La danza de los somormujos en el embalse de Santillana (Manzanares El Real)
La primavera la sangre altera. Y, si no, que se lo digan al somormujo, pintoresca ave acuática propia de lagos y humedales europeos y asiáticos, cuyo plumaje se vuelve aún más atractivo en esta época del año cuando, además, aprovecha a contonearse en busca de pareja. Aunque más que un contoneo su ritual de cortejo es, sobre todo, un baile. Cosa de dos, en todo caso, ya que tanto el macho como la hembra se implican al máximo en esta larga danza cuya duración puede requerir de días e incluso semanas. Todo un espectáculo de la naturaleza que, además, acontece más cerca de lo que podamos creer. Finalizando marzo me acerqué a la localidad madrileña de Manzanares El Real, concretamente a la cola del embalse de Santillana, uno de los enclaves líquidos del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, con vistas a La Pedriza y las montañas de la Sierra de Guadarrama, para ver con mis propios ojos (y fotografiar también) este hermoso ritual de una de las aves más bellas que residen de manera permanente en la Comunidad de Madrid.
El cortejo o danza nupcial del somormujo lavanco fue un buen motivo para salir a pajarear una mañana cualquiera con los albores de la primavera comenzando a ordenar lo que revolvió el invierno. Aunque no lo hice solo. Mi hijo Unai se convirtió en mi pareja de baile perfecta para disfrutar de lo bonito de las cosas cotidianas a las que, muy a menudo, no prestamos atención.
El cortejo del somormujo – Danzarines a la vista en el embalse de Santillana en Manzanares El Real
Cuando el mes de marzo deja intuir sus incipientes aromas primaverales, la naturaleza da un vuelco voraz en el mundo animal. Y no me refiero únicamente a que los osos empiecen a salir de su letargo en Somiedo y otros vericuetos de la Cordillera Cantábrica. O que las hembras del lince en la Sierra de Andújar en Jaén o en el Parque Nacional de Doñana estén a punto de dar a luz a sus cachorros. España no sólo tiene a sus Big Five. En cuanto a aves posee especies para dar y tomar. Tanto que es uno de los destinos punteros para los ornitólogos en Europa y en todo el mundo. Y para muestra un botón…
Los lagos, lagunas, embalses y humedales aguardan el momento propicio en el cual los somormujos cambian de traje, o más bien de plumas, para hacer de la coquetería un arte. El reloj biológico ya tiene la hora en punto para seducir a su pareja en la pista de baile. No importa si se es macho o hembra. Ambos son responsables por igual de irse acercando paulatinamente a la pareja deseada y poner toda la carne el asador para hacer efectiva una conquista amorosa con final feliz. El nido ya está mucho más cerca, pero su construcción implica conexión y sincronía.
El somormujo lavanco (Podiceps cristatus) ha dejado atrás la discreción de su plumaje de invierno para llegar a la época de celo con una vestimenta que podría tildarse de espectáculo barroco. A su cuello largo le viene una nueva coloración facial, con penachos y un característico moño puntiagudo donde se funden los tonos oscuros y rojizos. El enrojecimiento de la cola completa su vestido de gala, atuendo con el que dar paso a un proceso natural que se repite año tras año. Un preludio magistral al acto de la reproducción. En estas aves los preliminares importan, aún más si cabe, que todo lo demás.
Los somormujos en el embalse de Santillana
Era la primera vez que acudía a contemplar este momento. Mi buen amigo y estupendo fotógrafo, Andrés Magai, me puso sobre la pista, indicándome el lugar propicio para poder observar y fotografiar el cortejo de los somormujos sin salir de Madrid. Me dijo que una de las mejores colonias se hallaba precisamente en la cola del embalse de Santillana, enclave perteneciente a Manzanares El Real. Viniendo desde Madrid por la M-608 debía dejar pasar el castillo de los Mendoza y, en en la primera rotonda con la que me encontrase, tomar la tercera salida hacia la Avenida de La Paz y, pasado el cementerio, dejar el coche y caminar hacia el puente.
Y así hice, aunque me llevé a mi hijo de tres años conmigo. Unai empieza a interesarse por eso de los animales y aprovechando que no tenía colegio, no podía dejar pasar la oportunidad de compartir este momento con él. Dejamos el coche unos metros antes del puente, junto a un murete que protegía un terreno repleto de toros, y nos echamos a andar. No tardamos ni dos minutos en ver los primeros somormujos. Aunque también había otras aves como patos de pico cuchara, ánades reales o incluso un aguilucho lagunero volando en busca de su presa.
