelo semanas antes y nos hizo llegar vía Nairobi hasta el aeropuerto internacional de Kilimanjaro.
Día 2º – Llegada a Tanzania. Primer safari en la Reserva de Sinya con vistas al Kilimanjaro
Si algo bueno traería hacer una breve escala en Nairobi es que nos permitiría vislumbrar por primera vez el Monte Kilimanjaro desde la ventanilla del avión (este trayecto de ida hay que hacerlo asegurando ventanilla en el lado izquierdo). Un inmenso cráter rompiendo el océano de nubes erigiéndose como el techo de África fue nuestra bienvenida. El aeropuerto tanzano, llamado precisamente Kilimanjaro, le confiere exotismo y nobleza a cualquier aterrizaje. ¡Ya estamos en Tanzania!
Tras los permitentes trámites administrativos (la mayoría hicimos el visado a la llegada pagando 50€, ya que el online había dado errores a muchos de nosotros) y la recogida de maletas, nos esperaban los vehículos con los que realizaríamos nuestra ruta por tierras tanzanas. Teníamos tres, para asegurar siempre la ventanilla, con gran espacio y cuyo techo se abría si uno quería. En Tanzania no suelen ser abiertos todo el tiempo (como sí sucede, por ejemplo, en Botswana) porque aparte de los safaris hay, en ocasiones, distancias largas que cubrir. E ir descapotados todo el tiempo en pistas de tierra (donde se traga bastante polvo) no parece lo más cómodo del mundo. Así que reservábamos los techos abiertos para cuando hiciéramos las etapas de safari.
Tras reunir al grupo por primera vez (Rafa, Lourdes, Lola, Jose, la Tía Carmen, Pablo, Ada, Amalia, Antonio, Carmen de Andorra, Guillem, Robert y Carmen de Elche, Maite y Tony) junto a los guías locales y bajo la batuta de Javier Meneses (responsable de Pangea) y mía, salimos raudos hacia nuestro primer destino donde nos esperaban para comer.
Subiríamos al extremo norte del país para acudir a la Reserva de Sinya, separada por una línea imaginaria del mítico Parque Amboseli de Kenia. El Kilimanjaro, encargado de resguardar el área, se veía completamente tapado. No así la llanura infinita de columnas invisibles con las cuales parece sostener unos cielos abiertos y nítidos la cual podíamos disfrutar desde la terraza de nuestro Camp (Kambi ya Tembo). Ya sólo para arribar al mismo habíamos visto cebras y jirafas. Y aves como los estorninos soberbios con su característico azul metálico en el plumaje o los peculiares turacos grises (Go Away los llaman en Kenia y Tanzania por su característico graznido) revolotearon a nuestro alrededor para darnos cuenta de una vez por todas dónde nos encontrábamos.
Después de comer y descansar un rato, por fin nuestro primer safari del viaje. Sería en la propia Reserva de Sinya donde nos hallábamos. Ésta es es una concesión de alrededor 600 kilómetros cuadrados, en la mismísima frontera de Kenia, la cual cuenta con unos deliciosos paisajes con increíbles vistas del Kilimanjaro o el Monte Meru, así como una presencia de numerosas especies de fauna, aunque dado que hay numerosos poblados y ganadería masái, no se trate del mejor rincón de África donde ver depredadores. Pero la zona está considerada como un corredor esencial para la migración de cebras, ñúes, jirafas, elefantes y variedad de antílopes entre el Parque Nacional de Amboseli y las zonas protegidas del norte de Tanzania. Sin olvidar, por supuesto, que no entra en la mayoría de los circuitos turísticos que se ofrecen en el país, por lo que se garantiza aquí siempre un safari tranquilo, de calidad y sin apenas presencia de vehículos.
Por supuesto no decepcionó en absoluto nuestra primera incursión en el área de Sinya. No tardamos ni un minuto en cruzarnos con numerosos grupos de cebras o en mirar hacia arriba persiguiendo el cuello de las jirafas, las auténticas protagonistas de este safari, pues pudimos ver muchísimas. Siempre digo que el primer safari sirve para entrenar la vista de cara a los próximos días así como para tener claros ciertos conceptos. Como diferenciar distintos tipos de antílopes o saber distinguir entre las gacelas de Grant o las de Thomson (estas últimas más pequeñas con una línea gruesa de color negro en la panza).
Aunque el momento de la tarde nos lo dio el Monte Kilimanjaro, que se despejó casi por completo, dejando un finísimo hilo de nubes y que, coloreado por el último sol del día, nos obsequió con el mejor telón de fondo posible. De ahí que presenciáramos «la postal» real de las jirafas paseándose con el mítico Kili dibujando un escenario idílico.
Ya de noche, tras una larga conversación en la cena y junto al fuego, admirando las estrellas, pudimos descansar en nuestras tented camps cubiertas escuchando los sonidos de la naturaleza, que bajo la oscuridad se sabe son mayores que durante el día. Había sido un día fantástico y esto no había hecho más que comenzar.
Día 3º – Bajo el abrigo del Ol Doinyo Lengai, la montaña de Dios
Salimos temprano para llevar a cabo uno de los trayectos más largos del viaje. Abandonaríamos Sinya, aunque atravesando su frondoso territorio, para ir hacia el Lago Natron, una de las lagunas endorreicas y salinas surgidas en la depresión que conforma el Gran Valle del Rift. Otro de esos viajes suculentos que no copan demasiados catálogos turísticos pero que permiten intimar, aún más si cabe, con una Tanzania diferente. Y, aunque parecía una mera jornada de transición, ni mucho menos se nos iba a quedar nada en el tintero. Porque tuvimos de todo.
En la propia Reserva de Sinya para salir ya tuvimos un tramo de safari de lo más interesante. Nuevamente con jirafas, gacelas, babuinos, monos de cara negra y una de esas especies que en Tanzania sólo se dejan ver allí, el gerenuc. Más conocido como antílope jirafa, caracterizado, como su propio nombre indica, por largo cuello el cual le permite alcanzar las hojas más altas y inaccesibles, convirtiéndolo en todo un especialista en alimentación de altura. Una especie vulnerable con presencia en países como Somalia, Etiopía, Kenia y esta parte concreta de Tanzania y que, particularmente, no había observado nunca.
Aunque lo que no me esperaba, bajo ningún concepto, era que saliendo de Sinya viéramos incluso más fauna. Y eso que había numerosas aldeas de barro de los masái, rodeadas todas con ramas y espinos para evitar la entrada de animales «no domésticos». Pero eso no parecía importarle a las cebras, las avestruces y… ¡Elefantes! Pues dos grandes machos con colmillos enormes dejaron su impronta en un horizonte plagado de estampas de naturaleza salvaje.
De repente, al fondo el cono casi perfecto de un gran volcán. Su Majestad el Ol Doinyo Lengai o, como lo nombran los masáis, «la montaña de Dios», pues para esta etnia se trata de uno de los lugares más sagrados. Un alegato de fuego dentro del Gran Valle del Rift que aún permanece activo, aunque de momento bastante tranquilo. No es de extrañar que en erupciones del pasado los masáis le otorgaran origen divino. La estampa del volcán con las llanuras de alrededor completamente verdes era un imán para nuestros sentidos. Sería nuestro abrigo durante las próximas horas junto al extenso Lago Natron.
Nos hospedamos a pocos kilómetros de las orillas del lago, en un modestísimo Eco Lodge, el Maasai Giraffe. Un alojamiento situado en un entorno excepcional donde éramos los únicos huéspedes. Aunque, siguiendo la tónica de todo el viaje (salvo una excepción en el Serengeti), pernoctaríamos en este lugar una sola noche.
La actividad principal del día la teníamos reservada para la tarde. En Engare Sero, no muy lejos de donde se hallaron las huellas fosilizadas de Homo Sapiens de hace decenas de miles de años (el yacimiento con mayor número de huellas y mejor conservado de todo África), seguimos el curso del río acompañados de varios masáis para darnos un chapuzón en una zona de cascadas. Acceder a las mismas supuso caminar por el agua durante un rato y evitar los resbalones en la medida de lo posible. Pero la recompensa mereció mucho la pena. ¡Así deben ser las duchas en el Paraíso! Aunque para la próxima vez me emplazo a llevar calzado más adecuado y una bolsa estanca para evitar que se moje la cámara y el móvil.
A la noche unos fueron a descansar y otros nos quedamos con algunos masáis que nos llevaron a un sitio local (probablemente el único lugar con televisión en kilómetros a la redonda) a ver con ellos la Semifinal de Champions entre el Real Madrid y el Manchester City. Experiencias que uno trae consigo. Aunque en esta ocasión nos tocó perder. Y de paliza.
Día 4º – Abrimos la puerta del Serengeti por el lado norte.
No todos los días uno viaja al lugar que había soñado toda la vida. Decir Parque Nacional del Serengeti es hablar de palabras mayores, de cientos de documentales de sobremesa. Por supuesto, de leones, muchos leones, así como la existencia en su territorio de la mayor migración existente de mamíferos como es la de los ñúes y otros herbívoros que les acompañan en busca de los pastos más frescos, razón por la cual les lleva durante el verano a cruzar un río Mara atestado de cocodrilos y otras alimañas deseando hincar el diente. Pero en el día destinado a penetrar en los dominios del Serengeti, en primer lugar el amanecer nos deparaba el regalo de poner nuestros ojos sobre el Lago Natron y admirar in situ el Ol Doinyo Lengai pisando suelo cenagoso, mientras miles de flamencos y de pelícanos se paseaban por las orillas de este acuífero con algo grado de salinidad. Un paraje que no parece de este planeta bajo la coloración que sólo la salida fulgurante del sol es capaz de ofrecer.
Desde allí, lindando siempre con la frontera invisible de Kenia, nos dirigimos hacia el Serengeti surcando colinas elevadas donde aún predominaban las tonalidades verdes y curiosos árboles de cactus que se entremezclaban con el matorral y las acacias de frondosas copas. Entre Loliondo y la Klein’s Gate, acceso nororiental del parque, pasamos casi dos horas mordiéndonos la uñas hasta, al fin, ver el cartel donde se podía leer lo siguiente: KARIBU (que en swahili significa «Bienvenidos»). KLEIN’S GATE. SERENGETI NATIOANL PARK. Y debajo una frase entrecomillada y en letra cursiva que rezaba «Serengeti shall never die» o, lo que es lo mismo, «El Serengeti nunca morirá», una frase que expresa la determinación y el compromiso de preservar y proteger el Parque Nacional del Serengeti y todo lo que representa en términos de vida salvaje, naturaleza y el valor de su ecosistema, el cual enfrenta constantes desafíos como la pérdida de hábitat, la caza furtiva y otros impactos humanos. Por tanto, se trata de una declaración que resalta la importancia de conservar este lugar único y asegurar su supervivencia a largo plazo.
Comimos con la mano en unas diminutas mesas de madera mientras conversábamos con grupo (y una manada de babuinos como testigo) al respecto de las normas del parque, aportando, además, algunas recomendaciones lógicas en todo safari por África que se precie. Cosas de puro sentido común como, no abandonar los vehículos bajo ningún concepto, evitar elevar la voz, no tratar de atraer ni molestar a los animales y no arrojar ningún residuo a lugares no no guarden esta función. Y, sobre todo, estar dispuestos a disfrutar, avivar los cinco sentidos y ser partícipes de un rastreo de fauna en uno de los mejores escenarios de África y de todo el mundo para poder, entre todos, detectar un buen número de especies viviendo libres en su hábitat. Que es, en realidad, lo que habíamos venido a hacer allí. Y es que cuando todos vamos a una, las cosas son mucho más sencillas.
Nos subimos de vuelta a los vehículos y abrimos la parte de arriba, dejando a descubierto el techo de los mismos y pudiendo asomarnos para iniciar nuestra labor de rastreadores de fauna. Los primeros instantes nos costó formular palabra. Parecíamos absortos ante el mero hecho de estar dentro del Serengeti. Además sin más compañía, pues son pocos los grupos que acceden al parque por la puerta nordeste y visitan el área conocida como «Lobo Hills». De hecho, éramos los únicos haciendo esa travesía por el lado norte del parque. Éste, a diferencia del sur, no se caracteriza por sus vastas llanuras sino por gran cantidad de colinas aportando curvatura al terreno así como una disposición mayor de vegetación. La hierba, dado la época del año en que nos encontrábamos, estaba muy alta y jugueteaba entre tonalidades verdes y amarillentas. Aportaba belleza a los paisajes que surcábamos pero exigía un esfuerzo extra a la hora de avistar los posibles depredadores que allí estuvieran. En el caso de estar tumbados o agachados, resultaba muy difícil echarles el ojo. Por lo que, si queríamos tener un encuentro, habríamos de aprovechar a base de bien las horas clave para los grandes felinos, es decir, el amanecer y la tarde, momentos de transición y movimiento de animales eminentemente nocturnos.
Pero un lugar como este va más allá de las criaturas con garras afiladas sedientas de sangre. Vivir un safari con intensidad conlleva igualmente saber apreciar y disfrutar de todos y cada uno de los seres con los que te vas encontrando por el camino. La hierba del Serengeti norte, movida por el viento como un oleaje incesante, nos permitió acceder a grandes manadas de elefantes, a multitud de jirafas o a distintas clases de antílopes, desde el topi al alcéfalo y su estrechísimo rostro pasando por el impala o el diminuto Dik Dik (el antílope más pequeño que existe). Así como aves como el Secretario o la hermosísima carraca de pecho lila.
Cuando nos aproximábamos a nuestro alojamiento, el Lobo Wildlife Lodge, fue el turno de otro de los conocidos como Big Five, el búfalo. Este animal encarna la esencia de la vida salvaje en África, un símbolo de poderío y resistencia en un entorno implacable. Su cabeza está coronada por un par de formidables y curvados cuernos. Símbolo de su virilidad y fortaleza, le confieren una apariencia temible y respetable, utilizándolos llegado el caso para defender su territorio y luchar en feroz combate contra cualquier amenaza que se interponga en su camino. Su mirada, intensa y penetrante, refleja una sabiduría ancestral y una determinación inquebrantable. Los ojos del búfalo, oscuros como la noche, resaltan en contraste con su piel negra, aportándole un aura de misterio y fuerza. La expresión en su rostro denota una actitud cautelosa y desafiante, siempre alerta ante el peligro que acecha en las salvajes tierras africanas y que me hacía recordar aquella vez que en tierras de Botswana fui testigo de cómo un macho solitario era presa de una emboscada por parte de nueve leones que terminaron con su vida de forma implacable.
Antes de que nos alcanzara la oscuridad de la noche, arribamos al Lobo Wildlife Lodge, quien casualmente ese día estrenaba temporada. Y éramos sus primeros y únicos huéspedes (sin contar a los curiosos damanes de roca que moran por doquier), por lo que la velada que nos esperaba no podía ser mejor. Situado en uno de los característicos Kopjes del Serengeti (formaciones rocosas de vetustas montañas erosionadas) y mimetizado a la perfección en el entorno en el que nos situábamos, este alojamiento construido en piedra y madera con aires británicos y mobiliario traído de la India, nos lo tomamos como un regalo donde sentir el verdadero lujo africano, consistente en combinar el esplendor de la naturaleza africana con el confort y el servicio de alta calidad. Comodidad en entornos prístinos y exóticos, rodeados de paisajes espectaculares y vida salvaje fascinante.
Día 5º – Serengeti Central y corredor oeste.
Amanecer gobernando el Serengeti desde un balcón me hizo dibujar el mismísimo trono de piedra de El Rey León y repetir en la mente la escena de Mufasa cuando le cuenta a su hijo Simba que todo lo que toca la luz es su reino y que «todo aquello que ves coexiste en un delicado equilibrio». Las colinas y praderas dejaban atisbar varios búfalos durmientes, pero mucho más que eso era lo que nos aguardaba en un día de safari continuo desde el norte del parque hasta la parte central, más conocido como Seronera. Con los ojos casi vidriosos de la emoción por lo que estaba por venir, iniciamos la marcha por una pista de arena desde la cual pudimos ver algunos animales que parecían darnos los buenos días.
Hasta entonces no habíamos divisado depredadores, pero en el fondo éramos conscientes de que ese día el encuentro iba a suceder. Tarde o temprano. Pero antes incluso de imaginar cómo sería, nos cruzamos con una manada de leones. Aproximadamente formaban un grupo de doce, con machos jóvenes, algunos cachorros y varias leonas. Una de ellas, con un corpachón fornido, se quedó atrás mientras el grupo avanzaba. Con actitud vigilante, consciente del poder que transmitían sus pupilas anaranjadas, se mantuvo en pie mientras la hierba alta y amarilla acariciaba cadenciosamente su vientre. Y se marchó con cierta lentitud para cerrar el paso de su numerosa familia.
Apenas minutos después un grupo de jirafas permanecía hierática mirando hacia un fondo donde no sólo estábamos nosotros, aunque tardamos en darnos cuenta. En realidad les acechaban dos jóvenes leones macho quienes, aprovechando la frondosidad de la vegetación, esperaban el momento propicio para salir a por ellas. Imaginábamos que a por una jirafa de muy corta edad que le convertía en una presa fácil. Aunque las jirafas son más escurridizas y fuertes de lo que parecen indicar sus estrechísimas patas, por lo que las probabilidades de éxito eran mínimas. Nunca supimos cómo acabó aquella escena, como el 99,99% de todas las cacerías que acontecen en un safari. Coincidir en lugar y tiempo no es imposible pero sí improbable, aunque el mero hecho de tener, si quiera, una mínima posibilidad, convierte a cada safari en un acontecimiento único.
La transición desde el paisaje ondulado y casi boscoso del norte se fue hilvanando a cada kilómetro que avanzábamos en llanuras cada vez más extensas y menos presencia de arbolado, lo que proporcionaba aún más posibilidades de avistamientos. Recuerdo perfectamente en uno de estos apartados, hacer un barrido con la mirada de 365º y contemplar de una tacada manadas de topis, alcéfalos, gacelas de Grant, núes, impalas, cebras, avestruces, una familia de facóqueros o incluso varios zorritos orejudos.