Nos sentamos en el suelo, sin llegar a alcanzar tan siquiera el puente, donde ya había apostados varios fotógrafos con cámaras profesionales cuyos objetivos parecían lanzamisiles. Y sería el propio Unai quien me pediría los prismáticos. No recordaba ni que los hubiese usado antes conmigo, pero no se los despegó de los ojos en mucho rato y parecía manejarse bien con ellos. Él me decía «están ahí» y «qué bonitos» con esa voz tan adorable que tiene y yo hacía lo que buenamente podía con la cámara de fotos. Estoy muy lejos de llegar a la genialidad de un fotógrafo de naturaleza como el bueno de Magai, pero al menos el recuerdo se iba a quedar con nosotros de uno modo u otro. Y quién sabe, me decía a mí mismo, quizás terminaría ilustrando algún artículo en este blog como así ha sido finalmente.
Durante un primer momento no había aparentemente parejas a la vista, pero sería cuestión de minutos en que los dúos de baile se engarzaran en una especie de tango secreto repleto de movimientos. Frente a frente, macho y hembra programaron veloces movimientos de cabeza, cuello y alas, llevando el pico a acariciar puntos muy concretos de su suave y colorido plumaje primaveral. El tocado de la cabeza parecía erizarse con cada nota musical que provocaba el chapoteo de las aves en las aguas calmadas de aquel apartado lacustre.
Los inescrutables vericuetos de la imaginación me incitaron a un tarareo en los adentros del famoso tango «Por una cabeza» cantado por Carlos Gardel. Era como si aquella música realmente estuviese formando parte de aquellos cortejos nupciales donde no una, si no varias parejas, seguían su ritual ancestral con la elegancia propia un elenco de bailarinas y bailarines de aquellas largas noches en el Grand Splendid de Buenos Aires (lugar, por cierto, convertido hoy día en librería). Pero aquello no era Recoleta sino un rincón adorable de la Comunidad de Madrid con vistas a los roquedos de La Pedriza y otras curvas sugerentes de la Sierra de Guadarrama con nieve aún por derretir en sus cumbres.
Aunque hay somormujos a lo largo y ancho de todo el embalse de Santillana, es en ese recodo occidental del pantano donde se halla la colonia más numerosa. Animales que unas semanas después verán nacer a sus polluelos, los cuales durante un largo tiempo tendrán cuello con gruesas líneas blancas y negras. Aunque pare ello aún quedan danzas, sumergirse en busca de hierbajos del fondo y otros alimentos, los cuales no dudan en mostrar, incluso en compartir, con su otra mitad.
Como decía antes, no sólo somormujos vive aquel recoveco del embalse. A la fiesta se unieron una pareja de ánades reales (también llamados azulones) con sus crías casi recién nacidas persiguiendo a su madre y el padre a mayor distancia ofreciendo su inestimable protección. También había garzas reales, cigüeñas, gaviotas reidoras, aguiluchos y los ya mencionados patos cuchara con su inconfundible pico, con el que se podría remover una cazuela de sopa. Aunque uno de los objetivos de aquellos fotógrafos que teníamos a unos metros era captar el vuelo del buitre negro, un auténtico aeroplano capaz de extender sus alas rectilíneas hasta rozar prácticamente los tres metros de longitud. Hay población en estos parajes, aunque esa mañana no se dejó ver (algo que sí logré tiempo atrás en el Monte de El Pardo de Madrid en su límite septentrional con Colmenar Viejo).
Aquel día dio más de sí, por supuesto. Porque además de observar a los somormujos y otras aves, caminamos bastante alrededor del pantano, Unai no tardó en hacer amigos, visitamos también el castillo medieval de Manzanares El Real y, sobre todo, compartimos unos momentos padre e hijo que, si él se olvidará de ellos dentro de poco, yo recordaré mientras viva. Porque así, con experiencias y viajes, no importa si lejanos o cercanos, se construyen puentes más fuertes.
Ahora al menos mi hijo sabe lo que es un somormujo, mirar con los prismáticos y que, a media hora de casa, hay momentos excepcionales que la naturaleza se empeña en enseñarnos.
¿Me permites este baile?
José Miguel Redondo (Sele)
+ En Twitter @elrincondesele
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2 Respuestas a “La danza de los somormujos en el embalse de Santillana (Manzanares El Real)”
Pero que vistas, Dios mediante a finales de este año voy junto con mi familia para alla.
Hoy he tenido la suerte de ver la danza de dos somormujos en un embalse de Baviera, donde vivo. Ha sido emocionante. Ahora acabo de leer tu relato y me he vuelto a emocionar. ¡Qué suerte tiene Unai!
A mi nadie me enseñó estas maravillas y las he descubierto hace poco con más de 30 años. Pero más vale tarde que nunca.