Y para aportarle más movimiento a la escena, un águila volando desde la copa de su árbol o una diminuta carraca lila aferrada a su rama, ajena de los ojos y los objetivos de las cámaras apuntando hacia ella durante un largo instante. Muy al fondo, como puntos negros tiñendo otra explanada a kilómetros de distancia, una manada muy numerosa de búfalos. ¡Esto es Tanzania! ¡Esto es África!
Cuando nos aproximábamos a las horas más centrales y calurosas del día, justo en ese momento donde siempre se dice en los safaris que no se ve nada de nada porque todos los felinos están repanchingados a la sombra, una hembra de ñu con su cría se cruzaron por delante. Hasta ahí todo normal. Pero para quienes no parecieron pasar desapercibidos fue para una pareja de leones que tomaban el fresco bajo una acacia y persiguieron con la mirada, pero nada más, a estos animales. Tiene que ser curiosa la sensación de ver correr tu comida por delante. Pero quizás por empacho o mera desgana, prefieres dejarlo para otro momento.
Otra especie que no pierde comba de nada es la hiena. Escondida, a escasos metros de un búfalo solitario descansando y con quien no hubiese tenido ni media oportunidad, salió corriendo dando saltitos cuando éste se dio cuenta de que tenía compañía cerca. La hiena, carroñera y predadora al mismo tiempo, con más inteligencia de la que se le supone y una fuerza en la mordida envidiable. A pesar de que no tiene buena imagen, y creo que Disney tuvo mucho que ver, es uno de mis animales preferidos. También resulta cierto que siempre voy con «los malos de la película», por lo que puede ser comprensible.
A pocos kilómetros de Seronera, el acceso más concurrido del parque, pudimos bajarnos del vehículo para asomarnos a una «Hippo Pool» o, lo que es lo mismo, una charca o el lecho de un río inundado de hipopótamos. Animales imponentes y fascinantes, se muestran como colosos en el medio natural. Su cuerpo macizo y oscurecido por el sol y el fango, de proporciones colosales y formas redondas, viene protegido como una coraza por su piel gruesa y arrugada llegando a alcanzar un peso de más de tres toneladas. Los colmillos inferiores, afilados y curvados hacia arriba, sobresalen de su mandíbula y representan una impresionante arma defensiva que no dudan en utilizar cuando son molestados. Por ello se afirma siempre que el hipopótamo es el mamífero más agresivo y peligroso de África, muy por encima de leones o elefantes. Aunque a primera vista parecen adorables, aunque su costumbre a reposar en el mismo agua sobre la que defecan una y otra vez, les convierte en unos seres «hermosos pero apestosos».
En el centro de visitantes de Seronera utilizamos unas mesas de picnic para comer y descansar de un largo safari matinal. Este es un punto de encuentro de quienes visitan el Serengeti, pues es donde se regulan los permisos y la mayoría acceden (aunque también hay quienes los hacen por Naabi Hill viniendo del Ngorongoro). Hay una pequeña tienda de recuerdos y un paseo tematizado, aunque el día que nosotros estuvimos habían cerrado el paso pues, al parecer, había leones cerca. Supongo que el el pan nuestro de cada día en un país como Tanzania.
A la salida nuestro rastreador recibió un chivatazo por parte de uno de los vehículos con los que se topó. Y salió raudo hacia el lugar que le habían indicado donde se había avistado algo que no suele ser tan sencillo. ¿Qué podía ser? En mi cabeza sólo existía una posibilidad dentro de los BIG FIVE y tenía manchas. En efecto, alguien había visto un leopardo bajar de un árbol y aproximarse al cauce de un río para beber agua pero éste llevaba varios minutos sin aparecer. Así que mientras esperábamos nos percatamos de un lomo moteado sobresaliendo de la hierba alta. Fueron apenas unos segundos, aunque quienes lo vimos pudimos observar fugazmente su aspecto elegante y sigiloso, el propio del maestro del camuflaje en las junglas y sabanas africanas. Su cuerpo esbelto y musculoso, cubierto por un manto de piel suave y manchada, le otorga un aspecto distintivo y fascinante. Tan fascinante que desapareció y no le volvimos a ver, a pesar de que no pocos vehículos, los cuales habían sido avisados por radio, se aproximaron a esta localización sin ningún éxito.
Había tenido la suerte de avistar leopardos en Botswana, Sudáfrica o incluso Sri Lanka. Y ahora también en Tanzania. Pero su aparición fantasmal no nos permitió disfrutarle con tiempo de apreciar la belleza de este cazador solitario y el auténtico quebradero de cabeza de los rastreadores de safari, dado lo escurridizo de esta criatura.
El resto de la jornada de safari fue más relajada, con calor y sin sobresaltos. Lo que no quita que no viéramos elefantes, numerosísimas jirafas y diversidad de antílopes. Si bien al final, ya en pleno corredor oeste, pues allí se hallaba nuestro alojamiento para las dos próximas noches, las manadas de cebras se apoderaran del sendero. Lo cual significaba que ya estaban reagrupándose en esa parque del parte esperando a los grandes grupos que aún pastaban por la zona sur y con los que se incorporarían a la Gran Migración al norte. También significaba otra cosa, una mayor presencia de moscas gustosas de morder pieles de toda índole y a las cuales teníamos que mantener a raya con aspavientos o cualquier cosa que tuviéramos a mano.
Un marabú, esa extraña fusión entre cigüeña y buitre, nos recibió sobre un árbol a la llegada al que sería nuestro campamento, el Maisha Tented Camp, un alojamiento temporal en plena naturaleza sin valla que valga y enormes tiendas de campaña provistas de camas cómodas, lavabo, váter y ducha de agua caliente. Uno de esos sitios donde para ir a cenar te tienen que venir a buscar porque estás en mitad de un parque natural. Y donde duermes acurrucado por un himno de naturaleza salvaje cantado por hienas, leones y todo bicho viviente que anda despierto a altas horas de la noche. Suena espectacular, ¿verdad? Una experiencia que nunca decepciona y que te recuerda con la máxima firmeza dónde te encuentras exactamente.
Bajo un cielo estrellado con la cruz del sur alumbrando lo que no permitía aún la luna nos despedimos sin saber que lo mejor del viaje aún estaba por llegar.
Día 6º – Leones del Serengeti.
Nueva jornada de safari en el corazón del Serengeti. Y, para no ser reiterativo en la descripción de un largo día, me quedo con cuatro momentos. ¿Qué digo momentos? ¡MOMENTAZOS!
En primer lugar tuvimos los mejores avistamientos de elefantes hasta la fecha. Uno de ellos nos permitió no sólo ver varias familias sino, sobre todo, contemplar a dos grandes ejemplares (uno después de otro) caminar muy cerca del vehículo.
El primer elefante africano, imponente y sereno, se abrió paso con su robustez característica, sus patas delanteras como columnas de fuerza sosteniendo su fornido cuerpo. La piel del paquidermo, cubierta de arrugas y polvo, parecía reflejar los siglos de sabiduría contenida en cada pliegue. Mientras que su trompa, larga y flexible, se balanceaba con gracia, explorando el aire en busca de fragancias y sonidos que únicamente él podía percibir. Éste se desplazaba con una calma cautivadora, como si el mundo se ralentizara a su paso. Cada uno de sus avances recordaban su dominio en aquel vasto territorio. En cuanto le perdimos de vista apareció otro ejemplar mayúsculo siguiendo sus pasos y rememorando la escena recién acontecida. Esos ojos, pequeños, oscuros y sabios, parecían igualmente contener secretos ancestrales. Su presencia emanaba una mezcla de autoridad y tranquilidad, dejando una huella imborrable en el corazón de quienes tuvimos la fortuna de presenciar aquel encuentro.
Más tarde empezamos a rastrear la zona sur del parque, más plana aún si cabe, con un número muy escaso de vegetación. A veces, entre sorna, mencionábamos su similitud con los campos castellanos. Pero no dejaba de ser una broma dado lo engañoso del escenario. Y para mejor ejemplo un árbol solitario y aparentemente inofensivo. Recalco lo de aparentemente porque subidos a sus gruesas ramas habían no menos de media docena de leones. He aquí, por tanto, los famosos leones trepadores.
La razón principal por la que los leones trepan a los árboles en algunas zonas de Tanzania (también de Uganda) es la búsqueda de refugio y comodidad. En la llanura del Serengeti, donde la vegetación es escasa y los árboles son limitados, trepar a los árboles les ofrece un respiro del calor abrasador y la oportunidad de descansar en un lugar elevado. Al subirse a los árboles, los leones pueden escapar del suelo ardiente, evitar las molestias de los insectos y gozar de una mejor vista de posibles presas o de sus propios rivales. Una respuesta única y efectiva al entorno en el que viven y un ejemplo estupendo de cómo la naturaleza se adapta y evoluciona para sobrevivir. Sin duda estábamos siendo testigos de la diversidad y la sorprendente versatilidad de uno de los animales más increíbles de la fauna de nuestro planeta.
¿Y qué sería lo siguiente? ¡Si en un rato parecíamos servidos!. Pero no. Todo es posible cuando se es protagonista y parte de tu propio documental de naturaleza. Y así, en esa llanura infinita que es el Serengeti, nos percatamos del vuelo de numerosos buitres que no dudaban en descender con cierta celeridad apenas a tres o cuatro metros de la pista de arena por la que íbamos. Una señal inequívoca de presa abatida y que, tras ser devorada por uno o varios felinos, aguardaba el turno irrenunciable de criaturas carroñeras. De ahí que en un instante en el suelo había posados varios tipos de necrófagos como los buitres moteados, los orejudos, un alimoche y, cómo no, el gran marabú cuyo gran pico es capaz de arrancar enormes trozos de carne, la cual ya empezaba a transmitir su fétido aroma. Se podía sentir la tensión en el aire, mientras los carroñeros se regodeaban en su macabro banquete.
En ese mismo momento me dio por hablar en voz alta y decir «Raro me parece que todavía no haya ninguna hiena por aquí». No pasarían ni dos segundos a que, por supuesto, una hiena asomara de la nada su hocico dentado. Poseedora de un olfato imbatible y no muy amiga de desaprovechar oportunidades de alimento, se aproximó a aquella jauría alada consciente de su hegemonía en este tipo de batallas. Sin demasiado esfuerzo, ésta logro asegurar su parte del festín, alejándose con buena parte de un malogrado ñu entre sus poderosas mandíbulas. Pero dejando restos esparcidos, los cuales parecieron ser suficientes a la cohorte alada de carroñeros hambrientos. Entre todos crearon una despiadada melodía con el crujir de huesos y el desgarrar de la carne del que pocas horas antes pastaba plácidamente por aquella llanura, ignorante de su cruento e inevitable final.
¿Habrían sido sus captores y asesinos los leones trepadores que habíamos visto antes? Demasiado lejos, los habíamos dejado muy atrás. Parecía inviable. Si bien, no tardaríamos demasiado en obtener respuesta. Pues otra gran manada de leones, esta vez refugiada en matorrales llenos de pinchos o en la escasísima sombra que proporcionaba la vegetación que orillaba la pista de arena, parecía reposar satisfecha tras darse un banquete con ese ñu del que no iban a quedar ni las raspas. Un macho melenudo junto a una hembra también de gran tamaño nos ofrecieron su pose de esfinges en plena carretera. Pocas veces los había tenido a tan ridícula distancia.
No pude evitar fijamente al león macho, una estatua viviente de majestuosidad y dominio. Sus ojos, de un intenso color ámbar, observaban penetrantes lo que acontecía alrededor. Se mostraba como guardián inescrutable de su territorio. Con un aura de supremacía parecía autoproclamarse ante nosotros el rey de las llanuras del Serengeti. Cada centímetro de su ser irradiaba un magnetismo irresistible, evocando la grandeza y el legado de sus ancestros de quienes heredó voracidad, astucia y confianza. Sin duda, contemplar a este imponente animal es adentrarse en un mundo salvaje y primitivo, donde la supervivencia y la grandeza se entrelazan en una danza atávica.
Todo lo contrario se daba apenas un centenar de metros más allá, donde un cachorro de león junto a su madre, el cual no tendría ni dos meses de vida, mostraba una ternura y curiosidad infinitas. Su mundo no iba más allá del aquel solitario y espinoso arbusto sobre el que reposaba consciente de su propia fragilidad. Una vulnerabilidad que sólo el tiempo sería capaz de curar para postularse, quién sabe, como el nuevo líder de la misma manada que acababa de devorar el cuerpo pestilente de un ñu. Un desafío descomunal para un cuerpecillo diminuto como el de un gato que apenas necesita unos meses (y mucha carne) para anticipar un prometedor futuro.
Ese es el resumen de los cuatro grandes momentos que tiñeron nuestro día de incredulidad y asombro. Aunque, por supuesto, guardo con cariño en la memoria otra charla infestada de hipopótamos y algunas estampas de humedales donde varias garzas esperaban su momento para pescar con sus afilados picos. No sobra ni un solo minuto en el Serengeti.
Por la tarde, bajo un calor agobiante, nos desplazamos de vuelta a nuestro campamento. Nos esperaba una noche repleta de las llamadas de las hienas y rugidos de, al menos, tres grupos distintos de leones. Y eso no tiene plataforma televisiva que lo iguale, ¿no creéis?
Día 7º – La Gran Migración en las llanuras del Serengeti y safari en el cráter del Ngorongoro.
Conversar sobre los sonidos de la noche era uno de los clásicos de cada desayuno. Pero en nuestro último día dentro del Serengeti en nuestro campamento nos prepararon el desayuno fuera, con impalas, topis y alcéfalos a poco más de doscientos metros. Una mesa convertido en un cúmulo de optimismo matutino de un grupo que en poco tiempo se había convertido en una familia y que aún no era sabedor de que tenía por delante la que probablemente fuera la jornada más intensa, entretenida y apasionante de todo el viaje. No era para menos, pues abandonaríamos el Parque Nacional del Serengeti por el sur, la conocida como llanura infinita, pudiendo contemplar la Gran Migración, y adentrándonos en uno de los mejores escenarios de naturaleza de todo el planeta, el Cráter del Ngorongoro, una caldera gigante donde ebulle la vida salvaje como en ningún otro lugar.
La salida desde nuestro campamento en el oeste hasta el centro de Seronera, donde hubo que reparar la pequeña avería de un vehículo, no tuvo gran cosa salvo la aparición de unos cálaos de tierra de picos de gran tamaño. Pero en nuestro camino hacia el sur, a Naabi Hill, empezarían a suceder cosas de esas con las que se llena la mente de recuerdos y los álbumes con fotos bien cargadas de vivencias. Muy pronto, en una llanura sin límites ni árboles, los pastos del sur empezaban a llenarse de grandes manadas de ñúes y cebras. También de gacelas. Pero no hablo de decenas sino de cientos y cientos de herbívoros arrejuntándose en una marcha conjunta y sincronizada en busca de las hierbas más frescas y húmedas. Porque la Gran Migración, al contrario de lo que mucha gente cree, no es únicamente el cruce del río Mara durante los meses el verano. Esa, quizás, se trate de la foto más vistosa y visceral. La Gran Migración, en realidad, se trata de una ruta constante y circular que sigue el sentido de las agujas del reloj y que se puede apreciar desde distintas perspectivas en cualquier época del año. Y en mayo teníamos las manadas entre el sur (Naabi Hill y Ndutu) camino al corredor oeste y los rigores del río Grumeti. La posición, por tanto, no es exacta y varía cada año en función de las lluvias. Si ha llovido mucho hasta abril, los animales no cuentan con tanta prisa para irse al norte, pues gozan de alimento suficiente y fresco, por lo que la subida al Mara puede retrasarse incluso varias semanas. O todo lo contrario, que haya una temporada de lluvias menos prolífica de lo normal y suceda que los herbívoros se vean abocados a iniciar su camino al norte con mayor premura.
Se calcula que más de millón y medio de ñúes y en torno a trescientas mil cebras son partícipes año tras año de este fenómeno migratorio del mundo animal. Debiendo cruzar ríos infestados de cocodrilos así como escapar de la voracidad de depredadores como leones y hienas. Sin embargo, su instinto de supervivencia y su fuerza en número le permiten superar a esta gran masa tantísimos obstáculos y continuar este ciclo anual en busca de mejores oportunidades y creando un flujo constante de vida y movimiento en las vastas llanuras tanto de Tanzania como de Kenia.
Y, entre tanto, nos cruzamos en el camino con una nueva manada de leones entre los que destacaba un trío de cachorros y, más adelante, un gran macho junto a dos hembras, una de las cuales recibía su cortejo. Cuando se levantó del suelo, una melena oscura y exuberante se erigía con un porte majestuoso, destacando su poderío y dominio en la sabana. Con paso firme y seguro, avanzó sin prisa pero con elegancia, dejando huellas marcadas en la tierra árida, para juntar su cicatrizado rostro con su compañera elegida. Ambos dejaban vislumbrar un vínculo silencioso de complicidad y deseo, ingredientes básicos para perpetuar la esencia misma de la realeza en el Serengeti.
Los grandes felinos se posicionaron en ambos costados de nuestro vehículo, rozando prácticamente su pelaje con el frío metalizado de la puerta que, en ese momento, tenía las ventanillas completamente bajadas. Sus andares destilaban confianza y destreza, mientras sus afiladas garras y poderosos colmillos no hacían más que susurrar historias de caza y dominio. Un instante en el que nos sentíamos ciertamente vulnerables bajo la presencia de los depredadores. Pero, en medio de esa vulnerabilidad, también surgía un profundo sentido de admiración y conexión con la naturaleza. El mero hecho de coexistir en tiempo y espacio con ellos justificaba por sí solo tantos años deseando llevar a cabo un viaje como este.
No habíamos llegado a Naabi Hill, aunque se distinguía perfectamente en un horizonte donde hasta una roca minúscula llamaría la atención en aquella planicie inacabable, y uno de los rastreadores se percató que había en un arbusto lo que parecía un guepardo. Y, en efecto, era una cría de esta especie definida por la velocidad, la elegancia y ese pelaje oscurecido bajo los ojos que se asemejan a dos grandes lágrimas tatuadas. Segundos después nos dimos cuenta de que no era un solo cachorro, sino dos, quienes esperaban probablemente a su madre, que habría ido a cazar. No muy lejos había gacelas, y también hienas, por lo que más les valía mantenerse escondidas y no asomarse demasiado si querían mantenerse con vida.
La respuesta de dónde estaba la madre la obtuvimos apenas medio kilómetro más adelante. Pues la hembra del guepardo permanecía erguida frente al cadáver de una gacela Thomson. Los primeros vehículos en llegar habían visto incluso su boca apretando el cuello. Apenas habían pasado segundos desde que el último aliento escapara de los pulmones de aquel animal. Mientras, el guepardo, victorioso en su caza, se quedó exhausto junto a su presa recién abatida y cuyos ojos abiertos e inertes parecían reflejar la que había sido su última carrera. El cuerpo musculoso del felino se elevaba y descendía con la respiración agitada. Había en su fino rostro una mezcla de satisfacción y fatiga. Sus ojos en ámbar, observaban la pieza y el horizonte ajeno por completo de nuestra presencia.
El silencio se cernía sobre la escena, solo interrumpido por el suave susurro del viento y el eco de la vida que continuaba en la sabana como si nada. Una representación nítida de la dualidad de la existencia en la naturaleza salvaje. La muerte y la vida entrelazadas en un baile sin final de supervivencia y equilibrio. Nos acordamos, por un lado, de las dos hienas que habíamos visto antes. Y de los cachorros del guepardo, los cuales esperarían la llegada de su madre con el éxito del trofeo obtenido. Sin duda, en aquel lugar quedarían muchas cosas que suceder. Pero en los safaris el tiempo es limitado y debíamos continuar nuestro camino por el sur, dejando de una vez por todas Naabi Hill y adentrándonos al final del Serengeti, el área de Ndutu.
Ndutu era una alfombra repleta de vida. Nos encontrábamos inmersos en la grandeza del Serengeti, rodeados por miles y miles de ñúes, cebras y otros herbívoros en su migración. No teníamos palabras ante el privilegio inmenso de estar presentes en este magnífico espectáculo. Congregados ante un frenesí migratorio indescriptible. La llanura como un mar en movimiento, de pura energía. Y un murmullo constante, un coro de pasos y balidos resonando en en armonía y aportando notas a la melodía de la naturaleza.
Dejamos atrás el Serengeti con una fila kilométrica de cebras que cruzaban la pista por la que pasábamos nosotros. Apenas cientos de metros después de aquella algarabía que parecía el día la presentación de Simba en El Rey León, volvimos a ver poblados masáis, pastores con sus vacas y sus cabras. Como si la línea que delimita el parque dentro de los mapas, fuese una frontera real entre la vida salvaje y el mundo de los humanos. Si bien no es así, pues la etnia masái está acostumbrada desde siempre a convivir con multitud de especies, así como lidiar con los grandes depredadores que no entienden, por su puesto, de esos límites artificiales implantados por los gobiernos.
De la puerta de Ndutu se accede directamente a lo conocido como Zona de Protección del Ngorongoro que no consiste únicamente en el cráter sino en una superficie mucho más extensa en la cual convive la fauna autóctona con los poblados de adobe y cercados de manera natural. Pero, durante casi una hora, sólo se ve tierra árida y seca. Hasta que se va subiendo al filo de la gruesa caldera volcánica y, al mirar hacia el otro lado, todo cambia de color de repente. Las paredes escarpadas y altas se alzan majestuosamente, creando un abrazo natural que envuelve toda la extensión del cráter. La inmensidad del lugar es abrumadora, como estuviésemos en el corazón mismo de la Tierra. O, mejor aún, accediendo al mismísimo Edén por la puerta grande.
El Ngorongoro se explica como una enorme caldera volcánica formada hace millones de años por la erupción y el colapso de un volcán. Con un diámetro de aproximadamente 20 kilómetros y una profundidad que supera los 600 metros, el lugar alberga una diversidad asombrosa de vida silvestre y paisajes impresionantes. Considerado como uno de los lugares más singulares de África, el Cráter del Ngorongoro se caracteriza por conformar un ecosistema autosuficiente capaz de albergar una gran variedad de animales, incluyendo leones, elefantes, rinocerontes, búfalos y una abundancia de herbívoros como ñúes, cebras y antílopes. También es hogar de una gran población de depredadores y aves, convirtiéndolo en un paraíso para los amantes de la vida silvestre. Se calcula que más de 25.000 mamíferos conviven en este espacio, una densidad de fauna ciertamente imbatible.
Sus paredes empinadas y cubiertas de vegetación exuberante, sus lagos y ríos serpenteantes, y sus vastas llanuras ofrecen siempre un paisaje impresionante que deja sin aliento, aunque en mayo, recién terminadas las lluvias, refulgía con multitud de tonalidades de verde. No hacen falta razones para explicar su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1979. Mientras una viuda de cola larga, una de esas aves que sólo parecen posar en el Paraíso, revoloteaba de una rama u otra, un enjambre de flores amarillas pintaba por completo el borde de la caldera. El cráter no sólo se componía ante nosotros como una amalgama de estampas de gran belleza sino que también lo podíamos oler. No se ha diseñado jamás un perfume más perfecto y embriagador. Pues el aire estaba impregnado con una fragancia exquisita, una mezcla de hierba fresca, tierra húmeda y flores silvestres en plena eflorescencia. Cada inhalación llenaba nuestros sentidos mientras conectábamos con un entorno irrepetible.
El descenso al llano de la cráter, tras un modesto y rápido picnic, nos permitió introducirnos en un auténtico crisol de naturaleza donde con una sola mirada podíamos admirar decenas de especies al mismo tiempo. Aquella alfombra verde y florida venía salpicada de manchas de agua, así como un gran lago salino cuyo color se mecía entre el blanco y el verdor de los pastos. Podíamos ver cebras, ñúes, búfalos mientras cruzaba una veintena de babuinos por delante del coche. A orillas del lago, que no se mantiene todo el año, los flamencos se movían en una especie de danza sincrónica e hipnótica. A su lado los eland, considerados los antílopes de mayor tamaño en África, compartían espacio con las cebras e incluso con un hipopótamo solitario que acababa de abandonar su pútrida charca para alimentarse en la hierba. Chacales correteaban por la hierba mientras varias hienas asomaban sus prominentes hocicos esperando las horas oscuras.
Los elefantes nos obsequiaban sin saberlo con una idílica silueta. Pues un telón de fondo de intenso amarillo debido a la floración efervescente inundaba las laderas. Ambos componentes aportaban una conexión íntima y bucólica con la naturaleza que nos rodeaba. Si existe el Paraíso terrenal, existe precisamente en el Ngorongoro. El auténtico Edén que no llegaron a pintar los artistas del Renacimiento puesto que aquí los seres humanos somos los intrusos en esta obra de arte de la vida salvaje.
Y no sólo grandes mamíferos. Los acuíferos se inundaban de aves (se dejan ver más de trescientas especies), como el ibis sagrado que los egipcios relacionaban con Thot, el Dios de la escritura y el conocimiento. Aunque mi máximo interés estaba en poder ver por primera vez a la curiosa grulla coronada, un emblema dentro del área protegida.
De repente, nuestro vehículo recibía una comunicación. Y, aunque atrás no se había escuchado, un par de comentarios con la boca pequeña entre el conductor y yo me llevó a saber que íbamos directos a una zona donde acababa de verse al rinoceronte negro. El quinto miembro de los Big Five y, probablemente, el más complicado de observar en África, aunque no en el Ngorongoro. Hablamos de un animal en serio y extremo peligro de extinción, incluso con respecto a su pariente el blanco.
¿CÓMO DIFERENCIAR EL RINOCERONTE NEGRO DEL RINOCERONTE BLANCO?
El rinoceronte negro y el rinoceronte blanco constituyen dos especies distintas y, aunque puede parecer complejo en un principio, pueden ser diferenciados claramente debido a varias características físicas. A pesar de sus nombres, la principal diferencia entre ellos no radica en el color de su piel, ya que ambos tienen un tono grisáceo, sino en su tamaño, forma de la boca y ubicación geográfica. En primer lugar, el tamaño varía de manera notable entre ambas especies. El rinoceronte blanco suele ser algo más grande que el rinoceronte negro. El rinoceronte blanco puede alcanzar hasta 1,8 metros de altura en los hombros y pesar hasta 2,5 toneladas, mientras que el rinoceronte negro es más pequeño, midiendo alrededor de 1,4 metros de altura en los hombros y pesando alrededor de 1,3 toneladas.
Pero, bajo mi punto de vista, la diferencia clave se encuentra en la forma de la boca. El rinoceronte blanco posee una boca ancha y cuadrada, adaptada para comer y hierba y otros pastos. Por otro lado, el rinoceronte negro cuenta con una boca prensil con un labio superior puntiagudo (su hocico casi parece un pico), el cual le permite alimentarse de hojas y brotes de arbustos.
En efecto, el chivatazo había sido certero. Junto a la laguna salada, aunque muy lejos, reposaba un ejemplar de rinoceronte negro, el primero que veía en toda mi vida. Aunque la distancia era demasiado larga como para echarle una foto en condiciones. Era mejor, sin lugar a dudas, otearlo a través de los prismáticos y ver cómo de vez en cuando se incorporaba para vigilar su alrededor (aunque no hay depredador que pueda con él, salvo la necedad del ser humano y la caza furtiva que, afortunadamente, no caben dentro del área protegida del Ngorongoro). En ocasiones dejaba entrever su largo cuerno, ese por el que precisamente quedan cada vez menos rinocerontes en el mundo. Por culpa, entre otras cosas, de la avaricia y estúpida superchería de compradores ricos provenientes de países como China, quienes consideran que posee múltiples propiedades afrodisiacas y pagan lo que haga falta por poder llevarse uno.
Dado que el animal no se movía, nos marchamos de allí, pero veinte minutos más tarde no sería uno sino tres hermosos rinocerontes negros los que pudiéramos vigilar en el horizonte, también a cierta distancia, pero suficiente para apreciar el valor de poder mirar una especie antediluviana como aquella.
Entre medias accedimos al frondoso bosque de Lerai dentro del cráter, en el cual el protagonismo fue alcanzado por los elefantes que cruzaban por el camino. Algunos tan cerca de nuestros vehículos que casi los hubiéramos podido acariciar sin apenas estirar los brazos. Aunque, ya se sabe, en estos casos silencio, perfil bajo y ser meros espectadores de un show de naturaleza como ningún otro. Pocos lugares en el mundo permiten experimentar lo que sucede en el Ngorongoro. Pocos, por no decir ninguno.
Justo a la salida del bosque dormitaban varias leonas. Si bien eran sus crías las que se mantenían despiertas para curiosear todo lo que acontecía a su alrededor. Observaban con fascinación a las aves que surcaban los cielos, como si les susurraran al oído apasionantes historias de migraciones lejanas hacia lugares sin nombre. Los ecos de su futuro reinado incidían sobre aquellos ojos brillantes e inocentes con los cuales apenas podían sólo contemplar la versión más visceral y auténtica del Arca de Noé.
Los humedales, por supuesto, facilitaban la presencia de múltiples aves acuáticas. Y en un relato donde se sucedían las garzas y los gansos del Nilo, se abrió paso una pareja de grullas coronadas con sus patas de alambre, el contoneo de sus alas gigantes o la majestuosidad irrefrenable de un penacho dorado y puntiagudo emergiéndole de la cabeza. Ambas nos obsequiaron con pasos cortos para después contonearse y terminar saliendo disparadas en un vuelo sobre el que apenas unas pocas cámaras privilegiadas pudieron dirigirse con cierto éxito. Esta especie es, de largo, una de las más fotogénicas de África Oriental. De hecho, incluso forma parte de la bandera de la vecina Uganda.
Y así fue cayendo la tarde sobre el cráter del Ngorongoro, con una sucesión de imágenes continuas. Muchos nos hubiéramos quedado un mes, pero teníamos permiso para pasar un único día dentro de este gran reservorio de naturaleza. Así que ascendimos junto a grandes grupos de babuinos que elegían la carretera para avanzar, y terminar disfrutando de unas vistas soberbias del paraje natural. Nuestro alojamiento, el Rhino Lodge, nos esperaba para reposar no sólo nuestros cuerpos sino todas y cada una de las escenas de fauna que se habían almacenado en nuestra cabeza y que aún necesitábamos compartimentar dentro de las bandejas de entrada de los recuerdos más preciados de nuestra existencia.
El Rhino Lodge, al filo del cráter, se trata de ese tipo de hospedajes nobles de flema británica y decoración colonial rodeados de naturaleza. Con estufas de leña dentro de la habitación, pues se está a más de 2000 metros sobre el nivel del mar y las noches se caracterizan por ser frescas, así como con colchas elaboradas con los típicas telas rojas y de motivos geométricos con los cuales se visten los masáis. Aunque el premio se lo llevaban los balcones, pues en los jardines a los que asoman puede aparecer cualquier animal en cualquier momento. En nuestro caso el compañero de juergas nocturnas fue un buey de agua que vio como seguro aquella planicie frente a los cuartos de huéspedes. Allí pasó las horas hasta que amaneció y se marchó.
En su salón con elementos de madera y fotografías inspiradoras de rinocerontes negros, recorrimos mil y un lugares de Tanzania y del mundo mientras degustábamos crema caliente de primero y carnes estofadas de segundo. No sabíamos ya por qué brindar, pues motivos suficientes había para haber levantado las copas hasta el último filo de la madrugada. Sabedores que, aunque aún quedaban cosas que hacer, podíamos dar por bien empleado este viaje a Tanzania henchido de grandiosas experiencias.
Día 8º – Las tribus del Lago Eyasi.
Un último vistazo desde arriba al cráter del Ngorongoro sirvió para terminar de saborear nuestra partida. La niebla matutina, la cual suele gobernar los amaneceres de la caldera, se deslizó mientras decíamos adiós a uno de los rincones más singulares de África. Aunque algo me decía que aquella no se trataba de una despedida definitiva.
Iniciábamos la última fase del viaje, la del regreso. Terminábamos la etapa enfocada por completo a la naturaleza. Ya no habría más safaris en los días que nos quedaban. Pero teníamos por delante un día estupendo donde poder observar el norte de Tanzania desde un punto de vista antropológico. Y es que nos estábamos encaminando hacia el área del Lago Eyasi, aproximadamente a un par de horas en coche del cráter, para conocer de cerca a dos de las etnias que habitan la zona, los Hadzabe y los Datoga, ambos completamente diferentes entre sí y que se salen del monográfico masái de los viajes a Tanzania o a Kenia. ¡Pero si sólo este país lo habitan alrededor de 125 grupos étnicos!
Empezamos con los hadzabe o hadza, los cuales provienen de los bosquimanos que subieron del África Austral hasta establecerse en el área del Lago Eyasi, una inmensa laguna endorreica y de carácter salino. Antigua tribu de cazadores-recolectores, está considerada como uno de los grupos étnicos más antiguos de África, con una historia y una forma de vida que se remontan miles de años atrás, La cultura hadzabe, basada en la subsistencia a través de la caza, la recolección de frutas silvestres y la recolección de raíces, nos retrotrae a los orígenes mismos del ser humano.
Pero para ello primero debíamos encontrarlos, pues no viven precisamente en ciudades ni poblados. Se sumergen en plena naturaleza, alejados de las aguas salinas del Eyasi, entre árboles, arbustos y rocas que en época de lluvias les permiten guarecerse. Teníamos una persona de contacto recogimos minutos antes y que nos llevaría hasta ellos, saliéndonos de la carretera principal y tomando senderos de arena en los cuales perderse era demasiado fácil. Hasta que después de un buen rato dimos con una especie de chozas levantadas con ramas y hojarasca, señal de que teníamos cerca un grupo de hadzabes. Así era, pronto salieron a nuestro encuentro para compartir un espacio de tiempo limitado pero muy fructífero donde nos enseñarían algunas facetas de su vida diaria.
En primer lugar nos mostraron cómo realizaban las flechas. Pues para los hadza la caza se considera la actividad primordial en su estilo de vida, siendo célebres por su habilidad en el uso del arco. Después hicieron fuego utilizando sus manos y unas ramas delgadas. Lecciones de supervivencia ancestral heredada de padres a hijos a lo largo de miles de años y que les permite habitar un entorno, a priori hostil, sin necesidad de establecerse físicamente en un solo lugar, ni cultivar ni ejercer, de ningún modo, la ganadería. Su alimento son los animales del entorno, desde kudus, gacelas y jabalíes hasta pequeñas aves que cocinar al fuego casi de inmediato. Pues no cuentan con lugares donde congelar o refrigerar nada en absoluto, por lo que sí pueden llegar a hacer es compartir la comida entre otros grupos antes de que se eche a perder.
La estructura social de los hadzabe es flexible y basada en la igualdad. No tienen líderes formales ni sistema alguno de de autoridad jerárquica. Toman decisiones de manera colectiva, y la cooperación y el intercambio de conocimientos son fundamentales para su supervivencia. En las últimas décadas, este grupo étnico se ha tenido que enfrentar a desafíos relacionados con la presión de la sociedad moderna y los cambios en su entorno. La expansión de la agricultura y el turismo en la región ha afectado su acceso a tierras y recursos. Además, el contacto con otras culturas ha llevado a cambios en su forma de vida tradicional. Pero aún así, perseveran para seguir luchando por preservar su cultura y su forma de vida ancestral.
Mientras hacían fuego nos hablaban de una forma singular, utilizando numerosos chasquidos. Los hadzabe poseen un lenguaje distintivo conocido como hadzane, que es una lengua tonal y con múltiples clics característicos. Si bien el swahili es el idioma más comúnmente hablado en Tanzania, esta etnia ha logrado mantener su propio idioma a lo largo de los años, parte intrínseca de su identidad cultural. Y nos estaban enseñando que, a través de multitud de fonemas diferentes, cómo son garantes de la conservación del que probablemente sea el «heredero del lenguaje más antiguo de la Historia de la Humanidad», como han indicado lingüistas de la talla de Alec Knight, experto del departamento de Antropología de la Universidad de Stanford quien se ha pasado media vida estudiando las lenguas Khoisán.
Su vestimenta se mezcla con pelajes de animales salvajes y retazos de ropa más moderna, de la cual hoy día muy pocos son completamente impermeables. Sólo uno de ellos iba vestido entero de manera tradicional, llamando poderosamente la atención cómo la parte inferior de la espalda la tenía tapada con genuina piel de babuino. No se despegaba del arco, completado con la aguja metálica de las flechas que intercambian con los datoga, expertos herreros además de vecinos en el entorno del Lago Eyasi. Y a quienes visitaríamos por la tarde.
Pero antes nos quedaba hacer una cosa con los hadzabe. Y eso era acompañarles a cazar. A pesar de cómo golpeaba sol a aquellas horas de la mañana, varios varones se adentraron, aunque dejando distancia entre los unos y los otros, en el espeso y espinoso manto de arbustos y árboles. Cada paso era cauteloso, como una danza silenciosa con la naturaleza. Los sonidos de la fauna se desvanecían por completo a su paso, como si fueran sabedores de que estaban ante la presencia de cazadores expertos. Aunque la temperatura también hizo su labor, pues con temperaturas elevadas poco había que rascar.
Lo fueron intentando, sacando a relucir los arcos tensionados por brazos musculosos de quienes acostumbras a utilizarlos a diario. Pero, salvo un pajarillo en lo alto de una rama, no hubo manera de que lograran hacer fructíferas las emboscadas previstas. Poco premio, no cabe duda. Obviamente nuestra presencia, aunque silenciosa, tampoco debía ayudar demasiado. Era muy diferente a sus largas jornadas de caza en las que traen como presas a algún antílope o a algún macaco. Los cuales, como mencioné antes, deben comerse en el día para que no se estropeen, pues no cuentan con espacios para conservar la carne.
El final de nuestro tiempo con ellos llegó con cánticos y una danza en círculo en la que ya sí participaron mujeres y niños. Y resonando en aquel bosquete de arbustos y hojas secas, abandonamos aquella zona que los hadzabe habían elegido para pasar un periodo, seguramente corto.
Tras la experiencia con los bosquimanos del este, bajamos a orillas del Lago Eyasi. En las orillas había un montón de gente que se dedicaba a la pesca y el tratamiento del pescado, que en aquella laguna de sal, es rico y abundante. Y se lleva no sólo a rincones de la propia Tanzania sino que también se exporta a otros países del entorno. Antes el Lago Eyasi se secaba, dejando una inmensa mancha blanca en la llanura. Pero desde hace algunos años ya no lo hace, convirtiéndose en un lugar esencial para la práctica de la pesca, acudiendo cientos de personas de distintas etnias y pueblos tanzanos a ganarse la vida. Unos adentrándose en las aguas rosadas del lago con pequeñas canoas de madera. Otros aprovechando a limpiarlo in situ, mientras que en otra parte de la playa se seca y ahúma directamente el pescado para proporcionarle una mayor durabilidad.
Allí se había montado un poblado de carácter temporal con, incluso, humildes tiendas para las personas que acuden allí a trabajar cada día. Y no es, ni mucho menos, un rincón turístico de Tanzania. Viene implícito el colorido y la autenticidad de la vida diaria de un país que va más allá de los safaris de naturaleza. Para los interesados en darle un toque antropológico y cultural a sus viajes, el Lago Eyasi resulta excepcional de cara a la fotografía de personas ejerciendo su propia cotidianeidad. Aunque el calor grotesco que cubría el área y la inexistencia de sombra alguna, nos invitaron a no prolongar demasiado nuestra estancia en aquella ribera color rosa donde sólo apenas trescientos metros en adelante se apelotonaban nutridos grupos de flamencos, ajenos por completo, a la presencia humana.
Hicimos picnic en una de las escasas sombras que pudimos ver en aquel horno. Glamour ninguno pero gracia lo que era gracia, la teníamos toda. Pues este grupo se aferraba a un clavo ardiendo, si hubiera hecho falta, para sacar a relucir su buen humor y plena disposición. En apenas unos días se había formado no un equipo sino una familia, sin grietas ni ambages.
Y proseguimos nuestra ruta por el entorno del Lago Eyasi. Pero esta vez con el objetivo de rendirles una visita a los datoga, otra de esas etnias que parecen invisibles ante la popularidad de los masái. Así que accedimos a un pequeño poblado donde conocer mejor a sus gentes. Enclavado en medio de un mar de arbustos y hierba seca, ese lugar revelaba la esencia misma de una cultura antigua y profundamente arraigada. El sol brillaba radiante sobre las chozas tradicionales construidas con barro, troncos y ramas de árboles, dotando al pueblo de un resplandor cálido y acogedor. Los datoga, también conocidos como los Mang’ati, habitan estas tierras durante siglos. Se dice que sus raíces se remontan a antiguas tribus pastorales en un territorio mucho más amplio que el actual, con una historia entrelazada con las migraciones y conflictos con los masái, quienes les empujaron definitivamente hasta el entorno del Lago Eyasi, de donde no se han vuelto a mover.
Al adentrarnos en el poblado datoga, pudimos percibir rápidamente una atmósfera de comunidad y solidaridad entre sus miembros. Los hombres vestían túnicas tradicionales y lucían joyas de hierro forjadas a mano, que son consideradas símbolos de estatus y habilidad. Su fama de excelentes herreros les precede. Las mujeres, por su parte, se envolvían en coloridos khangas y llevaban adornos de cuentas y brazaletes. Incluso algunas dejaban traslucir en su piel de ébano las líneas caóticas de tatuajes realizados tiempo atrás, señal inequívoca de belleza y elegancia natural. Las orejas delataban el efecto duradero de los dilatadores que un día sirvieron para que pudieran ornamentar esta parte del cuerpo. Algo que, con la vejez, se percibe como grandes agujeros que podrían ser atravesados con varios dedos y que, muy difícilmente, volverán a verse cubiertos por este tipo de piercings tan usuales en África del Este.
Pudimos acceder a algunas de las casas de barro, todas ellas en funcionamiento. Discretas y sin puertas pero con un mantenimiento ejemplar de la temperatura, siempre más fresca que la del exterior. Suficiente para dormir y cocinar, pues es sabido que la vida de los datoga se lleva a cabo fuera de los muros de sus viviendas.
También fuimos obsequiados con cánticos y pudimos observar cómo trabajaban los herreros, los mismos que proveen de afiladas puntas de flecha a los hadzabe y otros cazadores del lago. Todo ello en un ambiente relajado y, diría, que incluso amistoso. Una experiencia que nos proporcionó un nuevo punto de vista antropológico de la región. Aunque, tal como comentaba unos párrafos más arriba, nos faltarían más de 120 etnias diferentes si quisiéramos tener el cuadro completo de grupos de mismo origen cultural. ¡Tanzania es infinita!
La tarde la pasamos de relax en Lake Eyasi Safari Lodge, un alojamiento situado en un balcón desde el que observar en la distancia al propio lago. Más que las instalaciones, que no están nada mal, en este lugar se premian los atardeceres y amaneceres, siempre maravillosos con bandadas de aves, sobre todo flamencos, yendo o volviendo a sus dormideros. Aunque el ave predominante del hotel es el agapornis, con su característico pico rojo destacando vistosamente sobre un plumaje verde y naranja. Les dicen que son los pájaros del amor, pues pasan toda su vida con la misma pareja. ¡Qué adorables!
Día 9º – Bajo las plataneras de Mto Wa Mbu.
Ver amanecer sobre el Lago Eyasi fue uno de los últimos regalos que recordaré para siempre de este viaje a Tanzania. Porque mi cabeza sabía que lo mejor había tenido ya lugar, que nada podría superar lo acontecido en los días anteriores. Pero también venía bien un día de esos en los que descender la intensidad brutal de un recorrido de este tipo, donde 24 horas parecen 200. Y así me lo tomé yo y nos lo tomamos todos.
Por un lado nos fuimos de compras a unos de esos megastore del turista presentes en el país con obras de arte, ropa y souvenirs a precio de oro macizo. Un «sólo por ver, sólo por mirar» que apenas se tradujo en chelines tanzanos. No se trataba de un sitio para nosotros, en absoluto. Más interesante, dónde va a parar, el entorno de Mto Wa Mbu, la localidad más poblada del área del Lago Manyara, y cuyo nombre significa «río de mosquitos», lo que avivó de inmediato un esparcimiento de Relec y marcas varias de repelentes que dejaron a nuestro alrededor un hediondo perfume. Para la jornada fue planteada una sencilla y tranquila caminata sobre una finca platanera, conociendo los entresijos de esta deliciosa fruta. El cultivo del plátano en Mto Wa Mbu es un canto a la tierra y al trabajo humano, un recordatorio de que el verdadero sustento viene de la tierra y de la comunidad, y que cada bocado que le damos es un tributo a la generosidad tanto de la naturaleza como de las gentes que se encargan de cuidar la plantación para hacer llegar a los demás su sabor.
Los racimos de plátanos emergían en un bosque artificial, con los tallos obsequiándonos con verdaderos soplos de abundancia. Los colores verdes se entremezclan con el amarillo incipiente, y el aroma dulce y embriagador de la fruta llenando el aire. Desde allí nos movimos en los tuk tuk típicos de la región para conocer el trabajo de los ebanistas makonde, considerados los mejores talladores de todo el oriente de África, así como disfrutar de los colores (y olores) de un mercado de alimentación.
Disfrutamos de una degustación de platos típicos tanzanos en un pequeño restaurante al aire libre en mitad de una finca platanera. La gastronomía local es rica y variada, con influencias de las culturas árabe, india y africana. Pero el recuerdo que nos quedará de aquella comida en la platanera es que cuando pedimos plátanos de postre… ¡No tenían! Pero ningún problema. No puedo ser más fan de estas salidas surrealistas que parecen sacadas de un guión de José Luis Cuerda, el creador de «Amanece que no es poco». Pues nada, no hay plátanos en la mesa pero miles de ellos nos rodeaban en ese preciso instante.
Nuestras últimas horas del último día completo en Tanzania las pasamos en el Nsya Lodge & Camp, donde celebramos nuestra la cena de cierre con una actuación donde hubo danzas locales, aunque yo preferí estar con Pablo señalando en un libreto todas las especies animales que habíamos podido observar en nuestro viaje. En el fin de aquella batalla era cuando empezábamos a digerir lo que habíamos podido vivir aquellos días.
Día 10º – Saltos masáis y lágrimas de despedida.
Lo más reseñable de aquel día fue nuestra visita a un poblado masái apenas a una decena de kilómetros de Mto Wa Mbu. Hay muchos alrededor, los clásicos con alambrada de ramas de árboles para evitar la entrada de animales salvajes y modestas casas de adobe. Son bastante pequeños, para muy pocas familias, y constituyen un modelo que se ver repartido a lo largo y ancho tanto de Tanzania como de la vecina Kenia. Por lo que, aprovechando nuestro último día de viaje, ya que volábamos de regreso a partir de la tarde, arañamos una experiencia más a nuestro ajado diario viajero.
Los masáis nos recibieron como mejor sabían, con bailes y cantos. ¿Quién no tiene en la cabeza la clásica imagen de los masáis dando saltos con sus tejidos de formas geométricas y colores como el rojo o el azul presentes en sus estampados? Pues dicho y hecho. A las puertas del poblado, tras el saludo protocolario del jefe de la aldea, comenzó una danza ceremonial de bienvenida. Los masáis, tanto hombres como mujeres, empezaron a bailar, moviéndose con una gracia innata, levantando el polvo dorado de la sabana con sus saltos y giros. Sus cuerpos esbeltos y atléticos parecían desafiar la gravedad mientras ejecutaban movimientos que han sido transmitidos de generación en generación. Nosotros a su lado parecíamos más bien una cuadrilla de despistados, que hacíamos lo que bien podíamos para pasar esta prueba.
Después accedimos al interior del poblado, entrando incluso a algunas de sus diminutas casas, para las cuales uno debe agachar la cabeza y son completamente oscuras por dentro. También, tal cual habían hecho los hadzabes días antes, nos enseñaron cómo hacían fuego con ramas, avivándolo a posteriori con la boñiga seca de una vaca.
Quizás la parte más emotiva de la visita estuvo en la pequeña escuela con la que contaba aquella aldea. Se trataba de un edificio de barro sin techumbre alguna, de no más de ocho metros cuadrados. Con, algo menos de diez niños en pie y una pizarra sobre la que su maestra tenía escritas letras y palabras. Los pequeños se pusieron realmente contentos al vernos por allí. Tanto como nosotros por haber tenido la oportunidad de compartir unos minutos con ellos.
Ese fue el último capítulo antes de tirar hacia Arusha y compartir una comida juntos en la capital mundial del safari. Tuvimos momentos para dedicarnos unas palabras los unos a los otros y ponerle la mejor rúbrica posible al viaje. Siempre me ha parecido increíble el cariño que puedes tomarle a personas que prácticamente acabas de conocer. Pero no tengo dudas, un viaje une, y mucho, con lazos más fuertes de los que se imaginan. Quizás sea porque compartir determinadas vivencias marca para siempre. Todos y cada uno de los miembros del equipo somos parte de uno de esos momentos de felicidad extrema y compartida. Y eso marca, vaya si lo hace.
Y desde el Aeropuerto del Kilimanjaro, que nos permitió ver al mítico monte por última vez, dijimos adiós a Tanzania. Quedaba un largo regreso por delante, pero cargado de instantes preciosos.
Día 11º – Llegada a casa.
Terminó el viaje. Ya de vuelta en España sueño no sólo con lo sucedido sino con la posibilidad de volver. Hablo con Javier de Pangea, mi compañero en este viaje, y le digo. ¿Regresamos el año que viene? La respuesta no se hizo esperar. – «¿En mayo de 2024?» – «Sí, en mayo estamos aquí otra vez». Así que vamos a empezar a preparar otro safari de autor añadiendo, además, nuevas sorpresas dentro de nuestro recorrido (Ya puedes ponerte en contacto conmigo si quieres formar parte del listado de viajeros y viajeras que formarán parte de un nuevo equipo).
TEST RÁPIDO SOBRE VIAJAR A TANZANIA
Aunque ya podéis leerlo más detalladamente en un artículo de consejos prácticos para viajar a Tanzania publicado en este mismo blog, aquí tenéis una lista breve preguntas y respuestas cortitas y al pie:
- ¿Hace falta visado para viajar a Tanzania?–> En efecto, tanto a la llegada (pago de 50 dólares o euros en efectivo) como online a través de la web https://visa.immigration.go.tz/. Aunque esta última da muchos fallos, por lo que si se hace on arrival, ningún problema. Eso sí, pasaporte vigente más de 6 meses a tener en cuenta desde la salida prevista del destino. Y, si se proviene de Kenia, te pedirán la cartilla que demuestre que tienes la vacuna de la fiebre amarilla
- ¿Qué aerolíneas vuelan a este destino?–> Desde Europa vuelan directas al aeropuerto internacional del Kilimanjaro algunas compañías como, por ejemplo, KLM. Con escala desde España también está la posibilidad de recurrir a Qatar Airways, Turkish o Ethiopian.
- ¿Cuántos días son recomendables como mínimo para este viaje?–> Para Tanzania hay varios viajes posibles. Un safari básico por la zona norte, donde se llevan a cabo los principales safaris, requiere un mínimo de una semana/diez días. Si se quieren hacer más zonas del país o saltar a Zanzíbar, mínimo otra semana más.
- ¿Tanzania es un destino seguro?–> En estos momentos Tanzania se trata de un destino bastante seguro muy acostumbrado al turismo. Y el trato al visitante es excelente. Por supuesto, siempre es aconsejable llevar un buen seguro de viaje (recomiendo IATI, con un descuento para seguidores de El rincón de Sele).
- ¿Es obligatoria alguna vacuna?–> Ninguna en estos momentos, ni si quiera exigen certificado de vacunación Covid-19. Pero sí pueden pedirnos la de la fiebre amarilla si procedemos de algún país donde ésta sea endémica (Por ejemplo, Kenia).
- ¿Dónde cambiar moneda local?–> Se pueden conseguir chelines tanzanos a la llegada, en el propio aeropuerto. Y viene bien contar con algo de efectivo, porque muchas veces no admiten tarjetas (o dicen que no les funcionan los datáfonos).
- ¿Cómo tener internet en el móvil desde el principio? –> En mi caso me llevé una eSIM (tarjeta virtual que dejé ya instalada en el teléfono móvil antes de salir) para funcionar aquellos días. ¡Y tenía cobertura hasta en el Serengeti! Puedes adquirirla aquí con rebaja. Eso sí, añade el código descuento elrincondesele.
- ¿Habrá más viajes de autor a este país con lectores de El rincón de Sele?–> La respuesta es SÍ. Estamos ya diseñando la ruta para mayo de 2024 (mediados) donde, a mucho de lo explicado en este artículo, añadiremos nuevas sorpresas. ¡Y también pasaremos a Kenia! Si quieres formar parte del próximo grupo, ponte en contacto conmigo.
- ¿Alguna agencia recomendada–> Pangea tiene bastante experiencia en Tanzania. Aquí tienes varios de los viajes que organiza a este destino, aunque puede preparártelos a medida. Di que vas de parte de El rincón de Sele y tendrán un detalle contigo. ¡Cuéntamelo si lo haces! Seguro que te tratan fenomenal y te ayudan un montón en el diseño del viaje. Es con ellos precisamente con quienes estoy preparando el viaje de autor de mayo de 2024 (más información aquí).
CONSULTA LOS PRÓXIMOS VIAJES DE AUTOR (haz clic sobre el banner):
Espero que esta información te sirva de ayuda para organizar tu próximo viaje a Tanzania. En uno de los relatos más largos de la Historia de este blog con más de diecisiete años, por lo que no es poco.
Aquí también podéis ver un vídeo vertical con un resumen musical, mucho más corto, eso sí, de lo acontecido en el viaje.
Por último, no quiero olvidarme de las personas que formaron parte del equipo de este gran viaje. Gracias a Ada, Antonio, Amalia, Tony, Maite, Pablo, Tía Carmen, Lola, Jose, Lourdes, Rafa, Carmen de Andorra y su hijo Guillem así como Robert y Carmen de Valencia. Cómo no, también a Javier Meneses y nuestros aliados tanzanos al volante, quienes realizaron una labor maravillosa. Por supuesto a toda la gente de Pangea por convertir este sueño en realidad y seguir apostando por este tipo de aventuras.
¡Salud y viajes!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
2 Respuestas a “Ruta y mejores momentos de un viaje a Tanzania”
¿QUE PUEDE COSTAR UN VAIJE ASÍ?
No es un viaje económico. Mínimo 3500 + vuelos.